El reloj iba a dar las siete, pero para Garrett Blake el tiempo se había detenido hacía tres años, cuando Catherine se disponía a cruzar la calle y un anciano la atropelló al perder el control del coche. De ese modo, la vida de dos familias había cambiado para siempre. Durante las siguientes semanas, la ira hacia el conductor le llevó a planear una venganza que nunca llevó a cabo, básicamente porque la pena le impedía emprender cualquier acción. No podía dormir más de tres horas, se echaba a llorar cuando veía la ropa de Catherine en el armario. Perdió casi diez kilos debido a una dieta que consistía en café y galletas saladas. El mes siguiente empezó a fumar por primera vez en su vida. También se refugió en la bebida, por las noches, cuando el dolor se tornaba tan insoportable que no se veía capaz de afrontarlo sobrio. Su padre se hizo cargo del negocio temporalmente, mientras Garrett pasaba las horas sentado en silencio en el porche de su casa, intentando imaginarse un mundo sin ella. No tenía la voluntad ni el deseo de seguir viviendo; a veces, mientras estaba sentado en el porche, anhelaba que el aire húmedo y salado se lo tragara, para no tener que enfrentarse al futuro él solo.
El hecho de que aparentemente no pudiera recordar una época en la que ella no estuviera presente lo hacía todo aún más difícil. Se conocían de toda la vida, habían ido al mismo colegio durante la infancia, en el tercer curso eran los mejores amigos; en un par de ocasiones Garrett le había regalado una tarjeta por San Valentín. Después se habían distanciado un poco; se veían en la escuela de un curso a otro. Catherine era delgada y desgarbada, la más pequeña de la clase y, aunque Garrett siempre tuvo un lugar en su corazón para ella, no se dio cuenta de que se estaba convirtiendo en una joven atractiva. No fueron a ningún baile del colegio juntos, tampoco al cine, pero después de cuatro años, durante los cuales Garrett se especializó en biología marina en la Universidad de Chapel Hill, un buen día se la encontró en Wrightsville Beach y de pronto se dio cuenta de lo tonto que había sido. Ya no era aquella chica delgaducha que recordaba, sino una mujer hermosa, con una fantástica figura que hacía que tanto hombres como mujeres volvieran la cabeza cuando pasaban por su lado. Era rubia y sus ojos contenían un misterio infinito; cuando Garrett por fin consiguió salir de su aturdimiento y preguntarle qué planes tenía esa noche, empezaron una relación que acabó en matrimonio y duró seis maravillosos años.
En su noche de bodas, a solas en la habitación del hotel iluminada únicamente por la luz de las velas, le enseñó las dos tarjetas de San Valentín que había recibido de él y profirió una carcajada cuando vio la expresión de la cara de Garrett al darse cuenta de qué se trataba. «Claro que las guardé —le susurró al oído mientras le rodeaba con sus brazos—. Era la primera vez que amaba a alguien. Amor es amor, no importa la edad, y sabía que, si te esperaba, algún día volverías a mí».
Cuando Garrett se sorprendía a sí mismo pensando en ella, la recordaba con el aspecto de aquella noche o de la última vez que salieron a navegar. Todavía recordaba claramente aquella noche, su pelo agitado por la brisa, el rostro arrobado mientras reía a carcajadas.
—¡Mira la espuma de las olas! —exclamaba exultante de pie en la proa del barco. Sujetaba un cabo mientras se dejaba caer con el viento. Sus contornos se recortaban en el cielo rutilante.
—¡Ten cuidado! —gritó Garrett, sujetando firmemente el timón.
Se inclinó aún más, mientras volvía el rostro hacia él con una sonrisa traviesa.
—¡Lo digo en serio! —volvió a gritar Garrett.
Por un instante, tuvo la impresión de que Catherine se iba a soltar del cabo. Rápidamente abandonó el timón, pero de inmediato volvió a oír su risa mientras se volvía a incorporar. Con suma agilidad, ella regresó al timón y le rodeó con sus brazos.
Le dio un beso en la oreja y susurró, juguetona:
—¿Te he puesto nervioso?
—Siempre me pones nervioso cuando haces cosas así.
—No seas gruñón —dijo bromeando—. Ahora que por fin te tengo todo para mí.
