Dame un hogar en les Andes, lejos de ruidosos vecinos y centros comerciales, parientes, multitudes y tráfico aéreo de vuelo bajo, y encantado abandonaría los burdos placeres de este mundo.
Alice Delmar,
Una vida sin estrés, 2087.
Hutch consideraba la posibilidad de colgar el dibujo de Tor en el puente, y de no haber sido ella la protagonista, o puede que incluso de no haber sido representada tan endiosada, lo habría hecho. Finalmente se decidió por ponerlo en su camarote. Se deleitaba contemplándolo. Mucho había cambiado su imagen en poco tiempo, desde el personaje poco femenino que balanceaba bates enfundada en un uniforme de los Philies, a aquel ardid. Va a por ti muchacha, pensó.
Entretanto, seguían aproximándose al excéntrico sistema planetario que habían acabado denominando de las Gemelas.
El tamaño de los dos gigantes gaseosos era parecido. Sus diámetros ecuatoriales oscilaban entre los sesenta y cinco mil kilómetros y los sesenta y tres mil. El más pequeño, el más luminoso al mismo tiempo, exhibía cinturones de nubes plateados, de tonos azules y dorados.
El azul era resultado de restos de metano y cristales de hielo en las capas exteriores de la atmósfera. Tormentas de ciclones flotaban en capas más internas, volutas amarillas y rojas con ojos dorados. Aquél mundo era una joya.
Su oscuro compañero, envuelto en colores otoñales, también estaba salpicado de tormentas. Éstas parecían más grandes, menos definidas, de peor augurio que las de su compañera. Los nombres salieron por sí solos: el sistema debía llamarse Géminis; el mundo luminoso sería Cobalto, el oscuro, Otoño.
Cada uno tenía sus propios anillos. Los de Cobalto eran más complejos, enhebrados en lunas ovejeras, a las que parecían trenzar. Tenía cuatro divisiones Cassini. Los anillos de Otoño eran más brillantes, dorados y de un tono naranja quemado, y con únicamente dos divisiones. Cualquier observador no podría evitar impresionarse ante tal equilibrio de luces y sombras en cada extremo del sistema.
Poco más de 3 millones de kilómetros separaban a ambos mundos.
Todo el complejo que constituían las gemelas, los anillos y la masa nubosa central estaba rodeado por un gran anillo exterior bastante elíptico, casi como la pista que rodea a un campo de fútbol americano. Al mismo tiempo, tenía todas las características de los sistemas anillados clásicos: divisiones Cassini, lunas ovejeras, efectos de trenzado. Pero al mismo tiempo, no estaba tan bien definido como los otros dos sistemas de anillos. En lugar de la apariencia afilada de los sistemas interiores, aparentaba una especie de bucle luminoso que se difuminaba gradualmente en el espacio.
Los satélites estaban llenos de cráteres, eran estériles y helados. No poseían atmósfera. Su diámetro variaba de los seis mil kilómetros de la luna vertical, a los doce mil.
Los mundos, lunas y el anillo exterior giraban alrededor de la masa central, donde se había formado la nube y se equilibraban las gravedades de los dos gigantes. Las Gemelas eran balas a toda velocidad, rugiendo una alrededor de la otra en un lapso de menos de veinticuatro horas. Ambas se veían achatadas de forma considerable por fuerzas centrípetas, y Bill informó que no estaba seguro, que no llevaban en la región el tiempo suficiente para conseguir medidas exactas, pero que las estimaciones preliminares sugerían que ambos mundos se estaban aproximando el uno al otro.
—Poco a poco —dijo—. El sistema no es estable.
—¿Acabarán colisionando? —preguntó George, que ya se frotaba las manos ante la perspectiva.
—Es inminente.
—¿Cuándo sucederá?
—En menos de un millón de años.
—Tu IA —señaló George— tiene un vengativo sentido del humor.
La masa nubosa central estaba iluminada desde el interior por una continua cascada de polvo y partículas que absorbía de los complejos anillos de ambos mundos. Ésa actividad suscitaba un efecto de collar retorcido. Ambas corrientes colisionaban en el interior de la nube, estallando en un espectáculo pirotécnico que enviaba chorros a millones de kilómetros, a través de la noche, para luego volver a arrastrarlos de regreso.
Bill continuaba pasando imágenes a tiempo real por las diferentes pantallas en la sala de control de la misión, y por toda la nave. Hutch ocupaba casi todo el tiempo en el puente. Abajo, George y su gente permanecían pegados a las pantallas.
Habían atravesado las lunas más externas cuando Bill informó de otra característica peculiar.
—Otoño —dijo— tiene una mancha ciclónica blanca en el ecuador.
—¿Una mancha blanca? —preguntó Hutch.
—Una tormenta. Pero no parece como las demás.
—¿En qué sentido?
—Es más estrecha. Más larga. Tiene menores velocidades de viento. Quizá tenga alguna relación su presencia en el ecuador.
Entonces recibieron un mensaje de Avanzada, que les comunicaba que el informe de la capitana Hutchins acerca de la pérdida del Wendy Jay había sido transmitido a la Academia. —Jerry estaba bastante serio, como si la capitana Hutchins pudiera esperar que reclamaran su presencia, la riñeran y la despidiesen—. Jerry era otra de esas personas, pensó Hutch, que podían aspirar perfectamente a tener un brillante futuro burocrático.
• • •
El Memphis pasó tres días explorando el sistema. Era muchísimo tiempo. Contemplaron el espectáculo desde todos los ángulos imaginables. El cielo estaba en ocasiones lleno de luz, de brillantes planetas, lunas y anillos. En otros momentos era oscuro y quiescente, cuando estaban en la cara oscura de los mundos y la única iluminación la suministraba el collar, que refulgía con tenue luz contra el trasfondo de las estrellas.
