Capítulo 19

Los lugares remotos tranquilizan el alma y encienden la creatividad.

James Pickering,

Un refugio tranquilo, 2081.

Nick encontró las tumbas.

Puede que fuera pura suerte, o quizá por el orden que imperaba en todo el edificio. Le recordaba al modo en que la gente coloca todo en su sitio cuando va a salir de la ciudad por un tiempo; lo único que no encajaba era que la lanzadera seguía estando en la plataforma de despegue. Incluso pudo ayudar su instinto como gerente de funerarias. Lo cierto era que aquel patio, su extensión de tierra, con aquel sustrato en el que sospechaba debían de haber crecido plantas en otra época, era el único lugar en el que podía haberse celebrado un entierro.

¿Pero a manos de quién?

Nick sonrió imaginando al gerente de una funeraria cósmica, no muy distinto a él mismo, pero con mejores propulsores. Quizá diciendo a entristecidos familiares y amigos que los fallecidos estarían bien, en algún lugar del cielo. Que los habían honrado como merecían.

Había sido un tributo de despedida. Un último acto respetuoso en su honor. Sentía de corazón que así debió ser.

Pero aquella gente, fuera quien fuera, no había señalado la presencia de las tumbas. Parecía extraño, ¿pero quién era él para decir lo que podía resultar extraño para los hábitos culturales de otra raza?

La franja de terreno del patio era de unos veinte por doce metros y estaba bordeada por un sendero de ladrillo. Ladrillo. Se preguntaba qué clase de ser respetaría tanto sus orígenes como para transportar ladrillo a través de distancias interestelares.

Había dos enormes bancos de color gris, uno de ellos parcialmente derrumbado. Se colocó en el sendero, en medio de los bancos, contemplando el terreno revuelto. Justo ahí, junto a un faro que, para variar, no funcionaba.

—Es reciente —le dijo a George.

—¿Cuánto tiempo?

—Siendo sincero, es difícil hacer cualquier suposición al respecto, pues en este lugar, a diferencia de la Tierra, todo cambia mucho más lento.

—¿Cuánto tiempo? —volvió a preguntar George.

—Si estuviéramos en casa, diría que apenas unos días.

George se arrodilló y contempló el terreno. Parecía recién removido. No había duda. Cogió un puñado de tierra, lo estrujó entre sus dedos y levantó la vista al cielo.

—¿Y los enterraron juntos? —preguntó.

—No sé. Es posible.

La casa llevaba desocupada años. Probablemente décadas. El polvo que lo cubría todo lo dejaba bien claro.

George fue en busca de Hutch. Cuando ambos regresaron, momentos más tarde, venía alterado.

—No creo que el Memphis tenga entre su equipo una pala —iba diciendo la capitana—, pero de todas formas, creo que no deberíamos desenterrarlos.

—¿Pero por qué no? ¿No es eso lo que hacen los arqueólogos?

—George, no somos arqueólogos. Por eso no debemos hacer algo así. Haría falta gente que supiera lo que está haciendo.

George miró entonces a Nick, que estaba contemplando la cúpula que culminaba la casa. Bonito diseño.

—¿Hay alguna alternativa?

—Claro —dijo Hutch—. Que Bill eche un vistazo con sus sensores. Eso nos indicará qué hay ahí abajo. Lo sabremos sin tener que desenterrar los huesos, preservaremos el emplazamiento y la Academia nos lo agradecerá.

—De acuerdo —dijo—. Hagámoslo.

Nick la miraba mientras enviaba las instrucciones adecuadas al Memphis. No estaba demasiado cerca, así que deberían esperar. Hutch regresó al interior del edificio, pero George permaneció junto a la tumba. Seguía comentando qué habría pasado si hubieran llegado algunos días antes.

—¿Qué posibilidades hay de poder encontrarnos con un tercer grupo en un sitio así? —preguntó.

—Fueran quienes fueran —dijo Nick—, debían de haber sabido que había alguien aquí. Quiero decir, no te topas con un lugar como este por accidente.

—Nosotros lo hicimos. —Levantó la vista hacia los anillos. Realmente había que hacer un esfuerzo increíble por no quedarse parado, mirándolos sin más.

—Si fue reciente —empezó a decir Nick, iluminando el sendero con la linterna y refunfuñando.

—¿Qué ocurre? —preguntó George.

—Hemos recorrido toda la zona —dijo.

—¿Y qué es lo que no encaja?

—Si realmente el entierro tuvo lugar hace poco, debería haber marcas. Pisadas. Algún rastro.