—Me tienes todas las noches.
—Pero no así —respondió mientras volvía a darle un beso.
Tras echar un vistazo a su alrededor, sonrió.
—¿Por qué no arriamos las velas y echamos el ancla?
—¿Ahora?
Catherine asintió con la cabeza.
—A menos, claro está, que prefieras navegar toda la noche. —Con una mirada sutil que no ocultaba nada, abrió la cabina y desapareció en su interior. Cuatro minutos después el velero estaba firmemente anclado y él abría la puerta para unirse a ella…
Garrett exhaló el aire enérgicamente para deshacerse del recuerdo, como si fuera humo. Aunque recordaba todo lo que pasó aquella noche, le pareció que con el tiempo cada vez le costaba más visualizar con exactitud el aspecto de Catherine. Sus facciones habían empezado a difuminarse de forma gradual; a pesar de que era consciente de que el olvido ayuda a aliviar las penas, lo que más deseaba era volver a verla. En aquellos tres años tan solo había mirado el álbum de fotos en una ocasión, pero le había dolido tanto que se juró a sí mismo no volver a hacerlo nunca más. Ahora solo podía verla con claridad por la noche, cuando dormía. Le encantaba soñar con ella porque tenía la sensación de que seguía viva. Hablaba y se movía, y podía abrazarla, y por un momento parecía que todo estaba bien en su mundo. Pero el precio que debía pagar por sus sueños era muy caro, ya que al despertar siempre se sentía exhausto y deprimido. A veces iba a la tienda y se encerraba en la oficina durante toda la mañana para no tener que hablar con nadie.
Su padre intentaba ayudarle como buenamente podía. Él también había perdido a su mujer y sabía perfectamente por lo que estaba pasando su hijo. Garrett iba a su casa por lo menos una vez por semana, y siempre disfrutaba de su compañía. Era la única persona con la que se compenetraba, y el sentimiento era recíproco. Hacía ya un año que su padre insistía en que debía volver a salir con alguna mujer. «No está bien que siempre estés solo —le decía—, parece como si te hubieras dado por vencido». Garrett sabía que había algo de cierto en sus palabras. Pero la verdad desnuda es que no tenía ganas de buscar a ninguna otra persona. No había estado con ninguna mujer desde que Catherine murió y, lo que era aún peor, no lo echaba de menos. Era como si una parte de él hubiera muerto. Cuando Garrett preguntó a su padre por qué debería seguir su consejo, si él tampoco se había vuelto a casar, él se limitaba a desviar la mirada. Pero entonces le dijo algo que los marcó a ambos, algo que posteriormente lamentaría haber dicho.
—¿De veras crees que podría encontrar otra mujer tan fantástica que pudiera ocupar su lugar?
Con el tiempo, Garrett volvió a trabajar en la tienda, en un esfuerzo por reanudar su vida. Se quedaba en la tienda hasta muy tarde, organizando los papeles y remodelando su oficina, simplemente porque era más fácil que volver a casa. Se dio cuenta de que, si regresaba ya entrada la noche y solo encendía unas cuantas luces, resultaba más difícil distinguir sus objetos personales y su presencia no era tan fuerte. Se acostumbró de nuevo a vivir solo, a cocinar, limpiar y hacer la colada, y empezó a cuidar del jardín, algo que solía hacer Catherine, aunque Garrett no disfrutaba de esa actividad tanto como ella.
Pese a que se sentía mejor, a la hora de guardar las cosas de Catherine no conseguía reunir las fuerzas para hacerlo. Al final su padre decidió tomarse la libertad de hacerlo. Garrett pasó un fin de semana buceando y al regresar se encontró una casa desnuda. Sin las cosas de Catherine, la casa parecía vacía; no veía ninguna razón para seguir allí. Vendió la casa al cabo de menos de un mes y se trasladó a una vivienda de menor tamaño en la playa de Carolina Beach, con la ilusión de que finalmente podría seguir adelante. Y en cierto modo lo había conseguido durante aquellos tres años.
Pero su padre no lo había encontrado todo. En una cajita que ocultaba en una rinconera, había guardado las cosas de las que no podía deshacerse: las tarjetas de San Valentín, su anillo de bodas y otros objetos que solo él podía apreciar. A altas horas de la noche, todavía le gustaba sostener aquellas cosas entre las manos. Aunque en ciertas ocasiones su padre comentara que parecía que se estaba recuperando, en esos momentos, allí tumbado, Garrett pensaba que no era así. Para él, nada volvería a ser como antes.
