Capítulo 15

Hablé de los sucesos más desastrosos,

De espantosos accidentes, por tierra y agua;

De milagrosas evasiones de la ola mortal.

Shakespeare,

Otelo, 1604.

Hutch recorrió el depósito acompañada por Tor, tomando notas mentalmente. La carne podría ir allí, los demás alimentos perecederos en ese otro lado, los más ligeros en los armarios superiores. Entonces la voz de Bill resonó por los comunicadores de la nave.

Hutch, el capitán Eichner viene ya de camino.

Hutch y Tor fueron a unirse a los demás en el muelle de carga, y aguardaron a que Bill hiciera despegar la lanzadera para hacer espacio al transporte entrante.

El Wendy Jay flotaba en la distancia. De color gris, su forma era angulosa y práctica: no era una nave especialmente vistosa. Tenía depósitos a proa y popa. Habitualmente hacía las veces de nave de reconocimiento, cargada de material de exploración.

Hutch apagó la gravedad artificial. Nick le hizo un gesto, dejándole ver que no se sentía nada cómodo a gravedad cero, que sus órganos habían empezado a revolverse.

—Se te pasará en un segundo —le dijo la capitana.

—Hutch, nunca se pasa en un segundo.

Bill pasó a pantalla una imagen del transporte del Wendy aproximándose.

Hola, Kurt.

Como leyéndole los pensamientos, el capitán hizo parpadear las luces.

Aquí traigo vuestros suministros —dijo—. ¿De veras solo tienes a cuatro pasajeros?

—Sí. ¿Por qué lo preguntas?

Porque te han enviado suficiente comida como para ir hasta Eta Carina.

Le hicieron falta solo unos minutos para recorrer los aproximadamente dos kilómetros que separaban ambas naves, entrando con cuidado en el muelle de carga y ocupando el espacio justa. Los cepos fijaron la posición del transporte, la puerta se cerró y volvió la gravedad. Al restablecerse la presión, Kurt abrió la compuerta, echó un vistazo al muelie y bajó del transporte.

Hutch se encargó de las presentaciones. Resultó que Kurt habia transportado a Tor hasta Avanzada.

—Me entristeció saber que Herman estaba entre las bajas —dijo.

—¿Conocías a Herman? —preguntó Tor.

El capitán soltó la compuerta de carga y abrió el depósito.

—Lo conocí en una reunión de la Academia. Parecía alguien bastante razonable, a pesar… —Entonces dudó, consciente de repente de a quién se estaba dirigiendo. A un chiflado del contacto. A un fanático—. A pesar de que ya llevaba unas cuantas copas encima —terminó. Hutch pensó que había estado rápido de reflejos.

Empezaron a descargar. Era un trabajo sencillo, especialmente con tan poca gravedad. Tras finalizar, cogieron la estructura central del satélite y los soportes de las antenas de plato y los cargaron en el transporte. Eran demasiado grandes para caber en el compartimiento, pero siempre que dejara la compuerta abierta, no habría problema. El resto de las piezas sería transportado al Wendy en el segundo viaje. Hutch agradeció a todos la ayuda prestada, y dijo que ella y Kurt se encargarían del resto. Se refería a mover los cuerpos.

—Yo os ayudaré —dijo Tor.

George se sintió aliviado al librarse de esa parte del trabajo.

—Por mí, genial —dijo—. Tengo cosas que hacer en la sala de control de la misión. —Sonaba pomposo y era consciente de ello, así que enseñó una media sonrisa y se marchó.

Hutch encabezó la marcha a los refrigeradores. Abrió la compuerta, Kurt observó los cadáveres y negó con la cabeza, pero no dijo nada.

Estaban envueltos en fundas de plástico. Debían recorrer un buen trecho, de modo que Hutch volvió a reducir la gravedad. Tor se encargó de transportar uno de ellos y Kurt se ocupó del otro. Hutch les seguía los pasos. Ya había relatado al capitán toda clase de detalles acerca del ataque, y era consciente de que se preguntaba cómo había permitido que sucediera todo aquello. Sin embargo, no hizo una sola pregunta al respecto, y ella tampoco le dio respuesta aparte de comentarle, en un canal privado de comunicación, que lo había visto venir.

Guardaron los cuerpos en el compartimiento de carga del transporte, donde habían reservado algo de espacio.

