—¡Joshua! —grité—. Tenemos que parar.
Joshua asomó la cabeza por la grada y miró hacia abajo.
—Demasiado tarde —dijo—. Ya estamos en marcha.
—¿Podemos arrojarlo por la borda de todas formas? —pregunté.
—Es una buena idea. Pero la respuesta es no.
—Lástima.
—Es el problema de ser una especie civilizada —reconoció Joshua—. Nada de caídas convenientes desde grandes alturas.
—Eh —exclamó Van Doren—. Ese perro habla.
Joshua se echó a reír.
—Si eso te parece raro, espera media hora. Va a ser una noche muy larga, amigo. —Desapareció para volver a su puesto.
Van Doren se volvió hacia mí.
—¿Qué está pasando aquí?
—Me interesa saber lo que tú crees que está pasando —respondí—. Y, ya puestos a hablar, cómo conseguiste seguirnos.
—Me enteré de que ibais a trasladar a Michelle hoy —dijo Van Doren—. Pensé en apostarme ante el hospital, pero después de pensarlo mejor decidí acecharte a ti en cambio. Supuse que no importaba adonde fuera a ir Michelle, tú tendrías que ir también tarde o temprano. No estabas en tu oficina esta mañana, así que fui a tu casa, donde vi tu coche. Y esperé. A eso de las cuatro, Miranda y tú salisteis en el coche. ¿Cómo va lo vuestro, por cierto?
Miranda se había acercado ya a donde nos encontrábamos.
—No es asunto tuyo, gusano —dijo.
—Lo siento —se disculpó Van Doren tímidamente—. Curiosidad profesional.
—Dudo de la parte «profesional» —le espetó Miranda.
—Joder. Qué arisca.
—Tom —dijo Miranda—. No te preocupes por arrojarlo de este aparato. Voy a arrancarle yo misma ese corazón de hiena.
—Por mí, de acuerdo.
Van Doren nos miró a ambos, inseguro, y luego continuó:
—Los dos fuisteis a Lupo Associates, y luego pasasteis una hora allí antes de dirigiros al Valle de Pomona. Transcurrieron un par de horas más antes del desfile de ambulancias.
—¿Por qué no picaste?
—Porque te estaba siguiendo a ti —respondió Van Doren—. Nadie de toda la gente que corría con las camillas se te parecía. Ni a ella tampoco, por cierto. Os vi de refilón cuando salisteis. Fue una operación muy retorcida.
—No lo suficiente, está claro —recalcó Miranda.
—Bueno, yo estoy más motivado que la mayoría —respondió Van Doren—. Seguí vuestra ambulancia hasta ese aparcamiento y luego esperé a ver qué hacíais a continuación. Un par de minutos más tarde volvisteis a la autopista, y a partir de ahí fue cuestión de no llamar la atención. He mejorado un poco desde la última vez que te seguí, Tom.
—Sigo sin comprender cómo nos seguiste cuando pasamos a los caminos de tierra —dije—. Estoy seguro de que no nos seguía nadie. Habría visto tu coche.
—Me mantuve a una distancia prudencial —respondió Van Doren—. Y apagué las luces.
Señaló su coche. Las luces de señalización y de freno estaban rotas. Los faros estaban bien, pero podía haberlos apagado.
—Bien —admití.
—Sí, probablemente será la última vez que me dejen usar un coche de la empresa —se lamentó Van Doren—. Me lo he cargado por esos caminos de tierra. Entre eso y que tuvieran que recuperarlo del lugar donde me secuestraste, Tom, no van a volver a confiarme las llaves.
—Me rompes el corazón.
—Así es como te seguí hasta aquí. Y respecto a qué lugar es «aquí», y qué está pasando, no tengo ni idea. Supuse que este edificio era una especie de clínica extraña.
—¿Edificio? —preguntó Miranda.
—¿No notaste el golpe, Van Doren? —pregunté yo—. ¿No viste esta cosa antes de subirte a ella?
—Sentí un temblor, sí —contestó Van Doren, levemente confuso—. ¿Y? Esto es el sur de California. Hay temblores todo el tiempo. No me pareció gran cosa. Y no, no vi este sitio. Es negro. Vi vuestras luces traseras desaparecer y os seguí al interior.
—¿No te pareció extraño el camino que seguiste?
—Seguí el mismo camino que vosotros.
—Vaya —exclamó Miranda—. No tienes ni idea, Van Doren.
—Gracias por el voto de confianza.
—No te lo ha dicho como insulto —intervine yo—. Lo dice literalmente.
—No os entiendo.
—Joshua —llamé.
—¿Sí? —Joshua volvió a asomar la cabeza.
—Me gustaría mostrarle a nuestro amigo dónde estamos exactamente —dije.
—No hay problema.
El cubo desapareció. La Tierra flotaba bajo nosotros, con la luna a un lado.
