Capítulo 20

Cuando los bárbaros llaman a nuestras puertas, cuando las inundaciones se acercan y cuando el cementerio se agita inquieto, el pueblo siempre actúa de la misma manera: agrupándose y haciendo frente.

James Clark,

Divide y vencerás, 2202.

La mañana nació sin cambios en la etérea iluminación; idéntica a la de la noche anterior. Desayunaron en la cúpula, que iba un poco justa de espacio para cinco personas, pero se las apañaban.

Enseguida Hutch volvió al refugio a seguir indagando. George la acompañó para tomar más fotos. Explicó que estaba tomando imágenes de todo, como recuerdo del acontecimiento. Fueron hasta la casa y Hutch posó en el salón, en la cúpula y en el comedor, junto a una mesa que se levantaba por encima de sus hombros. También en la planta de arriba, mirando pensativa al patio. Posó también junto a Tor y Nick, con Alyx, y por supuesto en varias fotos en grupo. Y, finalmente, junto al propio George.

A la tarde regresó a la lanzadera alienígena, con intención de estudiar más de cerca el dispositivo de suministro de energía. Resultó que poseía capacidad dual. Englobaba un artefacto que parecía ser un reactor de fusión, pero había además una unidad extra que no reconocía, excepto porque albergaba las bobinas Gymsum que señalaban la presencia de tecnología Hazeltine. Aquello significaba que no era exactamente una lanzadera, sino más bien una superluminar independiente. La creencia más extendida decía que el motor Hazeltine, necesario para retorcer el espacio en los sistemas de propulsión interestelares, tenía ciertas restricciones de tamaño mínimo y que no había posibilidad de instalar un sistema semejante en un vehículo del tamaño de una lanzadera. Pero nadie podía asegurarlo con certeza.

Alguien había puesto carteles en las cabinas de la ropa, con la inscripción por favor no tocar. Parecía la letra de George, y a Hutch le alegró comprobar que se estaba tomando en serio el preservarlo todo.

Estuvo mirando la ropa, considerando la idea de que solo habían sido dos seres. ¿Sería la magnificencia del espectáculo la responsable de crear la ilusión de que aquello había sido un refugio? ¿Un lugar al que ir de vacaciones, una semana en la costa? Era posible, después de todo, que los ocupantes hubieran sido exiliados, abandonados allí por ser enemigos políticos. O personas non gratas por cualquier otra causa. Quizá la nave estacionada en la plataforma delantera estuviera deshabilitada, como un recordatorio de que no tenían escapatoria.

Tor entró en cámara y se dirigió a la ventana.

—Hay algo que te gustará ver —dijo.

Los dos planetas se alzaban al éste.

—Ocurre cada noche. Estuve hablando con Bill. Dice que, visto desde aquí, ascenderán, girarán en círculo el uno respecto al otro y volverán a bajar alrededor del amanecer.

• • •

Pero la sensación de estar viviendo un sueño no tardó en disiparse. No podían estudiar los libros, ni ver las pinturas, ni siquiera sentarse en el mobiliario. Estaban empezando a discutir cuáles serían los próximos movimientos cuando Bill anunció la llegada de un mensaje desde Avanzada.

El Dr. Mogambo —dijo.

Sabía bien de qué querría hablarle. Y encima con George allí.

—Muy bien, Bill. Veamos qué quiere decirse a sí mismo.

El sello de la Academia con el título de Avanzada apareció en pantalla, seguido al momento por los serenos rasgos de Mogambo.

Hutch —dijo. Mostraba una fugaz sonrisa, un detalle que le indicaba que le complacía lo que estaban haciendo, que estaba de hecho encantado, y que había reconocido una oportunidad, pues siempre lo hacía cuando veía una—. Tú y Gerald habéis estado haciendo un trabajo excelente.

¿Gerald? Querría decir George; bueno, sabía perfectamente que era George quien estaba al mando. Pero les quería hacer llegar el mensaje de que no eran más que unos cualquiera, personas de segunda sin la menor importancia.

He transmitido a la directora las últimas noticias y he recomendado que vuestros esfuerzos en la misión sean reconocidos como merecen. —Vestía una chaqueta de color marrón claro, con un parche de misión en su hombro izquierdo. Hutch no pudo distinguir su dibujo—. Te alegrará saber que no estarás sola mucho tiempo. —Recompuso su postura, y metió una mano en un bolso de la chaqueta—. La ayuda va en camino.