Garrett se dirigió al puerto deportivo con tiempo de sobra para preparar el Happenstance. Retiró la funda de las velas, abrió la cabina e hizo una revisión general.
Su padre había llamado justo cuando salía de casa hacia el puerto. Garrett repasó en su mente aquella conversación.
—¿Quieres venir a cenar? —había preguntado.
Garrett respondió que no podía.
—He quedado con alguien para navegar esta noche.
Su padre no dijo nada durante un instante.
—¿Una mujer? —preguntó.
Garrett le explicó de forma escueta cómo había conocido a Theresa.
—Pareces un poco nervioso por esta cita —comentó su padre.
—No, papá, no estoy nervioso. Y no es una cita. Ya te he dicho que solo vamos a navegar. Theresa dijo que no lo había probado nunca.
—¿Es guapa?
—¿Qué importa eso?
—La verdad es que nada. Pero sigue pareciéndome una cita.
—Pues no lo es.
—Si tú lo dices…
Garrett la vio acercarse por el embarcadero poco después de las siete, vestida con pantalones cortos y una camiseta roja sin mangas, con una pequeña cesta de picnic en una mano, y un suéter y una chaqueta en la otra. No parecía tan nerviosa como él. La expresión de su cara no delataba sus pensamientos mientras se acercaba. Cuando Theresa saludó con la mano, Garrett sintió unos remordimientos que le resultaban familiares. Devolvió el saludo mientras acababa de soltar los cabos. Empezó a murmurar para sí mismo, intentando poner orden a sus ideas, cuando ella llegó al barco.
—Hola —saludó alegremente—. Espero que no lleves mucho tiempo esperándome.
Se quitó los guantes mientras respondía.
—Ah, hola. No, no he estado esperando. He venido un poco antes para preparar el velero.
—¿Has acabado?
Garrett dio un vistazo a su alrededor para asegurarse.
—Creo que sí. ¿Te ayudo a subir?
Dejó a un lado los guantes y le tendió la mano. Theresa le dio sus cosas. Garrett las dejó sobre uno de los asientos que había en cubierta. Al darle la mano para ayudarla a subir, Theresa notó los callos de su piel. Una vez a bordo, Garrett retrocedió un paso para dirigirse hacia el timón.
—¿Estás lista para salir?
—Cuando quieras.
—Entonces ponte cómoda mientras saco el barco. ¿Quieres tomar algo antes de salir? Tengo refrescos en la nevera.
Declinó la invitación con un movimiento de cabeza.
—No, gracias.
Echó un vistazo a su alrededor y se sentó en una esquina. Observó cómo Garrett hacía girar la llave y oyó el ruido del motor al ponerse en marcha. A continuación, Garrett abandonó el timón para soltar los dos cabos con los que estaba amarrado el barco. El Happenstance poco a poco empezó a separarse del pantalán. Theresa parecía sorprendida.
—No sabía que tuviera motor.
Garrett volvió la cabeza hacia ella y respondió por encima de su hombro, alzando la voz para que pudiera oírle.
—Es un motor pequeño, justo lo necesario para poder entrar y salir del puerto. Compramos uno nuevo cuando restauramos el velero.
El Happenstance salió del amarre y luego del puerto deportivo. Una vez que estuvieron en aguas del canal intracostero, Garrett orientó el velero con el viento y paró el motor. Se puso los guantes y empezó a izar las velas con rapidez. La embarcación aprovechó la brisa. Con un rápido movimiento, Garrett llegó hasta donde estaba Theresa, con el cuerpo inclinado muy cerca de ella.
—Cuidado con la cabeza, la botavara te pasará por encima.
Las siguientes acciones se sucedieron frenéticamente. Theresa agachó la cabeza y comprobó que todo sucedía tal como Garrett había dicho. La botavara basculó por encima de ella, llevando consigo la vela que capturaría el viento. Cuando la vela estuvo en la posición correcta, la fijó con los cabos. Antes de que Theresa pudiera parpadear, Garrett estaba al timón, haciendo las correcciones necesarias y comprobando por encima del hombro cómo trabajaba la vela para asegurarse de que todo estaba bien. Todas aquellas maniobras no habían durado más de treinta segundos.
