Capítulo 8

Theresa pasó el resto de la tarde de visita turística, mientras Garrett trabajaba en la tienda. Puesto que no conocía Wilmington, preguntó cómo se iba al barrio histórico y pasó unas cuantas horas de compras. La mayoría de las tiendas estaban dirigidas al turismo. Encontró un par de cosas para Kevin, pero nada que le gustara a ella. Compró un par de pantalones cortos, pues pensaba que su hijo todavía los podría usar cuando volviera de California. Regresó al hotel para dormir una siesta. Todo lo que había vivido durante los últimos días ahora le pasaba factura y se durmió enseguida.

Por su parte, aquella tarde Garrett tuvo que hacer frente a un problema tras otro. Un envío con material nuevo llegó justo después de que regresara de comer; tras volver a empaquetar lo que no necesitaba, llamó al proveedor para concertar la devolución. Un poco más tarde, tres personas inscritas en el curso de buceo cancelaron la reserva porque tenían que ausentarse aquel fin de semana. Echó un rápido vistazo a la lista de espera, pero no sirvió de nada.

Hacia las seis y media empezó a sentirse cansado; cuando por fin cerró la tienda, profirió un suspiro de alivio. Después del trabajo, lo primero que hizo fue ir a comprar todo lo necesario para la cena. Se duchó y se puso unos vaqueros limpios y una camisa de algodón. Sacó una cerveza de la nevera. Después de abrirla, salió al patio trasero y se sentó en una de las sillas de forja. Miró el reloj. Theresa estaba a punto de llegar.

Garrett seguía sentado en el patio trasero cuando finalmente oyó el sonido de un motor al detenerse. Salió del patio y rodeó la casa para ver llegar a Theresa, que aparcó en la calle, justo detrás de su furgoneta.

Bajó del coche vestida con vaqueros y la misma blusa que llevaba antes y que tanto le favorecía. Caminó hacia él con aspecto relajado y una cálida sonrisa. Garrett se dio cuenta de que desde que habían comido juntos se sentía aún más atraído por ella, lo cual le hacía sentir un tanto incómodo por alguna razón que le costaba admitir.

Garrett fue hacia ella como si no pasara nada. Se encontraron a medio camino. Theresa traía consigo una botella de vino. Cuando Garrett llegó hasta ella, percibió el aroma de un perfume que no le había notado hasta entonces.

—He traído un poco de vino —dijo Theresa mientras le tendía una botella—. Pensé que iría bien para acompañar la cena. —Tras una breve pausa añadió—: ¿Cómo fue la tarde?

—Muy liada. No dejó de entrar gente hasta que cerramos; además, había un montón de papeleo pendiente. De hecho, acabo de llegar a casa. —Garrett echó a andar hacia la puerta principal, con Theresa a su lado—. ¿Y tú? ¿Qué has hecho el resto del día?

—Tenía que dormir la siesta —respondió ella en un tono burlón.

Garrett se rio.

—Antes se me olvidó preguntarte si te apetecía algo en especial para cenar.

—¿Qué tenías pensado?

—Pensaba hacer unos filetes en la barbacoa, pero luego empecé a pensar que tal vez no comías esas cosas.

—¿Bromeas? Olvidas que crecí en Nebraska. Un buen filete es perfecto.

—Entonces prepárate para una agradable sorpresa.

—¿A qué te refieres?

—Resulta que preparo los mejores filetes del mundo.

—¿Ah, sí?

—Te lo demostraré —dijo él, y Theresa rio con una risa melódica.

Al acercarse a la entrada, se fijó en la casa por primera vez. Era relativamente pequeña, de un solo piso y planta rectangular, con un revestimiento de madera barnizada que necesitaba un tratamiento urgente en varios puntos. A diferencia de las casas de Wrightsville Beach, esta se alzaba directamente sobre la arena.

Cuando le preguntó por qué aquella casa no era como las demás, le explicó que había sido construida antes de que entraran en vigor las nuevas normas de edificación para prevenir las consecuencias de los huracanes.

—Ahora las casas deben estar lo bastante elevadas para que la subida de la marea pase por debajo de la estructura principal. El próximo gran huracán probablemente se llevará esta vieja construcción, pero hasta ahora he tenido suerte.

—¿No te preocupa?

—La verdad es que no. No es gran cosa, y precisamente por eso pude comprarla. Creo que el propietario anterior se hartó de sufrir cada vez que una gran tormenta empezaba a cernirse sobre el Atlántico.

Llegaron a los agrietados escalones de la entrada y atravesaron el umbral. Lo primero que le llamó la atención al entrar fueron las vistas que había desde la sala de estar. Los ventanales iban del suelo hasta el techo y se extendían a lo largo de toda la estructura posterior de la casa: daban al patio trasero y a la playa de Carolina Beach.

—Las vistas son increíbles —dijo admirada.

—Sí, es cierto. Hace unos cuantos años que vivo aquí, y todavía me sorprende.

A un lado había una chimenea, decorada con unas cuantas fotografías submarinas. Theresa se acercó para verlas mejor.

—¿Te importa que curiosee un poco?

—Claro que no. De todos modos tengo que preparar la barbacoa. Todavía tengo que limpiarla.

Garrett salió de la sala por la puerta corredera de cristal.

Cuando se quedó sola, Theresa dedicó unos minutos a observar las fotos. Después visitó el resto de la casa. Como muchas otras de las casas típicas de playa que había visto, tenía espacio para una o dos personas, no más. Solo había un dormitorio, al que se accedía directamente desde la sala, provisto de los mismos ventanales con vistas a la playa. En la parte delantera de la casa, que daba a la calle, se encontraba la cocina, un pequeño comedor abierto y el cuarto de baño. Aunque todo estaba ordenado, daba la impresión de que la casa no había sido renovada desde hacía años.

Regresó a la sala y se detuvo ante la puerta que daba al dormitorio, para echar un vistazo a su interior. También estaba decorado con fotografías submarinas, además de con un enorme mapa de la costa de Carolina del Norte colgado justo sobre el cabecero de la cama, que mostraba la ubicación de casi quinientos barcos hundidos. Sobre la mesilla al lado de la cama vio la foto enmarcada de una mujer. Tras comprobar que Garrett seguía fuera limpiando la barbacoa, entró en el dormitorio para verla de cerca.