—Perfecto —dijo Hutch sin especificar más, deseando que fuera otra persona la que estuviera en camino. Cualquiera otra.

Hemos reclutado el Longworth, y esperamos poder estar allí en diecisiete días. Hasta entonces, sé bien que os aseguraréis de no tocar nada. —No había dicho que no dejaran caer nada, o que tuvieran cuidado al manejar las reliquias, sino que no tocaran nada—. Hutch, estoy seguro de que serás consciente de que cuantos menos individuos no profesionales estén involucrados con un asunto de esta naturaleza, mejor será para todos.

Estaba a punto de cerrar la transmisión cuando pareció recordar algo.

A propósito, os aviso que hay también periodistas en camino. Había una nave de la UNN en Avanzada, grabando algún tipo de documental. Pero cuando se empezó a correr la voz acerca de ese refugio, partieron de inmediato. ¡Qué mala suerte! —Intentó parecer molesto, pero sin demasiado éxito—. Supongo que tendremos que lidiar con ellos. De todas formas, bien hecho, Hutch.

Y se fue.

Mogambo era la última persona a la que necesitaban. ¿Dónde estaban los arqueólogos?

Sin embargo, había un aspecto cómico en todo aquello. El Longworth era una enorme nave de carga, utilizada principalmente para transportar suministros y equipo de importancia para los esfuerzos de construcción que estaban siendo llevados a cabo en Quraqua. Estaba viejo, corroído, era una enorme masa maciza, carente de la opulencia de la que gustaba hacer gala Mogambo.

—Sería lo único que tendrían a mano —dijo Tor, casi leyéndole la mente.

• • •

—Quisiera volver a levantar el escudo de energía —dijo George cuando ya llevaban tres días en el refugio—. Y volver a activar el equipo de soporte vital. Deberían ser nuestras prioridades, volver a dejarlo todo como estaba.

—¿Y cómo has pensado hacerlo? —preguntó Hutch.

—Suponía que tú lo sabrías —dijo arqueando las cejas—. ¿Puedes, no?

La capitana lo miró como si hubiera perdido la cabeza. Pero si no soy más que una chica de campo.

—No es posible —dijo—. Aunque pudiéramos averiguar cómo funciona el equipo, esperar que todo este material de tres mil años aún funcione no es demasiado razonable.

—Lamento oír eso —dijo. De donde él venía, nada era imposible. Era solo cuestión de voluntad e inventiva. A George le caía bien Hutch, pero consideraba que se rendía con demasiada facilidad. Sabía bien que nunca habría prosperado en el mundo de los negocios.

George abandonó la casa, volvió la espalda al precipicio y al cielo, y estudió el alargado edificio ovalado, su mirador circular, las antenas de plato, y pensó que nada en el mundo le haría más feliz que ver en funcionamiento aquel lugar. Quería poder quitarse el e-traje, caminar por el patio, preparar la cena en la cocina, dormir en la cúpula que la culminaba con la cubierta abierta: habitar la casa durante unos días tal y como habría sido antiguamente. Al expresar esos sentimientos a Alyx, ella se mostró comprensiva, pero también pensó que era tarea imposible. Al menos no hasta que llegara una cierta ayuda.

Pero entonces sería demasiado tarde. Habría técnicos corriendo de un lado para otro y ese Mogambo asumiría el mando, y todo cambiaría.

—Se lo debemos a los Seres que vivieron aquí.

Habían caminado hasta el patio, solo allí fuera el refugio parecía cobijarse entre las sombras y George se sentía libre de convencer a Alyx. En el cielo, el anillo exterior y las Gemelas brillaban con fuerza.

—Ésos Seres duermen en el patio —dijo Alyx enfatizando el nombre que les había dado—. Hablas de un proyecto de gran envergadura. No tenemos aquí gente suficiente para acometerlo.

Y él lo sabía. Probablemente lo había sabido antes incluso de preguntárselo a Hutch. Pero había tenido esperanzas porque deseaba desesperadamente que pudiera hacerse realidad.

Estaba justo donde había soñado toda su vida, acampado en un territorio que había acogido vida alienígena. Pero las cosas no se estaban desarrollando como había esperado. Las estanterías estaban repletas de libros que nadie podría leer, ni siquiera coger. De las paredes colgaban cuadros cuyo contenido nadie podía distinguir. Bajando la escalera al fondo, había una planta de suministro que nadie comprendía cómo funcionaba. Fuera, sobre la cornisa, reposaba una lanzadera que quizá fuera mucho más que eso, pero sobre la que era imposible hacer tampoco averiguación alguna.

