La fiesta más prolongada y destructiva que se haya celebrado jamás va ahora por la cuarta generación y, sin embargo, nadie da muestra alguna de querer marcharse. Alguien miró una vez el reloj, pero eso fue hace ya once años y no se ha vuelto a repetir.
El jaleo es extraordinario; hay que verlo para creerlo, pero si no se tiene especial necesidad de creerlo, entonces no vaya a verlo porque no le gustará.
Hace poco ha habido ciertas explosiones y resplandores en las nubes, y existe la teoría de que se trata de una batalla entablada entre las flotas de varias compañías rivales de limpieza de alfombras que se ciernen como buitres sobre la fiesta, pero no hay que creer nada de lo que se diga en las fiestas, especialmente de lo que se comente en ésta.
Uno de los problemas, que evidentemente irá de mal en peor, es que todos los participantes en la fiesta son hijos, nietos o bisnietos de la gente que no quiso marcharse, y debido a todo el asunto de crianza selectiva, genes regresivos, etcétera, ello significa que todos los asistentes actuales son absolutos fanáticos de las fiestas o idiotas de remate o, cada vez con mayor frecuencia, ambas cosas.
En cualquier caso, se deduce que, genéticamente hablando, las generaciones sucesivas tienen menos posibilidades de marcharse que las anteriores.
De manera que intervienen otros factores, como cuándo va a acabarse la bebida.
Ahora bien, a causa de ciertas cosas ocurridas que en su momento parecieron buena idea (y uno de los problemas de un jolgorio que no acaba nunca es que todo lo que únicamente parece buena idea en las fiestas sigue teniendo el aspecto de ser buena idea), ese tema aún parece bastante remoto.
Una de las cosas que pareció buena idea en su momento fue que la fiesta se echase a volar; no en el sentido corriente en que se suele volar en una fiesta, sino en el literal.
Una noche, hace mucho tiempo, un grupo de astroingenieros borrachos de la primera generación se encaramaron en el edificio para clavar esto, arreglar lo otro, golpear muy duramente lo de más allá, y cuando a la mañana siguiente amaneció, el sol se sorprendió al ver que brillaba sobre un edificio lleno de borrachos felices que ahora flotaba sobre las copas de los árboles como un pajarillo inseguro.
Y eso no era todo, porque la fiesta volante también se las había arreglado para pertrecharse con buena cantidad de armas. Si se veían envueltos en mezquinas discusiones con bodegueros, querían estar seguros de que tenían la fuerza de su lado.
La transición de fiesta permanente a fiesta con incursiones por horas, se produjo con facilidad. Eso contribuyó mucho a dar la dosis adicional de ímpetu y entusiasmo que tanta falta hacía en aquel momento debido a la enorme cantidad de veces que la orquesta había tocado a lo largo de los años todo el repertorio que conocía.
Hacían incursiones de rapiña y secuestraban ciudades enteras para rescatarlas a cambio de víveres frescos, aguacates, costillas de cerdo, vino y licores, que se cargaban a bordo sacándolos mediante una bomba de depósitos flotantes.
Sin embargo, algún día habría de encararse el problema de cuándo se acabaría la bebida.
El planeta sobre el que entonces flotaban ya no era el mismo que cuando lo sobrevolaron por primera vez.
Está deteriorado.
La fiesta le había atacado llevándose un botín inmenso, y nadie había logrado contraatacar debido a la manera caprichosa e imprevisible en que se bamboleaba por el cielo.
Es una fiesta tremenda.
También es tremendo que le caiga a uno en la espalda.