En aquella foto, Catherine tendría unos veinticinco años. Theresa pensó que debía haberla hecho Garrett, al igual que las demás fotografías. Se preguntó si la habría enmarcado antes o después del accidente. La cogió en sus manos y pudo comprobar que Catherine era atractiva, un poco más baja que ella, con una melena rubia hasta los hombros. Aunque la fotografía presentaba granulado y parecía ser la reproducción de una foto más pequeña, destacaban los ojos de Catherine. De un verde intenso y casi felinos, le daban un aire exótico; casi tuvo la sensación de que la estaba mirando. Volvió a dejar con mucho cuidado la foto en su sitio, asegurándose de que estaba como la había encontrado. Dio media vuelta, pero seguía teniendo la sensación de que Catherine observaba cada uno de sus movimientos.

Intentó ignorar aquella sensación y miró al espejo situado sobre la cómoda. Le sorprendió el hecho de que solo hubiera una fotografía más en la que aparecía Catherine. Era una foto de Garrett y Catherine, en la que ambos sonreían abiertamente, en la cubierta del Happenstance. En la imagen, el barco ya estaba restaurado, así que Theresa dedujo que habían hecho la foto pocos meses antes de su muerte.

Consciente de que Garrett podría entrar en la casa en cualquier momento, salió del dormitorio, con cierto sentimiento de culpabilidad por haber estado fisgoneando. Se dirigió hacia las puertas correderas que daban al patio trasero y las abrió. Garrett estaba limpiando la parte superior de la barbacoa; al verla salir, la miró sonriente. Theresa caminó hasta el final de la terraza, donde se encontraba Garrett. Se apoyó en la barandilla, cruzando las piernas.

—¿Hiciste tú todas las fotos de las paredes? —preguntó.

Garrett se apartó el cabello de la cara con el dorso de la mano.

—Sí. Antes solía llevarme siempre la cámara en casi todas las inmersiones. La mayoría de las fotos están expuestas en la tienda, pero, como tengo tantas, pensé que algunas de ellas servirían para decorar la casa.

—Parecen hechas por un profesional.

—Gracias. Pero creo que la calidad tiene más que ver con la gran cantidad de fotos que hice. Deberías ver las que no salieron bien.

Mientras hablaba, Garrett levantó la parrilla de la barbacoa. Ya estaba lista, aunque parecía carbonizada en algunos puntos. La puso a un lado, cogió el saco de carbón vegetal y descargó un poco en la barbacoa, que debía de tener como mínimo treinta años de antigüedad, y lo repartió uniformemente con la mano. Después añadió un poco de combustible para encendedores, empapando un poco cada briqueta.

—¿Sabes que en la actualidad existen barbacoas de propano? —comentó Theresa en el mismo tono socarrón que había utilizado antes.

—Claro que sí, pero a mí me gusta hacerlo como aprendí de pequeño. Además, así está más rico. Hacer una barbacoa con propano es como cocinar dentro de casa.

Theresa sonrió.

—Recuerda que me has prometido que comería el mejor filete de mi vida.

—Y así será. Confía en mí.

Al terminar de preparar la barbacoa, puso la botella con aquel líquido inflamable al lado del saco de carbón.

—Voy a dejar que se impregne todo bien un par de minutos. ¿Quieres tomar algo?

—¿Qué tienes? —preguntó Theresa.

Garrett se aclaró la voz.

—Cerveza, refrescos, o el vino que has traído.

—Una cerveza estará bien.

Garrett guardó el carbón vegetal y el combustible en un viejo baúl marinero dispuesto cerca de la casa. Se sacudió la arena de los zapatos antes de entrar en la casa y dejó las puertas correderas abiertas.

En su ausencia, Theresa aprovechó para volver la vista hacia la playa. El sol se estaba poniendo y casi no quedaba gente allí, tan solo algunos que paseaban o corrían. Sin embargo, durante el breve intervalo en el que Garrett fue a buscar las bebidas, más de una docena de personas había pasado por delante de la casa.

—¿Nunca te cansas de ver tanta gente? —le preguntó Theresa cuando Garrett volvió a salir a la terraza y le ofreció una cerveza.

—La verdad es que no. Tampoco paso tanto tiempo en casa. A la hora a la que vuelvo del trabajo, la playa suele estar desierta. Y en invierno, no se ve un alma.

Durante unos instantes, Theresa le imaginó sentado allí, observando el agua, siempre solo. Garrett sacó del bolsillo una caja de cerillas. Encendió el carbón y se echó hacia atrás cuando se alzaron las llamas. La brisa hacía que el fuego bailara en círculos.

—Bien, el carbón ya ha prendido; ahora voy a preparar la cena.

—¿Puedo echarte una mano?

—No hay mucho que hacer —respondió—. Pero si tienes suerte, tal vez comparta mi receta secreta contigo.

Theresa ladeó la cabeza y le lanzó una mirada furtiva.

—¿Sabes que te estás poniendo el listón muy alto?

—Lo sé. Pero tengo fe.

Garrett le guiñó un ojo y Theresa se rio, antes de seguirle hasta la cocina. Él abrió uno de los armarios y sacó unas cuantas patatas. Fue al fregadero y se limpió las manos. A continuación lavó las patatas, para envolverlas después en papel de aluminio, encendió el horno y las puso en la rejilla.

—¿Cómo puedo ayudarte?

—Ya te dije que no hay mucho que hacer. Creo que lo tengo todo bajo control. Compré una de esas ensaladas ya preparadas… Y no hay nada más en el menú.

Theresa se hizo a un lado mientras Garrett acababa de poner en el horno las patatas y sacaba la ensalada de la nevera. Miró a Theresa con el rabillo del ojo mientras llenaba la ensaladera. ¿Qué tenía aquella mujer que de repente le hacía desear estar lo más cerca posible de ella? Con esa pregunta rondándole por la cabeza, abrió la nevera y sacó los filetes ya cortados para la ocasión. Después se dirigió al armario al lado del frigorífico y sacó el resto de los ingredientes que necesitaba, para colocarlo todo cerca de donde estaba Theresa.

Ella le sonrió desafiante.

—Vamos a ver, ¿qué tienen estos filetes de especial?

Garrett se concentró y puso un poco de brandy en un plato hondo.

—Pues unas cuantas cosas. En primer lugar, se necesitan un par de filetes de este grosor. En la tienda normalmente no los cortan así, de modo que hay que encargarlos. Después se sazonan con un poco de sal, pimienta y ajo picado, y se dejan macerar en el brandy, mientras esperamos hasta que haya brasas en la barbacoa.

Preparó los filetes mientras hablaba. Por primera vez desde que le había conocido, le pareció que aparentaba su edad. Por lo que le había contado, debía tener unos cuatro años menos que ella.

—¿Ese es tu secreto?

—Es solo el principio —anunció Garrett, al tiempo que admiraba la belleza de Theresa—. Justo antes de ponerlos en la parrilla, añado un poco de polvo para ablandar la carne. El resto consiste en la gracia para cocinarlos, no en los condimentos.

