La respuesta fue inmediata. Segundos después de que Van Doren relatara el último recuerdo de Michelle, la sala estalló con un olor que sólo puede ser descrito fielmente como un jodido pestazo insoportable.
En algún lugar de los centros procesadores del olor de mi cerebro, mis nervios olfativos entregaron su dimisión; Miranda gimió, se dio la vuelta, y vomitó. Van Doren, todavía conectado con Gwedif, no parecía afectado. Más tarde descubrí que Gwedif había suprimido su sentido del olfato. Hijo de puta afortunado.
—Oh oh —dijo Joshua—. Ahora la hemos hecho buena.
Me incliné hacia Miranda y traté de ayudarla.
—Jesús, Joshua —dije, tal vez algo redundante—. ¿Qué está pasando?
—¿Recuerdas que Gwedif dijo que el voto no era unánime? —preguntó Joshua.
—Sí. ¿Y…?
—Bueno, pues en realidad lo era. Todos los oficiales veteranos estaban en contra de que Gwedif sondeara a Michelle. Todos ellos.
—¿Qué? Entonces, ¿por qué seguimos adelante?
—El ientcio anuló la votación, Tom —respondió Gwedif—, basándose en que era importante ver hasta qué punto era precisa la interpretación que Joshua había hecho del acontecimiento, no por tus argumentos. Dijo que confiaba en que la versión de Joshua fuera la correcta, y que lo educado era cumplir tu petición, ya que eres nuestro amigo y socio.
—¿Lo hizo como un favor? —Me sentí súbita e incontrolablemente cabreado—. Eh, que le den. Y que te den a ti por seguirle el juego, Gwedif. No me interesa que me hagan favores sólo por guardar las apariencias. Estoy intentando ofrecerle a vuestro puñetero pueblo lo que dijisteis que queríais.
—Tom, por favor —intentó calmarme Gwedif. Su voz parecía forzada. Me pregunté cuánto me permitía oír de lo que estaba ocurriendo y cuánto se estaba callando, ya que la voz era para él una forma artificial de comunicarse—. No sabes lo que está pasando aquí.
—Ilumíname.
—Los oficiales veteranos no son los únicos que se oponen a la idea de permitir que Joshua tome el control del cuerpo de tu amiga. Casi todos en la nave piensan lo mismo. El tabú de habitar a un ser pensante contra su voluntad está extremadamente arraigado en los yherajk. Está imbricado en nuestra cultura de formas que no podéis apreciar.
—Tiene la fuerza de cinco o seis de los Diez Mandamientos —apuntó Joshua.
—Es una forma un tanto extraña de expresarlo, pero sí —coincidió Gwedif—. Y ahora vienes tú y quieres que echemos por la borda toda nuestra base moral, Tom. Sinceramente, hay un gran grupo de yherajk a bordo de esta nave que piensa que tu petición puede ser la prueba de que los humanos no estáis lo suficientemente desarrollados desde un punto de vista ético para que nos relacionemos con vosotros. Quieren cancelar todo este asunto.
—Pero no es como si Michelle estuviera viva —insistí—. Sufre muerte cerebral. Está muerta.
—Nosotros no tenemos cerebro, Tom. «Muerte cerebral» no es un concepto que tenga traducción directa. No lo entendemos. Para los yherajk, está la muerte corporal, que no significa necesariamente la muerte de la personalidad, y está la muerte del alma, que no significa necesariamente la muerte del cuerpo. Pero si un yherajk habita el cuerpo de otro yherajk, es porque ha causado la muerte del alma de aquel. Asesinato, Tom. Para nosotros esto es un asesinato.
—Pero ella está muerta —insistí, casi suplicante.
—Es una distinción que no supone ninguna diferencia —respondió Gwedif tranquilamente—. Al menos para la mayoría de nosotros. Por eso el ientcio tuvo que decir que se trataba de una cuestión de cortesía.
—¿Eh?
—Joder, Tom, sí que puedes ser obtuso en ocasiones —dijo Joshua, irritado—. La única forma en que el ientcio pudo conseguir que el resto de los oficiales aceptara fue diciendo que deberíamos honrar tu petición por amabilidad. Los oficiales siguieron adelante porque esperaban que mi versión de los hechos se cumpliera. Como no ha sido así, ahora tienen que enfrentarse a algo completamente nuevo. Y tú has metido el dedo en la llaga.
Tardé un momento en captar lo que quería decir Joshua.
—Vaya —comenté por fin—. No deben estar muy contentos contigo en este momento, Joshua.
