Hasta que las locuras resulten ruinosas, el mundo estará mejor con ellas que en su ausencia.
George Savile (Marqués de Halifax),
De Política, Moral y Otras.
Reflexiones, C. 1690
Alyx se había equivocado. En cuanto vio a George y a los demás desaparecer por la escotilla hacia el interior del chindi, lo supo con certeza. Desconocía la naturaleza de su error, pero sabía que lo que menos quería era quedarse sola en el Memphis, mientras perdía por completo de vista a la gente con la que tanto había intimado en las últimas semanas.
¿Y si les había pasado algo? ¿Y si no volvían? La masa tan increíblemente enorme del chindi era espantosamente desalentadora, como un lugar del que no cabía esperar otra cosa sino que se tragase a la gente. ¿En qué momento se suponía que debía pedirle a Bill que le llevara de vuelta a casa?
Transcurridas seis horas, una vez que se consumieran los suministros de oxígeno.
Cuando sus voces se fueron apagando y el ruido de fondo de la conexión se interrumpió, Alyx sintió una premonición, una señal de cómo iban a transcurrir las cosas. No era supersticiosa, no creía en esas cosas, pero la experiencia le estaba resultando aterradora. Se sentía en una simulación de terror, esperando sola mientras la banda sonora ganaba intensidad, el tempo se aceleraba, la partitura se hacía más grave, como solía suceder cuando acechaban las sombras.
Subió al puente y fue a sentarse al sillón de Hutch. Eso le hacía sentir que podía ejercer algún tipo de control sobre los acontecimientos. Bill mantenía una imagen de la escotilla abierta en pantalla, y Alyx no dejaba de contemplarla, esperando que alguien saliera por el pequeño hueco que habían cortado en la compuerta.
Había esperado que estuvieran allí abajo unos cuantos minutos, que echaran un rápido vistazo, lo suficiente para poder decir que habían estado dentro, y regresaran. Pero debía haber sabido que George no se conformaría con eso. Estaba asustado, tanto como ella, y de haber tenido que ir solo, seguro que no se habría atrevido ni a acercarse. Pero se había comprometido, y quizá no lo estuvieran tomando tan en serio como habrían debido. Puede que hubiera sentido que dudaban de su valor. No estaba segura. Pero Tor también lo había alentado, e incluso Nick, que ella pensaba que lo conocería mejor.
Abordar el chindi había sido una insensatez. No había otra forma de decirlo.
Muchos estudios clásicos sostenían que los grupos compuestos exclusivamente por mujeres solían adoptar decisiones más inteligentes que los exclusivamente formados por hombres, aunque los peores de todos en cuanto a eso habían resultado ser los mixtos, y con diferencia. Parecía que, estando mujeres presentes, la testosterona se hacía con el mando de la situación y los hombres asumían más riesgos de los que habrían tomado de no ser así. Del mismo modo, las mujeres en los grupos mixtos tendían a asumir sus roles establecidos, volviéndose más pasivas y acatando cualquier mal juicio de los hombres.
Alyx había participado en una ocasión en un ejercicio de empresa en el que varios grupos formados por cinco personas, de diversas configuraciones, eran abandonados a su suerte en una jungla en la que se suponía se había estrellado su avión. Aunque la prudencia dictaba que debían quedarse junto al avión, el grupo mixto había votado por adentrarse en la selva, donde los tigres acabaron con ellos.
Si los tres hombres del chindi hubieran sido reemplazados por mujeres, Alyx sabía bien que habrían esperado pacientemente la llegada de Mogambo, para dejar que fuera él quien asumiese los riesgos. Y si eso suponía dejar que se llevara todo el mérito, pues no importaba. Habría, según creía Alyx, más que de sobra para todos.
Podría ordenar a Bill que hiciera regresar la lanzadera, utilizarla ella para ir hasta el chindi y allí arrodillarse junto a la escotilla —pero nunca entrar—, para tratar de comunicarse con el grupo.
Pero siempre cabía la posibilidad de que tuvieran que salir de allí a toda prisa.