Y al llegar Mogambo, todo eso cambiaría.

Pero Mogambo era el enemigo.

—¿No hay una ley que dice que el descubrimiento nos pertenece? —preguntó a Hutch—. ¿Que pertenece a los primeros en llegar al lugar?

—Por desgracia —replicó ella— no hubo demasiadas buenas experiencias al respecto con los noks, en Quraqua y Pináculo. En esos casos, los primeros en llegar lo saquearon todo. Al llegar los investigadores, los descubridores originales no tardaron en largarse con valiosísimas reliquias, y en varios casos incluso llegando a cometer actos vandálicos. Como resultado se estableció el Acta de Protección Exoarqueológica, que ahora rige estos casos. Cuando aparezca la Academia, estará al mando.

—Así que podrá llegar aquí…

—… y estar como en su casa. Sí, eso es exactamente lo que pueden hacer.

No es que George quisiera atribuirse el mérito del descubrimiento, aunque no sería malo e incluso probablemente le perteneciera por derecho propio. Tampoco es que quisiera negar el descubrimiento a la Academia. Simplemente quería poder investigar por su cuenta. Quería traer a expertos, a su propia gente. Traducir libros, resolver el enigma de quién habría enterrado a quién, averiguar qué clase de tecnología había mantenido aquel lugar. Era el sueño de su vida, hecho realidad de un modo que nunca habría sospechado. Y ahora iban a arrebatárselo.

—Ahora lamento haberles informado de nuestro descubrimiento —dijo dirigiendo a Hutch una lastimosa mirada—. No es culpa tuya. Pero nos habría ido mejor con el Predicador Brawley de capitán. Con alguien que no hubiera estado ligado a las normativas de la Academia.

—No se trata de la normativa de la Academia, George —dijo. Tenía cierto brillo de enfado en los ojos—. Es la ley.

—Oh, venga, Hutch, por amor de Dios, mira a tu alrededor. ¿Es que no ves dónde estás? ¿Qué te hace creer que pueda aplicarse aquí algún tipo de ley humana?

—Si no es así —respondió—, ¿por qué entonces no nos limitamos a saquear el lugar? A cogerlo todo. ¿Qué es lo que te frena?

—Ya basta, Hutch.

—Solo te digo que estoy harta de llevarme las culpas cada vez que quieres hacer algo que no puedes. Tú me contrataste y podrías tener en cuenta mi consejo. —Iba a continuar hablando, a mencionar a Pete y a Herman, pero se frenó—. Tenía órdenes de enviar el informe —añadió. Estaban arriba, en la cúpula, viendo a las Gemelas ponerse. Su vida aún se regía por un reloj de veinticuatro horas, pero no prestaban atención al día o la noche, ausentes del todo en la luna vertical—. Se exige informar de cualquier evidencia de contacto alienígena en cuanto esta ocurra.

George debía de estar frunciendo el ceño, pues pensaba lo fácil que hubiera sido olvidar lo que habían encontrado, no informar de nada hasta que les conviniera. ¿Y qué si ella perdía su licencia? Él podría recompensarla con creces. Pero no dijo nada. Hutch hizo lo propio, devolviéndole la mirada, sin decirle nada más. Hasta que, finalmente, dijo:

—No es una cuestión administrativa, George. Es un asunto penal. Penal. Y a propósito, eso significa que si vuelve a ocurrir, tendría que actuar de la misma forma.

Decidió pedir a Sylvia Virgil que interviniera. Después de todo, ella tenía su influencia. Hutch estuvo de acuerdo. Cuando estuvo listo, Hutch abrió la transmisión con George aún en la cúpula, junto a una silla gigante, con una fila de libros en la pared a su espalda. George empezó el comunicado, exponiendo el problema. Habían inspeccionado el refugio con sumo cuidado, y habían empezado a comprender su naturaleza. Habían encontrado el lugar cuando nadie más se había molestado en hacerlo y lo habían pagado con sangre. Ahora la Academia quería arrebatárselo.

Conforme hablaba, se iba poniendo más nervioso, y se dijo a sí mismo que debía calmarse. Simplemente dejarle ver que estaba resentido. Que la Academia podría tener que pagar por aquello en algún momento. Pero no dejarle que pensara que se había convertido en un chiflado.