—No lo están. Por mí, que les den. Son unos paletos.
—Pero tú también estabas en contra —le recordé.
—Claro. Si tengo que ser sincero, sigue sin entusiasmarme la idea. Pero ahora sé que Michelle no quería morir realmente. Eso ayuda. Y además, tienes razón. Probablemente esta será la mejor forma de que los yherajk conozcan a la humanidad.
—Me alegro de que hayas cambiado de opinión.
—Que no se te suba a la cabeza —dijo Joshua. Asomó la lengua por su boca perruna.
—¿Qué pasa ahora? —le pregunté a Gwedif.
—Ahora estamos discutiendo —me contestó—. Tenemos que ver si los oficiales veteranos pueden comprender el concepto humano de muerte. Cuando hayamos hecho eso, puede que consigamos que vean la lógica de hacer que Joshua habite este cuerpo. Podría tardar algún tiempo.
—Espero que hayas traído un buen libro —apuntó Joshua. Miranda, que estaba encogida a mi lado, se movió.
—¿Es necesario que estemos aquí para eso? Si siguen gritando voy a acabar vomitando un pulmón.
—Lo siento —se disculpó Gwedif—. Tienes razón. No, no tenéis que estar aquí. Esto es algo que los oficiales tendrán que resolver ellos solos. Puedo llevaros de vuelta a vuestro vehículo, si queréis.
—Tengo que mear —interrumpió Van Doren, saliendo de su estupor. Gwedif desconectó; la nariz de Van Doren se arrugó inmediatamente en señal de disgusto.
—Creí haberte dicho que lo hicieras antes de salir —bromeó Joshua—. Ahora tendrás que aguantarte.
—¿De verdad? —preguntó Van Doren.
—No, claro que no. Hmmmm. Pero no tenemos cuartos de baño. Veamos si podemos encontrarte un rincón apartado o algo por el estilo.
Joshua y Van Doren se fueron a buscar un sustituto de cuarto de baño; Gwedif, Miranda y yo volvimos a la ambulancia. Miranda abrió la parte trasera y se tendió en la otra camilla que había dentro. Gwedif se marchó, prometiendo avisarnos en cuanto supiera algo.
Me metí en la ambulancia con Miranda y empecé a rebuscar. —Me pareció ver agua por alguna parte —dije—. Aunque puede que fuera plasma. No estoy seguro.
—Si la encuentras, dame un poco. Tengo un terrible sabor a vómito en la garganta y quisiera enjuagarme.
—¿Con agua o con plasma? —pregunté.
—A estas alturas no me importa —contestó ella. Se tendió de espaldas y se cubrió los ojos con el brazo—. Dios. Qué día tan extraño.
—¿Qué te parecen los yherajk? ¿Todo lo que siempre quisiste en una civilización alienígena y más?
—Son fascinantes —admitió Miranda, lánguida—. Un pueblo entero, sorprendentemente avanzados en lo ético y en lo tecnológico, que necesitan desesperadamente el desodorante para pies del Doctor Scholl. ¿Dónde está esa agua?
—Aquí —dije, entregándole la botella que había encontrado—. Esto es transparente, al menos.
—Me sirve —afirmó ella. Se apoyó en un codo y dio un trago.
Luego me ofreció la botella—. ¿Quieres un poco?
—¿Qué, después de que hayas puesto en ella tu boca cubierta de vómito? Creo que no. Además, no sé dónde has estado.
—Sí que lo sabes.
—Bueno, durante las últimas veinticuatro horas o así, sí —admití—. Pero antes de eso, todo es un enorme, peligroso y aterrador espacio en blanco. Veintisiete años de espacio en blanco, nada menos.
—Qué tonto eres. Me paso todo el tiempo en el trabajo. Cuando no estoy en el trabajo, estoy en casa. No hay ningún misterio en eso —dio una palmadita sobre la camilla—. Ven a echar una cabezada conmigo.
—Creo que debería permanecer despierto. Gwedif podría regresar.
—Tom, ahí dentro olía tan mal que vomité —dijo Miranda—. Creo que tardarán un rato.
—No hay suficiente espacio en la camilla para los dos.
—No seas crío. No muerdo.
—Me siento amargamente decepcionado al oír eso.
—Dame un poco de tiempo, cuando no esté tan cansada.
Conseguí tumbarme en la camilla.
—¿Ves? —dijo Miranda—. No se está tan mal.
—Tengo una barra de metal clavada en la espalda.
—Eso forja el carácter.