Y si eso ocurría mientras la lanzadera estaba en el muelle de carga del Memphis…
Así que decidió esperar. Preguntó a Bill qué pensaba que podría estar sucediendo. A diferencia de Hutch, ella estaba preparada para aceptar la ilusión de que hubiera realmente una personalidad allí, entre transmisores y repetidores. Pero Bill, por supuesto, sabía lo mismo que ella. Y admitía no tener intención de adivinar lo que debía estar ocurriendo. No pensaba que fuera a servir de nada.
La lanzadera flotaba próxima a la escotilla. Parecía desamparada y abandonada. Una luz parpadeaba al frente, por la parte baja y cerca de la zona que albergaba los rodamientos para el aterrizaje, ahora recogidos. En la cabina había un tenue brillo verdoso, probablemente procedente de los paneles de mando. Habían dejado la cámara estanca abierta. Nadie comentó nada al respecto, pero estaba claro que era para facilitar un rápido acceso a la nave.
Se preguntaba si el chindi tendría armas.
—¿Hace cuánto tiempo que entraron? —preguntó a Bill.
—Veintisiete minutos.
Se puso una taza de café y la posó en la mesa. Le dio un solo sorbo y la olvidó por completo.
• • •
De haber dudado, de haberse parado a pensar lo que estaba haciendo, Hutch nunca habría actuado así. Era una acción demasiado temerosa. Pero no había tenido tiempo de pensar, la ventana de la oportunidad se estaba cerrando y se le acababa el tiempo. Hazlo ahora u olvídale.
Y decidió saltar a la oscuridad, a las profundidades del chindi.
Había intentado saltar justo al centro de la sima, apartada de las paredes, las mismas que ahora veía pasar a toda prisa a la luz de su linterna.
Por el comunicador le llegaban los gritos desesperados de Nick, y las voces frenéticas de Tor y George. Le gritaban a ella.
Llamándola.
Caía. Las paredes, rugosas, resquebrajadas, oscurecidas, se disolvían en una mancha borrosa. No tocar. Distinguía apenas como un parpadeo otros pasillos. La luz de su linterna se encontraba por un momento con ellos, y en una o dos ocasiones creyó distinguir luces que no eran la suya.
Luchó por combatir el pánico que trataba de apoderarse de ella.
Debía tranquilizarse.
—Nick.
Su compañero se esforzaba por respirar.
—Nick, no apagues la linterna.
Solo había una explicación para la reaparición de Nick. La sima debía ser un conducto gravitatorio, como aquel por el que se había adentrado en el Wendy. Conductos gravitatorios que, al ser activados, anulaban la gravedad artificial. Eran utilizados para trasladar cargas pesadas y personas de una cubierta a otra, en condiciones de gravedad cero.
Pero el chindi no era el Wendy Jay. Era muchísimo más grande, y por eso Nick había sido devuelto. El conducto atravesaba por completo la nave, de arriba abajo. Solo que no parecía haber ningún abajo.
En las naves de la Academia, los generadores de gravedad estaban ubicados en la cubierta inferior. Pero el chindi era demasiado grande. Según sus cálculos, debía de haber una cubierta que ocupara toda la parte central en la nave, y la gravedad sería generada hacia tedas partes desde esa sección central. Desde ambos lados de esa cubierta podría mirarse hacia arriba. El chindi no tendría cubiertas inferiores. Todo iría hacia arriba.
Nick había atravesado la cubierta central, había ido perdiendo aceleración gradualmente, había alcanzado el final de su trayectoria y había caído de vuelta. Se había convertido en una especie de yoyó humano, subiendo y bajando.
—Estoy detrás de ti —dijo.
—¿… me está ocurriendo? —Hutch apenas podía reconocer su voz.
Entonces sintió un repentino vaivén, semejante al sentido al completar una veloz maniobra con la lanzadera. La fuerza gravitatoria pareció abrazarla momentáneamente, para soltarla enseguida. Empezaba a frenarse. Moviéndose hacia arriba.
—Estoy contigo Nick, estoy llegando ya.
Había atravesado la cubierta central y ahora subía por la sima, perdiendo velocidad. Iba bocabajo, con los pies hacia arriba, y sus instintos le decían que se diera la vuelta. Su cuerpo quería invertir su posición.
No.
En penas unos momentos, Nick llegaría al extremo y empezaría a caer de vuelta. Debía cruzárselo sin chocar.
