—Fijaos, en los viajes espaciales —dijo Slartibartfast manipulando ciertos instrumentos en la Cámara de Ilusiones Informáticas—, en los viajes espaciales…
Se interrumpió y miró en torno.
La Cámara de Ilusiones Informáticas era un alivio reparador tras las monstruosidades visuales de la zona central de cálculo. No había nada. Ni información ni ilusiones; sólo ellos, paredes blancas y unos cuantos instrumentos pequeños que al parecer debían conectarse a algún sitio que Slartibartfast no encontraba.
—¿Sí? —le apremió Arthur. Se le había contagiado el sentido de la urgencia de Slartibartfast, pero no sabía qué hacer con ello.
—¿Sí, qué? —preguntó el anciano.
—¿Qué decías?
—Los números son horribles —contestó Slartibartfast lanzándole una mirada severa. Prosiguió su búsqueda.
Arthur asintió prudentemente para sí. Al cabo del rato comprendió que aquello no le llevaba a ningún sitio y decidió que después de todo podría decir «¿qué?».
—En los viajes espaciales —repitió Slartibartfast—, todos los números son horribles.
Arthur volvió a asentir con la cabeza y miró a Ford en busca de ayuda, pero éste se encontraba practicando una actitud malhumorada con muy buenos resultados.
—Sólo trataba de evitaros la molestia —dijo Slartibartfast, suspirando— de preguntarme por qué se hacían todos los cálculos de la nave en el cuaderno de cuentas de un camarero.
—¿Por qué se hacían todos los cálculos de la nave en el cuad… ? —preguntó Arthur frunciendo el entrecejo.
—Porque en los viajes espaciales todos los números son horribles —contestó Slartibartfast.
Vio que no comprendían su punto de vista.
—Escuchad —dijo—. En el cuaderno de cuentas de un camarero, los números bailan. Debéis de haber visto el fenómeno.
—Pues…
—En el cuaderno de cuentas de un camarero —prosiguió Slartibartfast—, realidad e irrealidad chocan a una escala tan fundamental que una se convierte en la otra y todo es posible dentro de ciertos parámetros.
—¿Qué parámetros?
—Es imposible saberlo —contestó el anciano—. Ese es uno de ellos. Extraño, pero cierto. Al menos, a mí me parece raro; y tengo la seguridad de que es verdad.
En ese momento localizó la ranura en la pared que había estado buscando, encajando en ella el instrumento que tenía en la mano.
—No os alarméis —previno, lanzando una súbita mirada de alarma al instrumento y retrocediendo—, es…
No oyeron lo que dijo, porque en ese instante la nave dejó de existir y vieron precipitarse hacia ellos una nave de combate, del tamaño de una pequeña ciudad del centro de Inglaterra; sus láser de batalla, encendidos, hendían la noche.
Una pesadilla de luces burbujeantes arrasó la negrura, cercenando un buen trozo del planeta que se encontraba justo detrás de ellos.
Con la boca abierta y los ojos desorbitados, fueron incapaces de gritar.