Capítulo Dieciséis

La puerta de la cuarta planta del hospital Valle de Pomona se abrió y me encontré de cara con el agente Bob Ramos.

—Hola, señor Stein —saludó.

—Hola, Bob.

—Qué perro tan bonito tiene —dijo el agente Ramos.

Joshua mostró su mejor sonrisa de perro estúpido.

—No es mío, es de Michelle —mentí—. Me pareció que podría ayudarla a salir del coma, ya sabe.

—Claro —asintió Ramos—. Supongo que podemos asumir que no quiere que el doctor Adams lo sepa, ¿verdad?

—Verdad —reconocí—. No vengo de visita a las dos de la madrugada porque no tenga sueño.

—Entendido —dijo Ramos.

—Por cierto, tengo algo para usted.

Saqué un CD que llevaba bajo el brazo. Ramos lo cogió.

—¿Qué es esto?

—Mencionó que su hija era fan de Tea Reader —le recordé—. Así que pensé que tal vez le gustara tener un CD autografiado. Mire, incluso pone «para María».

No le dije a Ramos que el CD lo había autografiado Miranda. Las posibilidades de que Tea Reader me hiciera un favor en aquel momento eran escasas y pronto serían nulas.

—Vaya, es muy amable por su parte —manifestó Ramos-Mi hija va a dar saltos de alegría. Es usted un tío legal, señor Stein.

—No es nada. Encantado de hacerlo. ¿Hay alguien más con Michelle?

—Llevo aquí desde medianoche y no ha entrado nadie más que la enfermera —confirmó Ramos—. Puede comprobarlo con el agente Gardner. Está en la escalera. Lleva allí desde las once.

—Muy bien. Iba a pasar un par de minutos. ¿Me avisará si la enfermera vuelve?

—Claro. Haré un montón de ruido. Le daré tiempo de sobra para esconder al perro en el lavabo.

—Gracias, Bob —dije, y eché a andar por el pasillo con Joshua.

La puerta de la habitación de Michelle estaba abierta. Dentro, un círculo de luz la iluminaba, y la cama había sido colocada de forma que Michelle estaba reclinada en vez de tumbada. El resto de la habitación estaba a oscuras, y las otras dos camas, todavía vacías, tenían las cortinas echadas alrededor. Cerré la puerta y luego me acerqué a Michelle. No había cambiado: en coma y con un respirador. Sentí una nueva oleada de culpabilidad.

—Tom —dijo Joshua—. No puedo hacer nada desde aquí abajo.

—¿Quieres subirte a la cama? —pregunté.

—No, eso sería muy incómodo. Coge una de esas sillas para las visitas y acércala a la cabecera de la cama, por favor.

Había una silla cerca del lado de la cama donde yo estaba. Le di la vuelta y la llevé hasta el lado de Joshua para evitar que derribara accidentalmente el gota a gota. Joshua me pidió que apoyara el respaldo contra la cama; cuando lo hice, saltó a la silla y se apoyó en el respaldo, poniéndose al nivel de la cama.

—A esta distancia será suficiente —afirmó.

—¿Vas a poder alcanzarla?

—Claro —dijo Joshua—. El cuerpo de Ralph casi ha desaparecido ya, ¿sabes? Prácticamente soy todo yo. Ahora puedo volver a hacer tentáculos. Sigue ayudándome estar cerca, claro. Ahora tengo que decidir por dónde entrar en su cabeza… tiene tantos tubos. Creo que lo haré por los oídos. Me llevará un par de minutos, así que no me hables durante un rato. Voy a tener que concentrarme.

Dicho esto, Joshua se aseguró de estar bien colocado y cerró los ojos. Entonces su cara desapareció. El morro se alargó y se convirtió en la masa transparente de la que estaban normalmente hechos los yherajk. Parecía una trompa de elefante de cristal. La trompa osciló un segundo, como saboreando el aire, y luego se dirigió a la cabeza de Michelle. A un par de centímetros por encima de su rostro, la trompa se dividió en dos; cada tentáculo se dirigió a un oído, y luego lo cubrió. Era como si Michelle llevara puestos unos auriculares que estuvieran conectados a un perro sin cabeza.

