Cuando creas en alguna fe, no creerás en ti mismo. Serás un siervo. Un hombre de fe.
Max Stiner,
El Ego y él mismo, 1845
—Hutch.
Ésta se giró y miró el reloj. Las tres y cuarto.
—Tienes una llamada del capitán Park. Dice que es importante.
—Pásamela —dijo la capitana. Bill entendió que, estando en su dormitorio, habría de pasarle solo el audio.
Park parecía estremecido.
—Odio molestarte a estas horas. Ya casi estábamos listos para largarnos. —Ella era consciente, y ya se habían despedido—. Pero ocurrió algo. No sé si en realidad significa algo o no. Pero pensé que debías saberlo de inmediato. Solo por si acaso.
Si no estaba seguro de si era importante, no debía de ser importante.
—¿Qué pasa, Ed? —preguntó, permitiendo que su voz dejara ver su irritación.
—El espía que estudiaste.
—¿Sí? ¿Qué sucede? ¿Es que ha vuelto a vigilaros?
—No. Pero está transmitiendo.
—¿Transmitiendo? —Había algo inequívocamente triste en ese hecho. Después de todos aquellos años, aquel chisme aún seguía funcionando. Transmitiendo una señal a ninguna parte—. Gracias Ed.
El negó con la cabeza.
—Pasaré todos los datos a Bill. Hasta la próxima.
Hutch se ahuecó la almohada, considerando por un momento despertar a George, no porque pensara que hubiera alguna necesidad racional de hacerlo, sino simplemente porque alguien la había despertado a ella.
Finalmente registró una trascripción de la conversación y se la envió para que la estudiara a la hora del desayuno.
• • •
Cuando Hutch entró en el comedor estaban en plena y acalorada conversación.
—… y eso no es todo —iba diciendo Pete—. La señal no está dirigida a tierra firme.
Una santurrona sonrisa cruzó el rostro de George.
—¿Qué diferencia hay? Están todos muertos, Peter.
Pete activó una conexión y apareció Refugio. La órbita empleada por los espías surgió con un parpadeo en la pantalla. Entonces una serie de vectores se prolongaron desde las órbitas, constituyendo una segunda circunferencia, que era casi circumpolar.
—La señal es dirigida desde esta trayectoria. El receptor está también en órbita, por aquí, por algún lado, pero desconocemos su altitud, de modo que no podemos determinar con exactitud su posición.
Tor se echó hacia delante.
—Hablan de la señal que detectamos, Hutch. La del 1107.
Pete mordió su tostada y miró a la capitana.
—Le pedí a Bill que intentara buscar el receptor, pero dice que es incapaz de distinguir nada.
—¿Otro espía? —sugirió George.
Nick había acabado un plato de beicon con huevos, y estaba sentado con cara de satisfacción, bebiendo café.
—Personalmente —dijo— se me viene a la cabeza un repetidor.
—Bueno, está claro que es un repetidor —dijo Herman—. ¿Y qué pasa?
—No hablamos de un repetidor de un receptor local —continuó George—. Hablamos de otro par de espías, que a su vez repiten la señal a algún otro lugar.
Aquello captó la atención de Hutch.
Alyx masticaba un cruasán. Dejó de hacerlo y contempló a sus colegas.
—¿No fueron entonces los nativos quienes los colocaron? ¿Queréis decir que alguien los dejó aquí y siguió su camino?
Hutch no se había fiado de la edad que los informes habían concedido a los satélites. Datar uno de ellos con una vida de un siglo, seguramente había sido debido a un error. Ahora veía lo que antes debía de haberle resultado obvio.
—Alguien tuvo un asiento en primera fila para contemplar la guerra —apuntó.
• • •
Siguieron la transmisión, y transcurrida una hora ya habían localizado un nuevo espía. Siguiendo las sugerencias de Hutch, analizaron su órbita y dieron con dos satélites más, equidistantes. Otra antena de plato del tamaño de un planeta, como la del 1107.
