—¿Cómo lo haces? —le pregunté a Carl.
—¿Hacer qué? —me respondió.
Y Hacer que hable —dije—. Es un truco cojonudo.
—No lo estoy haciendo hablar, Tom.
—No, eso ya lo sé. Me doy cuenta de que no es un truco de ventriloquia —precisé—. Lo que estoy diciendo es, ¿cómo sale de ahí la voz? La gelatina no me parece el medio más eficaz para transmitir sonidos.
—No estoy muy seguro de la física que entraña, Tom —respondió Car1—. Soy agente, no científico.
—Es una tecnología muy guay —afirmé, tocando la superficie del grumo. Estaba pegajoso y se resistió un poco a mis dedos—. Quiero decir, no es que vaya a salir corriendo a comprar altavoces de gelatina, pero sigue siendo muy guay. ¿Qué es? ¿Algo de una película de ciencia ficción? ¿Nuestro cliente va a hacer una peli sobre alienígenas gelatinosos o algo por el estilo?
—Tom —me cortó Carl—. No es para una película. Eso —señaló al acuario— es nuestro cliente.
Dejé de juguetear con la masa pegajosa y miré a Carl.
—No te entiendo —dije.
—Está vivo, Tom.
La masa se agitó un poco bajo mis dedos. Los retiré tan rápido que sentí que una de las costuras de mi chaqueta se descosía. Una costura interior. Cerca del hombro. Había pagado mil doscientos dólares por la chaqueta y me dejaba tirado en el primer momento de crisis. Concentré toda mi energía mental en pensar en aquella costura rota, porque la otra única cosa en la que había que pensar en ese momento era el bicho que había dentro del tanque. Lo de la costura era más fácil de asumir.
Finalmente, después de unos cuantos minutos, llegaron las palabras, algo que, creo, cubrió la enormidad de la situación y lo que estaba experimentando en mi cabeza.
—La leche —exclamé.
—Eso es nuevo para mí —manifestó la masa del acuario.
—Es sólo una expresión —informó Carl.
—La leche jodida —volví a exclamar.
—Y eso también —insistió Carl.
—Ah —dijo la masa—. Oye, ¿os importa si salgo ahora de esta caja? Llevo aquí dentro todo el día. Los ángulos rectos me están matando.
—Por favor —accedió Carl.
—Gracias —respondió la masa. Un tentáculo se formó en la superficie de la masa y se arqueó hacia la mesa de reuniones, palpando hasta llegar al centro. El tentáculo se tambaleó levemente durante un segundo, luego engordó con rapidez mientras la masa se transfería desde el acuario a través del tentáculo. Cuando la transferencia terminó, el tentáculo quedó reabsorbido en el cuerpo principal, que permaneció ahora, globular, en la mesa de reuniones.
—Eso está mucho mejor —declaró la masa.
—Carl —intervine, manteniendo la distancia con la masa—. Será mejor que me informes de lo que está pasando aquí.
Carl había vuelto a poner los pies encima de la mesa. No quedaron demasiado lejos de donde estaba apilada la masa. Me pareció una mala idea.
—¿Quieres la versión larga o la corta? —preguntó.
—Dame la versión corta por ahora, si no te importa —contesté.
—Bien —asintió él—. Tom, siéntate, por favor. Te prometo que Joshua no saltará sobre ti para sorberte los sesos.
—No lo haré —coincidió la masa, que al parecer se llamaba Joshua—. Soy un alienígena bueno, no como esos alienígenas malos que hacen películas tan buenas. Por favor, Tom, siéntate.
No supe qué era más preocupante: que la gelatina me hablara, que tuviera sentido del humor, o que tuviera mejores modales que yo. Mi cuerpo ocupó el asiento; el hombrecillo en mi cerebro se preparó para salir corriendo hacia la puerta.
—Gracias —dijo Carl—. Aquí tienes la versión corta: Hace unos dos meses, los yherajk, de los cuales mi amigo Joshua es miembro, contactaron conmigo. Los yherajk llevan observándonos algún tiempo aquí en la Tierra, y decidieron que, después de varios años de observación, era hora de darse a conocer a la humanidad. Pero hay cosas que les preocupan.
—Parecemos moco —manifestó Joshua—. Y olemos a pescado muerto.
Carl asintió en dirección a Joshua.
—A los yherajk les preocupa que su aspecto cause problemas.
—Hemos visto La masa devoradora y somos nosotros —entonó Joshua.
Carl asintió otra vez.
—Los yherajk han decidido que antes de poder presentarse a la humanidad habría que tomar algunas medidas… algo que haga que no parezcan tan feos desde el principio.
—Necesitamos un agente que nos consiga un papel de alienígenas amistosos —remachó Joshua.
—Esa es la versión corta —aseguró Carl.
Permanecí allí sentado durante un segundo, tratando de procesar la información.
—¿Puedo hacer una pregunta? —intervine.
—Dispara —respondió Joshua.
Miré a Joshua y durante un momento me quedé de piedra. No supe a qué parte de él dirigirme. Todo parecía igual. Resolví el problema mirándolo directamente al centro.
—Primero la pregunta tonta: ¿Por qué no aterrizaron en los jardines de la Casa Blanca? Quiero decir que en las películas es así como se hace.
—Lo pensamos —afirmó Joshua—. Luego vimos los debates presidenciales. La gente a la que elegís da algo de miedo. Y eso que los americanos sois los que mejor lo hacéis de todo el planeta. Además, vuestro presidente sólo habla por los americanos. Las películas americanas hablan para su mundo. ¿Quién no ha visto El mago de Oz? ¿O Tiburón? ¿O La guerra de las galaxias? Nosotros las hemos visto, y ni siquiera somos de este planeta. —Joshua hizo brotar un tentáculo y golpeó la mesa—. Si uno quiere que el planeta lo conozca, hay que empezar por ahí.
