Capítulo 3

La historia no ha tratado bien a la decadencia. Pero lo cierto es que no hay una época mejor en la que vivir que una decadente. La comida es buena, el licor fluye abundante, las mujeres suelen mostrarse deseosas y es otro quien se encarga de librar las guerras. Luego, siempre ocurre que es la próxima generación la que debe pagar los excesos.

Gregory MacAllister,

De Paseo por Gomorra, 2214.

Hutch se presentó en el mostrador de operaciones a media mañana y recogió sus instrucciones. Le habían dicho que debía esperar de seis a ocho pasajeros. El informe no explicaba todos los detalles. Indicaba que se celebraría una reunión en una sala de conferencias situada en el sexto piso del edificio de las oficinas de la Academia, en Wheel, y que la salida estaba prevista para el 7 de octubre.

Además, pudo hacer una visita virtual al Ciudad de Memphis. Tenía casi la mitad del tamaño de la mayoría de los transportes de la Academia, pero dentro de su casco se habían reducido muchos espacios para concederlos a los sistemas de propulsión, con avances tecnológicos tanto en los Hazeltines como en los motores de fusión, cuyos espectros indicaban un nivel de eficiencia por encima de cualquier cosa que hubiera podido ver antes. Los equipos de sensores y sistemas de comunicaciones eran lo último en tecnología, del mismo modo que los paneles de mando y control.

El interior era razonablemente espacioso y muy lujoso. El metal y el plástico a los que estaba acostumbrada habían sido sustituidos por mullido pseudocuero, coloridos paneles y ostentosas cubiertas tapizadas. Por todas partes lucían las cortinas y el revestimiento. La sala de reuniones estaba vistosamente equipada con la clase de mobiliario que uno podía esperar encontrar en un lujoso club. Además, poseía un centro de operaciones con todos los botones y las pantallas que cualquiera pudiera querer tener a mano para inspeccionar un mundo recién descubierto. Era casi como estar dentro de uno de esos grandilocuentes hogares del siglo XXI en el borde de Provincetown. La luz del puente era tenue y olía a esencia de limón y cedro, y a una docena de demás fragancias. Creo que no me costaría mucho acostumbrarme a todo esto, pensó para sí.

¿Y qué hay de Bill?

El agente de operaciones explicó que la nave disponía de la opción de IA. Aunque, dado que el Memphis no era una nave de la Academia, la inteligencia de a bordo aún no había sido instalada. ¿Cuáles serían sus preferencias?

Se decantó por Bill.

Esperaba poder encontrarse con el Predicador allí pero, tras preguntar discretamente, se enteró de que había hecho una visita a las nueve, justo después de que se abrieran las puertas; se enteró de todo y se marchó.

Se entristeció, y consideró retrasar su vuelo hasta casa al final de la tarde. Así tendría tiempo para llamarlo y preguntarle si quería comer con ella. Enseguida olvidó esa idea, sabía que no era lo mejor. No debía parecer ansiosa.

Se dio el gusto de comprarse algo de ropa, regresó a su apartamento, hizo la maleta y tomó un aerotaxi hasta Salidas nacionales.

A las siete ya estaba en casa de su madre.

• • •

Teresa Margaret Hutchins, la madre de Hutch, vivía en Farleyville, un suburbio al norte de Princeton. Cuando bajó del aerotaxi la encontró esperando fuera de la casa, junto a la plataforma de aterrizaje, con media docena de amigos. Los árboles estaban adornados con lazos, y algunos de los niños del vecindario se habían asomado para ver qué ocurría. Allí solo faltaba la banda del colegio.

Todos estaban deseosos de encontrarse con la famosa hija de Teresa. Era un ritual que se repetía siempre que volvía a casa. Mi hija la piloto estelar.

El taxi de Hutch se posó en la plataforma. Pagó al chofer, salió de la cabina, abrazó a su madre y luego repartió abrazos y apretones de manos a todo el mundo. En ese momento su madre empezó a decir:

—Priscilla estaba entre los que descubrieron las nubes omega —explicó a una mujer de mediana edad cuyo nombre parecía ser Weepy.

Entonces todo siguió el guión de las vueltas a casa.

"Querida, tienes que contamos cómo fue lo de Deepsix el año pasado".

"¿Conoces a mi primo Jaime? Trabaja en la estación espacial de Quraqua".

"Debe de ser precioso, todo el día viajando entre las estrellas".