—Hablas como si fueras un cocinero profesional.

—Pues la verdad es que no lo soy. Algunas cosas me salen bastante bien, pero últimamente no acostumbro a cocinar mucho. Cuando llego a casa, no suelo tener ganas de preparar nada demasiado sofisticado.

—A mí me pasa lo mismo. Si no fuera por Kevin, no creo que cocinara casi nunca.

Una vez preparados los filetes, Garrett sacó un cuchillo del cajón y regresó al lado de Theresa. Cogió un par de tomates que había dejado en la encimera y empezó a cortarlos.

—Parece que tienes una relación muy buena con Kevin.

—La verdad es que sí. Y espero que siga así. Es casi un adolescente. Tengo miedo de que, a medida que crezca, quiera pasar menos tiempo conmigo.

—Yo no me preocuparía demasiado. Por la manera como hablas de él, creo que siempre estaréis muy unidos.

—Eso espero. Ahora mismo es lo único que tengo, no sé qué haría si empezara a excluirme de su vida. Tengo algunos amigos con hijos un poco mayores que él, y me cuentan que es algo inevitable.

—A buen seguro, Kevin cambiará. Todo el mundo cambia en la adolescencia, pero eso no significa que deje de hablarte.

Theresa le miró.

—¿Hablas por experiencia propia o solo me estás diciendo lo que quiero oír?

Garrett se encogió de hombros, mientras volvía a percibir el perfume.

—Tan solo puedo hablarte de la relación con mi padre. Siempre estuvimos muy unidos, y eso no cambió cuando fui al instituto. Empecé a hacer otras cosas y a pasar más tiempo con amigos, pero siempre seguimos hablando.

—Espero que ese también sea nuestro caso —respondió Theresa.

Mientras Garrett acababa de preparar la cena, se hizo un agradable silencio. El simple acto de cortar tomates con Theresa a su lado parecía aliviar la ansiedad que había sentido hasta ese momento. Era la primera mujer que invitaba a su casa. En su compañía, se sentía a gusto.

Cuando hubo terminado, Garrett puso los tomates en la ensaladera y se secó las manos con papel de cocina. Después se agachó para coger una segunda cerveza de la nevera.

—¿Te apetece otra?

Theresa dio un último trago de la botella, un tanto sorprendida por haber acabado con la primera tan deprisa, y asintió, mientras dejaba la botella vacía sobre la encimera de la cocina. Garrett le dio otra cerveza después de abrirle el tapón de rosca y cogió otra botella para él. Theresa tenía un aspecto relajado, apoyada en la mesa de la cocina. Cuando cogió la cerveza, algo en su manera de actuar le resultó familiar: tal vez fuera su sonrisa juguetona, o la mirada rasgada con que ella lo observaba mientras se llevaba la botella a los labios. Nuevamente se acordó de aquella lenta tarde de verano con Catherine, en la que había ido a comer a casa para darle una sorpresa, un día que al echar la vista atrás parecía tan cargado de señales… Y sin embargo, ¿cómo hubiera podido prever lo que ocurriría? Aquel día habían estado conversando, de pie en la cocina, tal como ahora hacía con Theresa.

—Supongo que ya has comido —dijo Garrett al ver a Catherine de pie delante de la nevera abierta.

Ella le miró.

—No tengo mucha hambre —respondió—. Pero sí tengo sed. ¿Te apetece un poco de té frío?

—Suena bien. ¿Sabes si ya ha llegado el correo?

Catherine asintió con la cabeza mientras sacaba la jarra de té de la bandeja superior de la nevera.

—Está encima de la mesa.

Catherine abrió el armario y sacó dos vasos. Llenó el primero y lo puso sobre la encimera, pero el segundo le resbaló de las manos y cayó al suelo.

—¿Estás bien? —Garrett dejó caer el correo, preocupado.

Catherine se pasó una mano por el pelo, azorada, y después se agachó a recoger los trozos de cristal.

—Me he mareado de repente. Enseguida estaré bien.

Garrett fue hacia ella y la ayudó a recoger.

—¿Te encuentras mal otra vez?

—No, seguramente he pasado demasiado tiempo al sol esta mañana.

Garrett se quedó callado un momento mientras recogía los cristales.

—¿Estás segura de que no sería mejor que me quedase contigo? Llevas toda la semana sin encontrarte bien.

—No te preocupes por mí. Además, sé que tienes mucho que hacer en la tienda.

Aunque sabía que ella tenía razón, cuando salió de casa de vuelta al trabajo tuvo la sensación de que no debería haberle hecho caso.

Garrett tragó saliva, de pronto consciente del silencio reinante en la cocina.

—Voy a ver cómo van las brasas —dijo, sintiendo la necesidad de hacer algo, lo que fuera—. Espero que no les falte mucho.

—¿Quieres que ponga la mesa mientras tanto?

—Sí. Lo encontrarás casi todo aquí.

Le enseñó el cajón correspondiente y salió fuera, obligándose a relajarse y a apartar de su mente aquellos turbadores recuerdos. Al llegar a la barbacoa, comprobó el estado de las brasas y se concentró en lo que estaba haciendo. Estarían al cabo de un par de minutos, el carbón ya casi estaba incandescente.

Se dirigió al baúl y sacó un fuelle de pequeño tamaño. Lo dejó sobre la barandilla, cerca de la barbacoa, y respiró hondo. El aire del océano era fresco, casi embriagador; de repente se dio cuenta de que, a pesar de que acababa de rememorar la imagen de Catherine, seguía estando contento de que Theresa estuviera allí. De hecho, se sentía feliz, algo que hacía mucho que no le sucedía.

No era solo porque se entendieran bien, sino también por la manera de actuar de Theresa hasta en los menores detalles. Su forma de sonreír, o cómo le miraba, e incluso cómo le había cogido la mano aquella tarde. Era como si la conociera desde hacía mucho más tiempo. Se preguntó si sería porque le recordaba a Catherine en muchos aspectos, o si tal vez su padre tenía razón sobre que necesitaba la compañía de alguien.

Mientras Garrett estaba en el patio, Theresa puso la mesa. Colocó una copa de vino al lado de cada plato y buscó los cubiertos en el cajón, donde además encontró dos velas. Vaciló un momento pensando si no sería un poco exagerado, pero al final decidió disponerlas en la mesa. Dejaría que él decidiera si quería encenderlas o no. Garrett entró justo cuando Theresa estaba terminando.

—Dentro de un par de minutos estará lista la cena. ¿Qué te parece si nos sentamos afuera mientras esperamos?

