Si los deseos pudieran llevarme por la tierra,
Hoy cabalgaría libre
Pasando la mano por cada árbol que encontraba,
Bebiendo de cada río, y nadando en cada bahía.
Ralph Waldo Emerson, C. 1855
—¿Tor?
Hutch pasó la señal por la consola, esperando que Bill pudiera amplificarla.
—Lo siento —anunció la IA—. No llega suficiente.
Hutch asintió y se reclinó en el sillón.
—Pero probablemente él aún pueda escucharte.
—Tor —dijo— hemos dejado de recibirte. La distancia es demasiada. —El chindi se desplazaba lentamente por la pantalla que tenía sobre su cabeza, como un asteroide achatado con un gran surtidor en su cola—. En breve, tú también perderás la señal, si no ha ocurrido ya así. Intenta sobrevivir a los próximos días. Nos encontraremos contigo al otro lado en cuanto podamos.
—Ésa cosa galopa bastante bien —dijo Bill—. No deja de sacarnos ventaja.
Incluso teniendo que tirar de una masa tan enorme.
—¿Algún cambio en la trayectoria?
—No. Aparentemente se dirige hacia la 97.
RK335197 era una clase F, aproximadamente de las dimensiones de Procyon. Nadie la había visitado nunca. Se sabía que tenía un sistema planetario con al menos dos gigantes gaseosos, uno de unas treinta veces la masa de Júpiter. En los archivos no había imágenes de ninguno de los dos. Vista desde Géminis, parecía una estrella normal, casi perdida en el fastuoso cielo.
—Hutch, el chindi está proyectando un campo gravitatorio frente a sí.
—Quizá eso explique el modo en que toda esa masa avanza sin quemar cantidades desorbitadas de combustible.
—Sí. Está en caída.
—¿Qué fuerza tiene ese campo gravitatorio?
—La calcularía aproximadamente en punto siete. Estándar para la Tierra.
—Debe de bastar. —Experimentadores humanos habían trabajado con una tecnología similar, pero al final se había hecho inncecesaria: los motores normales de fusión habían demostrado sobrarse para preparar las naves para dar el salto.
Hutch permaneció en el puente, observando cómo la distancia entre ambas naves crecía. Alex dormía sedada, pero Nick sí la acompañaba, manteniendo una conversación con su habitual tono tranquilizador. En compañía de Nick, siempre creías que todo iba a acabar bien.
—El chindi —dijo Bill— se aproxima a la velocidad de salto.
—De acuerdo.
—Seis minutos.
Suponiendo que los cálculos y las estimaciones fueran correctos.
—Nosotros estaremos listos para nuestro propio salto en diecinueve minutos.
Abrió la comunicación e informó a Tor de la secuencia de los tiempos, con la esperanza de que pudiera oírla. Esperó una respuesta, para confirmar que no había habido cambios. Solo para oír su voz, para saber que estaba adecuadamente sujeto a algo para no caerse de cabeza cuando el chindi entrara en el saco.
Bill pasó por pantalla imágenes del aspecto que pensaba debían tener los mundos de la 97. Una de ellas comparaba Júpiter con la supergigante, como una canica al lado de una bola de bolos.
Otra recogía la órbita de esta última, una elipse enorme que pasaba por la atmósfera exterior del sol.
—Llegará un momento —dijo Bill—, en el que se incrustará en él.
Eran noticias alentadoras. Sugerían una razón para el interés que podría tener el chindi en la región, y parecía confirmar aquel probable destino.
—¿Cuánto queda para ese momento? —preguntó.
—Carezco de los suficientes datos, Hutch, pero los cálculos más aproximados rondarían entre los diecisiete y los veinte millones de años.
—Vaya.
—Debe de ser eso, entonces —dijo Nick, con una sonrisa, y viendo cómo Hutch cambiaba su expresión.
—Un margen de error del 5 por ciento.
—Gracias, Bill.
—No ha estado mal. Me alegra haber podido ayudar.