Bill lo pasaba todo a la pantalla panorámica en la sala de reuniones, y la tripulación adoptó el hábito de almorzar en la galería virtual, contemplando el espectáculo de luces danzando y estallando como fuegos artificiales. El juego de gravedades de ambos mundos atraía hacia sí un sin fin de meteoritos y otros fragmentos constituyentes de los anillos, que se zambullían en los cielos y explotaban en las atmósferas superiores de los grandes mundos.
Si existe un lugar que clame la existencia de un Hacedor, pensó Hutch, es este.
• • •
El Memphis llegó a las cercanías de la luna vertical a finales de la mañana de Nochebuena.
Era un lugar imponente, un mundo de proporciones marcianas. Pero carecía de la brizna de atmósfera y de las extensas llanuras de la vecina Luna de la Tierra. Grandes masas de restos continentales habían sido levantadas, abriendo enormes cañones. Había cráteres por todas partes. Era un lugar de picos de aguja y escarpadas formaciones rocosas, serpenteantes cañones, acantilados, riscos, mesetas y riveruelas. De cráteres y escarpaduras. Como las demás lunas, siempre mostraba la misma cara a la nube central.
La vertical estaba próxima al borde del sistema, a 24 millones de kilómetros del centro de la masa nubosa. Desde su posición estratégica, el sistema de anillos y mundos gigantescos estaba girado unos quince grados, quizá la distancia en la mano de Alyx entre su dedo pulgar estirado y su meñique.
Su disposición le confería una perspectiva única. En lugar de ser una vista que atravesaba el gran anillo, como la de los demás satélites, la luna vertical se movía hacia arriba y abajo del sistema completo, de modo que su cielo, si uno estaba en la posición adecuada, confería una vista increíble. Todo estaba ahí arriba, la masa nubosa, las Gemelas, los tres complejos de anillos.
Al principio nadie se había tomado demasiado en serio la idea de Tor, esa concepción de que la luna vertical pudiera no estar en una órbita natural. No obstante, cuando se deslizaron hasta adentrarse en su cielo y levantaron la vista, la idea de que aquel mundo hubiera sido desplazado, de que hubiera sido dispuesto allí expresamente, dejó de antojarse tan inverosímil.
Si yo pudiera desplazar un mundo de su posición, pensó Hutch mientras contemplaba una pareja de picos de aguja al filo de una cordillera montañosa, lo pondría aquí.
Estaba sola en el puente cuando Bill apareció con un parpadeo frente a ella. Había cambiado la bata de laboratorio que había estado llevando los últimos días por un formal atuendo de chaqueta y corbata; parecía que fuera a ir a cenar al Makepiece.
—Hutch —dijo. Los ojos le brillaban y una picara sonrisa cruzaba su rostro.
—¿Qué? —preguntó.
—Hay un edificio ahí abajo.
—Estás de broma.
Levantó la vista en dirección a las pantallas, ¡y ahí estaba! Estalló de júbilo, y decidió que había pasado demasiado tiempo junto a George.
Una montaña escarpada se alzaba entre una cadena de colinas. Cerca de la cima podía distinguir una extensa plataforma. Y allí, sobre ella, descansaba una casa.
Bueno, más bien era una estructura.
Era alargada y ovalada, descubierta en el centro, y discurría de manera longitudinal a lo largo de esa misma cara de la cordillera. Podía distinguir ventanas, pero estaban a oscuras. No había cubierta alguna que la protegiera del vacío, y eso sugería que empleaba, o había empleado, algo semejante a un campo Flickinger.
—Bill, ¿hay lecturas de energía?
—Negativo.
—Así que está vacío.
—Podría afirmarlo.
Pobre George.
—Además, señalaría que está en el ecuador —dijo Bill—. Un perfecto mirador. —Le mostró que así era. Otoño ocupaba el cielo del sur. Cobalto el del norte. La masa nubosa flotaba justo al frente, en lo alto.
La plataforma estaba a unos miles de metros por encima de la montaña. Hutch pasó la noticia a George, y entonces bajó a la sala de control de la misión para estar junto a sus pasajeros. Bill volvió a pasar las imágenes.
—¡Vaya, vaya! —exclamó Tor, cuando el óvalo apareció en pantalla—. ¿Qué os había dicho?
Entonces siguió una nueva ronda de felicitaciones. Como una montaña rusa, arriba y abajo, pensó Hutch. Vamos de fiestas a funerales.
George fue a su lado y le dio las gracias.
—Hutchins, eres un ser humano maravillosamente amable —dijo carcajeándose.
—Fue Tor —dijo ella—. Fue él quien pensó que merecía la pena echar un vistazo a la luna vertical.
Para entonces, el Memphis ya había adquirido un ángulo más apropiado y los sensores de largo alcance de Bill suministraban nuevos detalles del hallazgo.
Era un edificio de dos pisos. Tenía una puerta principal y muchas ventanas. Su arquitectura era sencilla, sin ninguna clase de ornamentación, a menos que se contaran como tal vigas y contrafuertes. ¿Quién iba a querer construir una casa sugestiva en un sitio así? En una zona central y abierta había dispuestos un par de bancos. Había también una cúpula, justo de la clase de cúpulas que podría esperarse encontrar en una casa de campo virginiana del siglo XXI. Estaba hecha de piedra de color gris, sin duda levantada empleando material de las montañas cercanas. Era un espectáculo dolorosamente hermoso.
—Qué raro —dijo Nick.
—¿Qué? —preguntó Geoige.
—No hay antenas. No veo rastro de receptor alguno.
• • •
Hutch envió un mensaje informando del contacto a la Academia, como exigían las normas. Le disgustaba hacerlo, pues sabía que le llegaría una copia a Mogambo, en Avanzada. Y que entonces empezarían a correr las noticias.
Una pena, pero no podía hacer nada al respecto. Entretanto, lo cierto es que se sentía bastante orgullosa de sí misma. Durante décadas, desde que la humanidad hizo el primer viaje a hipervelocidad, habían sido enviadas literalmente cientos de misiones con la intención de dar con un mundo que hubiera sido hogar, o que aún lo fuera, de alguna especie inteligente. El Memphis, en el presente vuelo, llevaba tres de tres.
