Capítulo 27

Los que ensalzan las dichas y bondades de la soledad no la han probado nunca. Ningún hombre es buena compañía para sí mismo.

Gregory MacAllister,

"Nieve Virgen", Memorias, 2221

Tor estaba a los pies de la pasarela, a salvo ya de las fuerzas de aceleración, con la cabeza apoyada contra uno de los travesaños. Y a pesar de todo, agarrándose con fuerza.

Había visto a George alejarse flotando. En su rostro, una mueca de espantoso terror: sus ojos como puntitos, los labios retorcidos ante la certeza de que todo había ido mal.

Fuera de su alcance. Había estado fuera del alcance de Tor, retrocediendo lentamente como una luna fugitiva.

—Está muerto —informó una voz de Hutch enojada e inculpadora.

—Sigue buscando. No te preocupes por mí, sigue buscando.

Tor, lo he visto morir.

No era posible. No George, aquel que había dado muestras de vivacidad desde el primer día. Tor apretó con fuerza el travesaño y pensó en mandarlo todo a paseo. Al infierno con todo. Poco a poco, fue siendo consciente de que la presión sobre su brazo era cada vez mayor. La impresión de que el mundo se había torcido, de que se estaba girando ante sus ojos, no era una aberración mental, como había supuesto en un principio. La Calle Principal se estaba torciendo hacia abajo, hacia la Calle Primera. Hacia la Zanja.

Es la aceleración —dijo Hutch.

Cada vez era mayor, y Tor empezó a preguntarse si el campo atenuador sería suficiente. Si el chindi no lo compensaba, estaría en graves problemas.

—¿Puedes sacarme de aquí?

No. No hasta el final del viaje.

Ya apenas le quedaba una pizca de toda aquella seguridad que había tenido en sí mismo unos minutos atrás.

—¿Y cuándo crees que será eso?

No hay modo de saberlo.

—Bueno, al menos ahora para llegar a la cúpula todo el camino es cuesta abajo.

—Tor —dijo Hutch—. ¿Estás bien?

—Supongo. ¿Estás segura de que ha muerto? Desde aquí no veo nada.

Sí. Estoy segura.

—¿Pero tienes a Alyx, verdad?

Alyx está a bordo.

Tor apagó su linterna y se quedó en la oscuridad, agarrado a la pasarela. La inclinación parecía haberse estabilizado, y pensó que el ángulo era suficientemente bajo como para permitirle regresar de vuelta a la cúpula. E iba a tener que hacerlo en breve, para rellenar su suministro de aire.

Después de un momento, la nieve dejó de caer por la escotilla y reaparecieron las estrellas. Había tres especialmente brillantes que formaban un triángulo de un blanco esplendoroso, fijadas en la parte central de agujero que él mismo había hecho. A pesar de la aceleración de la nave, la posición estanca de los astros creaba la ilusión de que esta no se estaba moviendo, de que no iba a ninguna parte, de que Hutch podría venir a recogerlo cuando le viniera bien.

—¿Tor, cómo vas de aire? —Su voz sonaba como si estuviera justo a su lado. Hablaba con susurros y, en cierta forma, apasionadamente, como él había imaginado que sucedería, solo para él. En su mente flotaban imágenes de su suave piel, sus labios, sus ojos azules cristalinos. Increíblemente, en la infinita oscuridad del interior del chindi, yendo a Dios sabía qué sitio, la imaginó a su lado, mullida, consoladora, sumisa.

De un modo en que él nunca la había conocida.

El oxígeno cada vez le llegaba con menos presión. Tenía suministro para seis horas en sus tanques, y llevaba fuera mucho tiempo. Sin embargo, no deseaba abandonar las cercanías de la compuerta de salida. No quería volver a las profundidades del chindi.

—Mmm, no habría forma de recogerme una vez abandone la Granizada, ¿verdad?

No es muy probable, no mientras siga acelerando.

—¿No puedes igualar su velocidad?