—Lo que necesitaba ahora: carácter. Oh, magnífico, ya está aquí el brazo de más.
—¿Qué?
—Cuando dos personas están juntas en la misma cama, siempre hay un brazo que se interpone. Es este.
—No estamos en la cama —puntualizó Miranda—. Es una camilla.
—El concepto es el mismo. Aún más evidente, de hecho.
—Bueno, muévelo.
—¿Dónde?
—Aquí.
—¿Aquí? Eso no ayuda.
—Aquí, entonces.
—Si lo dejo aquí, todo el brazo se me quedará dormido. Ay. No
—Desde luego eres un crío —me riñó Miranda—. ¿Y aquí?
—Vaya, esto sí que es cómodo. ¿Cómo lo has logrado?
—No preguntes. Tengo que tener algunos secretos.
Nos quedamos dormidos en cuestión de segundos.
Despertamos cuando Van Doren abrió las puertas de la ambulancia.
—Despertad, dormilones —dijo, quizá demasiado alegremente.
Miranda agarró la botella de agua y se la arrojó.
—Muérete —dijo.
—Recuérdame que no esté cerca de ti por la mañana.
—No creo que tengas que preocuparte por eso.
—Lamento tener que despertaros, chicos, pero los oficiales veteranos han llegado a una decisión y quieren que vayáis —dijo Van Doren.
—¿Una decisión? —pregunté—. ¿Cuánto tiempo hemos dormido?
—Unas seis horas.
—¿Seis horas? Por Dios, Jim. —Me esforcé por incorporarme sin clavarle un codo a Miranda—. El respirador portátil de Michelle sólo tenía un cuarto de carga.
—Tranquilízate —dijo Van Doren—. Recargaron la batería.
—¿Cómo lo han hecho?
—Esta gente usa una tecnología que les permite viajar miles de millones de kilómetros y tú te preguntas cómo pueden recargar una batería —respondió Van Doren—. A veces pienso que no eres tan inteligente como aparentas.
—¿Qué has estado haciendo tú todo este tiempo? —le preguntó Miranda.
Van Doren se irguió, fingiendo orgullo.
—Mientras vosotros perdíais el tiempo durmiendo, estuve recorriendo el lugar. No está mal. Aunque tengo que decir que si alguna vez construimos una nave espacial conjunta humano-yherajk, van a tener que hacer los pasillos más altos. Me duele la cabeza. Bueno, basta de charlas. Me han enviado a por vosotros. Se molestarán si vuelvo solo.
—Id sin mí —decidió Miranda—. Me quedaré aquí y dormiré un poco más.
—Imposible —repuso Van Doren—. Pidieron específicamente que vinieras, Miranda.
Miranda se incorporó al oír esto.
—¿Por qué?
—¿Tengo pinta de saber interpretar su lenguaje odorífico? —repuso Van Doren—. No me han dado ninguna razón. Sólo pidieron que fuerais los dos. Ahora, como me dijo Tom una vez, menos charlar y más caminar. Levantaos.
Cuando llegamos a la sala de reunión apestaba mucho menos que cuando nos fuimos. Sin embargo, el residuo del largo debate flotaba en el aire, como los ecos después de un mitin. Olía como la jaula de los leones del zoo después de haber consumido una comida particularmente abundante.
—Tom, Miranda, Jim —nos saludó Gwedif cuando entramos—. Bienvenidos otra vez.
—Gracias, Gwedif —dije—. Huele mucho mejor ahora.
—Tiene que empeorar antes de mejorar —comentó Gwedif—. En algunos momentos el ambiente se volvió tan denso que tuvimos que parar un rato para que corriera el aire.
—Nosotros también empleamos esa expresión —dije.
—Sí, pero no tiene un significado literal.
Joshua, que estaba hablando con uno de los yherajk, se acercó a nosotros y se dirigió a Gwedif.
—Resuelta la objeción de último minuto —anunció—. Estamos preparados.
—Muy bien —asintió Gwedif—. ¿Hablas tú o hablo yo?
—Es tu programa, grandullón —bromeó Joshua—. Ni se me ocurriría robarte la escena.