La escena era tan surrealista que me quedé sin habla, boquiabierto. Fue Joshua quien me hizo reaccionar.

—Tom, creo que tenemos compañía.

—¿Qué?

—Date la vuelta.

Lo hice. Miranda estaba allí de pie, con un libro en las manos. Tras ella, la cortina de una de las camas vacías estaba descorrida. Miranda no me miraba a mí, sino a la escena de Joshua y Michelle. Tenía los ojos muy abiertos, y esa expresión de estar viendo algo aterrador y confiar en estar soñando.

—Miranda —dije.

Miranda me miró, sin verme, en realidad. Entonces casi pude oír su cerebro hacer click y comprender quién era yo, dónde estaba ella, y el hecho de que no estaba soñando. Abrió la boca y tomó una buena bocanada de aire. En un segundo, estaba seguro, emitiría el grito más fuerte que yo hubiera oído en la vida.

Salté hacia ella. Le cubrí la boca con la mano y le hice dar la vuelta. Luego la levanté en volandas y corrí con ella hacia el cuarto de baño. Pataleaba.

Detrás de mí, oí decir a Joshua, en tono de tranquila conversación: —Si grita, estamos jodidos, Tom. Cálmala.

El tono reposado de su voz era simplemente para que no nos oyeran fuera de la habitación: la voz de Joshua parecía más tensa de lo que la había oído jamás. Mientras empujaba a Miranda al cuarto de baño, olí a podrido y advertí que Joshua estaba gritando… pero en su propio lenguaje. Cerré la puerta del cuarto de baño detrás de mí, eché el pestillo, y pulsé el interruptor de la luz para poner en marcha el ventilador.

Al empujar a Miranda al cuarto de baño la golpeé accidentalmente con el lavabo. Su grito abortado se convirtió en un ¡voff!, el libro salió volando. Retrocedió de lado y chocó con la bañera. Extendí la mano para ayudarla a recuperar el equilibrio; Miranda me agarró, agachó la cabeza, y se lanzó contra mi abdomen. Fue como si me hubiera alcanzado una bala de cañón, y el impacto me arrojó contra la puerta; sentí cómo rebotaba en ella. Me quedé sin respiración y caí al suelo.

Miranda me apartó de la puerta y trató de abrirla. Pegué un salto para levantarme, la agarré por la cintura, y la arrastré conmigo. Al caer, Miranda me golpeó en el ojo con el codo. Sentí una terrible sensación de dolor tras el globo ocular, y tuve la seguridad de que iba a quedarme ciego de por vida. Sin embargo, resistí, rodé encima de ella, le sujeté los brazos con las piernas, y usé mi peso para inmovilizarla. Extendí la mano para cubrirle la boca. Ella sacudió la cabeza a un lado y a otro; capturó el canto de mi mano con la boca y apretó con fuerza. Tuve que morderme el interior de los carrillos para no gritar.

—Miranda —dije, rechinando los dientes—. Esto está empezando a doler de verdad.

Miranda me soltó la mano. La retiré y empecé a sacudirla, dolorido.

—Gracias.

—Quítate de encima, ahora —exigió Miranda.

—Lo haré. Pero tienes que prometerme que no vas a gritar.

—Tom, quiero saber qué coño era esa cosa de ahí fuera.

—Muy bien —acepté—. Porque tenía ganas de decírtelo. Ahora tienes que prometerme que no vas a echar a correr dando gritos. ¿De acuerdo?

