Los gemelos tienen siempre algo de sublime. No importa que sean un par de niños o de galaxias. Puede que sea la simetría, o quizá únicamente un sentimiento de increíble buena suerte. Afirmaría que un hecho así debe sustentarse en una demostración de orden, de organización, de ley. Mientras haya gemelos en el mundo, podremos estar tranquilos.
Mark Thomas,
No hay nadie ahí, 2066.
La desintegración y transformación del Wendy se prolongó durante algo más de dos días. Todos la presenciaron desde una distancia superior a los veinte mil kilómetros, fuera de cualquier posible amenaza.
La nave se deshizo, dando lugar a glóbulos de hierro y a tenues nubes que flotaban por el espacio. Cuando todo hubo acabado, lo único que quedó fue un nuevo satélite espía, con el núcleo adiamantado brillante y reluciente a la luz de las estrellas, y las antenas de plato girando pausadas, como si testificaran el perfecto funcionamiento del espía. Transcurridas unas horas pareció volverse invisible, lo que indicaba que había adquirido ya sus capacidades de ocultación. Poco después se desplazó a la órbita que había ocupado la unidad que Hutch y Tor habían desmontado. Sus antenas apuntaron de nuevo hacia Paraíso. Los restos de la nave acabaron explotando cuando los motores de fusión cedieron a la presión.
Y aquel objeto que había asaltado al Wendy despareció del espacio.
—Parece —le dijo Hutch a George— que cada juego de seis satélites tiene un celador. Éste se encarga de conservar el funcionamiento del sistema. Si uno de los satélites deja de funcionar, el celador es capaz de crear un repuesto.
George consideró aquella idea y acabó negando con la cabeza.
—Eso no acaba de tener sentido. ¿Y si no hay ninguna nave en las cercanías que utilizar para hacer el repuesto?
—Creo que simplemente se ha dado la terrible coincidencia de que hubiera naves en la zona. Fuimos lo suficientemente desafortunados. El celador estaría programado para intentar buscar entonces un asteroide de hierro. Probablemente cualquier objeto rico en metales.
Después de un par de días de descanso, Tor ya casi se había recuperado. Estuvo en reposo y alimentándose con sopa caliente.
Hutch comunicó con Avanzada y la Academia, informando de la pérdida del Wendy Jay y de su capitán. Describió su teoría acerca de un posible celador.
La lanzadera parecía intacta, y poco después de que el Wendy explotase la inspeccionaron y la volvieron a subir a bordo. Incluso entonces, Hutch dio instrucciones a Bill de seguir vigilándola, de que estuviera listo para expulsarla por la puerta del muelle al primer indicio de que algo no fuera bien.
Entretanto, se seguía debatiendo acerca de la gran pregunta: ¿por qué los satélites espía orbitaban en torno a Pedrisco?
A nadie le quedaban ideas al respecto.
—¿Estás seguro de que la señal de salida apunta a esa galaxia, cómo se llamaba? —masculló George.
—GCY-7514 —respondió Bill—. Sí, no hay ninguna duda de que es así.
George echó las manos al cielo.
—Es una locura. No pueden estar enviando una señal hasta allí.
Hutch se preguntaba si aquel que estuviera detrás de toda aquella red de satélites espía podría quizá disponer de avanzada tecnología hiperluz. Un impulsor intergaláctico. Consultó a Bill si la señal era lo suficientemente intensa como para alcanzar la 7514.
—No creo que tuviera fuerza suficiente —dijo.
Y sería una señal demasiado antigua. Sin duda, si realmente estaban mandando una señal a un lugar tan distante, debería ser mediante alguna forma de hipercomunicación.
—Bill —dijo Hutch—, ¿podrías volver a comprobar el objetivo, por favor?
George estaba sentado sin dejar de negar con la cabeza. Era imposible. Estaban pasando algo por alto.
La imagen virtual de Bill se materializó en la silla que había junto a George, mirándolo. Parecía nervioso.
—Ha ocurrido algo —dijo.
—¿Qué? —preguntó George malhumorado.
—Tengo un nuevo objetivo para la señal.
—¿Ya no apunta a esa galaxia?
—Correcto.
George se volvió a Hutch, como si ella pudiera tener alguna explicación.
—¿Adonde apunta ahora, Bill? —preguntó la capitana.
—Parece estar tras el rastro de las dos gigantes gaseosas. Va hacia ese sistema. En realidad parece que todo este tiempo estuvo dirigida hacia él.
