Capítulo Doce

—Auuu —aulló Ralph, cuando dejé de gritar—. Eso duele. Me habría contentado con un simple «bienvenido a casa».

—¿Joshua? —pregunté.

—Pues claro —respondió Ralphl/Joshua—. Pero también soy Ralph ahora. Ralphua. Joshualph. Como más te guste.

—Joshua, ¿qué has hecho?

—Tom, espabila —protestó Joshua, irritado—. Es obvio lo que he hecho. ¡Mira, soy un perro! —ladró—. ¿Convencido? ¿O quieres que me frote contra tu pierna?

—Sé lo que eres —dije—. Ahora quiero saber por qué lo has hecho. Creí que te caía bien Ralph. Creí que era tu amigo, Joshua. Y ahora mira lo que has hecho.

Gesticulé, buscando las palabras adecuadas. No se me ocurrió ninguna. Usé las más parecidas.

—¡Te lo has comido, Joshua!

Joshua se echó a reír, algo que pareció increíblemente extraño viniendo de un perro.

—Lo siento, Tom —dijo finalmente—. Ahora sé adonde quieres llegar. Haces que parezca como si hubiera estado esperando el momento adecuado para hacer la invasión de los ultracuerpos con Ralph. No pasó así. Ya te dije antes que los yherajk no hacemos este tipo de cosas. Tom, Ralph se estaba muriendo. Y esta era la única forma de salvarlo.

—No comprendo —dije.

—Bueno, si prometes no seguir gritándome, te lo contaré. ¿De acuerdo?

—De acuerdo.

—Bien —asintió Joshua—. Vamos al salón. ¿Podrías hacerme el favor de traerme una cerveza?

—¿Qué?

—Una cerveza, Tom. Ya sabes. Una caña. Zumo de cebada. Una birra. Ya no tengo tentáculos para abrir nada. Y que sea un perro no significa que no me venga bien una copita de vez en cuando. Te espero en el salón.

Se marchó. Yo fui a buscarle una cerveza, un cuenco para bebería, y un par de aspirinas para mí, y luego me reuní con él en el salón, donde me senté en el sofá.

Me metí las aspirinas en la boca, tomé un sorbo de cerveza para ayudarlas a bajar, y eché el resto en el cuenco. Joshua se la bebió. Extendí la mano para acariciarlo, pero me detuve. Ya no parecía adecuado. No se hacen carantoñas a seres pensantes.

—Eso está mejor —manifestó Joshua—. Gracias, Tom.

—No hay de qué —contesté—. Ahora cuéntame, ¿qué pasó ahí fuera?

Ralph sufrió un ataque al corazón —dijo Joshua, y yo le observé la boca mientras hablaba. Colgaba abierta mientras salían las palabras: era como si se hubiera tragado una radio—. Estábamos a unos tres o cuatro kilómetros de aquí, subiendo una loma. Ralph estaba bien hasta entonces. Pero loma arriba, le oí soltar un gemidito. Me volví a mirar y se había desplomado. Volví atrás para ver si le pasaba algo malo, pero no vi ningún corte ni rotura de huesos. Fue entonces cuando entré en su cerebro y descubrí que había sufrido un ataque al corazón.

—¿Cómo lo supiste?

—Pude leer dónde sentía dolor —explicó Joshua—. Parecía como si le hubieran aplastado todo el pecho. Ralph estaba confundido, naturalmente; era sólo un perro, después de todo. No sabía qué estaba pasando.

—¿Por qué no me llamaste entonces? —pregunté—. Habría vuelto para llevar a Ralph al veterinario.

—Piénsalo bien, Tom —repuso Joshua—. Estabas en la playa de Venice en ese momento, ¿recuerdas? Para cuando hubieras vuelto hasta aquí y llegado al sitio donde estábamos, Ralph ya llevaría un rato muerto. E incluso si hubieras llegado a tiempo y lo hubieras llevado al veterinario, te habrían dicho que no había nada que hacer. Y además, ni siquiera es tu perro. No podrías haber hecho nada.

Eso me dolió. Joshua debió de darse cuenta.