En realidad era absolutamente aburrido. Ahora que se enfrentaba a la realidad, estaba dispuesta a admitir que había estado viviendo una especie de vida virtual. La mayoría de las playas que había visitado durante su vida habían sido electrónicas, al igual que casi todas las tardes que había pasado contemplando vistas desde miradores en lo alto de montañas, los paseos que había dado recorriendo idílicos bosques o deambulando por calles de las mayores ciudades del mundo. Por un momento pensó que lo mismo podía aplicarse a la vida de casi todo el mundo, pero sabía que no.

Hutch comprendía lo orgullosa que su madre se sentía de ella, pero le hacía sentirse incómoda. La propia Hutch no era muy buena mostrando falsa modestia, cuando sabía bien que había acumulado durante su vida grandes logros.

Pero allí estaba, de modo que se esforzó por inclinar su cabeza e intentar reaccionar como se esperaba de ella, mientras todos se encaminaban juntos al interior de la casa. Reconocía que no era para tanto, que había tenido mucha suerte y que había recibido ayuda. En realidad era así.

Teresa sacó una colección de aperitivos y refrescos, y Hutch contestó lo mejor que pudo preguntas acerca de los motivos que la habían llevado a elegir una profesión tan poco común, y de si tenía planes de establecer su residencia en un futuro en algún lugar —ella no mencionó su plan de jubilarse—. También le preguntaban qué había de cierto en lo que se decía sobre lo mal que sientan al cuerpo las transiciones a ese otro tipo de espacio, ese al que llamaban… ¿espacio-salto?

—Hiperespacio —apuntó la capitana.

Una de las visitas era un profesor, que preguntó a Hutch si podría visitar la escuela en los días que estuviera en casa para dar una charla.

—A muchos de nuestros estudiantes les encantaría oírla hablar de sus experiencias —dijo.

Ella aceptó, y ambos fijaron fecha y hora.

Dos tipos solteros, un profesor de historia de Princeton y un consejero financiero por libre, se esforzaron por conectar con ella. Ambos, según el superficial canon terrenal, eran bastante apuestos. Rasgos finos, piel clara, el pelo bien peinado, buenos dientes. Cuidado, se dijo a sí misma. Mamá ataca de nuevo.

El profesor parecía abrumado por su celebridad y trataba de compensarlo sonriéndole excesivamente. No sabía cómo arreglárselas para terminar una frase coherente. Estaría muy interesado en poder conocerla mejor. ¿Cabría la posibilidad de que quedáramos para almorzar? Se mostraba tan nervioso que sentía lástima por él.

—Me encantaría, Harry —dijo—, pero apenas voy a estar unos días aquí.

El consejero financiero se llamaba Rick, o puede que Mick. Hutch no llegó a enterarse del todo. Era demasiado correcto, teniendo en cuenta que la Unión Americana del Norte estaba cercana a su colapso moral, algo clarificado aparentemente por el creciente número de personas que elegía contraer matrimonio a la primera oportunidad. Ella hizo referencias a Roma, a los últimos días del Imperio, y él insinuó que sería un marido muy reconfortante y duradero.

Invitó a la capitana a darle su número de teléfono pero, de nuevo, ella iba a estar fuera demasiado tiempo. Quizá si las cosas fueran distintas. Puede que otro momento fuera más adecuado.

La tarde transcurrió sin que Hutch dejara de preguntarse qué estaría haciendo el Predicador. Finalmente, cuando descubrió que ya eran casi las nueve, su madre preguntó esperanzada cómo había ido todo, si se había divertido, y qué opinión tenía de los dos chicos.

Hutch era hija única, la única oportunidad de su madre para tener nietos. Eso la cargaba con un oscuro sentimiento de culpa. ¿Qué se suponía que debía hacer?

—Sí, mamá —contestó—. Eran buenos chicos, los dos.

Teresa cogió el tono de la frase, y su modo de emplear el tiempo pasado.

—Supongo que habría sido mejor no intentarlo —suspiró.

Hutch había planeado decirle a su madre que aquel sería su último vuelo. Sin embargo, algo la retuvo. En lugar de ello, dijo solo que no tenía planeado seguir como piloto indefinidamente.

—No tires la toalla, mamá —añadió.

• • •

Durante los días siguientes, se sucedieron las obligatorias apariciones de los familiares de Hutch. Entre visita y visita, madre e hija recorrían el barrio, comían en restaurantes en los que Hutch no había estado desde hacía años, visitaron el Teatro de Repertorio de la Iglesia Hudson para asistir a una representación de Downhill All the Way, fueron de compras y a un concierto celebrado al amanecer. Hutch, como acostumbraba a hacer, dejaba el intercomunicador en casa cuando atendía acontecimientos puramente sociales.