Kurt subió al vehículo y Hutch saltó a los asientos de los pasajeros.

—Volvemos enseguida —le dijo a Tor.

—¿Tendréis a gente allí que pueda ayudaros? —preguntó Tor.

—Podremos arreglárnoslas —dijo Kurt.

Tor sujetaba la puerta y miraba a Hutch.

—¿No queréis que vaya a echaros una mano?

—Si quieres.

—Claro que sí —dijo mirando a Kurt—. ¿Vas a volver, no?

—Aún queda otra carga que entregar.

Hutch bajó.

—En ese caso, me quedo. De todas formas, parece un trabajo para chicos. —Se quitó su e-traje y le pasó el arnés a Tor. Vio en él una chispa de decepción y le dedicó una amplia sonrisa—. Te veo en una hora o así.

• • •

A Tor le hubiera gustado ir con ella, pero no importaba. Había abierto las defensas, y se preguntaba feliz si algún otro hombre habría llegado tan lejos: recorrer cientos de años luz por una mujer.

Kurt pulsó algunos interruptores, selló la cámara y la presión del aire del transporte empezó a descender.

—¿Ha sido un viaje duro, Tor? —preguntó.

—Sí, podría decirse así. —Reclinó su asiento. Se puso los arneses—. Supongo que ya te habrán puesto al día.

—Más o menos.

—Ángeles —explicó Tor—. Tendrías que haber visto a sus hembras. No lo habrías creído.

—¿Hermosas?

—Sí. Hasta que veías sus dientes y sus garras.

La plataforma sobre la que estaban posados giró ciento ochenta grados para encarar la puerta del muelle. Kurt se dirigió brevemente a Hutch, pero Tor no entendió lo que le decía. En el interior del transporte se iluminaron más indicadores. Los motores se encendieron.

—Nos pillaron por sorpresa —dijo Tor. Se sentía obligado a hablar del tema, y se preguntaba si se pasaría el resto de su vida repitiéndolo. Cogiendo por banda a gente en fiestas, agobiando a ocasionales desconocidos—. ¿Cómo podríamos haberlo sabido?

Kurt asintió.

—Lo siento.

—Hutch nos lo advirtió.

Entonces aceleraron en dirección a la compuerta del muelle de carga. Kurt describió un amplio arco y Tor se volvió hacia el Memphis, su hogar en medio de aquel vacío. Luego buscó con la vista la otra nave, y distinguió sus luces. Pero era incapaz de decir lo lejos que estaba.

—A unos dos kilómetros —le indicó Kurt. Tor miró a su espalda, a los fragmentos del satélite espía, que sobresalían del compartimiento de carga. Bien podría haber sido una libélula muerta.

• • •

El Wendy parecía inmenso comparado con el acogedor Memphis. Podría dar cabida a tres veces más pasajeros que este último. Tenía mucho más espacio de almacenamiento, y Tor fue informado de que también estaba equipado con zonas ideadas para ser convertidas en laboratorios especializados. Dejaron los e-trajes y los depósitos de aire en sus asientos, y bajaron del transporte. Solamente la capacidad de aquel muelle de carga ya le parecía inmensa.

—¿Por qué no mandaron una nave más pequeña? —preguntó.

—Ésta era la única que no estaba asignada en este momento —dijo Kurt—. Y que estaba cerca.

Otra docena de contenedores, con rótulos del Ciudad de Memphis, estaban esperando a ser despachados al otro lado del muelle. Tor aguardó a que Kurt abriera la compuerta del depósito del transporte.

—Los refrigeradores están al fondo —dijo imitando a Hutch, dispuso la gravedad a cero y ambos levantaron los cuerpos, transportándolos por un largo pasillo central hasta conducirlos a la parte trasera. El corredor estaba a oscuras, excepto por la zona que justo iban pisando. Las luces, que brotaban directamente de las mamparas, se movían a su paso.

—Aquí —dijo Kurt abriendo unas puertas y abriéndose paso entre imprecisos bultos de equipo—. Material de laboratorio —añadió—. Biológico por allí, y atmosférico a este otro lado. La siguiente puerta contiene el astrofísico. —Entonces se detuvo frente a unos contenedores de color gris oscuro, pulsó el interruptor de uno de ellos y esperó a que un panel lateral se deslizara hacia fuera. El contenedor despedía aire frío—. Allá vamos.