Más allá de la salida, el oscuro cielo se antojaba apacible. Era complicado creer que no pudiera salir ahí fuera. Agarró la llave inglesa de su traje, trepó por la pasarela hasta estar a medio metro de la abertura y la arrojó fuera. Dio contra la parte posterior de la compuerta, y literalmente se desvaneció.

—Creo que tienes razón —dijo.

¿Entonces volverás a la cúpula?

Tor contempló la oscuridad, pasillo abajo.

—Sí.

¿Tendrás de sobra para llegar hasta allí, verdad? Aire.

—Tengo bastante. —Entonces volvió a encender su lámpara. La cúpula estaba a un buen paseo. Hacia la parte trasera, ahora todo cuesta abajo. Se soltó de la pasarela e intentó dar un par de pasos de prueba, luchando contra el impulso de echarse hacia el frente para aprovechar al máximo la inclinación. Con tan poca gravedad era algo posible. Allí era mucho más ágil de lo que nunca habría sido en casa. Pero era justo ahí donde estaba el peligro.

De cualquier manera, le sobraba el tiempo.

Tor, regresaré a por ti. En cuanto la nave regrese a velocidad de crucero.

Si es que regresa. Imaginaba que podía escuchar ecos en los amplios pasillos, y se preguntaba si su mejor alternativa, una vez que rellenase los tanques de aire, sería ir en busca del piloto, alcanzar lo que en aquella monstruosidad pudiera asemejarse más a un puente de mando y presentarse allí. Hola. Me llamo Vinderwahl, y resulta que me he quedado atrapado en vuestra nave. Os pido mil verdones. ¿Sería mucho pedir que me llevarais de vuelta? ¿O quizá que me dejarais en algún sitio adecuado?

Prestaba atención a la conversación que mantenían Hutch y Nick, que sonaba cada vez más lejana. El segundo estaba preocupado escuchando a Hutch luchar por abrirse paso en la tormenta, recibiendo informes de daños, sensores que se habían estropeado, mal funcionamiento en los motores causado por el sobrecalentamiento. Entonces comprendió la inutilidad de la búsqueda de George, cómo Hutch era incapaz de ver nada que estuviera más allá de unos pocos metros, y la furia que desprendía la Granizada. Un nombre inocente para una tormenta de nieve de una magnitud semejante. Escuchó y sintió el clang cuando Hutch chocó contra un fragmento de hielo.

Empezó a bajar por la Calle Principal, yendo de una puerta a la siguiente. Daba gracias a la presencia de las arandelas, que le suponían algo a lo que poder agarrarse.

Casi una hora y cuarto más tarde alcanzó la cámara en la que habían dejado la cúpula. Ésta se había desplazado a la parte izquierda de la habitación, y yacía apoyada contra la pared.

Se escurrió hacia su interior, a través de la cámara estanca, y se alivió al comprobar que aún conservaba la energía que la mantenía en funcionamiento. Todo lo que no había estado sujeto estaba agolpado contra la pared: sillas, una mesa, comestibles, el equipo de registro. Apagó su traje y respiró profundamente. Entonces encendió las luces, las bajó un poco y se sentó sobre la cubierta.

Era desesperante. Los vientos habían amainado y la tormenta se había desvanecido, pero la Granizada y la nieve seguían ocupando la órbita que el chindi había habitado. No había rastro de George, y no había modo sencillo de iniciar una búsqueda. En el cielo no parecía haber otra cosa que granizo. El Memphis empleaba sus sensores de largo y corto alcance, pero Hutch recibió el abrumador resultado de un millón de contactos.

No desesperó, y siguió buscando. A pesar de lo que había dicho a Tor acerca de la certeza de que era imposible que George hubiera sobrevivido, siguió buscando hasta bastante después del tiempo que le hubiera permitido mantenerse con vida su suministro de aire.

Durante todo aquel tiempo, Alyx permaneció sentada, en silencio, a su lado, con su habitual efervescencia sometida por los acontecimientos y también por los calmantes.

—Se detiene la búsqueda —informó al fin a Bill y a Nick—. Regresamos.

