Capítulo 29

Bendíceme, cuan menor parezcas. Así nos presentaremos todos, reyes y Kaisers, desnudos ante el último viaje.

Charles Lamb,

"7º The Shade of Elliston", 1831

Maurice Mogambo descendió de la lanzadera, dio algunos pasos y se detuvo a contemplar Retiro. Su tragaluz circular le otorgaba aspecto de rostro con mirada sorprendida. Qué alegría verte, Maurice. Qué bien que pasaras por aquí. No recibo visitas muy a menudo.

Es cierto lo que cuentan, ese otro grupo que estuvo por aquí hace poco intuyó bien. Serví como refugio a dos seres extraordinarios. Trabajaban y estudiaban aquí, y lo hacían ajenos a las rutinas con las que vosotros batalláis. Sin burocracia, sin competitividad entre entendidos, sin nimios celos. Sócrates se hubiera sentido aquí como en casa.

La delegación que acompañaba a Maurice se desplegaba por la cornisa. Algunos de sus integrantes rodeaban ya la otra lanzadera. Martinson estaba sobre la escalinata, introduciendo su cabeza en el interior. Sheusi se asomaba por el borde del precipicio. Hawkins estaba arrodillado, cogiendo una muestra de roca. Álvarez tomaba fotografías, registrando minuciosamente cada detalle de la exploración.

Maurice distinguió a Chardin a su lado. Éste entendió rápidamente que no era momento de cháchara, y se apartó unos pasos hacia atrás, dejando a Mogambo absorbido por el momento que vivían.

Aquél era, sin ninguna duda, el clímax de una vida llena de logros. Lo único que lamentaba era no haber sido el primero en llegar, Sentía también una pizca de culpa, y sabía que era un sentimiento impropio el desear la primacía en un lugar casi sagrado.

Estaba a punto de entrar en el edificio cuando John Yurkiewicz, el capitán del Longworth, lo llamó por el intercomunicador.

Maurice —dijo—, hemos sobrevolado el resto de las lunas.

Mogambo intentó sacudirse la irritación que le había causado haber sido molestado. Entonces volvió a considerar el comentario del capitán, para entender lo que significaba. Diablos. Había previsto el resultado, pero siempre quedaba sitio para la duda.

—¿Algo de interés?

No, Profesor. Nada.

—¿Y qué hay del Memphis? ¿Hay noticias de Hutchins?

El Memphis debe de estar llegando ahora a la 97. Sin embargo, aún no hemos tenido noticias suyas. ¿Quiere que contacte con ellos?

—No. Ahora tenemos cosas más importantes de las que ocuparnos, John. Estoy seguro de que nos informarán en cuanto tengan algo importante que comunicarnos.

De nuevo Mogambo centró su atención en la estructura alienígena. Era lo más hermoso que hubiera visto nunca.

• • •

—En inglés.

Sí. Se identifican como Venture SL002. Es una transmisión sonora únicamente.

¿Venture? —A Nick se le pusieron los ojos como platos—. ¿Pero no es ese…?

Bill activó el audio.

Necesitamos ayuda. Proximidades Sepc 6A1193KKM.

El número de registro es correcto —informó la IA—. Solo ha existido una nave que se corresponda a ese nombre.

—¿Qué significa Sepc y todo lo demás?

Es el número de catálogo de la 97 en el registro estelar Pandel-Corbin. Sería el que estaba en uso cuando se perdió el Venture.

Un escalofrío recorrió el corazón de Hutch. El Venture fue la segunda nave en intentar un viaje superluminar. Después que el Terra hubiera realizado su histórico viaje hasta Alfa Centauro cuarenta y dos años antes, el Venture se había embarcado en un vuelo hasta Wolf 359, llevando consigo una tripulación de cuatro personas, un grupo de científicos y un senador de la NAU. No se habían vuelto a tener noticias suyas. Una búsqueda en la región cercana a Wolf 359 no había revelado evidencia alguna de que hubiera alcanzado su objetivo, y su desaparición se convirtió en uno de los misterios clásicos de aquella era. La creencia popular sostenía que su sistema de dirección, que para los estándares actuales era primitivo, había fallado después de saltar al saco, y que la nave debía de haberse perdido en el hiperespacio. A raíz de la experiencia del Venture, los motores Hazeltine fueron modificados. En el presente, ante la inminencia de un fallo, el sistema llevaba de inmediato de vuelta del hiperespacio a la nave. Ésa clase de saltos inesperados o fuera de programa se habían sucedido en algunas ocasiones, y habían causado varios heridos. Pero ninguna nave había vuelto a desvanecerse desde el Venture.