—Claro —dijo George—. Vaya.

Para entonces, todos habían dado una vuelta tras otra al sendero de ladrillos. Cualquier pista que pudiera haber habido allí probablemente se habría perdido ya. O quizá no. En ese momento distinguió unas marcas en el banco desmoronado. Había una parte que estaba casi libre de polvo.

—¿Qué te parece? —preguntó George.

¿Habría habido algo colocado sobre el banco durante un largo periodo de tiempo? ¿Se habría derrumbado por eso? Demasiadas conjeturas para Nick. Se encogió de hombros y lo olvidó.

—Ojalá no hubiéramos pisado el sendero —dijo. Y Nick pensó, eso es lo que Hutch intentaba decir.

Vio las luces recorriendo la casa sin descanso. Una, escaleras arriba, yendo de habitación en habitación y deteniéndose en la estancia vacía. Las otras estaban reunidas en el salón. Transcurridos un par de minutos, la luz de arriba se desplazó a la planta de abajo, uniéndose a las otras.

Parecían algo perdidos. Nick no estaba seguro, pero casi parecía que estuvieran empatizando con quienquiera que hubiera habitado la casa. A pesar de lo amenazadora que hubiera podido parecer la imagen del retrato del salón, aquel sujeto ocupaba ahora una tumba, estaba enterrado a unos metros bajo tierra y ellos podían sintonizar con eso.

Nick se preguntaba qué aspecto habrían tenido aquellas criaturas, de qué habrían hablado sentadas en las sillas del salón, contemplando aquel cielo tan esplendoroso. Había algo muy humano en aquella casa, como un refugio de la rutina diaria en aquel lugar tan remoto. Nick siempre había comentado que quería comprarse una isla perdida, a poder ser en el lejano Atlántico Norte, donde el océano era gélido y el tiempo terrible. La quería allí porque le gustaban las fogatas. Y las fogatas solo encajan cuando hace muy mal tiempo. Bueno, pues aquel era el lugar exacto para encender una fogata. Era, por encima de todo, un lugar familiar.

Una de las linternas se separó del grupo y fue en dirección a ellos. Hutch. Silenciosa, grácil, y siempre al mando a pesar de las circunstancias.

—Nick, ahí abajo hay dos individuos —dijo.

• • •

Hutch estudió sus notas, miró a George, a Nick y de nuevo el suelo del patio.

—Bill dice que están el uno junto al otro, separados por dos metros de distancia. Ambos restos están momificados. Era de esperar en unas condiciones como éstas. —Entonces deslizó las notas en el interior del mono.

—Uno al lado del otro —dijo Nick. Pues no parecía haber suficiente espacio.

—No se pueden ver ambas tumbas —dijo Hutch—. La segunda está aquí. —Señaló a unos pocos de metros, a un lado—. Contiene los restos de menor tamaño. Probablemente la hembra.

No había ninguna marca. Ni un solo rastro.

—No los enterraron al mismo tiempo —dijo Nick.

—Bill —dijo Hutch—, ¿estabas escuchando?

.

—¿Puedes decimos algo más?

Parece que los enterraron vestidos con túnicas.

—¿Y algo más?

Diría que murieron más o menos en la misma época.

—¿Puedes establecer la antigüedad de los restos? Un cálculo, alguna cifra aproximada.

Haría falta exhumar y analizar los restos.

Nick veía claramente que Hutch no estaba por la labor, pero George, por su parte, parecía no pensar en otra cosa.

Lo siento. Es todo lo que puedo hacer.

—De la misma época. Sugieres entonces que los restos son antiguos.

Sí, claro. No hay dudas al respecto. Pero su edad exacta no la puedo establecer.

—A ver si lo estoy entendiendo bien —dijo Nick—. Tenemos dos restos, ambos momificados. Y los dos llevan muertos mucho tiempo.

—Parece bastante obvio —dijo George.

—Pero una de las tumbas párese relativamente reciente.

—Eso también parece correcto.

En la penumbra, los ojos de Hutch eran oscuros e inescrutables.

Nick consideró los datos que tenían.

—Ambos murieron hace mucho tiempo. En la misma época. Eso lo sabemos seguro. Pero, no murieron a la vez.

George asintió.

—La hembra, la más pequeña si podemos asumirlo así, murió primero. ¿Correcto? Quiero decir, debía haber sido así, pues fue enterrada primero.

—Para mí tiene sentido —apuntó Nick.