Jim van Doren chilló más fuerte de lo que había oído gritar a un hombre adulto jamás.
—Creo que tenemos sedantes en la ambulancia —comentó Miranda después de que Joshua volviera a oscurecer el cubo.
No —dije yo—. Mantuvo el control de la vejiga. Se pondrá bien.
Van Doren se apoyó en el costado de su Escort. Por algún motivo, se aferró con fuerza a la antena de radio.
—La leche jodida —farfulló.
—Recuerdo que tuve esa misma reacción una vez —comenté—. ¿Estamos de verdad en el espacio?
—Oh, sí.
—¿Qué demonios está pasando? —quiso saber Van Doren.
—Jim, ¿recuerdas que me pediste en mi coche que te dijera en qué andaba metido?
—Más o menos —respondió Van Doren—. No pienso con claridad en este momento.
—Inténtalo —le sugerí—. Ayudará.
Van Doren cerró los ojos para concentrarse.
—Me dijiste que estabas haciendo algo con unos alienígenas venidos del espacio —dijo.
—Eso es.
—Creí que era sólo una gilipollez tuya.
—Pues ahí lo tienes.
Señaló la grada donde estaba Joshua.
—Y el perro es un alienígena.
—En su mayor parte. Pero esa es una larga historia —dije.
La mente de Van Doren funcionaba ahora furiosamente.
—Es… —empezó a decir, miró hacia la ambulancia y luego de nuevo a Miranda y a mí—. Michelle Beck es una alienígena, ¿no? Algo le ha pasado y ahora la tenéis que llevar de vuelta a la nave nodriza y…
Miranda se echó a reír. Van Doren frunció el ceño.
—Lo siento —se disculpó Miranda—. Creo que la expresión «nave nodriza» ha sido más fuerte que yo.
—¿Y bien? —me preguntó Van Doren—. ¿Es Michelle una alienígena o no lo es?
—No —contesté—. Al menos todavía no.
Miranda soltó una carcajada.
—¡¿Qué?! —Van Doren alzó la voz.
Miranda tardó un segundo en poder contenerse. Entonces tocó amablemente a Van Doren en el brazo.
—Jira, tienes que dejar de ver tanta ciencia ficción —le sugirió—. Hace que hables raro.
—Ja ja ja —dijo Van Doren, mosqueado, y se apartó—. Mirad, estoy intentando comprender qué está pasando.
Observé a Van Doren un momento, tratando de decidir qué iba a hacer con él. Bromas aparte, asesinarlo no era una opción. Pero ahora sabía más que nadie sobre la existencia de los yherajk, aparte de Miranda, Carl y yo, y eso podía ser peligroso para nosotros. Yo era leal a Carl y a Joshua, y Miranda me era leal a mí, pero Van Doren no era leal a ninguno de nosotros. Desde luego, a mí no. Todo lo contrario, de hecho, ya que en las últimas semanas había estado haciendo todo lo posible por mandar a paseo mi carrera.
«Bueno —pensé—. Es hora de cambiar todo eso».
—Jim, ¿por qué trabajas para Espectáculo? —le pregunté.
—¿Qué? —preguntó él a su vez—. ¿Qué tiene eso que ver con todo lo que está ocurriendo?
—Me estaba preguntando… No te duelen prendas en reconocer que es una revistucha de mierda y que haces trabajitos de mierda en ella. Pero sigues ahí. ¿Por qué?
—No sé si te habrás dado cuenta, pero el periodismo no es exactamente una profesión donde se progrese rápido —dijo Van Doren—. Sobre todo en Los Angeles, donde básicamente tienes que ponerle una pistola en la cabeza a la gente para obligarla a leer.
—Siempre podías irte a otro sitio —sugerí.
—¿Qué? ¿Y perderme todo esto?
—Hablo en serio.
—Y yo también —afirmó Van Doren—. ¿Querrías ser agente en Omaha, Tom?
—No, pero no es ahí donde está mi negocio.
—Ya, ni el mío tampoco. Escribo sobre el mundo del espectáculo. Tengo que estar aquí para hacerlo. Estoy escribiendo para una revista que es el culo de ese mundo, lo admito; pero hay que empezar por alguna parte. Considéralo el equivalente periodístico a trabajar para la industria del vídeo.
—¿Por qué escribir sobre el mundo del espectáculo? —pregunte—. De verdad, ¿a quién le importa una mierda? No es importante de verdad. No son noticias de verdad. Sólo estás desperdiciando tu tiempo y tu talento, créeme.
—Bonito halago —dijo Van Doren.
—No hay de qué.
—Pero te equivocas —replicó Van Doren—. No es un desperdicio. Estás tan pegado al vientre de la bestia que no te das cuenta, pero nuestra industria del espectáculo es la exportación más importante de Estados Unidos.