—¿Ubicación? —preguntó la capitana a Bill.

Casi al otro lado del sol —dijo mostrando un esquema en pantalla—. Órbita solar —añadió—. Pero bastante más interior que la nuestra.

Alyx, que había permanecido sentada y en calma durante todo el suceso, se reclinó hacia delante y puso su mano sobre el hombro de Hutch.

—Buenas noticias —dijo.

—Imagino que sí.

—¿Cómo no iban a serlo?

—Alyx, ¿por qué supones que el chindi va a desviarse tanto? ¿Qué sentido tendría llegar aparecer aquí? ¿Crees que su sistema de navegación es tan malo? Desde aquí tardaría meses en llegar hasta donde esta el Venture, a menos que hiciera otro salto.

Bill apareció pensativo.

Hutch —dijo—, es posible que su enorme masa les haga ser más vulnerables que nosotros a la posibilidad de aparecer en un sitio ocupado por un objeto sólido. Puede ser que la simple existencia de una pequeña roca en su zona de llegada pudiera desestabilizar la nave al completo.

—¿De veras lo crees así?

No puedo afirmarlo. Pero es una posibilidad. Y explicaría el motivo de su llegada una región tan externa, en lugar de saltar más hacia el interior del sistema.

Pero igualmente tendrían que hacer un segundo salto si querían alcanzar su objetivo en un tiempo razonable. Quizá tendrían alguna clase de tecnología avanzada que les permitiera hacer un examen rápido, asegurarse de que no había riesgo, y entonces aproximarse a su destino.

—Me sorprende —dijo Alyx— que allá dónde va el chindi siempre parece haber algo extraordinario.

Nick se carcajeó.

—Los clásicos arqueólogos. Nos ignoran cuando aparecemos para saludarlos. Solo les interesan…

—… los muertos —completó Alyx.

—Bill —dijo Hutch—, tendremos que hacer un nuevo salto. Nos acercaremos tanto como podamos, y entonces pondremos rumbo al Venture. Dejaremos aquí una sonda de hipercomunicación para que nos alerte de la llegada del chindi.

• • •

Hasta el último de los niños de un colegio identificaría el aspecto del Venture, un vehículo menudo y regordete que parecía estar construido sobre todo a partir de cohetes impulsores. Había poseído ocho. Tenía lanzaderas adheridas a babor y estribor. —En aquellos días, llevar una lanzadera extra había sido considerado una medida esencial de seguridad—. No tenía parabrisas. Aún no había sido desarrollado ningún material transparente que pudiera sobrevivir a los riesgos de los viajes espaciales. El casco estaba adornado con una bandera del Consejo Mundial.

Y estaba también, por supuesto, aquel histórico número de serie: SL002. La segunda nave de su clase, las superluminares.

¿Qué estaría haciendo allí?

Ocupaba una órbita solar, a unos ciento ochenta millones de kilómetros del sol. No tenía ninguna luz encendida, pero sí una antena que giraba con parsimonia.

—Cuarenta años —dijo Nick—. Otros treinta aproximadamente, y su señal de auxilio alcanzaría Avanzada.

—¿La abordamos? —preguntó Alyx.

Hutch cerró los ojos. Ya estaban otra vez.

—Tenemos tiempo de sobra —continuó diciendo Alyx—. No tenemos nada más que hacer hasta que llegue el chindi.

—No —dijo Hutch, después de una larga pausa—. Dejémosla en paz.

—Pero el chindi no lo hará —apuntó Nick—. Enviará un equipo, tomará fotografías y se largará con algunas reliquias. Eso es lo que hará.

Eso es lo que haremos, corrigió mentalmente Hutch.

La vieja nave ocupaba media docena de pantallas. Hutch no dejaba de contemplarla, observando su oscuro casco aún reluciente tras tantos años, la antena que giraba, las lanzaderas gemelas. Había visto un modelo a escala en el museo Smithsonian con unos diez años. La había dejado helada, y lo mismo le sucedía ahora.

—¿Quién viene conmigo? —preguntó.

La pierna de Nick no estaba para trotes. En realidad, pareció aliviado de tener una razón legítima para quedarse en la retaguardia. Alyx se ofreció voluntaria, pero parecía más un acto de valentía que de entusiasmo. Por fin estaban escarmentando.

Hutch —era Bill de nuevo—, hay otra presencia ahí fuera.