Nick se echó hacia delante, expectante.
—Un minuto —anunció Bill.
Los enormes propulsores seguían rugiendo. Hutch pensaba en Tor perdido y solo, dentro del chindi. La capitana no conseguía apartar del todo el resentimiento que sentía. Incluso llegó a pasársele por la cabeza que, en caso de que Tor se hubiera echado atrás y hubiera dejado que George y Alyx fueran solos a explorar, pudiera haberlo despreciado.
• • •
Hutch esperaba que, de un momento a otro, el chindi desapareciera en un torbellino de luz.
Pero no ocurrió así.
—Puede ser debido a muchas causas —dijo Bill—. Su inorme masa. Diferencias en la arquitectura de sus motores. Incluso, posiblemente, un modo de salto no basado en tecnología Hazeltine.
Seguía acelerando.
—¿Crees que repostará en cada parada? —preguntó Nick.
Hutch no tenía ni idea. No tenía experiencia alguna con nada que fuera ni remotamente parecido a aquella enorme cosa.
—Espero —dijo Nick— que una vez en la 97, pare el tiempo suficiente como para que podamos alcanzarlo.
Bill apareció de vuelta en pantalla.
—Siguen acelerando, llevan un ritmo constante. El salto del Memphis está previsto para dentro de doce minutos. ¿Procedo?
—Sí. —No hacerlo supondría desperdiciar una gran cantidad de combustible y además haría que debieran volver a empezar todo el proceso desde cero—. Nos reuniremos con él en la 97.
—Es posible que la Propuesta Wilbur tenga validez.
—¿Y eso significa que…?
—Para una masa de aproximadamente doscientas mil toneladas, los requerimientos energéticos para la propulsión Hazeltine se incrementan drásticamente. No es necesario especificar que el asteroide excede esos límites. Añadiría que nunca nadie ha probado dicha Propuesta, y son muchos los que la discuten.
—¿Cuál sería el efecto práctico?
—Sus exigencias energéticas serían mucho mayores de lo que proporcionalmente le correspondería por tamaño, y partiendo de nuestros propios requerimientos. Si quieres puedo hacer los cálculos.
—Sí, por favor.
Entonces Hutch envió una nueva transmisión a Tor.
—Olvida el último mensaje. Ya no hay tiempo de salto estimado para el chindi. Pensamos que puede llevarle más tiempo hacerlo, a causa de su gran masa. Ya no hay que preocuparse por eso.
—Hutch, un mensaje del Longworth. Del Profesor Mogambo.
Pero no era Mogambo el que apareció, sino un asesor joven y rubio.
—Un momento, capitana —dijo. El retraso ya era de menos de un minuto—. Voy a informar de que estáis en el aire.
Nick sonrió.
—Te recuerda quién está al mando.
Había habido un tiempo en que Hutch no había tenido paciencia para soportar aquella clase de juegos. Pero había sido hacía mucho. Se preguntaba qué diría de su carácter el que hubiera aprendido a tolerar la arrogancia con tanta manga ancha.
El personaje rubio se apartó y Hutch se quedó mirando la estación de comunicación. Finalmente Mogambo apareció en pantalla, aparentemente en medio de una conversación con alguien a quien Hutch no podía distinguir. Levantó una mano, como rogándole que tuviera paciencia mientras acababa la tertulia. Por fin, se volvió hacia ella y activó el sonido.
—Perdona, Hutch —dijo—, hemos estado ocupados. —La miraba desde arriba, desde una gran pantalla superior del Memphis. Hutch pasó la imagen a la pantalla auxiliar de navegación, que tenía a su derecha—. ¿Funcionó? —preguntó Mogambo.
—¿Quieres decir si Tor le dio con la llave inglesa a los motores del chindi?
Una vez transcurrida la correspondiente pausa:
—Bueno, no exactamente eso. Pero le dije que hiciera gala de cierta inventiva. No tengo dudas de que, de haber estado yo en su pellejo, hubiera encontrado el modo de detener esa nave.