Pidió que Mogambo fuera puesto bajo sus órdenes, y sintió que lo estaba haciendo con bastante diplomacia. Hutch le avisó de que pasarían varios días antes de poder recibir cualquier respuesta, pero que no importaba demasiado, pues esta llegaría antes que el Longworth. George podía ver que Hutch no esperaba que accedieran a sus peticiones, pero no comentó nada aparte de que esperaba que la hubiera convencido. George tenía la impresión de que Hutch no tenía en demasiada buena consideración a Mogambo.

Hutch pasó una noche en la cúpula junto a Nick, Alyx y George. Tor, ya fuera en busca de inspiración o como demostración de independencia, se quedó en la lanzadera. Pero para la capitana fue suficiente. Nunca le había gustado demasiado dormir en grupo, y aquel era uno especialmente inquieto. Todo era demasiado histórico, y George tomaba nota hasta del último suceso en su cuaderno, como si dentro de mil años a alguien pudiera importarle que Nick tuviera insomnio o que Alyx fuera la primera en levantarse.

En realidad nunca llegaron a acostumbrarse a la vida en Retiro —el lugar se había quedado con ese nombre—. Hablaban en voz baja y comentaban el tiempo que pasarían leyendo los libros cuando por fin fueran traducidos. Hutch explicó que cabían muchas posibilidades. Si resultaban ser tratados sobre mecánicas celestes o acerca de los aspectos filosóficos del alma, les aclararían bastantes cosas. Nick asentía, ambos estaban en la penumbra del salón.

—Ahora son como las mujeres —dijo Nick en referencia a los libros—. Misteriosos y hermosos, pero fuera de nuestro alcance. Sin embargo, una vez abiertos, cuando estén a los ojos de todos… —Entonces se encogió de hombros y dejó de hablar. Se dio cuenta de que se estaba metiendo en un campo minado.

Hutch asintió, pero con cara seria.

—Los hombres no son así para nada.

—No, desde luego. No usamos el misterio.

—Por suerte —apuntó Hutch.

• • •

Avanzada transmitió una serie de informes sobre los descubrimientos en Refugio, Paraíso y Retiro. Virgil hacía comentarios adjuntos, informándoles de que todo el mundo estaba pendiente de ellos.

Quizá fuera así, pero por razones equivocadas. El mundo estaría fascinado por la devastación nuclear de Refugio y por las pérdidas de Herman y Pete, que habían recibido el apodo de los Asesinados por los Ángeles. Además, sospechaba que para gran parte de la audiencia de la UNN, el aspecto más intrigante de Retiro sería la presencia de los cuerpos en el patio.

En el momento de hacerse la transmisión, la prensa apenas sabía algo de Retiro que no fuera su simple existencia. Sin embargo, hacía énfasis en los peligros, en la posibilidad de que hubiera más alienígenas asesinos sueltos, y luego decía que permanecieran atentos a las informaciones. Enseguida las noticias cambiaron a las habituales tiroteos en el Medio Oriente, un escándalo sexual en el gobierno londinense, un asesino en serie en Derby-shire, una revuelta en Indonesia y una discusión empresarial sobre quién mantenía el verdadero control sobre los más modernos tratamientos de longevidad.

En uno de los informativos, Virgil era entrevistada por Brace Kampanik, de Worlwide. Expresaba su preocupación por las bajas que había sufrido la misión, pero argumentaba que cualquier incursión en lo desconocido acarreaba siempre peligros. Sin embargo, los descubrimientos serían "trascendentales", dijo, estipulando que "por fin estamos comenzando a conocer a nuestros vecinos".

En general, lo hacía bastante bien. Inevitablemente mostraba cierta tendencia hacia la pomposidad y a menudo se iba de la lengua, pero en aquella ocasión había dado con la clave, había derivado el mérito para la Academia —que claramente no lo merecía— y había expresado su esperanza de que el Sr. Hockelmann y su valiente equipo regresaran a salvo.

• • •

Decidieron grabar una visita virtual a Retiro. Hutch pudo recrearla en el Memphis, y todos pudieren despojarse de los e-trajes y emplear el holotanque para estudiarla. Bill incluso reconstruyó el lugar tal y como habría parecido cuando estuvo nuevo, y encogió sus dimensiones para que todos pudieran ver el lugar a los ojos de sus habitantes originales.