La imagen de Nick se formó en la pantalla, se disolvió y volvió a formarse una vez más. La recepción de imagen de la lanzadera tendría que esperar su turno en las reparaciones.

—Hutch, lo siento —dijo después de estar un buen rato dudando.

—Lo sé. Todos lo sentimos. —¿No había dicho ella ya eso antes? Entonces pensó que la insensatez no tenía límites. Sabía que, de vuelta a casa, los expertos dirían que el valor de la información extraída del chindi era incalculable, que merecía la pena pagar con unas pocas vidas si ese era su precio. Casi podía escuchar las palabras alentadoras de Sylvia Virgil, Vidas perdidas en pos de la ciencia, o algún tópico parecido. Virgil sabía ser siempre alentadora y elocuente cuando se enfrentaba a las tragedias ajenas.

¿Habría valido la pena?

Porque, además, parecía que aquel precio no dejaba de subir.

Ya ha sido suficiente, se prometió a sí misma. Ya ha sido suficiente.

—Bill —dijo—, activa el busca. —Se estaba refiriendo a la señal rastreadora del chindi.

Ya lo había hecho —respondió Bill—, la recibimos con total nitidez.

Alyx le pasó la mano por el brazo.

—¿Hutch, estás bien? —preguntó.

Lo estaba.

—¿Vamos a rescatarlo?

—Sí, de un modo u otro.

Bill apareció en pantalla.

Tienes a Mogambo en línea. Quiere hablar con Tor.

—Dile que la recepción no es buena.

¿Hutch? ¿Estás segura?

—¿Qué retardo tiene el circuito, ida y vuelta?

Unos diez minutos.

—Perfecto. Pásamelo.

—Antes…

—¿Sí?

El chindi ha abandonado la órbita. En breve deberíamos poder conocer su destino.

• • •

Los aristocráticos rasgos de Mogambo lucharon con las turbulencias para aparecer en la pantalla de Hutch y, en realidad, a ella le pareció que con las interferencias su imagen ganaba bastante. Desde luego, a aquel chico no había obstáculo que pudiera ponérsele por delante.

Hutchins. Quiero un informe del estado en que se encuentra el grupo del chindi. ¿Qué está ocurriendo?

—Ésa cosa se ha puesto en marcha, para irse. Intentamos evacuar a nuestro grupo, pero perdimos a George. En este momento tengo a uno de ellos conmigo y el otro está atrapado a bordo.

Hutch se reclinó para aguardar el retorno de la señal. Alyx observó la imagen en pantalla.

—Es bastante vehemente —dijo.

Entonces, en un claro de la tormenta, pudo ver algunas estrellas en el cielo. Incluso brevemente, a Cobalto. Por fin, Mogambo estuvo de vuelta.

Siento lo de George. Pero ahora debemos centrarnos en nuestro objetivo. Es del todo vital que no perdamos contacto con la Nave. —Al pronunciar esta última palabra le dio especial énfasis—. Si se nos escapa, sería un desastre de proporciones gigantescas.

Por no mencionar, pensó Hutch, que Tor estaba atrapado en esa maldita cosa.

La lanzadera se abrió paso hasta abandonar la Granizada. Hutch observó los cielos en busca del chindi. Para entonces, la nave no era más que una estrella que menguaba rápidamente.

—Probablemente —dijo— debería estar en nuestras manos establecer hacia dónde salta. Además hemos dispuesto un transmisor en su casco, así que podremos rastrearlo.

Hutch puso fin a la transmisión y miró a Alyx.

—¿Qué opinas? —preguntó.

—¿De él? —Estudió la imagen que aparecía congelada en la pantalla—. Parece un tipo bastante serio.

—Sí. Lo es.

—No quisiera tener que compartir un largo viaje con él. Preferiría mil veces a George.

—Lo siento mucho —dijo Hutch.

—Lo sé. Vi lo que ocurrió. Hiciste todo lo que estuvo en tu mano. —Tenía los ojos vidriosos. Hutch tuvo que prestar mucha atención a sus palabras para entender del todo lo que decía—. ¿Cuánto tardaremos en recuperar a Tor?