—De acuerdo —asentí. Miré a Carl—. Los yaargh…
—Yherajk —me corrigió Carl, pronunciándolo yii-jiir-aagh-k.
—No es nuestro nombre real —me informó Joshua—, pero no podríais pronunciar nuestro nombre de verdad.
—¿Por qué no? —pregunté.
—Bueno, para empezar, es un olor —declaró Joshua—. ¿Te gustaría olerlo?
Miré a Carl. Él se encogió de hombros.
—Claro —dije.
La sala se llenó de un hedor que parecía el hijo de una zapatilla putrefacta y un queso roquefort. Me atraganté involuntariamente.
—Dios, es horrible —exclamé, y lo lamenté de inmediato—. Lo siento mucho. Probablemente es el primer insulto dirigido jamás a un extraterrestre. Pido disculpas.
—No te preocupes —respondió Joshua mansamente—. Tendrías que venir a una reunión de yherajks. Es como una convención de pedos.
—Creo que había una pregunta pendiente —intervino Carl.
—Cierto —contesté, y miré de nuevo a mi jefe—. ¿Cuánta gente sabe de la existencia de los yherajk?
—¿Incluidos tú y yo?
—Sí.
—Dos —dijo Carl—. Bueno, y un par de miles de yherajk que están orbitando alrededor del planeta. Pero entre los humanos, sólo tú y yo.
—Vaya —murmuré.
—No es tan difícil de creer —repuso Carl—. Si sales de aquí y dices que acabas de conocer a un alienígena que parece gelatina y huele como un gato en celo, ¿quién va a creerte? Todos los alienígenas realmente creíbles tienen huesos.
Ignoré el comentario.
—Carl, ¿por qué yo?
Carl ladeó la cabeza y me miró como si fuera un niño a quien apreciara. Cosa que tal vez fuera cierta.
—¿A qué te refieres? —preguntó.
—Quiero decir que me halaga que me eligieras a mí para ayudarte en esto… —agité las manos—, sea lo que sea que vayamos a hacer. Pero no sé por qué me has elegido a mí.
—Bueno, es como te dije. Necesito a alguien que sea listo y en quien pueda confiar.
—Te lo agradezco —respondí—. Pero, Carl, ni siquiera me conoces. Llevo cinco años trabajando aquí, y cada vez que hemos hablado ha sido en reuniones, sobre nuestros clientes y sobre cómo vamos a colocarlos. Y no ha sido muy a menudo.
—¿Te sientes desasistido? —se sorprendió Carl—. Nunca lo habría imaginado.
—No, no es eso —respondí—. Nunca ha sido un problema. No me refiero a eso. Lo que quiero decir es que no sé por qué consideras que puedes confiar en mí, o por qué piensas que soy listo. Puedes hacerlo, y lo soy, pero no se me había ocurrido que fuera la elección obvia. Me sorprende que pensaras en mí.
Carl sonrió, desvió la mirada un momento, como comunicándose con un público invisible, y luego se volvió de nuevo hacia mí.
—Tom, reconoce que algo debo saber sobre la gente a la que empleo.
Me erguí un poquito.
—No pretendía ofenderte, Carl.
—No lo has hecho. Mi argumento es simplemente que me he fijado en ti y en tu trabajo para esta compañía. Tu trabajo habla bastante de la persona que eres, y en cuanto al resto… —Se encogió de hombros—. A veces corres riesgos.
—Gracias.
—Además, siendo sinceros —continuó Carl—, sólo eres agente júnior. Vuelas bajo el radar. Si alguno de los agentes sénior distrajera su atención de sus clientes y empezara a fisgonear, llamaría la atención. Habría chismorreos. Luchas internas. Artículos en Variety y el Times. Nadie va a fijarse ni le va a importar si tú haces lo mismo.
Ahora me tocó a mí el turno de sonreír.
—Bueno, a mi madre podría importarle.
—¿Escribe para el Times?
—Creo que no. Vive en Arizona.
—Bueno, pues por mí perfecto.
—Sigo confundido con tu necesidad de mi persona —insistí—. Desde luego, no me necesitas para que organice nada.
—Pero te necesito —aclaró Carl—, porque yo no puedo.
—Tom —intervino Joshua—. Si la compañía fuera a ponerse patas arriba si uno de los agentes veteranos dejara caer que van a empezar a trabajar en un proyecto secreto, ¿qué no pasaría si parece que es Carl quien va a ocuparse de ello?
—Ni siquiera puedo tomarme unas vacaciones sin que alguien intente dar un golpe palaciego —declaró Carl—. Es imposible que deje de dirigir este sitio para encargarme de este otro asunto. No, tiene que hacerlo otra persona. El trabajo es tuyo.
—Carl, ni siquiera sé cuál es el trabajo.
—Hacerme hermoso —respondió Joshua—. Estoy preparado para mi primer plano, señor DeMille.
—El trabajo —intervino Carl, poniendo mucho énfasis en la T mayúscula— es encontrar un modo de preparar al planeta para la presencia de los yherajk. Están dispuestos a mostrarse a la humanidad, Tom. Tú tienes que hacer que la humanidad esté preparada para ellos.
Las palabras flotaron en el aire un momento, de forma no muy distinta, supongo, a la fragancia de una conversación yherajk: invisible pero muy difícil de ignorar.
—Estoy especulando de nuevo —manifestó Joshua—, pero creo que aquí es probablemente cuando dices de nuevo «la leche jodida», Tom.