—Presumiblemente la enterraría su compañero —continuó George—. Que murió después.

—Bastante después. Y mucho después —dijo Hutch— alguien vino a enterrarlo.

• • •

Hutch, Nick y George salieron para echar un vistazo más de cerca al vehículo alienígena. Estaba sellado y no había forma de acceder a su cámara estanca.

—¿Crees que alguien se molestaría si nos abriésemos paso con la cortadora? —preguntó George.

Se refería a Hutch, claro está. Parecía que al fin estaba consiguiendo hacer mella en ella. O quizá también la capitana quisiera ver el interior de la nave. Lo cierto es que Hutch sacó el láser sin decir una palabra, y enseguida todos estaban atravesando el agujero que había hecho en el casco.

Entraron en una enorme cabina, con grandes ventanas y un gigantesco parabrisas. Había una puerta en la pared trasera. Las ventanas no dejaban entrar luz, cubiertas desde el exterior de polvo, así que necesitaron emplear sus linternas. El interior estaba impoluto. Había cuatro asientos, incluyendo el del piloto: dos delante y dos detrás. Estaban duros, por supuesto, como losas, pero parecían haber sido en otro tiempo mullidos y cómodos. Tras éstos, a lo largo de la pared trasera, había unas taquillas, pero Nick fue incapaz de abrirlas. Demasiado tiempo cerradas, sugirió.

Hutch hablaba con alguien por el intercomunicador, pero Nick no podía escuchar lo que decía. Probablemente se tratase de Bill. La capitana asintió un par de veces y se colocó en posición adecuada para que las cámaras de su uniforme tomaran buenas imágenes de los controles de los paneles del puente.

Nick se encaramó en uno de los asientos delanteros, más bien sentándose sobre él que en él, como un niño en una silla para adultos, con las piernas estiradas hacia delante y el panel de mandos totalmente fuera de su alcance. Hutch terminó su conversación y se dirigió a él.

—Nick, no toques nada, ¿eh?

Nick contemplaba un panel repleto de indicadores, pulsadores y lámparas.

—Necesitaría una vara para alcanzar algo. ¿Sabrías levantar esta cosa? Suponiendo que funcionara.

Ella negó con la cabeza.

—Ni siquiera sé que dase de fuente de energía emplea.

—No veo ningún volante o timón —dijo George.

Hutch asintió.

—Quizá la manejase únicamente una IA. O funcionara mediante órdenes de voz.

—¿No sería eso demasiado lento?

—Sí, para un humano.

Nick bajó del asiento —había un buen trecho de este al suelo— e hizo un segundo intento de abrir una de las taquillas. En esta ocasión sí tuvo éxito, y encontró dentro una bolsa. Ésta también debía de haber sido en otro tiempo de algún material flexible, algo parecido al cuero y brillante, pero como todo en aquel complejo ahora estaba duro como el hielo. La sacó, pero no pudo abrirla.

—Probablemente fueran ropas —dijo Hutch con una sonrisa—. Una bolsa de viaje.

—¿Una bolsa de viaje adonde? —Nick levantó la vista hacia arriba.

—A una casa en la playa, quizá. —Su expresión sugería que podría ser cualquier cosa que dijeran. Intentó abrir la puerta trasera. Sorprendentemente se abrió, y Hutch la empujó—. ¿Qué os parece eso? —dijo.

De nuevo comenzó a dirigirse a Bill. Nick metió la cabeza y vio una docena de cilindros de color negro, acumulados unos junto a otros, tres en cada lado de la nave espacial. Había también varias cajas metálicas de diferentes formas, enlazadas entre sí mediante cables y conductos.

—¿El motor? —preguntó George a Nick.

—Supongo —dijo Nick encogiéndose de hombros.

—Y unas cuantas células de suministro de energía —apuntó Hutch.

—¿Energía de vacío?

—No lo sé. Es tecnología distinta a la nuestra. Al menos eso creo.

—¿Superior?

—No puedo decirlo. Distinta.

George se había abierto paso hasta la parte delantera del asiento del piloto, e intentaba echar un vistazo a los controles.

—¿Cuánto tiempo crees que llevará aquí?

Aquélla era la gran pregunta. En una luna sin aire era difícil suponerlo. Podría llevar estacionado desde pocas semanas hasta cien mil años.

—Podría haber un modo —dijo Hutch. Trepó a uno de los asientos traseros y miró por una ventana lateral—. Un momento. —Cruzó la cabina, se agachó para salir de la cámara estanca y le hizo una señal a Nick—. Ayúdame.