—No pretendo decir que lo hubieras hecho mal, Tom. Sólo que no había tiempo. Y aunque lo hubiera habido, esto era lo mejor. Ralph se merecía algo mejor que morir en la mesa de un veterinario rodeado de desconocidos.

—Así que Ralph sufrió un ataque al corazón —dije con voz algo ronca—. ¿Qué hiciste entonces?

—Lo primero que hice fue evitar que le doliera —respondió Joshua—. No quería que sintiera más dolor. También corté su control motor, para que no empezara a dar saltos porque se sentía mejor. Luego coloqué un tentáculo sobre su pecho para ver lo grave que era y si podíamos o no volver a casa. Resultó que la cosa estaba muy mal. Ralph era viejo y su corazón estaba muy débil.

»A esas alturas, Ralph andaba ya en las últimas… Su pequeño cerebro estaba apagándose, Tom. No quería que se muriera, así que hice dos cosas; primero llamé a tu secretaria y le dije que llegaríamos tarde. Y luego habité a Ralph.

—¿Qué significa eso?

—Bueno, mírame.

—Quiero decir, ¿en qué se diferencia de que Ralph se haya muerto? —pregunté—. Después de todo, Ralph no está ahí dentro, Joshua. Eres tú.

—No es del todo correcto —precisó Joshua—. Todos los recuerdos y sentimientos de Ralph siguen aquí. Me acuerdo claramente de ser un perro y de hacer cosas de perro.

—Pero no eres Ralph.

—No —admitió Joshua—. Pero por otro lado, Ralph no ha muerto. Su personalidad se… fundió en la mía. Desde el punto de vista de Ralph, de repente se ha vuelto mucho más inteligente. Es un perro con un CI de 180. Por mi parte, ahora conozco el mundo desde el punto de vista de un perro. Siendo Joshua, obviamente soy el dominante. Pero no te sorprendas cuando haga algo que te recuerde a Ralph. Está aquí, en un gran paquete. Por eso digo «Ralphua».

—¿Qué pensó Ralph de esto, si no te importa que pregunte?

—Estuvo de acuerdo —afirmó Joshua—. Aunque no de un modo que tú puedas comprender. Básicamente le hice saber que no se preocupara, y él básicamente me hizo saber que confiaba en mí. Entonces él y yo nos convertimos en nosotros. Y luego en yo. Y estoy encantado de estar vivo, así que eso es todo.

Me hundí en mi asiento.

—Me está empezando a doler la cabeza.

—Toma más aspirinas —sugirió Joshua.

Lo miré. Estaba allí sentado con una pose típica de perro.

—¿Qué hiciste con tu antiguo cuerpo? —pregunté—. ¿Lo dejaste en la loma? ¿Tenemos que ir a buscarlo y enterrarlo o algo por el estilo?

—No —dijo Joshua—. Está aquí dentro. Compartiendo tiempo, como si dijéramos. Ahora mismo mi antiguo cuerpo está en el sistema digestivo de Ralph y en sus venas. No va a comer nada que yo no coma, obviamente, y mis células hacen la función de la sangre, transfiriendo oxígeno a sus células. Mira mi lengua, ¿ves?

La lengua de Joshua asomó, era de una especie de color rosa albino.

—No es tan roja como solía ser. De cualquier forma, es una solución a corto plazo. Controlar dos cuerpos es mucho trabajo, incluso teniendo mi antiguo cuerpo más o menos en piloto automático.

—¿Cuál es la solución a largo plazo?

—Bueno, tarde o temprano mis células ocuparán el lugar de todas sus células —dijo Joshua—. Es más eficiente, sobre todo teniendo en cuenta que no tendré que encargarme de todos estos malditos órganos especializados. De lo único que tendré que preocuparme es de mantener mi forma y aspecto, que no será tan difícil. Tardará como una semana.

—¿Qué le sucede a las antiguas células? —pregunté.

—Las digiero.

—Oh, tío. ¿Ves? Te lo estás comiendo.

—Tom —replicó Joshua. No es tan desagradable como piensas. Y de todas formas, hay que hacerlo: no puedo seguir controlando ambos cuerpos, y mi cuerpo yherajk es más flexible.

—Y nada de esto —recalqué, agitando las manos— entra en conflicto con vuestra idea de «no tomamos otras formas de vida».