Casi de inmediato, Bill informó de que estaba transmitiendo.
—Señal saliente —añadió.
—Bill, ¿la dirección de la señal es perpendicular a la del plano de la órbita?
—Sí.
Alyx y Tor acompañaban a Hutch en el puente cuando llegó la respuesta. Alyx cerró la mano y agitó el puño arriba y abajo. Otra transmisión interestelar.
Más abajo, en el control de la misión, se felicitaban unos a otros. De nuevo.
Habían tomado una conclusión equivocada, suponiendo que habían sido los trepadores quienes habían dejado allí los satélites. Hutch se reclinó en su asiento.
Refugio no era la terminal de recepción de la corriente de datos que venía de 1107. Cuando la señal llegaba a aquella región, era recogida por lo que equivalía a una antena gigante. Entonces era traspasada a otra antena que hacía de repetidor. Y aquella fue la señal interceptada por el Brandeis.
Un George virtual apareció ante sus ojos. Estaba exultante. Tenía las manos cerradas en puños, y estaba literalmente temblando de júbilo.
—Hutch —dijo—, ¿comprendes lo que esto significa? ¿Sabes con lo que nos hemos topado?
—Creo que te ha tocado la lotería, George —dijo.
—¿Pero estamos seguros? —preguntó Alyx—. Quiero decir, la señal no es enviada a la base lunar, ¿verdad?
George apenas podía contenerse. Pero la pregunta le hizo dudar por un momento.
—No —dijo Hutch—. Es bastante seguro que no esté dirigida a la base lunar.
—¿Hacia dónde entonces? —preguntó George.
Apareció la imagen de Bill en el momento justo, en la pantalla que tenía sobre su cabeza. Tenía su cabello canoso peinado hacia atrás y vestía una chaqueta azul marina con su inicial, una B, bordada en un bolsillo.
—El objetivo más próximo de la trayectoria de la transmisión —dijo— parece ser una clase K, catalogada como KM 449397. Está a cuarenta y tres años luz.
—Está bastante lejos —dijo George.
—¿Así que estamos diciendo que quien quiera que esté colocando todos esos satélites vive en esa clase K? —dijo Alyx.
Tor negó con la cabeza.
—Ésa suposición me recuerda demasiado a la que hicimos respecto a Refugio.
Bill tragó saliva. No había acabado.
—Bill, continúa —dijo Hutch.
—Existe la posibilidad de que la señal atraviese el sistema 97. Y hay otro objetivo directo más allá.
—¿Cuál es? —dijo George tragando saliva.
—El Grupo Marítimo.
—¿A qué distancia está? —preguntó Alyx.
—Mil doscientos años luz —dijo Hutch. Bill juntó las cejas, haciendo ver que se estaba equivocando en cien o doscientos. Pero no dijo nada.
Del intercomunicador llegó la voz de Nick.
—¿Estarían en la biozona, no? ¿Podría esa señal recorrer mil doscientos años luz?
Todos intercambiaron miradas, nadie parecía poder aseverarlo. Ni siquiera Bill se atrevió a aventurarse.
—Bueno —dijo Hutch—, de lo que no hay ni una maldita duda es de que nosotros no podemos llegar hasta las Marítimas.
—¿Cuánto tiempo tardaríamos? —preguntó Alyx.
—Unos dos años y medio.
—Vaya, coge un buen libro —dijo Nick.
Hutch escuchaba con recelo mientras empezaban a divagar acerca de un viaje hasta el 97. ¿Qué iban a perder? Apenas unos días. ¿Quién sabía lo que iban a encontrar? Si no había nada, pues vuelta a casa y ya está. No había problema.
En unos minutos todos habían dejado a un lado sus suspicacias y estaban listos para salir.
