Capítulo 34

En el corazón de toda mujer, habita siempre una chispa de ardor celestial que reposa latente en el vasto amanecer de la prosperidad; pero que se prende, brilla y resplandece en las oscuras horas de la adversidad.

Washington Irving,

The Sketch Book, 1820

Casi justo cuando se agotaba la energía de la cúpula de bolsillo de Tor, el McCarver y el Longworth informaban de que estaban ya de camino, llevando consigo gran cantidad de cable y anclajes. Bill empezó a transmitir la señal de identificación del Memphis, para que no tuvieran problemas para dar con ellos al salir del saco.

Alyx estaba cada vez más nerviosa. Cuando Hutch dijo que debía marchar a preparar a Hueso para la operación, se ofreció voluntaria para acompañarla.

—¿Estás segura? —le preguntó Hutch, al tiempo que Nick advertía que podía resultar peligroso.

¿Qué si estaba segura? Empezaba a sentirse como una veterana. Se encaminó hacia el muelle de carga, se enfundó su e-traje y se colocó los depósitos de aire sin ayuda, y activó el campo Flickinger. Hutch llevaba una mochila propulsora. Cogió tres lazadas de cable, acabando con el que les quedaba. Enlazó dos de ellas entre sí y entregó la tercera a Alyx, que se la pasó por el hombro. Fueron a la cámara estanca —Alyx aún cojeaba, pero no era momento de preocuparse por lesiones leves— y contemplaron a Hueso, que casi estaba lo bastante cerca como para poder tocarlo. Era inmenso, una roca de más de tres cuartas partes el tamaño de la nave.

—No puedo creer —dijo— que vayamos a impulsar esa cosa hasta llevarla a varios miles de kilómetros por segundo.

—Espero que podamos conseguirlo —dijo Hutch—. Claro que necesitaremos ayuda.

Parecía demasiado gigantesco para acelerar hasta una velocidad considerable, en cambio se antojaba demasiado pequeño para caminar sobre él. No era como visitar la base lunar en 1207. O ni siquiera el chindi. Le parecía que iba a ser mucho más desconcertante, pero no tenía miedo, como había esperado que sucediera. Al contrario, tuvo que luchar por reprimir su júbilo. ¿Cómo podía estar deseando jugarse el cuello? Con suerte, Bill estaría tomando fotografías; ya podía verlas repartidas por todo el mundo. Alyx Ballinger se lanza a un osado rescate.

Magnífico.

Hutch se impulsó con fuerza hacia el exterior, se adentró en el vacío y se posó con suavidad sobre Hueso. Se giró y le hizo señas. Pan comido. Aquélla mujer debía pensar en hacer carrera en la danza.

Alyx devolvió la seña y la siguió. La gravedad desapareció y descubrió que flotar sobre Hueso era tan fácil que le parecía haber nacido para hacerlo. Estaba encadenada a Hutch, que al verla llegar le sonrió y le palmeó un hombro. Bien hecho y todo eso. Alyx se sentía eufórica ante su calida aprobación.

Bill había igualado los giros y rotaciones del asteroide con bastante acierto, de modo que el Memphis surcaba el cielo con suavidad a su lado. Perfecto. Así no se marearía demasiado.

Sin embargo, las estrellas sí que parecían dar vueltas mucho más rápido. Y no distinguía ningún horizonte. Era como estar al borde de una roca, rodeado solo de precipicios sin fondo. Las estrellas giraban desapareciendo por un lado, se daban la vuelta, y aparecían por el otro.

—No las mires —la alertó Hutch—. Fija los ojos en el suelo.

Como si fuera fácil.

Recorrieron Hueso, examinando el terreno. Hutch encontró lo que buscaba, una porción de superficie relativamente llana, en la parte central del eje mayor.

—Aquí dispondremos el McCarver —dijo. Dieron tres vueltas con el cable al objeto, rodeándolo literalmente para hacerlo. Alyx hubiera preferido quedarse quieta y dejar que fuera Hutch la que rodeara la roca, pero al estar unidas tuvo que seguir sus pasos.

Aseguraron el cable. Hutch estudió de nuevo la roca, haciendo gestos con la cara, moviendo los dedos y haciendo comentarios como exacto, ese es el sitio y creo que funcionará.

La capitana pasaba también mucho tiempo hablando con Tor. Le explicó con detalle lo que planeaban hacer, la forma en que lo iban a hacer todo tan rápido como pudieran. Le transmitió el horario previsto, dándole ánimos, asegurándole que la situación por fin parecía esperanzadora. En ocasiones le pasaba el testigo a Alyx, que estaba demasiado acostumbrada a dirigirse a una audiencia como para hablar de forma distendida por un comunicador sin tener evidencia de que hubiera alguien escuchándola. Sin embargo, lo intentó.

—Nos alegraremos mucho al tenerte de vuelta, Tor —dijo—. Hutch confía en que esto va a funcionar. Ya estamos planeando una fiesta en tu honor.

En pleno montaje, llegó una llamada del productor de Henry Claymoor, un tipo llamado Easter. En ese momento estaban enlazando cable extra con las unidades base. Estaba encantado de haber descubierto que Alyx estaba entre los integrantes de la misión, y le preguntaba si accedería a ser entrevistada.