—Muy bien, pues —dijo Gwedif, y emitió un olor no demasiado molesto. Los yherajk de las gradas, que estaban apiñados en grupos, se disolvieron y asumieron sus posiciones formales. Cuando hubieron ocupado sus lugares, Gwedif empezó a hablar:
—El ientcio desea que os informe de que, después de mucho debatir, los oficiales veteranos han decidido, en esta encrucijada retirar toda oposición moral a que Joshua habite el cuerpo de vuestra amiga —dijo—. Tened en cuenta que esto no significa que los oficiales veteranos hayan resuelto del todo los graves problemas filosóficos y éticos que nos incumben. Seguimos muy lejos de ello, en realidad. En cualquier caso, los oficiales veteranos han acordado que lo que es moral y ético para los yherajk puede no tener un análogo exacto para la humanidad, y que este es probablemente uno de esos temas donde no existe tal análogo. Si no se obtiene nada más de todo esto, podréis tener al menos el consuelo de que habéis introducido un nuevo tema filosófico para que los yherajk discutan durante al menos un siglo o dos.
—No pretendía causar problemas —afirmé, mirando al yherajk que suponía debía de ser el ientcio—. Tenéis que creer que mi intención era buena.
—El ientcio dice que tiene entendido que los humanos tenéis una expresión: «El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones». Sugiere que este puede ser uno de esos casos en los que se aplica esa expresión.
—Posiblemente —admití—. Pero también tenemos otra frase: «Hay que atravesar el infierno antes de llegar al cielo». Podría aplicarse aquí también.
—El ientcio reconoce que así podría ser —tradujo Gwedif.
—No puedo creer que hayas citado una canción de Steve Miller al líder de una raza alienígena —murmuró entre dientes Van Doren.
—Cierra el pico —murmuré a mi vez—. Ha funcionado.
—Con los temas éticos de este caso resueltos, al menos por el momento, tenemos un último problema que abordar —continuó Gwedif—. Pero hay una complicación. Os implica a uno de vosotros.
—¿A cuál? —pregunté.
—Antes de poder responder a eso, tengo que solicitar una cosa —declaro Gwedif—. Tenemos que plantearle una cuestión a uno de vosotros. Esa persona deberá responder a una pregunta, y la respuesta debe ser sincera, sin la presión de ninguno de los otros dos. Hay varias formas en que podemos hacer esto, pero la más conveniente sería simplemente que a quien se le haga la pregunta la conteste sin consultar con los demás.
—¿Cómo haréis eso?
—Pediremos a los otros dos que se retiren y se den la vuelta.
—Un poco primitivo, ¿no? —apuntó Van Doren.
—¿Prefieres electrodos o algo en esa línea? —le preguntó Gwedif, rompiendo la formalidad durante un segundo.
—Bueno, no —admitió Van Doren.
—Entonces sugiero que lo hagamos a mi manera —insistió Gwedif—. ¿Estáis todos de acuerdo?
Todos asentimos.
—La persona es Miranda —anunció Gwedif.
—Mierda —suspiró Miranda—. Me lo figuraba.
—Tom, Jim, por favor, daos la vuelta y retiraos un paso —nos pidió Gwedif—. Por favor, escuchad, pero nada más.
Hicimos lo que nos decían.
—Ahora, Miranda —oímos decir a Gwedif—. Como estoy seguro que ya sabes, la mente de tu amiga Michelle está gravemente dañada. Aunque Joshua intentara habitar su cuerpo, no podríamos controlarlo a causa de la gravedad del daño cerebral.
—Lo comprendo —oí decir a Miranda.
—Normalmente, este sería el final del caso. Pero Joshua ha sugerido otra posibilidad que nunca hemos explorado. Dicho de manera simple, implica eliminar los recuerdos personales de Michelle y luego sustituir el cerebro dañado, usando un molde de otro cerebro similar para controlar el cuerpo de Michelle.
—Mi cerebro —dijo Miranda.
—Así es. Al examinar cómo funciona tu cerebro y cómo realiza las operaciones corporales, es posible que Joshua pueda entrenar su propio cuerpo para imitar tus funciones cerebrales totales, y luego usar esas funciones para controlar a Michelle.
—¿Funcionará de verdad? —preguntó Miranda.
—No lo sabemos. Hay varios detalles que complican las cosas. El primero, naturalmente, es si Joshua podrá trazar un mapa de tu cerebro lo suficientemente funcional como para que ese mapa controle un cuerpo humano. El segundo detalle es si la forma en que tu cerebro controla tu cuerpo será similar a la forma en que el cerebro de Michelle controla el suyo. Tiene que haber diferencias sutiles, y posiblemente algunas que no lo serán tanto. La ventaja sería que esto ayudaría a que Joshua tuviera una idea aún más completa de lo que es ser humano. También es la única idea que se nos ha ocurrido que tiene una posibilidad, aunque sea pequeña, de éxito.