Parecía como si la pérdida del Cóndor hubiera tenido lugar en otra realidad. El problema era que, a pesar de todo lo ocurrido, estaban acostumbrados a un entorno amistoso y seguro. La idea de que pudiera sucederles alguna tragedia parecía ajena a la tripulación del Memphis. Habían disfrutado de vidas tranquilas y seguras pero Hutch, mientras, había estado viendo a gente cometer errores fatales: Richard Wald retrasándose demasiado en llegar a Quraqua; George Hackett subestimando a los cangrejos de Beta Pac; Gregory MacAllister empleando su labia para alcanzar una lanzadera en Deepsix. Ella misma había cometido unos cuantos, y había muerto gente. Eso la hacía ser más cautelosa, y ya no estaba tan segura de querer averiguar lo que le había sucedido al Predicador. Se había ido para siempre, nada iba a cambiar ese hecho.
—Tenemos combustible suficiente y reservas para acometer el viaje —dijo—. Pero correríamos ciertos riesgos.
—¿Qué riesgos? —preguntó George en tono condescendiente.
—Aún no sabemos qué acabó con el Cóndor.
Pete le quitó importancia a la idea.
—Tiene pinta de que fuera un fallo en un motor. Tengo entendido que el Cóndor no era un velero de la Academia.
—Es cierto —dijo ella.
—Probablemente no dispondría de sus estándares de mantenimiento. De la independencia entre dueño y operario podía esperarse algo así.
—Brawley era un profesional consumado —dijo.
—Lo siento —dijo Pete—. No quería ofenderte.
—Bueno —dijo George—, hay una decisión que tomar. Y creo que si nos diéramos ahora la vuelta y regresáramos a casa, todos lo lamentaríamos. Durante el resto de nuestras vidas.
Todos asintieron. Pete y Hutch se dieron la mano y Tor le dedicó una amplia sonrisa.
—Pase lo que pase —dijo.
Hutch bajó hasta el control de la misión y fue a hablar con George en privado.
—Voy a escribir una nota profusa en el diario de abordo desaconsejando formalmente seguir adelante con todo esto.
Él pareció desconcertado. Era tiempo de que todos se comportaran como los adultos que eran.
—Hutch —dijo—, debes ser consciente de lo que todo esto significa.
—Precisamente porque sé lo que significa. Me preocupa la seguridad. Y la responsabilidad. Debes comprender que vamos en pos de lo desconocido. No tenemos idea alguna de qué estamos persiguiendo, o de cuáles podrían ser sus capacidades. Dado que perdimos la otra nave, deberíamos tener una idea aproximada de cuáles son sus inclinaciones.
—Hutch —respondió él—, me gustaría que pudieras oírte. La sala de motores estalló. No fueron duendecillos.
—Sea lo que sea lo que pudo o no ser, antes de continuar con la misión voy a preparar una declaración que quiero que todos firméis. Establecerá que el o la firmante es consciente del riesgo asumido y que desea continuar igualmente. Y que la Academia, y la capitana, quedan libres de cualquier culpa.
George se puso algo pálido.
—Por supuesto —dijo—. Si insistes. Pero de verdad que creo que esto no es necesario.
—Bueno, lo haremos igualmente. Y debería añadir que si alguien se niega, o dice que no quiere continuar con esto, no lo haremos.
—Eso no ocurrirá. —Ahora estaba molesto, y a la defensiva—. Hutch, estás reaccionando de forma exagerada.
El Memphis completó una última órbita alrededor de Refugio. Todos bajaron la vista para contemplar el mundo cubierto de nubes. Herman se preguntó cuál sería el nombre que le habrían dado sus habitantes.
—Tierra —dijo Alyx.
—¿A qué te refieres?
—Fuera cual fuese el verdadero término —dijo—, su traducción sería Tierra. Hogar.
