Capítulo 9

—¿Cómo que no puedes comer conmigo hoy? Hace años que quedamos para comer un día a la semana, ¿cómo has podido olvidarlo?

—No lo he olvidado, papá; es que hoy no me va bien. Quedamos la semana que viene, ¿te parece?

Al otro lado de la línea, Jeb Blake guardó silencio por un momento, mientras repiqueteaba con los dedos sobre la mesa.

—¿Por qué tengo la sensación de que me estás ocultando algo?

—No tengo nada que esconder.

—¿Estás seguro?

—Sí, claro.

Theresa le pidió una toalla a Garrett desde la ducha. Garrett tapó con la mano el micrófono y contestó que iría enseguida. Cuando volvió a poner su atención en la conversación telefónica, oyó a su padre aspirar profundamente.

—¿Qué ha sido eso?

—Nada.

Entonces, como si hubiera caído en la cuenta repentinamente, Jeb preguntó:

—Esa tal Theresa está contigo, ¿no?

Consciente de que no podía seguir ocultándole la verdad, Garrett respondió:

—Sí, está aquí.

Jeb emitió un silbido de satisfacción.

—Ya era hora.

Garrett intentó quitarle importancia.

—Papá, no exageres…

—No lo haré, lo prometo.

—Gracias.

—Pero ¿puedo preguntarte algo?

—Claro. —Garrett suspiró.

—¿Te sientes feliz a su lado?

Garrett tardó un poco en responder.

—Sí, me hace feliz —dijo por último.

—Ya era hora —volvió a decir riendo, antes de colgar.

Garrett miró el teléfono fijamente mientras volvía a ponerlo en su base.

—De verdad me hace feliz —susurró para sí mismo con un atisbo de sonrisa en su rostro—. Sí, señor.

Theresa salió del dormitorio poco después. Parecía descansada y como nueva. Olió el aroma del café recién hecho y fue a la cocina. Garrett puso un poco de pan en la tostadora y se acercó a ella.

—Buenos días —dijo, mientras le besaba la nuca.

—Buenos días otra vez.

—Perdona que me fuera del dormitorio de madrugada.

—No pasa nada… Lo entiendo.

—¿En serio?

—Por supuesto. —Theresa se volvió hacia él con una sonrisa—. Me lo pasé muy bien anoche.

—Yo también —respondió él. Mientras cogía una taza del armario para Theresa, le preguntó por encima del hombro—: ¿Quieres que hagamos algo hoy? He llamado a la tienda para avisar de que no iría a trabajar.

—¿Qué tienes pensado?

—¿Qué te parece si te enseño Wilmington?

—Es una posibilidad —respondió Theresa sin sonar demasiado convencida.

—¿Tienes otros planes?

—¿Y si nos quedamos por aquí todo el día?

—¿Y qué haremos?

—Oh, se me ocurren un par de cosas —dijo ella, mientras le abrazaba—. Bueno, si te parece bien.

—Claro —contestó él con una amplia sonrisa—. Me parece estupendo.

Durante los siguientes cuatro días, Theresa y Garrett fueron inseparables. Él le pidió a Ian que se encargara de la tienda, e incluso le permitió dar las clases de submarinismo del sábado, lo cual era algo sin precedentes.

Garrett y Theresa salieron a navegar en dos ocasiones; la segunda vez pasaron la noche en el océano, en la cama de la cabina, acunados por el suave oleaje del Atlántico. Por la tarde, Theresa le pidió que le contara nuevas aventuras de marinos de la Antigüedad. La voz de Garrett reverberaba en el interior del barco, mientras ella le acariciaba el pelo. Lo que Theresa no sabía era que, mientras ella dormía, Garrett se había levantado, al igual que en su primera noche juntos, para deambular por la cubierta a solas. Pensaba en Theresa, dormida en la cabina, y en el hecho de que tenía que irse muy pronto. Eso trajo consigo otro recuerdo.

—Creo que no deberías ir —dijo Garrett, lanzándole a Catherine una mirada cargada de preocupación.