Lo estaban pagando con sangre pero, cuando llegaran a casa, esperaba que el mismísimo presidente estuviera en Wheel para estrechar la mano a George.
• • •
Nadie había tenido dudas de que el lugar estaba desierto.
Sobre el techo de la edificación había instalados dos grandes platos. Colectores solares, aunque no apuntaban al sol. En realidad no apuntaban a ningún lado en concreto. Señalaban en direcciones distintas, una hacia el anillo exterior, el otro hacia abajo, al cañón. Estropeado.
El espacio del centro del óvalo había sido en otro momento un patio. Hutch contempló las imágenes y vio unos bancos, y una vereda. Y bajo la cúpula, un muelle de embarque al aire libre.
—¡Mirad! —dijo Alyx—. ¡A la izquierda!
Señalaba el exterior del edificio, siguiendo la línea de la plataforma.
—Amplía, Bill —dijo Hutch—. A la izquierda.
¡Parecía una nave espacial! Era complicado asegurarlo. Igualmente podría tratarse de un almacén de grano con ventanas.
—¿Por qué iban a dejar una nave en tierra? —preguntó George.
Hutch no estaba segura, pero se preguntaba si no explicaría precisamente eso lo ocurrido en aquel emplazamiento.
El depósito de grano, la nave, la lanzadera o lo que fuera, brillaba bajo la incierta luz de aquel cielo increíble.
—Nos gustaría bajar a echar un vistazo —dijo George.
—Sin duda. —Era Tor. Hutch podía verlo yendo a por su caballete sin esperar más.
—¿Quién se apunta?
• • •
A Alyx no le sorprendió que Hutch recomendase cautela y les recordara que ya antes había muerto gente por hacer demasiadas suposiciones.
—Pero es que está claro que este lugar está vacío —dijo George—. Ahí abajo no hay sino vacío.
Era complicado refutar un argumento así. Era como la base lunar de Refugio, comentó Nicky. No hubo ningún peligro allí. Fue perfectamente seguro.
Alyx estaba de acuerdo. Le caía bien Hutch, pero le parecía algo reservada. Demasiado prudente. No acababa de ser la clase de persona audaz que podría esperarse que fuera piloto de una superluminar. Había tenido razón respecto a los ángeles, pero sin duda ahora todo era completamente diferente. Sin embargo…
Discutieron al respecto durante varias horas. Nunca llegó a cuestionarse si debían bajar, sino más bien, quién debía bajar. ¿George y Hutch para asegurarse de que no había peligro? ¿George, Nick y Tor porque era mejor que los chicos estuvieran en primera línea por si había riesgo? Alyx sugirió que debían ser Hutch y ella misma, porque las mujeres eran más listas.
Los hombres rieron, pues pensaron que estaba bromeando.
Finalmente, después que quedara claro que todos querían bajar, Hutch accedió y todos se dirigieron a la lanzadera y se enfundaron sus e-trajes. A Alyx le divertía la sensación de la energía envolviéndola al activar el campo Flickinger. Era cálido y claro, y la abrazaba como una mullida prenda de lana.
Mientras todos aguardaban que la presión del exterior de la lanzadera llegara a cero, Hutch estableció las normas. Nadie debía apartarse del resto sin un compañero. No debían tocar nada sin antes probar con un palo o algo parecido. Había que recordar siempre que la gravedad era traicionera. Era baja, pero si se caían por la montaña, estarían igualmente muertos.
—Y, por favor, no olvidéis —añadió— que todo lo que hay en ese lugar tiene un valor incalculable. Intentad no toquetear demasiado. Y no rompáis nada.
Nick suspiró y deseo a todos Feliz Navidad.
Hutch fijó entonces en él su mirada azul penetrante.
—Sé cómo puede sonar, Nick. Pero de veras que no quiero perderos a ninguno más. —Entonces las luces en el panel de control se tomaron verdes—. De acuerdo, Bill —le dijo a la IA—, haz despegar la lanzadera.
El vehículo se giró, la compuerta se abrió y se adentraron en la noche.
Hutch describió una única órbita y Alyx vio el accidentado terreno pasar bajo su vista. La superficie no estaba en tinieblas, como había esperado, estaba en semipenumbra, como el interior de una iglesia a la hora de la puesta del sol, iluminada solo por la luz que atraviesa las vidrieras. Era ominoso, encantador, místico y tranquilo, y se preguntaba cómo podría hacer para capturar aquel espíritu con luces y coreografía.
—Sería imposible —dijo Nick, y Alyx fue consciente de que debía de haber estado dando voz a sus pensamientos—. Para algo así haría falta un holotanque.
Pero eso tampoco serviría, pues entonces serías consciente de estar dentro de un holotanque. Era difícil apartar de la cabeza ese pensamiento, la consciencia de estar sentado en un lugar cálido y seguro, y de que esas imágenes son solo eso, imágenes y nada más. El efecto no sería completo. La audiencia debía olvidar dónde estaba. Era necesario hacerla creer que estaba ante un paisaje de auténtica roca. Los globos gemelos y esa nube espectral situada entre ambos y los anillos, aquellos increíbles anillos, debían verse reales. Nunca antes había contemplado un cielo tan iluminado, y con todo, aquella luminosidad no se filtraba hasta el paisaje lunar. Solo proyectaba sombras, pero eran sombras de Dios, y cuando estabas fuera surcándolas no había duda de ello.
No. Las simulaciones no serían adecuadas. Levantó la mirada hacía Tor, que le devolvió una sonrisa. Él sí que la comprendía. Hacía falta expresividad. Hacía falta capturar todo aquello y hacer que viviera en un público de la forma única en que un grupo de teatro podría conseguirlo.
Distinguió una voluta de bruma en el paisaje, entre unos peñascos, como si alguien tuviera encendida una hoguera, e hizo una señal a Nick.