—Vaya, y yo que había pensado siempre que nuestra exportación más importante era la democracia. Supongo que es otra mentira más de las que aprendí en el colegio. He oído decir que la evolución también es mentira.
—Mira —continuó Van Doren—, otros países promulgan leyes que exigen que sus salas de cine, cadenas de televisión y emisoras de radio tengan que emitir un porcentaje determinado de producción propia. Porque si no lo hicieran, Hollywood los barrería. No somos un líder mundial porque tengamos misiles y submarinos nucleares. Lo somos porque tenemos «Bugs Bunny» y «Friends». Nuestro planeta es lo que Hollywood ha hecho de él.
—Planet Hollywood —dije—. Es pegadizo.
—Pensé que te gustaría.
—Pero eso es un argumento estúpido. Las únicas personas que creen que Hollywood influye en los proyectos políticos son chiflados de izquierdas que tienen miedo a los héroes de acción, y chiflados de derechas a quienes les da miedo ver un pezón.
—¿Quién está hablando de política? —replicó Van Doren—. Estamos hablando de cómo la gente de nuestro mundo quiere que sea su mundo. Y el mundo que quieren es el que ven en nuestras películas, y en nuestros programas de televisión, y el que escuchan en nuestra música. Eso es poder. Hollywood, ahí es donde empieza el mundo de la cultura. Si alguien quisiera dirigirse a ese mundo hoy, no lo haría desde Washington, ni desde Moscú, ni desde Londres. Lo haría desde Hollywood. Por eso trabajo en Los Angeles, Tom.
—Claro —dije—. Y de paso puedes conocer a las estrellas.
—Bueno —admitió Van Doren—. También está eso.
Joshua, no habrás estado escuchado esta pequeña diatriba, ¿verdad?
—Da la casualidad de que he estado escuchando cada palabra —afirmó Joshua desde lo alto.
—¿Te suena familiar?
—Un poquito —asintió Joshua—. Naturalmente, yo lo expresé mejor.
—Jim —continué, volviéndome hacia Van Doren—. Tengo una proposición que hacerte.
—¿Ahora? —se extrañó Van Doren, y se apoyó en su coche—. Esta va a ser buena.
—Supongo que no puedes imaginar por qué yo, nada menos, soy el que conoce la existencia de estos alienígenas.
—Es un misterio, sí.
—Es porque soy su agente.
—¿Su qué?
—Soy su agente —repetí—. Por una de esas extrañas y retorcidas coincidencias, Jim, su visión de las cosas es notablemente similar a la tuya: si quieres llamar la atención del mundo, tienes que pasar por Hollywood. Así que decidieron contratar a un agente. Soy yo. Como tal, estoy autorizado a hacer tratos por ellos.
—Joder —exclamó Van Doren—. ¿Cómo cobras tu comisión?
—Después de que todo esto se termine, me entregarán Nueva Zelanda —repliqué—. ¿Vas a cerrar la boca de una vez y dejarme que te cuente lo que tengo en mente?
—Por supuesto.
—Esta oferta durará sólo los próximos diez minutos. Después de eso, estarás fuera. Nada de segundas oportunidades ni de aplazamientos. ¿Está claro?
—Clarísimo.
—Este es el trato —continué—. Tú te llevas la historia. En exclusiva.
—¿Qué historia? ¿Tu historia? Esa ya la tengo.
Esta historia —dije—. El primer contacto entre la humanidad y una inteligencia de otro mundo. Es el acontecimiento más importante de la historia del planeta, Jim. Y tú serás el único que estará en el ajo desde el principio. El único que conoce toda la historia. Tú serás quien le diga al mundo cómo sucedió y lo que significó.
—Joder —exclamó otra vez Van Doren después de un minuto—. No te andas con rodeos, ¿eh?
—No cuando se trata de negocios, Jim.
—¿Cuál es la pega?
—La pega es la siguiente: olvida tus historias sobre Michelle y sobre mí. Deja Espectáculo. Y mantén la boca cerrada hasta que estemos preparados para hacer nuestra presentación a la humanidad.
—¿Cuándo será eso?
—Todavía no lo sé. Estamos trabajando en ello. Podría ser mañana, o podrían pasar años. Pero sea lo que sea, ni pío por tu parte hasta entonces. Ni un gorgorito.
—¿Qué pasa si me niego? —preguntó Van Doren.
—Nada —contesté—. Excepto que no podrás bajarte de esta nave mientras terminamos de hacer lo que vamos a hacer. De hecho, te enviarán de vuelta en cuanto lleguemos allí.
—Sin tu coche —precisó Joshua—. Para que te diviertas caminando de vuelta a la 15.
—¿Que me impide publicar la historia cuando vuelva?
—Nada en absoluto —dije—. Puedes contársela a todo el que quieras. De hecho, te animo a que lo hagas, ya que probablemente no hay forma más rápida y fácil de perder tu credibilidad que ir por ahí diciendo que Michelle Beck es una alienígena.