En su último día de visita fue a la Escuela Margaret Ingersoll, llamada así en honor de la primera presidenta de la Unión Norteamericana, y concedió una charla acerca de vuelos estelares a un auditorio repleto de adolescentes. Ante aquella entusiasta audiencia, Hutch describió cómo era orbitar las cercanías de una gigante de gas, o pisar por primera vez un mundo, todo un mundo que nunca nadie vivo había pisado. Mostró imágenes de anillos y lunas y nebulosas, y atendió encantada a sus reacciones. Para el final, se reservó el agujero negro.

—La extensa cadena de luces —explicó—, que se asemeja a un collar de diamantes, es una estrella que ha sido arrancada y está siendo tragada.

Todos observaron el halo luminoso que rodeaba al agujero, su negro centro, los fragmentos de estrellas.

—¿Hacia dónde lleva? —preguntó una niña sentada al final del auditorio.

—Ni siquiera sabemos si lleva a algún lado —respondió—. Pero algunos creen que es una puerta a otro universo.

—¿Y qué crees tú? —inquirió un chico.

—No tengo ni idea —respondió—. Quizá lleve a alguna parte —entonces bajó la voz—. A un mundo en que los jóvenes pasan su tiempo libre estudiando geometría.

Más tarde, mientras salía del auditorio, un chico de unos dieciocho años le preguntó si estaría libre esa tarde.

En realidad había planeado una cita doble con su madre.

• • •

El acompañante de Teresa era uno de los actores de la representación, acicalado, guapo y encantador. Representaba el papel de Maritain, el incompetente y fanático político.

Su cita era un buen amigo, el conocido Gregory MacAllister, alguien con quien habían compartido su traumática experiencia en Deepsix. MacAllister había estado invitado a dar unas conferencias en Princeton, cuando ella había contactado con él para ver qué tal estaba. Una cosa había llevado a la otra, y finalmente habían quedado en verse aquella tarde.

No volvieron hasta pasada la medianoche. Teresa estaba encantada con Mac, y parecía pensar que Hutch le había estado ocultando algo.

—Créeme, mamá —dijo Hutch—: es un tipo interesante, pero no te gustaría verlo en su salsa. Hoy se estaba comportando.

Aquél comentario la dejó algo perpleja, pero no sirvió para disipar sus esperanzas.

Mientras colgaban sus abrigos, Hutch se dio cuenta de que su comunicador estaba parpadeando.

—Dime, Janet —respondió.

Priscilla, ha llamado Matthew Brawley. Dos veces.

Ella contuvo el aliento. Cuando Teresa preguntó juguetonamente quién era ese Matthew Brawley, enseguida supo que su madre había entendido su reacción.

—Solo un amigo —dijo.

Teresa asintió, casi conteniendo una sonrisa.

—Voy a preparar café —dijo, y se marchó.

Hutch se preguntaba si lo mejor sería recibir el mensaje en su dormitorio, pero decidió que eso solo serviría para hacer que su madre se mostrara más curiosa, y motivaría más de sus preguntas.

—Cuéntame, Janet —dijo.

La primera llamada fue a las 7:15. Dejó un número y preguntó cuándo volverías.

—¿Y la segunda?

Te la paso por pantalla.

La pared que tenía a su espalda se oscureció y el Predicador se materializó en el espacio. Vestía unos holgados pantalones de chándal color negro y un jersey viejo abierto a la altura del cuello. Se apoyaba en algo, quizá una mesa, pero el objeto no había sido escaneado, de modo que permanecía frente a ella en una posición imposible, desafiando casi a la gravedad.

Qué tal, Hutch —dijo—. Esperaba poder cumplir esa cita para cenar que habíamos planeado, pero Virgil está ansiosa por empezar con todo. Salgo para Atlanta esta misma noche, y mañana para Wheel. El viernes habremos partido los dos. Supongo que eso significa que deberemos posponerla hasta primavera. Pero lo tengo apuntado en mi agenda, y espero que tú también. Te deseo buen vuelo hasta el 3011, o como se llame. No estaré muy lejos de allí. Dime algo cuando encuentres tiempo.

Sonrió y desapareció.

Ella se quedó con la mirada perdida en la pantalla.

Maldita sea.