Por supuesto que accedería. Claymoor era una figura popular y de gran audiencia. Lo había visto hacer sus crónicas, Claymoor en Oriente Medio, Claymoor y por qué las creencias religiosas ganan fuerza al hacerse cada vez más patente la creencia en un universo mecánico, Claymoor y por qué debería interrumpirse el Proyecto Matusalén, que prometía una vida de mil años.

La imagen que daba como profesional siempre le había parecido algo tediosa, y hubiera preferido decantarse por un entrevistador más próximo al espíritu de una generación más joven. Pero allí, en el quinto infierno, no habría mucho entre lo que elegir.

Cuando quedaban aproximadamente nueve horas, dejaron listo todo lo que estaba en sus manos y se sentaron a esperar a las dos naves restantes.

—Así que este es el aspecto de un cometa —dijo Alyx, dando una patada a la superficie helada—. No es la nube de Oort que me imaginaba. No veo que tenga mucha compañía.

—Lo mismo te ocurriría con la nube de Oort de nuestro sistema —dijo Hutch—. Las rocas que la forman tienden a estar bastante separadas. —El asteroide que pisaban debía de tener probablemente miles de millones de años de antigüedad, y sería un resto de la formación de un sistema planetario—. Tuvimos suerte de tener este cuerpo cerca. Estaba justo donde nos hacía falta.

—¿Está muy lejos en nuestro sistema?

—¿La nube de Oort? A alrededor de un año luz del sol.

—¿Y ésta?

—A unos pocos días luz. —Hutch seguía atenta al tiempo que les quedaba.

—Me pregunto por qué a esa distancia —dijo Alyx.

Hutch se encogió de hombros. No lo sabía con exactitud.

—Las nubes de Oort se forman a toda clase de distancias. Al parecer depende del número, tamaño y ubicación de los planetas, y también de la masa solar.

—Bueno, entremos ya en detalles —dijo Alyx—. ¿Quién cortará el cable cuando llegue el momento?

—Espero que podamos dar con un voluntario cualificado a bordo de alguna de las naves. —Hutch, por supuesto, estaría a bordo del McCarver. E iban a necesitar a tres personas en el Longworth.

—¿De veras crees que encontrarás a alguien?

—Es probable.

—¿Qué te parezco yo misma?

—No tienes experiencia en el exterior.

—Priscilla, no lo digo para ofenderte pero ¿dónde crees que estamos ahora mismo? ¿Y dónde hemos estado varias veces en las últimas semanas?

—Alyx, ya sé que has salido al exterior. Pero, aun así, sigues siendo una novata en todo esto. Necesitaríamos a alguien con experiencia.

—Escucha. Podré hacerlo. No es demasiado complicado. Además, ya has admitido que es probable que no haya nadie más disponible.

—Lo sé. E iba a pedírtelo. —Hutch bajó la vista a la superficie helada.

—Se trata únicamente de cortar el cable, ¿no? Y ya sé por dónde debo cortarlo. El láser parece sencillo de manejar. ¿Qué más necesito saber?

—Deberás saber cómo manejar la mochila propulsora.

—¿Por qué?

—Por si te caes.

—Pues enséñame.

—¿Ahora?

—¿Acaso tienes algo mejor que hacer durante las próximas dos horas? —Alyx fijó su mirada en los azules ojos de la capitana—. Hutch, fcrmo parte de esto. Tanto como tú o cualquier otro. Quiero ayudar. Estoy lista y dispuesta, y estoy capacitada.

Hutch la miró con ojos brillantes.

—Gracias, Alyx —dijo.

Ambas se abrazaron brevemente. En la periferia de su visión, Alyx distinguió un destello, algo que apenas llegó a percibir, y que ya había desaparecido cuando intentó fijar su vista. Luz de estrellas y fragmentos de hielo surcando el espacio, pensó.

El Longworth acaba de completar su salto —informó Bill—. Su llegada está estimada para dentro de cincuenta y seis minutos.

El Longworth era una nave enorme y empequeñecía tanto al Memphis como a Hueso. Parecía que al final les iba a sobrar la ayuda: media docena de voluntarios, algunos familiarizados con los e-trajes y otros que estaban aprendiendo sobre la marcha, se agrupaban y unían sus esfuerzos para fijar la roca entre las dos naves.

Los recién llegados trajeron consigo muchos más metros de cable. Y allí estaba aquel grupo de personas en pantalones cortos y camisetas adornadas con lemas universitarios correteando sobre la superficie helada, estirando cables, enlazándolos con enganches, tejiendo una red alrededor de la roca. Por desgracia, no disponían de artilugios mecánicos que pudieran colocar y utilizar, llegado el momento, para separar los cables de las naves con solo pulsar un botón. Tendrían que hacerlo manualmente.

Mogambo sorprendió a Hutch al ir en su busca con la intención de presentarle a dos personas que pretendía subieran con él a bordo del McCarver. Intentaba mostrarse amistoso, pero le costaba bastante conseguirlo. Estaba tan desesperado por subir al chindi que Hutch sospechaba que le daría un ataque al corazón si el plan fallaba y no conseguían alcanzarlo.

Sus dos ayudantes eran un físico y un ingeniero, un hombre y una mujer respectivamente, ambos maduros, pensó Hutch, lo suficiente para pensárselo dos veces antes de subir al chindi. Ambos la felicitaron por su "inventiva", y con eso la conquistaron. Hutch era consciente de que se la habían ganado con un par de halagos, ¿pero a quién no le ocurriría eso mismo? Les aconsejó que se mantuviesen alejados del chindi, pero no se preocupó mucho más por ellos.