—¿Adonde vas?

—Al techo.

Hutch se subió en los hombros de Nick. Éste se quedó en el borde de la cámara estanca, mientras la capitana se aupaba arriba, alcanzaba la estructura de una antena y se impulsaba hasta subirse sobre la cabina. La techumbre estaba cubierta por varios centímetros de polvo.

—¿Qué estamos haciendo? —preguntó George sin esforzarse por ocultar cierta desesperación.

—Limpiando las ventanas. —Hutch se desabrochó el mono y caminó en dirección al frontal de la nave, hasta llegar al parabrisas. Era como mirar por un precipicio, y podría haber sido un instante bastante vertiginoso. Nick consideró el modo en que la baja gravedad creaba la ilusión de poder volar.

Hutch se apoyó sobre una rodilla, se agarró de una antena para asegurarse de que no se resbalaba, y empezó a limpiar las ventanas. Cuando hubo quitado lo peor, pasó los dedos por la superficie. Estaba picada, deteriorada, con granos de polvo incrustados.

Entonces bajó trepando de vuelta a la cabina.

—El viento solar barre la luna constantemente —dijo—. Probablemente no varíe a menudo, así que podemos asumir que es constante. Habrá cierto grado de error en el cálculo, pero creo que es el mejor modo de hacerlo.

—Está bien —dijo Nick que creía conocer su intención.

—Para el análisis necesitaremos fotos bastante cercanas. De cada ventana del vehículo. Mientras nos ocupamos de eso, haré que Bill proyecte un análisis para establecer las peculiaridades del viento solar en este lugar. Entonces podremos conocer datos como la composición y la velocidad. Eso nos permitirá determinar el grado de grabado.

—¿Grabado? —preguntó George.

—La incrustación de partículas en las ventanas. El viento solar empuja partículas constantemente contra el plástico. Tomando medidas de las mismas, calculando fluctuación y cantidad, podremos saber cuánto tiempo fue necesario para alcanzar esas cifras. La respuesta nos dirá el tiempo que lleva nuestra lanzadera en esta plataforma.

• • •

Mientras Hutch y George tomaban fotos, Nick descendió del vehículo, caminó más allá de la lanzadera del Memphis y deambuló por el extremo opuesto de la plataforma, que fue menguando hasta ser tan estrecho que dejó de tener sentido seguir avanzando. Aquélla cornisa continuaba indefinidamente, hasta girarse y perderse de vista.

Volvió la vista hacia la casa. Las luces en su interior estaban fijas. Alyx y Tor habían colocado linternas y la apariencia de que hubiera ladrones moviéndose por el interior de una propiedad a oscuras había sido sustituida por la de un acogedor domicilio a media luz, como uno más a un lado de la carretera. Navidad en el lugar más remoto de la creación.

Un momento después, Nick volvía a encaminarse de vuelta a la lanzadera del Memphis. Lo aguardaba como un cachorrito inmenso, con sus alas regordetas, su diseño feúcho, la inscripción Academia de la Ciencia y la Tecnología grabada en su casco, aunque en realidad aún no perteneciera a la Academia. Alguien había colocado una pequeña corona iluminada en una de las ventanas, que brillaba en tonos rojos y verdes, transmitiendo un sentimiento familiar. Había acabando odiando las Navidades, quizá porque había perdido cualquier convicción religiosa que pudiera haber tenido de niño. O puede que hubiera sido a causa de su profesión. Enterrar a fallecidos en las Navidades siempre había sido incómodo. Aquéllos que lloraban la pérdida estaban siempre más emocionados, y la pena era siempre más intensa. Las familias no dejaban de preguntarse por qué, y él nunca acabó de entender para qué les serviría saber el por qué de la muerte de su ser querido, o el motivo de su fallecimiento en Navidades. Como si pudiera importar.

Sin embargo, le alegraba que las Navidades hubieran coincidido con los acontecimientos que vivían. Estaba encantado. Casi eufórico. Estaba allí fuera, con sus amigos, cada vez más consciente de que amaba aquel momento, de que los amaba a todos. De todo el grupo, nadie sabía con más certeza que la vida no dura para siempre. Si algo había aprendido tras años viendo a los fallecidos y a sus familiares, era que había que vivir el momento. No solo carpe diem, más bien aprovechar los días al máximo. Había un matiz distinto. Era sacar el máximo provecho a cada día. Subir en la cadena trófica. Nick permaneció en la plataforma y se limitó a disfrutar del momento, de estar vivo, de pisar aquel lejano lugar junto a George y los demás. Aquélla era una Navidad irrepetible. Lo sabía, y eso para él era algo muy valioso.