—¿Por qué no podéis usar el cerebro de Tom o el de Jim como modelo? —preguntó Miranda—. También son humanos.
—Sí, pero son hombres —contestó Gwedif—. A nivel de las funciones corporales, esto presenta problemas obvios, ya que los hombres y las mujeres os diferenciáis sexualmente de una forma física. El cerebro de Tom y el de Jim no están preparados, por ejemplo, para enfrentarse a algo como la menstruación.
—Ese comentario sería válido para un montón de cosas —comentó Miranda.
—No lo dudo. Aparte de los temas físicos, los hombres y las mujeres tienen también una estructura cognitiva distinta en sus cerebros: usan partes distintas del cerebro para hacer las mismas tareas. Son tan diferentes que tiene sentido usar el cerebro de una mujer si es posible. En cierto modo, ha sido una suerte que descubrieras lo que es Joshua; de otro modo, las posibilidades de que esta idea tuviera éxito serían aún más escasas de lo que son ahora.
—¿Cómo haríais un molde de mi cerebro? —preguntó Miranda—. ¿Haciendo lo que hiciste con Jim?
—Me temo que será un poco más complicado —respondió Gwedif—. Joshua tendrá que navegar literalmente en tu cerebro, examinando cada parte, para descubrir cómo funciona y cómo se relaciona con todas las demás partes. Lo hizo hasta cierto punto con Ralph, el perro cuyo cuerpo habitó, pero en ese caso tuvo un par de semanas para hacerlo, y fue un proceso bastante orgánico.
Esto será mucho más rápido e invasivo. Hay posibilidades de que sufras daños. Consideramos que son pocos, pero no estaría bien no mencionarlos.
—¿Qué pasa con el cerebro de Michelle? —preguntó Miranda—. Quiero decir, el que tiene ahora mismo.
—Supongo que nos desharemos de él —respondió Gwedif—. Ya no funciona. Está terriblemente dañado, y si no podemos hacer que funcione, vuestra amiga Michelle estará muerta de todas formas.
—Eso es terrible —dijo Miranda, y percibí un rastro de amargura en su voz—. Se merece algo mejor que ver tirado a la basura su cerebro, o parte de él. Todos nos lo merecemos.
—Comprendo —asintió Gwedif—. Y todos somos muy conscientes de tu oposición a que Joshua habite su cuerpo. Por eso necesitamos preguntarte, sin influencias de Tom o de Jim, si estarías dispuesta a hacer esto. Posiblemente arriesgarás tu vida y tu cerebro por algo que no es probable que funcione. Si no lo haces, tu amiga sin duda morirá. Si funciona, tu amiga seguirá muerta y otra persona habrá ocupado su lugar. Es tu decisión, Miranda. No puede tomarla nadie más que tú.
De repente sentí que Miranda cogía mi mano.
—Es curioso —dijo—. Comprendo por qué no queréis que les pregunte a Tom ni a Jim. Sé cuánto significa esto para Tom. No sé lo que significa para Jim, pero si tengo que apostar, diría que está de acuerdo con Tom. Pero creo que cualquiera de los dos me diría que decidiera yo. Estoy segura, de hecho.
Apreté la mano de Miranda con firmeza. Ella devolvió levemente el apretón y luego se soltó.
—Tengo unas cuantas preguntas más —dijo Miranda.
—Por supuesto —contestó Gwedif.
—Si Joshua entra en mi cerebro, ¿estará haciendo una copia de mí?
—Yo responderé a eso —oí decir a Joshua—. No, Miranda. No tengo ningún interés en tus recuerdos, sólo en la forma en que tu cerebro controla tu cuerpo.
—Pero quien soy no son sólo mis recuerdos, es la forma en que veo el mundo —opinó Miranda—. Parte de eso tendrá que ver con cómo funciona mi cerebro.
—Bueno, sí —repuso Joshua—. Pero recuerda que tus pautas cerebrales se van a superponer a mi personalidad tal como es ahora, y que los recuerdos de Michelle formarán también parte de la mezcla. El resultado final será algo que en parte serás tú, en parte seré yo, y en parte será Michelle. Y en parte Ralph, el perro, ahora que lo pienso. Va a haber toda una movida dentro de ese cráneo, permíteme que te lo diga,
—¿Cuánto de Michelle habrá ahí dentro? —preguntó Miranda.
—No lo sé todavía —respondió Joshua-r. Tengo que ver qué funciona y qué no.