—¿Algún espejismo? —preguntó.
—Quizá. O puede que fuera actividad volcánica. Puede que la vieja Vertical estuviera geológicamente viva.
Volvió a reclinarse en su asiento y dejó que las suaves vibraciones de los motores la envolvieran, mientras visualizaba a los bailarines danzando bajo las Gemelas. En ese momento empezó a imaginar un número musical.
Hutch anunció que estaban iniciando el descenso. Alyx volvió a mirar al exterior, buscando la casa, el óvalo, con su patio y su cúpula, pero de nuevo pudo ver solo el torturado paisaje y aquella penumbra de Halloween.
Pero ya estaban descendiendo. Su asiento parecía querer alejarse de ella, los arneses le apresaban hombros y piernas, sosteniéndola en posición. Entonces escuchó decir a George Ahí lo tenemos, pero ella siguió sin poder verlo. Habría que levantar la vista por encima del cristal del parabrisas. Si tenía sentido allí un nombre así, teniendo en cuenta la brisa que podría haber en el vacío de fuera.
Una sólida formación rocosa apareció en el cristal, gris, escarpada y desolada. No cesaba de subir ante sus ojos. Estaba lo bastante cerca como para que pudiera haberla tocado de haber podido sacar la mano de la lanzadera. Deseaba decirle a Hutch que tuviera cuidado, pero sabía bien cómo iba a ser recibido su comentario, así que se quedó callada, pero sin poder reprimir una sonrisa al pronunciar George la fatal frase.
—Vigila —dijo—, que se nos echa encima.
Hutch lo tranquilizó con una voz impersonal, diciéndole que no se preocupara. George se puso rígido y se volvió, para apartar la mirada de la roca. Entonces hizo la broma de escurrirse en su asiento y taparse la cabeza con una mano.
Hutch se rio, pero Alyx contuvo el aliento y se apretó al asiento, agarrando los reposabrazos, casi estrujándolos. El aparente movimiento ascendente del bloque rocoso se hizo más lento, casi hasta detenerse. Entonces sintió la sacudida de las estructuras de aterrizaje. Hutch contenía la nave en alto, transfiriendo gradualmente el peso al vehículo, dejando que se posara suavemente, probablemente para asegurarse de que la plataforma podía soportar su peso antes de dejarlo muerto. Finalmente aterrizaron y el zumbido de los motores varió, haciéndose más suave, hasta interrumpirse.
Se quitó el arnés y se puso en pie para contemplar la vista frontal. ¡Allí estaba! Parecía una pista de patinaje abandonada, una estación de tren quizá, la parte trasera de un centro comercial, colocada allí como una parte más del espectáculo.
El sitio al que viene Dios cuando necesita tomarse un descanso.
Activaron sus depósitos de aire, Alyx volvió la vista a su derecha, a estribor, si era así como debía decirse, y fue incapaz de distinguir dónde habían aterrizado exactamente. Lo que tenía ante sus ojos era un abismo, un pozo de cientos de metros donde todo era oscuridad y ni siquiera podía distinguirse el fondo.
Hutch estaba ya en la cámara estanca, asegurándose de que nadie se tropezara al salir.
—Apartaos del borde —iba repitiendo mientras cada uno de ellos bajaba de un salto la pequeña plataforma y empezaba a pisar aquel árido terreno.
El ala recortada y regordeta de la lanzadera estaba apenas a un dedo de distancia de la pared de roca. Alyx levantó la vista y contuvo el aliento. La pared de aquella formación rocosa se extendía todo lo que le alcanzaba la vista, quizá un par de kilómetros, incluso hasta diez, era incapaz de establecerlo. Parecía que estuviera junto al Kilimanjaro, de no ser porque en vez de nieve había solo gris roca que se extendía hasta el infinito.
Y el cielo, Dios mío, ese cielo. Otoño a un lado y Cobalto al otro, cada uno con sus correspondientes anillos y la gran nube entre ambos, como un globo chino.
Y al fin, el anillo exterior, una brumosa carretera que dibujaba un arco en la noche.
Contemplaron el paisaje durante varios minutos. Todos. Solo después de hacerlo volvieron a hablar.
Alyx rodeó la lanzadera, siguiendo los pasos de Nick y sin dejar de mirar al cielo. Se dio de bruces con él cuando este se detuvo sin previo aviso. Estaba observando el otro vehículo, aquel que habían visto a cobijo del Memphis, desde sus pantallas. Entonces le había parecido ramplón y corriente. Sin embargo, visto de cerca, su aspecto era gris y negro, y diferente. Había algo en su trazado, en la forma en que el casco se curvaba sobre sí mismo, algo que parecía absorber la luz de sus linternas por entre la hilera de oscuras ventanas, algo que sugería que aquel que lo había construido no era precisamente humano.
Una capa de polvo cubría su cubierta, su casco, sus alas. Parecía como si llevara allí mucho tiempo. Se antojaba parte del paisaje, tan sólido y permanente como la propia pared de roca. Sus alas eran más grandes y redondeadas que las de la lanzadera.
Nick tomó algunas fotos y Hutch estudió con curiosidad la compuerta de acceso. Alyx podía ver a Tor asimilando los ángulos y supuso que no tardaría demasiado en ponerse a dibujar ahí mismo en un nuevo lienzo. Ella lo visualizaba todo como atrezzo, e intentaba imaginar las canciones que podrían escribirse para aquel primer encuentro con una nave de otra civilización, encajándola en una de las tonadillas que ya tenía en la cabeza. Era pura luz de estrellas. No era la compositora perfecta, y deseaba que Ben Halver pudiera estar allí para verlo; o Amy Bissell. No podía hacer nada al respecto, pero se conformaría con sentarse con ellos y contarles cómo había sido todo.
El vehículo tenía una escalera de acceso. Tenía escalones gruesos y grandes, tanto como uno de los antebrazos de George. Eran tres, y nada cómodos para ser empleados por un humano.
