Capítulo 32

Si escuchas con atención, podrás oír a Betelgeuse.

Línea de "Hyperlove",

Compuesta e interpretada por Penélope Propp, 2214.

Había llegado el momento de tirar la toalla.

Recorrió el casco de vuelta a la cámara estanca y trepó al interior. Nick le preguntó si se encontraba bien, y Alyx estaba esperándola cuando apareció por el elevador del compartimiento de carga.

En el exterior, había estado justo en el sitio donde Tor había lanzado aquella moneda al espacio.

Pensaba en la moneda, y en los juegos de sensores de largo alcance girando para intentar captar al chindi, y en el misterioso objeto que surcó las proximidades del Memphis. Y en el dibujo que la representaba como una joven diosa bajo la atenta mirada de Pedrisco.

Y siempre Hutchins en el círculo de bateo. Una Philly. ¿Lo dirían así? ¿O sería filly la versión femenina? Aquélla versión de sí misma era bastante más realista. Más próxima a la verdadera Hutchins. Hutchins sonriente, vulnerable, algo confundida sin saber qué hacer con los cuatro bates que empuñaba. Apenas pudiendo cogerlos todos a la vez. Sosteniéndolos. Aguantando con todas sus fuerzas como solía hacer cuando las cosas se torcían.

Nick le dedicó una mirada de ánimo mientras ambas entraban en el puente. Lo superaremos. Hutch intentó devolver la mirada, intentando dar la sensación de estar controlando sus emociones, y llamó a Bill.

—¿Tenemos las fotos?

Tienes ya la primera en pantalla.

Estaba borrosa.

He tenido que hacerle algunos retoques.

Se observaba la figura del chindi. Alargada, estirada en su parte trasera, más larga y esbelta de lo que había recordado.

No hemos obtenido respuesta alguna de su comandancia —añadió innecesariamente.

—Gracias, Bill.

Pero querría que observaras algo. —Entonces amplió la imagen, centrándose en la zona cercana a la escotilla de salida.

Allí había una figura borrosa, ¡pero inconfundiblemente se trataba de Tor! Aparecía con la mano levantada.

Estaba saludando.

Y eso le daba a entender que la había estado escuchando.

Alguien le dio un apretón en el hombro. Hutch luchó por contener las lágrimas y se dejó caer en su sillón. Era imposible distinguir el rostro de la figura, ni siquiera saber si era un hombre o una mujer. Pero reconocía el jersey amarillo y aquellos pantalones de color marrón tan pasados de moda.

El cronometro indicaba que a Tor le quedaban diecisiete minutos. Más las seis horas del depósito de oxígeno.

Su mente volvía a la imagen de Tor lanzando el dólar desde el casco, al círculo de bateo, y a otra cosa: aquel objeto que había surcado veloz el cielo cuando había estado en el exterior.

Solo una roca —dijo Bill cuando le habló de lo sucedido.

Un cometa incipiente.

Al blandir cuatro bates, uno solo se hace mucho más ligero.

Dios mío. Había un modo. Pero no iba a tener tiempo suficiente.

—¿Hutch, qué ocurre? —Nick le pasaba un vaso de agua. ¿Tan abatida parecía?

El Efecto Greenwater.

La velocidad lineal se mantiene constante durante los hipervuelos.

Aquélla conversación con Tor.

La moneda mantendrá su velocidad. Y se la transferirá al Memphis. De modo que la nave viajará un tanto más rápido cuando vuelva a hacer el salto de vuelta a la velocidad sublumínica.

Y todo por un dólar.

Así es.

¿Y cuánto será aproximadamente?

Se enjugó las lágrimas y estudió de nuevo el reloj. La célula de energía se habría agotado. Solo le quedaban los depósitos de aire. Calculaba lo que tendrían que hacer. Lo que haría falta. Les llevaría medio día. Imposible que fuera menos de eso. De ninguna forma podrían reducir ese tiempo.

Se puso en el lugar de Tor, surcando la noche, aguardando a que el aire se le agotase. No pensaba que pudiera soportarlo. Apagaría el traje, para poner fin rápidamente.

—Quizá tengamos una forma de conseguirlo —musitó a Bill. Le temblaba la voz.

¿Conseguir el qué? —preguntó la IA amablemente.