Theresa le siguió con la botella de cerveza en la mano. Al igual que la noche anterior, se notaba la brisa marina, aunque esta vez era mucho más suave. Ella se acomodó en una de las sillas. Garrett se sentó a su lado, con las piernas cruzadas a la altura de los tobillos. La camisa de color claro realzaba su intenso bronceado. Theresa le observó mientras él miraba fijamente al horizonte, por encima de las aguas. Ella cerró los ojos un instante para saborear la sensación de estar viva, que había olvidado hacía mucho tiempo.

—Apuesto a que en tu casa de Boston no tienes estas vistas —dijo Garrett rompiendo el silencio.

—Pues no —respondió ella—, no tengo estas vistas. Vivo en un apartamento. Mis padres piensan que estoy loca por querer vivir en el centro. Según ellos, sería mucho mejor que viviéramos en un barrio residencial de las afueras.

—¿Y por qué no te mudas?

—Ya viví en las afueras antes de divorciarme. Pero ahora me resulta mucho más práctico vivir en el centro. En pocos minutos estoy en el trabajo, la escuela de Kevin está a una manzana y nunca tengo que coger el coche a menos que quiera salir de la ciudad. Por otro lado, después de que mi matrimonio se fuera a pique, quería cambiar de escenario. No podía soportar las miradas de mis vecinos cuando se enteraron de que David me había dejado.

—¿A qué te refieres?

Theresa se encogió de hombros y bajó el tono de voz.

—Nunca les conté por qué David y yo nos separamos. Me parecía que no era asunto suyo.

—Y no lo era.

Theresa guardó silencio durante unos instantes, mientras recordaba.

—Lo sé, pero a sus ojos David era un marido maravilloso: atractivo y con una brillante carrera profesional. De modo que nunca hubieran creído que se había comportado mal. Cuando estábamos juntos, actuaba como si todo fuera perfecto. No supe que tenía una aventura hasta el final. —Se volvió hacia él, con una expresión atribulada en el rostro—. Como se suele decir, la mujer es la última en enterarse.

—¿Y cómo te enteraste?

Theresa hizo un gesto de incredulidad con la cabeza.

—Sé que parece un tópico, pero me enteré por la ropa que fui a buscar a la tintorería. La dependienta me dio los papeles que había en sus bolsillos: uno de ellos era la factura de un hotel del centro. Por la fecha supe que aquella noche había estado en casa, así que tan solo debía de haber pasado allí la tarde. Cuando se lo dije, lo negó, pero por la forma de mirarme supe que estaba mintiendo. Al final se descubrió todo y pedí el divorcio.

Garrett la escuchó atentamente, sin interrumpirla, preguntándose cómo había podido enamorarse de alguien capaz de hacer algo así. Como si estuviera leyendo sus pensamientos, Theresa prosiguió:

—David era uno de esos tipos tan convincentes que te hacen creer cualquier cosa. Me parece que incluso él mismo se creía la mayoría de las cosas que me dijo. Nos conocimos en la universidad y me fascinó. Sus perspectivas de futuro, su inteligencia y sus encantos. Me sentía halagada por que se mostrase interesado en mí. Yo era una jovencita recién llegada directamente de Nebraska; él era distinto a todos los hombres que había conocido antes. Cuando nos casamos, creí que mi vida sería como en un cuento de hadas. Pero supongo que eso era lo último en lo que él estaba pensando. Cuando todo hubo acabado, me enteré de que su primera infidelidad tuvo lugar tan solo cinco meses después de habernos casado.

Theresa hizo una pausa. Garrett miró su cerveza.

—No sé qué decir.

—No tienes por qué decir nada —dijo ella con determinación—. Se acabó y, como te dije ayer, ahora lo único que me interesa de él es que sea un buen padre para Kevin.

—Haces que todo parezca muy fácil.

—No es mi intención. David me hizo mucho daño. Me llevó un par de años y bastantes sesiones con una buena terapeuta llegar a este punto. Aprendí mucho con su ayuda, también sobre mí misma. En una ocasión, cuando estaba desahogándome, despotricando de David, mi terapeuta me hizo ver que, al seguir apegada a la ira, estaba permitiendo que David continuara teniendo poder sobre mí, y yo no estaba dispuesta a aceptarlo. Así que decidí liberarme de esa sensación.

Theresa dio un trago a su cerveza.

—¿Recuerdas otros consejos útiles de tu terapeuta? —preguntó Garrett.

Theresa reflexionó unos instantes, después sonrió.

—Pues sí. Me recomendó que, si volvía a cruzarme con alguien que me recordara a David, sería mejor que girara en redondo y echara a correr hacia lo más alto de una montaña.

—¿Te recuerdo a David?

—Ni en lo más mínimo. Creo que no puede haber nadie más distinto.

—Menos mal —dijo en un tono serio cargado de ironía—. No hay demasiadas montañas en este estado, ya sabes. Tendrías que correr mucho hasta llegar a una cima.

Theresa se rio. Garrett echó un vistazo a la barbacoa. Al comprobar que las brasas ya estaban listas, preguntó:

—¿Te parece que empecemos a preparar los filetes?

—¿Me contarás el resto de tu secreto?

—Con mucho gusto —contestó mientras se ponía en pie para ir a buscar los polvos para ablandar la carne a la cocina. Espolvoreó un poco sobre la parte visible de los filetes; tras sacarlos del plato hondo con brandy, repitió la operación por el otro lado. Sacó una bolsita de plástico de la nevera.

—¿Qué es eso? —preguntó Theresa.

—Es el sebo, la parte grasa del filete que normalmente se desecha. Pedí al carnicero que me guardase un poco cuando compré los filetes.

—¿Para qué?

—Ahora lo verás —respondió.

Volvieron a la barbacoa con los filetes y unas pinzas para carne, que Garrett dispuso sobre la barandilla, al lado del fuelle. A continuación, utilizó el fuelle para quitar las cenizas de las briquetas, mientras explicaba a Theresa lo que estaba haciendo.

—Para cocinar un buen filete es necesario que las brasas estén muy calientes. El fuelle sirve para quitar las cenizas, que de lo contrario bloquearían el calor.

Garrett volvió a poner la parrilla sobre la barbacoa, dejó que se calentase durante un par de minutos y después colocó los filetes con las pinzas.

—¿Cómo te gusta la carne?

—Poco hecha.

—Un filete de este tamaño necesita unos once minutos por cada lado.

Theresa arqueó las cejas.

—Eres muy meticuloso, ¿no?

—Te prometí un buen filete y estoy intentando cumplir mi promesa.

Mientras se hacían los filetes, Garrett observaba a Theresa de reojo. Había algo sensual en su figura, que se recortaba en la luz del crepúsculo. El cielo empezaba a tornarse anaranjado; la calidez de la luz resaltaba su belleza, intensificando sus ojos oscuros. La brisa del atardecer revolvía voluptuosamente sus cabellos.