—Estás demasiado cerca del borde del precipicio —escuchó la voz de Nick—. Échate hacia atrás.
—¿Cuánto tiempo creéis que llevará aquí? —preguntó Hutch.
Alyx se encogió de hombros. ¿Cómo iba a saberlo ella? Desde luego, debía de ser bastante. Había acumulado mucho polvo para estar en un lugar sin atmósfera aparente. ¿Un par de años? ¿Mil años?
Nadie decía una palabra. Nick estaba cerca de la escalinata, alargó el brazo tímidamente y la tocó, escribiendo un fragmento de historia al hacerlo. Tor había cogido un cascajo de roca, lo había arrancado de la pared del acantilado en realidad, y lo estaba arrojando por la sima mientras Alyx lo observaba. Aún había mucho de niño en Tor. Por su parte, Hutch y George parecían agarrotados, mirando las ventanas mientras las cruzaban a su paso, levantando la vista por encima de la roca, contemplando Otoño, que aparecía enmarcado entre una montaña con forma de silla y un pico delgado y larguirucho, que parecía estar a punto de desmoronarse.
Luego estudió el edificio. Tenía ventanas en ambas plantas, una de ellas redondeada y con forma de ojo. Un saliente separaba los dos pisos, y discurría extendiéndose desde el frente, torciéndose en contrafuertes y otros salientes. La cúpula se alzaba sobre Alyx y parecía más grande vista desde ese ángulo de lo que había parecido en las pantallas del Memphis. Al nivel del suelo, y teniéndola justo enfrente, pudo distinguir la puerta principal.
Era una puerta grande.
• • •
Era transparente. O lo había sido en otro tiempo, pensó Alyx. Ahora estaba cubierta por una gruesa capa de polvo. No obstante, al limpiarla con la palma de la mano y levantar la linterna para alumbrarla, la luz pudo penetrar por ella. Allí distinguió sillas. Mesas y estanterías. Y cuadros en las paredes.
¡Y libros!
—¡Es increíble! —dijo George—. ¡No puedo creerlo! —Puso la cara contra el cristal.
Alyx empujó la puerta, pero George no estaba dispuesto a permitir que nadie le tomase la delantera, así que amablemente la apartó y se puso frente a la entrada.
A Alyx se le pasó por la cabeza que debían de parecer un grupo de excursionistas campestres. George vestía unos viejos vaqueros y una camiseta con el logo de la Universidad de Memphis, un par de zapatillas blancas de lona y una maltrecha gorra que debía de haber causado furor en el campus universitario hacía cuarenta años.
Nick llevaba una chaqueta de caza con cantidad de bolsillos, todos inaccesibles, pues estaban cubiertos por el campo de energía, y pantalones de estampado de camuflaje. Tor vestía una chaqueta azul con un escudo de policía enganchado a la altura del pecho izquierdo y una impresión a la espalda que rezaba Departamento de Policía de Los Ángeles. Al preguntarle Alyx que de dónde la había sacado, él le explicó que su hermano era detective del departamento de homicidios.
Alyx, que se enorgullecía de saber vestir adecuadamente para cada ocasión, se había visto sorprendida por la extrema peculiaridad de aquella tan especial. Había optado por una blusa blanca que se había dejado abierta en el cuello, pantalones de sport de color verde y zapatillas también blancas. Éstas últimas no acababan de encajar, pero iban bien para trepar por roca y caminar por gravilla. Además, añadió al conjunto una cinta para el pelo de color verde y rojo, haciendo honor a la festividad en curso.
Solo Hutch, que llevaba el mono del Memphis, parecía desentonar en medio de aquel espíritu festivo.
Al igual que la nave espacial y la puerta principal, las paredes y ventanas del edificio estaban cubiertas por una gruesa capa de mugre, que había sido arrastrada hasta allí desde lo alto de las cumbres próximas o incluso desde los mismos anillos, o puede que hubiera sido escupida por las erupciones. ¿Quién podía saberlo?
George se mostró dubitativo frente a la puerta, buscando un modo de abrirla.
—Quizá deberíamos llamar primero —apuntó Nick.
Alyx dio un paso atrás y enfocó con su linterna las ventanas superiores. No estaba segura del todo, pero pensó ver en ellas cortinas. Además distinguió la presencia de una silla.
Era bastante grande para las dimensiones humanas, y hubiera empequeñecido incluso al grandote de George. No obstante, las proporciones parecían correctas. Tenía aspecto de ser una silla cualquiera, hecha a partir de lo que podrían haber sido juncos entrelazados. Quizá algo parecido al ratán. De color verde muy oscuro, casi negro.
—Parece muy acogedor —dijo Tor.
Así era. Y, por esa misma razón, todo aquello resultaba cada vez más extraño.
Estuvieron investigando en las proximidades de la puerta principal, mientras George buscaba una forma de entrar. Finalmente accedió a la sugerencia de Nick y llamó. De la mugrienta superficie cayó polvo, que flotó hasta alcanzar el suelo.
Aquél era un sentimiento extraño, estar ahí fuera, como si realmente creyeran que alguien, o algo, pudiera acercarse a la puerta. Hola, pasábamos por aquí y pensamos hacer una visita. ¿Qué tal todo?
• • •
George volvió a llamar, esta vez con una gran sonrisa en su rostro. Cuando nada ocurrió, se apoyó contra la puerta y empujó.
Nick se volvió hacia Hutch.
—¿Tienes por ahí tu cortadora láser?
—No la usaremos a menos que sea estrictamente necesario —dijo.
Tor avanzó para ofrecer su ayuda. Juntos tiraron, empujaron.
—Probablemente tenga algún dispositivo electrónico —dijo Hutch—. Debe de haber un sensor por alguna parte.
—Eso significaría que depende de un suministro eléctrico —dijo Nick.
—Exacto.
—¿Y qué hay de la planta de arriba? —preguntó Tor.
—Es una posibilidad.