Hutch no contestó, pero Bill supo a qué se estaba refiriendo. Apareció a su lado, vistiendo un traje oscuro de chaqueta y una corbata.

—El Efecto Greenwater —dijo la capitana.

Él la miraba atentamente.

—Debió habérseme ocurrido antes. —Veía el puente borroso—. No podremos hacerlo en seis horas.

—¿Qué es el Efecto Greenwater? —preguntó Nick.

Bill ocultaba algo.

—Dímelo —espetó la capitana—. ¿Qué es lo que me ocultas?

Le quedan más de seis horas.

—¿Qué quieres decir? —Estaba equivocado. Estaba segura. Ella había hecho los cálculos. Y había dispuesto la cuenta atrás en el reloj.

Hutch, el chindi ha estado avanzando a un cuarto de la velocidad de la luz. Recapacita un momento.

Nick la miraba con expresión confundida, esperando que le explicara lo que ocurría.

¡La relatividad! En términos de viajes por el espacio, las superluminares no eran veloces. Hutch no estaba acostumbrada a pensar en términos relativistas.

—Sí —dijo. El tiempo discurría más lentamente a bordo del chindi—. Nunca pensé…

Pues así es, Hutch.

—¿Cuánto tiempo nos queda, entonces?

El diferencial temporal a la velocidad que llevan es aproximadamente de un tres por ciento.

—Cuarenta y cinco minutos por día. Tres días para acelerar. Esc hace aproximadamente unos veinte minutos por cada día. Si han estado ahí fuera…

Vienen a ser unas cuatro horas más, Hutch.

—Y lo supiste durante todo este tiempo.

.

—Y no pensabas decírmelo.

No vi razón alguna para hacerlo. Solo hubiera servido para causar más dolor.

—De acuerdo. Dime si crees que funcionará.

Continúa.

Las superluminares podían acelerar más o menos hasta punto cero veintisiete por la velocidad de la luz, aproximadamente un diez por ciento de lo que necesitaba para igualar al chindi.

—Si encontramos una roca de unas diez veces nuestra masa, ¿podría el Longworth arrastrarla hasta un valor de la mitad de delta por uve?

Claro, no veo razón por la que no pudiera hacerlo. Pero no dentro del tiempo especificado.

—¿Llevaría más de diez horas?

.

—¿Cuánto más?

Bastante alejado de los parámetros que manejas. Él estaría muerto antes de que pudiéramos llegar.

—¿Y qué hay de esa nave de los medios de información, el McCarver? Apenas lleva a un puñado de personas, ¿no es cierto?

Su capacidad estimada es cinco más el capitán.

—¿Cómo sería la comparativa de su masa con respecto a la nuestra?

Del cuarenta y tres por ciento.

—De acuerdo. Entonces quizá aún nos quede una posibilidad. ¿Podría el Longworth conseguir que una roca de diez veces su masa alcance el valor de la mitad de delta por uve? ¿En diez horas?

—Sí.

—Perfecto. Añade ahora la masa del McCarver a la de la roca. ¿Seguiría siendo algo factible?

Vio un atisbo de comprensión en los ojos de Bill Aquél era otro excelente truco que la IA había llegado a dominar.

Calculo ocho horas, quince minutos, con un margen de error del seis por ciento.

—¿Podría alguien decirme de qué va todo esto? —solicitó Alyx.

—Es un rescate, querida —dijo Hutch—. Bill, abre un canal de comunicación. Rápido.

¿Con quién?

—Con Tor.

Listo —dijo.

La luz se encendió, pero Hutch recapacitó por un momento antes de decir nada. No había necesidad de llenarle de ideas la cabeza.

—Tor —dijo—, aún tenemos un plan que quizá podría funcionar. Es mejor que el otro. Aguanta.

• • •

Hutch habló con Yurkiewick, a bordo del Longworth, y con Yuri Brownstein, del McCarver. Ninguno de los dos encontró motivos para decirle que su idea no fuera factible, pero cuando la capitana finalizó su explicación, Brownstein pareció apesadumbrado.

¿Y qué será de nosotros cuando todo haya acabado? —preguntó—. Quedaremos a la deriva, sin posibilidad de volver a puerto.

—Nadie va a dejar a nadie a la deriva. En cuanto me confirméis vuestra ayuda, enviaré un aviso a la Academia informando de cuáles van a ser nuestros requerimientos.