El chindi habría llegado. Hiciera lo que hiciese, Hutch debía moverse rápido.

Pero resultó no ser el chindi. La pantalla de navegación se iluminó y se encontró contemplando una de sus botellas.

Ocupa la misma órbita que el Venture.

—Utiliza sondas —dijo Nic—. Así es como el chindi sabe qué sistemas merecen ser visitados.

—Bill —dijo Hutch—, de las botellas que lanzó el chindi, ¿seguimos el rastro a alguna que se dirigiera hasta aquí?

¿A la 97? No, Hutch. Ninguna de ellas fue disparada siguiendo un vector que pudiera haberla traído hasta aquí. A menos que en algún momento hiciera un ajuste de trayectoria. Solo he podido seguirlas hasta una distancia relativamente corta. Mientras estuve observando, ninguna llegó a saltar.

Alyx frunció el ceño.

—Pues qué raro —dijo.

—Quizá no —corrigió Hutch—. Debió de ser lanzada en una tanda anterior a la que vimos. Ninguna de aquellas habría tenido tiempo de llegar hasta aquí y comunicar los resultados de su exploración al chindi. Éste ya conocía su objetivo antes de lanzar las sondas. Creo que programa sus viajes con adelanto. Quizá ya conozca sus siguientes tres o cuatro paradas. Una vez completadas éstas, ya tendrá los resultados del grupo de sondas que le vimos lanzar.

Aquello confirmaría su teoría de que era posible construir motores superluminares increíblemente compactos.

Alyx negó con la cabeza.

—Demasiado complicado para mí.

—Lo que estás sugiriendo —intervino Nick— es que, periódicamente, expulsa un ejército de sondas. Entonces estas visitan, digamos, un par de sistemas, y reportan los resultados. El chindi se encamina luego a cualquier región que pueda resultar interesante.

—Eso pienso —dijo Hutch—. Hacen su visita y, si vale la pena, dejan allí satélites de observación permanentes.

—Los espías —dijo Nick—. Que les sirven también como red repetidora de comunicaciones. ¿Sabéis? Realmente nos hemos topado con una red de comunicaciones interestelares. —Juntó las manos y posó sobre ellas su barbilla—. ¿Quiénes serán? ¿Quién estará detrás de todo esto?

—Alguien al que le guste el entretenimiento —dijo Alyx—. Quiero decir, estos tipos no parecen estar elaborando ningún registro. Más bien parecen ir en busca de dramatismo. Guerras, festivales religiosos, alunizajes, naves perdidas. Incluso puede que romances. —Los ojos le brillaban—. Es como si alguien no quisiera que nada de eso se perdiese.

—Creo que puede funcionar así —dijo Hutch—. En cada visita, el chindi llega y recoge las reliquias, o lo que pueda interesarle.

—¿Pero quién está detrás de todo eso? —preguntó Nick—. No hemos visto señal alguna de vida.

—Debe de estar todo automatizado. Es una misión de larga duración. De siglos de duración, si damos crédito a las edades asignadas a los satélites de Retiro. Debe de funcionar con máquinas.

Me pregunto —dijo Bill— si habrá más de estas cosas dando vueltas por ahí. Más chindis.

• • •

El Venture había dejado la Tierra el 6 de mayo de 2182, treinta semanas después del heroico vuelo Hazeltine del Terra hasta Alfa Centauro. Habían sido días emocionantes. De repente, casi sin previo aviso, pues nadie había esperado realmente que el sistema hiperlumínico funcionase, las estrellas se abrieron y las naves iban a poder viajar a Barnard en medio día, a Sirio en veinticuatro horas, a Aldebarán en menos de una semana, y a la distante Antares en menos de un mes. El vicepresidente de la Unión Norteamericana había pronunciado unas palabras para la ocasión, comentando que pronto estarían mandando turistas al otro lado de la galaxia. Parecía no ser consciente de que un viaje así, incluso con tecnología Hazeltine, llevaría más de quince años. Solo ida.

El capitán del Venture era Joshua Hollin, un veterano astronauta que había tripulado las unidades Lance en el primer vuelo tripulado a Saturno. Iba acompañado de un copiloto, un ingeniero y un oficial médico.