Mogambo preguntó si ya había solucionado el asunto de su subida a bordo del McCarver.

—Brownstein está siendo un cabezota No entiende la importancia de este asunto.

Hutch lo había olvidado por completo.

La capitana no mantenía vínculo alguno con el capitán del McCarver, pero los pilotos acostumbraban a mostrarse amables unos con otros.

—Profesor, he estado algo ocupada. Veamos qué puedo hacer.

—¿Pero no te olvidarás, verdad?

Hutch asintió cansinamente.

—Haré lo que pueda, profesor.

El McCarver informó de su llegada. Se había materializado al otro extremo de la nube de Oort, pero estaba ya en camino y llegaría en dos horas.

• • •

Hutch se encargó de supervisar la finalización de la red. Intentó respetar al máximo el patrón del diseño de Bill. Pero hubo zonas conflictivas, especialmente un par de riscos afilados en lo que habían definido como la parte trasera de Hueso. Éstos parecían capaces de seccionar el cable, de modo que intentaron modelarlos con láser, aunque se rindieron porque les estaba llevando demasiado tiempo. Decidieron cambiar esa parte del diseño.

Cuando les pareció que habían conseguido que fuera lo suficientemente resistente tiraron más cables hacia el Longworth, donde los fijaron en la parte baja de su casco. Bill hizo girar el Memphis sobre su eje mayor, situando la nave en la parte opuesta al asteroide de la que ocupaba el Longworth. Por aquel lado tiraron también más cables, los aseguraron y los tensaron. El asteroide quedó fijado, entre las partes bajas de los cascos de ambas naves, por una red de cables de unos sesenta metros de largo.

Finalizada su tarea tuvieron que aguardar una incómoda hora hasta la llegada del McCarver. Era demasiado. Estaba llevando demasiado tiempo.

Si todo iba bien, aún tendrían que partir en pos del chindi. Y se estaban quedando sin tiempo.

Hutch aprovechó aquel lapso para abrir un canal de comunicación con Brownstein.

No me cae bien —empezó a decir Brownstein. Hutch era incapaz de ubicar su acento. Probablemente fuera del este de Europa.

—Sería un gran favor —dijo Hutch insistiendo, empleando la vieja táctica del encanto.

La capitana estaba bajo el casco del Longworth. Aquélla era una nave de aspecto desgarbado, grande y masivo, parecía una serie de cajas enlazadas entre sí como en un juego de construcciones para niños. La simetría parecía ser la única concesión que hacía a la estética.

Entonces Brownstein la miró de forma que Hutch supo que iba a acceder.

¿Y si le pasa algo a alguno de ellos?

—No tendrías ninguna responsabilidad. Lo tengo por escrito.

Después de una larga pausa.

Está bien, lo haré porque me lo pides tú.

—Gradas, capitán. —Entonces cambió de tono. Como de viejos amigos, en confidencia—. ¿Discutisteis o algo?

Pasó por alto hacerme cualquier petición. Empezó a decirme que subiría a bordo y que yo debería hacer esto y lo otro.

—Vaya. Entiendo. Le obligaré a que te lo pida.

No te preocupes. Si quieres traerlo contigo, lo aceptaremos a bordo.

Luego dedicó unas palabras a Tor, contándole que la operación iba según lo planeado, asegurándole que parecía que todo iba a ir bien.

—Ya vamos para allá —dijo—, tú quédate donde estás.

Quédate donde estás. Se arrepintió de haber dicho esa frase nada más pronunciarla. Pero ya era demasiado tarde.

• • •

—Ya están aquí —dijo Hutch a Tor al ver bailar unas luces en el cielo. El McCarver, el Mac, era poco más grande que un yate.

—De acuerdo —dijo alguien—, en marcha.

El Mac se impulsó marcha atrás y se alineó junto a las otras dos naves, colocándose entre ambas para ocupar su sitio sobre el asteroide. A diferencia de los otros, posó su casco directamente sobre la superficie de la roca.

El McCarver era de un tamaño menor de la mitad del Memphis. Hueso era bastante más grande.

Los que estaban en el exterior empezaron a anclar la nave a la roca.

Entonces la nave abrió su escotilla principal, mientras Hutch y Yurkiewicz revisaban por última vez la red de sujeción. Brownstein apareció por la compuerta, saludó y bajó hasta la superficie.

—Siento el retraso —dijo.

Hutch estrechó su mano y le agradeció su ayuda. Entretanto el equipo de trabajo tiraba cables sobre la nave de los medios informativos, fijándola al asteroide.

En ese momento aparecieron en escena Mogambo y sus dos compañeros. El primero le dijo a Brownstein que se alegraba enormemente de verlo, y que estaba encantado de poder viajar junto a él. Parecía mostrarse algo más amable. Presentó a sus compañeros, Teri Hankata, de la estación espacial Quraquat, y Antonio Silvestri, que había estado al mando de un equipo de exploración encargado de analizar los errores de terraformación en ese mismo mundo. Iban equipados con mochilas impulsoras, y llevaban también algo de equipo extra que, tras recibir permiso de Brownstein, subieron a bordo del McCarver.