—Nick, ahora quiero que cierres los ojos.
—¿Cómo dices? ¿Hutch… estás?
—Cierra los ojos.
—¿Por qué?
—¡Hazlo! —Si Nick la veía venir, empezaría a hacer movimientos bruscos para evitar el choque. Y eso era lo último que quería.
—Cerrados —le respondió.
—Genial. —Podía ver la luz de su linterna por encima de ella en medio de la oscuridad. Haciéndose más y más brillante.
Parecía estar justo sobre ella.
Lo veía acercarse. Sabía que era una ilusión. Ambos aún estaban ascendiendo, se dijo. Pero ella a más velocidad.
Cada vez le ganaba más terreno.
Entonces la luz distante se hizo mucho más brillante. Nick había empezado a caer de nuevo.
—Manten la sangre fría, Nick.
Cada vez iba más rápido. Era imposible fijar la vista. Echó un rápido vistazo a su alrededor, a las paredes que parecían frenarse. Ahora podía distinguir en ellas de nuevo las grietas y las manchas. En ese momento encendió la mochila propulsora, impulsándose hacia una esquina. ¡Lo había adelantado!
Tenía la pared peligrosamente cerca. Utilizó otra ignición de la mochila para apartarse.
—Nick —dijo—. Ya puedes mirar.
Hutch alcanzó su apogeo y empezó a caer. Todavía cabeza abajo. Idealmente, debería haberse dado otro impulso con el propulsor para acelerar un poco, pero ya se estaba acercando a Nick a una velocidad de vértigo, y apenas podía controlar los nervios.
Las paredes volvieron a convertirse en una mancha borrosa.
Hizo un rápido cálculo mental: la sima debía de tener ochocientos metros de arriba abajo, y en toda su extensión parecía recorrer un laberinto de cubiertas y compartimientos. Suponiendo que las cubiertas estuvieran separadas por unos cinco metros, salían ciento sesenta cubiertas.
El mundo volvió a estar boca arriba, y Hutch sintió un gran alivio. Se sintió otra vez estrujada y luego liberada, en una sensación tan breve que interpretó como el momento en que atravesaba el nivel de gravedad cero.
Pero al fin estaba boca arriba, y su ascenso aún no se había acelerado demasiado.
—Nick —dijo mientras encendía la mochila propulsora. Soltó una ignición y cogió algo de impulso.
—Hutch, ayúdame.
—Ya llego. —Aquél pobre bastardo no sabía lo que ella misma estaba sufriendo—. Nick, estoy detrás de ti. Voy bastante rápido. Voy a recogerte.
—De acuerdo —dijo una voz frenética.
—Agárrate a mí con fuerza cuando pase a tu lado. Y aguanta. —Podía ver su luz, a veces la distinguía en la propia linterna, a veces como un rayo que correteaba por la sima—. George.
—¿Hutch, que demonios está ocurriendo?
—Necesito algo de luz. Quiero ver vuestra posición.
Entonces se encendieron más linternas. Arriba. A subir toca.
—No apuntéis con ellas a la sima.
—Hutch —era Tor. Sonaba frenético.
—Ahora no. —Apagó el propulsor, se acercó a Nick viendo pasar oscuros pasillos, uno tras otro, iluminados por la luz de su linterna pero cada vez más lentos, como una simulación que se estuviera quedando sin suministro de energía.
Por encima de Nick, la luz de George se acercaba a gran velocidad. El impulso que se había dado con los propulsores podría hacerle chocar. No podía permitirlo. Mientras se acercaba a su objetivo se giró, colocando los pies y los propulsores hacia arriba. Apartó las piernas, colocando la cara hacia Nick para alejarla de los propulsores. Estaba, por supuesto, bocabajo de nuevo.
Nick intentó agarrarse a ella y se aferró a su arnés. Tenía la cara de color piedra, los ojos como platos y los iris como peonzas. Entonces la linterna dejó de enfocarlo y Hutch dejó de verlo, pero ya se agarraba con fuerza a ella. El abrazo de la muerte.
Pasó una mano por el arnés de Nick mientras le susurraba que siguiera agarrado, y volvió a encender su mochila propulsora. Solo fue un momento, apenas una pequeña ignición, y luego otra, lo suficiente para frenar un poco.
