Capítulo 14

Los cobardes florecemos con la pasión, ese mismo sentimiento que antes nos hizo ser valientes.

John Dryden

Alt Evening’s Love, II, 1671

—¿Qué puedo decir? —espetaba George en la sala de reuniones. Tenía cosidas y envueltas en gasa las heridas que había sufrido en la pierna y en ambos hombros.

Hutch no había dicho nada que pudiera hacerlo saltar así, pero debía de haberse dado cuenta por su mirada. Como él, ella también estaba cosida aquí y allá. Tobillos, muslo, cintura y cuello le habían sido rebanados. Alyx le había ofrecido otro sedante, y había dormido profundamente durante toda la segunda noche. Los calmantes hacían bien su trabajo, y las vendas presionaban con fuerza sus heridas para que se cerraran lo antes posible.

Tor los acompañaba a ambos, sentado en silencio junto a una consola de mandos, leyendo algo. Se volvió al escuchar el comentario de George, mirándolo primero a él y luego a Hutch.

Todos se habían esforzado por evitar discutir sobre las decisiones que habían llevado a los acontecimientos que habían vivido. En lugar de ello, se habían limitado a hacer comentarios generales.

No había oportunidad ninguna.

Malditos salvajes.

—Nadie te está acusando —dijo Tor en tono conciliador.

—Ella sí.

Hutch reposaba tumbada sobre la espalda, con la cabeza descansada pero alzada sobre unas almohadas.

—Déjalo estar, George —dijo la capitana.

—¿Y qué haremos ahora? —preguntó Tor intentando cambiar de conversación.

—Informaremos, recogeremos nuestros bártulos y nos volveremos a casa —dijo Hutch.

Se hizo el silencio.

—No podemos hacer eso, Hutch —dijo sereno George.

—¿Qué quieres decir? ¿De qué iba a servir quedarnos por aquí?

—No estaba sugiriendo que nos quedáramos aquí. No tenemos nada que aprender de esos salvajes.

—¿Pero no se suponía que de eso iba todo esto? ¿De salir ahí a hablar con ellos? ¿Descubrir cuáles son sus pensamientos? —Entonces Hutch fue consciente de cuál era la idea que le rondaba a George por la cabeza. Giró la cabeza para mirarlo, al menos todo lo que alcanzaba a conseguir con esos apretados vendajes—. No —dijo—, hemos llegado al final de esto.

—Hutch, eres mi empleada. Yo seré quien decida cuándo hemos llegado al final.

—¿Sabes? —dijo Hutch—, yo podría cerrar esta operación en el momento que quisiera.

—Lo sé perfectamente. ¿Acaso pensabas lo contrario? Pero te une un contrato. Tenemos un acuerdo.

—No tengo por qué quedarme a ver cómo consigues que te maten.

Tor se interpuso entre ambos y bajo la vista hacia Hutch.

—Hutch —le dijo—, queremos seguir adelante. Averiguar de qué va todo esto.

Perseguir otra señal de repetición.

Ella cerró los ojos y visualizó el receptor. Tenía el tamaño de un planeta, estaba constituido por tres satélites espía y recogía la transmisión proveniente del Punto B, quizá añadiendo alguna información que hubiera captado en el país de los ángeles, y la enviaba a un segundo sistema del mismo tamaño, a otro transmisor compuesto por tres espías más que repetiría de nuevo la señal.

—¿Hacia dónde? ¿Y con qué propósito?

—Navegando junto a la frontera de la burbuja —dijo Tor—. De hecho, la transmisión se tuerce para regresar hacia la burbuja. En dirección, también, hacia Avanzada.

—Catorce grados por encima del plano de la galaxia —dijo George.

—Realmente no es que esté dirigido hacia Avanzada —se corrigió Tor—. Pero sí bastante cerca.

—Hacia el Grupo Mendelson —añadió George.

—Y estamos seguros de que no llega tan lejos —dijo Tor—. Parece como si el nuevo objetivo fuera una clase G que estuviera a ciento cincuenta y seis años luz de distancia, o una supergigante roja a algo más de cuatrocientos años luz. Probablemente sea esta última. La pista pasa aproximadamente a unos cincuenta U. A. de la clase G.

—Sea cual sea el caso —dijo Hutch—, es un buen viajecito.

—Pero no podemos darnos la vuelta e ignorarlo sin más —dijo George—. Sobre todo ahora. —Se refería a Pete y Herman.

Tor asintió y se sentó en el filo de su cama.

—Queremos continuar rastreando la pista. Estamos mucho más lejos ya del tipo de descubrimiento con el que comenzamos todo esto. Tenemos entre manos una red de conexiones, Hutch, tenemos que averiguar de qué va todo esto. Para ello tenemos que continuar con todo. No obstante, lo hemos hablado y sabemos que tenías razón. Aprenderemos de nuestros errores. Seremos un poco más cautos. Haremos más uso del sentido común.

—Mucho más cautos —dijo Hutch.

—Sí —dijo George cerrando los ojos—. Ahora todos coincidimos en eso.

—¿Estáis todos de acuerdo en continuar?

—Ya lo discutimos anoche. Nadie quiere echarse atrás ahora.

—¿Cuánto tardaríamos en llegar? —preguntó George.

—Al objetivo más próximo, once días. Solo la ida.

