En general, la gente se lo tomó bastante bien. El único país que protestó fue Corea del Norte. El hecho de que un alienígena hubiera conseguido burlar a la humanidad, hacerse pasar por una superestrella y ganar el Oscar a la Mejor Actriz tuvo el efecto deseado de mostrar al mundo que los yherajk eran una raza esencialmente benevolente. Después de todo, si hubieran sido un pueblo guerrero, podrían habernos vencido con sus astronaves, o como mínimo haber tomado un equipo de fútbol americano y tratado de ganar la Superbowl. Ganar el Oscar a la Mejor Actriz era la forma menos amenazante y, sin embargo, con mayor cobertura, de presentar una especie ante la otra.
El otro tema que quedó claro fue lo que Michelle había dicho en su discurso: a pesar de las diferencias, éramos iguales en muchos aspectos. Michelle no habría conseguido el Oscar si no hubiera podido llevar a cabo una actuación creíble como mujer y como humana. Después de todo, sólo después comprendió la gente que no era humana.
Michelle se lo puso fácil a la mayor parte de la humanidad al encontrarse con ella a medio camino; aunque continuó siendo transparente, también conservó la forma de Michelle en vez de revertir a la masa informe (o el olor) básico de los yherajk. Hizo su trabajo como un auténtico puente entre nuestros pueblos: claramente alienígena y, sin embargo, lo suficientemente humana para que la mayoría la aceptara.
La única nota desagradable de que Michelle ganara el Oscar vino después, cuando algunos miembros de la Academia pidieron que la descalificaran como ganadora del premio a la Mejor Actriz. Su argumento era que no sólo no era humana, sino que resultaba imposible determinar que fuera, además, mujer.
La Academia rechazó la propuesta en interés de la paz interestelar. Michelle conservó su Oscar.
Roland, que nunca llegó a saber si había ganado el premio al Mejor Director o a la Mejor Película, se consoló con su Oscar al Mejor Montaje, y el hecho de que Michelle fuera un alienígena le dio a Malos recuerdos el impulso taquillera de la historia. Al final de su carrera comercial, Malos recuerdos había recaudado quinientos millones en el mercado nacional y mil quinientos en el extranjero. Sin contar la recaudación de la edición en vídeo y las emisiones por cable. Roland, cuyas ganancias alcanzaban ahora los cuatrocientos millones de dólares, pudo hacer la película sobre Krzysztof Kordus sin el dinero de Michelle. Lo pagó él mismo con el dinero que llevaba en el bolsillo.
Roland no fue el único que alcanzó fama y fortuna. Al día siguiente de que Michelle se revelara al público, Jim van Doren entró en las oficinas del New York Times y les presentó un artículo sobre la vida en la nave espacial yherajk. Lo compraron todos los periódicos del planeta; poco después, Van Doren recibió un anticipo de seis millones de dólares por un libro sobre las relaciones humanos-yherajk que, según resultó, ya había escrito a medias con Gwedif. Se imprimió tan rápido que la tinta todavía estaba húmeda cuando los libros llegaron a los estantes. Permaneció en la lista de libros más vendidos durante el resto del año. Sigue allí todavía. No creerían lo que gana ahora por cada charla que da. Yo soy su agente y no me lo creo.
Sin embargo, aparte de Michelle, los yherajk decidieron que era mejor quedarse en su nave durante algún tiempo. Comprendían el valor de tener de momento a Michelle como contacto entre nuestros pueblos. El resto de los yherajk siguieron la ruta lenta, respondiendo e-mails de los científicos y comunicándose con el mundo a través de su página web y su foro en AOL, a través de los cuales filtraban poco a poco información sobre su auténtica naturaleza y apariencia. Cuando los yherajk aterricen en la Tierra, la humanidad habrá tenido tiempo suficiente para asimilar el hecho de sus diferencias.
Naturalmente, la humanidad seguía impaciente. Por fortuna, la paciencia es una cualidad yherajk. «Muy pronto —decían—, iremos a visitar su planeta, y serán invitados a nuestra nave espacial. Y entonces nuestros pueblos aprenderán verdaderamente todo lo que puedan el uno del otro».
Los gobiernos y los embajadores autonombrados enviaban sus e-mails a la Ionar, preguntando: «¿Cuándo? ¿Cuándo podremos visitarla?».
«Tendrán que consultarlo con nuestro agente», respondían invariablemente los yherajk.
Lo cual lleva hasta mí, sentado en mi despacho, con los auriculares puestos y haciendo rebotar suavemente una pelota azul de tenis contra el cristal de la ventana mientras hablo con mi cliente más importante, que era, y sigue siendo, y probablemente siempre será, Michelle.
—No veo por qué tengo que ir a Venezuela —me estaba diciendo Michelle.
—Porque has estado en Perú, Brasil, Chile y Paraguay —contesté—. Los venezolanos son un poco quisquillosos respecto a su posición en la jerarquía de naciones sudamericanas. Lánzales un hueso, Michelle. No hagas que sea el único país sudamericano de la zona sin una visita de la alienígena ganadora de un Oscar. Ya tienen bastantes problemas.
—¿Cuándo van a bajar el resto de los yherajk? —quiso saber Michelle—. Somos dos mil, ¿sabes? No vendría mal que alguno de ellos recogiera el testigo.
—Jim dice que los habitáculos para humanos están casi preparados en la Ionar —respondí—. Cuando estén terminados, empezaremos a invitar a gente a que suba y a traer a otros yherajk. Será pronto, te lo prometo.
—Dijiste lo mismo hace un mes, Tom.
—No se puede mecer prisa a estas cosas, Michelle. Necesitan su tiempo.
—Lo cual me recuerda… ¿Cuánto le falta a Miranda?
—Si no se ha puesto de parto dentro de una semana, nuestro médico quiere inducirlo —anuncié—. Miranda tiene sus propias opiniones al respecto.
—No lo dudo —afirmó Michelle—. ¿Ya habéis escogido nombre?
—Sí. Michelle si es niña, Joshua si es niño.
—Vaya. Estoy emocionada. Voy a echarme a llorar.
—Ya no tienes lagrimales.
—Los crearé especialmente para este propósito.
Brandon, mi nuevo secretario, asomó la cabeza por la puerta.
—Es él, por la línea tres —anunció.
Asentí y le hice un gesto para que saliera.
—Escucha, Michelle, tengo que irme. Tengo una reunión con Carl a las tres, pero antes tengo que responder a una llamada. ¿Dónde estás, por cierto?
—En algún lugar del Medio Oeste —dijo Michelle—. Estaré en Chicago dentro de una hora. No puedo creer que me hagas asistir a una convención de ciencia ficción.
—Bueno. No será tan malo. Jim estará allí. Y además, esa gente son tu núcleo duro de fans. Haz que se lo pasen bien.
—Oh, lo haré. Espera a ver lo que tengo planeado para la fiesta de disfraces.
Colgó. Miré mi reloj. Las tres menos cinco. Tenía cinco minutos. Si atendía a esta llamada corría el riesgo de llegar tarde a mi reunión con Carl, lo cual no era recomendable.
«Oh, qué demonios —pensé—. Puedo vivir peligrosamente». Pulsé la tecla de la línea tres.
—Hola, señor Presidente —dije.
La pelota sonó al chocar contra la ventana.