Sin embargo, no fue de gran ayuda. George y su quipo preferían la realidad, la cúpula de bolsillo, la cercanía de las tumbas y los libros. Siempre los libros. Esperaban expectantes conocer su contenido, la sabiduría de una raza avanzada, su historia, su ética, sus conclusiones sobre Dios y la creación, tenían unas expectativas tales que Hutch pensaba que sería imposible que no se decepcionaran cuando finalmente se revelase su contenido. Hutch pensó que quizá sería una bendición que la biblioteca y todos sus tratados se desvaneciesen, consumidos por ejemplo en una erupción volcánica. Aquello suscitaría debates y románticas historias durante siglos, con los eruditos y poetas especulando acerca de lo que se había perdido. Nick había comentado una vez que la gente nunca tiene buen aspecto en su funeral, pero no porque estuvieran muertos, sino porque los iluminaban demasiado.

—Es necesaria cierta sombra —había dicho—. Algo de ocultación.

La respuesta de Virgil a George llegó a primeras horas de la tarde del día de Nochevieja. Hutch estaba a bordo del Memphis cuando Bill preguntó si quería revisarla antes de transmitirla a Retiro.

—No es mi correspondencia —dijo.

Pero igualmente podrías querer echarle un vistazo.

—Dejémoslo.

Cinco minutos después, George comunicaba con ella. Estaba furioso.

¿Lo viste? —preguntó.

No, pero puedo suponer que te negó la petición.

Hutch, es peor que eso. —Parecía presto a cometer un asesinato—. Dice que ha dado órdenes a Mogambo de trasladar Retiro a Virginia.

—¿El mobiliario? —preguntó—. ¿Los libros, qué?

Todo. Absolutamente todo. Ésa mujer ha perdido la chaveta.

Hutch no sabía qué decir. Con todo, podía entender las razones. Ahí fuera, a tropecientos años luz de Arlington, no era el lugar más adecuado. Peor aún, si lo dejaban todo donde estaba, deberían encontrar una forma de impedir que se acercasen vándalos y saqueadores. Allí en casa, sería una atracción turística bastante buena.

Tras considerar la idea, Hutch se preguntó si no estaría la directora haciendo lo más correcto. ¿Por qué no mostrarlo a los ojos del gran público? La Academia obtenía el cincuenta y uno por ciento de sus ingresos de impuestos federales. Entendía que los que pagaban religiosamente sus impuestos tenían todo el derecho a ver para qué estaba sirviendo su dinero. Pero sabía que George no estaba de humor para discutir el asunto.

No lo permitiré. —Eran palabras vacías y ambos lo sabían—. Hutch. —La miraba como si ella pudiera intervenir de alguna forma, hacer entrar en razón a Sylvia Virgil. Librarse de Mogambo—. Es indecente.

—Los arqueólogos han sido siempre saqueadores de tumbas —dijo con voz suave la capitana—. Se dedican a eso. —Estuvo a punto de decir nos dedicamos, porque ella había estado implicada y había ayudado en incontables ocasiones a escapar con reliquias. Pero ella no era una profesional en cuanto a saquear tumbas.

Imaginó Retiro, con sus plantas tan normales y sus ventanas miopes allí en Potomac. Con hordas de escolares recorriéndola y en el exterior los vendedores ofreciendo sándwiches y cometas. Habría también una tienda de souvenirs. Y los visitantes comentarían, erigida por auténticos alienígenas. Saborearían sus refrescos y sus palomitas, imaginando cómo se habían sentido George y su equipo al pisar aquel lugar.

George tenía razón. Y toda aquella gente que arrasaba con jarrones y cuchillos, con copas y medallones de sumerios y de Egipto o México, y más tarde de Quraqua, Pináculo o Beta Pac, había hecho bien. Le costaba muchísimo negar el trabajo en el que había colaborado todos aquellos años, pero aun así…

Sin los picos de aguja, las Gemelas o el anillo exterior, porque no podían llevarse nada de eso a Arlington, ¿qué sería Retiro?

• • •

Para la Nochebuena regresaron al Memphis. Ya apenas tenían cosas productivas que hacer en la décima luna. Para entonces, todos pasaban la mayor parte del tiempo refugiados en la cúpula de bolsillo o cobijados en la lanzadera. Por eso regresaron al Memphis con la intención de celebrar otra pequeña fiesta.

El grupo había mostrado algunas reservas sobre lo adecuado que sería celebrar aquellas fiestas con la muerte de Kurt tan reciente. Pero Hutch les había asegurado a todos que el capitán hubiera preferido que siguieran adelante con todo, que disfrutasen, y era cierto. Es más, podía considerarse como una forma de unión, un modo de alejarse de la rareza de lo que los rodeaba. Así fue como dedicaron el primer brindis al capitán desaparecido, bebieron también por el resto de sus camaradas fallecidos y se dejaron llevar por la amistad que reinaba en el grupo.