Ella estaba de pie al lado de la puerta de entrada a la casa, con una maleta, disgustada por su comentario.

—Por favor, Garrett, ya hemos hablado de este tema. Solo estaré fuera un par de días.

—Es que últimamente pareces otra persona.

Catherine sintió ganas de gritar.

—¿Cuántas veces tengo que decirte que estoy bien? Mi hermana me necesita, ya sabes cómo es. Está preocupada por la boda; mi madre no es de gran ayuda.

—Pero yo también te necesito.

—Garrett, solo porque tú tengas que trabajar en la tienda todo el día, eso no significa que yo también tenga que quedarme aquí. No somos siameses.

Garrett retrocedió como movido por un resorte, como si sus palabras le hubieran herido.

—Yo no he dicho eso. Simplemente no creo que sea una buena idea que vayas, si no te encuentras bien.

—Nunca quieres que vaya a ninguna parte.

—¿Qué quieres que haga si te echo de menos cuando no estás?

La expresión en el rostro de Catherine se suavizó un poco.

—Garrett, aunque a veces tenga que irme, sabes que siempre volveré.

Cuando el recuerdo se desvaneció, él regresó a la cabina y observó a Theresa, dormida bajo las sábanas. Se deslizó a su lado sin hacer ruido y la abrazó con fuerza.

Pasaron el siguiente día en la playa, cerca del espigón y del restaurante donde fueron a comer juntos por primera vez. Los rayos del sol, aunque todavía era temprano, quemaron la piel de Theresa. Garrett fue a una de las tiendas para turistas situadas justo al lado de la playa para comprar crema protectora; después se la aplicó en la espalda, extendiéndola con suavidad, como si fuera una niña. Aunque Theresa no quería creerlo, percibía que Garrett a veces estaba ausente, con la mente en otra parte. Pero aquella sensación se desvanecía con la misma rapidez con la que había llegado. Entonces se preguntaba si no serían solo imaginaciones suyas.

Comieron de nuevo en Hank’s, cogiéndose las manos por encima de la mesa, mientras se miraban fijamente a los ojos. Hablaban en voz baja, ajenos a la multitud, sin ni siquiera advertir que les habían traído la cuenta y que la marabunta de clientes ya había desalojado el local.

Theresa le observaba atentamente, preguntándose si Garrett había sido tan intuitivo con Catherine como parecía serlo con ella. Cuando estaban juntos, tenía la sensación de que podía leerle la mente: si quería cogerle la mano, él se adelantaba antes de que ella hubiera verbalizado su deseo. Cuando quería hablar sin interrupciones durante un rato, él se limitaba a escuchar. Y si quería saber cuáles eran sus sentimientos hacia ella en un momento dado, gracias a su forma de mirarla le resultaban obvios. Nadie, ni siquiera David, la había comprendido tan bien como Garrett parecía hacerlo; sin embargo, ¿cuánto tiempo hacía que se conocían? ¿Unos cuantos días? Se preguntaba cómo era posible. Por la noche, buscó la respuesta mientras él dormía a su lado, pero su mente siempre volvía a los mensajes que había encontrado. A medida que le iba conociendo mejor, cada vez estaba más convencida de que el destino había hecho que ella encontrara los mensajes de Garrett para Catherine, como si una poderosa energía se los hubiera enviado para que pudieran estar juntos.

El sábado por la noche Garrett volvió a cocinar para ella. Cenaron en el patio, bajo las estrellas. Después de hacer el amor, permanecieron tumbados en la cama, abrazándose fuertemente. Ambos sabían que Theresa tenía que regresar a Boston al día siguiente. Hasta ese momento, habían evitado hablar de ello.

—¿Volveremos a vernos? —preguntó Theresa.

Garrett había estado muy callado, casi demasiado.

—Espero que sí —respondió por fin.

—¿Te gustaría?

—Claro. —Al decir esto, Garrett se incorporó en la cama, separándose un poco de ella. Enseguida ella también se sentó en la cama y encendió la luz de la mesilla.

—¿Qué pasa, Garrett?