Traían consigo una cúpula de bolsillo, un modelo algo más grande que el de Tor, y planeaban emplearlo para acampar sobre el casco del chindi. Mogambo se esforzó por tranquilizarlos a todos.

—Sé que todo esto es una molestia —afirmó—. Pero solo queremos echar un vistazo rápido.

—Eso espero —respondió Brownstein—. Seréis conscientes de que solo podremos demorarnos junto a esa cosa un tiempo limitado. En esos instantes no me preocuparé por quien pueda estar o no a bordo. Pero cuando estemos listos para partir, tendréis que regresar. Sin demora.

—Por supuesto.

—No podré permitirme el lujo de retrasarme. Si no estáis a bordo cuando debamos marchar, solo podremos decir sayonara.

Mogambo no estaba acostumbrado a que se dirigieran a él de aquella forma, y se esforzó visiblemente por seguir mostrándose amistoso.

Hutch y los demás integrantes del grupo se presentaron rápidamente a Henry Claymoor. Éste era uno de esos clásicos tipos tan altos como altivos, rebosante de una especie de encanto pegajoso del que no era capaz de desprenderse. Cabellos y ojos oscuros, voz almibarada que parecía conceder importancia hasta al último detalle de la existencia. En general podía decirse que era una persona fría esforzándose por aparentar informalidad. Unos rasgos que, a juicio de Hutch, debían de haberse ido acuciando con los tratamientos de rejuvenecimiento, que habían apagado los achaques propios de la edad sin concederle Jovialidad. Le parecía una de esas personas desgraciadas que nunca había disfrutado de su juventud. Hutch era incapaz de imaginárselo divirtiéndose.

El McCarver estaba posado sobre la superficie de Hueso. El equipo de trabajo sobre el asteroide seguía fijándolo, cruzando cables alrededor de la parte central y rodeando el casco de la nave.

Hutch intentó ayudar, pero resultó que el grupo había estado practicando durante el viaje.

—Amiga, quédate a un lado —le espetó uno de ellos.

Y mucho antes de lo que había esperado, habían acabado.

Hutch se despidió entonces de Alyx y Nick.

—Ha sido ún placer —dijo—. Nos veremos en casa. —Les ofreció buscar un voluntario entre la tripulación de una de las naves para que subiera con ellos a bordo del Memphis y les ayudara en todo lo que necesitasen.

Pero rehusaron la oferta, y Hutch les recordó que quedarían atrapados en la nave de la Academia de manera indefinida. Alyx respondió que estarían bien, que sabrían ocuparse de sí mismos. Nick parecía encantado ante la perspectiva. ¿Quedarse a solas con Alyx? Un hombre podía hacer eso y más.

Entonces el grupo de trabajo anunció que ya estaban listos para partir, y Brownstein no perdió un segundo en avisar a todos de que estaban a punto de salir y de que pasarían en modalidad de "avance", o sea acelerando, las siguientes dos horas.

—En marcha —concluyó.

Mientras los voluntarios se retiraban a sus respectivos puestos, Brownstein invitó a Hutch a sentarse junto a él en el puente de la nave. Hicieron tiempo durante aquellos tensos momentos previos a la partida comentando que nunca en su vida querrían tener que volver a pasar por una situación semejante. Luego, por fin, la IA les informó de que estaban ya listos para la salida. El capitán alertó a sus pasajeros, y entonces se acercó a Hutch para darle la mano.

—Buena suerte —deseó.

Los motores del Memphis y el Longworth se encendieron. Empezaron a moverse.

El McCarver permanecía quieto. Durante aquella primera parte del viaje, sería estrictamente un objeto de carga.

Hutch se dirigió a Tor a través de su intercomunicador.

—Ya vamos para allá —dijo.

• • •

Con prudencia, las dos superluminares arrastraron a Hueso hasta sacarlo de su órbita, se encaminaron en dirección al chindi y empezaron a acelerar. Bill había predicho que el cable soportaría la tensión, pero no obstante era violento contemplar la red tejida entre la roca y las naves tensarse y empezar a estirarse.

Bill transmitía cualquier dato de interés al McCarver. Hutch estaba preocupada especialmente acerca de la temperatura de los motores. El sistema de propulsión estaba diseñado para trabajar de forma continua durante una hora como máximo, y eso, en condiciones normales, era más que suficiente para suministrar energía a los motores de salto. Pero en su actual trayecto, y a causa del gran peso que cargaban, iban a necesitar más de dos horas de aceleración continua para alcanzar su objetivo.

Brownstein le trajo algo de café y juntos se sentaron a charlar, vigilando la subida de velocidad, observando el reloj. De vez en cuando Hutch se dirigía a Tor, y también a Alyx y a Nick a bordo del Memphis. Y a Bill.

Cruzaron la cifra de punto doble cero cinco. La mitad del uno por ciento de la velocidad de la luz. Su objetivo estaba en punto cero veintiséis.

—Lo creeré cuando lo vea —dijo Brownstein.

Desde el Longworth, Yurkiewicz informaba de que todo estaba en orden.

Estamos quemando más combustible del que desearía, pero he hecho algunas correcciones.

Luego Claymoor apareció a su lado en imagen virtual.

Hutch, más adelante quisiera poder entrevistarte —dijo—. Y necesitaría alguna información. ¿No eres la misma mujer que quedó atrapada el año pasado en Deepsix? ¿La que fue rescatada por Gregory MacAllister?