Su comunicador recibía una amalgama de voces distintas. Estaba demasiado concentrada para escuchar. Ahora casi podía distinguir un pasillo de otro, al cruzarlos a toda velocidad.
Tenía que aterrizar.
Pero no podía ver por encima de su cabeza. No sabía a cuánto estaba del techo. En un momento volvería a acelerar.
Atenta.
Se giró para colocar los propulsores paralelos a los pasillos y se agarró con más fuerza a Nick.
No te vayas a dar contra la pared.
Los pasillos parecían hacerse más grandes conforme Hutch frenaba. La luz de su linterna los iba barriendo. Intentó calcular una pauta, ahora, ahora, ahora, cogiendo el ritmo.
¡Pulsa ahora!
Los propulsores los arrojaron a un lado, propulsándolos al interior de un túnel. Se estamparon contra algo que estaba en la parte alta del pasillo, arrastrándolo con ellos. Cayeron al suelo. Rebotaron. Las linternas parpadearon y acabaron apagándose. Y por fin todo hubo acabado, con ellos yaciendo despatarrados en una maraña de piernas, propulsores, brazos y depósitos de oxígeno.
Hutch se puso a cuatro patas. Nick tenía una de sus piernas dobladas, con muy mal aspecto.
—¿Qué tal estás? —le preguntó.
Él consiguió enseñarle una sonrisa.
—Algo dolorido —respondió.
Hutch apenas podía creerlo, pero solo había pasado un minuto desde que había saltado a la sima.
• • •
—¿Hutch, qué ha pasado? —George se inclinaba y observaba el interior de la sima. El estómago se le encogía al contemplar las profundidades—. ¿Estás bien?
—Sí. —Parecía aliviada, eufórica, asustada, extasiada, todo al mismo tiempo—. Algo magullados, pero estamos vivos.
—¿Dónde estáis?
—Por debajo de vosotros. Esperad…
Entonces un haz de luz apareció abajo, en la oscuridad, y alumbró la sima hacia arriba.
—Ya te veo. —Parecían estar tres plantas más abajo. A unos quince o quizá veinte metros.
Entonces habló Nick.
—¿Qué diablos era eso?
—Un pozo sin fondo —dijo Hutch. Y entonces explicó algo acerca de la gravedad artificial de la nave, que actuaba de forma radial desde el centro de la misma—. Podría haber estado cayendo para siempre —continuó— de arriba abajo. De un lado a otro.
—Nos tenías preocupados —dijo Tor, en lo que estaba resultando ser la frase más repetida de la misión.
—Parece que Nick se ha roto una pierna.
—Entonces se puede decir que ha tenido suerte, si eso es lo peor que tiene. ¿Lo ves muy mal?
—El hueso no ha rasgado la piel —respondió.
—Te pondrás bien —dijo luego, obviamente dirigiéndose a Nick.
—¿De veras hubiera caído para siempre? —se escuchó preguntar a Nick con voz dolorida.
—Hasta que te hubieran despegado de la pared raspando.
—Suena encantador.
—¿Es bastante la fuerza impulsora de los propulsores para subiros hasta aquí, Hutch?
—No.
—Inspeccionaremos por aquí —dijo George—. Debe de haber una escalera en algún sitio.
—Creo que acabamos de atravesarla.
—¿Qué hacemos entonces?
—Regresar a la lanzadera. Allí hay metros de cable de sobra.
—De acuerdo.
—¿Sabéis dónde guardamos el botiquín de primeros auxilios?
—En una de las taquillas.
—Entrando justo a la derecha, hacia la parte trasera. Hay también una camilla plegable. Traérosla de vuelta.
—Vamos para allá.
—No os separéis.
—Pero alguien debe quedarse aquí.
—¿Para qué?
—Para acompañaros.
—No vamos a ir a ningún lado.
Pues claro que no. George se apartó del precipicio y se puso en pie. Tor ya había hecho lo propio, y volvía la vista atrás.
Cruzaron el pasillo a toda prisa, pasando junto a todas las puertas por las que habían desfilado, y alcanzaron la pasarela que subía a través de un pequeño hueco en el techo hasta la escotilla de salida. George se sintió aliviado al salir y levantar la vista hacia las estrellas.