—Así que es una alienígena —recalcó Van Doren.
—Jim, concéntrate, hombre.
—Estoy concentrado. Sólo intento asegurarme de que he entendido bien la historia.
—Entonces, ¿contamos contigo?
—¿Estás de guasa? —replicó Van Doren—. ¿Me estás ofreciendo la historia más grande del universo y me preguntas si la quiero? ¿Tan tonto eres?
—No es la historia más grande de universo —intervino Joshua—. Sólo de una esquinita.
—A mí me vale —aceptó Van Doren, y se volvió hacia mí—. Trato hecho, Tom.
Nos estrechamos la mano. Uno más para nuestro bando.
—¿Estás de acuerdo con esto, Joshua? —pregunté.
—Bueno, lo único que he leído suyo es ese artículo que escribió sobre ti —dijo Joshua—. Era una mierda.
—Puedo hacerlo mejor.
—Dios, eso espero.
—¿Supongo que no podrás decirme cuánto te pagan por este asunto? —preguntó Van Doren.
—No te preocupes —intervino Miranda—. Es fácil arrancarle Tom un aumento de sueldo.
Uno de los yherajk que nos recibió en el hangar señaló a Van Doren mientras el cubo se fundía.
—¿Quién es ese? —preguntó.
Van Doren lo señaló a su vez.
—¿Qué es eso?
—Es el aspecto que tiene mi gente normalmente —afirmó Joshua.
—Puaaaff —exclamó un Doren—. Me gusta más el traje de perro.
—Este es Jim van Doren —informó Joshua—. Un polizón.
—¿Un polizón? Arrgh —dijo el yherajk—. Caminarás por la plancha al amanecer, amiguito. Aargh.
—No es lo que esperaba de una raza alienígena —me comentó Van Doren.
—Te acostumbrarás —le contesté.
El yherajk se deslizó hacia mí y extendió un tentáculo.
—Tú debes de ser Tom. Yo soy Gwedif.
Estreché el tentáculo.
—Encantado de conocerte, Gwedif. He oído hablar mucho de ti. Lamento que tengamos que vernos en estas circunstancias extremas.
¿Extremas? No tienes ni idea —dijo Gwedif—. Por aquí nadie habla de otra cosa. El aire apesta a gritos. Eso me recuerda…
Un olor como a alfombra húmeda y mohosa brotó de Gwedif; uno de los otros yherajk se lanzó de inmediato hacia la puerta.
—Ahora que tenemos un humano más, necesitamos otro par de tapones para la nariz.
Gwedif dirigió el tentáculo hacia Miranda.
—Esta es Miranda, supongo.
—Hola —saludó Miranda. No hizo el gesto de estrechar el tentáculo que le ofrecían—. Tendrás que disculparme. Es la primera vez que veo a uno de vosotros en vuestro estado natural.
—Por supuesto —admitió Gwedif—. Soy bastante raro. Pero soy buen tipo cuando se llega a conocerme.
—Estoy segura de que así es.
Gwedif observó entonces a Van Doren.
—¿Y qué hace este aquí?
—Soy periodista —declaró Van Doren—. Seguía una noticia.
—Yo diría que ya la tiene —observó Gwedif—. ¿Qué le parecemos hasta ahora?
—Me recuerdan al queso de una Smörgåsbord[10] —dijo Van Doren.
—¿Es siempre así? —le preguntó Gwedif a Joshua.
—No lo sabemos. Se nos unió en el último minuto.
—Normalmente es peor —afirmé yo.
—Hmmmmm —reflexionó Gwedif—. ¿Sabe, hombre del queso? Usted y yo seguimos la misma línea de trabajo.
—Rayos —respondió Van Doren, sonriendo—. Ya me habían prometido la exclusiva.
—Estoy seguro de que podremos colaborar.
El yherajk encargado había regresado con tres pares de tapones para la nariz. Nos los colocó. Entonces se reunió con los otros yherajk en la ambulancia y bajaron la camilla de Michelle. Me incliné sobre ella y comprobé la batería del respirador portátil. Había agotado ya las tres cuartas partes.
—Será mejor que nos pongamos en marcha —los apremié.
—¿Qué vamos a hacer ahora, por cierto? —quiso saber Van Doren.
—Que nadie le diga nada todavía —intervine. Miré a Van Doren—. Lo siento, Jim. Frena los caballos un par de minutos más —me volví hacia Gwedif—. Jim no sabe exactamente por qué estamos aquí. Creo que es algo que podría ser útil para lo que tenemos que hacer.
—Sí, tienes razón —admitió Gwedif—. ¿Qué le parece, hombre del queso? Podrá ser útil, después de todo. No instalaremos la plancha hasta mañana.
—¿Cuánto tiempo va a estar llamándome «hombre del queso»?
—Oh, no lo sé. Es que suena tan bien… Ahora síganme, por favor, todos. Vamos a la sala de reunión.