—Ni idea.

—El suministro de aire de la cúpula de bolsillo depende de las células de energía. O de una célula de energía, tampoco lo sé exactamente. —Parecía preocupada—. Tiene bastante, pero no sé el límite de tiempo del que dispondremos.

—Unos seis días por célula —dijo Hutch amablemente.

Alyx asintió.

—Creo que voy a dormir un poco. Si te parece bien.

Entonces se fue.

Mogambo estaba de vuelta.

No pareces estar muy segura respecto a la persecución del chindi. ¿Qué tanto por ciento de probabilidades tenemos de poder volver a dar con él?

¿Y cómo podía ella saberlo?

—Carecemos de información suficiente en este momento, profesor. Hasta que no realice el salto, no podremos ubicar su destino.

Al regresar, Mogambo tenía aspecto sombrío.

Hutch, espero que entiendas lo que está en juego. No podemos permitirnos que esa cosa se nos escape. Asumo que aún mantenemos el contacto con, mmm, ese como se llame, ¿Camby? Me refiero a ese artista. Bueno, en cualquier caso, quisiera comunicarme con él.

—Se llama Kirby —dijo Hutch—. ¿Y puedo preguntar para qué?

Mientras aguardaba la respuesta, abrió un canal con Tor.

—¿Qué tal todo?

Bien. Estoy ya en la cúpula.

Hutch apenas podía escucharlo.

—¿Va todo bien? Quiero decir, aparte de lo evidente.

Todo va perfectamente. Tengo comida, agua y aire.

—¿Algún problema con el suministro de energía?

Me queda justo un día para cambiar las células. —Entonces dejó de hablar por un momento—. Veintidós horas en realidad. —Lo que significaba una semana en total antes de que se le agotase la energía.

Hutch activó un marcador para que llevara la cuenta del tiempo.

—Muy bien. Estamos siguiendo la pista al chindi. En cuanto averigüemos sus planes, te informaré. Entretanto el profesor Mogambo quiere hablar contigo.

¿De verdad? ¿Por qué?

—Ni idea. Pero ten cuidado con lo que te comprometes.

• • •

Una conversación que entre respuesta y respuesta se interrumpe diez minutos Llevaba sa tiempo. Hutch sospechaba que Mogambo quería que Tor pasara el tiempo que le quedaba a bordo del chindi explorando e informando tanto como fuera posible. Hasta ser rescatado o quedarse sin aire.

Ya estaba próxima al Memphis. Nick volvió a hablar por el intercomunicador para intentar levantarle el ánimo, y Bill apareció en una esquina de su pantalla de navegación.

Aún sigue acelerando —informó.

Hutch se preguntaba cuánto tiempo tardaría el chindi en prepararse para el salto. El Memphis requería de unos catorce minutos para que sus motores de fusión suministraran suficiente energía a los Hazeltines. ¿Pero, y el chindi? Con toda aquella masa gigantesca… ¿Quién podía saberlo? Quizá le harían falta un par de días.

—¿Bill, seguimos sin saber su posible destino?

Creo que vas a tener suerte. Parece que sea una estrella local, la RK335197.

—Gradas a Dios. Podremos llegar con un salto.

Pero estaremos en el quinto infierno. A noventa y siete U. A. de la luminaria central del sistema.

Qué raro.

—¿Estás seguro de que no van a otro sitio? ¿A otra estrella que esté más hacia el interior?

Ése vector no coincide con ninguna otra estrella, Hutch. A menos que abandone la galaxia.

—¿Cómo de lejos esta la 97?

Cerca. A cuarenta y dos años luz. —Tres días de viaje.

—De acuerdo —dijo—. En cuanto vuelva nos pondremos a perseguirlo. Quizá incluso tengamos aún más suerte y su destino esté en este mismo sistema. ¿Has considerado esa posibilidad?

Por supuesto. —La voz de Bill sonaba ofendida—. Pero en caso de que así sea, no concibo cuál podría ser su objetivo.