• • •
El Memphis necesitaba unos cuarenta y cinco minutos, a una aceleración poco mayor a las 3G, para alcanzar el modo de salto. Aunque una aceleración tal sería imposible para un vehículo carente de escudo, la misma tecnología que concedía la gravedad artificial también hacía disminuir la fuerza de aceleración hasta aproximadamente un 15 por ciento. Aunque esa cifra estaba de sobra dentro del rango de tolerancia, y ni siquiera era especialmente molesta, sí bastaba para estipular algunas restricciones. Por ejemplo, tomarse una cerveza y un sándwich durante la operación no era precisamente algo cómodo. En consecuencia, la aceleración hasta la velocidad del salto solía programarse entre comidas, y siempre que fuera posible se evitaba hacerlo durante las horas de sueño. Además, los pasajeros eran avisados con suficiente antelación para que pudieran estar seguros de que no iban a querer hacer una visita imprevista al baño.
Algunos minutos después de que Hutch hubiera anunciado que estaban ya listos para comenzar su viaje hacia 97, y cuando estaban a punto de dar inicio el proceso de aceleración, Alyx visitó el puente.
Desde la pérdida del Cóndor, George y su gente parecían haber llegado al convencimiento de que no debían dejarla sola. Así, se repartían turnos para no dejarla sin compañía. No compadeciéndola, ni tranquilizándola, sino sencillamente charlando amigablemente con ella y mostrándose agradables y simpáticos.
Hutch, a la que le gustaba estar sola, hubiera preferido charlar con Bill antes que con alguien con quien se sintiera obligada a mantener una conversación. Sin embargo, sí que apreciaba el esfuerzo, y ocultaba su sentir.
Alyx le explicaba que aquella era la primera vez que viajaba lejos de la Tierra.
—Ha sido una experiencia aterradora —admitió.
—Pues lo has disimulado muy bien —dijo Hutch. Aquello no era del todo cierto, pero le parecía que tenía que decirlo.
—Gracias. La verdad es que he estado aterrorizada desde que salimos de casa. No me gusta demasiado estar en un sitio en el que no puedo poner un pie fuera para tocar tierra firme.
Después que Hutch se carcajeara cortésmente, ella insistió en que lo decía en serio.
—Quiero morir en mi cama —dijo con una sonrisa traviesa—. Tumbada. —Al igual que muchas mujeres, Hutch no acaba de sentirse cómoda en presencia de una rival hermosa. Sin embargo, su reacción ante Alyx estaba atemperada por su inteligencia y su carácter agradable, y puede que también por su vulnerabilidad. Era difícil no tomarle cariño.
—¿Cómo acabaste involucrada con la Sociedad del Contacto? —preguntó Hutch—. No sé por qué, no encajas demasiado en su prototipo.
—Oh —dijo mientras sus labios mantenían el sonido durante un largo instante—. ¿Pero es que tenemos un prototipo?
Hutch sonrió, y mientras intentaba dar con una respuesta inofensiva, Alyx dijo: —Atención, loquera suelta en el puente. —Entonces entrecerró los ojos—. Bueno, supongo que somos una pandilla algo extraña, ¿no?
—Bueno, mmh…
—Perseguir a hombrecitos verdes es un poco demasiado.
—Un poco.
—Lo sé. Pero fíjate qué has estado haciendo para ganarte la vida.
—¿A qué te refieres? —dijo Hutch—. Me limito a transportar tripulación y suministros de una estación de investigación a otra.
—Donde pasan la mayor parte del tiempo desenterrando ruinas.
—¿Y…?
—¿Por qué lo hacen? Para poder aprender algo sobre las culturas que una vez existieron en esos lugares, ¿no es así?
—Sí. Pero eso es lo que hace un arqueólogo.
—¿Pero no es así como solemos considerar a los alienígenas? Seres que ya no existen. Que están muertos y enterrados.
—Menos los noks.
—Exacto. Menos esos inútiles. Respecto a los que han desaparecido, nos interesa saber qué consideración tenían del arte, si jugaban a juegos organizados, cómo era su vida familiar, si tenían familias. Nos gustaría saber qué clase de gobiernos tenían, si creían en lo sobrenatural, qué pensaban de la creación. Si tenían música. ¿Tenían música los noks?