La lista de pasajeros consistía en un equipo internacional de físicos, paleontólogos, meteorólogos e incluso un especialista en contactos. Y por supuesto, el senador Caswell. No fueron escogidos por sus credenciales académicas, como se hacía actualmente con esa clase de unidades; en lugar de ello, en las selecciones cobraba más peso el que esas personas hubieran estado dispuestas a realizar intensos entrenamientos físicos. Incluso para tratarse de aquella época, no era un razonamiento inteligente en el que basar las exigencias. No era más que un vestigio de un periodo anterior, en el que salir a orbitar la Tierra bastaba para poner en apuros a una persona de mediana edad que no se hubiera preocupado especialmente por mantenerse en forma.

Bill pasó por pantalla fotos e informes de los tripulantes. Todos eran bastante jóvenes —aquel vuelo fue anterior a la irrupción de las terapias de rejuvenecimiento—. Nueve hombres, seis mujeres. Entre ellos un par de recién casados. Todos claramente encantados con su buena suerte.

Tres horas y diecisiete minutos después de que abandonaran la órbita terrestre habían saltado, desapareciendo de la historia. Poseían comunicación hiperlumínica, pero no la tecnología para comunicarse durante hipervuelos. Así, nadie había esperado tener noticias suyas hasta su llegada a Wolf 359.

El vuelo debía de haberse prolongado durante doce horas. Se había esperado recibir el mensaje anunciando su llegada cuarenta y siete minutos después que esta se produjese. A primeras horas de la mañana del 7 de mayo, los directores de vuelo estaban intrigados. Al anochecer, sabían positivamente que algo había debido suceder.

Una tercera nave, el Exeter, fue dispuesta a toda prisa para partir, catorce semanas después. Pero ni esta ni ninguno de los demás vuelos que se sucedieron pudieron encontrar prueba alguna de que el Ventare hubiera alcanzado su destino.

Bill mostró planos del Venture. No eran muy completos, y Hutch no estaba especialmente familiarizada con su tecnología. Necesitaba un par de discos compatibles con su sistema operativo.

Lo siento —informó Bill—, pero no puedo generarlos.

—Avísame —le dijo Hutch cuando estuvo lista para marchar— de la llegada del chindi.

No solo estoy esperando su señal —dijo Bill—. Además he activado el barrido de larga distancia. Tendremos noticias suyas con bastante adelanto.

—Estupendo. —El plan de rescate era realmente sencillo: el chindi tendría que entrar en una órbita paralela para estudiar al Venture. Cuando lo hiciera, el Memphis haría despegar la lanzadera y recogería a Tor. Así de simple.

Tras recuperarlo, Hutch pasaría el asunto del chindi, de Retiro, del Venture y todo lo que hiciera falta, a Mogambo, y pondría rumbo a casa. Se sentía bien sabiendo que todo iba a acabar.

Alyx y ella se colocaron las botas de agarre, comprobaron el estado de sus etrajes y entraron a la lanzadera. Hutch estudió su lista de control y comprobó que estaban listas para partir. Las compuertas se abrieron, las luces se apagaron y se deslizaron hacia el cielo nocturno.

• • •

El Venture aún estaba presurizado. Alyx observó a Hutch retirar un panel junto a la cámara estanca, para abrirla manualmente. Accedieron a su interior.

—Alyx, el aire no es respirable —le dijo alertándola de que no apagara su traje.

Alyx había estudiado el trazado del Venture. Sabía que la cámara estanca daba a una sala de reuniones, una sala lo bastante grande como para dar acomodo a toda la tripulación. Había hecho las veces de comedor, sala de encuentro y centro social.

Al abrirse la compuerta, vio algo moverse en la oscuridad en el interior de la sala. Alyx dio un salto, y literalmente despegó de la cubierta y fue a darse contra una mampara. Hutch, igualmente sobresaltada, cayó de vuelta a la cámara estanca.

Cuando el haz de luz de la Linterna de Hutch reveló la escena de la sala, Alvx se dio un segundo susto. Estaban frente a un cadáver.

Flotaba en la estancia, y aparentemente debía de haber reaccionado ante la corriente de aire generada por la apertura de las compuertas. Estaba momificado, con los rasgos disueltos hacía ya tanto tiempo que ni siquiera era posible distinguir si se trataba de un hombre o una mujer. Hutch iluminó un segundo resto que había ido a parar contra una esquina. Alyx luchó contra el impulso de vomitar. Antes de la visita habían sido conscientes de que encontrarían cuerpos en la nave, pero no se había parado a pensarlo, no había esperado encontrarlos por ahí tirados.

Intentó concentrarse en los detalles. Sus nombres. Saber sus nombres. Ambos cuerpos estaban enfundados en sus monos, y sobre ellos estaban los parches con los nombres. Saperstein. Y Chaveau. Estudió su lista. Un físico de Bremerhaven y una bióloga de Marsella. Veinticinco y veintidós años al morir.