Los pasillos eran tan bajos como Carl me había anunciado. Van Doren, el más alto de nosotros, fue el más perjudicado por la baja altura de los techos y la escasa gravedad, se dio un golpe en la cabeza y maldijo. Aquí y allá los yherajk se cruzaban en nuestro camino, pero la mayoría se mantuvieron apartados mientras nos dirigíamos a la sala.
Gwedif se me acercó mientras caminábamos.
—Ojalá hubiéramos tenido más tiempo —dijo—. Pasó lo mismo con Carl. Apenas el tiempo justo para las presentaciones, y luego corriendo a decidir el destino de nuestros pueblos. Al menos hemos aprendido que los humanos se hacen fuertes ante las crisis.
—Todo lo que merece la pena hacerse se hace a ritmo frenético —respondí.
—Eso no lo sé. Creo que el primer lugar al que iré cuando visite su planeta…, cuando lo visite de verdad, quiero decir, no ese viajecito que hice antes, creo que será para visitar un monasterio. Esa gente parece tenerlo claro. Lenta y meditativa contemplación espiritual.
—Creo que la mayoría de los monasterios de hoy en día venden cantos gregorianos en CD o vinos de cosecha propia —dije.
—¿De verdad? —se extrañó Gwedif—. Vaya, demonios. ¿Qué pasa con vosotros, hombre?
Antes de que pudiera contestar, llegamos a la sala de reuniones. Gwedif tocó la puerta, y entramos.
Dentro habían construido una pequeña grada de dos plantas donde había varios yherajk. Sospeché que la grada era para uso humano, no para los yherajk, para que pudiéramos ver a quién le hablábamos. Los yherajk que traían la camilla de Michelle fijaron las ruedas y se marcharon. Me acerqué a ella. Miranda me acompañó. Joshua se situó a un lado y se sentó, con los ojos cerrados. Van Doren se quedó entre Joshua y la camilla con aspecto perdido.
—¿Hablarás por tu grupo? —me preguntó Gwedif.
—Sí.
—Muy bien. La reunión de hoy es un poco más reducida que la que soportó Carl, cosa que vuestras narices sin duda agradecerán —nos dijo Gwedif para empezar—. En vez de una reunión con toda la nave, hemos convocado sólo a los oficiales veteranos. Tom, puede que ya sepas quién es nuestro ientcio. —El yherajk del extremo izquierdo alzó un tentáculo—. El líder de todos los yherajk.
—En efecto, he oído hablar de él, en los mejores términos —afirmé—. Espero que esté bien en este momento del viaje.
—Oh, bien —manifestó Gwedif—. Debes de haber prestado atención a lo que te contó Carl. El ientcio te devuelve tus cumplidos y te da la bienvenida a la nave.
Gwedif presentó entonces al resto de los oficiales, unos veinte en total. No me molesté en tratar de recordarlos a todos; me concentré en Gwedif y el ientcio.
—Joshua nos ha dado ya su versión de tu petición y los problemas que cree que ello comporta —informó Gwedif.
—¿Cuándo ha hecho eso? —pregunté.
—Ahora mismo —dijo Joshua, y se volvió hacia mí—. He usado el Alta Habla, Tom. Un pedo convenientemente odorífico lo transmite todo.
—Me alegro de tener puestos los tapones.
—No lo sabes bien.
—Ahora que Joshua ha dado su informe, al ientcio le gustaría oír tu petición, y espera que estés dispuesto a contestar también algunas preguntas —dijo Gwedif.
—Por supuesto.
—Por favor, comienza cuando estés preparado.
Muy bien dije. Cerré los ojos, murmuré una pequeña oración a quien pudiera estar escuchando, y abrí los ojos. Entonces empecé.
—La humana que ven en esta camilla se llama Michelle Beck —dije, señalándola—. Yo era su agente, y también su amigo. Probablemente cada uno éramos el mejor amigo del otro, aunque no creo que ninguno se diera cuenta. Como agente suyo, la ayudé a convertirse en una de las actrices más famosas de Hollywood: la gente reconocía su cara en todas partes.
»Hace unos cuantos días, Michelle sufrió severos e irreversibles daños cerebrales debido a la falta de oxígeno. Mi amiga está ahora muerta en todos los sentidos. Su cuerpo es mantenido con vida por medio de este respirador, pero no por mucho tiempo. Pronto su cuerpo estará tan muerto como ya lo está su mente.
»Lloro la muerte de mi amiga más de lo que soy capaz de expresar. Como dije, no creo que apreciara lo que significaba para mí cuando estaba viva. Michelle era una buena persona… buena de corazón y de intención, cosa que es más de lo que mucha gente puede decir. Podría equivocarme. Pero creo que no.