Estaba alta. Podría haber sido casi un tercer piso de un edificio humano. Tor retrocedió algunos pasos, se puso en posición y saltó. Con la gravedad tan baja, se elevó. Alyx pensó ¡Sí! ¡Eso quedaría genial en el espectáculo, con la música en escena y un redoble de tambores! ¡Qué maravilla!
La separación entre plantas estaba rodeada por un saliente. Tor se agarró a éste, se balanceó de forma increíble a un lado y a otro, y se impulsó hacia arriba. Le faltó elegancia. No era precisamente aquella la forma en que lo harían en la representación. Sin embargo, momentos más tarde informó que ya tenía una ventana abierta.
Entonces desapareció en el interior, con multitud de advertencias. Ten cuidado, no rompas, vigila al caminar. Alyx llevó la cuenta del tiempo, imaginando toda clase de cosas terribles que podrían sucederle. Aunque en el interior del edificio no acechara ninguna criatura malévola, ningún ángel, ningún bicho hambriento de sangre esperando la llegada de los primeros humanos para merendárselos, podría haber algún escalón suelto, las tablas del suelo podrían estar medio podridas después de quién sabe cuántos años allí colocadas. Toda la casa podía llegar a derribarse encima de él. O a pesar de lo que pudieran pensar, aunque no hubieran detectado energía en el interior de aquel edificio, quizá algo se balanceara en el techo sin que Tor, tan nervioso como debía de estar, lo viera. O incluso podría haber algún sistema antirrobo, algo que fuera a perseguirlo por toda la casa.
—¿De qué te ríes? —le preguntó Hutch.
—Solo me preguntaba si alguien podría llegar a preocuparse por los ladrones en este lugar.
Entonces vio la luz de la linterna de Tor bajar unas escaleras. Enseguida estuvo junto a la puerta.
—No hay suerte —dijo enseguida—. Tampoco puedo abrir desde este lado.
—Tenías razón respecto a los ladrones —dijo Hutch, que iba de una a otra de las ventanas delanteras, comprobando si habría alguna abierta. Encontró una que debía de estar suelta, la zarandeó durante unos segundos y entonces desencajó todo el marco y lo posó en el suelo.
Todos treparon, uno a uno, hasta entrar en un "salón". Tenía sillas tapizadas y mesas auxiliares de algún material que parecía madera, y que probablemente fuera madera, en realidad. ¡Y un sofá, y cortinas, y estanterías repletas de libros! Todo, de nuevo, a una escala doble de la que estaba acostumbrada Alyx.
Detrás del sofá colgaba en la pared un gran marco con un cuadro. No obstante, Alyx fue incapaz de distinguir qué representaba. Tor limpió con la manga el polvo que lo cubría. Era complicado apreciarlo, pero parecía un paisaje.
• • •
—Creo que voy a tener que hacer algunas reformas en casa —dijo Nick, riendo su propia broma.
—No creo que fuera buena idea —le dijo Hutch.
—Tranquila que no toquetearé demasiado —dijo.
La estancia era muy grande, de paredes amplias y con el techo muy alto. Alyx levantó la vista hacia las estanterías. Contempló las cortinas. Incluso vio algo que parecía ser un escritorio. Las paredes estaban revestidas de un color verde grisáceo bastante feo, pero Alyx pensó que no sería que los ocupantes de la casa tuvieran tan mal gusto, sino que los años habían pasado factura al color original que estos hubieran empleado. Tor se esforzaba de manera metódica por descubrir el contenido de otros cuadros, limpiando uno tras otro. Alyx pudo distinguir una cascada en uno de ellos, pero apenas nada más, e incluso el dibujo en este no era demasiado claro. Mientras Tor continuaba con su labor, Alyx tocó con sus manos una de las cortinas, con extremo cuidado según había pensado, pero la vio deshacerse y convertirse en polvo ante sus ojos.
—Aquí hay uno —dijo Tor. Estaba ante un cuadro menos deteriorado que el resto. Pero quizá lo mejor hubiera sido que sí lo hubiera estado. Representaba una figura vagamente humana que vestía un hábito. Su mirada parecía salir del cuadro, y tenía una sonrisa de caimán y unos siniestros ojos que transmitían perfectamente la personalidad de aquel sujeto, a pesar de la aparente antigüedad de la obra.
—Un autorretrato —bromeó Nick algo inquieto. Alyx se estremeció y se dijo a sí misma que era el estado de la pintura lo que confería a la figura un aspecto tan demoníaco. Lo cierto era que solo le faltaba una guadaña.
En realidad parecía poco probable que una pintura que ocupara el salón de la casa, y parecía que aquella estancia lo era, representara a alguien que no fuera uno de sus ocupantes. El grupo se reunió a su alrededor y Alyx descubrió que, de forma inconsciente, se pegaba cada vez más a sus compañeros.
Entonces centraron su atención en los libros. Gruesos y pesados tomos, casi siempre apilados en estanterías, algunos encima de las mesas. El tiempo había endurecido las tapas, pero en otro tiempo debían de haber sido maleables y flexibles. Uno de ellos estaba abierto.
—Magnífico —dijo Hutch.
Allí, en el vacío, cosas como los libros podían durar indefinidamente, a menos que el papel contuviera sus propios ácidos. Se mantuvieron a una distancia respetable del volumen abierto, con cuidado de no tocarlo por temor a que pudiera desmenuzarse. Las páginas abiertas estaban llenas de polvo. Hutch intentó apartarlo con la mano, pero fue inútil. Alyx pensó que nunca nadie podría llegar a leer lo escrito en aquellas páginas.
Aquí y allá Alyx podía distinguir algún garabato, alguna que otra línea impresa. Incluso había una anotación aparentemente escrita a mano. O puede que por un tentáculo o una garra, ¿quién podía asegurarlo? Estaba cerca de la parte de abajo de la página izquierda, y consistía en varios caracteres, quizá un par de vocablos. Éste tipo no dice más que tonterías, interpretó Alyx la anotación libremente. No entiendo una sola frase de las que ha escrito.