Colocaron los cuerpos en el interior y, sin decir una sola palabra, Kurt cerró la compuerta, respiró profundamente y se dio la vuelta.

—Ocupémonos ahora del resto de los suministros —dijo.

Filetes, pavo, frutas y verduras, y algunos postres, todo almacenado en congeladores. —Por supuesto no había nada de carne auténtica. La carne de verdad y las pieles animales se habían pasado de moda hacía ya casi medio siglo. Hamburguesas, chuletas de cerdo, pollos, todo procedía de procesos industriales artificiales. La idea de comer carne, por ejemplo de ternera, haría enfermar a la mayoría de los pasajeros del Memphis—. Cargaron los contenedores en un carro, regresaron al transporte y los descargaron en la bodega. Entonces Kurt se dirigió hasta una zona cercana de almacenaje y abrió varios depósitos, todos repletos de comidas completas, así como panecillos, cereales, harina y salsas varias, y más comida diversa.

—Debían esperar que estuvierais fuera mucho tiempo —dijo.

Cuando hubieron colocado todo en el transporte, Kurt restableció la gravedad y se disculpó.

—Aún me queda otra cosa por recoger —dijo—, vuelvo en un par de minutos.

• • •

Kurt había invertido las dos horas de aproximación al Memphis en una tarea especial. La cocina automatizada del Wendy, como todas las de las naves de la Academia, iba equipada con un dispositivo manual para cualquiera que quisiera probar algo que no fuera los platos estándar precocinados y prepararse algo especial.

El capitán había estado cocinando para Hutch y su tripulación una suculenta cena alemana con pan y carne. Había preparado una mezcla de carne picada de cerdo y ternera, añadiendo dados de cebolla, confitura de manzana, hogazas de pan, salsa de tomate, sal y pimienta negra. Bill se la había estado vigilando mientras él hacía el viaje de ida y vuelta al Memphis. Ahora dejó atrás a Tor y corrió hasta la cocina, que estaba enfrente de la sala de reuniones.

Todo va bien, Kurt —le dijo Bill—. Parece que lo has sincronizado perfectamente.

Había sido un largo vuelo hasta aquel lugar dejado de la mano de Dios. Kurt detestaba los vuelos de águila, travesías sin ningún alma a bordo aparte del piloto. No era buen lector precisamente, y no disfrutaba demasiado viendo solo las simulaciones. En aquellas ocasiones se limitaba a dar vueltas, intentando charlar con la IA. Desde luego no anhelaba pasar otros diez días solo.

Hutch era la hija que le hubiera gustado tener. Pero Margot no había querido tener niños, y él pasaba demasiado tiempo separado de ella y terminaron separándose. Al final resultó ser lo mejor. Pero de haber podido tener un hijo, hubiera optado por otra Priscilla.

La carne estaba lista. La puso en la bandeja, añadiendo ensalada de patata de su propia cosecha y col roja, y lo cubrió todo. Entonces recogió el pastel de la Selva Negra, lo estudió, informó a Bill de que tenía buen aspecto y lo colocó con cuidado sobre un plato.

Lo puso todo en una cesta que había traído para la ocasión, y se dispuso a marchar.

—Buenas noches, Bill —dijo.

Bill no le contestó.

Entró en el pasillo y la nave se estremeció. No fue un estallido, ni una explosión, más bien pareció como si hubiera caído sobre ellos una ola gigante. Mientras agudizaba el oído para ver qué había podido ocurrir, las luces se apagaron. Pronto volvieron, parpadearon un par de veces y volvieron a apagarse. Las luces de emergencia se encendieron, pálidas y lúgubres. Empezó a sonar una sirena.

¿Qué diablos está pasando?

—¿Bill? ¿Qué ocurre?

Seguía sin tener respuesta.

El pasillo a su espalda, justo el que acababa de atravesar, encendió sus luces de emergencia. La compuerta que daba acceso al mismo se deslizó lentamente hacia abajo y se cerró, dejándolo encerrado en el puente. En el resto de la nave resonaban apagados sonidos metálicos mientras se cerraban más compuertas.

• • •

Después que Kurt se marchara, Tor bajó del transporte y fue a buscar un baño. Por supuesto, el mismo transporte que ocupaba disponía de uno, pero estaba algo atestado y recordaba haber visto uno allá en los almacenes.