Brownstein era un tipo pequeño y de cabeza redondeada, al que nunca veías sonreír.

Diablos, Hutch —dijo—, es una locura, y podríamos quedarnos varados durante semanas. Antes quisiera llenar al máximo mis depósitos.

Se refería a recoger algo de hidrógeno de una de la Gemelas.

—No tenemos tiempo —respondió Hutch—. ¿Qué tal vais de combustible?

Alrededor del ochenta por ciento.

—Será suficiente. ¿Qué tal vosotros, John?

Algo menos. Setenta y tres por ciento. Debería bastar. Aunque probablemente acabemos también varados.

Brownstein parecía un hombre al que le estuvieran vaciando los bolsillos.

Al diablo, Hutch. Vamos a meternos en muchos problemas por ese chico. Antes que nada, ¿cómo ha acabado ahí atrapado?

—Yuri, no creo que quisieras saberlo. Ahora deberíamos concentrarnos únicamente en sacarlo de ahí. Además, lo haremos en unas circunstancias absolutamente espectaculares. Os convertiréis en héroes.

Yurkiewicz endureció su mirada.

Sí, de eso estoy seguro.

La UNN al rescate —dijo Brownstein—, perfecto para nuestra audiencia.

Lo que me preocupa —dijo Yurkiewicz— es que ninguno de nuestros motores está diseñado para soportar la clase de esfuerzo a los que vamos a someterlos. ¿Y si explotan?

—Pues entonces se acabará la fiesta —dijo Hutch—. Pero la Academia se responsabilizará de cualquier gasto por los daños.

¿Incluyendo funerales? —apostilló el capitán.

Hutch resistió el impulso de espetar que ya tenía un hombre a bordo del Memphis que podría encargarse de eso.

Yurkiewicz la miraba con escepticismo. Al igual que Matt Brawley, era un piloto independiente, contratado para aquel trabajo por estar disponible en el momento justo y en el lugar adecuado.

¿Tienes autoridad para hablar en nombre de la Academia?

¿Tenía? En realidad no.

—Claro que sí —dijo—. Puedo ponértelo todo por escrito, si lo deseas.

El capitán estudió la proposición.

—respondió—. Sería buena idea.

—Entretanto, tendríamos que ir poniendo esto en marcha. No creo que sea necesario recordarles, caballeros, que el tiempo apremia.

Brownstein informó de que ya estaba calentando motores.

Creo que puede haber otro problema —dijo Yurkiewicz—. El Profesor y su equipo están en Retiro. No puedo abandonarlos allí.

—Llévalos contigo —dijo Hutch.

No has visto cómo está. No creo que quiera dejar el lugar.

—Dile que tendrá la oportunidad de ver de cerca el chindi. Quizá sea la única que vaya a tener.

• • •

Tengo una candidata probable —informó Bill—. No es la ideal. Su masa es algo superior a la que sería deseable, pero tiene la ventaja de estar en las proximidades.

—¿Podremos utilizarla entonces?

Es posible.

¿Es posible? ¿Por qué es posible? ¿Qué problema hay?

En teoría debería funcionar. Pero no tengo noticias de ninguna comprobación práctica.

Claro que no estaba ahí el problema, y ambos lo sabían.

—¿Y qué más?

No tengo forma de medir la masa exacta de la roca. Y necesitaría ese dato para calcular la velocidad a la que deberíamos entrar en el saco, y el tiempo que pasaríamos dentro. Éstos factores determinarían la velocidad de salida de la nave al espacio sublumínico.

—¿Y no podrías hacer un cálculo según el consumo de combustible cuando empecemos a impulsar el objeto?

Sí. Pero no olvides que van a estar implicadas tres naves diferentes, y que el método a emplear, aunque participara una sola nave, no es muy preciso. Cualquier pequeña inexactitud podría hacer que saliéramos a una velocidad equivocada, con nefastas consecuencias.

—Entendido. Tendremos que hacerlo lo mejor que podamos. Transmite las coordenadas a las otras dos naves y pongámonos en marcha. —Entonces habló por el comunicador general de la nave y explicó a sus pasajeros que iban a partir—. A una hora y doce minutos de nuestro destino —añadió.