—No sabía que había que hacer las maniobras tan deprisa, pensaba que navegar era un deporte más relajado.
Garrett volvió a mirar por encima del hombro. Catherine solía sentarse en el mismo lugar; bajo la luz del anochecer que empezaba a proyectar sombras ilusorias, por un breve momento le pareció que era ella. Apartó aquel pensamiento y carraspeó.
—Normalmente sí, cuando navegas en mar abierto sin nadie alrededor. Pero ahora estamos en el canal intracostero y tenemos que hacer todo lo posible para fijar un rumbo lejos de las demás embarcaciones.
Garrett sujetaba el timón con firmeza. Theresa percibió que el Happenstance iba ganando velocidad. Se levantó de su asiento y empezó a caminar hacia Garrett. Se detuvo a su lado. Notaba la brisa en su rostro, pero le parecía insuficiente para llenar las velas.
—Bueno, creo que ya está —comentó Garrett con una sonrisa, mientras miraba a Theresa—. Ahora no creo que tengamos que hacer una bordada. A menos que cambie la dirección del viento.
Navegaban hacia la ensenada. Theresa sabía que Garrett estaba concentrado en la maniobra, así que guardó silencio de pie junto a él. Le observaba con el rabillo del ojo, las manos fuertes en el timón, balanceando su peso entre las dos piernas para guardar el equilibrio mientras el velero escoraba.
En medio del silencio, Theresa miró a su alrededor. Como la mayoría de los veleros, este también tenía dos cubiertas: la inferior, en la que se encontraban, y la superior, un metro más alta, que se extendía hasta la proa del barco. Bajo ella se encontraba la cabina del velero, con dos pequeños portillos cubiertos por una fina capa de sal que hacía imposible ver el interior. A la cabina se accedía por una puerta de tan poca altura que para entrar había que agachar la cabeza para evitar golpearse con el dintel.
Theresa se volvió hacia Garrett, intentando adivinar su edad. Debía de tener treinta y tantos, pero no podía precisar más, por muy cerca que estuviera de él. Su cara estaba curtida por el viento, lo que le confería un aspecto característico que sin duda le hacía parecer mayor de lo que era en realidad.
Volvió a pensar que no era el hombre más guapo que había visto en su vida, pero tenía un atractivo arrebatador, algo indescriptible.
Deanna la había llamado antes por teléfono; ella le había intentado describir cómo era Garrett, pero le costó mucho, porque no se parecía a la mayoría de los hombres que conocía en Boston. Le dijo que debía de tener la misma edad que ella y que era atractivo a su manera y de complexión atlética, pero de forma natural, como si sus músculos fueran simplemente el resultado de la vida que había elegido. Eso fue todo lo que pudo decirle. Después de observarle de cerca, pensó que no se había equivocado tanto.
Deanna se mostró entusiasmada cuando Theresa le dijo que saldrían a navegar aquella noche, pero a ella le había asaltado la duda inmediatamente después de hablar con su amiga. Por un momento le inquietó el hecho de estar a solas con un hombre en medio del mar, pero se autoconvenció de que sus sospechas eran infundadas. «Es como cualquier otra cita —se repitió a sí misma durante casi toda la tarde—, no le des tanta importancia». Sin embargo, cuando llegó el momento de salir hacia el puerto, estuvo a punto de echarse atrás. Al final, decidió que tenía que hacerlo, sobre todo por ella misma, pero también porque si no le daría un disgusto tremendo a Deanna.
Cuando se acercaban a la ensenada, Garrett hizo girar la rueda del timón. El velero reaccionó y se alejó de la orilla, para adentrarse en el canal intracostero. Él miró a ambos lados, para comprobar si había otras embarcaciones, mientras enderezaba el timón. A pesar del viento cambiante, parecía tener el velero bajo control. Theresa estaba segura de que sabía exactamente lo que hacía.
Las golondrinas volaban en círculos justo por encima de ellos, mientras el velero surcaba las aguas, surfeando sobre el oleaje. Las velas restallaban cada vez que se llenaban con el viento. El velero cortaba las aguas a buena velocidad. Todo parecía estar en movimiento mientras navegaban bajo el cielo de Carolina del Norte, cada vez más oscuro.