George frunció el ceño. Aún estaba dolorido por las secuelas de la pelea con los ángeles y, por encima de todo, apenado por la muerte de Kurt, que le había afectado enormemente. Había confesado a Hutch estar cansado, sentirse responsable de la muerte de todas aquellas personas y considerar que recorrer un camino tan largo hasta allí para no encontrar nada era demasiado. El entusiasmo que lo había llevado en volandas durante las primeras semanas de viaje se había desvanecido.
—Al principio supuse… —dijo Bill.
—… que apuntaba fuera de ese sistema —terminó Hutch por él.
—Deberíamos ir a echar un vistazo —dijo Nick.
Tor estaba sentado a la mesa, junto a Alyx, bebiendo café y aparentemente recuperado de su terrible experiencia.
—No veo por qué no —dijo.
—¿Están muy lejos esas gigantes gaseosas? —preguntó Hutch.
—Unos 100 millones de kilómetros. —Bill las mostró en pantalla y se produjo una exclamación de asombro generalizada.
Eran dos globos nubosos, como una pareja de Saturnos, cada uno con sus propios anillos. Y además había un tercer conjunto de anillos, tenues y poco definidos, rodeando el sistema al completo.
—Las separan aproximadamente 3 millones de kilómetros. Están bastante cerca, especialmente para unos objetos de su tamaño.
La estancia se quedó en silencio.
Una masa nubosa flotaba entre ambos mundos, en el centro. Era enorme, lo bastante para envolver a cualquiera de las gigantes. Lo recorrían descargas eléctricas. Parecía un tercer planeta. Extensas masas nubosas recorrían ambos mundos, en uno de tonos otoñales y en el otro de color azul-plata.
—Ni de cerca había visto nunca algo remotamente parecido —dijo Hutch, interrumpiendo el largo silencio.
El hielo tintineó en la bebida de alguno de los presentes en la sala.
• • •
Las gemelas estaban a 1,1 millares de millones de kilómetros de la luminaria central. Y estaban a una buena distancia del Memphis, que necesitaría dos semanas para llegar hasta allí empleando sus motores de fusión. Para sortear aquellas dos semanas, Hutch optó por hacer un salto corto, fuera de problemas en una distancia semejante, y bastante exacto. En una hora hubieron completado el trayecto y aparecieron en un cielo absolutamente espectacular. Hileras de satélites y volutas de gas se arremolinaban en un cielo nocturno dominado por los globos gemelos. Ambos mundos habían sido aplanados y deformados por la danza gravitatoria.
—Me sorprende que pueda mantenerse estable —dijo Pete.
Estaban en la sala de reuniones. Bill activó la pantalla principal, apagó las luces y lo dispuso todo para que tuvieran la sensación de estar ahí fuera, en un mirador desde el que pudieran presenciar aquel espectáculo.
—Quizá vinieron por esto —dijo Alyx con una voz que apenas llegaba a ser un susurro.
El Memphis accedía al sistema de costado, de modo que los mundos gemelos, uno luminoso y otro más oscuro, uno brillante y cálido y de colores vivos y otro tenue y oscuro, de mal agüero y melancólico, constituían los lados opuestos de una balanza.
—No hay demasiadas lunas —dijo Bill—. Cuento nueve en el plano del sistema, aparte de las ovejeras. Claro que, con una disposición semejante, no es de extrañar. —Las lunas estaban todas fuera del anillo externo.
—Dices en el plano del sistema —apuntó Hutch.
—Exacto. Hay una décima, de posición anómala. —Orbitaba verticalmente, en ángulo recto respecto al anillo exterior. Algo así como una órbita polar que, como todo el sistema, se ajustaba en torno a la masa central.
Largos zarcillos sobresalían de esa misma masa. Bill pasó una serie de imágenes prolongadas en el tiempo, de modo que pudieron comprobar cómo estos se alargaban y encogían, como entes vivos, estirándose como los tentáculos de un calamar en dirección a los planetas, aunque nunca los llegaban a tocar.
La luna de órbita vertical era grande, casi del tamaño de Marte, y parecía haber sufrido deformaciones en algún momento de su historia. Estaba algo aplastada por un lado, como si hubiera sido alcanzada por algún cuerpo tan grande como ella misma. La depresión era surcada por líneas de tensión. El resto de la superficie estaba cubierta de picos, colinas, simas y ramblas. Su aspecto era el de un cuerpo realmente tosco.