Hutch tomó fotografías. Luego intentó pasar de página, pero el libro era como un trozo de roca.
—Las páginas están pegadas —dijo.
Tor alargó la mano para agarrar uno de los volúmenes que había en una de las estanterías. Pero no pudo cogerlo. No se movía.
Había velas y candeleros. Nick encontró un panel en una de las mesas auxiliares y lo abrió. Solo pudo hacerlo en parte, pero lo suficiente para descubrir bajo él una serie de pulsadores, una botonera y un indicador. Miró a Alyx y se encogió de hombros. ¿Un hilo musical? ¿Aire acondicionado? ¿Algún sistema para abrir las ventanas?
Entonces Alyx se descubrió a sí misma mirando escaleras arriba, por donde había bajado Tor. Había también otras que descendían a un piso inferior.
Todo parecía extrañamente familiar. Incluso podría haberse tratado de la casa de su tío en Wichita Falls, de no ser por el gran tamaño de la habitación y el mobiliario. Y, por supuesto, porque estaba todo petrificado. Empujó el asiento de una de las sillas, parecía suficientemente firme, y estuvo tentada de trepar encima, probarlo, pero todo estaba demasiado polvoriento. Cuando representaran la obra, decidió, tendrían que pasar por alto el tema del polvo.
La alfombra había perdido todo el color y la textura que pudiera haber tenido en otro tiempo. Estaba dura, congelada, áspera. Bajo sus pisadas se iba desgranando a trozos.
Por el mobiliario había repartidos cojines y almohadones, y sobre una de las sillas había tirado un edredón. Todos como rocas.
Con la casa en buen estado, la pared principal debía de haber constituido una vista espléndida. La entrada situada a la izquierda de la pared, con la puerta de material transparente y flanqueada por ventanas. Un gran ventanal circular dominaba el centro de la pared, y aún había otra gran ventana al final de la habitación, a la derecha. La estancia había sido diseñada claramente con el propósito de aprovechar al máximo el espectáculo que otorgaba aquel cielo. Alyx volvió a contemplar la imagen del retrato y se pregunto si, a pesar de su terrorífico aspecto, no sería posible encontrar similitudes entre los humanos y aquel sujeto. Entonces se acordó de los ángeles.
Las sillas estaban dispuestas unas frente a otras y, como era de imaginar, colocadas de forma que sus ocupantes pudieran disfrutar de la magnífica vista. Su tapicería estaba endurecida, congelada y decorada con una puesta de sol o un anochecer, no era fácil determinarlo.
Encontraron más controles electrónicos ocultos en otras mesas y en pequeños armarios. Pero no hubo modo de descubrir para qué debieron servir exactamente.
Alyx se preguntaba si existirían registros electrónicos en algún sitio, quizá algún diario o anotaciones. Al sugerir aquella posibilidad, Nick negó con la cabeza.
—Si los ocupantes mantenían alguna clase de registro, lo mejor para nosotros sería que lo hubieran hecho con tinta o lápiz.
—¿Por qué?
—Dura para siempre.
• • •
A la habitación solo le faltaba una chimenea.
Se dispersaron, hablando en voz baja, murmurando, como si estuvieran en algún lugar sagrado. Alyx recorrió varias habitaciones y encontró otros dos libros abiertos.
—Con todo en buen estado —dijo Alyx a Hutch— no se tendría que estar mal en esta casa.
La capitana asintió.
—Estamos buscando alienígenas, pero parece que sea nuestro propio rostro el que nos esté devolviendo la mirada.
George estaba en éxtasis.
—No llegamos a tiempo para hablar con ellos —dijo—, pero tenemos un excelente segundo premio. —Alargó la mano y tocó un volumen grueso y descolorido que se había caído. Intentó levantarlo, pero estaba también pegado, de modo que intentó pasar su dedo índice por el lomo, bajándolo toda la altura de la cubierta—. Qué gran regalo de Navidad.
Nick asintió.
—Una vez averigüemos cómo despegarlos, ¿crees que podremos hacerlo sin dañarlos, George? —Aquélla idea también iba dirigida en parte a Hutch, que estaba algo apartada de ellos.
—Estoy bastante segura de que podrán hacerlo —dijo Hutch—. Aunque nunca antes había visto un caso semejante.
—¿No crees que podamos intentarlo nosotros? ¿A lo mejor llevándonos algunos de vuelta al Memphis y dejándolos a temperatura ambiente durante un tiempo?
—No es buena idea, Nick.
—¿Por qué no?
—Porque los que vengan después de nosotros querrán averiguar quiénes fueron los ocupantes de la casa, durante cuánto tiempo la habitaron, de dónde procedían. Necesitarán hasta la última prueba que puedan recoger. Considera el lugar como la escena de un crimen. Justo en este instante, estaremos echando a perder huellas de pisadas.
—Pero me resulta difícil pensar qué mal podríamos hacer.
—Nick —dijo George—, déjalo estar.
—Hagámoslo todo con cuidado —dijo Hutch—. Y ya intentaremos preservar todo lo que pueda preservarse. —Contempló las filas de libros—. Cuando llegue el momento nos haremos con ellos. Y puede que puedan ser traducidos y colocados dentro de un contexto. Podrás acceder a ellos tanto como desees. Pero si no los tratamos con cuidado…
—Está bien —dijo al fin—. Pero odio tener que esperar años a averiguarlo. Y ya sabes que llevará todo ese tiempo.
—Entonces, ¿qué hacemos con los libros? —preguntó Tor.
—Los dejaremos donde están. Para que los recoja el que venga detrás de nosotros.