—Hmmmm, bueno —contestó Joshua—. Es un caso límite. El límite es «formas de vida con capacidad de sentir». Podríamos discutir si Ralph, por único que fuera, podría calificarse verdaderamente de este modo. Yo pienso que sí… Una variedad inferior, ya sabes, pero eso es una cuestión de grado, no de especie. Pero también pienso que me dio su aprobación. Más o menos. Es algo que podría discutirse. Pero no me siento mal por haberlo hecho. Además, me gusta ser un perro. He marcado un árbol de cada tres cuando venía de camino, ¿sabes? Todo eso es ahora mi territorio.

—Menos mal que mi gato no sigue vivo —dije—. Creo que podría tener unas palabritas contigo.

—Eh, eso me recuerda una cosa. ¿Tu gato era regordete y a rayas?

—Lo era. Naranja. Grande.

—De colores no sé nada, pero tengo un recuerdo de perseguir a un gato rollizo por la calle hace un par de años y ver cómo lo aplastaba un coche enorme. —Joshua entornó los ojos, cosa que no deja de ser curiosa en un perro—. Un Ford Explorer, me parece.

—Magnífico. Ralph, un asesino de gatos. Lo que necesitaba.

—Sólo estaba jugando con el gato, Tom —lo disculpó Joshua—. Se sintió verdaderamente culpable después.

Me di una palmada en las piernas y me levanté.

—Ya puestos, voy a tomar otra cerveza. Creo que la necesito.

—¿Podrías traerme una a mí también? —pidió Joshua—. No puedo abrirla, recuerda.

—Espera un momento —recordé—. Si ya no puedes generar tentáculos, ¿cómo hiciste esa llamada telefónica antes?

—El móvil tenía una tecla de rellamada, Tom. Y créeme, fue una verdadera lata pulsarla.

—¿Dónde está el teléfono móvil?

—Uh… —Joshua agachó la cabeza—. Lo dejé en la colina. Lo siento. No quería tener que llevarlo en la boca durante tres kilómetros.

—Joshua, eres un retriever. Eso es lo que haces, llevar cosas en la boca.

—Eso es lo que hacía —puntualizó Joshua—. Ahora tengo un nuevo trabajo.

A la mañana siguiente, Joshua y yo visitamos a Carl.

—¡Vaya, qué perrito más adorable! —dijo Marcella, la secretaria de Carl, asomándose por encima de la mesa para mirar a Joshua.

—Sólo por fuera —dije yo.

—Vaya, Tom, qué cosas tan terribles dices. Ya sabes que los perros entienden todo lo que se dice de ellos.

—No tengo ninguna duda al respecto —afirmé—. ¿Está Carl? Me gustaría hablar con él, si tiene un momento.

—Está. Déjame ver si puede atenderte.

Nos indicó la sala de espera. Cuando nos sentamos, Joshua puso la pata sobre mi pie, la señal que habíamos acordado cuando tuviera algo que quería decirme. Me agaché, muy cerca de su boca.

—¿Qué? —susurré.

—Sólo quiero que sepas que lo estoy pasando fatal en este momento —dijo Joshua, su voz era apenas un susurro—. Mi naturaleza perruna puede conmigo.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que tengo una increíble urgencia por meter la nariz en todas las entrepiernas que pasan. Me está volviendo loco.

—Intenta controlarte. Después de esta reunión te llevaré al parque y podrás oler el culo de los otros perros. ¿Te parece bien?

—Te estás burlando de mí, ¿verdad?

—Tal vez.

—¿Tom? —Marcela se volvió hacia nosotros—. Carl te verá ahora.

Sonrió y agitó los dedos en dirección a Joshua. Este se puso en posición, como dispuesto a saltar sobre su regazo. Lo agarré por el collar y lo arrastré hasta el despacho de Carl, que estaba sentado ante su escritorio hojeando un Hollywood Reporter. Lo soltó cuando yo cerré la puerta.

—Tom —saludó Carl, y entonces miró a Joshua—. ¿Este es el amigo de Joshua?

—No exactamente —contesté, y me volví hacia Joshua—. Di hola, Joshua.

—Hola, Joshua —dijo Joshua.