Theresa cruzó los brazos por encima del pecho y fue a buscar la sudadera que había traído consigo. Se la puso, satisfecha de haberla cogido. El aire parecía bastante más fresco que cuando habían zarpado. El sol se ocultaba a mayor velocidad de la que ella imaginaba. La luz del ocaso reflejada en las velas proyectaba sombras por toda la cubierta.
Detrás del velero, el agua se arremolinaba y silbaba. Theresa se acercó a la popa para echar un vistazo. Observar la estela del velero era como un trance hipnótico. Para guardar el equilibrio, se agarró del pasamanos y advirtió por el tacto que todavía quedaba madera por lijar. Examinó el pasamanos con detenimiento y vio una inscripción grabada en él: «Construido en 1934. Restaurado en 1991».
Un barco más grande que pasaba a lo lejos levantó olas que les hicieron cabecear. Theresa regresó al lado de Garrett. Ahora volvía a hacer girar el timón, esta vez con más fuerza. A ella le pareció ver un atisbo de sonrisa mientras Garrett maniobraba hacia mar abierto. Le observó hasta que el velero estuvo fuera de la ensenada.
Por primera vez desde hacía una eternidad, había hecho algo de forma completamente espontánea, algo que no hubiera podido imaginar hacía menos de una semana. Y ahora no sabía qué debía esperar. ¿Y si Garrett no resultaba ser como había imaginado? De ser así, por lo menos volvería a Boston con una respuesta…, pero en ese momento deseaba no tener que volver tan pronto. Habían pasado tantas cosas…
Cuando el Happenstance guardaba una distancia prudencial con las demás embarcaciones, Garrett le pidió a Theresa que sujetara el timón.
—Simplemente mantenlo firme —dijo.
A continuación, volvió a corregir las velas, para lo que necesitó menos tiempo que la vez anterior. Regresó al timón y se aseguró de que el velero estaba correctamente orientado; después hizo una lazada alrededor del cabo del foque y la ató al cabrestante de la rueda, sin tensarla, dejando un par de centímetros de cuerda.
—Bueno, esto debería bastar —dijo mientras daba unos golpecitos al timón, para asegurarse de que permanecería fijo en el rumbo—. Ahora podemos sentarnos, si quieres.
—¿No tienes que sujetar el timón?
—Para eso lo he atado. A veces, si el viento cambia continuamente de dirección, no se puede abandonar el timón. Pero esta noche tenemos suerte con el tiempo. Podríamos navegar en la misma dirección durante horas.
Mientras el sol descendía lentamente tras ellos, Garrett se dirigió al lugar en el que Theresa se había sentado antes. Tras asegurarse de que no había nada en el asiento que pudiera mancharle la ropa, se sentaron en aquella esquina, ella en el costado, y él en el asiento de popa, formando un ángulo, de manera que quedaban uno frente al otro. Theresa sintió el viento en la cara, se recogió el pelo y miró hacia las aguas.
Garrett la observó mientras lo hacía. Era un poco más baja que él, supuso que debía medir algo más de metro setenta, tenía una cara bonita y una figura que le recordaba a la de las modelos que había visto en algunas revistas. No obstante, además de su evidente atractivo, había algo más que le había llamado la atención. Podía percibir que era inteligente y también segura de sí misma, capaz de avanzar por la vida según sus propias convicciones. Garrett le daba especial importancia a eso. Sin ellas, la belleza no valía gran cosa.
Por alguna razón, Theresa le recordaba a Catherine. Sobre todo la expresión de su rostro. Parecía como si estuviera soñando despierta mientras miraba las aguas. Garrett se dio cuenta de que su mente regresaba al último día en que navegó junto a su mujer. De nuevo se sintió culpable, pero se esforzó por dejar a un lado aquellos sentimientos. Sacudió la cabeza y se ajustó la correa del reloj con un gesto mecánico, soltándola primero, para después volver a ponerla en su posición original.
—Es realmente maravilloso —comentó Theresa por fin, mientras se volvía hacia él—. Gracias por invitarme.
Garrett se sintió aliviado cuando Theresa rompió el silencio.