Bill informó que su órbita no era en realidad exactamente perpendicular. Estaba desviada unos pocos grados.
Todos los satélites mostraban siempre la misma cara al sistema. En el vertical, el lado de la depresión estaba de espaldas.
Hutch frunció el ceño al contemplar la imagen, mientras Bill trazaba la circunferencia de la órbita de la décima luna, ladeada unos pocos grados en la parte superior e inferior de una línea longitudinal imaginaria dibujada desde el centro del sistema.
—Nunca habría pensado que esa clase de órbita fuera estable —dijo la capitana.
—Y no lo es —apuntó Tor.
El comentario la sorprendió. ¿Qué sabía él de eso?
—Ése cuerpo acabará siendo propulsado o absorbido —continuó— en un futuro. —Entonces la descubrió mirándolo—. Los artistas necesitamos conocer la mecánica de las órbitas —dijo con sonrisa de pillo—. Estamos ante otro gran descubrimiento. Es algo sensacional.
George se encogió de hombros.
—Es solo una roca —dijo.
Tor negó con la cabeza.
—Podría tratarse de algo más que eso. Una clase de alineamiento así, y en un sitio como este…
—¿En un sitio cómo qué? —preguntó George.
—Un lugar tan fantástico. —Tor tenía la vista perdida en la distancia—. Déjame que te haga una pregunta, George.
George rumió algo para sus adentros, con un sonido como de agua bajando sobre rocas.
—Dispara —dijo.
—Contempla este sistema. Cantidad de satélites a la deriva, en el plano de los anillos. Si vivieses ahí fuera, ¿dónde querrías estar? ¿Desde qué lugar tendrías mejor vista? ¿Dónde crees que un artista colocaría su caballete?
—En la luna vertical —dijo Alyx rápidamente, antes que George tuviera siquiera tiempo de considerarlo.
Los ojos azules de Tor se cruzaron con los de Hutch. Últimamente, cada vez que la miraba Hutch sabía que le estaba haciéndole llegar un mensaje, quizá uno del que ni siquiera él mismo era consciente.
—El problema es —dijo— que las lunas no asumen una órbita así de manera natural.
Todos contemplaron las imágenes. Hutch pensó que debía estar equivocándose. Aquélla órbita era improbable, temporal, pero podía existir. Tenían la prueba justo delante de sus ojos.
—¿Algún rastro de los espías? —preguntó Alyx.
—Bill está en ello —dijo Hutch—. Nos informará. Pero una exploración a fondo en este sistema no será tarea fácil.
—¿Suscribes las ideas de Tor? —le preguntó George.
—No —dijo— no del todo.
—Pienso que puede estar en lo cierto —continuó George—. Un lugar así… Una luna vertical. Creo que podría tener razón.
Alguien la ha puesto ahí. Alguien que quería una habitación con vistas.
—Bueno, en lo que a eso respecta —dijo Hutch—, no creo que nadie haya visto nunca una luna orbitando verticalmerte.
—Eso me hace plantear —continuó Geoige— que toda esta disposición pueda ser artificial. Algo así como un jardín japonés.
Aquélla posibilidad hizo que un escalofrío le recorriera el cuerpo. Volvió la mirada a Tor, que estaba estudiando su taza de café.
—Algo así exigiría de una ingeniería bastante avanzada —señaló—. No, es difícil pensar que todo esto no tenga un trasfondo natural.
—Una pena —dijo Alpe—, me gustaría pensar que pudiera haber algo ahí fuera con un gusto estético semejante.
Hutch creía no querer conocer a nadie con un poder tal como para disponer un sistema así, ya fuera un mecenas de las artes o no.
George no prestaba ya demasiada atención a la conversación.
—¿Sabéis? —dijo—, creo que deberíamos tomar en serio lo que apuntaba Tor e ir a echar un vistazo a esa luna vertical.
La masa interior centelleó. Una línea luminosa serpenteante conectó ambos juegos de anillos con la nube central. Como eslabones de una cadena. Como un ensortijado collar de diamantes.
• • •
Hutch pasó el día en el puente, dando instrucciones a Bill. Imágenes de esto, cálculos gravitacionales de aquello, lectoras de sensores de los paisajes nubosos. Lanzar sondas.