No era eso exactamente lo que había sucedido, pero no era momento de hacer correcciones. Él siguió interrogándola acerca de dónde se había criado, cómo había llegado a convertirse en piloto y por qué, si tenía hijos, a qué dedicaba su tiempo libre. Y qué relación tenía con el tipo atrapado en esa chatarra alienígena, ese Tor nosecuantos.

—Es mi pasajero —respondió ella.

¿Nada más que un pasajero? —Parecía desconfiado y desilusionado al mismo tiempo—. ¿No hay nada personal de por medio?

—Es mi pasajero. Y debo responsabilidad a todos ellos.

Respondió sus preguntas tan bien como pudo, y finalmente pidió interrumpir el cuestionario.

—Ahora tengo que hablar con él —se excusó.

¿Con quién?

—Con Tor.

Claymoor se mostró visiblemente sorprendido.

¿Mantienes contacto con él? Según tengo entendido… Bueno, no importa. ¿Podría hablar yo con él también?

—No podría responderle —dijo la capitana.

¿Por qué no?

—Está aún demasiado lejos. La transmisión procedente del chindi no tiene fuerza suficiente como para llegar hasta aquí.

Entonces, ¿cómo sabes que te está escuchando? ¿Tenemos la certeza de que sigue aún con vida?

—Hace apenas unas horas pudimos comprobarlo.

¿Cómo lo sabes?

Entonces Hutch le mostró la imagen. Tor en lo alto de una de las lomas con el brazo extendido. Saludando. Y la escotilla abierta.

Es magnífico —dijo—. ¿Y esta imagen es del exterior del chindi? Vaya, es… —entonces se interrumpió, dudando—, muy conmovedor. Un material estupendo.

—Por encima ya de punto doble cero ocho —informó Brownstein.

¿Doble cero ocho? ¿Es eso indicativo de algo, Hutch?

—Es casi un uno por ciento de la velocidad de la luz. Es lo más rápido que yo he viajado nunca.

• • •

Hutch —dijo Bill—, tenemos sobrecalentamiento en el número dos.

Aún estaban a unos cincuenta minutos del salto.

—Lo sé —respondió ella—. Lo hemos estado observando desde aquí, en los marcadores. —El incremento de temperatura era algo inevitable en un uso tan prolongado como el que le estaban dando a los motores. Transcurridos menos de seis minutos, apreciaron el mismo problema en el Longworth. No obstante, las naves podrían tomar algunas medidas de precaución. Podrían hacer modificaciones en el refrigerante, realizar ajustes en la mezcla del combustible, iniciar procedimientos atenuadores del calor. Incluso, en caso de que fuera necesario, podrían apagar el motor en cuestión durante unos minutos, pero ahora ese era un tiempo precioso que no podían permitirse perder.

Hutch intercambió opiniones con Bill, y le indicó que realizara algunos cambios. Las temperaturas se estabilizaron.

Cada poco tiempo, Mogambo se comunicaba con el puente para tranquilizarse. ¿Seguimos dentro del programa previsto? ¿Qué tal aguantan los motores? ¿Se ha encontrado alguna prueba de vida a bordo del chindi, sea la que sea? ¿Cuánto habían podido adentrarse en la nave? ¿Cuánto habían profundizado? ¿Habían encontrado señal alguna de habitáculos dedicados a maquinaria de ingeniería?

Antonio Silvestri, que había subido a bordo acompañando a Mogambo, se pasó por el puente.

—No me recuerdas, ¿no es así? —le preguntó.

Era un tipo más bien menudo, no mucho más alto que ella. De piel color aceituna, cabellos y ojos oscuros. Era bastante apuesto, y de facciones casi femeninas.

Lo había visto antes en alguna parte, pero lo sentía muchísimo, pues no recordaba dónde.

—Puedes llamarme Tony —dijo desarmándola—. Me llevaste a Pináculo desde la estación en una ocasión, hace años. —Hablaba ingles con un ligero acento italiano—. Fue un vuelo de solo dos días. En realidad no esperaba que te acordases. Pero yo sí que te recuerdo. —Los ojos le brillaron—. Comprendo la preocupación por vuestro pasajero, el Sr. Kirby. ¿Es un artista, no es así? —Asintió—. Eché un vistazo a su trabajo al oír hablar de él. —Entonces sonrió—. Merece la pena el esfuerzo. Por favor, cualquier cosa en que pueda ayudar, estoy a vuestra disposición.

Hutch tuvo también unos minutos para Teri Hankata, la otra escolta de Mogambo. Ella le recordaba más a su jefe, impecablemente educada al tiempo que ambiciosa y, a juicio de Hutch, desesperada por poder subir a bordo del chindi.

• • •

Treinta y nueve minutos para el salto intrasistema —informó la IA del McCarver, que respondía al nombre de Jennifer y, a diferencia de Bill, hacía gala de una actitud siempre sensata y eficiente—. Dos minutos para la ignición.

Brownstein asintió e informó a los pasajeros.

—No es que vaya a importar demasiado —añadió—. No creo que podáis notar ninguna diferencia.