Palpó el muro de roca que tenía a su espalda. Aunque estaba frío, rígido, nada de eso se transmitía a través de su e-traje, en cuyo interior se encontraba cómodo y caliente. El milagro de la tecnología. Sabía que había un par de cientos de grados bajo cero ahí fuera, y se preguntaba si alguien había estado alguna vez allí, soportando esas temperaturas. Los ocupantes originales de la zona habrían pasado por aquella parte alguna vez, paseando por la cornisa hasta encontrar su límite. Era un acto natural para cualquier criatura que pudiera vivir en un sitio así. Buscó posibles pisadas, pero, por supuesto, en caso de haber otras que no fueran las suyas haría mucho tiempo que el polvo las habría cubierto.

Avistó algo con la linterna bajo la lanzadera.

Una hendidura que discurría casi a la par del vehículo, alcanzando toda su extensión.

Discurría continuando el rodamiento de la lanzadera, de forma casi paralela. Podía tener medio metro de ancho. Y era reciente. Ni siquiera había comenzado a rellenarse de polvo. Se quedó contemplándola durante un rato, intentando cavilar qué podría haberla causado. Entonces se agachó y miró bajo la nave, y vio una segunda hendidura paralela, idéntica a la otra, pero a unos metros de distancia. La presencia de la nave impedía distinguirla con claridad.

Se irguió y fue en busca de Hutch. Aún estaba subida en las proximidades del parabrisas de la nave alienígena, demasiado ajetreada para verlo.

La nave tenía también rodamientos, pero no correspondían al rastro que había encontrado bajo la lanzadera del Memphis. Estaban más separados entre sí. Fuera lo que fuera lo que se hubiera posado en la plataforma, se había tratado de un vehículo diferente.

El cortejo fúnebre.

• • •

Todos corrieron en grupo a inspeccionar el hallazgo. Hutch tomó fotos. George repitió la observación de Nick:

—No puede ser muy antiguo.

Levantaron la vista al cielo. Nick vio el Memphis, como una estrella que se moviera lentamente en el lado occidental. Entonces, con sentimientos contenidos, regresaron al interior.

• • •

Había llegado el momento de ir a por la cúpula de bolsillo.

Con un juego de depósitos de aire tenía suministro suficiente para seis horas. Alyx, George y Nick rellenaron los suyos, y Hutch dejó allí tres pares más, solo por si acaso. Entonces ella y Tor subieron a la lanzadera y regresaron al Memphis. Hutch le pasó a Bill las mediciones tomadas del limpiaparabrisas y lo puso a trabajar.

Llenaron los tanques de agua y aire que iban a ir en la cúpula, y lo llevaron todo al compartimiento de carga. Añadieron algunos alimentos precocinados y varios refrigerios, y también algunas botellas de vino.

Tor estaba disfrutando con todo aquello. Con la idea de la cúpula, se convertía en parte integrante del esfuerzo de la Sociedad del Contacto, y no dejaba de hablar de la importancia del descubrimiento.

—Será una feliz Navidad en la Vertical —dijo.

Mientras completaban su trabajo, Hutch no podía evitar ser consciente del hecho de que, por primera vez, estaban realmente solos. Sin embargo, no creía que Tor fuera a aprovechar la situación. Hutch no había podido evitar que la descubriera en un par de ocasiones mirándolo como había acostumbrado a hacerlo en los viejos tiempos. Tor había disimulado.

Hutch —dijo la voz de Bill—. Tengo resultados provisionales.

—¿Ya? —Tor levantó las cejas—. Solo hace media hora que tiene los datos.

—Es bastante rápido —dijo Hutch—. ¿Qué has podido averiguar, Bill?

¿Quieres todos los detalles o solo la conclusión?

—Dinos cuánto tiempo lleva esa lanzadera sobre la cornisa.

No son cifras definitivas, ni mucho menos, pero diría que entre tres y cuatro mil años.

Vaya conmoción. Aquél lugar no parecía tan antiguo. Ni siquiera de cerca.

—¿Bill, estás seguro?

—Desde luego que no. Pero la cifra es correcta para la intensidad actual de viento solar.

• • •

En el aterrizaje del vuelo de vuelta, Hutch maniobró con cuidado, intentando evitar posarse sobre las huellas de la tercera nave. No lo logró del todo, pero ya tenían fotos y podrían recrearlas de manera virtual.