—No —respondió ella.
—¿Ni siquiera tambores?
—No. Ni música, ni tambores. Ni bailes.
—No me extraña que estén siempre combatiendo.
Ambas compartieron unas carcajadas.
—¿Crees que soy una fanática, verdad? —dijo Alyx cruzando las piernas.
—No, pero sí creo que eres poco corriente.
—No hace falta que lo disimules, Hutch. He acabado un poco chiflada. Lo sé.
—Nunca diría —continuó Hutch— que intentar establecer contacto con una verdadera inteligencia extraterrestre no merece la pena. Probablemente sería el acontecimiento más excepcional de todos los tiempos. Pero las posibilidades son tan remotas… Todos esos lugares que hemos ido estudiado durante tantos años, y todo lo que hemos encontrado son los noks y unas pocas ruinas.
—Así que la única manera de intercambiar impresiones con una inteligencia es, después de todo, desenterrar los restos.
—No dije eso.
—Pero lo estás dando a entender.
—No —dijo Hutch—. Lo que digo es que las probabilidades de dar con ellos vivos son extremadamente remotas. Casi como acertar a la lotería. —Entonces respiró profundamente—. Las civilizaciones no parecen ser muy comunes. Y en parte puede ser debido a que suelen tener vidas cortas.
Ella asintió.
—Lo sé. Pero hemos encontrado prueba de que existen otros seres como nosotros. Los hacedores de monumentos. Y los halcones. Tienen que estar en algún sitio, ahí fuera.
—Es posible. Los hacedores de monumentos no son ahora más que unos pocos salvajes que vagan por los bosques de Beta Pac en busca de alimento. Y los halcones, bueno, no tenemos ni idea. —Se habían encontrado pruebas de su existencia en las cercanías de Deepsix. Pero seguían siendo un misterio—. Es solo que tengo la sensación de que podrías pasarte el resto de tu vida buscando, para acabar sin encontrar nada.
—Pero Hutch, la diversión está precisamente en esa búsqueda.
—Lo imagino.
—Y si no buscamos, nunca encontraremos nada.
Hutch no estaba tan segura de eso. "Cuando encontremos a los primeros verdaderos alienígenas", pensaba, "será de pura casualidad. Ocurrirá un día, doblaremos una esquina y allí estarán, y les daremos la mano o lo que sea, y entonces habrá tenido lugar un auténtico primer contacto" Sin embargo, no pensaba que ningún esfuerzo consciente acabara teniendo éxito. Lo que ocurriría sería que gente como George y Alyx se harían viejos y morirían persiguiendo un sueño. Aunque, probablemente, habría muchas cosas peores que hacer con la vida de uno.
—No estás de acuerdo —dijo Alyx.
—No es mi decisión. Ahora deberías abrocharte el cinturón. Estamos listos para partir.
Alyx se reclinó en su asiento, pulsó el interruptor y las correas de seguridad la rodearon.
—Espero —dijo Hutch— que encuentres lo que estás buscando.
• • •
Tor aún sentía algo por ella.
Desde el principio, Hutch se había dado cuenta de que la presencia de Tor en la misión no había sido fruto de la casualidad. Sin embargo, él se había comportado. No se había apresurado a la hora de dejar que fuera evidente que acogería con gusto sus atenciones, y se había abstenido por completo de hacer nada que pudiera ponerla en apuros. Ella le estaba agradecida por todo eso.
Aunque no era del todo agradecimiento lo que sentía. En circunstancias diferentes, pudiendo disfrutar de algo de privacidad y con una oportunidad de estar solos y juntos, entonces quizá sí le hubiera dado esperanzas.
Lo había pasado bien el tiempo que habían estado juntos. Y, considerándolo con perspectiva, se preguntaba si no se habría alejado de él demasiado apresuradamente.