• • •
Aquél lugar parecía bastante seguro, y ni George ni Hutch pusieron objeción a la idea de adentrarse en habitaciones más distantes de la entrada. Solo había que ir con cuidado. Y no romper nada. El lugar proyectaba bienestar, en contraposición a la vasta desolación del exterior. Para Alyx era como estar en casa, como visitar una capilla, como la clase de acogedor refugio que uno solo conoce en su niñez. Quizá fuera debido al enorme tamaño que tenía todo: sofás, mesas y estanterías repletas de libros. Aquello traía a su recuerdo vivencias que hacía tiempo que había olvidado. Se sentía como si volviera a ser una niña pequeña.
Era un buen lugar en el que pasar la Nochebuena.
• • •
Un pasillo en el fondo de la casa conducía al comedor. Allí había mesas y sillas de la misma escala que el resto del mobiliario. La mesa estaba tallada. Los tableros laterales estaban decorados con motivos de hojas, vegetación y frutas.
Tor había abierto un armario que estaba lleno de platos del tamaño de ensaladeras. Además había también un tenedor que podría haberse utilizado para derribar a un novillo. Había copas, tazones y cuchillos.
—Todo limpio y ordenado —dijo.
Alyx echó un vistazo al enorme mueble.
—Parece cómo si hubieran sabido que no iban a volver.
—O quizá se tomaban muy en serio el orden.
Al fondo había otra escalera más, que bajaba. Tor la alumbró con su linterna.
—Ahí guardaban la comida.
—¿Aún queda? —preguntó Alyx.
—Empaquetada. Pero parece algo seca.
—Debí haberlo imaginado.
Los dormitorios estaban en la segunda planta. Alyx y Hutch subieron las escaleras, rodearon el rellano y entraron en una habitación situada en el ala éste. Alyx contuvo la respiración. Había una cama gigante en el centro de la estancia. Muy grande. Lo bastante para acoger a ocho personas. Estaba hecha, con las almohadas mullidas y una sábana doblada cuidadosamente sobre la colcha. Pero estaba rígida, y el paso del tiempo la había decolorado. La cama parecía no exactamente haberse derrumbado, sino más bien haberse doblado sobre sí misma. Sobre su cabecera había estanterías, a ambos lados. Cada una tenía una lamparilla. Además había también un par de libros, un cuaderno y algo para escribir. Una pluma.
En todo el perímetro de la habitación pudo ver armarios, un escritorio, un par de mesas auxiliares. Una puerta daba paso al lavabo. Allí encontró el armario empotrado más grande que había visto nunca. Pero en su interior solo encontraron harapos.
Hutch los estudió, pero sin tocar nada. Alyx distinguió una bata y unos pantalones. De tallas distintas, pensó.
—El número correcto de extremidades —señaló Hutch.
Encontraron otro dormitorio más y otro baño con más retazos de ropa.
—Creo que ya podemos dejar clara una cosa —le dijo a Hutch.
—¿Qué?
—Que aquí debían de vivir dos individuos.
Uno grande, el otro pequeño. Un macho y una hembra. Alyx tenía mucha imaginación y podía visualizar las prendas en buen estado, las túnicas en tonos rojos y dorados, por ejemplo, y los pantalones de color verde.
Alyx y Hutch encontraron también varios pares de zapatos. Eran parecidos a mocasines. De una talla ciento treinta, más o menos. Y un par de sombreros. No en demasiado buen estado, por supuesto, pero reconocibles. Uno parecía un gorro que podría haber llevado perfectamente Robin Hood. Incluso tenía el hueco para poner la pluma.
Alyx había mantenido la esperanza de encontrar restos de los seres en el piso de arriba. Seguía dándole vueltas en la cabeza a la presencia de la lanzadera en el exterior, esperando a alguien que nunca llegó a subirse en ella.
—Hutch, creo que pueden estar por aquí, en algún lado —dijo. Quizá estuvieran en la parte abovedada superior del edificio. Sin embargo, incluso después de recorrer la escalera de caracol que conducía al punto más alto de la casa, allí solo encontraron otra habitación más, una especie de leonera con multitud de ventanas, sillas que parecían cómodas pero que estaban duras como piedras, una pantalla y más libros.
Volvieron al piso de abajo. Encontraron más armarios y más ropa.
La voz de George irrumpió en el circuito.
—¿Hutch, podremos establecer aquí nuestra base por un tiempo? ¿Es factible? ¿Podríamos hacerlo de alguna forma?
—Claro —dijo ella—. Siempre que no os moleste trabajar desde la lanzadera.
—Se me ocurre algo aún mejor —apuntó Tor—. Mi base de bolsillo está guardada allí arriba, en el Memphis. Si pudiéramos rellenar sus depósitos de aire y traerla hasta aquí, colocarla sobre el patio…
—Podría funcionar —dijo Hutch.
—¡Eh! —se escuchó la voz de Nick—. Aquí hay algo raro.
—¿Nick, dónde estás? —preguntó George.
—En la habitación al fondo del piso de abajo. Venid a echar un vistazo a esto.
Alyx dejó atrás a Hutch y descendió a toda prisa, bajando de la cúpula y luego dirigiéndose al fondo de la casa, hasta darse de bruces con Nick por segunda vez en aquella noche. Estaba justo en el umbral de la puerta.
La habitación estaba completamente vacía. No había mesas, ni sillas, ni cortinas, ni cuadros en las paredes. Ni libros. Solo otro gigantesco armario empotrado, pero estaba vacío.
Tor y George siguieron los pasos de Alyx, y un momento después llegó Hutch. Todos se entretuvieron un momento en el umbral antes de entrar en la habitación.
Nick continuó iluminando con su linterna las paredes. Algunos espacios estaban descoloridos.
—Aquí arriba hubo colgados cuadros —dijo—, hace tiempo.
Alyx se imaginó el lugar que habría ocupado el mobiliario en aquella estancia. Un sofá contra la pared, una silla en ese otro lado. Quizá un escritorio. Parecía un estudio de alguna clase. Sobre la pared situada al fondo habría habido un par de estanterías.
—¿Sabes a qué me recuerda? —dijo Nick—. A la cámara vacía de la base lunar.