»Por mucho que llore a Michelle, veo una oportunidad en su fallecimiento, una oportunidad que creo que da a su muerte, que fue tan banal y carente de significado como pueda serlo cualquier muerte, cierto sentido. Carl Lupo me ha pedido que encuentre un modo de presentar a los yherajk a la humanidad, para que la humanidad pueda aceptarlos como la raza amistosa que son en vez de como las criaturas aterradoras que parecen ser.
»Se me ocurre que una manera de hacerlo, tal vez la mejor manera, es que Joshua habite el cuerpo de Michelle. Que sea Michelle. Michelle es conocida ya en todo el mundo. Esa parte de la batalla está ya ganada. Lo que podemos hacer ahora es llevar un paso más allá el perfil de Michelle y darle una plataforma mundial para ser la portavoz de los yherajk. Puede ser el puente más eficaz entre nuestros dos pueblos: alguien a quien la humanidad conoce y que no sólo no es una amenaza, sino que es objeto de admiración. Puede ser el rostro humano de una raza que no es humana… El caballo de Troya, si quieren, que consiga que los yherajk atraviesen la puerta de los temores de la humanidad.
»Joshua tiene problemas para habitar el cuerpo. El más evidente tiene que ver con el modo de su muerte; no en el momento en sí sino en los hechos que la llevaron a ella. Antes de que se traten otros temas, esto debe quedar claro. Tenemos que tener una versión clara de su muerte. Para ello, pido que un yherajk que no sea Joshua conecte con la mente de Michelle y, actuando como conductor, envíe el recuerdo al cerebro de un humano. Esto nos permitiría ver con más claridad en qué pensaba Michelle en esos últimos momentos.
»Sin esta información, esta oportunidad para nuestros pueblos podría desaparecer para siempre. E, igual de importante para mí, mi amiga, a quien no valoré como debería haber hecho en vida, habrá desaparecido también.
Incliné la cabeza y me cubrí los ojos con una mano. No pretendía emocionarme tanto como lo hice. Pero decir cuánto significa alguien para ti te afecta, lo digas en serio o no. Yo lo había dicho en serio. No me había dado cuenta de hasta qué punto.
—Un discurso muy noble —dijo Gwedif, después de un instante—. Pero debemos darnos prisa. ¿Estás preparado para responder a las preguntas?
—Sí —contesté, aclarándome la garganta—. Estoy preparado.
—Muy bien. El ientcio hablará por los oficiales, y yo, naturalmente, hablaré por él.
—Muy bien.
—El ientcio quiere saber qué crees que sucedió en esos últimos minutos de vida de tu amiga.
—Si el ientcio lo permite, prefiero dejar esa pregunta para más tarde por motivos que abordaré dentro de un momento. Pero puedo decir que, siendo humano, sospecho que la situación no fue tan clara como la vio Joshua. Joshua pudo observar las acciones de Michelle, pero tal vez no su estado mental.
—¿Qué te da derecho a tomar esta decisión por tu amiga?
—Ella me otorgó el derecho, si estaba incapacitada como lo está, a tomar por ella decisiones médicas. Creo que esto me cualifica para tomar esa decisión.
—¿Qué harás si rechazamos tu petición, o si resulta que Joshua no puede habitar el cuerpo de tu amiga?
—No lo sé —respondí—. En realidad no tengo ningún pian de contingencia.
—Eso no es muy inteligente —apuntó Gwedif.
—No, no lo es —reconocí—. Pero darle una oportunidad aquí es mejor que no darle ninguna en la Tierra.
—Entenderás que si Joshua habita el cuerpo de tu amiga, ella seguirá muerta.
—Lo entiendo. Al mismo tiempo, Joshua me ha dicho que ha conservado los recuerdos y algunas tendencias de personalidad de Ralph, el perro cuyo cuerpo habitó, y esas tendencias lo acompañan incluso ahora. Mi esperanza es que parte de lo que fue Michelle permanezca después de que Joshua habite su cuerpo. Sin embargo, aunque no sea así para los efectos prácticos de que Joshua habite el cuerpo de Michelle, no importará.
—El ientcio dice que podrías estar proponiendo que Joshua habite el cuerpo de tu amiga solamente por conveniencia.
Parpadeé.
—No estoy muy seguro de entender eso.
—Dijiste que esta puede ser la mejor forma de presentar a los yherajk a la humanidad.
—Así es.
—¿Cuáles son los otros cursos de acción posibles?
—Me temo que no se me ha ocurrido ningún otro que sea tan bueno —afirmé.
—A eso se refiere el ientcio —dijo Gwedif—. Admitirás que esta es una medida bastante extrema, y que insistas en ella puede que sea simplemente un modo de no admitir que no se te ocurrió una forma más convencional, o al menos más sensata, de presentar a los yherajk a tu gente. ¿Cómo se respeta la memoria de tu amiga usando lo que podría ser tu instinto para salvar tu propio pellejo?
Me ruboricé.