La imagen que ella había tenido de él cuando se conocieron, unos cuantos años atrás en Arlington, era la de un artista sin demasiado éxito pero con muchas ambiciones. En realidad tampoco fue el típico romance. Unas cuantas citas para cenar, un par de pases de teatro y no mucho más. Era un tipo calmado, sencillo, mucho menos agresivo que la gente que había estado entrando y saliendo de su vida en los últimos años.
En aquellos días ella había estado ocupada con su carrera y también enredada con un par de tipos realmente ardientes. Por uno acabó perdiendo el interés, el otro murió. Y, de alguna forma, no dispuso del tiempo ni la pasión suficiente para Tor. Ahora recordaba todo lo sucedido.
Pasaron una velada íntima en la que ella le había soltado el cuento de siempre. Que estaba terriblemente ocupada. Que tenía una agenda estresante. Que estaba todo el tiempo fuera de casa. Ya sabía él cómo eran esas cosas. Luego él le envió flores, con una tarjeta que aún conservaba. "Te quiero, tú", le había escrito. Era la única vez que había empleado esa frase. Y de forma algo coloquial, como negando en cierta medida los sentimientos. Sin arriesgarse.
Y no volvió a verlo hasta que se lo encontró subiendo a la nave, en Avanzada.
Ahora, claro, volvía a intentarlo, pero esta vez era en la peor de las situaciones posibles. A menudo palidecía en su presencia y su voz tendía a cambiar de registro. Sin embargo, sí había algo inequívocamente atractivo en su timidez, y también en la imposibilidad, dadas las circunstancias, de intentar el viejo truco de que fueran a dar un paseo juntos o ir a cenar a un restaurante. No había forma posible de que se la llevara a un sitio íntimo, y seguro que ya había sido consciente de ello antes de subir a bordo. Además, no salía ganando en la comparación con el Predicador.
Con todo, parecía claro que él mantenía la esperanza de hallar un modo de pasar más tiempo con ella, a solas, preferiblemente lejos del puente —donde la atmósfera no era la más adecuada—. Su solución, cuando por fin dio con ella, cogió por sorpresa a la capitana.
—¿Podríamos salir un momento al casco? —le preguntó—. Quiero decir, ¿infringe eso alguna regla?
—¿Al casco? —Estaban holgazaneando en la sala de reuniones, en compañía de otros miembros de la tripulación—. No —dijo, casi sin querer decir esa palabra—, no infringe ninguna norma. ¿Pero por qué ibas a querer salir ahí fuera? No hay nada. —Ya había escuchado antes aquella pregunta proveniente de pasajeros aventureros, pero nunca durante un vuelo a hipervelocidad.
—Es algo que siempre he querido probar —dijo.
Clavaba su mirada en sus ojos, y le hacía preguntarse qué vería en ellos.
—No veo por qué no —respondió ella—, si tienes tantas ganas. Pero tendré que acompañarte.
Él asintió, como si aceptara algo que era una molestia para él.
—Pero odiaría molestarte, Hutch.
Debía darle crédito. Nadie en la mesa parecía pensar que estuviera sucediendo nada fuera de lo normal.
—¿Cuándo te gustaría ir?
—Ahora no estoy ocupado, si no es molestia —dijo con una media sonrisa.
—Muy bien —respondió ella.
Alyx preguntó si existía algún peligro y la capitana la tranquilizó. Entonces se dirigieron a la cámara estanca del muelle de carga.
Él vestía zapatillas y pantalones cortos, y un polo suelto azul claro que caía con gracia sobre sus hombros y su pecho. Se tomó un minuto para coger su caballete y un bloc.
—No hay mucho que ver ahí fuera —le avisó ella.
Se estaba ajustando su e-traje.
—Por eso me parece interesante.