No tuvo problemas en encontrarlo, y luego empezó a pasear entreteniéndose entre depósitos y armarios, mientras esperaba la vuelta de Kurt. Abrió uno de los arcones y se sorprendió al encontrar frente a sí la figura de piedra de un insecto, observándolo. Era prominente, sobredimensionado, con unos ojos verdes pedunculados y las dos antenas arrancadas. Su aspecto recordaba al de una mantis. Tenía una etiqueta que lo identificaba como resto de un templo en ruinas de Quraqua.

Esperó la llegada de pisadas, pero no escuchó ninguna y abrió otro arcón. Éste contenía varias piezas, un par de tarros, una pequeña estatua, un par de fragmentos de muro con ideogramas tallados. Todos etiquetados con la correspondiente fecha y lugar de descubrimiento.

Volvía paseando, y había alcanzado una esquina en la que estaba estudiando un cáliz, recorriendo con la punta de sus dedos su superficie esmaltada, cuando algo le hizo perder el equilibrio. ¿Es que la nave había cambiado de curso? ¿Habría empezado a frenar? No estaba seguro, pero la sensación se pasó enseguida.

Hutch siempre les avisaba con tiempo cuando planeaba alguna clase de maniobra, y estaba seguro de que Kurt habría seguido el mismo procedimiento. Consideró contactar con el capitán, pero lo descartó. No quería que Hutch acabara enterándose de lo rápidamente que había suscitado el pánico en su pasajero un simple ajuste en el rumbo. Ja, Ja.

Miraba a un lado y a otro, esperando ver llegar a Kurt, cuando las luces se apagaron. Los sonidos del sistema vital, el persistente runrún de los ventiladores en algún lugar por encima de su cabeza, se ralentizó y finalmente acabó deteniéndose. Una hilera de pálidas luces amarillas se encendió. Los ventiladores lucharon por volver a ponerse en funcionamiento, y al fin lo consiguieron. No hacía falta ser ningún experto para imaginar que algo no iba bien. Decidió que lo mejor que podía hacer era regresar al transporte y aguardar allí.

La sirena de una alarma irrumpió desde algún lugar de la nave, sobresaltándolo y dejándolo tembloroso. Cerró la puerta del contenedor. El ruido de las mamparas sobre su cabeza había cambiado, se había calmado. La sala parecía más tranquila. Los ventiladores volvieron a pararse. De forma definitiva. Y de repente se dio cuenta de que ya no estaba en el puente. Había empezado a flotar. ¡La gravedad artificial había dejado de funcionar!

Más luces parpadearon a su alrededor. Eran rojas. Escuchó un ruido como de metal deslizándose sobre una superficie engrasada. Le llevó un momento darse cuenta de lo que era, y el saberlo le hizo desvanecerse. ¡Era una compuerta cerrándose! Y la única que se le ocurría era una que lo iba a aislar del pasillo. Y del transporte.

Se agarró a un contenedor, intentando mantener los pies en el suelo. Por fin se acabó rindiendo y se impulsó contra una mesa. No se manejaba demasiado bien a gravedad cero, y chocó contra una mampara y rebotó. Con todo, logró alcanzar la compuerta, para comprobar que efectivamente estaba cerrada.

Pero estaba el panel manual de mandos. No había visto ninguno durante el vuelo, no había prestado especial atención, pero sí lo había hecho en las simulaciones. Se quedaban sin energía, pero si abrías una pequeña compuerta podías pulsar una palanca. No disponía de demasiada luz y tuvo que rebuscar con los dedos. Al fondo de la cámara, la alarma continuaba aullando y chillando.

Ahí estaba el panel. Hurgó en él, tiró primero hacia arriba y no sirvió de nada, luego hacia abajo. Entonces se abrió con un chasquido.

Y ahí estaba la palanca.

Tiró de ella hacia abajo. Recorrió casi la mitad del camino y se frenó. Otra luz roja, en la base de la palanca, empezó a parpadear. Aquello no le importaba en absoluto, pero la palanca no avanzaba más. No iba a poder abrir la compuerta.

Hija de perra, se supone que debes abrirte.

La alarma cesó al fin.

El problema era que, sin gravedad, no podía emplear su peso para hacer fuerza. Empujó hacia abajo y lo único que consiguió fue subir flotando.

Lo dio por perdido y empleó su comunicador.

—Kurt —dijo—. Tengo problemas aquí abajo. ¿Dónde estás?