—¿Qué ocurriría aquí? —dijo Hutch. Su voz sonaba unos decibelios por encima de lo habitual.

Encontraron más cadáveres. Tres en la cocina, tres en el compartimiento de carga, otros más en los camarotes.

Alyx se preguntaba qué habría acabado con ellos. ¿Se habrían quedado simplemente sin aire?

Hutch parecía saber adonde dirigirse, y Alyx le seguía la pista. Aún le molestaba el tobillo, pero solo si se despistaba y se apoyaba en él. La voz de Nick crepitó en el intercomunicador, preguntaba qué habían encontrado.

Hutch lo informó.

—Debió tratarse de algún fallo mecánico generalizado —añadió.

Alyx seguía divagando. Pensaba en Nick, allá en el Memphis. En la reacción del público al terminar el estreno de Desnúdate y sonríe. En un attrezzista que había sido su más tórrido compañero sexual en años.

—¿Estás bien? —le preguntó Hutch.

—Perfecta. —De repente fue consciente de estar con los brazos plegados sobre su pecho, como si estuviera repeliendo algo—. Éste sitio es un poco espeluznante, pero estoy bien.

—¿Quieres regresar?

—No. A menos que tú sí quieras.

Hutch le mostró una compuerta situada sobre sus cabezas.

—Por ahí se va al puente —dijo.

—Tú primero. —Alyx intentó sonar desenfadada. Hutch desactivó sus botas adherentes y ascendió flotando, abrió la compuerta tras un breve forcejeo y desapareció.

—Nada de escalerillas —comentó Alyx.

—No tenían gravedad artificial.

Encontraron cuatro cadáveres más. Alyx imaginó poder olerlos, y de nuevo tuvo que preocuparse por apartar el pensamiento de su mente. Hutch se abría camino entre los muertos y por fin se reclinó sobre una consola de mandos. Pulsó algunas teclas, y Alyx se sorprendió al comprobar que una hilera de luces se encendía.

—Energía residual —dijo Hutch—. Pero el Venture no podrá ir aún a ningún sitio.

—¿Sabes qué pudo causar todo esto?

—No tengo ni idea.

—¿Y si le preguntamos a la IA?

Movía sus dedos por el teclado, pero no parecía estar sucediendo nada.

—Está también muerta. —Entonces apareció un brillo de color verde—. Pero tenemos un diario.

—¿Puedes leerlo?

—No estoy segura. No parece que haya energía suficiente como para encender una pantalla. —Estudió el lateral de la consola, encontró un pequeño compartimiento de almacenaje y lo abrió. Sacó dos discos.

—Nunca vi nada parecido —dijo Alyx.

—Bill no cree que aún puedan contener información. Pero por probar… —Buscó una ranura, la encontró e insertó en ella uno de los discos.

Entonces se encendieron más luces. Hutch sacó un núcleo energético que debía de haber traído del Memphis y lo conectó. El sistema chasqueó y chisporroteó, resolló y finalmente se detuvo. Volvió a encenderlo y lo intentó de nuevo.

Tras varios intentos, por fin pareció satisfecha.

—¿Estás sacando una copia del diario? —preguntó Alyx.

—Sí. Creo que estoy en ello. —Sacó el disco y lo guardó en un bolsillo—. Voy a probar a ejecutar algún diagnóstico.

Enchufó el núcleo de energía, apartó uno de los cadáveres que rondaban por la sala y ocupó un asiento frente a lo que parecía ser el panel de mandos del capitán. Se abrochó al mismo para no salir flotando y pulsó el interruptor de encendido.

—¿Podremos entonces leer el diario de vuelta al Memphis? —preguntó Alyx.

—Probablemente podamos apañar algo. —Estudió el panel de mandos, encontró lo que estaba buscando e insertó el segundo disco.

—¿Y no podrías obtener la misma información desde otra estación de operaciones? —preguntó Alyx.

—Si al menos supiera lo que estoy haciendo… —Pulsó interruptores y teclas, y por fin la consola cobró vida. La contempló, se dirigió a ella y finalmente se decidió por pulsar su teclado. Una de las pantallas cobró vida. En ella empezó a aparecer una sucesión de imágenes.

—No fue cosa de los motores —dijo—. Están perfectamente. Ambos juegos.