Miranda asintió. Me desplomé aliviado a un lado y apoyé la espalda contra la puerta mientras seguía agarrándome la mano. Podía sentir la sangre; todavía no estaba mentalmente preparado para echar un vistazo y ver la carnicería. Miranda se levantó despacio, sin apartar los ojos de mí, y se sentó en la bañera; se estaba preparando para abrirme un agujero, si era preciso, para escapar. Yo había tenido suerte al pillarla por sorpresa. En una pelea de verdad, ella podría haberme enviado al hospital. Afortunadamente, ya estábamos en uno.

—Explícate —dijo.

—¿Te acuerdas de Joshua?

—¿El perro?

—No, el otro Joshua —respondí—. Bueno, en realidad sí, el perro Joshua también. Los dos son la misma persona.

Miranda me lanzó una mirada peligrosa. Alcé la mano.

—Empecemos de nuevo —recapitulé. Me tomé un segundo y volví a empezar—. ¿Te acuerdas de ese proyecto secreto que me ha encargado Carl?

—Sí.

—El proyecto tiene que ver con alienígenas. Extraterrestres. Contactaron con Carl. Quiere que encuentre un modo de presentarlos al mundo. Esa cosa de ahí fuera es uno de ellos.

—Joshua —dijo Miranda.

—Sí —contesté—. Era un alienígena al principio, y luego tomó el cuerpo de un perro llamado Ralph. Una larga historia.

—¿Qué le está haciendo a Michelle?

—Está analizando su cerebro. Intenta averiguar si saldrá alguna vez del coma.

Miranda negó con la cabeza violentamente.

—Esto no tiene ningún sentido.

Me reí, sin fuerzas.

—Si tienes una explicación más racional, Miranda, me encantaría oírla.

Finalmente hice suficiente acopio de valor para mirarme la mano. Estaba cubierta de sangre. Parecía que Miranda había arrancado un buen pedazo.

Miranda se dio cuenta también.

—Dios mío, Tom, estás sangrando —exclamó.

—Lo sé. Creo que también tengo un ojo morado. Nuestra primera pelea. Recuérdame que nunca vuelva a cabrearte.

Miranda se levantó de la bañera, me ayudó a incorporarme, y me acercó al lavabo. Abrió el grifo y metió mi mano debajo del agua. Estuve a punto de dar un bramido de dolor.

—Lo siento —se disculpó Miranda—. Siento todo esto, Tom.

No sabía lo que estaba pasando. Sigo sin saberlo.

—¿Qué estabas haciendo aquí? El agente de la puerta me dijo que no había nadie.

Miranda se encogió de hombros y empezó a limpiar la herida, que me dolía a rabiar.

—El doctor Adams dijo que sería bueno hablarle, que eso podría ayudarla a salir del coma. Supuse que podía venir a leerle. He traído Alicia en el país de las maravillas, ¿te imaginas? Llegué a eso de las ocho. A las once me sentí cansada. Ha sido un día muy largo. No creí que fuera a importarle a nadie que echara una cabezada.

La herida había dejado de sangrar y parecía mucho menos grave ahora. Miranda cogió una manopla de al lado de la bañera, la dobló por la mitad y la presionó sobre la herida.

—Sujétala ahí un rato —dijo—. No tiene tan mal aspecto. No creo que te vayan a hacer falta puntos.

—Es un alivio. Habría sido difícil explicar cómo sucedió.

Era un intento de aportar un poco de humor, pero Miranda no mordió el anzuelo. Ya me había mordido a mí, no hacía falta seguir haciéndolo.

—Tom, has dicho que le estaba analizando el cerebro.

—Así es —asentí.

—¿Qué pasará entonces?

—Bueno, si cree que podrá salir del coma, hará lo que pueda para ayudarla. Tiene la experiencia de miles de los suyos, Miranda. Uno de ellos tiene que haber sido médico o científico y podrá deducir cómo hacerlo.

—¿Y si tiene daños permanentes, Tom? ¿Y si no va a salir nunca del coma?

Inspiré profundamente.

—Entonces voy a pedirle a Joshua que habite su cuerpo.

Miranda retrocedió.

—¿Qué? —exclamó en voz demasiado alta.