• • •

Kurt había olvidado cerrar la cesta. La tapa flotaba, dejando libre la bandeja con la comida que con tanto esmero había preparado, y esta empezó a salirse del plato. El pastel de carne flotaba de una pieza, y enseguida empezó a deshacerse. La ensalada de patata formó un único montón en medio del pasillo, aproximadamente a la altura de la cintura de una persona.

Algo se movía por encima de él.

Levantó la vista y vio que el techo se oscurecía. Las luces de emergencia estaban apagándose.

Recordó una simulación que había visto hacía años, El diablo del polvo, en la que uno de los personajes alzaba la vista para ver un techo blanco empaparse, teñirse de rojo. Y luego empezar a gotear sangre.

Mientras observaba el techo, una mancha lo recorrió justo por encima de su cabeza y el metal empezó a desconcharse. Pequeñas esquirlas de este bajaron hasta combinarse con la col roja y el pudín de carne.

—¡Bill! —dijo—. ¿Quieres contestar de una vez?

Pero la IA se había desvanecido, desactivada, muerta, lo que fuera. Se impulsó a lo largo del pasillo, hasta la cámara estanca de la mitad de la nave. En algún lugar de la misma, de algún modo, se había abierto una brecha. Un meteorito podría haber hecho algo así, pero habría sentido el impacto. Nunca había sufrido un accidente semejante, a lo largo de todos aquellos años nunca había chocado con una roca, pero suponía que no podría ocurrir sin que uno se diera cuenta.

Abrió el panel manual de la compuerta y tiró de la palanca.

Se encendió una luz roja. Eso significaba que al otro lado había pérdidas de aire. Puede que incluso vacío. Dios mío. Estaba a punto de llamar a Tor para preguntarle si estaba bien, avisarle de que permaneciera en el transporte, que cerrara las puertas y no se moviera, pero justo cuando abrió la comunicación comprobó que el techo había empezado a combarse hacia dentro, curvándose como la lona de un toldo llena de agua. Imposible. Los cascos no se comportaban de ese modo. Simplemente era imposible. Estableció la comunicación, pronunció el nombre de Tor, consciente exactamente de lo que tenía que decirle, haz despegar la lanzadera, ponía en manual y hazla despegar, escapa, pero pasar a manual requería dar algunos pasos bastante simples, y no estaba seguro de disponer del tiempo necesario para explicárselos.

—Tor —repitió. Algo se abría paso a través del techo y sintió un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo, casi esperaba ver un par de ojos diabólicos observándolo. Entonces una gélida ráfaga lo seccionó, como una lámina de acero. Los pulmones le explotaron y el pasillo, la cámara estanca, el intercomunicador, Tor y el pudín de carne, todo se desvaneció frente a sus ojos.

• • •

—¡Hutch! Algo va mal. Necesitamos ayuda. —Tor intentaba sonar calmado. Profesional. Manteniendo el tono de voz, como lo hacían los personajes de las simulaciones. Decirle lo que pensaba, que probablemente aquello sería lo mismo que le había sucedido al Cóndor, que seguramente fuera a explotar y que no estaría mal que se acercara a recogerlos—. Kurt intentó contactar conmigo, escuché su voz en el intercomunicador, pero no responde.

Intentaba conservar la calma, y el único modo en que se le ocurría hacerlo era negándose a considerar la realidad de la situación, olvidar que era incapaz de abrir la compuerta, que las luces estaban muy débiles, que probablemente se irían apagando cada vez más, y que el capitán parecía haberse extraviado. Tor estaba asustado, le aterrorizaba no poder salir, que a Kurt pudiera haberle pasado algo, que quizá algo estuviera a punto de sucederle a él. Pensó que era posible que hubiera algo suelto correteando por la nave, algo que estaba destrozando cosas, que había despedazado el sistema de energía y a lo peor incluso al capitán. Y también le atemorizaba el saber que Hutch pudiera verlo asustado.

Tor —sonó su voz irrumpiendo en la roja atmósfera que se había formado a su alrededor. Gracias a Dios—. Tor, te escucho. ¿Puedes decirme algo más?

¿Qué demonios podía añadir?

—No. Estoy encerrado, y la nave está perdiendo energía. Puede que se haya quedado sin energía.

De acuerdo. Aguanta. Voy a intentar dar con Kurt. Averiguar qué está sucediendo. En cuanto lo haga, te informaré; entonces iremos para allá.