—Nada, solo que no quiero que acabe esta historia —respondió él, bajando la vista—. No quiero que esto acabe, no quiero que esta semana llegue a su fin. Me refiero a que has entrado en mi vida, la has puesto patas arriba y ahora te vas.

Theresa le cogió una mano y le habló en voz baja.

—Garrett, yo tampoco quiero que esto acabe. Esta ha sido una de las mejores semanas de mi vida. Parece que te conozca desde siempre. Podemos hacer que funcione, si lo intentamos. Podría venir aquí o tú podrías ir a Boston. Sea como sea, podemos intentarlo, ¿no crees?

—¿Cuándo nos veríamos? ¿Una vez al mes? ¿Tal vez menos?

—No lo sé. Creo que depende de nosotros y de nuestra voluntad. Creo que, si ambos estamos dispuestos a ceder un poco, podemos conseguirlo.

Garrett guardó silencio durante un rato.

—¿De veras crees que puede funcionar si no nos vemos a menudo? ¿Cuándo tendré la posibilidad de abrazarte? ¿Cuándo podré ver tu cara? Si solo nos vemos de vez en cuando, no podremos hacer lo que necesitamos… para seguir sintiendo lo mismo. Cada vez que nos veamos, sabremos que solo será por un par de días. No dispondremos del tiempo necesario para dejar que lo nuestro vaya a más.

Eran palabras hirientes, en parte porque expresaban la verdad, pero también porque parecía que Garrett quería simplemente acabar con aquello en ese momento. Cuando al final se volvió hacia ella, con una sonrisa afligida, Theresa no supo qué responder. Dejó de apretar la mano de él, que todavía estaba entre las suyas, confundida.

—Entonces, ¿no quieres intentarlo? ¿Es eso lo que intentas decirme? Sencillamente olvidarás lo que ha sucedido…

Garrett negó con un movimiento de cabeza.

—No, no quiero olvidarlo. No podré olvidarlo nunca. No sé… Solo sé que quiero verte más a menudo de lo que parece ser posible.

—Yo también. Pero no puede ser, solo podemos intentar buscar la mejor solución. ¿De acuerdo?

Garrett sacudió la cabeza, con desaliento.

—No sé…

Ella le observó atentamente mientras hablaba, percibiendo que había algo más.

—Garrett, ¿qué pasa?

Él no respondió. Ella siguió hablando.

—¿Hay alguna razón que te impida intentarlo?

Garrett seguía callado. En medio del silencio, se volvió hacia la foto de Catherine que había en la mesilla de noche.

—¿Qué tal el viaje? —Garrett cogió la bolsa de Catherine del asiento trasero mientras ella salía del coche.

Ella sonrió, aunque él pudo ver señales de cansancio en su rostro.

—Bien, pero mi hermana sigue estando muy nerviosa. Quiere que todo salga a la perfección. Acabamos de enterarnos de que Nancy está embarazada, así que no va a poder ponerse el vestido de dama de honor.

—¿Y qué? Puede hacer que se lo arreglen.

—Eso mismo dije yo, pero ya sabes cómo es. Hace una montaña de un grano de arena.

Catherine se llevó las manos a las caderas para estirar la espalda, gesto que acompañó con una mueca de dolor.

—¿Estás bien?

—Solo un poco agarrotada. Allí me sentía cansada todo el tiempo; mi espalda se ha resentido en los últimos días.

Catherine empezó a caminar hacia la puerta, con Garrett a su lado.

—Catherine, solo quería decirte que siento haber actuado de ese modo antes de que te marcharas. Me alegro de que fueras a ver a tu hermana, pero me alegro aún más de que hayas vuelto.

—Garrett, dime algo.

Theresa le miraba fijamente, angustiada.

—Theresa…, es solo que me resulta muy duro. Todo por lo que he pasado… —Su voz se fue apagando, y ella supo de qué estaba hablando. Sintió que se le hacía un nudo en el estómago.

—Es por Catherine, ¿verdad?

—No, simplemente… —Garrett no acabó la frase, pero de repente Theresa tuvo la certeza de que se trataba de eso.