Alyx y George les estaban aguardando. Dijeron que habían confundido por un momento a Hutch con Papá Noel, e hicieron un par de bromas tontas más sobre si su trineo podría llegar tan lejos.

Aquello le recordó a Hutch que no tenían regalos que entregar. Nadie había esperado encontrar aquella casa, aquel refugio —pues ahora nadie dudaba que eso era lo que era—, y en condiciones normales hubieran estado navegando a bordo del Memphis. A nadie se le habrían pasado por la cabeza los regalos. Habrían entonado un par de canciones mencionando el muérdago y los cascabeles del trineo de Papá Noel y las Navidades en la Luna, habrían hecho algunos brindis y eso hubiera sido todo. Pero allí, con aquella casa dominando el paisaje, rodeados de aquellos muebles enormes que los hacían volver a sentirse como niños —Papi, ¿me han traído el tren eléctrico?—, Hutch anhelaba poder entregar algún regalo; colonia para Alyx, y quizá algún jersey llamativo; uno rojo con unos dragones dorados para Tor; y una buena novela de misterio para George, que adoraba las historias policíacas; y algo apropiado y personal para Nick. Le caía bien Nick, y le hubiera gustado demostrarle su afecto de alguna forma indirecta. Pero no estaba segura de qué le podría gustar. Tampoco es que fuera demasiado importante, pues allí donde estaban, la tienda más próxima estaba a un par de cientos de años luz a mano derecha.

Montaron la cúpula de bolsillo en el patio, en el extremo más lejano de las tumbas. Era bastante sencillo, solo se trataba de tirar de los disparadores y quedarse viendo cómo se inflaba sola, luego conectar los tanques de agua y aire, instalar el suministro de energía y encenderlo todo. A diferencia de los e-trajes, no se mantenía únicamente con energía de vacío, y requería de una fuente de energía directa.

Entonces se recluyeron dentro, apagaron sus trajes y sacaron los aperitivos y las bebidas. George anunció que lo más apropiado dadas las fechas era brindarpor la capitana y por el comienzo de las fiestas, y así lo hicieron. Entonces brindaron por George, su "amado líder". Y por Alyx, "la mujer más hermosa de las simulaciones". Y por Nick, "que estaría allí para despedirse de todos ellos". Nick bromeó entonces diciendo que se ocuparía de ellos lo mejor que pudiera. Y por último Tor, "nuestro Rembrandt de bolsillo". Cantaron algunos villancicos, comieron y bebieron y siguieron cantando, y todos lo pasaron bien.

George quiso brindar.

—Por nosotros. Mientras perviva la raza humana —dijo levantando su copa, intentando no derramarla—, esta recordará el viaje del Memphis.

—Bravo, bravo. —Apuraron las copas y se sirvieron otra ronda.

• • •

La lanzadera alienígena había hecho su último aterrizaje en la cornisa aproximadamente unos mil años antes del nacimiento de Cristo. ¿Cómo era el mundo en aquellas fechas?

Roma era un sueño distante.

Egipto debía de estar levantando pirámides, aunque Hutch pensaba que tampoco era esa época exactamente.

Sumeria también era bastante antigua, pero Homero no nacería hasta pasados dos o tres siglos. Atenas no había aparecido aún a la vista.

Aquél refugio había sido construido en el eterno entorno de una luna estéril, y por eso apenas estaba sujeto a cambios. Alguna capa de polvo empujada por un temblor ocasional, quizá, o por el paso de un meteorito en las proximidades. Algunas partículas arrojadas por el sol. Según los estándares cósmicos, el sistema que habitaba era inestable, y la plataforma sobre la que se sostenía más inestable aún. Pero, con todo, allí estaba, habiendo sobrevivido casi a toda la historia de la humanidad. La lanzadera aún aguardaba la llegada de su piloto, y un libro había permanecido abierto todo aquel tiempo, sobre la mesa del salón.

¿Qué habría estado leyendo el ocupante de la casa al morir? ¿Habría caído sobre él un desastre al que no pudo hacer frente?

¿Cuál sería su nombre?

La fiesta se fue consumiendo. Hutch y Alyx fueron a la lanzadera, donde pasaron la noche. Así habría más espacio para todos, y más privacidad.

Antes de dejarse caer en su sillón, ya casi estaba dormida. Su último pensamiento consciente fue que, a pesar de que aquel refugio tenía varios milenios, aquella era su primera Navidad.