—Así es como debería practicarse la arqueología —le dijo Hutch a Nick, ya a altas horas de la velada. Llevaba un gorrito de cumpleaños y probablemente ya estaba un poco borracha. Las normas no decían nada sobre la bebida y los capitanes, aparte de lo que dictaba el sentido común: que pudieran estar listos para actuar en caso de emergencia. En consecuencia, Hutch siempre tenía a mano café y un par de pastillas que pudieran recuperarla. Bill la ayudaba a estar atenta a sus límites, y no le importaba avisarla públicamente de que estaba sobrepasándose.

Llegada la medianoche todos intercambiaron besos. George no se había mostrado muy receptivo al ver acercarse a Hutch, pero finalmente le plantó un casto beso en la comisura de sus labios. Pobre George. Era el tipo más contenido que había conocido nunca. Incluso allí, disfrutando de un éxito que lo haría inmortal, era incapaz de divertirse. Cuando él empezó a intentar zafarse, Hutch mandó a paseo sus inhibiciones, lo agarró, fijó su mirada en sus perplejos ojos y le plantó un largo beso húmedo, para después quedárselo mirando sonriente. Intentó volver a zafarse, pero ella seguía aterrándolo.

—Feliz año, George —dijo, mientras a su alrededor se iniciaba una ronda de aplausos. Había costado mucho romper el muro que los había estado separando.

Hasta el propio Tor, que por norma mantenía siempre la distancia, se acercó a ella al final de la tarde para llevársela a un sitio apartado.

—Éste nuevo año, Hutch —dijo—, cueste lo que cueste, sea como sea, quiero festejarlo contigo.

¿Por qué no?

—Es una fecha a celebrar —dijo ella.

• • •

Hutch, feliz año.

Bill la sobresaltó. Normalmente, cuando estaba sola en su camarote y él quería hablar con ella, empleaba una tos de aviso o aparecía en pantalla un mensaje alertándola. Pero en aquella ocasión la voz se escuchó justo en la habitación, como si estuviera allí con ella, hola muchacha, qué tal te va, sin más miramientos.

—Feliz año a ti también, Bill.

Bonita fiesta.

—Desde luego. —Justo acababa de secarse con la toalla después de salir de la ducha, y se estaba pasando el camisón por la cabeza—. ¿Va todo bien?

Creo que hemos encontrado otra anomalía.

Aquello captó su atención.

—¿Qué es?

No lo dije para no sobresaltarte.

—No importa. ¿De qué anomalía se trata?

Aquélla mancha blanca.

—¿Mancha blanca? —Se había olvidado de ella por completo—. ¿La tormenta ciclónica en Cobalto?

En Otoño. Sobre el ecuador. Llevo estudiándola varios días.

—¿Por qué es anómala?

Por un motivo: no está en la atmósfera.

—¿No? ¿Dónde está entonces?

Está en órbita.

—Pensé que dijiste que era una tormenta de nieve.

Lo es.

—Pero entonces, no es posible.

Eso pensaba yo.

Estaba cansada. Lista para considerar la misión un éxito y volver a casa.

—¿Qué más tienes?

Otoño entra directamente en la línea de la transmisión.

—¿De la señal procedente de Pedrisco?

Correcto.

Hutch había estado ahuecando sus almohadas. Las dejó en la cama, se giró y esperó a que la pantalla en la pared se encendiera. Finalmente lo hizo y ahí estaba Bill, mirándola. Vestía un traje de fiesta negro, con la insignia de la nave en el bolsillo sobre su pecho.

—¿La señal está alineada con Otoño?

.

—¿Y piensas que habrá más espías alrededor de esa Gigante?

No. Sería demasiado complicado colocarlos en una órbita estable. Si alguien fuese a colocar unos satélites en este sistema, lo mejor sería hacerlo fuera del anillo exterior.

—¿Entonces? ¿Hacía dónde está dirigida?

Bill le sonrió.

Lo desconozco.

• • •

A la mañana siguiente, todos acordaron por unanimidad ir a echar un vistazo a la mancha blanca. Regresaron a Retiro y desmontaron el campamento, recogiendo la cúpula de bolsillo e intentando dejar la estructura tal y como la habían encontrado.