—Es por eso, ¿verdad? Ni siquiera quieres intentarlo…, por Catherine.

—No lo entiendes.

Muy a su pesar, Theresa sintió un arrebato de ira.

—Oh, sí que lo entiendo. Has podido pasar esta semana conmigo simplemente porque sabías que al final me marcharía. Y cuando yo me vaya, podrás volver a tu situación anterior. Solo he sido una aventura, ¿no es cierto?

Garrett negó con la cabeza.

—No, no es eso. No has sido tan solo una aventura. Me importas de verdad.

Ella le miró con dureza.

—Pero no lo suficiente para intentar que funcione.

Garrett le devolvió una mirada cargada de dolor.

—No seas así…

—¿Cómo se supone que debería comportarme? ¿Debería ser comprensiva? ¿Quieres que diga simplemente: «Bueno, de acuerdo, Garrett; lo dejaremos aquí porque es muy complicado y no podremos vernos a menudo. Lo entiendo. Ha sido un placer conocerte»? ¿Es eso lo que quieres que diga?

—No, no quiero que digas eso.

—Entonces, ¿qué quieres? Ya te he dicho que yo sí estoy dispuesta a intentarlo…, que me gustaría probar…

Él se limitaba a mover la cabeza, incapaz de enfrentarse con su mirada. Theresa notó que sus ojos empezaban a anegarse en lágrimas.

—Garrett, sé que perdiste a tu mujer. Y sé que has sufrido mucho por ello. Pero ahora te estás comportando como si fueras un mártir. Tienes toda la vida por delante. No la arruines a cambio de seguir viviendo en el pasado.

—No vivo en el pasado —respondió él, a la defensiva.

Theresa consiguió contener el llanto, no sin esfuerzo. Volvió a hablar, esta vez con un tono más suave:

—Garrett…, yo no he sufrido la misma pérdida, pero sí sé lo que es el dolor y la pena de ver que alguien que realmente te importa se te escapa. Pero si quieres que sea sincera, estoy harta de estar siempre sola. Ya han pasado tres años, en tu caso también, y estoy harta de esta situación. Estoy preparada para seguir adelante y encontrar a alguien especial con quien poder compartir mi vida. Y tú también deberías hacerlo.

—Lo sé. ¿Crees que no soy consciente de ello?

—Ahora mismo, no estoy tan segura. Ha sucedido algo maravilloso entre nosotros. Creo que es algo que se debe tener en cuenta.

Garrett guardó silencio otra vez.

—Tienes razón —empezó a decir, luchando por encontrar las palabras adecuadas—. Mi mente sabe que tienes razón. Pero mi corazón… no está tan seguro.

—¿Y qué hay del mío? ¿Acaso no te importa en absoluto?

A Garrett se le hizo un nudo en la garganta al encontrarse con la mirada de Theresa.

—Por supuesto que me importa. Más de lo que crees. —Al intentar cogerle la mano, ella hizo un gesto de rechazo. Garrett se dio cuenta de hasta qué punto la había herido. Siguió hablando con dulzura, intentando mantener sus propias emociones bajo control—. Theresa, siento hacerte…, mejor dicho, siento hacernos pasar por esto en nuestra última noche. No quería llegar a esto. Créeme, no has sido tan solo una aventura. De eso puedes estar segura. Te he dicho que me importas de veras, e iba en serio.

Garrett abrió los brazos, suplicándole con la mirada un abrazo. Theresa vaciló un segundo. Al final, se recostó sobre él, abrumada por el choque de sentimientos encontrados. Apoyó la cara en el pecho de Garrett, para evitar ver la expresión de su rostro. Él le besó el pelo y habló en un suave susurro, mientras sus labios rozaban sus cabellos.

—Me importas mucho, tanto que me da miedo. Hacía mucho tiempo que no me sentía así, es casi como si hubiera olvidado hasta qué punto otra persona puede importarme. No creo que simplemente pueda dejarte marchar y olvidarte; tampoco es eso lo que quiero. Y estoy seguro de que no deseo que lo nuestro acabe aquí y ahora. —Por un momento solo se oyó el ruido suave y regular de su respiración. Por último susurró—: Te prometo que haré todo lo posible por ir a verte. Intentaremos que funcione.