—No está mal —dijo—. ¿Por qué no ir a echar un vistazo? Comprobaremos qué hay. Y lo haremos todo como dice Tor. Sin correr riesgos.

Hutch cerró los ojos y contempló las pequeñas manchitas de luz que estallaban tras sus párpados.

—Pero empezamos a tener problemas de suministro —dijo—. No estamos equipados para extender el viaje otras tres semanas.

—¿Qué necesitamos? —preguntó George.

—Comida. Nadie esperaba que la misión durase tanto.

—Seguro que podremos hacer algo al respecto —dijo Tor—. Podrías conseguir que te enviasen una nave con suministros. Que se encontrara con nosotros en alguna parte. Considera lo que la Academia puede sacar de todo esto.

De nuevo el silencio. Hutch era incapaz de poner en orden sus sentimientos. La misión, su parte de la misión, había perdido a dos integrantes. ¿Y quién sabía qué podía aguardarle ahora? No era ninguna investigadora. Toda su carrera la había dedicado a trasladar tripulaciones y suministros de un lado para otro. Había sido feliz dejando que fueran otros los que metiesen sus narices en rincones oscuros.

Con todo, lo cierto era que sentía cierta empatia con la gente de la Sociedad del Contacto. Ahora estaban metidos en algo sustancioso que iba bastante más allá de cualquier cosa con la que hubieran podido dar antes las superluminares. Había alguien ahí fuera, alguien con quien poder hablar, alguien que parecía estar interesado en estrellas de neutrones y en civilizaciones vivas. Después de todos aquellos años, sería una puerta estupenda que abrir. Y ella tenía la oportunidad de estar allí, lista para atravesar ese umbral. Pero con la menos adecuada de las tripulaciones.

—Tengo una idea —dijo—. George, por qué no usas el intercomunicador y le explicas a la directora con lo que nos hemos topado. Si todo el mundo está de acuerdo, iremos a echar un vistazo al objetivo más próximo. A esa Clase G. Si la directora accede, quizá esté dispuesta a enviar una segunda nave desde Avanzada. Podría llevar unos sándwiches y encontrarse con nosotros en el objetivo.

—Supon que no encontramos nada —dijo Tor—. Supon que el objetivo de la transmisión es esa supergigante.

—Nos ocuparemos de eso en caso de que llegue el momento de hacerlo —dijo Hutch.

—Pues supon —dijo George— que no quieran enviar esa segunda nave.

—Lo harán —replicó Hutch—. Éste descubrimiento es demasiado importante. Cuando les pasemos la información que tenemos, habrá toda una flota lista para seguirnos los talones.

• • •

A George le sanaban rápido las heridas en brazos y piernas, pero otra cosa muy distinta sucedía con las de su mente. Envió un informe del incidente Paraíso a la secretaría en funciones de la Sociedad que, después de la muerte de diez de sus colaboradores en el Cóndor, ciertamente se sentiría conmocionada. Para él, personalmente, resultaba aun más doloroso, pues no podía obviar el hecho de que él había sido el responsable de las muertes de dos buenos amigos.

Parecía como si su pérdida hubiera sido consecuencia directa de su desacierto. Nadie dudaba de que eran conscientes del peligro, de que lo habían asumido de buena gana, de que él no había presionado a nadie, de que había asumido el mismo riesgo que los demás y de que había estado en primera línea.

Pero estaban muertos, Pete caído al poco de iniciarse la batalla y Herman asesinado al acudir en defensa del propio George.

Hutch había enviado los informes pertinentes a la Academia y al Departamento de Transportes, que pondrían en marcha las debidas investigaciones acerca del incidente. George tendría que ocuparse de la parte más delicada, al darle la noticia a Emma, la viuda de Herman, y a la familia de Pete. A su hijo y a su hija.

Bueno, después de todo, aquello era responsabilidad del director de la misión. Pero era una ocupación que no había llegado a considerar antes de la partida.

George siempre había pensado que algún día conocería el éxito en su principal ambición, que llegaría a establecer contacto. Así había sucedido, pero debería haber ido acompañado de una sensación de placer increíble, aunque el ansiado contacto hubiera tenido lugar con salvajes. ¿Quién podría haberlo imaginado? Todo se había torcido y le había dejado una espantosa sensación de amargura.

¿Por qué no habría atendido a razones?

Hutchins había tenido razón, pero precisamente por eso ahora recelaba de ella.

Sin embargo, en lo más profundo de su ser no podía negar que, en la misma situación, volvería a tomar la misma decisión. ¿De qué otra forma podría actuar si no? Haber sido más cauteloso, haberse resguardado en la lanzadera, haber saludado a los ángeles desde detrás de una trinchera segura de metal, con las compuertas cerradas de forma segura…, aquellos hubieran sido actos infames, e invitarían a alguien más valeroso a que llegara para llevarse la gloria.

Había momentos en que era necesario afrontar riesgos, jugarse el todo por el todo para esperar el resultado. Aquélla había sido una de esas ocasiones, y si había muerto gente, aquel solo era el precio que exigía una empresa semejante. No era posible poner siempre la seguridad por encima de todas las cosas. De hacerlo, ¿quién podría alcanzar una meta valiosa?