Las puertas del muelle de carga se abrieron para recibirla, y la lanzadera entró en el Memphis. Entonces, aprovechando la baja gravedad, Hutch llevó a Alyx hasta su camarote y la dejó en la cama, durmiendo.

Nada más regresar al puente, marcharon en pos del chindi.

• • •

Quiere que averigüe el modo de sabotearla —dijo Tor.

A Nick se le escapó una carcajada.

—¿Y cómo pretende que hagas algo así? —preguntó Hutch.

Encontrando la sala de máquinas y trinchándola con la cortadora. —La señal se hacía cada vez más débil. El chindi se alejaba.

—¿Y sabes dónde está esa sala de máquinas?

No tengo ni idea. No creo que sea consciente de lo grande que es esto. Creo que necesitaría coger un autobús para llegar hasta ella.

—¿Y no se da cuenta de que podrías saltar por los aires junto con la nave?

No considera que cortar unos cuantos cables, o lo que sea, pueda constituir un grave peligro.

—Es como un libro abierto.

Intenté decirle que la nave es demasiado grande como para que pueda encontrar nada parecido a la sala de motores. Ni aunque supiera dónde buscar.

—¿Y él te respondió…?

Que mi obligación es intentarlo. Dice que los motores son grandes, y que están en la parte trasera, que cómo no iba a poder dar con ellos. Hutch

—No te preocupes. Hablaré con él.

Como quieras. Pero no tengo ninguna intención de cortar cables a esta cosa.

—Tor, creo que lo que dices es lo más prudente.

¿Tenéis ya alguna idea de hacia dónde me dirijo?

—En realidad sí. Si va donde creemos, será un vuelo de unos tres días. Cuando llegues estaremos justo detrás de ti, y entonces te sacaremos de ahí.

Genial —dijo—. Cuento con vosotros.

Pero la duda seguía siendo, ¿por qué iba el chindi hacia una región tan remota de un sistema? A noventa y siete U. A. de su sol. Eso era más de dos veces la distancia a la que estaba Plutón del Sol.

Hutch, he calculado el momento en el que dará el salto, suponiendo que disponga de tecnología Hezeltine común y ajustando el resultado para su masa.

—¿Cuándo será? —preguntó ella.

Dentro de ocho horas y diecisiete minutos.

—Muy bien, Bill. Gracias.

¿Quieres que ajuste nuestra transición a la suya?

Hutch consideró la idea, y decidió que no tenían nada que perder.

—Sí, por qué no. Queremos acabar con todo esto cuanto antes.

Muy bien.

—Por ahora, mantén el rumbo. —Seguiría acelerando, alejándose de ellos a buen ritmo, pero no había nada que pudieran hacer al respecto. Todo iría bien mientras pudieran mantenerlo dentro del alcance de su sensor. Hutch hizo una señal a Nick—. Te encargarás del comunicador.

—¿Yo? ¿Pero qué hago si ocurre algo?

—Decirle a Bill que corra.

Entonces Hutch bajó a su camarote y empezó a redactar un mensaje a la Academia, informando de la muerte de George.

• • •

Tor estaba sentado en la cúpula, resistiendo el impulso de llamar al Memphis. Deseaba escuchar una voz humana, pero si llamaba sería Hutch quien contestaría, y quería hacerle creer que todo iba bien, que podría superar aquella situación sin ayuda, que no le afectaba en absoluto el gran vacío que tenía a su alrededor.

Dejó una linterna encendida. Había intentando permanecer sentado en la oscuridad, cualquier cosa con tal de ahorrar energía, pero decidió que acabaría volviéndose loco quedándose a oscuras. Aún intentaba sobreponerse a la muerte de George cuando sintió el comunicador.

¿Qué tal va todo? —Era la voz de Hutch, alegre y optimista. Casi. No era suficientemente buena actriz para ser convincente.

—Estoy bien. No me puedo quejar de las comodidades. —Las ventanas de la cúpula daban a una oscuridad semejante a la de un pozo. Más oscuro de lo que le había parecido anteriormente—. No puedo quitarme a George de la cabeza.