—¿En qué estás pensando?

}Garrett se sobresaltó al oír su voz. De pronto se dio cuenta de que no había dicho nada desde que empezó a asar los filetes.

—Estaba pensando que tu marido era un imbécil —respondió, mientras volvía el rostro hacia ella, para comprobar que sonreía.

Theresa le dio una palmadita en el hombro.

—Pero si siguiera casada, ahora no estaría aquí contigo.

—Y eso —añadió él, percibiendo todavía el contacto de su mano— sería una pena.

—En efecto —asintió ella, sosteniéndole la mirada por un instante.

Garrett fue a buscar el sebo. Se aclaró la garganta y añadió:

—Creo que ya están listos para el siguiente paso.

Colocó el sebo, que había cortado previamente en dados, sobre las briquetas, justo debajo de los filetes. Luego se inclinó hacia delante y sopló hasta que los dados de sebo empezaron a arder.

—¿Qué haces?

—Las llamas producidas por el sebo hacen que la carne conserve su jugo; de ese modo, el filete sigue estando tierno. Por esa misma razón también se usan pinzas en lugar de un tenedor.

Garrett arrojó unos cuantos trozos más de sebo sobre las briquetas y repitió la operación. Theresa echó un vistazo a su alrededor y comentó:

—¡Qué tranquilidad se respira aquí! Ahora entiendo por qué te compraste esta casa.

Garrett dio por terminado el proceso y, sintiendo que tenía la garganta seca, dio un trago a la cerveza.

—El océano tiene algo que afecta a las personas. Creo que esa es la razón de que venga tanta gente a relajarse.

Theresa se volvió hacia él.

—Dime, Garrett, ¿en qué piensas cuando estás aquí, solo?

—En muchas cosas.

—¿Algo en especial?

Quería decir: «Pienso en Catherine», pero no lo hizo.

—No, nada en particular. A veces pienso en el trabajo, o en los lugares que quiero explorar en mis inmersiones. En alguna ocasión también he pensado en dejarlo todo y navegar hasta muy lejos —respondió tras lanzar un suspiro.

Theresa le observó atentamente cuando pronunció aquellas últimas palabras.

—¿Podrías hacerlo? ¿Irte en tu barco y no volver jamás?

—No estoy seguro, pero creo que podría. A diferencia de ti, no tengo familia, solo a mi padre, y creo que él me comprendería. Nos parecemos mucho. Pienso que, de no haber sido por mí, él hubiera hecho lo mismo hace mucho tiempo.

—Pero eso sería como huir.

—Lo sé.

—¿Y por qué querrías huir? —insistió, aunque de algún modo intuía la respuesta. Al ver que Garrett no contestaba, se acercó a él y le dijo con voz suave—: Garrett, sé que no es asunto mío, pero no puedes escapar de tus problemas. —Theresa le ofreció una sonrisa tranquilizadora—. Además, tienes mucho que ofrecer.

Él guardó silencio, pensando en aquellas palabras y preguntándose cómo era posible que Theresa pareciera saber siempre exactamente qué debía decir para hacer que se sintiera mejor.

Durante los siguientes minutos, solo se oyeron ruidos lejanos. Garrett dio la vuelta a los filetes, que chisporrotearon sobre la parrilla. La suave brisa del atardecer hacía sonar un móvil de campanillas de viento en la distancia. Las olas morían en la orilla, con un fragor relajante y continuo.

Garrett revivió mentalmente los últimos dos días. Recordó la primera vez que la vio, la velada que pasaron en el Happenstance y el paseo por la playa de aquella misma tarde, durante el cual le habló por primera vez de Catherine. La tensión que había sentido durante todo el día se había disipado. Ahora estaban muy cerca, bañados por la luz crepuscular, cada vez más tenue. Tuvo la sensación de que aquella noche significaba para ambos mucho más de lo que estaban dispuestos a admitir.

Justo antes de que los filetes estuvieran a punto, Theresa volvió a entrar en la casa para acabar de poner la mesa. Sacó las patatas del horno, quitó la envoltura de papel de aluminio y las dispuso en los platos. Después puso la ensalada en el centro de la mesa, además de un par de frascos con diferentes aliños que había encontrado al lado de la nevera. Lo último fue la sal, la pimienta, un poco de mantequilla y las servilletas. Puesto que en el interior de la casa empezaba a estar demasiado oscuro, encendió la luz de la cocina, pero le pareció excesiva. La apagó y, sin pensárselo dos veces, encendió las velas. Luego se separó un poco de la mesa para comprobar el efecto. Le pareció que todo estaba bien y fue a buscar la botella de vino, que puso sobre la mesa justo en el momento en que Garrett entró en la casa.

Tras cerrar las puertas correderas, Garrett vio la mesa que había preparado Theresa. En la cocina reinaba la oscuridad, con excepción de las pequeñas llamas de las velas que apuntaban hacia el techo y cuyo resplandor hacía parecer a Theresa aún más bella. Los cabellos oscuros adquirían un aire de misterio a esa luz tenue; sus ojos parecían reflejar las titilantes llamas. Garrett se quedó sin habla, incapaz de hacer otra cosa que no fuera mirarla fijamente. En ese instante supo a la perfección qué era lo que había estado intentando negarse a sí mismo desde que la conoció.

—Pensé que esta luz le daría un toque especial —dijo Theresa en voz baja.

—Y así es.

Permanecieron un rato así, sosteniéndose la mirada, como en una imagen congelada en la que se barajaban remotas posibilidades. En un momento dado, Theresa bajó la vista.

—No he encontrado el sacacorchos —dijo para romper el silencio.

—Voy a buscarlo —replicó Garrett enseguida—. No lo uso mucho, seguramente estará enterrado en uno de los cajones.

Garrett llevó los filetes a la mesa y después se dispuso a buscar el sacacorchos. Lo encontró en el fondo del cajón entre otros utensilios y lo llevó a la mesa. Abrió la botella con hábiles movimientos y sirvió el vino en las copas. Luego se sentó y utilizó las pinzas para poner los filetes en sendos platos.

—Ha llegado la hora de la verdad —dijo Theresa justo antes de probar su filete.

Garrett sonrió mientras la observaba.

Theresa comprobó para su grata sorpresa que él no había exagerado en absoluto.

—Garrett, esto está delicioso —dijo, esta vez sin ironía.

—Gracias.

Las velas fueron consumiéndose a medida que avanzaba la velada. Él volvió a asegurar que estaba encantado con que hubiese aceptado su invitación. En ambas ocasiones Theresa sintió un cosquilleo en la nuca y se apresuró a tomar otro trago de vino para que la sensación desapareciera.