Carl se quedó momentáneamente sorprendido, pero se recuperó más rápido que yo.

—Qué gracioso —dijo por fin.

—Gracias. Me encanta esa broma —lo celebró Joshua.

—¿Le importaría a alguno de los dos decirme cómo se metió Joshua ahí dentro? —preguntó Carl.

—Su amigo el perro era viejo y tuvo un ataque al corazón, y Joshua decidió habitar su cuerpo.

—También me he fundido con la personalidad del perro —dijo Joshua.

Carl arrugó el entrecejo.

—¿Quieres decir que tu personalidad es en parte perro?

—Si me lanzas un palo, ¿no lo cogeré? —entonó Joshua—. Si me rascas la espalda, ¿no sacudiré la pata? Si me muestras un gato, ¿no lo perseguiré? Lo siento, Tom.

—No importa —dije.

—Tom —comentó Carl—. Espero que esta no sea tu idea de cómo unir a nuestros pueblos. Joshua parece feliz siendo perro, pero no creo que esa sea la forma que queremos que tomen los yherajk para su presentación en sociedad.

—Créeme, no lo es —contesté—. Pero creo que dejarlo ser un perro durante un tiempo tiene algunos aspectos interesantes.

—Explícate.

—Bueno, para empezar, eso le permite por fin interactuar con otros humanos aparte de nosotros dos —precisé—. Ahora puedo llevarlo a sitios. No va a captar toda la experiencia humana, cierto, pero verá más cosas que encerrado en mi casa todo el tiempo. Y tal vez la interacción nos dé algunas ideas para decidir cómo vamos a presentar por fin a los yherajk.

—¿Joshua? —preguntó Carl.

—Ser un perro no es lo ideal para observar —replicó Joshua—. Pero es mejor que lo que estaba haciendo, viendo televisión por cable y entrando en los chats online. Y me estoy divirtiendo. Soy el Perro Alfa del universo. Es lo mejor que tenemos por el momento.

Carl volvió su atención hacia mí.

—¿Cuál es tu plan?

—No tengo ninguno en este momento —admití—. Pensaba llevarlo por ahí y dejarlo echar un vistazo. Ya sabes, ser paseador de perros profesional durante unos días.

—Es bueno en eso —intervino Joshua—. Y necesita el ejercicio.

—Tú cállate —le ordenó Carl a Joshua. Joshua reaccionó como el perro que sabe que ha hecho caca en el lugar equivocado de la casa. Yo nunca le habría dicho que se callara. Pero claro, yo no soy su padre.

—No te imagino paseando con un perro —dijo Carl—. Ese tipejo de Van Doren sigue pululando por ahí. Tenemos que mantenerte ocupado.

Carl pensó durante unos instantes y luego se volvió hacia Joshua.

—¿Sabes actuar? —le preguntó.

—Estoy fingiendo ser un perro, ¿no?

Carl llamó a Marcella.

—Ponme con Albert Bowen, por favor, Marcella —dijo, y cortó la comunicación. Se volvió hacia mí—. ¿Tienes algo que hacer en los próximos días?

—En realidad, no. Tengo que llevar a Michelle Beck a hacer una prueba para Malos recuerdos, pero eso no es hasta la semana que viene. Amanda se encarga del resto de mis clientes. Estoy libro.

—Bien —dijo Carl—. Albert Bowen y yo fuimos juntos a la facultad. Es veterinario y entrenador, y se encarga del casting de animales para anuncios y televisión. Veamos qué puede hacer con esto.

La voz de Marcella sonó por el intercomunicador.

—Albert Bowen en espera para Carl Lupo —dijo, y cortó.

—Eh, Al —lo saludó Carl.

—¡Hombre lobo! —respondió Bowen al otro lado de la línea. Carl hizo una mueca ante el apodo. La familiaridad universitaria era probablemente el único motivo por el que Carl lo consentía—. Hace tiempo que no sé nada de ti, amigo mío. ¿Qué puedo hacer por ti?