O de hacerla volar por los aires.
—Doctor, no creo que sea algo viable.
Mogambo asintió.
—Puede que tengas razón, Hutch. No es fácil saber cómo actuar en una situación así, ¿verdad? —Entonces apartó la vista de la pantalla, y continuó hablando como con la mirada perdida—. Sé que te preocupa el bienestar de tu pasajero, y espero que podamos sacarlo de ahí. Pero si perdemos ese artefacto… —Cerró los ojos con fuerza, y Hutch se quedó de piedra al comprobar cómo se le derramaba una lágrima. Disimuladamente, Mogambo intentó limpiársela, pero sabía que lo había visto—. Gracias, Hutch —dijo—, sé que harás todo lo que puedas.
—Hutch —dijo entonces Bill—, dos minutos para el salto. El chindi va ahora a cero punto cero una veces la velocidad de la luz. —A un uno por ciento de la velocidad de la luz.
—No son buenas noticias —apuntó Hutch.
Nick levantó las manos. Venga. No nos pongamos nerviosos. Todo saldrá bien.
—¿Por qué son malas noticias? —preguntó.
—Porque ahora avanza a una velocidad que nosotros no podemos igualar.
—¿Cómo? Pero si podemos viajar desde la Tierra hasta Alfa Centauro en veinte minutos.
—No exactamente. Pero, de todas formas, Nick, no somos capaces de avanzar tan rápidamente. Lo que hacemos es saltar al hiperespacio en un punto y salir de vuelta en otro. Pero, en lo que respecta a vuelos a través del espacio normal, no somos muy rápidos.
—¿Quieres decir que, en caso de que quisiéramos alcanzarlos, no podríamos hacerlo?
—Exacto.
—En ese caso, aunque el chindi siguiera volando sin hacer el salto, no podríamos ir ahí para sacar a Tor.
—Así es.
—Hutch —dijo Bill—, partiendo de la Propuesta Wilbur, y si mis cálculos de la masa del chindi son correctos, necesitará de una velocidad de cero punto cero siete siete tres por la velocidad de la luz para poder hacer el salto.
Lo que era bastante. Casi tres veces su velocidad actual.
—Gracias Bill —dijo.
Nick frunció el ceño. La confianza ciega de las primeras horas se había desvanecido.
—Supongo —dijo— que la Wilbur dará que hablar.
Les quedaban treinta segundos. Hutch volvió a hablar con Tor.
—Tor, estamos a punto de dar el salto. Parece que el chindi podría tardar aún un día o dos en hacer lo propio ¿Entendido? Un día o dos más, debido a la masividad de la nave. Actúa de un modo diferente a nosotros. Solo tienes que aguantar. No volverás a tener noticias de nosotros hasta llegar al otro extremo. Estaremos allí esperándote.
• • •
Tor escuchó la transmisión mientras se preparaba para dormir. Le preocupaba, pues significaba que tendría que pasar al menos un día más antes de que pudieran sacarlo de aquella tumba.
La cúpula de bolsillo parecía ya no ser la misma. No era simplemente que ahora la ocupase solo, que George hubiera muerto y Alyx se hubiera ido. Parecía que su interior se hubiera reducido, hubiera ganado rigidez, se hubiera vuelto más sofocante. Allí donde antes había reinado el bullicio, las risas y el optimismo, ahora parecía que cualquier sonido que pudiera hacer solo serviría para atraer hacia sí todo tipo de inoportunas atenciones. Las pasillos y las interminables series de cámaras lo rodeaban. E incluso cuando se atrevía a reparar en ello, también los más de cien pisos que discurrían bajo él. Se sentía abrumado por aquella enorme vacuidad. Había dejado de pensar en los pasillos como la Calle Principal, la Calle Barbara o la Calle Tercera o Undécima. Volvían a ser entes alienígenas, vacíos, silenciosos, oscuros. E idénticos unos a otros. Le chocaba que lo único diferente que hubieran encontrado en todo el complejo fuera la Zanja.