—Baja la voz.

—¿Que la baje? ¿Estamos hablando de la vida de Michelle y esa cosa quiere quitársela para poder quedarse con el cuerpo? ¿No tienes un problema moral con eso?

—Miranda —dije—. Si Michelle no va a salir nunca del coma, es como si estuviera muerta. Muerta cerebralmente, al menos, con el cuerpo mantenido con vida por una máquina. Ya no está. Y si ese es el caso, entonces tenemos una oportunidad para hacer que su muerte tenga al menos algún sentido, una oportunidad para hacer algo histórico.

—Eso es robar cadáveres —declaró Miranda.

—No más que la donación de órganos. Verás, Miranda, los yherajk…

—¿Los qué?

—El pueblo de Joshua —dije—. Se llaman yherajk. En su forma natural, parecen masas de gelatina. La gente les tendría miedo. Pero si pudieran verlos primero en forma humana, todo sería más fácil. Necesitamos un caballo de Troya, Miranda. Algo que permita a los yherajk atravesar la puerta de la consciencia humana sin aterrorizar a la humanidad y volverla loca. Piensa en lo que has sentido ahí fuera, y multiplícalo por seis mil millones. Necesitamos un caballo de Troya.

—El caballo de Troya no fue tan bueno para los troyanos —apuntó Miranda.

—Es sólo una analogía.

—¿Cómo sabes que Joshua no dirá que no va a volver del coma sólo para poder controlar su cuerpo? —preguntó Miranda.

—Porque no sabe que voy a pedirle que lo haga. Esto no es idea suya, Miranda. Es mía.

Miranda volvió a desplomarse en la bañera y se llevó las dos manos a la cabeza, como para impedir que le estallara.

—Creo que estoy sufriendo un shock —dijo—. No puedo sentir nada. No sé cómo interpretar lo que me estás diciendo.

Me arrodillé hasta quedar a su nivel y le cogí la mano.

—Si sufrieras un shock, no sabrías que estás sufriendo un shock, Miranda —dije—. Creo que te pondrás bien. Escucha, sé cómo se siente uno cuando esto te cae de sopetón. Cuando Carl me presentó a Joshua fue igual: me lanzó sin más a la piscina. Confió en que supiera nadar. Yo confío en que tú sepas nadar. Miranda. Y voy a necesitarte para que me ayudes de ahora en adelante. He tenido que encargarme de todo esto yo solo… Carl me lo entregó porque no se veía capaz, y yo no podía recibir ayuda de nadie. Ahora ya lo sabes. Necesito que me ayudes. Te necesito, Miranda. ¿De acuerdo?

—Oh, Dios, Tom —respondió Miranda—. Si hubiera sabido que el trabajo iba a ser tan duro, habría pedido más sueldo desde el principio.

—Eh —protesté yo—. Ya te he subido dos veces el sueldo las últimas semanas. No te pases.

Miranda se echó a reír. Tenía una risa muy bonita.

—Me alegra veros a los dos con vida —manifestó Joshua cuando regresamos a la cama—. Me teníais preocupado. Parecía como si un gato se hubiera quedado atrapado en una secadora.

—Lo hemos solucionado —le aseguré.

—Pues menos mal. Porque por el aspecto que tienes, Tom, parece que te ha dado para el pelo.

—Me he contenido.

—Seguro que sí —replicó Joshua secamente—. Hola, Miranda. Lamento la sorpresa. Me temo que no me ves en mi mejor momento. Estoy mejor con cabeza. Pero claro, nos pasa a todos, ¿no?

—Hola, Joshua —respondió Miranda—. Espero que no te importe si tardo un poco en acostumbrarme a todo esto.

—No hay problema. Personalmente, me alegra que estés en el ajo. Tom podría usar un cerebro mejor que el que tiene.

—Ya basta de insultos —dije—. ¿Has encontrado algo?