Sin embargo, la pérdida de Pete y de su viejo amigo Herman le partía el alma. Durante los primeros días que siguieron a lo sucedido, ni siquiera los calmantes le sirvieron de ayuda.

George envió pésames a ambas familias, con voz temblorosa y apenas logrando mantener la compostura. Cuando finalizó, se tumbó en su litera y miró al techo.

Antes de dejar Paraíso, celebraron unos segundos oficios conmemorativos.

Hutch dispuso imágenes virtuales de Herman y Pete, y todos los recordaron por unos momentos. Como capitana de la nave, se esperaba que fuera ella la que pronunciara las últimas palabras.

Comentó que hacía relativamente poco tiempo que había conocido a ambos, pero que habían sido amables compañeros de viaje, que parecían ser hombres honestos y leales con sus responsabilidades, y que le llenaba de orgullo haberse aventurado en lugares desconocidos a su lado. Pete, señaló, no había dudado al enfrentarse al peligro. Había encabezado la misión y se había convertido en objetivo principal para los asesinos.

Herman había acudido resuelto en ayuda de sus amigos, y había perdido la vida por ello. ¿Qué más podía decirse de ellos?

• • •

El vuelo hasta la Clase G fue bastante triste. Ejecutaron algunas simulaciones, pero no participaron en ellas. Nick dejó de cabalgar por el desierto con su turbante morado, en una carrera desesperada por rescatar a Alyx y Hutch de las depravadas garras de un señor de la guerra que, en los primeros días de su misión, se había parecido a George, pero que ahora parecía el típico malo de las películas. Alyx había dejado de ser Shambiya, la semidesnuda reina de la jungla, tras la pista de traficantes de armas y cazadores furtivos. Tor ya no regentaba el café de Rick en Casablanca.

Jugaron al bridge, charlaron y leyeron. Habían dejado la atmósfera festiva en Paraíso. Entretanto, Hutch y George se recuperaban de sus lesiones, y la capitana comenzaba a mirar con preocupación cómo menguaba la comida. Les quedaría algo menos de lo que consumirían en dos semanas para cuando llegasen a su destino. Pero Avanzada ya había informado de que su petición había sido debidamente atendida y transmitida a la Academia, y de que ya estaba en camino una nave de apoyo, la Wendy Jai.

Transcurrieron cuatro días y recibieron un aterrado mensaje de Virgil, quien aún sin acabar de reponerse de la pérdida del Cóndor, ahora hacía frente a dos fatalidades más.

Envíame informes completos —le dijo a Hutch, especificando todo lo que quería estudiar con más detalle—. No asumáis más riesgos. No me importa lo que pueda pasar, no queremos afrontar más muertes.

Sin embargo, la directora pronto dejó de intentar alterar el rumbo de la misión. Presumiblemente, no debía creer que tuviera autoridad para hacer algo semejante, decidió Hutch.

Una tarde, Alyx fue al puente a acompañar a la capitana, a sentarse a su lado para contarle que estaba teniendo problemas para superar el episodio del ataque.

—Lo mismo me pasa a mí —confesó Hutch. Había sido lo más espantoso que había presenciado nunca. Peor aún que el ejército de cangrejos de Beta Pac. Las imágenes se habían quedado congeladas en su retina, como un suceso que se repitiera una vez tras otra, haciéndole sentir la espantosa repugnancia y el terror, tanto que ya no estaba segura de haber estado presente cuando todo sucedió, en unos momentos en que había estado demasiado ocupada intentando seguir con vida como para prestar atención a sus reacciones. Además, había otra cosa respecto a su experiencia.

—Me recreé matando a esos hijos de perra —dijo—. Despedacé a unos pocos, y disfruté hasta el último minuto.

—Puedo entenderlo —dijo Alyx.

Ella negó con la cabeza.

—Es la primera vez que he mirado a algo a los ojos y lo he matado —dijo.

—Yo me sentí igual. Me hubiera gustado tener una pistola.

—Es una parte de mí misma que nunca antes había conocido.

Alyx había estado teniendo problemas. Habló de pesadillas. Colmillos y garras retráctiles.

—Es lo que más recuerdo, ese modo en que se… abalanzaron sin más. —Y entonces dijo algo que Hutch siempre recordaría—. Es como descubrir que el universo no sigue las reglas que pensabas. Es como estar en una parada de autobús de noche y ver al chico que tienes al lado convertirse en hombre lobo. Ésos ángeles eran espantosos. Pero lo que realmente me inquieta es que criaturas así puedan existir.

Alyx volvió al puente en los días sucesivos, y juntas siguieron hablando al respecto, sin que Hutch dijera demasiado. Sobre todo, escuchando. En ocasiones la conversación discurrió en otros sentidos. Charlaron de aspiraciones, hombres, ropa, sus perspectivas en la vida. Sin embargo, inevitablemente acababan regresando a los terribles momentos que habían pasado en aquel planeta.

Poco a poco, la propensión de Hutch a revivir la experiencia acabó desvaneciéndose, y las emociones asociadas a ella se fusionaron en una amalgama de sentimientos. Algo que poder meter en una maleta y guardar en un desván en el que no volver a entrar.

Entretanto, ella y Alyx forjaron un estrecho vínculo de empatia mutua.

• • •

Aún estaban a un par de días de la estrella Clase-G cuando Tor apareció por el puente. No parecía tener demasiado que decir, y simplemente preguntó qué tal lo estaba llevando.