La ternura que desprendía su voz hizo que Theresa empezara a llorar. Garrett siguió hablando, en voz tan baja que Theresa casi no podía oírle.

—Theresa, creo que estoy enamorado de ti.

«Creo que estoy enamorado de ti», oyó de nuevo en su cabeza. «Creo…»

«Creo…»

Theresa prefirió no responder. Se limitó a susurrar:

—Abrázame, ¿quieres? No sigamos hablando.

A la mañana siguiente, nada más despertarse hicieron el amor. Después permanecieron abrazados hasta que el sol estuvo tan alto como para que ambos intuyeran que había llegado el momento de que Theresa se preparara para marcharse. Aunque no había pasado mucho tiempo en el hotel, e incluso había llevado la maleta a casa de Garrett, había conservado la habitación, por si llamaban Kevin o Deanna.

Se ducharon juntos. Después de vestirse, Garrett preparó el desayuno para Theresa mientras ella acababa de hacer la maleta. Al cerrarla, oyó un chisporroteo procedente de la cocina y percibió el olor a beicon que empezaba a extenderse por la casa. Tras secarse el pelo y ponerse un poco de maquillaje, fue a la cocina.

Garrett estaba sentado a la mesa, tomando café. Le hizo un guiño al entrar. Había dejado una taza junto a la cafetera. Theresa se sirvió. El desayuno ya estaba en la mesa: huevos revueltos, beicon y tostadas. Se sentó en la silla contigua a la de Garrett.

—No sabía qué querías desayunar —dijo señalando la mesa.

—No tengo hambre, Garret; espero que no te moleste.

Él sonrió.

—Claro que no. Yo tampoco tengo hambre.

Theresa se levantó de la silla para sentarse en el regazo de Garrett. Le rodeó con sus brazos y apoyó el rostro en su cuello. Él la abrazó con fuerza y le acarició el pelo.

Finalmente, Theresa se separó un poco de él. Estaba morena, se notaba que había tomado el sol aquella semana. Vestida con unos pantalones vaqueros cortos y una camisa blanca, parecía una despreocupada adolescente. Bajó la vista hacia las flores bordadas en sus sandalias y permaneció así durante unos instantes, mirándolas fijamente. La maleta y el bolso esperaban al lado de la puerta del dormitorio.

—Mi avión no tardará en salir, y todavía tengo que dejar el hotel y devolver el coche de alquiler —dijo Theresa.

—¿Estás segura de que no quieres que te acompañe?

Ella asintió, apretando los labios.

—No, tendré que correr para poder llegar a tiempo. Además, tendrías que seguirme en tu furgoneta. Creo que es más fácil que nos despidamos aquí.

—Te llamaré esta noche.

Theresa sonrió.

—No esperaba menos de ti.

De sus ojos empezaron a brotar lágrimas. Garrett la abrazó con más fuerza.

—Te echaré de menos —dijo cuando el llanto se hizo más intenso. Le enjugó las lágrimas con los dedos, rozando suavemente su piel.

—Y yo echaré de menos que cocines para mí —susurró Theresa, sintiéndose como una tonta.

Él rio para romper la tensión.

—No estés triste. Nos veremos dentro de un par de semanas, ¿verdad?

—A menos que te arrepientas.

Garrett sonrió.

—Estaré contando los días. Y esta vez vendrás con Kevin, ¿de acuerdo?

Ella asintió.

—Me alegro de poder conocerle. Si se parece un poquito a ti, estoy seguro de que nos llevaremos muy bien.

—Yo también estoy segura de ello.

—Hasta entonces, estaré pensando todo el tiempo en ti.

—¿En serio?

—Claro. Ya estoy pensando en ti.

—Eso es porque estoy sentada en tus rodillas.

Él volvió a reír y ella le correspondió con una sonrisa triste. Luego se levantó y se secó las mejillas. Garrett cogió la maleta y salieron de la casa. Afuera, el sol seguía su ascenso en el cielo. Empezaba a hacer calor. Theresa sacó las gafas oscuras que guardaba en el bolso y las sostuvo en la mano mientras caminaban hacia el coche de alquiler.