—Bill —habló por el comunicador—, necesitamos subir a la lanzadera.
—¿Qué ha pasado ahí dentro? —sonó la voz de Alyx. Se había olvidado de ella.
—Nick cayó por un pozo sin fondo —dijo. Entonces, rápidamente, explicó lo que habían experimentado, lo que habían visto.
—¿Se encuentra bien?
—Sí. Está bien. Solo cojeará durante unos días.
La lanzadera descendió y abrió sus compuertas.
• • •
Regresaron con el cable y la camilla, y le pasaron a Hutch algunos calmantes, que administró a Nick. Tor fijó el cable en la arandela de una de las puertas, y entonces subieron primero a Nick y luego a Hutch hasta la planta de arriba. Lo colocaron en la camilla. Estaba muy pálido, pero parecía haberse recuperado un tanto.
—Pensé que me moría —les confesó—. Quiero decir, cuando no dejas de caer, no concibes muchas esperanzas de poder volver a andar.
George le dijo que se tumbara tranquilo. Él y Tor lo levantaron y se encaminaron de nuevo hacia la salida. Ya habían alcanzado la pasarela cuando Hutch les hizo señales para que apagaran las luces y lo posaran en el suelo.
—¿Qué sucede? —musitó George.
—Algo se acerca —dijo.
Se volvió pero no vio nada.
Hutch señaló con el dedo.
—Al otro lado. —George siguió sus instrucciones.
Entonces vio que la oscuridad al frente iba decreciendo. Se aproximaba una luz, desde un pasillo lateral. Ahí al fondo debía haber otra intersección.
—Nos da tiempo a escapar —dijo George.
Hutch posó la mano en su hombro.
—George. Querías decir hola. Es tu oportunidad.
Un destello apareció sobre el suelo, a unos cincuenta metros de distancia. George vio un brillo amarillento de una linterna deslizarse por la intersección. Estaba situada encima de un vehículo. George retrocedió e intentó colocarse contra la pared.
—Que nadie se mueva —dijo Hutch.
George pudo distinguir una rueda y algo que se movía, ondulando, por encima de la luz. Un tentáculo, pensó. Se le helaba la sangre.
—¿Qué sucede? —preguntó Nick. Hutch estaba arrodillada junto a él, sosteniéndolo para que no se moviera.
El vehículo se detuvo en mitad del pasillo, y la luz se giró lentamente en dirección al grupo, cegándolos.
A George le pareció ver un calamar montado sobre una bicicleta.
Hutch sacó la cortadora.
George miró a la luz. La criatura se giró lentamente y empezó a avanzar en dirección a ellos.
El momento había llegado.
Haciendo acopio de todo su coraje, George dio un paso al frente. La voz de Hutch resonó en su comunicador, diciéndole que se lo tomara con calma. Que no hiciera ningún movimiento brusco.
Se protegió la cara con una mano, y levantó la otra.
—Hola —dijo, en vano. A menos que aquella cosa estuviera escuchando en su misma frecuencia, no podría oírlo. Aun así, insistió—: Pasábamos por aquí y vimos vuestra nave.
El vehículo tenía tres ruedas, una al frente, dos atrás. Un par de tentáculos aparecían en el lugar donde habría sido esperable un par de brazos. Entonces se detuvo, frente a ellos.
George no cedió terreno.
Uno de los tentáculos lo tocó. Le parecía suave, liso, pero segmentado. El apéndice se enroscó suavemente alrededor de uno de sus brazos. El impulso de George fue apartarse rápidamente para deshacerse de él, pero se contuvo. Escuchó a Nick decir algo. Estaba sentado, observando la escena.
El tentáculo estaba rematado por un conector rectangular con tres dígitos flexibles.
—Somos amigos —dijo sintiéndose un tanto estúpido. ¿Estaría alguien grabando aquel momento para la posteridad?
Alguien a su espalda, pensando claramente algo parecido, se carcajeó. En ese instante, toda la tensión se evaporó.
—Hemos intentado causar el menor daño posible.
El tentáculo lo liberó y describió una serie de graciosos giros y bailes.