Aquél puente era claustrofóbicc. No tenía parabrisas o forma alguna de poder ver el exterior. Solo estaba en tinieblas, y la presencia de aquellas cosas, que casi no podían ser llamadas cuerpos, le retorcían las tripas. Alyx se reclinó sobre el respaldo del sillón que ocupaba Hutch y sintió la habitación dar vueltas a su alrededor.

—Tampoco fue el combustible. Y parece que ni siquiera el reactor.

Alyx se concentraba en intentar respirar con normalidad. Bajó la temperatura de su traje, y se sintió mejor al sentir el aire más fresco. Buscando distraerse con algo, apuntó con su linterna a la espalda del puente. Allí había una escotilla abierta, y recordó que los planos indicaban la presencia de más camarotes y de otra sala de reuniones. Sin llegar a apartarse del sillón de Hutch, dirigió la linterna hacia el interior y pudo distinguir más sombras.

—No hay problemas con la integridad del casco. —Hutch parecía no entender nada.

—Tiene que haber algo —dijo Alyx, que deseaba que Hutch consiguiera la respuesta y pudieran salir de allí.

Entonces la capitana se enderezó de repente.

—Esto es lo que menos entiendo de todo.

Empleaba un tono inquietante.

—¿Qué sucede? —preguntó Alyx.

—La hipercomunicación también funciona.

Alyx tuvo que considerarlo un momento para poder entenderlo. La hipercomunicación era el sistema de comunicaciones hiperlumínicas. Si funcionaba y la nave había quedado aislada allí, todo lo que habrían tenido que hacer es llamar pidiendo ayuda.

—¿Pero no llegaron a utilizarlo, no?

—No. Emplearon la radio.

Pero la tripulación debía de haber sabido que una llamada de auxilio por radio nunca podría llegar a tiempo a su destino durante sus vidas.

—No tiene sentido —dijo Alyx.

Hutch ejecutó un nuevo diagnóstico. Se encendió una luz roja.

—No va a funcionar —dijo—. La nave no tiene energía suficiente, pero sí habría funcionado hace cuarenta años. ¿Por qué no emplearían la hipercomunicación?

Entonces recorrió metódicamente el Venture, haciendo anotaciones de todo. Alyx cumplió el cometido que ella misma se había asignado, grabando en su memoria toda clase de imágenes y sensaciones, consciente de que llegaría el día en que tendría que transmitirlas de una u otra forma a una audiencia. Incluso tenía ya el título: Todo está bajo control.

—¿No deberíamos recuperar los cuerpos? —preguntó casi a regañadientes—. Antes que llegue el chindi.

Hutch asintió.

• • •

Sacaron diecinueve cuerpos en tres viajes a bordo de la lanzadera, y los almacenaron en el refrigerador de la sección de carga. Nick no pudo ayudarlas, pero Alyx acompañó a Hutch durante los tres viajes, sentada en silencio a su lado. Una vez en el Memphis, Bill desconectó la gravedad artificial, así que pudieron transportar los restos embolsados con bastante facilidad.

Hutch pareció soportar la situación sin problemas, aunque tenía una mirada un tanto extraña cuando todo acabó.

Se recluyó unos instantes y dejó solos a Alyx y a Nick, almorzando. Claro que Alyx no tenía apatito, y bebió solo un vaso de zumo de naranja mientras Nick engullía un par de sándwiches de ternera y comentaba lo complacido que se sentía al saber que la tripulación del Venture había al fin obtenido el acomodo adecuado.

—Es algo terrible —continuó— cuando la gente muere en lugares apartados y sus familias se quedan con la duda de qué pudo ocurrir. El consuelo de una ceremonia de despedida es algo muy importante para cerrar el libro de una vida. Es importante para que sus seres queridos puedan continuar con las suyas. —Nick miró a Alyx, que le dedicó una media sonrisa. Uno de los más importantes gerentes de funerales de nuestro tiempo, como él se había titulado a menudo a sí mismo—. Incluso ahora, después de tantos años, será de ayuda para sus familias, poder recuperar por fin sus restos. —Entonces volvió una mirada lúgubre hacia ella—. ¿Sabías que hasta la última de las especies inteligentes de las que tenemos datos celebran servicios conmemorativos, funerales, para sus muertos? Aparte del desarrollo de la religión y los grupos tribales, esa ceremonia de despedida parece ser la única verdad sociológica universal.

Hutch regresó entonces con una amplia sonrisa en su rostro, y portando un disco estándar.

—Creo que lo tenemos —dijo.