—Tengo un interesante cliente potencial, Al —le informó Carl—. Un entrenador de animales del Territorio del Yukón. Entrena perros. Uno de mis agentes hizo un viaje por la costa del Pacífico hace cosa de un año y encontró a este tipo haciendo un espectáculo cerca de Whitehorse. Los perros más listos que hayas visto jamás. El agente logró convencer al tipo para que enviara a uno de los perros durante una semana, para ver si podrían tener futuro en los anuncios y el cine. Creo que podrían, y si sale bien, vamos a representar al entrenador.

—¿El entrenador envió a uno de los perros? —se extrañó Bowen—. ¿No vino él en persona?

—Dijo que no hacía falta. Le envió al agente un manual con instrucciones. Dijo que es todo lo que iba a necesitar, que el perro comprendería. Ya te he dicho que son perros listos, Al.

—Hmm… Tendré que verlo para creerlo.

—Bueno, Al, ese es mi plan. Voy a enviarte al agente con el perro. El agente se llama Tom Stein y el nombre del perro es Joshua. ¿Quieres echarle una ojeada al perro y decirme qué te parece? Y si puedes utilizarlo en algún anuncio la semana que viene o así, nos vendría bien. El entrenador nos ha dado carta blanca durante esta semana solamente.

—¿Quién es ese tipo? —preguntó Bowen.

—No te lo puedo decir, Al. Secreto de la compañía hasta que tengamos firmado un acuerdo. Pero si te gusta lo que ves, creo que podríamos hacer un contrato en exclusiva con tu compañía de castings. ¿Te parece bien?

—Demonios, sí, Carl —asintió Bowen—. Que vengan hoy a eso de la una. Haremos unas cuantas rutinas con el perro y te volveré a llamar mañana por la mañana. ¿Sabes dónde está mi rancho?

—En Valencia, si no estoy equivocado.

—Exactamente. Coge la salida de Magic Mountain, tira a la izquierda y dirígete hacia las colinas durante ocho kilómetros. No tiene pérdida. Estoy impaciente por verlos.

Carl y Bowen se despidieron amablemente y colgaron.

—¿Territorio del Yukón? ¿Whitehorse? —pregunté yo.

Carl sonrió de oreja a oreja.

—A ver quién es el guapo que comprueba esa historia.

Al Bowen nos recibió en el camino de acceso de su rancho, claramente ansioso por conocer a Joshua. Es decir, hasta que lo vio.

—¿Este es el perro? —preguntó Bowen, después de que hiciéramos las presentaciones. Estaba claro que no le parecía que Joshua fuera gran cosa. Pero lo mismo podía decirse de él: Al Bowen tenía el aspecto de uno de esos tipos que parecen haberse pasado gran parte de la vida, demasiada, siguiendo a los Grateful Dead de un concierto a otro.

—Es él —asentí—. Es mucho más inteligente de lo que parece.

—Eso espero —dijo Bowen, y se arrodilló—. No muerde, ¿no?

—No que yo sepa.

Bowen extendió la mano para dejar que Joshua la olisqueara. Joshua rehusó. Entonces cogió a Joshua por el morro y le echó un vistazo a las encías, y luego palpó su cuerpo.

—¿Qué edad tiene este perro? —preguntó por fin.

—Ocho años, creo —dije.

Bowen bufó.

—Tiene por lo menos el doble, Tom —afirmó mientras se incorporaba—. Tengo que decirle que si no fuera por Carl, lo rechazaría ahora mismo. Vamos, venga por aquí.

Nos condujo a la parte de atrás del rancho.

—Magnífico lugar —dije.

—Gracias —respondió Bowen—. No es grande, sólo un par de miles de acres. Tierras familiares, ya sabe. Son nuestras desde el siglo XIX. Pensé en venderlas en los setenta, pero luego me saqué el título de veterinario y empecé a dedicarme a esto. Paga las facturas. Tengo de todo: perros, gatos, cerdos, caballos, incluso algunas llamas. Teníamos una manada de vacas que alquilábamos para las escenas de estampidas, pero no hay mucha demanda últimamente. Tuvimos que convertirla en comida para gatos.

Nos detuvimos en un patio cerrado que parecía una pista de obstáculos.

—¿Qué es esto?

—Bueno, es una pista de entrenamiento —dijo Bowen—. Si queremos que un animal haga algo complicado, como correr por una casa y abrir una ventana, lo ensayamos aquí una y otra vez hasta que se les queda grabado en el cerebro. Supongo que ese perro figura suyo tendrá un repertorio de trucos. Dígame qué hace, y prepararemos la pista y le haremos hacer un par de ellos.