Afuera empezaba a subir la marea, como resultado de la repentina aparición de una misteriosa luna creciente.

Tras la cena, Garrett propuso dar otro paseo por la playa.

—De noche es realmente hermoso —dijo.

Cuando Theresa aceptó su propuesta, él recogió los platos y los cubiertos y los puso en el fregadero.

Salieron de la cocina hacia la terraza. Garrett cerró la puerta tras él. Hacía una noche agradable. Abandonaron la terraza y pasaron por una pequeña duna hasta llegar a la playa.

Una vez en la orilla, repitieron la operación de quitarse los zapatos, que dejaron allí mismo, puesto que no había nadie en la playa. Empezaron a caminar despacio, muy cerca el uno del otro. Para sorpresa de Theresa, Garrett le cogió la mano. Al sentir su calor, se preguntó por un momento cómo se sentiría si le acariciara el cuerpo lentamente. Aquella idea hizo que algo se tensara en su interior; cuando por fin le miró, se preguntó si él podría intuir lo que estaba pensando.

Siguieron paseando mientras ambos asimilaban lo que estaba sucediendo aquella noche.

—Hace mucho que no pasaba una velada semejante —dijo por fin Garrett, en un tono de voz casi evocador.

—A mí me pasa lo mismo —contestó Theresa.

La arena ahora estaba fría.

—Garrett, ¿recuerdas el momento en que me invitaste a navegar contigo? —preguntó Theresa.

—Sí.

—¿Por qué lo hiciste?

Garrett la miró intrigado.

—¿A qué te refieres?

—Me refiero a que casi parecía que te estabas arrepintiendo en el mismo momento en el que me lo propusiste.

Garrett se encogió de hombros.

—No creo que arrepentirse sea la palabra adecuada. Creo que me sorprendí a mí mismo al preguntártelo, pero no me estaba arrepintiendo.

Ella sonrió.

—¿Estás seguro?

—Sí. No te olvides de que no se lo había pedido a nadie desde hace más de tres años. Cuando dijiste que no habías salido nunca a navegar, creo que simplemente me di cuenta de que estaba cansado de ir siempre solo.

—¿Quieres decir que sencillamente estaba en el lugar y momento adecuado?

Garrett negó con la cabeza.

—No quería decir eso. Quería llevarte a navegar conmigo. No creo que se lo hubiera propuesto a cualquier otra persona. Por otro lado, todo ha salido mucho mejor de lo que imaginaba. Los últimos dos días han sido los mejores que he pasado desde hace mucho tiempo.

Theresa sintió una especie de calor interior al oír a Garrett decir aquellas palabras. De pronto advirtió que él había empezado a trazar círculos lentamente con el pulgar sobre su piel.

—¿Te imaginabas que tus vacaciones serían así? —prosiguió Garrett.

Theresa vaciló, pero decidió que no era el momento de contarle la verdad.

—No.

Siguieron caminando en silencio. Había algunas personas en la playa, pero estaban lo suficientemente lejos como para que Theresa apenas pudiera distinguir sus contornos.

—¿Crees que volverás aquí algún día? Me refiero a si volverás de vacaciones.

—No lo sé. ¿Por qué?

—Porque tenía la secreta esperanza de que lo hicieras.

En la distancia vieron algunas luces que jalonaban un muelle lejano. De nuevo, Theresa notó la mano de Garrett acariciando la suya.

—¿Volverías a cocinar para mí?

—Cocinaré lo que quieras. Siempre que se trate de un buen filete.

Theresa se rio por lo bajo.

—Entonces me lo pensaré. Te lo prometo.

—¿Y si te diera unas cuantas clases de submarinismo?

—Creo que a Kevin le gustaría más que a mí.

—Entonces tráelo contigo.

Theresa le miró.

—¿No te importaría?

—Claro que no. Me encantaría conocerlo.

—Estoy segura de que te caería bien.

—Yo también.

Avanzaron en silencio, hasta que Theresa espetó de repente:

—Garrett, ¿puedo preguntarte algo?

—Claro.

—Sé que esto suena raro, pero…

Se interrumpió a sí misma un momento. Él la miró con curiosidad.

—¿Qué?

—¿Qué es lo peor que has hecho en tu vida?

Garrett profirió una carcajada.

—¿Cómo se te ha ocurrido eso?

—Es solo curiosidad. Siempre pregunto eso. Así sé cómo es la gente realmente.

—¿Lo peor?

—Lo más abyecto.

Garrett reflexionó un momento.

—Supongo que lo peor que he hecho sucedió cuando salí con mis amigos una noche de diciembre. Bebimos y armamos mucho jaleo, y acabamos en una calle decorada con luces navideñas. Aparcamos y empezamos a desenroscar y robar todas las bombillas que pudimos.

—¡No puede ser!

—Pues sí. Debíamos de ser unos cinco. Llenamos el maletero de luces de Navidad robadas. Lo peor de todo es que dejamos los cables. Parecía como si un duende malo hubiera estado en aquella calle. Tardamos unas dos horas, durante las cuales nos reímos a carcajadas por nuestra hazaña. La calle había salido en el periódico como una de las más profusamente decoradas de la ciudad. Cuando acabamos… No quiero ni imaginar lo que debió de pensar aquella gente. Debían de estar furiosos.

—¡Es terrible!

Garrett volvió a reírse.

—Lo sé. Ahora, cuando pienso en ello, sé que fue terrible. Pero entonces me pareció divertidísimo.

—Y yo que creía que eras tan buen tipo.

—Y lo soy.

—Pero aquel día hiciste una gamberrada. —Theresa siguió provocándolo, intrigada—. ¿Qué más hicisteis, tú y tus amigos?

—¿De veras quieres saberlo?

—Sí, claro.

Empezó a hacerla reír con otras anécdotas de cuando era un chaval, desde enjabonar las lunas de los coches a adornar las casas de exnovias con papel higiénico como si fueran tipis. En una ocasión vio a uno de sus amigos conduciendo al lado de su coche cuando él estaba acompañado por una chica. Su amigo le hizo señas para que bajase la ventanilla; cuando lo hizo, inmediatamente aprovechó la ocasión para arrojar dentro del coche un cohete hecho con una botella vacía que explotó a sus pies.

Veinte minutos después todavía estaba contando anécdotas, para regocijo de Theresa. Cuando terminó de hablar, Garrett le hizo a ella la misma pregunta, la que había dado pie a aquella conversación.

—Oh, yo nunca he hecho nada parecido —dijo coqueteando casi con timidez—. Siempre he sido una buena chica.