Theresa abrió el maletero. Garrett colocó la maleta en su interior. Después la abrazó y la besó con ternura, antes de liberarla de su abrazo. Tras abrir la puerta del coche, la ayudó y ella puso la llave en el contacto.

Todavía con la puerta abierta, se miraron fijamente hasta que Theresa encendió el motor.

—Tengo que irme ya, si no quiero perder el avión.

—Lo sé.

Garrett dio un paso atrás y cerró la puerta. Theresa bajó la ventana para ofrecerle la mano por última vez; él la tomó entre las suyas durante un instante. Luego ella maniobró marcha atrás.

—¿Me llamarás esta noche?

—Lo prometo.

Theresa empezó a conducir lentamente, ofreciéndole una última sonrisa. Garrett la siguió con la mirada mientras ella se despedía con la mano por última vez antes de irse, preguntándose cómo se las apañaría para sobrevivir durante las próximas dos semanas.

A pesar del intenso tráfico, Theresa llegó pronto al hotel, pagó su cuenta y comprobó si tenía mensajes: tres de Deanna, a cual más desesperado. «¿Qué tal por ahí? ¿Cómo fue tu cita?», decía el primero; «¿Por qué no llamas? Estoy impaciente porque me lo cuentes todo», era el texto del segundo; y el tercero decía simplemente: «¿Quieres matarme de curiosidad? ¡Llámame para contármelo todo con pelos y señales, por favor!». También había un mensaje de Kevin, pero ya se había puesto en contacto con él un par de veces desde casa de Garrett; además, por el contenido debía de ser de hacía unos dos días.

Devolvió el coche a la agencia y llegó al aeropuerto con menos de media hora para embarcar. Por suerte, no había mucha cola para facturar las maletas. Llegó a la puerta justo cuando empezaban con el embarque. Le dio su billete a la azafata, subió al avión y buscó su asiento. El vuelo a Charlotte no iba lleno; de hecho, el asiento contiguo al suyo estaba vacío.

Theresa cerró los ojos y rememoró los increíbles acontecimientos de aquella semana. No solo había encontrado a Garrett, sino que había llegado a conocerlo mejor de lo que hubiera imaginado nunca.

Garrett había despertado en ella sentimientos muy profundos, sentimientos que durante mucho tiempo había creído enterrados.

Pero ¿le amaba?

Abordó la cuestión con cautela, puesto que no podía evitar tener sus recelos ante lo que significaría admitirlo.

Repasó la conversación de la noche anterior. El miedo de Garrett a olvidar el pasado, la frustración que le producía que no pudieran verse tanto como desearían. Podía entenderlo perfectamente.

Pero…

«Creo que estoy enamorado de ti».

Theresa frunció el ceño. ¿Por qué había dicho «creo»? O bien estaba enamorado, o bien no lo estaba… ¿Tal vez no lo estaba? ¿Había dicho aquella frase para tranquilizarla? ¿O acaso había alguna otra razón?

«Creo que estoy enamorado de ti».

Evocó una y otra vez el momento en el que Garrett había dicho aquella frase, con un tono cargado de… ¿qué? ¿Ambivalencia? Ahora, mientras pensaba en todo aquello, casi hubiera preferido que no hubiera dicho nada. Por lo menos no estaría dándole vueltas a la cabeza, intentando averiguar qué había querido decir exactamente.

Pero ¿y ella? ¿Amaba a Garrett?

Cerró los ojos, agotada, sin ganas de enfrentarse a tantas emociones contradictorias. Pero algo era seguro: nunca le diría que le amaba hasta que estuviera segura de que podía dejar atrás su obsesión por Catherine.