—Tienes que prometerme que habrá tanto de Michelle como sea posible. Y no sólo recuerdos, Joshua; todo lo que pueda ser salvado.
—No sé si puedo hacer eso. Puede que haga más difícil habitar el cuerpo.
—No me importa —repuso Miranda—. Si me necesitas para hacer esto, tienes que cumplir mis condiciones. Esa es mi condición. Tú y yo no pertenecemos a ese cuerpo, Joshua. Es de ella. Quiero que haya tanto de ella como se pueda. O no habrá trato.
—¿Comprendes que lo que estás pidiendo puede ponerte en un riesgo aún mayor? —apuntó Gwedif—. Joshua tendrá que pasar más tiempo integrando tu cerebro con lo que quede del de ella. Cuanto más tenga que estar dentro de tu cerebro, más peligroso será para ti.
—Me lo imaginaba. Pero es importante para mí. Y es el único modo en que lo haré.
—¿Estás segura? —preguntó Joshua.
—Lo estoy —afirmó Miranda.
—Muy bien. Lo haré a tu manera.
—Entonces hazlo.
Sólo después de relajarme me di cuenta de que estaba tenso. Me di la vuelta.
—¿Cuándo empezamos? —le preguntó Miranda a Joshua.
—En cuanto estés preparada. Puede que quieras que traigamos esa otra camilla de la ambulancia para descansar. Será un proceso largo y agotador.
—Yo me encargo —dijo Gwedif, y se deslizó para hacerlo. Joshua se retiró, aparentemente para consultar con los oficiales veteranos. Me acerqué a Miranda, que seguía allí de pie, con aspecto cansado.
—Eres una estrella —le dije.
Ella sonrió débilmente.
—Apuesto a que se lo dices a todas las chicas.
—Claro. Pero esta vez lo digo de verdad.
Miranda soltó una risita, luego apoyó la cabeza en mi hombro y lloró también un poquito. Van Doren, que nos había estado observando, decidió que era un buen momento para contemplar la pared del fondo.
—Oh, Tom —dijo Miranda por fin—. No tengo ni la menor idea de lo que estoy haciendo.
—No pasará nada —la tranquilicé—. No habrá ningún problema. Me quedaré contigo, si quieres.
—¿Y ver cómo los alienígenas rebuscan en mi cerebro? —Miranda sonrió más ampliamente y se secó los ojos, retirando una película de lágrimas-I Ni hablar, Tom. No creo que hayamos llegado todavía a ese punto de nuestra relación.
—Supongo que tienes razón —asentí—. La mayoría de las parejas reservan la escena de la sonda alienígena al menos hasta el décimo aniversario. Ya sabes, para añadir algo de sal a una relación estancada. Nos estamos adelantando.
Miranda me puso la mano en la mejilla.
—Tom —dijo, con voz relajada—. Ahora mismo, eso no tiene tanta gracia como crees.
Miranda, Michelle y Joshua se dirigieron hacia la zona médica yherajk, mientras unos cuantos yherajk se agrupaban a los lados de las camillas y empujaban. Van Doren y yo nos miramos. No teníamos ni idea de qué hacer ahora. Gwedif, que se quedó con nosotros, se ofreció a mostrarnos la nave. Acepté, y Van Doren nos siguió, al parecer entusiasmado con la idea de que esa vez por fin iba a comprender lo que veía.
El resto de la nave era visualmente tan poco atractivo como lo que ya habíamos tenido ocasión de ver: pasillos y salas talladas en la roca del asteroide, alisados y repletos de equipo yherajk. Podríamos haber estado en un laboratorio científico en cualquier parte del planeta: todo funcional, nada estéticamente atractivo.
Gwedif, que intentaba mantenernos distraídos de nuestra preocupación por Miranda y Michelle, reconoció que para nosotros contemplar la nave tal vez no fuera demasiado emocionante. Ese era el problema de que nuestras especies tuvieran distintos órganos sensores primarios, dijo. Era realmente fascinante olería, nos aseguró. Naturalmente, la mayoría de los olores de la nave nos habrían hecho desmayarnos por su potencia si no tuviéramos puestos los tapones en la nariz. Cosa que Gwedif también admitió que le quitaba algo de encanto a las maravillas de la nave.
La zona de la nave que me pareció más interesante fue la que Gwedif señaló como galería de arte, con los tivis que él mismo había descrito a Carl. Como todo lo demás a bordo, los tivis no eran gran cosa a simple vista: parecían cuencos poco profundos abandonados en el suelo, con cortezas endurecidas de algún material y rodeados de cables. Gwedif nos dirigió hasta uno de ellos, sugirió que nos sentáramos para acercarnos al objeto, y luego introdujo un tentáculo en una rendija en el suelo, cerca del tivis.