—De nada. Me gusta tener compañía de vez en cuando.
Sonrió ante la respuesta, preguntándose si lo decía en serio.
—¿Sueles navegar solo?
Theresa se recostó hacia atrás mientras formulaba la pregunta, estirando las piernas por delante de él.
—Normalmente sí. Es un buen truco para desconectar del trabajo. Por muy duro que haya sido el día, en cuanto estoy aquí afuera el viento parece llevarse todo el estrés.
—¿Tan duro es bucear?
—No, el buceo es la parte divertida. Es todo lo demás. El trabajo de oficina, hablar con los clientes que anulan el curso a última hora, asegurarse de que la tienda cuenta con los suministros necesarios. Esas cosas pueden hacer que el día se haga muy largo.
—Ya entiendo. Pero te gusta tu trabajo, ¿no es así?
—Sí, no lo cambiaría por nada. —Hizo una pausa y volvió a ajustarse la correa del reloj—. Y tú, Theresa, ¿qué haces? —Esa era una de las pocas preguntas prudentes que se le habían ocurrido a lo largo del día.
—Soy columnista en el Boston Times.
—¿Estás aquí de vacaciones?
Theresa tardó un poco en responder.
—Podríamos decir que sí.
Garrett asintió con la cabeza, puesto que era la respuesta que esperaba.
—¿Sobre qué escribes?
Ella sonrió.
—Sobre la educación de los hijos.
Theresa advirtió una expresión de sorpresa en sus ojos, la misma que había visto en la de los otros hombres con los que había salido.
«Tal vez sea mejor acabar con esto ahora mismo», pensó para sí misma.
—Tengo un hijo —prosiguió—. Ya tiene doce años.
Garrett arqueó las cejas.
—¿Doce?
—Pareces sorprendido.
—Lo estoy. No parece que tengas edad para tener un hijo de doce años.
—Me lo tomaré como un cumplido —dijo con una sonrisa de satisfacción, sin tragarse el anzuelo. Todavía no estaba dispuesta a revelar su edad—. Pero es verdad, tiene doce años. ¿Te gustaría ver su foto?
—Claro —respondió Garrett.
Extrajo una foto de la cartera y se la entregó a Garrett, que la miró durante unos instantes antes de volver a alzar la vista hacia Theresa.
—Tiene tu tono de piel —comentó mientras le devolvía la foto—. Es un chico muy guapo.
—Gracias. —Mientras Theresa guardaba la fotografía, preguntó—: ¿Y tú? ¿Tienes hijos?
—No. —Negó con la cabeza—. No tengo hijos, al menos que yo sepa.
Theresa se rio ante la respuesta.
—¿Cómo se llama?
—Kevin.
—¿Está aquí de vacaciones contigo?
—No, está con su padre en California. Nos divorciamos hace unos cuantos años.
Garrett asintió sin emitir ningún juicio y volvió a mirar por encima del hombro hacia otro velero que navegaba a cierta distancia. Theresa también dirigió la mirada hacia el barco; en medio del silencio se percató de la paz que transmitía el océano en comparación con el canal intracostero. Ahora los únicos ruidos audibles eran el restallido de las velas flameando al viento, además del sonido del agua que el Happenstance apartaba al abrirse camino a través del oleaje. Pensó que sus voces también sonaban de una forma distinta en el mar. Ahí fuera adquirían pinceladas de libertad, como si el aire las pudiera llevar consigo para siempre.
—¿Te gustaría ver el resto del barco? —preguntó Garrett.
Theresa asintió.
—Me encantaría.
Garrett se puso en pie y volvió a comprobar las velas antes de dirigirse hacia la cabina del barco, seguido por Theresa. Al abrir la puerta se detuvo, abrumado de pronto por retazos de un recuerdo, largo tiempo enterrado pero que ahora parecía haber sido liberado, tal vez por la novedad de la presencia de una mujer.
Catherine estaba sentada a la mesa con una botella de vino ya descorchada. Ante ella, un jarrón con una sola flor reflejaba la luz de una sola vela encendida. La llama oscilaba con el vaivén del barco, arrojando largas sombras en el interior del casco. En la penumbra, Garrett solo pudo vislumbrar un atisbo de sonrisa.