—Estoy bien —dijo.

—Parecías deprimida.

—Pensé que todos parecíamos un poco deprimidos.

Touché —suspiró—. El viaje no he sido precisamente una caja de risas, ¿no?

—No exactamente —dijo.

—Sé que esto ha debido resultarte especialmente duro.

—Ha sido duro para todos —dijo encogiéndose de hombros.

—Si hay algo que pueda hacer…

Ella sonrió agradecida.

—Gracias, Tor. Lo sé.

—No dudes en pedir cualquier cosa.

—Claro que no.

—¿Qué crees que nos espera?

—Cualquiera sabe —dijo. Tenía la sensación de estar bajando por un camino interminable, salpicado por incontables satélites.

Él la contempló durante un rato.

—Hutch, desearía haber pasado más tiempo juntos, allá en Arlington.

Ella pensaba igual. Pero aquel era un sentimiento reciente, y aún no acababa de ahogar del todo una pizca de resentimiento por el hecho de que él no hubiera luchado más por ella.

—A mí me pasa lo mismo —dijo con un tono neutro—. Pero mi agenda nunca parecía concederme el tiempo suficiente para las relaciones sociales.

—Lo sé —contestó él—. Y lo entiendo. —En su cara se dibujó una sonrisa y Hutch pensó que iba a hacerlo de nuevo, asentir amablemente, disculparse, dejar la sala y no volver a aparecer. O al menos no hasta transcurridos varios años, cuando volvería a presentarse de manera inesperada, insinuando que sí, que nunca había dejado de amarla, y que hubiera deseado que las cosas hubieran sido distintas. Maldito seas, Tor.

—Solo quería que supieras —empezó a decir— que siempre te he considerado una persona muy especial.

—Me alegra oír eso —dijo la capitana—. Gracias. Yo también creo que eres bastante especial.

—Bueno. —Parecía perdido—. Creo que debería irme. —Entonces le dio un casto beso en la mejilla—. Hutch, si me necesitas… —dijo deteniéndose en la puerta, y contemplándola durante un rato. Entonces se fue.

Hutch abrió un cajón de su escritorio, cogió una pluma y la arrojó al otro extremo de la sala.

• • •

Regresaron al espacio sublumínico según lo previsto, aproximadamente a 48 U. A. de la luminaria central, allí donde la señal atravesaba el sistema. Hutch colocó las antenas de plato en posición, y todos dieron inicio a la ya familiar rutina de tratar de interceptar la transmisión.

George deseaba que pudieran disfrutar de una mejor tecnología de comunicaciones, pero pareció calmarse cuando Hutch explicó que había invertido bien su dinero, que los sistemas del Memphis estaban a la última, y que sencillamente había limitaciones impuestas por la física que no podían ser sorteadas por el equipo, por muy bueno que fuera.

Al principio del viaje se habían impuesto sentimientos como la tendencia innata de todos los hombres a flirtear con Alyx. Sin embargo, a las alturas que estaban ya del viaje, los afectos que unían a la tripulación se habían fortalecido, se habían convertido en algo más. Alyx tuvo siempre en cuenta los sentimientos de Hutch, y en consecuencia intentó mantener una relación amigable.

—¿Qué sabemos de este sistema? —preguntó—. ¿Hemos llegado siquiera a estudiarlo con sensores de largo alcance?

—Quizá con sensores de largo alcance sí —dijo Hutch—. Pero eso no sirve de mucho. No hay constancia de la existencia de ninguna inspección formal.

Se le iluminaron los ojos.

—Sabes —dijo—, es un poco emocionante ser la primera persona en pisar un sistema solar.

—Lo cierto —dijo Hutch— es que esta misión también está siendo una experiencia nueva para mí.

Mensaje de la directora —interrumpió Bill.

Hutch asintió, y Sylvia Virgil apareció en pantalla.

Hutch —dijo—, quiero felicitarte por tus logros. Por supuesto lamento las pérdidas. Todos lamentamos que haya habido bajas. Sin embargo, quiero recordarte que estás tomando parte de un vuelo que está haciendo historia. Eso significa que es esencial documentarlo todo. Recuerda que la seguridad del velero y sus pasajeros es nuestra principal preocupación. Sé que cada vez estáis más lejos de casa, pero estamos en pos de un gran trofeo. Te interesará saber que la red de comunicaciones, pues así es como se están refiriendo a la trama de satélites los medios por aquí, está suscitando gran interés. Enviaremos algunas naves más en calidad de apoyo. Manténnos informados de cada paso que des, y nosotros por nuestra parte intentaremos conseguir que más naves no tarden en acudir a vuestro encuentro. Ya hemos enviado al Henry Hunt y al Melinda Freestone a la supergigante, basándonos en la posibilidad de que BY68681551 —dijo leyendo el número de catálogo en sus notas— no sea el verdadero objetivo. Si finalmente sucede así, házmelo saber de inmediato y alteraremos su destino. Hutch, debes ser consciente de que hemos destinado todos nuestros efectivos disponibles en la región de Avanzada a apoyar tu misión.

Como de costumbre, parecía preocupada por cualquier posible derivación legal.

• • •

Hemos detectado la señal —dijo Bill.

—¿Tenemos el objetivo a la vista?