—Nick cayó por ese enorme hoyo oscuro. Pero por fortuna no le pasó nada. —Quizá deberíais indicarlos.
Ambos apéndices se retiraron en el manillar. Entonces la luz dejó de iluminarlos y el artefacto recuperó su marcha y pasó de largo. George distinguió una pila de cajas negras amontonadas sobre una plataforma en su parte trasera. En la parte central había una especie de sillín. ¿Por si alguien quería montar en aquello?
Continuó hasta la intersección y giró a la derecha.
—¿Y qué hacemos ahora? —Alyx miró a George. Éste contemplaba la imagen del chindi, que seguía brillando sereno sobre unas nubes arremolinadas.
Estaban en la sala de control de la misión.
—Volver e intentarlo de nuevo —dijo George.
Tor y Nick intercambiaron miradas. Nick se sostenía con muletas. Tenía la pierna escayolada y no podía moverla.
—Tiene razón —dijo Tor—. No nos está yendo mal. Se puede dedr que tenemos una idea aproximada de la estructura del chindi, y sus habitantes no parecen ser hostiles.
—Ni siquiera parecían interesados en nosotros —apuntó Hutch.
—Es una nave de exploración científica —dijo Nick—, ¿cómo iban a no estar interesados?
—Quién sabe. Hutch dijo antes que podría ser un vehículo automatizado —apuntó Tor—. Quizá lo sea. Quizá realmente no haya nadie dentro.
George masticaba un poco de piña.
—Resulta difícil creerlo.
—Si está realizando alguna misión de largo alcance —dijo Hutch—, que cada vez parece lo más plausible, hacerlo con una IA y una tropa de robots podría ser la única forma. El problema de regresar ahí dentro —añadió— es que seguimos sin poder predecir cuándo se marchará. Cuando eso suceda, en caso de que en ese momento tengamos a gente a bordo, podríamos perderlos.
—Considerando la situación a la que hemos llegado, creo que es un riesgo que debemos estar dispuestos a asumir —dijo Nick.
George negó con la cabeza.
—Nick, tú no.
—¿Qué quieres decir con que yo no? Puedo moverme.
—No creo que ninguno de vosotros deba volver —dijo Hutch—. Estáis buscando meteros en problemas. —Hutch no tenía ninguna duda de que estaban decididos a ir. Parecía como si todo aquel peligro hubiera pasado. Ya no había tragapersonas de los que preocuparse—. Pero George tiene razón —dijo mirando a Nick—. Si el chindi empieza a moverse, tendremos que sacar a todo el mundo de ahí a toda prisa. Las probabilidades de sobrevivir serían menores contigo dentro.
Nick se quedó mirando a Hutch. Sabía que tenía razón, y le resultaba difícil enfadarse con ella. Al final decidió reclinarse en un asiento y poner cara triste.
George, por su parte, intentaba calibrar los riesgos.
—Todo sería mucho más sencillo si tuviéramos una idea aproximada del tiempo que aún pueden demorarse aquí. Hutch, ¿estás segura de que no hay modo de deducirlo?
—No sin conocer el tamaño de sus depósitos. O sin saber cuánto tiempo llevan ya aquí.
—Escuchad —dijo Tor—, suponed que se larga con algunos de nosotros dentro. ¿Qué haríamos en ese caso? Antes habéis dicho que podríamos seguirlo, ¿no?
—Dije que quizá.
—De acuerdo. En ese caso, hay posibilidades. ¿Qué confianza tienes en que pueda hacerse?
—Depende de su tecnología. Si su forma de actuar es muy diferente a la nuestra, podría constituir un problema.
—Pero si emplea tecnología Hazeltine y hace un salto, podrías seguirlo hasta su objetivo y llevarnos hasta allí. Eso en caso de que ocurra lo peor.
—Es posible. No creo que tuviéramos problemas para encontrar su destino. Pero si realizara un salto largo, podríais quedaros sin aire antes de salir de ahí. Incluso aunque fuera un salto corto, aún tendríamos que buscaros por los confines de todo un sistema solar. No sería nada fácil.
—Los depósitos de aire —recordó Alyx— solo conceden suministro para seis horas. Eso apenas deja margen.
—Soy consciente —dijo George—. Pero podríamos ampliarlo sustancialmente.