Ella le pasó un par de botas adherentes y Tor se quitó las zapatillas. Cuando estuvo listo, Hutch abrió la compuerta y entonces salieron por la cámara estanca, hasta el casco. La bruma los rodeaba.
Desaparecieron los efectos del campo artificial de gravedad de la nave, y Tor sintió cómo empezaban a revolvérsele las tripas.
—¿Es la primera vez que sales? —preguntó a la capitana, contemplando la niebla—. ¿En estas condiciones?
Lo era. Nunca antes había abandonado una nave estando esta dentro del saco —así se referían al viaje por el hiperespacio—. No sabía de nadie que lo hubiera hecho.
—Quizá estemos haciendo historia —dijo.
Tor parpadeó y apartó la vista, más allá de los hombros de Hutch.
—He visto algo moverse ahí atrás —dijo señalando—. Entre las nubes.
—No es una ilusión. Es la razón por la que normalmente no activamos los visores durante la transición. La gente ve cosas, y se pone nerviosa.
—No me estaba poniendo nervioso. —Entonces empezó a montar su caballete, que tenía instaladas unas chapas magnéticas en las patas para fijarse al metal del casco.
La capitana contempló la niebla, recorriendo el cuerpo de la nave de proa a popa.
—¿Qué vas a sacar de esto?
Él se balanceó a un lado y a otro, no demasiado ostensiblemente, como una especie de paso de baile, mientras la estudiaba a ella, a la bruma. Contempló a Hutch durante unos segundos y dibujó sus ojos y un trazo de su mandíbula, la silueta de su cabello, y añadió algo de bruma.
—Está bastante bien —dijo ella. Había mejorado mucho desde los antiguos días en Arlington.
Él sonrió. Sí, está bastante bien, ¿verdad? Y siguió trabajando. Completando detalles. La niebla en el dibujo ganaba densidad, la nave solidez, los ojos luminosidad. Al terminar, lo firmó, Tor, y retrocedió un tanto para ver si quedaba algo que añadir. Y para dejarle a ella ver bien.
Hutch pensó que iba a arrancar la hoja y entregársela. Pero simplemente se quedó admirándola, y entonces sacó una tela de su traje y cubrió el dibujo.
—¿Hemos acabado? —preguntó la capitana.
—Pues creo que sí. —Despegó el caballete del casco y miró a la cámara estanca.
Desilusionada, Hutch dudó por un momento. En aquel instante hubiera querido abrazarlo. Pero él se dio la vuelta y el instante desapareció.
Metió su mano libre en el traje y sacó una moneda. Un dólar de níquel y plata. Miró a Hutch y a la bruma, y entonces ella comprendió lo que pretendía.
—Pide un deseo —le dijo la capitana.
—Ya lo he hecho —dijo él asintiendo. Y entonces lanzó la moneda a la niebla.
Hutch la vio desaparecer y sintió un inesperado sentimiento de pérdida.
—Sabes, Tor —dijo—, ahora viajaremos algo más rápido que cuando dimos el salto.
Él parecía divertido. Le estaba gastando una broma.
—Lo digo en serio.
—¿Y eso?
—¿Has oído hablar alguna vez del Efecto Greenwater?
—No. Ni idea.
—¿Pero sabes quien fue Jules Greenwater?
—Tenía algo que ver con los viajes transdimensionales.
—Fue uno de los pioneros en la materia. Estableció el principio de que la velocidad lineal se mantiene constante durante los hipervuelos. La velocidad con la que sales del viaje es la misma que tienes al empezarlo.
Tor miró en la dirección donde había ido la moneda.
—No estoy seguro de acabar de entender lo que me dices.
—La moneda mantendrá su velocidad. Y se la transferirá al Memphis. De modo que la nave viajará un tanto más rápido cuando vuelva a hacer el salto de vuelta al espacio sublumínico.
—Y todo por un dólar.
—Así es.
—¿Y cuánto será aproximadamente?
—No creo ni que pudiéramos medirlo.