El tivis empezó inmediatamente a calentarse; los cables eran, al parecer, elementos calefactores. A través de los tapones de la nariz olí algo acre, pero también me sentí inmediatamente abrumado por una sensación de tristeza, con tonos de felicidad y una leve pizca de pesar. Era la sensación que uno tiene cuando ves a una antigua novia y te das cuenta de que fuiste un idiota al dejarla marchar, aunque ahora estés felizmente casado. Se lo mencioné (sin la comparación) a Gwedif.
—Ha funcionado, entonces —dijo este—. Los tivis funcionan estimulando ciertas emociones a través de los olores. Este —señaló al que nos ocupaba— es bastante burdo, sólo una emoción primaria con un par de armonías emocionales. Cualquiera de nosotros podría haberlo hecho, en realidad. Es el equivalente tivis a pintar siguiendo una guía numerada. Algunos de los maestros de tivis pueden crear obras de increíble profundidad emocional, colocando capas de emoción sobre emoción con combinaciones inesperadas. Uno puede entusiasmarse con un buen tivis.
—Estoy seguro que sí —dije—. Esto podría ser algo realmente interesante en la Tierra. Tienes que presentarme a algunos de los yherajk que los hacen.
—¿Buscando clientes ya? —preguntó Gwedif.
—Ya os tengo a todos como clientes, Gwedif —respondí—. Ahora sólo necesito averiguar cuáles son los que necesitan atención individual.
Probamos unos cuantos tivis más antes de que me sintiera inquieto y decidiera regresar a la ambulancia. Si iba a preocuparme, quería hacerlo cerca de algo familiar. Van Doren vino conmigo. Esperamos junto a la ambulancia cerca de una hora antes de que Van Doren rebuscara en la guantera y sacara una baraja de cartas. Jugamos al gin. Van Doren me dio una paliza; al parecer no comprendía el concepto de un juego de cartas amistoso. Después de que me hartara de las cartas, cogí una manta de la ambulancia, la tendí en el suelo del hangar y me obligué a echar otra cabezada.
Esta vez desperté cuando alguien me dio con el pie en el costado. Empujó con más fuerza.
—Despierta —dijo alguien. Era la voz de Michelle.
Me di la vuelta y me golpeé la cabeza contra la ambulancia al intentar levantarme. Michelle estaba de pie ante mí, desnuda. Tenía una sonrisita ligeramente sardónica en la cara. Nunca, en todos los años que hacía que la conocía, le había visto una expresión así. Ser sardónica habría sido pedirle demasiado.
—¿Joshua? —pregunté.
—¿Esperabas tal vez a Winston Churchill? —replicó Joshua—. Por cierto, creo que bien podrías empezar a llamarme Michelle. Hay muy pocas personas que tengan este aspecto —señaló su cuerpo— y que se llamen Joshua.
—Muy bien… Michelle.
Van Doren se acercó y miró de arriba a abajo el cuerpo desnudo de Michelle.
—Vaya —comentó—. Voy a tener que revisar ese comentario de eliminarte de mi lista de mujeres con las que salir.
—Atrás, pulpo —le ordenó Michelle.
—Supongo que no se puede ganar siempre —se lamentó Van Doren.
—Imagino que podemos decir que la transferencia ha sido un éxito —dije.
—Fue más fácil de lo que pensaba —respondió Michelle—. Ayudó el hecho de que Gwedif hubiera husmeado en un cerebro humano antes. Cuando sugerí por primera vez la idea de entrar en el cerebro de Miranda, él compartió conmigo su conocimiento para que no tuviera que volar a ciegas. Entre los dos hicimos notables progresos.
—¿Dónde está Miranda? —pregunté.
—Está durmiendo. La experiencia requirió mucho por su parte.
—¿Está bien? Quiero decir, ¿no sufrió ningún daño?
—Aparte de la fatiga, no, ninguno —afirmó Michelle—. Aunque podrías darle unos cuantos días libres cuando volvamos. Para que descanse.
—Puede tomarse el resto del año libre —dije.
—Dale también un aumento de sueldo —propuso Michelle—. Por riesgo laboral.
—Pronto ganará más que yo.
—Y ya sería hora, ¿no crees?
—¿Cuánto de ti eres tú? —le preguntó Van Doren a Michelle.