—Me temo que sí —respondió Joshua—. Tengo una mala noticia y una noticia aún peor. ¿Tienes alguna preferencia por lo que quieres oír primero?

El corazón se me encogió. Miranda me cogió la mano.

—Podemos empezar por la noticia peor —dije.

—La hemos perdido, Tom —declaró Joshua bruscamente.

Por lo que puedo decir, grandes porciones de su cerebro habían muerto ya antes de que Miranda la atendiera. Estuvo sin sentido mucho rato. Es obvio, en realidad; me sorprende que los médicos no te lo hayan dicho ya. Probablemente querrán hacer un par de pruebas más para asegurarse. Pero yo estoy seguro. Aquí dentro hay un caos. Lo siento, Tom, de verdad.

—¿No hay nada que puedas hacer? —preguntó Miranda—. Tom dijo que tenías la experiencia acumulada de médicos y científicos. ¿No puedes hacer nada?

—No es una cuestión de experiencia, sino de materia prima —respondió Joshua—. El cerebro de Michelle está gravemente dañado, y el daño afecta a una amplia gama de funciones. No es como una embolia, donde el daño está localizado y el cerebro puede encontrar algún modo de sortearlo. Aquí, si yo intentara sortear el daño, tan sólo encontraría más daño. Nunca van a conseguir que sus pulmones bombeen de nuevo por su cuenta, y por lo que veo, la mayoría de las partes del cerebro que controlan cosas como el hígado y los riñones parece que no funcionan. Estoy seguro de que dentro de un día o dos los médicos dirán que esperan que se produzcan fallos renales y hepáticos dentro de nada. Lo siento, Miranda. Si pudiera hacer algo, lo haría. Pero no hay nada que hacer.

—¿Qué partes de su cuerpo sí funcionan? —pregunté.

—Bueno, el corazón sigue bombeando, así que eso nos dice algo —afirmó Joshua—. Su aparato digestivo está bien, sin contar el hígado o los riñones, de los que ya he hablado. Sus centros auditivos funcionan…

—¿Puede oír?

—No es eso lo que he dicho. Las partes de su cerebro que procesan el sonido siguen haciéndolo. Pero las partes del cerebro que lo interpretan no. El sonido entra en el micrófono, pero no se graba, si entiendes lo que quiero decir.

—¿Y ella? —preguntó Miranda—. Estás hablando de sus procesos corporales, pero ¿y ella? ¿Su personalidad? ¿Sus recuerdos? ¿Esas cosas?

—Como todo lo demás —dijo Joshua—. Algunas partes están ahí, otras no. La mayoría de sus recuerdos recientes están ahí; yo diría que el último par de semanas con toda seguridad. Después de eso, todo es confuso. Naturalmente, puede que su mente ya funcionara así. Los humanos recordáis algunas cosas mejor que otras. Pero en cuanto a su personalidad… bueno, digamos que si consiguiéramos de algún modo que el resto de su cerebro funcionara, y saliera del coma, no sería la Michelle que recordáis.

—¿Cómo sería? —pregunté.

—Psicótica —afirmó Joshua—. Sinceramente, dudo que siguiera comprendiendo el mundo. Sería para ella una confusión aterradora.

—Así que está muerta —dije.

—Ella, Michelle, está muerta en este momento. Este cuerpo, con un respirador, podría durar una semana más. Tirando por lo alto. Voy a desconectarme de ella, Tom, si no te importa. El escenario que hay aquí dentro está empezando a deprimirme.

Un minuto más tarde, Joshua estaba completamente reconstruido como perro. Saltó de la silla y se acercó a nosotros.

—¿Alguien más tiene hambre? —preguntó—. No sé qué es, pero desde que me fundí con Ralph, cada vez que estoy deprimido lo único que me apetece es comer.

—Espera un segundo, Joshua —le pedí—. Tengo que hacerte una pregunta.

Joshua se sentó.

—Muy bien, ¿cuál es?

—¿Estás seguro de que Michelle ya no está y que el cuerpo morirá dentro de una semana?