Estoy en ello.

• • •

Transcurridas unas horas, Bill dio con un planeta que se cruzaba en la trayectoria de la transmisión. Era un mundo gélido, de nuevo quizá de la mitad del tamaño de la Tierra, y cuyo sol no era más que una reluciente estrella en su negro cielo. Su atmósfera estaba helada sobre la inhóspita superficie. Gigantescas hendeduras, varias de las cuales hubieran podido tragarse sin problema todos los Alpes Suizos, discurrían de norte a sur.

—No ha acogido vida jamás —dijo Alyx contemplando las imágenes en las pantallas.

George fruncía el ceño.

—Rompe la tendencia.

—¿Qué tendencia? —preguntó Tor.

—Mundos con vida. Mundos con civilizaciones.

—La estrella de neutrones no está civilizada —dijo Nick.

Alyx, que se estaba convirtiendo en toda una entusiasta de la astronomía, apartó la vista de una imagen que recogía dos galaxias colindantes.

—Me pregunto —dijo— dónde comenzará toda esta cadena.

Bill apareció entonces en pantalla.

He localizado un satélite espía. Sigo buscando otros.

—¿Es del mismo tipo?

Hutch, no olvides que no puedo verlo directamente. Solo distingo la distorsión espacial que provoca. Sin embargo, hasta el momento nada sugiere que pueda diferir de los otros.

—¿Por qué? —preguntó George—. ¿Qué puede haber aquí que pueda interesarle a nadie? —Evidenciaba frustración en su voz—. Nick —preguntó con voz firme—, ¿pondrías tú aquí un satélite de vigilancia?

—No a menos que quisiera estudiar el movimiento de los glaciares —dijo encogiéndose de hombros.

—Por eso los llamamos alienígenas —dijo Alyx—. Hacen cosas que nadie entiende.

Bill escudriñó el subsuelo con sus sensores, pero no detectó ninguna formación geológica fuera de lo normal, ni atisbo alguno de cualquier tipo de estructura artificial. Nada que pudiera ser de interés para la misión. No había señal de que en aquel planeta hubiera sucedido nunca nada.

Tenía dos lunas, las dos, peñascos congelados, asteroides que había atraído hacia sí. Ninguna tenía más que unos pocos kilómetros de diámetro, y ambas eran deformes. Una se había desplazado hacia una órbita retirada. Aparte de esos datos, tampoco ofrecían nada interesante.

—Quizá —dijo George— sea solo una estación de repetición más en la cadena. Puede que estemos en el límite del alcance de la señal procedente de Paraíso.

¿Me permitís una observación? —preguntó la IA.

—Claro, Bill.

El nivel de potencia de la transmisión de Paraíso sugiere que la señal no habría tenido problemas para cruzar esta región. En caso de construir únicamente una estación de repetición para esta señal, yo no lo habría hecho aquí.

—Empieza a dolerme la cabeza —dijo George—. ¿Bill, tenemos ya ese segundo par de espías?

He estado buscando. Aquí casi no llega la luz del sol, así que no es muy fácil dar con ellos. Pero seguiré trabajando.

—¿Qué os parece que nos retiremos un poco y comprobemos si podemos detectar alguna señal de salida? —dijo Hutch.

• • •

Seguían buscando cuando Bill anunció que una segunda nave había entrado en el sistema.

—Aquí llegan nuestros suministros —dijo Nick.

Era el Wendy Jay.

Hutch dio instrucciones a Bill de establecer comunicación.

El capitán Eichner ya está en línea —dijo—. ¿Te lo paso?

—Sí. —Hutch sintió la emoción típica de los amigos que se encuentran en un lugar remoto—. Hablaré con él desde el puente.

Kurt vestía un mono negro que llevaba el parche del Wendy en el hombro. A pesar de haber pasado la mayor parte de su carrera profesional encerrado en contenedores climatizados, por su aspecto se diría que llevaba toda su vida tomando el sol. Sus rasgos eran curtidos, tenía una nariz larguirucha y con una cicatriz —un incidente en un duelo, le había dicho en una ocasión—, unos ojazos azules en los que casi podía uno sumergirse y una sonrisa tan enigmática como cínica, según del lado desde el que lo mirases.

Hutch —dijo—, parece que después de todo podremos apañar esa cena.

—La espero ansiosa. ¿Qué trajiste?

La conexión llevaba un retardo de casi un minuto. El Wendy aún estaba algo lejos.

Todo lo necesario. A propósito, por la mismísima Tierra, ¿qué estás haciendo aquí?

—Buscando bichitos —dijo Hutch con rostro afligido.

Eichner se recostó en su asiento y se puso las manos en la nuca.

Me dijeron que estás liada siguiendo una pista.

—Más o menos. Alguien estableció una red de comunicaciones a base de estaciones repetidoras. Ésta es nuestra cuarta parada.

Te refieres a alguien no humano.

—Eso parece.

Su sonrisa se tornó enigmática.

¿Así que esos locos están tirando del sedal?

—Kurt, no son locos.

No, si lo entiendo completamente. Pero, ¿vais a continuar? ¿Más allá de este lugar?

—No lo sé. Probablemente sí.

¿Hasta dónde?

—Tampoco lo sé. —Bill intentaba recabar su atención—. Un segundo, Kurt.