Qué mujer tan maravillosa y dulce, pensó. Date prisa, por favor.

• • •

Hutch había estado cargando el autochef con los nuevos suministros de comida cuando recibió la llamada de Tor, llevado por el pánico. Pasó a la pantalla una imagen del Wendy mientras hablaba con él, concentrándose en la parte delantera de la nave, en las cubiertas superiores. El metal parecía estar ondulándose bajo el brillo de las luces que aún funcionaban en el Wendy, como si una ola de calor estuviera recorriéndolo. Entonces, una a una, las luces se fueron apagando, comenzando desde cerca de la proa para ir retrocediendo hasta que la nave al completo quedó oscurecida, exceptuando su parte trasera.

Después de cortar la comunicación con Tor, intentó dar con Kurt. No tuvo éxito, y se dirigió a Bill.

He estado intentando comunicar con la IA del Wendy, Hutch —apuntó—, pero tampoco responde.

—¿Puedes decirme algo acerca de lo que está sucediendo?

Algo está devorando su casco.

—Bill, por Dios, el qué.

Lo desconozco. No tengo imágenes. Pero no hay duda de que el casco está perdiendo integridad.

—¿Dónde?

En la sección central. Desde una de las cubiertas. El problema parece extenderse hacia el puente.

—¿No tienes forma de conectar con los sistemas del Wendy? Necesitamos saber qué está ocurriendo.

Negativo. Su interfaz no está operativa. Suceda lo que suceda, lo cierto es que la nave ha sufrido daños graves.

—De acuerdo. —Estaba ya encaminándose hacia el muelle—. ¿Está la lanzadera atracada?

En el muelle, y lista para salir.

George interrumpió la comunicación, casi sin aliento, corriendo al tiempo que hablaba.

Hutch, oí la llamada de Tor. ¿Qué está pasando?

—No lo sé aún. Alguna clase de avería en el Wendy.

La imagen de Bill apareció en el muelle. Estaba junto a la lanzadera, y parecía preocupado.

Hutch —dijo—, creo que deberíamos abandonar de la zona. —Vaya, no era fácil cuando tenía a dos personas a bordo del Wendy—. Sigo sin poder conseguir una imagen del culpable, pero sea lo que sea, está devorando la nave. Esto es todo lo que alcanzo a ver por ahora —dijo mientras pasaba una imagen por pantalla.

El espacio situado justo sobre la cámara estanca principal del Wendy estaba deformado, y parecía agitarse. Las luces encendidas del Memphis lo recorrían. Era otro espía. No había duda. Pero este parecía ser una variante muy jodida.

—Tor —dijo—, ¿dónde estás ahora?

En uno de los depósitos de almacenamiento. Hutch, ¿es que va a explotar la nave?

—No.

—¿No es lo mismo entonces que le sucedió al Cóndor?

—Parecido. Pero la situación es diferente. Parece como si hubierais sido atacados. Algo está devorando el casco, pero ahora está cerca del puente, no junto a los motores.

Y eso significa que

—Haz un hueco en el sistema de contención del compartimiento de los motores y estallará. Eso es lo que le pasó al Cóndor.

Comprendo.

—Pero no tienes por qué preocuparte. Está bastante lejos de los motores.

Vaya. Me alegra oírlo.

—Escucha: decías que estabas encerrado. ¿Sabes cómo manejar el mecanismo de apertura automático?

Sí. Abrir el panel, tirar de la palanca hacia abajo. ¿Es así? No funciona.

—Algunas funcionan tirando hacia arriba. O hacia un lado. O…

Da igual. No se mueve. Sea la dirección que sea. ¿Sabes qué le ha pasado a Kurt?

—No. Tor, ¿ahora estás cerca de la compuerta?

Justo frente a ella.

—¿El panel tiene alguna luz encendida?

Roja.

Hutch reprimió una maldición. Sus compañeros estaban a su alrededor, viéndola actuar. Esperando ver cómo resolvía el problema.

—De acuerdo. Hay vacío al otro lado. ¿Tienes activado el e-traje?

No lo llevo puesto.

—¿Maldita sea, Tor, dónde lo has dejado? —Aunque ya sabía la respuesta.

En la lanzadera.