—No niego que el que Joshua adopte el cuerpo de Michelle me ahorraría tener que admitir una derrota total —reconocí—. Pero con el debido respeto al ientcio, si él o el resto de vosotros hubiera querido hacer esto de un modo convencional, tendríais que haber aterrizado con vuestro cubo en los jardines de la Casa Blanca y haber dado todos los pasos de rigor. Esta es una medida extrema sí, pero dará a los yherajk una oportunidad para vivir como los humanos, para ser humanos. Joshua tiene recuerdos humanos pero no es suficiente. Es como ver el documental de una guerra. Puedes verlo mil veces, pero seguirás sin poder decir que has combatido. Si queréis comprender a los humanos, tenéis que ser uno de ellos. Aquí está la oportunidad.
—¿No se daría cuenta su familia de que tu amiga ha cambiado? —No tiene familia —dije—. La única persona lo bastante íntima para advertir el cambio habría sido yo. Y tal vez su peluquero. No lo sé.
—Dices que un yherajk podría enviar el recuerdo a otro ser humano para que pudiera verlo. ¿Qué yherajk? ¿Qué humano?
—El yherajk sería Gwedif —dije—. Ha trabajado antes con los humanos y es el único yherajk a bordo de esta nave que no contribuyó a engendrar a Joshua, así que eso lo hace más imparcial de lo que podría ser ningún otro yherajk. En cuanto al humano, originalmente había pensado ser yo, pero no soy imparcial en mi juicio. Así que después pensé en Miranda. Ella se opone moralmente a la idea de que Joshua habite el cuerpo de Michelle, pero confío en que no deje que su propia opinión condicione lo que vaya a experimentar en el recuerdo. Pero ahora hemos encontrado a alguien que no tiene ningún prejuicio, ya que no conoce los detalles del caso. Así que el humano que vea los recuerdos debería ser Jim van Doren.
—¿Qué? —exclamó Van Doren.
—Serás el tipo que lea la mente de Michelle Beck —le anuncié.
—¿Y cómo hago eso?
—Voy a meterle unos tentáculos por el cráneo —le comunicó Gwedif.
—¿Me va a doler?
—No si se porta bien conmigo a partir de ahora —contestó Gwedif dulcemente.
—Tom, nunca me dijiste que me iban a meter una sonda —protestó Van Doren.
—En realidad no es una sonda. Vamos, Jim. Querías pillar toda la historia, ¿no?
—¿Esto es necesario de verdad?
—Sí que lo es. Sinceramente. Lo que experimentes ahora podría cambiar el destino del universo.
—Suena a topicazo cuando lo expresas de esa forma.
—Es un topicazo, pero es la verdad —insistí yo.
Van Doren se volvió hacia Gwedif.
—Prométame que mi cerebro no va acabar en un frasco —dijo.
—Permanecerá a salvo y apretadito dentro de su cráneo —le aseguró Gwedif—. Lo prometo. No pasará nada.
—Dios, ¿dónde me he metido? —se lamentó Van Doren—. Muy bien. Vale. Hágalo.
—El ientcio tiene una pregunta para Jim van Doren —intervino Gwedif.
—Muy bien. ¿Cuál?
Tom considera que sería adecuado que Joshua habite el cuerpo de Michelle Beck. Miranda no. El ientcio desea saber qué piensa usted de que Joshua habite el cuerpo de esta humana.
—Bueno, la tacharía de mi lista de gente con quien salir —contestó Van Doren—. Aparte de eso, no sé.
—Los oficiales veteranos debatirán ahora el tema y tomarán una decisión —dijo Gwedif—. Puede que adviertan que la sala se vuelve más olorosa durante unos pocos minutos.
Así fue. Para cuando terminaron, mis ojos lagrimeaban. Miranda tuvo que sentarse. Van Doren resistió, pero por los pelos.
—Los oficiales veteranos han decidido permitirme sondear a Michelle y transmitir los recuerdos a Jim van Doren —comunicó Gwedif.
—Bien —respondí—. Un minuto más de discusión y mis cavidades nasales habrían estallado.
—No fue un voto unánime —nos advirtió Gwedif—. Hubo muchas discusiones.
—¿Qué hago ahora? —quiso saber Van Doren.
Gwedif lo hizo sentarse junto a la camilla y le explicó sus opciones: podía entrar por su nariz, que sería la forma más eficiente, pero la más incómoda, o por los ordos, que era menos eficiente pero menos incómodo. Van Doren eligió los ordos.
—¿Qué es lo que voy a ver? —me preguntó Van Doren mientras Gwedif preparaba a Michelle.
—Vas a ver los últimos momentos de su vida —le informé—. Justo antes de que entrara en coma.
—¿Qué tengo que buscar?
—Nada. Por eso has sido escogido para hacer esto: no sabes qué buscar. Sólo haznos saber qué experimentas.