Fueron a la habitación que habían dejado de considerar la sala de control de la misión. Allí Hutch insertó el disco en un lector. Un par de pantallas se encendieron, y Alyx se encontró contemplando fotografías e información biográfica en una, y listas de pasajeros, datos sobre el despegue, inventarios e informes del estado de los sistemas en la otra. Todo con fecha del 6 de mayo de 2182.

La salida del Venture de la estación espacial Liberty —a la que hacía ya mucho había sustituido la Wheel— tuvo lugar en la mañana de ese mismo día, después de la actuación de la Banda de Voluntarios de la Escuela Superior de Peabody, en Nebraska, de unos cuantos discursos y el homenaje al senador Edith Caswell, "el primer senador que visita las estrellas". El capitán Hollín señalaba en el informe que solo habían faltado los fuegos artificiales.

Hutch rebobinó la ceremonia en pantalla. El Senador Caswell, un tipo moreno y atractivo, con los ojos refulgentes por la aventura que lo esperaba a las puertas, subía a bordo. Todos se intercambiaron apretones de manos, y mientras la banda interpretaba una conmovedora versión de la Sinfonía Júpiter, el Venture se alejó de la estación espacial.

La transición al hiperespacio discurrió con suavidad unas pocas horas después, con la única incidencia de algunos pasajeros informando de molestias estomacales. Se activaron las cámaras dispuestas en el casco de la nave y la tripulación pudo echar un primer vistazo al interior del saco, a esa bruma hiperdimensional que la nave atravesaba, surcándola sin problemas camino de Wolf 359.

Seis horas después de la transición, a medio camino hacia su destino, el malestar de estómago en los enfermos fue empeorando, y se transmitió a los demás. El capitán registró los nombres de los afectados en el diario médico, y anotó que estaban recibiendo tratamiento.

Aquélla fue la última anotación.

—Pues no ha sido de mucha utilidad —dijo Nick.

Alyx se quedó mirando al disquete, que Hutch había sacado del lector.

—¿Estás segura de que eso es todo? —preguntó.

—Es todo lo que dice el ordenador.

Nick negó con la cabeza.

—Suena como si hubiera estado envenenada la comida. O algo en el agua.

Hutch dejó el disco a un lado.

—Puede que haya otros registros que contengan algo más —dijo, y frunció el ceño.

—¿Va algo mal, Hutch? —preguntó Alyx.

—Ya llevamos aquí unas treinta horas.

Nick y Alyx entendieron lo que quería decir.

¿Dónde estaba el chindi?

• • •

Mogambo guardaba silencio junto a las dos tumbas. Qué no habría dado por conoceros. Por poder charlar con vosotros. La biblioteca será un pobre sustituto, pensaba.

En el interior del edificio, su equipo estaba ocupado haciendo diversos análisis e intentando comprender el lenguaje que habitaba los libros. Podía ver sus siluetas a través de las ventanas, cubiertas por cortinas. Pero no eran sino figuras periféricas, sombras en el límite de su visión, imágenes que no terminaba de aprehender.

Eran buena gente, básicamente, pero eran unos ignorantes. Hodge había querido induso desenterrar las tumbas. Sabía que algún día llegaría ese momento. Pero no ahora. No mientras él estuviera allí.

Había pasado horas limitándose a vagar por Retiro, asimilándolo, visitando la cúpula mientras los dos grandes planetas se movían majestuosamente uno junto a otro, variando lentamente su posición, con los anillos que parecían inclinarse primero hacia él y luego alejarse mientras la luna vertical se desplazaba en su órbita. Era difícil no ver la mano de un artista trabajando. No albergaba dudas de que el universo era todo maquinaria, y que todo, o casi todo, podía explicarse por la presencia de la gravedad y el hidrogena, por el juego de fuerzas. Pero aun así…

Sintió un cosquilleo en la muñeca. Era una llamada del capitán.

—¿Sí, John? ¿Qué ocurre?

Profesor, recibimos una petición procedente del Memphis. Quieren que comprobemos si el chindi aún sigue su curso.

—¿Quieres decir que no creen que aún haya dado el salto?

—No lo saben. Pero por el mensaje, creo que es bastante claro que no ha llegado a 97.

—Entonces, ¿cuál es la situación, John? ¿Ha entrado ya en el hiperespacio? Supongo que no lo sabremos.

—No, señor. No podemos saberlo desde aquí. Estamos demasiado lejos. Con su permiso, iré a echar un vistazo.

—¿Cuánto tiempo te llevará hacerlo?

—Apenas unas horas.