—¿De qué yo estás hablando? —preguntó esta—. ¿De Joshua, Michelle o Miranda?
—De Michelle, para empezar.
—De hecho, hay bastante de quien era Michelle aquí dentro. La insistencia de Miranda en ese aspecto me hizo volver a considerarlo todo. Tardé más tiempo, pero ahora estoy de acuerdo con Miranda. Fue lo adecuado. Eso sí, hice algunas correcciones sensatas. Miranda es más lista y tiene más sentido común que Michelle. En esas cuestiones, tendí a modelar la plantilla hacia Miranda y no hacia Michelle. Y al final todo lo que era Joshua está aquí dentro también, aunque buena parte de él está siendo sometido por las partes de Miranda y Michelle. Soy mucho más humano de lo que era antes. Y sin embargo, conservo todas mis apreciables cualidades alienígenas. Verdaderamente, un ser perfecto.
—Y modesto, también —apuntó Van Doren.
—Cuidadito con lo que dices —lo amenazó Michelle—. Voy a recordar ese comentario cuando llegue la revolución.
La puerta del hangar se abrió para dejar paso a una camilla empujada por los yherajk. Miranda estaba tendida en ella. Sonrió y saludó con una mano mientras la acercaban al lugar donde estábamos.
—Deberías estar durmiendo —la reprendió Michelle con severidad.
—Y tú deberías estar vestida —replicó Miranda.
—Esa bata de hospital no me pegaba nada. He conservado el sentido de la estética de Michelle.
—La insté a descansar, pero insistió en venir aquí —dijo Gwedif. Era uno de los yherajk que empujaban la camilla.
—¿Cómo te encuentras? —pregunté.
—Estoy bien —insistió Miranda—. Siento como si hubieran usado mis senos nasales como puente para la 405, pero ya se acabó. Ahora quiero ir a casa. Ha sido divertido tener una sonda alienígena, de verdad, pero tengo plantas que regar y un gato al que dar de comer. Ya me he saltado dos comidas. Si me salto una más, querrá comerme a mí.
—¿Está en condiciones de trasladarse? —le pregunté a Michelle.
—Está bien. Pero sigo pensando que necesita descansar un poco más.
—Puedo dormir en el viaje de vuelta —replicó Miranda.
—Buena suerte con eso —dijo Michelle.
—No me hagas enfadar —amenazó Miranda—. Además, ya es hora de regresar. Tienes que vestirte, Michelle.
—Es verdad —admitió Michelle—. Hay muchas compras que hacer. Deberíamos volver de inmediato. Las tiendas están a punto de abrir.
—¿Tenemos que regresar todos? —preguntó Van Doren. Todos nos volvimos hacia él, que se agitó incómodo—. Si a nadie le importa, me gustaría quedarme aquí unos días.
—¿Por qué? —pregunté.
—Si mi trabajo va a ser narrar esta pequeña aventura nuestra, entonces parece razonable que dedique algún tiempo a conocer a los yherajk. Creo que Gwedif y yo podríamos soportar pasar más tiempo juntos. Quiero escribir bien esta historia, Tom. Además, no es que tenga nada en la Tierra. Ni siquiera tengo gato. Y de este modo te aseguras de que no te dé la lata.
—¿Gwedif? —preguntó Michelle.
—Por mí no hay problema —respondió Gwedif—. Podría ser valioso, de hecho. Nos puede ayudar a averiguar qué tenemos que hacer para que la Ionar sea más habitable para los humanos.
—Empezad con un depurador de aire —sugirió Van Doren.
—Lo tendremos en cuenta —asintió Gwedif.
Nos despedimos de Van Doren y de Gwedif. Miranda, todavía en la camilla, viajó en la parte de atrás de la ambulancia. Michelle, que seguía desnuda, se quedó con ella. Llegaron dos pilotos yherajk y ocuparon sus posiciones; en un momento la plataforma se formó bajo ellos y un cubo de transporte empezó a tomar forma. Tras el volante, saludé de nuevo a Gwedif y a Van Doren. Entonces la pared del cubo se hizo más alta, oscureciendo la visión.
Michelle asomó la cabeza.
—Bueno, lo lograste —dijo—. Me tienes en este cuerpo. Me has hecho humana. ¿Qué vamos a hacer ahora?
—Eso depende. ¿Hasta qué punto crees que sabrás actuar?
Michelle hizo una mueca.
—Bastante mejor que antes, eso tenlo por seguro.
—Muy bien, pues —afirmé—. Tengo un plan.