El capitán pasó el mando de la operación a Jennifer —que no Jenny: Hutch ya se había percatado al intentar llamarla por el diminutivo—. La IA llevó la cuenta atrás del último minuto en intervalos de diez segundos, para acabar con la cuenta de los últimos diez segundos consecutivos. Todo muy dramático. Los motores de la nave se prendieron justo según lo programado. El McCarver tiró con ímpetu de los cables, sujetando con más fuerza aún el asteroide. No tenía mucho impulso, pero al menos era algo, y serviría para aliviar un tanto el esfuerzo que debían hacer los otros dos veleros. El incremento de la temperatura de sus motores, que había alcanzado ya cifras alarmantes, disminuyó un tanto. Además, al volver a incrementarse, lo hizo de manera más pausada.

Estamos tragando combustible como bandidos —informó Yurkiewicz desde el Longworth.

—Mientras haya bastante para media hora más… —dijo Hutch.

Se aproximaban a punto cero dieciocho, y ya habían roto todas las marcas de velocidad conocidas.

—Lo hemos conseguido —dijo Brownstein—, y además arrastrando con nosotros a ese hijo de perra —dijo sacudiendo su pulgar en dirección a Hueso.

Claymoor volvió a comunicarse con ellos. Ésta vez solo por audio.

¿Hutch? ¿Está ocupada? ¿Podría dedicarme un momento?

—¿Sí, Sr. Claymoor? ¿Qué puedo hacer por usted?

Dígame, Hutch, ¿es cierto que saldrán al exterior después de desengancharse las naves más grandes?

—No —respondió al ser inmediatamente consciente de hacia dónde se encaminaba aquella conversación—. Me quedaré justo donde estoy ahora.

Pues aquí he escuchado algo distinto —dijo desilusionado. Entonces centró su atención en Brownstein—. Yuri.

—¿Sí, señor?

¿Podrías disponer que saliera al exterior durante la operación de suelta? Querría tomar algunos primeros planos.

—Sr. Claymoor, no creo que fuera buena idea.

¿Por qué no? —Su tono de voz pareció endurecerse.

—Tenemos que acabar con esto, y hacerla lo antes posible.

Pero no tardaría más de un par de minutos en salir y volver a entrar.

—Señor, aún estamos acelerando. Saldría despedido del casco. No creo cue fuera bueno para su digestión.

Vaya.

—No es como la vez anterior.

Brownstein no se molestó en explicar cuál había sido aquella vez anterior, pero Hutch creía poder adivinar que debía de haber permitido a alguien darse un paseo enfundado en un e-traje.

Diablos —dijo—. Estamos metidos en una buena historia y nos estamos perdiendo las mejores fotos.

—Los sensores de largo alcance se encargarán de tomar las fotos.

Ya las he estado viendo. Y no son lo bastante buenas.

—Bueno, de todas formas no importa, porque no es físicamente posible.

Brownie, esa gente va a salir ahí fuera a cortar los cables. Tiene que ser posible.

Tenía razón. Habría un par de minutos en los que los motores estarían apagados. Pero iba a ser una operación muy rápida. No había tiempo para pararse a tomar fotografías. Si perdían la oportunidad, dirían adiós al plan.

No entorpeceré las operaciones —dijo Claymoor. Parecía volver a estar dirigiéndose a Hutch.

Brownstein observó a la capitana, sugiriendo con su mirada que era su decisión.

—¿Es tu jefe? —preguntó.

Sí, así es.

Entonces Hutch volvió a centrarse en el periodista.

—Sr. Claymoor —dijo—, el capitán tiene razón. Si sale ahí fuera, correríamos el peligro de perderlo. Pero si insiste y acepta regresar en cuanto se lo digamos…

Claro, por supuesto —dijo—. No habrá ningún problema.

—¿Está familiarizado con la utilización de los e-trajes?

Claro.

—Yuri cree que debería salir conmigo cuando yo lo haga, así que eso es lo que haremos.

Gracias. A usted también, Yuri.

Las temperaturas del Longworth volvían a dispararse, pero Yurkiewicz los tranquilizó diciéndoles que todo iba perfectamente, que haría que aguantasen el tiempo que fuera necesario. Sin embargo, avisaba a Hutch que iba a necesitar un nuevo juego de motores cuando todo acabase.

Bill informó que seguían sufriendo sobrecalentamiento moderado, pero que tenían la situación controlada.

No obstante, sí que nos estamos quedando sin combustible. Lo estamos consumiendo a un ritmo bastante considerable.

Los motores tanto del Memphis como del Longworth tenían instalados dispositivos de seguridad que interrumpirían su funcionamiento en caso de que su estado alcanzara niveles inadmisibles. De hecho, el dispositivo del Longworth ya se habría disparado de no ser porque Yurkiewicz lo había inutilizado. Pero el mecanismo instalado en el Memphis no permitía esa clase de retoques. De todas formas, las condiciones aún no eran tan malas a bordo de la nave de la Academia.

Brownstein le paso un sándwich a Hutch.

—Calmémonos un poco —le dijo. La capitana ni siquiera vio de dónde había salido aquella comida.

Listos para saltar —informó Jennifer—. Ocho minutos para el cierre.

Ni el Longworth ni el Memphis iban a tener suficiente combustible para frenar el impulso que habían adquirido. Cuando acabara la operación, todos deberían ser rescatados, reflexionó Hutch.

El sándwich era de ternera. Lo masticó con parsimonia, intentando concentrarse en él. Disfrutándolo.