Captada señal de salida —dijo la IA.

—¿De un repetidor?

¿Preguntas si tiene las mismas características que las demás transmisiones? Sí, así es. Pero se desvía en un ángulo de 133°.

—Ésta cosa da una de vueltas increíble.

Lo cierto es que sí.

Otro misterio. Hutch dio las gracias a la IA, se centró de nuevo en Kurt y le informó de lo que le había señalado Bill.

—Huellas de otra civilización —dijo.

Supongo. ¿Entonces vas a seguirlas?

—No soy yo quien decide.

¿Y quién decide entonces?

—George. George Hockelmann.

Ajá. —Y, después de un momento—. ¿Y quién es?

—Te lo contaré luego.

Tengo entendido que ha habido pérdidas.

—Una nave entera. Y dos de nuestros pasajeros.

Lo siento.

—Lo sé. Gracias. —Entonces dudó—. Te pediría que te llevases los restos.

Puedo hacerlo si quieres. —La miraba como si esperaba que le dijera algo más. Finalmente—: ¿Quieres seguir con todo esto? ¿Con la misión?

—¿Quieres la verdad, Kurt?

¿Es que no la quiero siempre?

—Nunca lo reconocería delante de George, pero podría decirse que estoy algo fascinada por todo esto. Alguien colocó aquí estas cosas, hace más de mil años. Con la posible excepción de una de ellas, que según la Academia tenía menos de un siglo de antigüedad.

Eso no tiene demasiado sentido.

—Suena como si disfrutaran de alguna clase de mantenimiento. Me gustaría ver dónde acaba todo esto. —Estudiaba la posición del Wendy en la pantalla de navegación—. ¿Para cuándo tienes previsto alcanzarnos?

Mañana, a media mañana.

—¿Querrás acompañarnos en el siguiente paso?

No creo.

—Podrías mandar al Wendy de vuelta con la IA.

Hutch, de veras me gustaría poder hacerlo. —Negó con la cabeza, indicando que no lo haría en ninguna de las circunstancias que pudieran venírsele a la cabeza—. Pero tengo un tobillo malo que me ha estado molestando últimamente y, de todas formas, ya sabes cómo se las gasta Bill cuando lo dejas solo. A propósito

—¿Sí?

Necesito tu ayuda.

—Claro. ¿Qué puedo hacer por ti?

La Academia quiere un satélite espía de muestra. Parece que se sintieron algo molestos con Park cuando este informó que solo había subido a bordo algunos fragmentos.

—¿Le pidieron que les llevara uno de vuelta?

No, pero pensaron que debía haber mostrado alguna iniciativa. De cualquier forma, quieren que recoja uno y se lo lleve. Agradecería algo de ayuda.

• • •

Bautizaron el nuevo mundo como Pedrisco, e hicieron un informe tan completo sobre este como pudieron. Bill midió o estimó su densidad, diámetro ecuatorial, masa, gravedad en la superficie, inclinación del eje, periodo de rotación y volumen. Tomó muestras de temperatura en superficie en varias posiciones. Siempre estaba a un par de cientos de grados bajo cero. Registró las diferentes proporciones de metano e hidrógeno, hielo acuoso y amoniaco.

Además, tomó exhaustivas fotografías de las lunas para pasárselas al control de la misión y que allí las estudiaran a fondo. En ningún momento encontraron motivo alguno que explicara la presencia de los espías.

Entretanto, Hutch se dispuso a elegir una de las unidades para desmontarla.

¿Seguro que quieres hacerlo? —le preguntó Bill.

Una luz roja se encendió en su cabeza.

—¿Alguna objeción, Bill?

Cada cambio que hagas distorsionará la señal. Ya hicimos desaparecer una unidad del Punto S. Y fragmentos de otra. Ahora queremos retirar otra de aquí. Quienquiera que sea que esté en el extremo receptor de la señal, podría sentirse molesto por lo que estamos haciendo.

—Pero aquel que esté en el extremo receptor no llegará a darse cuenta hasta dentro de mucho tiempo.

Entonces déjame decírtelo de otra forma: ¿qué hay de la ética en todo esto?

—No hay ética. Hemos perdido a miembros del equipo. Tenemos justificación más que de sobra para hacer lo que sea necesario para averiguar qué sucedió. De todas formas, tienen mil años. O más.

Pero son artefactos que están en funcionamiento, Hutch. Y no creo que no seas consciente de que mil años es relativamente poco tiempo.

—Te diré lo que haremos, Bill. Cogeremos uno de esos para Kurt, que es algo que tengo que hacer porque se lo he prometido, y eso será todo. Después de éste, no tocaremos más. ¿De acuerdo?

La IA guardó silencio.

• • •

Hutch eligió el satélite que habrían de recoger para entregar a Kurt, y ya por la tarde se sentó a charlar con Tor y Nick.

—Tengo la sospecha —dijo Tor— de que cuando descubramos quién está en el extremo receptor de todo esto, solo será para comprobar que no hay nadie.

—¿Qué quieres decir? —preguntó la capitana.

—Pues que nadie se acuerda ya del proyecto que dio pie a todo esto. Que estas señales rebotan de un lado a otro, y que en algún lugar estarán siendo canalizadas por un receptor y almacenadas por alguien que ya no importa. Que puede incluso que sea una vieja circunscripción. Quiero decir, ¿cuánto tiempo pasaríais vosotros estudiando una estrella de neutrones?