Él volvió a reírse, a sabiendas de que había sido manipulado, aunque no le importaba demasiado, y consciente de que Theresa no estaba diciendo la verdad.

Llegaron hasta el final de la playa contándose otras historias de la infancia. Mientras Garrett hablaba, Theresa intentó imaginarse cómo debía de haber sido de joven; se preguntó qué hubiera pensado de él de haberle conocido en la universidad. ¿Le habría encontrado tan irresistible como ahora, o se habría enamorado de David igualmente? Quería creer que se habría dado cuenta de las grandes diferencias existentes entre ellos, pero ¿habría sido de verdad así? David le había parecido entonces tan perfecto…

Se detuvieron un momento para mirar el horizonte sobre las aguas. Garrett estaba muy cerca de ella, casi rozándole el hombro.

—¿Qué estás pensando? —dijo Garrett.

—Estaba pensando que me encanta estar a tu lado en silencio.

Garrett sonrió.

—Y yo estaba pensando que te he contado muchas cosas que no le había contado a nadie.

—¿Es porque sabes que regresaré a Boston y no podré contárselo a nadie que conozcas?

Garrett soltó una risita ahogada.

—No es eso, de ninguna manera.

—¿Entonces por qué?

—¿No lo sabes? —preguntó Garrett mientras la miraba expectante.

—No. —Theresa sonrió mientras respondía, casi incitándole a seguir hablando.

Garrett se preguntaba cómo podía explicar algo que ni él mismo acababa de comprender. Después de un rato, en el que intentó ordenar sus pensamientos, volvió a hablar en voz baja:

—Supongo que quería que supieras quién soy realmente. Porque si me conoces a fondo y todavía quieres pasar tiempo conmigo…

Theresa no dijo nada, pero sabía muy bien qué intentaba decirle. Él miró a otro lado.

—Lo siento. No era mi intención hacerte sentir incómoda.

—No lo has hecho —empezó a hablar Theresa—. Me alegro de que lo hayas dicho…

Su voz se fue apagando. De nuevo echaron a andar lentamente.

—Pero no sientes lo mismo que yo.

Theresa alzó la vista para encontrar su mirada.

—Garrett…, yo… —Nuevamente su voz fue apagándose.

—No, no tienes que decir nada…

Pero Theresa no le dejó acabar la frase.

—Sí tengo que decirte algo. Quieres una respuesta y te la voy a dar. —Hizo una pausa, calibrando cuál era la mejor manera de abordar el tema. Luego respiró hondo y prosiguió—: Después de la separación lo pasé muy mal. Y cuando creía que lo estaba superando, empecé a salir con otros hombres. Pero los tipos que conocí eran…, no sé, simplemente parecía que el mundo entero había cambiado desde que me casé. Todos querían conseguir algo de mí, pero ninguno quería dar nada. Supongo que estoy hastiada de los hombres en general.

—No sé qué decir…

—Garrett, no te estoy contando esto porque piense que tú eres como los demás. Al contrario, creo que no eres así en absoluto. Y eso me asusta. Porque, si te digo que me gustas…, en cierto modo me lo estoy diciendo a mí misma. Y al hacerlo, supongo que me estoy abriendo a la posibilidad de que vuelvan a hacerme daño.

—Nunca te haré daño —intervino Garrett en un tono cariñoso.

Theresa se detuvo para hacer que él la mirara y le habló en voz baja.

—Sé que lo crees de veras, Garrett. Pero tú has tenido que hacer frente a tus propios fantasmas durante los últimos tres años. No sé si ya estás preparado para mirar al futuro; de lo contrario, seré yo quien salga malparada.

Aquellas palabras le hicieron daño. Garrett tardó un poco en responder. Deseaba que le mirara a los ojos.

—Theresa… Desde que nos conocimos…, no sé…

Se interrumpió al darse cuenta de que no podía describir con palabras sus sentimientos.

En lugar de seguir hablando, alzó una mano y rozó el rostro de Theresa con un dedo, siguiendo sus contornos con suma suavidad, de manera que casi parecía una pluma acariciando su piel. Al sentir aquel roce, ella cerró los ojos y, a pesar de la incertidumbre que sentía, permitió que aquel cosquilleo viajara por todo su cuerpo, empezando por una cálida sensación en el cuello y en el pecho.

Con aquel gesto, le pareció que todo a su alrededor empezaba a difuminarse; de repente todo estaba bien. La cena que habían compartido, el paseo por la playa, la forma en la que él la miraba… No podía imaginar nada mejor que lo que estaba viviendo en esos precisos instantes.

Las olas morían en la playa y mojaban sus pies. La cálida brisa veraniega revolvía su cabello, haciendo aún más intensa la sensación de aquel roce. La luz de la luna otorgaba un aire etéreo a las aguas; las nubes proyectaban sombras en la playa, configurando un paisaje casi irreal.

Ambos se abandonaron a todo lo que habían estado construyendo desde el momento en que se encontraron. Theresa se acurrucó sobre él y sintió la calidez de su cuerpo; Garrett dejó de apretar la mano de ella para rodearla lentamente con sus brazos. La atrajo hacia sí y la besó en los labios con suavidad. Se apartó un poco para mirarla y volvió a besarla. Ella le devolvió el beso, mientras sentía cómo la mano de Garrett le recorría la espalda hasta llegar a sus cabellos, en los que hundió sus dedos.

Permanecieron allí, de pie, besándose a la luz de la luna durante un buen rato, sin preocuparse de que alguien pudiera verlos. Ambos habían esperado demasiado a que llegase aquel momento; cuando al final dejaron de besarse, se miraron fijamente a los ojos. Entonces Theresa volvió a tomar su mano para conducirle hasta la casa.

Cuando entraron, todo parecía un sueño. En cuanto cerró la puerta, Garrett la besó de nuevo, ahora de forma más apasionada. Theresa sintió que su cuerpo se estremecía, expectante. Después fue a la cocina, cogió las dos velas de la mesa y las condujo hasta el dormitorio. Dispuso las velas sobre la cómoda. Garrett sacó una caja de cerillas del bolsillo para encenderlas, mientras ella iba hacia los ventanales para correr las cortinas.

Garrett estaba de pie junto a la cómoda cuando Theresa regresó a su lado. Volvían a estar muy cerca. Ella recorrió el pecho de Garrett con las manos; sintió que se le tensaban los músculos por debajo de la camisa, abandonándose a su propia sensualidad. Mientras le miraba a los ojos, Theresa sacó la camisa del pantalón y empezó a quitársela lentamente. Él alzó los brazos y la camisa se deslizó por encima de su cabeza. Theresa se apoyó en él, mientras oía el ruido de la camisa al caer al suelo. Le besó el pecho, luego el cuello, y empezó a temblar cuando las manos de Garrett se movieron hacia la parte delantera de su blusa. Se apartó un poco para dejarle hacer. Se echó hacia atrás mientras él iba desabrochando poco a poco cada botón.