—Del todo. Lo siento mucho por ti.

—Joshua, ¿por qué no usas su cuerpo?

Joshua pareció perplejo.

—¿Cómo dices?

—Está muerta. Podrías usar su cuerpo. Finalmente podrías ir por ahí e interactuar con los humanos. Michelle era famosa. Ya tendrías un perfil alto. Podrías ser por fin un auténtico intermediario entre nuestras especies. Michelle ya no existe, lo sabemos, pero esto es una oportunidad.

—Tom —respondió Joshua lentamente—. Sé que crees que lo que estás sugiriendo es una buena idea. Desde tu punto de vista, tal vez lo parezca. Pero no lo es. No puedo tomar el cuerpo de Michelle.

A mi lado, pude sentir que Miranda casi se desplomaba de alivio. A pesar de lo que le había dicho, aún debía de preocuparle que Joshua simplemente quisiera apoderarse del cuerpo de Michelle. Ahora que había rechazado la oferta, Miranda creería que era sincero y auténtico en sus intenciones. Yo, sin embargo, estaba simplemente confuso.

—No te entiendo —dije—. ¿No puedes tomar el cuerpo de Michelle? ¿O no quieres hacerlo?

—Las dos cosas. No puedo y no quiero.

—¿Por qué no? —pregunté.

—Tom, el cerebro de Michelle está dañado. Aunque pudiera habitar su cuerpo, no podría controlarlo ni mantenerlo con vida. Necesito un cerebro que mantenga al menos sus funciones básicas para hacerlo. Michelle no tiene nada de eso ya. Sería como intentar conducir un coche sin volante.

—Pero es sólo temporal —insistí—. Ahora tienes el aspecto de Ralph, pero ya no hay nada del cuerpo de Ralph dentro de ti.

—Eso es cierto —admitió Joshua—. Pero el cerebro de Ralph estaba de una pieza cuando lo habité. Tuve tiempo para aprender cómo ser un perro. No tengo eso aquí.

—Eso es el «no puedo» —dije—. Y tal vez podamos encontrar un modo de sortearlo. ¿Cuál es el «no quiero»?

—El «no quiero» es que Michelle no me ha dado permiso para habitar su cuerpo o transferir su personalidad —replicó Joshua—. Eso es muy importante, Tom. De lo contrario, sería equivalente a causar la muerte del alma. No lo haré. Va contra todo lo que representan los yherajk éticamente.

—No recibiste permiso explícito de Ralph y, sin embargo, habitaste su cuerpo —le recordé.

—Pero sentí que Ralph quería que lo hiciera. Es difícil de explicar. Y, por lo menos, Ralph era mi amigo, un buen amigo mío. Sabía bien lo que quería, no como Michelle, a quien no conocía de nada.

—Es lo que yo quiero —dije—. Y Michelle me dio permiso para tomar decisiones en su nombre.

—No esta decisión.

—Eso no lo sabes —repliqué, casi enfadado.

Joshua suspiró.

—La verdad, Torn, es que sí lo sé.

—¿Qué quieres decir?

—¿Te acuerdas cuando te pregunté si querías la mala noticia o la noticia peor? —dijo Joshua—. Bueno, la noticia peor era que ella ya no existe. Pero la mala noticia es que se lo hizo ella misma.

—¿Qué? —exclamó Miranda.

—Lo vi —afirmó Joshua, volviéndose hacia ella—. Su último recuerdo. Después de que salieras de la habitación, Miranda, Michelle se quitó las pajitas para respirar y cerró el látex sobre los agujeros de su nariz. Entonces esperó hasta asfixiarse. Se suicidó.

Joshua se volvió hacia mí.

—Equivocada o no, Michelle decidió acabar con su vida, Torn. Y por eso no puedo tomar su cuerpo, no importa lo que digas. Su decisión era morir. Y no puedo arrebatarle esa decisión. Ni tú tampoco. Nadie no puede.