—¿Podré ir contándolo a medida que vaya pasando?
—¿Cómo quieres que yo lo sepa? Tampoco lo he hecho nunca antes.
—Tío, tu perro alienígena tenía razón —dijo Van Doren—. Esta es la noche más extraña de mi vida.
Gwedif se coló en sus oídos antes de que pudiera decir otra palabra.
—¿Qué es lo que ves? —le pregunté a Van Doren.
—Estoy viendo tu feo careto, Tom.
—Intenta cerrar los ojos —le sugerí.
Van Doren así lo hizo.
—Todo esto es muy raro —dijo por fin—. Estoy viendo a una mujer echarme algo viscoso en la cara. Siento la masa viscosa. ¿Qué es?
—Trate de sentirlo por sí mismo —sugirió Gwedif—. Igual que haría con su propia memoria.
Hubo un momento de silencio.
—Es látex —dijo Van Doren—. Me están haciendo una máscara de látex para esa estúpida película que voy a hacer. La mujer que me está poniendo la máscara es una auténtica zorra. Hace un minuto trató de echar a Miranda de aquí. Miranda le plantó cara, y ahora está hablándole de otra cosa.
Otro momento de silencio.
—Ahora la mujer me está metiendo unas pajitas por la nariz —continuó Van Doren—. Duele, tal como lo está haciendo, pero no digo nada porque quiero acabar de una vez con esto. Me siento más deprimida que nunca en mi vida. Mmm… es extraño.
—¿Qué es extraño?
—La forma en que Michelle lo experimenta. Está deprimida. Deprimida de verdad. Pero intenta deprimirse más de lo que está.
—¿Por qué?
—No lo sé… —Van Doren guardó silencio durante un minuto. Entonces continuó—: Creo que es porque se siente estúpida. La audición de antes salió fatal porque había preparado la escena equivocada y porque se desmayó a causa de su tratamiento, signifique eso lo que signifique. Sabe que lo ocurrido es culpa suya, y fueron pequeñas estupideces. Creo que prefiere sentirse deprimida que estúpida. Sí, eso es exactamente.
Silencio de nuevo.
—Ya tengo la cara completamente cubierta. Miranda me está diciendo que tiene que irse. No quiero que se vaya, porque no me quiero quedar a solas. Pero puedo oír el malestar en su voz. Creo que comió un burrito en mal estado. Lo siento por ella; mi almuerzo estuvo bien. Dejo que se vaya.
»Ahora estoy aquí, pensando, intentando deprimirme aún más. Pero no funciona. Repaso mentalmente la audición de hace un rato y parezco más estúpida cada vez que lo recuerdo. Y ahora, para remate, estoy sentada en Pomona con unas pajitas asomándome por la nariz para un papel que conseguí porque alguien quiso acostarse conmigo hace un par de años. Estoy disgustada conmigo misma. Me quito las pajitas y las arrojo lejos. Me quedaré aquí sentada y me moriré con la cara llena de pasta.
Ahí lo teníamos.
Miré a Joshua, que estaba sentado allí, con una triste expresión perruna en el rostro. Tenía razón. No se sentía feliz, pero tenía razón. Me mordí el interior de la mejilla hasta que sangró. Era un amasijo de emociones. Triste por Michelle, que eligió una forma tan estúpida de acabar con su vida. Furioso conmigo mismo por creer que Michelle no podía, no intentaría matarse, y por llevar su cuerpo hasta tan lejos de donde debería estar. Asustado, porque ahora no sabía qué iba a hacer con ella. O conmigo mismo. ¿Adonde podía llevarla para que muriera? ¿Para que muriera finalmente?
Miranda sollozaba en silencio a mi lado. La abracé. Ella sólo tenía que enfrentarse a la pena. Yo casi la envidié. Cosa que me hizo sentirme aún peor.
—Oh, esto es una estupidez —exclamó Van Doren.
—¿Qué?
—Esto es una estupidez —repitió Van Doren—. Ahora no puedo respirar. Intento soplar con fuerza para quitarme el látex de la nariz, pero la pasta sigue colándose. Necesito esas estúpidas pajitas. Ahora voy a tener que levantarme y buscar a tientas las malditas pajitas. Sin estropear la máscara, si es posible, para no tener que volver a repetir esto nunca más. Intento levantarme de la silla mientras mantengo la cara en la misma posición. Me levanto y empiezo a andar, buscando a tientas. Choco con algo. Resbalo. Ahora intento recuperar el equilibrio. No funciona. Choco de espaldas contra algo. Puedo oír y sentir las cosas cayendo detrás de mí. Ahora nada tiene sentido… Hay un destello de luz y me retumban los oídos. Me caigo. Me doy cuenta de que mi nuca está sangrando. Algo debe de haberme caído en la cabeza. Estoy mareada. No puedo levantarme. Tengo sueño. Supongo que voy a morir de verdad. Qué putada.