No le faltaban las visitas. George se acercaba para decirle que había estado haciendo un trabajo endemoniadamente bueno. Y también para sugerirle que, cuando todo acabara, si pensaba buscar trabajo, él tenía muchos amigos y estaría encantado de procurar que se ocuparan bien de ella.
Hutch la consideró una oferta realmente generosa y así se lo comunicó.
—Pero probablemente, después de esto vaya a retirarme —dijo—. Ya lo estaba pensando antes de la misión. Y con todo lo que ha ocurrido…
—¿Cómo puedes decir eso, Hutch? Ésta es una misión histórica. —Ella se le quedó mirando, él asintió y dijo—: Sí, no te culpo. Yo mismo no puedo asegurar que pudiera volver a pasar por todo esto.
Alyx también se pasó por el puente para decirle que había estado pensando en utilizar el viaje del Memphis para escribir un musical.
—Pero no estoy segura. Se está volviendo horriblemente tenebroso. —Parecía completamente angustiada—. Temo que la gente se quedara en casa.
Nick apareció muy animado, hablando de sus experiencias en el negocio de los funerales. Explicó el caso de un difunto que grabó una cinta con palabras para su viuda, cosas que nunca le habría dicho a la cara, y de la presencia de un abogado para asegurarse de que Nick la reprodujera. De una ocasión en que la amante del difunto se presentó en los oficios. De una viuda que comentó junto los dolientes que no pasaba nada, que el fallecido había sido solo un marido virtual.
Y finalmente la visita de Tor.
—¿Puedo pedirte que me acompañes un momento a la sala de reuniones? —preguntó. Tenia buen aspecto. Había recuperado el color de las mejillas y sonreía de nuevo. No obstante, en sus ojos había algo inquietante. No había querido hablar sobre lo sucedido, y especialmente no había mencionado a Kurt.
—Claro —le dijo ella, levantándose y encaminándose hacia la puerta—. ¿Qué sucede?
—Tengo algo para ti.
Los demás estaban ya en la sala, esperando la llegada de ambos. Tor le pidió que se sentase y fue hacia una mesa sobre la que había cuatro tubos, todos contenedores de lienzos.
Hutch estudió a los demás para ver si alguno sabía lo que iba a suceder, pero se limitaron a encogerse de hombros.
—Gracias por haber venido —dijo Tor—. Amigos, me sacasteis de apuros y quiero daros las gracias.
Entonces esperó en pie, mientras escuchaba los comentarios propios ante un discurso así. No hacia falta, Tor. Nosotros solo estábamos allí. Tú hubieras hecho lo mismo.
Entonces abrió uno de los contenedores y sacó un bosquejo.
—George —dijo—, este es para ti, con mi agradecimiento. —Lo desenrolló y lo sostuvo en alto, para que todos lo vieran. Allí estaba George, una figura heroica en la puerta de carga del muelle del Memphis, con la red a su espalda y la cabina del baño aproximándose. Lo había titulado George, y la firma y la fecha aparecían en una esquina.
En el suyo, Alyx aparecía de pie en la lanzadera, anudando el cable a la estructura de la antena delantera, con su figura destacada por un aura iluminada por el lejano sol.
Nick, por su parte, estaba representado aferrando al casco del desintegrado Wendy }ay, con el cortador láser, reluciente, brillando en su mano derecha.
Y finalmente Hutch.
La capitana no estaba segura de qué esperar.
¿Dando tumbos en el interior de la cámara? ¿Separando la cabina del baño de la mampostería?
Tor lo desenrolló, y allí estaba el cielo de Pedrisco. El Memphis, con las luces encendidas, brillando sobre el horizonte. Y Hutch, con el rostro y los hombros reflejados de forma espectral, perfilados por la suave luz de las estrellas y la nave, con la mirada confiada, mirando hacia abajo. Era una Hutch hermosa, una visión espectacular de aquella mujer. Tampoco es que se considerase fea, pero era consciente de que no tenía esa clase de figura.
—Tor —dijo la capitana— es impresionante. Todos lo son.
—¿Te gusta?
—Sí. Claro que sí. —Y después de un momento dijo—: Gracias.
Unos minutos más tarde, cuando se hubieron quedado solos, Tor le comentó que lo malo de estar allí perdidos era que no podía comprarle rosas.
—Te doy esto en lugar de las rosas —dijo.
Ella acercó los labios a los suyos.
—Tor —le dijo—, esto es mucho mejor que las rosas.