Y eso que, por lo que parecía, habían caminado muchos kilómetros.
Aunque estaba atrapado en un entorno en el que no había días ni noches, su metabolismo le hacía conservar los horarios. La primera noche se preparó su improvisada cama y la colocó contra la pared trasera, se retiró a dormir y apagó las luces, pero se quedó contemplando la oscuridad. En toda aquella enormidad, le parecía no sentir ni un solo movimiento.
Más tarde se despertó con la sensación de que algo lo había sobresaltado.
Encendió la luz y se quedó con los ojos abiertos, bajo su débil brillo, intentando saber qué podría haber captado su atención. No escuchaba ningún ruido. Nada se movía en la oscura cámara que era el mundo al exterior de su cúpula. En el interior, todo estaba como lo había dejado. La luz de encendido seguía brillando alegremente, señalando que los niveles de energía estaban dentro de los límites adecuados.
Debía de haber sido su imaginación.
Se irguió y colocó la palma de la mano contra la cubierta. Las vibraciones habían cesado. Al fin los motores se habían apagado, y el chindi, finalmente, había alcanzado velocidad de crucero.
¿Velocidad de crucero? Pero los Hazeltines siempre aprovechaban el suministro de los motores principales. No se apagaban antes de dar el salto. ¿Qué estaba ocurriendo?
Abrió un canal de su intercomunicador. Hutch se había ido, pero cabía la posibilidad de que Mogambo hubiera llegado a las proximidades del chindi.
—Longworth —dijo—, ¿estáis ahí?
La única respuesta que obtuvo fue silencio.
—¿Hay alguien…?
• • •
Había traído consigo un bloc de dibujo que había colocado sobre su caballete, fuera de la cámara. Finalmente se decidió a intentar captar la esencia de la situación. La roca y las puertas metálicas. El sentimiento de absoluta vacuidad más allá de la débil luz de iluminación. Como si fuera posible adentrarse en el pasillo para caminar hacia el olvido.
Sí, pensó, capturando las sombras.
Y aquella masa inimaginable que albergaba todas aquellas tinieblas.
Y el fantasma de George, atrapado allí para siempre.
Agudizó el oído, imaginando poder oír pisadas distantes.
Y así continuó trabajando hasta que le entró hambre. Entonces volvió al interior y comió profusamente. Dos sándwiches de pollo y algunos dónuts.
Antes de volver a salir, cambió la célula de energía.
• • •
El vuelo hasta RK335197 se prolongó a lo largo de algo más de tres días sin ningún sobresalto. Alyx se unió a Nick y a Hutch en el puente, y allí los tres rondaban la mayoría del tiempo, excepto durante las comidas. El control de misión se quedó desierto, habitado solo por ecos y sombras. Se acabaron los juegos y las simulaciones. A nadie le apetecían ya demasiado, e incluso para Nick fue difícil conservar su natural optimismo. No era que temieran por la vida de Tor, todos estaban convencidos de que el chindi llegaría al lugar estipulado antes o después, y que no tendrían problemas para llevar a cabo un rescate. Pero la pérdida de George les había afectado mucho.
En otro tiempo, Hutch se habría culpado a sí misma por las catástrofes sufridas. Pero había acabado aprendiendo que sus capacidades tenían un límite.
Y si la gente no atendía a razones…
Con todo, le seguía pareciendo que podría haber intentado persuadirlos con más convicción, quizá incluso sorteando el farol de George de asumir la responsabilidad del mando del Memphis.
Habían perdido al Predicador y a sus pasajeros con el Cóndor, a Kurt con el Wendy, a Pete y a Herman en Paraíso, y a George en el chindi. ¿De veras había valido la pena?