—Yo también he estado pensando en eso —dijo Tor—. Tener que salir al exterior cada pocas horas para recoger un nuevo par de depósitos de aire nos ralentizaría en cualquier caso.
—Y lo que sugieres es… —dijo Alyx dirigiéndose a George.
George levantó ambas manos, como un sacerdote que revelase la verdad suprema.
—La cúpula de bolsillo de Tor.
—Es justo lo que estaba pensando yo —dijo Tor exultante—. La bajaremos allí y la empleamos como base. Con ella podríamos profundizar en la nave. Además, podríamos llevarla con nosotros mientras avanzáramos.
Hutch refunfuñó.
—Tor, esa cúpula tiene sus limitaciones.
—¿Qué limitaciones? Recicla el aire. Puede utilizarse siempre que se quiera. Siempre que no metamos a demasiada gente dentro.
—Pero necesita células de abastecimiento de energía.
—Solo hay que cambiarla cada varios días. Y dispone de dos células. Cada una bastaría para abastecerla durante seis días. Al agotar una, la subiríamos para recargarla.
—De acuerdo —dijo Alyx—, y podríais colocar un transmisor sobre el casco. De ese modo, en caso de que el chindi despegara, podríamos encontrarlo con los posicionadores.
—Pues eso haremos —dijo Tor.
—Esperad. —Hutch estaba sentada con un vaso de zumo de lima frente a ella, y un almuerzo que aún no había tocado—. Estáis suponiendo que ese salto va a conducir a la nave a un sistema cercano. Pero imaginad que se dirige a la Nebulosa de Cibeles. Necesitaríamos dieciocho días para encontraros. Como mínimo. Si ocurre algo semejante, estaríais muertos.
George negó con la cabeza. Hutch se preocupaba sin razón.
—A juzgar por la posición de los satélites espía, todos los vuelos han sido relativamente cercanos unos a otros.
—¿Y qué hay de la aceleración? —preguntó Alyx—. ¿No saldríais rebotando ahí dentro en el momento en que esa cosa acelerara?
—En eso no había pensado —dijo Tor—. La aceleración. Quien estuviera en el interior del chindi podría no sobrevivir a ella.
—En cuanto a eso, quizá no tendríais problemas —dijo Hutch—. Poseen gravedad artificial. Y eso querrá decir que muy probablemente dispongan de algún tipo de campo atenuador.
—¿Qué es eso? —preguntó Alyx.
—Nosotros disponemos de uno. Anula la inercia. Al menos casi toda. Impide que salgas volando cuando aceleramos o hacemos un giro brusco.
—Claro que eso no quiere decir que, si esa cosa empieza a moverse, no corráis peligro de ser arrojados contra una pared o algo así, ¿correcto?
—¿Hutch? —era la voz de Bill. Todos se volvieron para mirar a la pantalla de la pared, pero no apareció imagen alguna.
—Sí, Bill.
—El daño en la escotilla exterior del chindi se está autorreparando. —Entonces apareció una imagen en pantalla—. Se está rellenando poco a poco.
—Nanotecnología otra vez —dijo Tor.
Alyx parecía estar intentando aclararse las ideas.
—Hutch —dijo finalmente—, sabemos que existe cierto grado de riesgo. Pero creo que lo que estamos intentando decir es que estamos dispuestos a aceptarlo. ¿Por qué no nos ponemos en marcha y planeamos qué hacer a continuación?
Aquello cogió a George por sorpresa.
—Parece —dijo— que tu interés por el chindi ha aumentado.
A Alyx se le subieron un poco los colores.
—No me gustó demasiado quedarme sola, sentada, mientras vosotros asumíais todos los riesgos.
—Escuchad —dijo Tor—. Nos estableceremos ahí unas cuarenta y ocho horas. Entonces sacaremos a todo el mundo fuera y pondremos fin a esto.
—¿Pase lo que pase? —preguntó Hutch.
—Pase lo que pase —respondió él sonriendo—. A menos que para entonces ya hayamos entablado relaciones con la tripulación y nos hayan invitado a cenar.
—Cuarenta y ocho horas —dijo Hutch. Se sacó la cortadora del traje—. Si queréis tener alguna oportunidad de salir de ahí cuando empiecen los problemas, y tened por seguro que empezarán, yo tendré que quedarme en el Memphis.