Ni yo. —Su voz la delataba. Entonces se interrumpió un momento—. Espero que pensase que mereció la pena.

Era imposible no percatarse de su resentimiento. Lo estaba culpando. Pero decidió dejarlo pasar.

—Si no hubiera subido a bordo, si no hubiera insistido, Hutch, lo habría estado lamentando toda su vida. —Entonces pensó qué debía decir a continuación, dudó por un momento, y continuó—. Murió haciendo lo que le gustaba. Probablemente sea todo lo que alguien puede pedir.

Eso me gustaría pensar —dijo—. Pero ha llegado un punto en el que demasiada gente parece morir haciendo lo que le gusta.

—Hutch, lo siento mucho. Lo siento por él y por ti. Por todos.

Lo sé. —Su voz se había tornado más dulce.

—Lo único que no lamento es haber venido. Me alegra haber estado aquí para pasar por todo esto.

Una experiencia para toda la vida.

—Así es. Y me alegra haber podido volver a verte.

Gracias, Tor.

Estaba teniendo problemas para evitar que la voz le temblara. Priscilla Hutchins no era una chica tan dura después de todo.

—De todas formas, desearía que las cosas hubieran sucedido de otra forma.

Yo también —dijo Hutch—. Escucha, tengo que cortar. Debo ocuparme de algunas cosas aquí.

—Muy bien.

Una vez des el salto, deberías estar en el hiperespacio algo menos de tres días, suponiendo que hagan uso de la misma tecnología. Ya estarás al tanto.

—Sí, ya lo sé.

Podrás manejarte con más facilidad, porque no tendrás que preocuparte por la aceleración. Pero espera maniobras una vez que llegues a tu destino.

—Entendido.

No podré comunicarme contigo mientras estés en el saco.

—¿El saco?

En el hiperespacio. —Parecía muy tranquila—. Cuando aparezcas al otro lado, probablemente tardaremos algo en encontrarte.

—Entiendo.

Puede que un par de días. A lo mejor un poco más. Los sistemas solares suelen ser bastante grandes.

—Tómate tu tiempo. No iré a ningún lado.

Tor, eres un encanto. —Entonces cortó la comunicación.

Eres un encanto, aquello era lo mejor que parecía poder conseguir.

• • •

Rellenó su depósito de oxígeno y fue a dar un paseo, inclinándose para compensar la aceleración. Conocía cómo operaban las superluminares. Aceleraban durante unos cuarenta minutos aproximadamente, y entonces llegaba el turno del segundo juego de motores. Era fácil darse cuenta, pues emitían un zumbido que podía oírse por toda la nave. Pero aquella cosa llevaba ya tres horas acelerando. ¿Por qué no habían saltado aún?

Bajó por un pasillo que nunca antes había visto, y no se molestó en darle ningún nombre. Abrió varias cámaras vacías antes de toparse con un holograma. Estaba en una playa, con la luz brillando sobre las olas. Pero la imagen estaba congelada. A diferencia de las imágenes que había visto en las demás estancias de la nave, esta estaba en pausa.

En la sala estaban las habituales sillas para observar la escena, eran seis y estaban situadas a un lado. Tor se recostó en una.

Una criatura vagamente humanoide aparecía sentada en la arena. No vestía ropa alguna, al menos no que Tor pudiera distinguir, pero tenía un libro abierto con sus dedos triarticulados y bronceados. Sus ojos eran dorados, y perecía sentirse abstraído por el tratado. Quizá hubiera empezado a entender algo. Algo de importancia.

A su izquierda se alzaban unas montañas y una enorme estructura con torres y pasarelas, todo salpicado con banderas. Parecía la clase de lugar al que se lleva a los niños en un parque de atracciones. A lo lejos, en el horizonte, surcaba el cielo una enorme nave de diseño incierto.

No tenía ni idea de qué significado sacar a aquella escena. Sin embargo, no dejaba de contemplarla, complacido al encontrarse en un paisaje tan sosegado. Al cerrar los ojos, imaginó poder escuchar las olas.