—Muy bien —dijo—. Hazlo.

• • •

Al igual que Hutch y su grupo, Mogambo no tuvo forma alguna de escudriñar los libros. Deambuló por Retiro tocando los volúmenes que estaban abiertos, pasando la punta de sus dedos por el lomo de los volúmenes situados sobre las estanterías. Aquéllas horas eran para él una combinación de placer y añoranza, de un exquisito dolor, muy diferente a cualquier cosa que hubiera podido experimentar anteriormente en su larga y próspera existencia.

Sus subordinados estaban ya trazando planes, determinando cuál sería el mejor modo de desplazar la estructura y su contenido de vuelta a Arlington. Él no aprobaba la idea, y ya había enviado un mensaje a Sylvia en el que le mencionaba lo desatinado de su plan. No fue hasta llegar a la escena cuando fue consciente de que Retiro y su entorno, el conjunto, era lo que realmente importaba. Que no era posible llevarlo de vuelta a Virginia, que la esencia de todo estaba allí, y que allí debían dejarlo.

Y al infierno con las molestias para cualquiera que quisiera hacer el viaje.

Le parecía que Yurkiewicz acabara de irse, cuando enseguida estuvo de vuelta en el circuito.

Aún signe ahí fuera —dijo.

—¿No ha saltado todavía?

No.

—No entiendo nada. Bueno, ¿has informado a Hutchins?

Sí, señor. Envié el mensaje hace unos minutos.

—¿Y qué está haciendo? El chindi.

Eso es lo más sorprendente. Su velocidad es de un cuarto de la velocidad de la luz. Parece increíble.

—De veras lo parece. ¿Pero ha dejado de acelerar, no?

Sigue a velocidad de crucero.

Mogambo suspiró. Un cuarto de la velocidad de la luz. Y a velocidad de crucero. ¿Significaba eso lo que él estaba pensando? ¿Cómo podían haber estado tan equivocados?

Profesor, ¿se encuentra usted bien?

—Sí —respondió—. Estoy bien. —Ahora sospechaba que nunca, en toda su vida, llegaría a poner un pie sobre el chindi.

• • •

Después de enviar un mensaje al Longworth preguntando si sus sensores captaban rastro del chindi, Hutch se acomodó para enfrentarse a una tarde larga y cada vez más desalentadora. El satélite con forma de botella, la baliza, estaba allí. El Venture estaba allí. ¿A qué otro sitio iba a encaminarse el chindi sino a aquel lugar?

Si operaba con tecnología Hazeltine, debería hacer su transición al hiperespacio en un tiempo razonable después de alcanzar la velocidad de salto. Fuera cual fuera para una nave de su enorme tamaño. Nadie seguiría consumiendo combustible para mantener la aceleración una vez que dejara de ser necesario.

Nick se había quedado dormido en su sillón. Alyx estaba ocupada leyendo. Bill notificó que habían recibido una transmisión del Longworth.

Del capitán Yurkiewicz.

—Conten la respiración, Alyx —dijo Hutch—. Veamos qué tiene que decimos el buen capitán.

Yurkiewicz era un tipo grande y rubicundo, algo más rudo que la mayoría de los capitanes de superluminares. Llevaba ya muchos años de servicio, y ya había participado en la primera visita de la Academia a Pináculo.

Hutch —dijo—, aún sigue ahí. Está ya al límite del alcance de nuestros sensores de largo alcance. Pero sigue ahí. —Parecía al mismo tiempo aliviado y preocupado—. Gracias a Dios, no lo hemos perdido del todo. Está a 323 U. A. de Geminis. Se desplaza a punto veintiséis por la velocidad de la luz. Repito, punto veintiséis por la velocidad de la luz. Dudo que pudiera saltar ahora, aunque así lo quisiera.

A velocidad de crucero. Sin acelerar.

Al finalizar la transmisión, cuando en la pantalla volvió a aparecer el símbolo del Memphis, Alyx clavó su mirada en Hutch.

—¿Son muy malas noticias? —preguntó intentando sonar calmada.

Habían dejado pasar por alto lo más evidente. Dios mío. Por encima de un cuarto de la velocidad de la luz. Tor estaba sentenciado. ¿Cómo no había imaginado que algo así podría suceder?

—¿No vienen para acá? —preguntó Alyx.

—Vienen —respondió Hutch. Nick se removió, pero no se despertó—. Pero llegarán más tarde de lo que esperábamos.

—¿Cómo de tarde?

—Pues no sé. Unos dos siglos.