—No es así como lo entrenaron —dije.

Bowen me miró como si fuera un mal recuerdo de peyote.

—¿Qué quiere decir?

—Bueno, tal como lo tengo entendido, lo han entrenado al revés. Prepare la pista como quiera y dígale qué tiene que hacer, y lo hará.

Me lo estaba inventado todo, y a mí me parecía razonable. Pero al parecer Bowen no pensaba lo mismo.

—Mire, Tom —dijo—, no sé qué tontería le ha encargado Carl, o si es usted quien lo ha engañado, pero cada perro tiene que ser entrenado para tareas específicas. Amo y respeto a los perros, pero ni siquiera a los más listos se les puede decir que hagan algo nuevo y esperar que obedezcan. Sus cerebros no funcionan así.

—Señor Bowen, antes de que diga que no puede hacerse, ¿por qué no lo intentamos primero? Creo que se sorprenderá.

Bowen pareció irritado, y entonces se echó a reír.

—Muy bien, vale. Déme un minuto para preparar la pista.

Entró en la zona cerrada y empezó a mover cosas.

—«No muerde, ¿no?» —lo imitó Joshua entre dientes—. He estado a punto de arrancarle la nariz sólo por eso.

—Compórtate, Joshua. ¿Crees que podrás manejar esto?

—En las profundas entrañas de mi intelecto, tengo el conocimiento necesario para pilotar una nave interestelar —me recordó Joshua—. Creo que seré suficientemente competente para caminar y saltar.

—No tienes por qué ponerte tan quisquilloso.

—Lo siento. Personalmente, creo que soy un buen perro. Recuérdame que me mee en los zapatos de ese tipo antes de irnos.

Bowen regresó a nuestro lado del cercado y lo abrió para dejarnos pasar.

—Déjeme que lo guíe por aquí —dijo.

—Dígame qué quiere que haga sin más —contesté—. Eso bastará.

Bowen sonrió.

—Muy bien. Esto es lo que quiero. Quiero que su perro salte sobre esa valla de plástico de allí, vuelva hasta aquí —señaló una ventana con su persiana— y agarre la cinta con la boca para abrir la persiana. Finalmente, quiero que venga hasta aquí. —Señaló lo que parecía una casa de juguete—. Hay un timbre al lado derecho de la puerta que debería pulsar. Que lo pulse, se dé la vuelta, se siente, y nos ladre.

—¿Eso es todo?

—Hijo, un perro tardaría casi un año entero en aprender algo tan complicado. Si su perro puede hacer una de esas cosas al primer intento, será el perro más listo de la historia de los perros.

—Joshua. —Chasqueé los dedos como para ordenarle sentarse. Él se acercó y se sentó, mirándome. Señalé la valla de plástico.

—¡Salta! —dije.

Luego dirigí el brazo hacia la persiana.

—¡Tira!

Moví el brazo hacia el timbre de la casita de juguete.

—¡Pulsa!

Hice un movimiento giratorio con el dedo índice y le di la orden de sentarse.

—¡Ladra!

Joshua me dirigió una mirada que decía claramente «dame un puñetero respiro».

—¡Ve!

Joshua echó a correr.

—Santa María madre de Dios en un coche descapotable —exclamó Al Bowen unos veinte segundos más tarde.

—Me ha parecido un poco lento con la persiana —comenté. De hecho, estaban un poco torcidas.

—Escuche —dijo Bowen—. Tengo previsto un anuncio de Mighty Dog para pasado mañana. Dígame que puede hacerlo.

—Claro.

—Empezamos a rodar a las diez y media —anunció Bowen—. Trate de estar aquí a las siete. Este es el perro más listo que he visto en la vida, pero sigue necesitando un montón de retoques. —Negó con la cabeza y se marchó.

Joshua se acercó.

—¿Bien?

—Vas a salir en un anuncio de Mighty Dog —dije.

—Bueno, pues muy bien —lo celebró Joshua—. Odiaría que me asociaran con algo que no sea ciento por ciento pura carne, ya sabes.