—De acuerdo.
—Pero no quiero quedarme aquí esperando, imaginando qué está ocurriendo dentro del chindi. Haremos uso de la idea de Alyx y colocaremos un transmisor en la boca de la escotilla. Y añadiremos un repetidor. Eso debería facilitar bastante las comunicaciones locales.
• • •
Alyx comprobó su amarre. Estaba en medio, entre Tor y George. Bajaban por la piel rocosa del chindi, mirando a Hutch, que los observaba a través del parabrisas.
La compuerta del muelle de carga se abrió, y descargaron la cúpula de bolsillo, los depósitos de aire, dos células de energía y suministros de comida y agua para varios días. Cuando terminaron, hicieron señas con las manos. Hutch les respondió, deseándoles buena suerte, y despegó. Alyx observaba la lanzadera girar y dirigirse hacia el Memphis, que parecía pequeño y lejano.
Cuando Alyx se había enrolado en aquella misión, nunca había siquiera soñado con que fuera a dar algún resultado positivo. La Sociedad siempre había tenido más de organización de carácter social que de cualquier otra cosa. Enviaba a gente a inspeccionar lugares donde había habido informes de avistamientos, pero todo el mundo lo entendía como un juego, una fantasía consentida por todos. Éste viaje la había llevado fuera de la Tierra, pero aún así, Alyx nunca había dejado de considerarlo como una fiesta, un descanso en su rutina, unas vacaciones junto a unos viejos amigos. Pero allí estaba, sobre el casco de una nave alienígena. Estaba asustada. Pero también se sentía más excitada de lo que lo había estado nunca en los últimos diez años.
No apoyaba al cien por cien la idea de Tor de montar una base. Se hubiera dado por satisfecha con llegar hasta allí y meter la cabeza el tiempo justo para decir que había entrado. Ser parte del equipo que había ido a bordo del chindi. Colocar el transmisor. Sabía que le vendría bien la publicidad al regresar a casa. Pero, más importante aún, sabía lo bien que eso le haría sentirse consigo misma.
Tor llevaba la cúpula de bolsillo, George los depósitos de aire comprimido y algunas reservas de agua, y Alyx la comida. Incluso sin gravedad en el exterior, los paquetes eran aparatosos de llevar. A Alyx se le soltaron por un momento, y tuvo que recomponerse mientras veía volar, alejándose, un paquete de sándwiches congelados.
George encabezaba la expedición a través de la superficie, el regolito, o como pudiera llamarse aquel exterior rocoso de la nave. Caminaron entre colinas que bordeaban ambos lados de la escotilla, y se detuvieron frente a la misma. Tal y como Bill les había advertido, estaba sellada.
No había rastro alguno de que alguien hubiera hecho un agujero en aquella escotilla tan solo un día antes.
George le pasó la cortadora a Tor, quien con paciencia recortó una nueva abertura. Retiró el fragmento cortado y dejó que se alejara. Mientras aguardaban a que la roca calentada se enfriase, Alyx sacó el transmisor del equipo y lo fijó en el exterior de la compuerta.
—Intentad no hacer demasiados giros ahí dentro —dijo Hutch desde la lanzadera—. Amortiguarían la señal.
—De acuerdo.
—Y una cosa más. Si esa cosa empieza a moverse, dentro podría parecer que la aceleración no es demasiado importante. Pero, sobre el casco, no habrá campo estático alguno.
—¿Que no habrá qué?
—Campo estático. Efecto anti-inercia. Lo que evitaría que salierais volando dentro de esa cosa cuando arrancara. Lo que intento deciros es que, si empieza a moverse, puede que dentro todo parezca ir bien, que no estuvierais moviéndoos demasiado rápido, pero si tratáis de salir por la escotilla, la inercia bastaría para arrancaros la cabeza. ¿Entendido?
—Entendido.
—Por eso, si empezáis a sentir movimiento ahí dentro, no salgáis hasta que yo os lo diga. ¿Está claro para todo el mundo?
Todos lo entendían. Alyx empezaba a preguntarse si habría vuelto a equivocarse.
—Buena suerte —dijo Hutch.