Aquella noche, Garrett soñó que se encontraba en medio de una tremenda tormenta. Llovía a cántaros y las gotas de lluvia producían un fuerte estruendo al golpear las paredes de la casa. Garrett corría frenéticamente de una estancia a otra. Era su casa actual; aunque sabía con exactitud adónde se dirigía, las cortinas de lluvia que entraban por las ventanas dificultaban la visibilidad. Consciente de que tenía que cerrarlas, corrió al dormitorio y de pronto se vio enredado en las cortinas agitadas por el viento. Luchó por liberarse y llegó a la ventana justo en el momento en que se fue la luz.

La habitación se quedó a oscuras. Por encima del rugido de la tormenta oyó el estridente sonido de una sirena distante, que advertía de la llegada de un huracán. Un relámpago iluminó el cielo mientras intentaba con todas sus fuerzas cerrar la ventana, pero por alguna razón se había quedado atascada. La lluvia seguía entrando en la casa a raudales, empapando sus manos, que ya no podían asir con firmeza la ventana.

Por encima de su cabeza, el techo empezó a chirriar debido a la violencia de la tormenta.

Seguía luchando por cerrar la ventana, pero parecía estar atrancada y no cedía lo más mínimo. Finalmente se dio por vencido y decidió probar con la ventana contigua, pero también estaba atascada.

Oyó que el viento arrancaba las tablas del tejado; a continuación el estrépito de cristales rotos.

Dio media vuelta y corrió hacia la sala de estar. La ventana se había roto y los cristales habían quedado esparcidos por el suelo. La lluvia entraba en la sala empujada por un viento espantoso. La puerta de entrada parecía querer salirse de su bastidor.

Afuera, a través de la ventana, oyó la voz de Theresa.

—¡Garrett, tienes que salir de ahí ahora!

En ese momento, las ventanas del dormitorio también se hicieron añicos; los restos cayeron hacia el interior. El viento empezó a soplar en fuertes ráfagas por toda la casa y abrió una abertura en el techo. La casa no aguantaría mucho más tiempo.

«Catherine».

Tenía que rescatar la foto y demás recuerdos que guardaba en la mesita de noche.

—¡Garrett! ¡Se te acaba el tiempo! —volvió a gritar Theresa.

A pesar de la lluvia y la oscuridad, pudo verla fuera, haciéndole señales para que la siguiera.

«La foto. El anillo. Las tarjetas de San Valentín».

—¡Vamos! —Theresa seguía gritando, agitando los brazos con desesperación.

Con un tremendo crujido, el tejado se separó del armazón de la casa y el viento empezó a arrancarlo. Instintivamente levantó los brazos por encima de la cabeza, justo cuando una parte del techo se desplomaba sobre él.

En breve, todo estaría perdido.

Haciendo caso omiso del peligro, regresó al dormitorio. No podía irse sin sus recuerdos.

—¡Todavía puedes salvarte!

Algo en la forma de gritar de Theresa le hizo detenerse. Miró hacia ella; después volvió la vista hacia el dormitorio, paralizado.

El techo seguía desplomándose a su alrededor. Se abrió una afilada fisura en el tejado, que seguía cediendo.

Dio un paso hacia el dormitorio y vio que Theresa dejaba de agitar los brazos, como si hubiera desistido.

El viento asolaba el dormitorio, con un aullido sobrenatural que parecía atravesar también su cuerpo. La tormenta derribó los muebles, que le bloquearon el paso.

—¡Garrett! ¡Por favor! —gritó Theresa.

Nuevamente, el sonido de su voz le hizo detenerse. Entonces se dio cuenta de que, si intentaba rescatar los recuerdos del pasado, quizá no conseguiría salvarse.

«¿Valía la pena?».

La respuesta era obvia.

Decidió dejar allí sus recuerdos y se abalanzó hacia la abertura que había dejado la ventana. Con el puño cerrado quitó las esquirlas todavía aferradas al marco de la ventana y saltó hacia el patio posterior justo en el momento en que el tejado se derrumbaba por completo. Las paredes empezaron a combarse y se desplomaron con un estruendo ensordecedor, inmediatamente después de que Garrett hubiera aterrizado en el patio exterior.

Garrett buscó a Theresa para asegurarse de que se encontraba bien, pero, misteriosamente, ya no pudo encontrarla.