—Pensé que sería una bonita sorpresa —dijo ella—. Hace mucho que no comemos a la luz de las velas.
Garrett miró hacia la pequeña cocina y vio dos platos cubiertos con papel de aluminio.
—¿Cuándo has traído todo esto al barco?
—Mientras estabas trabajando.
Theresa se movió por la cabina en silencio, respetando la privacidad de sus pensamientos. En caso de haberse dado cuenta de aquel momento de vacilación, no lo había hecho patente; aunque fuera solo por eso, Garrett ya le estaba agradecido.
A la izquierda de donde se encontraba Theresa, había un banco que se extendía a lo largo del costado, de anchura y longitud suficientes como para hacer las veces de cama; justo enfrente había una mesa pequeña, para dos personas. Cerca de la puerta estaba el fregadero y un fogón, y debajo una pequeña nevera; y, justo en el lado opuesto a la entrada, otra puerta conducía al camarote dormitorio.
Garrett se apartó hacia un lado con las manos en las caderas mientras Theresa exploraba el interior, curioseándolo todo. No la siguió de cerca, como habrían hecho otros hombres, sino que la dejó hacer. Sin embargo, Theresa podía sentir su mirada, aunque Garrett intentaba disimular.
—Desde fuera no parece tan grande —dijo ella tras unos instantes.
—Lo sé. —Garrett se aclaró la voz, delatando su incomodidad—. Asombroso, ¿no crees?
—Sí que lo es. Parece que tiene todo lo que se necesita para vivir.
—Así es. Si quisiera, podría navegar hasta Europa, aunque no se lo recomiendo a nadie. Pero para mí es perfecto.
Se apartó de ella y se dirigió hacia la nevera, agachándose para sacar una lata de Coca-Cola del refrigerador.
—¿Te apetece tomar algo ahora?
—Claro —contestó Theresa, mientras pasaba las manos por las paredes, para sentir la textura de la madera.
—¿Qué te apetece? Tengo SevenUp o Coca-Cola.
—SevenUp, gracias —respondió ella.
Se incorporó y le dio el refresco. Sus dedos se rozaron al coger la lata.
—No tengo hielo a bordo, pero está fría.
—Creo que lo soportaré —contestó Theresa sonriendo.
Abrió la lata y bebió un trago antes de sentarse.
Mientras Garrett abría su refresco, la observó, pensando en todo lo que había dicho antes. Tenía un hijo de doce años… y era columnista, lo cual significaba que probablemente había ido a la universidad. Si había esperado a acabar sus estudios para casarse y tener un hijo…, debía de ser unos cuatro o cinco años mayor que él. Pero no lo parecía, eso era evidente, y tampoco actuaba como la mayoría de las mujeres de veintitantos años que conocía. Percibía en ella cierta madurez, algo que solo tenían las personas que habían experimentado los altibajos de la vida.
Aunque eso no tenía importancia.
Theresa dirigió su atención a una fotografía enmarcada colgada en la pared. En ella podía verse a un Garrett mucho más joven, de pie en un embarcadero, con un marlín que había pescado. En aquella foto, sonreía ampliamente. Aquella expresión de felicidad le recordó a Kevin cuando marcaba un tanto en un partido de fútbol.
Theresa rompió aquel repentino silencio:
—Veo que te gusta pescar. —Señaló la foto.
Él se acercó. Una vez a su lado, Theresa pudo sentir el calor que irradiaba, así como su olor a sal y a viento.
—Sí —respondió Garrett en voz baja—. Mi padre era camaronero. Podría decirse que crecí en el mar.
—¿Cuántos años tiene esta foto?
—Debe de tener unos diez años, me la hicieron justo antes de volver a la universidad para hacer el último año. Había un concurso de pesca. Mi padre y yo decidimos pasar un par de noches en la corriente del golfo, donde capturamos ese marlín a unas sesenta millas de la costa. Nos llevó casi siete horas sacarlo, pues mi padre quería que aprendiera a hacerlo de la manera tradicional.
—¿Y eso qué significa?
Garrett rio por lo bajo.
—Básicamente significa que mis manos quedaron destrozadas cuando por fin lo sacamos y que al día siguiente apenas podía mover la espalda. El sedal en realidad no era lo bastante resistente para un pez de ese tamaño, así que tuvimos que dejar que el marlín siguiera nadando hasta que se cansara, para empezar a tirar de él poco a poco. Después de dejar que nadase durante un día entero hasta que estuviera tan agotado que no pudiera luchar más.