• • •

El momento de gloria de Alyx había llegado. Se soltó los arneses y abandonó su asiento. A bordo del Longworth, el equipo de Yurkiewicz estaría haciendo lo propio.

Caminó hasta el muelle de carga, se enfundó un e-traje, recogió los depósitos de aire y tomó la cortadora láser. Por último, se equipó con una mochila impulsora.

Tres minutos —dijo Bill—. Os recuerdo que el proceso de cortado de los cables en el exterior deberá hacerse con la máxima rapidez. —La IA estaba transmitiendo aquel mensaje hacia el exterior, dirigiéndose a la tripulación de las tres naves al mismo tiempo.

Alyx abrió la cámara estanca. Repasaba mentalmente el camino que tendría que tomar una vez bajara de la nave.

Entró en la cámara, apoyándose contra la mampostería para mantener el equilibrio, en contra de la constante aceleración. Cerró la puerta interior y despresurizó la estancia.

Hutch, a bordo del McCarver, hacía un rápido repaso. ¿Estaba todo el mundo listo en el Longworth? Sí, lo estaba. En su caso, los tres voluntarios tendrían que cortar ocho cables, dos de los cuales estaban algo menos accesibles que el resto, lo que significaba alejarse más de la cámara estanca, algo que preocupaba a Alyx.

Los motores del Mac estaban muy calientes. El pequeño yate, incluso con la ayuda que le habían prestado, estaba llevando demasiada carga para sus capacidades. Brownstein la vio mirar las cifras y negó con la cabeza. Vamos algo sobrecalentados, pareció estar indicando, pero vamos bien.

¿Estaba Alyx lista?

—Sí, lo estoy.

Treinta segundos —dijo Bill.

Alyx abrió la escotilla exterior de la cámara y se mantuvo a una distancia prudente de la misma. Aún seguían acelerando. Estaba desequilibrada, apoyada contra la mampostería a su espalda, y no quería caerse fuera por nada del mundo.

Bill marcó la cuenta de los últimos diez segundos. Cuando hubo acabado, los motores de las tres naves se apagaron a la vez. El impulso que la empujaba contra la mampostería había desaparecido. Se apartó de la pared, comprobó si era capaz de mantener el equilibrio, algo que tardó unos segundos en conseguir, y salió por la compuerta. Al mismo tiempo tres figuras abandonaban el Longworth. Alyx vio los destellos de sus linternas mientras correteaban por la superficie del asteroide.

El Memphis estaba fijado a la roca a través de cables unidos al engranaje de acoplamiento en popa, a un montacargas situado en su parte media, y a unos eslabones de anclaje multifunción situados en la parte delantera. El engranaje de acoplamiento sería su primer objetivo. Alyx actuó con rapidez, resistiéndose a la tentación de emplear la mochila propulsora, aunque quisiera hacerlo. Hutch y ella habían ensayado todo el proceso, y daba tiempo a completarlo. Si empezaba a revolotear y echaba a perder la operación, pagarían un precio muy alto.

En unos instantes estuvo junto al engranaje de acoplamiento, encendió la cortadora, y se puso manos a la obra.

La escena entera estaba enmarcada en la luz de las estrellas: la gigantesca nave de carga, el más modesto Memphis, el pequeño yate, la inhóspita superficie del asteroide, las hojas rojas de los láseres. Aquéllas estrellas, las mismas que se habían movido alocadas surcando el cielo cuando ella y Hutch habían puesto un pie por primera vez en Hueso horas antes, ahora aparecían fijas en el firmamento.

El cable se seccionó, y uno de los extremos dio un latigazo que estuvo a punto de arrancarle un brazo.

Una voz de mujer, aparentemente una de las integrantes del grupo del Longworth, le avisó de que los cables estaban sometidos a una gran presión, y que se comportaban de forma impredecible al cortarse.

—Estáte atenta en cuanto empiecen a ceder.

Lo cierto es que ya lo había aprendido por las malas.

Con una descarga de adrenalina, Alyx se lanzó hacia el compartimiento de carga y empezó la segunda fase. Llevaba un minuto de adelanto según lo previsto. La gente del Longworth parloteaba entre sí, intercambiando instrucciones, blasfemando.

En el montacargas, el cable estaba enlazado alrededor de la base de la estructura, y a Alyx no se le ocurría forma posible de cortarlo sin abrir un agujero en la nave. Esfo es lo que pasa por hacer las cosas con prisa. Siguió la pista del cable hasta apartarse del casco, sujetándose con una mano para no salir volando y empuñando en la otra el láser. Alguien preguntó que si sabía lo que estaba haciendo. Alyx no tenía tiempo de contestar a eso.

Por el comunicador escuchaba la voz de Yurkiewicz, diciendo a su gente que se diera prisa.

El cable se ennegreció. Alyx mantuvo el láser en posición, pero situándose a una distancia prudencial.

Los extremos del cable seccionado saltaron. Alyx estaba agarrada a uno de ellos y flotaba indefensa. No tenía tiempo de volver a la superficie ayudándose del propio cable. Qué diablos. Aquél era el momento que había estado esperando: encendió la mochila impulsora y la apagó casi al instante, tal y como había visto hacer a Hutch. Se deslizó suavemente de vuelta a la superficie, se agarró al montacargas y se posó sin problemas sobre su superficie metálica. Enseguida echó a correr. Dios mío, era buena.