Hutch contemplaba el Wendy. El casco parecía una prenda de color gris estirada al viento en un día de vendaval. Una lluvia de rocío blanquecina brotó de él. Se formaron copos, y unos cristales plateados y blanquecinos salieron flotando.

¿Hutch, qué hago?

Estás listo, amigo. Saliste sin tu traje y estás atrapado en una cámara a la que no puedo acceder sin matarte. Y toda la nave está derritiéndose a tu alrededor.

Los silenciosos testigos que presenciaban la escena, junto a ella, aguardaban una respuesta.

Las luces de emergencia se apagaron. Tor estaba completamente a oscuras, y en absoluto silencio. Levantó una mano hasta alcanzar uno de los conductos de aire y no detectó flujo alguno. Adiós al sistema de emergencia.

La voz de Hutch regresó.

Tor, al fondo del almacén en el que estás hay otra compuerta. Conduce a un conducto gravitatorio. —Su voz sonaba prodigiosamente alta.

—Entiendo. ¿Qué es un conducto gravitatorio?

Conserva la gravedad cero. Pero eso ahora no nos importa.

—Muy bien.

Quiero que vayas a comprobar si la compuerta está abierta.

—De acuerdo. Pero esto está completamente a oscuras. No veo nada.

Un minuto. —Mientras la comunicación se interrumpía, Tor luchó por mantener sus pies apuntando hacia abajo. Enseguida estuvo de vuelta—. Muy bien. ¿Puedes volver a alcanzar la compuerta del corredor, la misma que antes no podías abrir?

Aún flotaba frente a ella.

—Sí —dijo—, así es.

Ve hasta ella. Avísame cuando la alcances.

Braceó hacia abajo, la buscó a tientas y la alcanzó.

—Ya está —dijo.

Muy bien. Estoy consultando un plano esquemático del Wendy. A tu izquierda, a unos cinco pasos en el bastidor, hay dos taquillas de almacenamiento de equipo.

A Tor se le aceleró el corazón.

—¿Contienen e-trajes? —preguntó.

—No. Lo siento. Pero sí debería haber un par de linternas de mano.

Aquello no pintaba nada bien. Tor luchaba por evitar sacar a relucir su frustración. Mantenía la voz calmada. Se abrió paso en la oscuridad, inspeccionando con sus dedos los bastidores, entre estanterías que estaban cerca del techo y cajones próximos a la cubierta. Se impulsaba, raspándose las espinillas cada diez segundos. Había cajoneras, pero estaban cerradas. Al fin alcanzó las taquillas, buscó a tientas sus puertas, las abrió y empezó a rebuscar entre piezas de equipo guardadas en su interior.

—¿Sabes dónde? —preguntó.

No viene especificado, Tor. Solo es un inventario.

Sus dedos se posaban sobre barras, cilindros y cajas metálicas, y muchos otros artilugios distintos. Decidió abandonar la primera taquilla y pasar a la siguiente.

¿Cómo lo llevas?

—Necesitaría luz —dijo.

Hutch dejó de lado la broma.

No quisiera meterte prisa, pero no es que andemos sobrados de tiempo.

Vaya. Si no me lo hubiera dicho no lo hubiera sabido, sobre todo con los ventiladores parados y agotando el aire de la cámara. Tor buscó a tientas entre el equipo. Por fin aparecieron linternas de todas formas y clases. Iba a preguntarle a Hutch cuál debía coger, pero agarró una. De muñeca.

—La tengo —dijo mientras la encendía.

Bien hecho, Tor. Ahora dirígete al fondo del almacén y gira a la derecha. A unos seis metros de la mampostería a mano izquierda deberías encontrar una compuerta. ¿La ves?

Tor se fijó la linterna a la mano y se impulsó hacia el frente. Quizá demasiado rápido. Tuvo que agarrarse a la asidera de una taquilla para frenarse, se torció el brazo y se dio con la rodilla contra un bastidor.

—Ya estoy —anunció.

Muy bien, ¿puedes abrirla?

Encontró el panel, recordó abrirlo desde abajo y tiró de la palanca. Transcurrido un momento volvió a intentarlo, pero esta vez empujando.

De nuevo luces rojas. Brillaban como unos pequeños ojos diabólicos. Al otro lado también había vacío. Y eso significaba que nadie iba a poder llegar hasta él sin matarlo.

—Nada —dijo.

¿Más luces rojas?

—Así es. —Desesperante—. ¿Alguna idea?