Para la gente que escribía los libros, y probablemente para la especie humana como conjunto, la respuesta era sí. Los descubrimientos que sucederían a lo acontecido tendrían un valor incalculable. La raza humana no volvería a contemplar las estrellas del mismo modo. Pero ella, personalmente, habría preferido dar la espalda a todo aquello, lo habría tapado con una sábana y lo habría dejado estar. Si eso hubiera servido para traer de vuelta al Predicador, e George y a todos los demás.
De noche daba paseos por el Memphis, recorriendo en silencio la distancia que separaba su camarote del puente, donde Bill conservaba un discreto mutismo.
Los demás parecían también descrientados. A veces los sentía de madrugada; Nick buscando un sitio en el que leer, en el que se sintiera menos confinado que en su camarote, o quizá simplemente menos solo, allí donde cupiera la posibilidad de encontrarse a alguien. Y Alyx, a quien podía escuchar a veces llorar a primeras horas de la mañana.
• • •
Mogambo era toda una montaña de frustración. El Longworth estaba llegando a las Gemelas, y el zorro, que así es como consideraba a la gigantesca nave, estaba escapando. Había comentado a Hutch que había considerado la posibilidad de cambiar de rumbo para dirigirse directamente hacia la S7, pero quería visitar Retiro. Al menos sabía que este no escaparía a ningún lado. Dio instrucciones a la capitana de que le informase nada más establecer contacto con el objeto. Él se presentaría de inmediato.
—Pero no mandes a nadie más a bordo —dijo con tono firme—. Rescata a tu hombre, limítate a eso. Es un objeto demasiado valioso para tener a gente rondando en su interior.
Hutch recibió también un extenso mensaje de Sylvia Virgil, que la felicitaba por los distintos descubrimientos y la instaba a proteger a sus pasajeros. A los pasajeros que le quedaban, pensó Hutch.
—No están acostumbrados a los peligros del campo de trabajo, y no queremos perder a ninguno más. No después de todo lo sucedido. La gente podría empezar a pensar que no sabemos cuidar a nuestros clientes.
Le recordó también que Mogambo asumiría el mando de la operación al llegar. Hutch debería hacer todo lo que estuviera en su mano para ayudarlo. Finalizó asegurando que no se iban a olvidar de ella cuando todo acabara.
Precisamente aquello era lo que más preocupaba a la capitana en aquel momento.
Virgil la informó también, casi de pasada, de que sus descubrimientos habían causado sensación en todo el mundo. La transmisión incluyó imágenes de debates, noticiarios y crónicas, y todos discutían los descubrimientos y su impacto. La directora añadió una transmisión interceptada a la red del chindi, que había sido el término utilizado por los medios de comunicación para describir la red de espías repetidores de datos entre mundos. Se pensaba que su existencia se remontaba varios siglos atrás, a pesar de ser señales vivientes. Todos, había dicho, se habían entusiasmado al ver las fotos de un lugar sin nombre conocido, que contenía imágenes encantadoramente bellas de una ciudad de cristal brillando bajo la luz del sol, edificada entre riscos, con vistas a un mar brumoso. El famoso analista de la CBY Creighton Wolford afirmaba que los humanos, después de varios intentos fallidos, tendrían que abandonar su pintoresca idea de ser el centro del universo. Toras Fleming pensaba que acabarían encontrándose maravillas tecnológicas en el interior del chindi. Habían empleado también ese mismo término navajo, que parecía apelar a los instintos de la población de coquetear con lo sobrenatural. Era probable, consideraba, que cualquier civilización viviente que pudieran encontrar fuera mucho más antigua que la nuestra, quizá por millones de años. La tecnología del chindi, según comentarios del New York Times, tendría consecuencias directas sobre la vida diaria de la población en general. En apenas unos años, continuaba diciendo, seríamos incapaces de reconocer nuestra propia civilización.