Cuando la blusa quedó completamente abierta, Garrett la rodeó con sus brazos y la atrajo de nuevo hacia sí, esta vez sintiendo el cálido contacto de su piel. Le besó el cuello y mordisqueó el lóbulo de la oreja mientras le recorría la espalda con las manos. Theresa separó los labios al sentir la ternura con que la tocaba. Los dedos se detuvieron a la altura del sujetador, que desabrochó con un movimiento experto, haciendo que se le cortara la respiración. Enseguida, sin dejar de besarla, retiró de los hombros los tirantes de aquella prenda, liberando así sus senos. Se inclinó para besarlos con delicadeza, uno tras otro, y ella dejó caer la cabeza hacia atrás, mientras sentía su cálido aliento y la humedad de su boca en los distintos puntos de su cuerpo por los que pasaban sus labios.

Theresa sentía que le faltaba el aliento cuando buscó con las manos el botón de los vaqueros. Le miró a los ojos mientras lo desabrochaba. Después empezó a bajar la cremallera. Sin dejar de mirarlo, recorrió su cintura con un dedo, rozando el ombligo con la uña antes de tirar de la cintura del pantalón. La abertura se hizo más amplia y él se apartó un instante para quitárselos. Después volvió acercarse para besarla, la tomó en sus brazos y atravesó la habitación para llevarla hasta la cama.

Una vez tumbados, Theresa volvió a recorrer con las manos el pecho de Garrett, ahora húmedo por el sudor, y sintió que él dirigía las manos hacia sus pantalones. Los desabrochó; alzando levemente su cuerpo se los quitó, primero una pernera, luego otra, mientras sus manos seguían explorando su cuerpo. Ella le acarició la espalda, mientras le mordisqueaba con suavidad el cuello, escuchando cómo se aceleraba su respiración. Garrett empezó a quitarse la ropa interior. Ella le imitó. Cuando por fin ambos estuvieron desnudos, sus cuerpos se fundieron.

A la luz de las velas, Theresa parecía aún más hermosa. Garrett recorrió con su lengua el espacio entre sus pechos, hasta llegar al vientre y el ombligo, para luego hacer el recorrido inverso. La tenue luz se reflejaba en su pelo, haciéndolo brillar. Su piel suave era una suerte de invitación, mientras los cuerpos seguían aferrados el uno al otro. Garrett podía sentir las manos de ella en su espalda, apretándolo con fuerza.

Pero él siguió besando su cuerpo, sin prisas. Colocó una mejilla sobre el vientre de Theresa, que rozó suavemente. La barba incipiente en su barbilla tenía un efecto erótico en la piel de Theresa, quien se recostó en la cama mientras le acariciaba los cabellos. Garrett insistió hasta que ella no pudo más; a continuación siguió subiendo para repetir aquellas caricias en sus pechos.

Ella volvió a atraerle hacia sí, arqueando la espalda mientras él se colocaba sobre ella. Garrett besó la punta de cada uno de sus dedos. Cuando por fin se fundieron como un solo cuerpo, Theresa cerró los ojos con un suspiro. Besándose suavemente, hicieron el amor con la pasión que ambos habían reprimido durante los últimos tres años.

Sus cuerpos se movían como uno solo, ambos conscientes de las necesidades del otro, intentando complacerse mutuamente. Garrett la besó casi todo el tiempo. Ella sentía aquella sensación húmeda de su boca allí donde él la rozaba con los labios. Theresa empezó a sentir que su cuerpo se estremecía con la urgencia cada vez más apremiante de algo maravilloso.

Cuando por fin ocurrió, los dedos de Theresa apretaron con fuerza su espalda, pero en el momento en que parecía acabar el orgasmo empezaba a surgir otro, y así llegó al clímax en largas secuencias, un orgasmo tras otro. Cuando acabaron de hacer el amor, Theresa estaba exhausta. Entonces le abrazó con fuerza, mientras se relajaba a su lado, todavía sintiendo las manos de él resiguiendo con suavidad su piel. Observaba las velas ya casi consumidas, reviviendo el momento que acababan de compartir.

Permanecieron muy juntos casi toda la noche, haciendo el amor una y otra vez, para después abrazarse con fuerza. Theresa se quedó dormida en sus brazos, con una sensación fantástica. Garrett la observó mientras dormía a su lado. Justo antes de quedarse dormido, le apartó suavemente los cabellos de la cara, mientras intentaba grabar todo lo ocurrido en su memoria.

Justo antes de despuntar el alba, Theresa abrió los ojos, e instintivamente supo que Garrett se había ido. Se dio la vuelta en la cama. Al ver que no estaba, se levantó y fue al armario, donde encontró un albornoz. Se cubrió con él, salió de la habitación y escudriñó la oscuridad de la cocina. No estaba allí. Fue a la sala de estar, pero tampoco lo encontró. De pronto supo con exactitud dónde debía de estar.

Salió fuera y le encontró sentado en una silla, únicamente ataviado con una camiseta gris y la ropa interior. Garrett se dio la vuelta y, al verla, sonrió.

—Hola.

Theresa avanzó hacia él. Garrett le hizo señas para que se sentara en su regazo. La besó mientras la atraía hacia sí. Ella le rodeó el cuello con los brazos. Enseguida percibió que algo no iba bien, así que se apartó un poco y le acarició una mejilla.

—¿Estás bien?

Garrett tardó un poco en contestar.

—Sí —respondió en voz baja, sin mirarla.

—¿Estás seguro?

Él asintió, de nuevo esquivando su mirada. Ella le hizo volver la cabeza con un dedo para que la mirase.

—Pareces… triste —dijo en voz baja.

Garrett respondió con un atisbo de sonrisa.

—¿Estás triste por lo que ha pasado?

—No —contestó—. En absoluto. No me arrepiento de nada.

—Entonces, ¿qué pasa?

Garrett no contestó, sino que de nuevo apartó la mirada.

Theresa habló en voz baja.

—¿Estás aquí afuera por Catherine?

Él aguardó un poco antes de contestar, después la cogió de la mano y, finalmente, buscó su mirada.

—No. No estoy aquí afuera por Catherine —dijo casi en un susurro—. Estoy aquí por ti.

A continuación, con una ternura que le recordó a un niño pequeño, la atrajo hacia sí suavemente y la abrazó sin decir una palabra más, sin dejarla ir hasta que las primeras luces empezaron a iluminar el cielo y apareció el primer turista en la playa.