Nick asintió.

—Probablemente ya hayan muerto y desaparecido —dijo. Pero ninguno de ellos era arqueólogo. Ni tampoco ella, en realidad, aunque hubiera trabajado toda su vida junto a profesionales de esa rama. Entendía su veneración por las reliquias, por esos objetos que solían encontrarse enterrados, pero también orbitando. El término había sido ampliado para abarcar incluso señales de radio. Bill tenía razón: se trataba de reliquias operativas, y Hutch era incapaz de apartar de su cabeza la idea de que iba a destruir algo valioso.

—Ahondando en lo mismo —dijo la capitana a Tor—, mañana saldré a recoger el satélite. Me gustaría tenerlo desmontado y listo para entregar cuando llegue Kurt.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó.

—Sí, si tienes tiempo.

—¿Si tengo tiempo? —dijo con una amplia sonrisa—. Cuenta conmigo.

A la mañana siguiente Kurt estaba ya en línea antes que de Hutch se hubiera desperezado siquiera.

Ya cargué el transporte con tus cosas —dijo.

El Memphis era demasiado pequeño para disponer de un lugar de embarque mucho mayor que el espacio destinado a la lanzadera. Su diseñador había asumido que cualquier vehículo entrante se limitaría a situarse a un lado y a transferir a los pasajeros directamente a través de la cámara estanca principal. Sin embargo, en el presente caso iban a dejar suministros, y parecía más razonable sacar la lanzadera para dejar espacio al transporte del Wendy.

¿Llevará mucho trabajo desmontar el espía? —preguntó Kurt.

—Nada de lo que no podamos ocuparnos.

De acuerdo. ¿Nos vemos entonces para la hora de la cena?

—Si te traes el chucrut

Vaya Hutch, lo siento, pero no tengo. ¿Te viene bien algo de cerdo asado?

—Servirá perfectamente. —Cerró la transmisión y bajó a la sala de reuniones, donde la tripulación estaba desayunando—. Debemos decidir hacia dónde nos desplazaremos ahora —decía George—. ¿Sabemos ya hacia dónde apuntar los satélites? ¿Dónde está el siguiente punto de repetición?

Hutch traspasó la pregunta a Bill, que apareció en una esquina de la pantalla de navegación.

Atraviesa directamente una pareja de gigantes gaseosas de este sistema, y luego va directa hasta la GCY-7514.

—¿Dónde está eso? —preguntó Nick.

—Es una galaxia —dijo Hutch.

George pareció consternado.

—No puede ser cierto.

—Bill no suele equivocarse en cosas así. No comete errores. —Hutch se sentó, mirando a Bill—. Dijiste una pareja de gigantes gaseosas. ¿Puedes ser más específico?

Se trata dos gigantes emparejadas en un enlace gravitacional bastante poderoso. Es una configuración realmente inusual. La señal atraviesa justo el sistema.

Todos guardaron silencio.

Añadiría que son bastante hermosas —dijo.

—Fin de la pista —apuntó Nick. Él también parecía disgustado. Todos lo parecían.

Hutch se sentía confusa. Aquélla no era una conclusión satisfactoria. Pero quizá solo fuera que debieran poner fin a todo y volver a casa. Parecía un buen momento para cambiar de tema.

—El Wendy llegará aquí con los suministros en un par de horas —dijo.

Tor asintió.

—No creo que los vayamos a necesitar ya.

—Te entrará hambre de vuelta a casa —dijo Hutch suspirando—. Lo siento mucho. Sé que esto es una decepción para todos. Pero centraos en pensar lo que habéis logrado. Habéis encontrado un lugar que muestra las secuelas de una guerra nuclear. Y tenéis también un mundo con vida, que puede dar cobijo o no a seres inteligentes. No está mal para una única misión. —Hutch dio a George una palmada en la espalda.

—¿Qué noticias te da Sylvia? —dijo George.

Hutch cogió su desayuno y se sentó a su lado.

—Parece que nos hubiéramos convertido en la punta de lanza de toda una flota —dijo—. En cuanto a si ha de continuarse la búsqueda, no mencionó nada al respecto, pero apostaría a que están ya haciendo investigaciones en el otro extremo, partiendo de la señal recibida en la 1107. ¿Quién sabe qué podrá haber al otro lado de la red de comunicaciones?

• • •

Hutch había escogido el satélite espía de más fácil acceso, y el Memphis había navegado hacia él durante toda la noche. Era uno de los tres receptores de la zona.

Hutch y Tor se enfundaron sendos e-trajes, añadieron un par de mochilas propulsoras y salieron al exterior. Era una experiencia muy diferente a la de Refugio, que estaba iluminado y recordaba bastante a la Tierra. Aquél mundo era oscuro, frío, lejano, con su sol perdido entre las estrellas. La superficie era para ellos como una tiniebla interminable.

Bill había hecho uso del equipo de visión nocturna para encontrar al espía, y ahora ellos llevaban unas gafas en su equipo que les permitían distinguir su contorno.

—Es idéntico a los otros —dijo Tor—. Parece que solo tuvieran un tipo de satélite. Quiero decir, aquí fuera no hace falta emplear mucha técnica para ser invisible.