El Kassel Report afirmaba tener información confidencial de fuentes fidedignas que decía que no se había encontrado a nadie a bordo del chindi, pero que la misión ya había averiguado cómo manejar sus motores, y que ya se estaba conduciendo la gigantesca nave a la órbita terrestre. Nadie daba crédito a los desmentidos oficiales. La propia Virgil se mostraba suspicaz.
—Espero que esa historia no tenga nada de cierto. Por favor, confirmadnos algo al respecto.
Se había corrido el rumor de que habían encontrado algo terrorífico a bordo del chindi, y que ya había salido hacia la zona una segunda misión compuesta por efectivos militares, dispuesta a atacar a la nave alienígena con misiles nucleares.
Algunos políticos prometían que no se permitiría al chindi acceder a las proximidades de la Tierra. Otros aseguraban que nadie tenía motivos para preocuparse.
Incluso circulaba una historia que clamaba que la tripulación del chindi había sido encontrada muerta por una plaga misteriosa y virulenta. Y también que la nave gigante, así como la misión de George Hockelmann, habían sido puestos en cuarentena.
Virgil recordó a Hutch que un equipo del medio informativo Black Cat había salido ya de Avanzada y, probablemente, estaría llegando a Géminis. La capitana debía asegurarse de que su gente estuviera dispuesta para las entrevistas.
Además también había correo personal, que Hutch se encargó de repartir debidamente. Había varios mensajes destinados a George.
Tor recibió catorce. Ninguno tendría desperdicio. La comunicación interestelar era demasiado cara para permitirlo. Todo sería correspondencia personal o profesional. La capitana la pasó a su buzón personal, donde se quedaría esperando su vuelta.
Alyx recibió una invitación para hablar con un grupo de investigación parisino en una cita que posiblemente no podría atender. Pagaban bien, y la exposición le sería de ayuda, pero se lo tomó con filosofía.
—Estoy viva —dijo—. Si la misión acaba aquí, lo que sí puedo decir que he adquirido es cierta perspectiva sobre mis prioridades.
Hutch no tenía demasiada correspondencia privada. Se estaba constituyendo una comisión para estudiar la pérdida del Wendy Jay, simple rutina que ya había estado esperando. Ella había estado presente, y querían que testificase.
Su madre había leído que su misión se había cobrado bajas, y le rogaba que tuviera cuidado. Un par de antiguas parejas aprovechaban la oportunidad para saludarla y desearle que todo fuera bien. Omega Stylind, El Último Grito en Modas, le ofrecía un lucrativo contrato promocional. Y alguien que estaba escribiendo un libro sobre el chindi afirmaba desear entrevistarse con ella cuanto antes. Era uno de los periodistas que iba camino de Géminis, aunque no decía cuándo ni cómo llegaría.
Emergieron en la 97 tres días después de haber saltado al saco. La cuenta atrás del reloj de Tor marcaba cuatro días y veintidós horas.
Lo primero que hizo Hutch fue preguntar a Bill si captaba alguna señal. Era muy improbable que el chindi les hubiera tomado la delantera, pues la teoría dictaba que cualquier vehículo al moverse por el hiperespacio viajaba a la misma velocidad relativa que el continuo espacio tiempo. Claro que esa era la teoría, y si el chindi poseía como creían tecnología avanzada, ¿quién podía saber de lo que sería capaz de hacer?
De cualquier modo, la respuesta de Bill no constituyó ninguna sorpresa:
—No recibimos señal de nuestro transmisor. —Entonces apareció en pantalla, en un primer plano, con mirada grave—. Pero estamos recibiendo una llamada de socorro.
Nick entornó los ojos.
—Creo que Bill tiene una avería —dijo.
Estaban a cientos de años luz, al exterior de la burbuja. En un lugar que nunca nadie antes había visitado.
—¿Bill, cómo puedes saber que es una llamada de socorro? —preguntó la capitana.
Entonces Bill se hizo presente en la habitación, en versión de Realidad Virtual, con pantalones blancos, una camisa de color azul marino y un ancla bordada en un bolsillo sobre el pecho.
—Está en inglés —dijo.