Alyx —dijo Bill—. Dos minutos.

—Ya casi estoy.

Fue a toda prisa hasta el anclaje multifunción, que estaba justo por encima del puente. Llegó, se colocó en posición, encendió la cortadora y acabó su trabajo.

• • •

Alyx se encaminó de vuelta al Memphis y desapareció del campo de visión de las cámaras; Hutch la perdió de pista. Contempló las pantallas con una mezcla de orgullo e incertidumbre, al verla emplear la mochila propulsora y desaparecer de la imagen. Pero no escuchó ningún chillido, nada de frenéticas palabras como Dios mío, voy a la deriva, qué hago ahora. Así que debía de estar bien.

Hutch dudó si debía hablarle, no quería distraerla, no quería admitir que no acababa de confiar en ella.

Entonces apareció la voz de Alyx, serena, calmada, controlando la situación.

—Memphis libre.

—Alyx —respondió—, vas a convertirte en toda una leyenda.

Capitana, ya lo soy —dijo.

Brownstein pulsó el botón del audífono.

—¿Qué está retrasando al Longworth? —preguntó.

Listos en un minuto —anunció Yurkiewicz impasible.

—Jennifer —dijo Brownstein—, prepara la reignición.

Hutch abrió su canal con Bill.

—Quiero que separes al Memphis treinta segundos después de que el Longworth se suelte. Luego Jennifer asumirá el control de la operación. —Entonces pasó a Alyx—. Buen trabajo —la felicitó—. Te otorgarán una condecoración de vuelta a casa.

Ya me estoy mordiendo las uñas.

—Entra ya en la nave.

Sí, mami.

Aquélla mujer siempre había tenido un lado displicente.

—Longworth libre —anunció Yurkiewicz.

La imagen de Bill apareció en la pantalla superior.

Felicidades a todos —dijo—. Nuestra velocidad actual es de punto cero, veintiséis treinta y tres por la velocidad de la luz.

Hutch se sintió eufórica por un momento. Estaba dentro de los cálculos que habían previsto para aquellos instantes.

Transfiriendo el control al McCarver —dijo Bill.

Jennifer avisó de que se había hecho correctamente.

Brownstein parecía complacido.

—Motores de nuevo encendidos —dijo. El Longworth y el Memphis, libres del asteroide, se alejaban.

Ahora era el turno del Mac. Veremos cómo se porta esta pequeña. Los motores entraron en acción de nuevo y la nave luchó por acelerar, arrastrando consigo a Hueso.

El Memphis giró sobre su eje y dispuso la salida de sus motores lejos del Longworth, el yate y la roca. Entonces los encendió, y se alejó con cautela. Una vez retirado a una distancia prudencial, el Longworth ejecutó una maniobra similar. La reserva de combustible de ambas naves era tan baja que apenas podrían modificar su rumbo ni su velocidad, y los mantendrían hasta que alguien fuera a rescatarlos.

Buena suerte —dijo Alyx, ya a salvo en el interior de su nave.

Dos minutos para el salto —informó Jennifer—. Cumpliendo el horario previsto.

La temperatura de los motores del Mac volvía a elevarse.

Hutch abrió la comunicación con Claymoor.

—¿Sr. Claymoor, está listo? —preguntó.

Sí. Por supuesto.

—Apenas dispondremos de un par de minutos. Nos encontraremos en la cámara estanca del compartimiento de carga.

Voy para allá.

—Tenga cuidado. Aún continuamos acelerando. —Parecía más un anhelo que una realidad. La masa del asteroide era enorme, y el instrumental de la nave, que no estaba preparado para la situación que atravesaban, daba lecturas confusas. Por todas partes se encendían luces de alarma.

Brownstein se mordía los labios, mostrando una hilera de perfectos dientes blancos. Respiraba del modo en que lo hace alguien que está viendo a una persona pasarlo mal. Sobre su cabeza aparecían los datos del estado de los motores.

—No estaría mal apagarlos —dijo—. Aunque solo sea durante un par de minutos.

—Yuri, todo irá bien —dijo Hutch.

El capitán asintió. Qué diablos.

Hutch abandonó su asiento, recorrió un pasillo lujosamente acabado —Universal News parecía tratar a sus corresponsales bastante bien—, y bajó a la cubierta inferior, donde Claymoor luchaba ya por enfundarse un e-traje. Llevaba una cámara adherida a su mono.

Parecía saber lo que hacía, de modo que Hutch se preocupó solo por disponer su propio equipo.

—Hutch —dijo—, aprecio lo que estás haciendo.

—No hay de qué, Sr. Claymoor.

—Mis amigos me llaman Henry.

—Henry —dijo entonces—, ten cuidado ahí fuera. Todo va a ser muy rápido. Apunta, dispara y echa a correr de vuelta.

—Entendido.

Hutch se colocó la mochila impulsora y añadió a su equipo una cortadora.

Un minuto —anunció la voz de Brownstein.

Hutch sintió cómo los motores de fusión se apagaban. Su rugido sostenido fue reemplazado por el murmullo un tanto errático de los Hazeltines. La capitana se sentó sobre la cubierta, indicó a Claymoor que siguiera su ejemplo, y esperó a que su estómago le avisara de que estaban dando el salto.