El Memphis iluminó la unidad mientras pasaban por la cámara estanca, empleando las mochilas propulsoras para cruzar los cuarenta metros aproximados que los separaban de su objetivo.

—¿Puede oírnos alguien por este circuito de transmisión? —preguntó Tor.

—Sí —respondió Hutch—, pero dudo que haya nadie escuchando. Excepto Bill.

—Entiendo.

La capitana le explicó la forma de cambiar a un canal privado, escuchó el clic en su receptor, y entonces dijo Tor:

—¿Puedes oírme?

—Alto y claro.

—Quería que supieras, que cuando regresemos a casa, te pediré que cenemos juntos.

—Tor, cenamos juntos cada noche.

—Ya sabes a lo que me refiero. Solos tú y yo. Con velas y vino. —Entonces hizo una pausa—. Solo una cena. Sin compromisos. Y después desapareceré de tu vida, a no ser que me digas lo contrario.

Tor vestía un jersey verde con una imagen serigrafiada de Benjamin Franklin. Llevaba su famosa frase, "Persevera y triunfarás". Hutch sonrió, pensando para sí: de todos tenías que llevarla justo tú. Mejor que perseverar, retírate antes de meterte en problemas.

—Vigila, no vayas a golpearte la cabeza —dijo Hutch.

—¿Con qué?

—Ahí. —Descubrió un panel casi imperceptible, y luego lo iluminó con la linterna—. Está lleno de salientes, y no es fácil verlos.

—Gracias —dijo él—. ¿Qué hay de esa cena?

Hutch se sujetó a una de las antenas.

—¿Me lo pides ahora? Pensaba que ibas a esperar a que llegásemos.

—Estás tratando de jugar conmigo.

—Lo siento —dijo Hutch—, siento haber jugado contigo. No era mi intención. Tor, me encantaría esa cena.

—Bien —respondió—. Me alegra haberlo dejado resuelto.

• • •

Treparon sobre el satélite y lo recorrieron con sus linternas. Los reflejos eran imprecisos, ambiguos, confusos, pero con todo Hutch pudo intuir la forma del objeto, una antena de plato aquí, otra enfrente, la sección central justo delante de ella. Ahí, justo en el frontal del diamante, debía de estar el panel que daba acceso a los controles del espía.

El Memphis flotaba junto a ellos, sus luces los recorrían periódicamente, perfilando sus siluetas, proyectando sombras. El muelle de carga estaba abierto y profusamente iluminado. Hutch había hallado una barra que recorría el eje central del diamante, y la empleaba a modo de asidero. Bajo la capitana, todo era oscuridad.

Mientras se movían en la noche, Hutch tuvo de repente la sensación de que estuvieran completamente solos. No podía distinguir los ojos de Tor, pero podía sentir lo tenso que estaba.

—¿Te sentirías más cómoda —preguntó él— si volviera a la Tierra con el Wendy?

—¿Cómo? No. Claro que no, Tor. ¿Por qué ibas a hacer algo así?

Después de una larga pausa, acabó respondiendo:

—Pensé que así quizá las cosas serían un poco menos difíciles para ti.

—Estoy bien. Me alegra tenerte aquí. —¿Pero qué clase de chico es éste?

Tor se impulsó en torno al eje central, colocándose frente a Hutch.

—Sabes por qué me uní a la misión —dijo.

—Por mí.

—Lo supiste desde el principio.

—No —respondió ella. Ya no estaba segura de lo que había sabido y lo que no—. Pero me alegra que vinieras.

Él asintió y le apretó el hombro. Entonces Hutch volvió a centrar su atención en los componentes del espía. El panel estaba exactamente donde sabía que iba a estar. Lo abrió y desconectó la circuitería. El satélite se hizo visible.

El Wendy era bastante más grande que el Memphis, y las puertas de su muelle debían de ser el doble de grandes. Incluso así, las antenas de plato iban a entrar justas. Estaban instaladas sobre unas astas que deberían ser cortadas lo más cerca posible del plato.

En realidad no le hacía falta la ayuda de Tor. Estaba allí con ella solo por una cuestión de seguridad, porque el reglamento prohibía que una sola persona saliera al exterior. Claro que, ya que estaba allí, le pidió que empleara un cable ligero para unir entre sí las tres unidades de las que constaba el objeto, para que no se separasen.

Hutch —dijo la voz de Bill—. El Wendy ha iniciado ya su última etapa de aproximación.

—¿Cuánto tardará?

Quince minutos.

—De acuerdo. Pásame con, ellos. —Aguardó mientras oía una serie de conexiones electrónicas, y entonces sintió que se abría la comunicación—. ¿Kurt?

Priscilla. Buenos días. Bill me dice que estás en el exterior, desmontando mi chisme.

—Así es. Lo tendré empaquetado y listo para entregártelo cuando llegues aquí.

Genial. Tengo dos cargas de suministros para ti. Si no te importa, te entregaré primero una de ellas. Luego podremos meter en su sitio el satélite.

—Me parece bien.

Tengo bastantes suministros para abastecerte durante otros ocho meses. Espero que te estén pagando las horas extras.

Hutch eligió el punto de ruptura, activó su láser y separó la antena de disco.

—Sí, claro —dijo—. Pagan generosamente. Como siempre.