Envió un mensaje a la Academia. Era personal para Virgil, y en él detallaba lo que se disponía a hacer y explicaba la posición en que iban a quedar las naves una vez terminada la operación.

—Necesitaremos bastante ayuda —dijo—, y deberás sacarnos de allí tan rápido como sea posible. —Entonces pasó a describir las actuaciones que debería emprender la Academia para recuperar naves y tripulaciones. A Sylvia no le iba a parecer demasiado bien, pero aún peor le iba a parecer perder a otro miembro más de la Sociedad del Contacto.

Lo siguiente que debía hacer era buscar cable. Las superluminares siempre llevaban metros y metros, pues era utilizado sobre todo para asegurar mercancías transportadas y suministros durante el vuelo. Sin embargo, parte de los suministros del Memphis habían acabado a bordo del chindi. Pero no importaba, el Longworth tendría de sobra.

—¿Resistirá? —preguntó a Bill.

Diseñaré una disposición en forma de red —respondió—. Si la montáis siguiendo las instrucciones, será razonablemente resistente. Soportará la aceleración dentro de unos límites aceptables.

La IA transmitió imágenes detalladas del asteroide en cuestión Era alargado, informe, grueso por ambos extremos, como el hueso con el que juega un perro. Su superficie era despareja y estaba llena de agujeros, salpicada de crestas; mostraba secuelas de choques con otros asteroides.

Hueso era más pequeño que el Memphis, pero su masa se calculaba unas cinco veces superior a la de la nave. Giraba dando tumbos, con parsimonia, desplazándose en una órbita que completaría una vuelta en torno a la luminaria central aproximadamente cada mil años.

Bajaron al muelle de carga, desplegaron los planos de Bill, recogieron el cable del que disponían y empezaron a colocarlo según las instrucciones. Estando en pleno esfuerzo, recibieron una llamada de Mogambo, que pedía poder hablar con Hutch. Era muy importante. Y preguntaba si estaba sola.

Hutch se retiró a un lado.

Estoy encantado de saber que has hallado un modo de rescatar a tu amigo —dijo—. Encantado. Una solución realmente ingeniosa.

—Gracias.

Debió de habérseme ocurrido a mí.

Seguro que sí, profesor.

—¿Dígame, qué puedo hacer por usted?

Querría subir a bordo del chindi.

—Estoy segura de que dentro de poco será posible.

Hutch, no me refiero a eso.

—Profesor, no creo que sea buena idea.

Hutch, voy camino del McCarver. Ya lo he hablado con el capitán Brownstein. Cuando saques de ahí a tu hombre, quiero que me subas a bordo, junto a un reducido grupo de exploración.

—Pero, profesor…

Te rogaría que no empezaras a decirme lo peligroso que es y que no puedes hacerlo. El chindi ha fijado su rumbo, y se mueve a velocidad constante, una velocidad que mantendrá durante los próximos dos siglos. Cuando abandone la nave, esta seguirá avanzando exactamente a la misma velocidad de crucero que mantiene ahora. La misma que tendrá cuando nos apartemos de ella. Tus nietos estarán a tiempo de venir a visitarla. Creo que no hay absolutamente ninguna razón para no hacerlo.

—¿Pero por qué me lo pregunta a mí? Solo seré una pasajera a bordo del McCarver.

El capitán Brownstein no me da confirmación. Dice que no tiene autoridad suficiente. Dice que existen restricciones de segundad.

—¿Y cree que yo podré disuadirlo?

Sé positivamente que podrás hacerlo. Eres consciente de la importancia de esta misión, y tienes instrucciones de la Academia para ofrecerme toda la ayuda que sea posible. Hutch, es muy importante. Por favor, habla con él de capitán a capitán. Explícale que es imperativo que subamos a bordo. —Hutch estudió la imagen de Mogambo. Aquél hombre estaba desesperado—. Hutch, te lo ruego. Tienes órdenes de ayudar. Y necesito tu ayuda.

—Pero dispondrán únicamente de un tiempo limitado ahí dentro. Cuando les diga que la operación debe finalizar y que deben regresar, lo harán. ¿De acuerdo?

Sí, por supuesto.

¿De qué me sonará a mí esta escena?

—Y no habrá responsabilidades en caso de desgracia.

No. No habrá ningún problema. Te lo garantizo.

—Lo querré por escrito.