—Un poco como en El viejo y el mar, de Hemingway.
—Algo parecido, salvo que no me sentí como un anciano hasta el día siguiente. Mi padre, en cambio, hubiera podido interpretar ese papel en la película.
Theresa volvió a mirar la foto.
—¿El que está a tu lado es tu padre?
—Sí, es él.
—Se parece a ti —comentó Theresa.
Garrett hizo un amago de sonrisa, preguntándose si se trataba de un cumplido. Se acercó a la mesa. Theresa se sentó frente a él. Una vez sentada, preguntó:
—¿Has dicho que fuiste a la universidad?
Garrett la miró a los ojos.
—Sí, fui a la Universidad de Carolina del Norte y me especialicé en Biología Marina. No sentía interés por otras carreras. Entonces, como mi padre me había dicho que no podía volver a casa sin un título, pensé que sería mejor aprender algo que pudiera serme útil en el futuro.
—Y entonces compraste la tienda…
Negó con la cabeza.
—No, las cosas no fueron tan rápido. Después de licenciarme trabajé para el Duke Maritime Institute como especialista en submarinismo, pero no ganaba suficiente dinero. De modo que obtuve mi certificado de instructor y empecé a dar clases los fines de semana. La tienda vino unos cuantos años después. —Arqueó una ceja—. ¿Y tú?
Theresa volvió a beber un sorbo de SevenUp antes de responder.
—Mi vida no es tan emocionante como la tuya. Crecí en Omaha, Nebraska, y fui a la universidad en Brown. Después de graduarme, fui de aquí para allá y probé cosas distintas, hasta que me asenté en Boston. Llevo trabajando para el Times desde hace nueve años, pero como columnista no hace tanto. Antes era periodista.
—¿Te gusta tu trabajo?
Theresa reflexionó unos instantes, como si fuera la primera vez que se lo planteaba.
—Es un buen trabajo —contestó—. Estoy mucho mejor ahora que cuando empecé. Puedo ir a buscar a Kevin al colegio y tengo la libertad de escribir lo que quiera, siempre que se ajuste a la línea temática de mi columna. Además, está bastante bien pagado, así que no puedo quejarme, pero… —Volvió a hacer una pausa—. Ya no es emocionante. No me malinterpretes, me gusta lo que hago, pero a veces tengo la sensación de que siempre repito lo mismo. Aun así, no está tan mal, si no fuera porque tengo tanto trabajo con Kevin. Supongo que ahora mismo soy la típica madre que está sola y estresada, no sé si me entiendes.
Garrett asintió comprensivo y habló en voz baja.
—Las cosas a menudo no salen como imaginábamos, ¿no te parece?
—Sí, supongo que así es —respondió ella, mientras alzaba la vista para mirarle. Por la expresión en su rostro, Theresa pensó que tal vez Garrett acababa de decir algo que no solía confesarle a nadie. Sonrió y se inclinó hacia él—. ¿Tienes hambre? He traído algo para comer.
—Cuando tú quieras.
—Espero que te gusten los sándwiches y las ensaladas. Es lo único que se me ocurrió que no se puede estropear.
—Seguramente será bastante mejor de lo que hubiera cenado esta noche de estar solo. Es probable que solo hubiera comido una hamburguesa antes de salir. ¿Prefieres comer aquí o en cubierta?
—Arriba, en cubierta.
Abandonaron la cabina llevando consigo las latas de refresco. Al salir, Garrett descolgó un chubasquero de un gancho situado cerca de la puerta e hizo señas a Theresa para que no le esperara.
—Dame un minuto para echar el ancla —dijo—, así podremos comer sin tener que estar pendientes del velero a cada rato.
Theresa volvió a sentarse y abrió la cesta que había traído. En el horizonte, el sol se escondía detrás de una muralla de enormes cúmulos. Sacó un par de sándwiches envueltos en celofán y unos recipientes de plástico que contenían ensalada de repollo y de patatas.
Vio que Garrett dejaba a un lado el impermeable y arriaba las velas, de forma que el velero redujo la marcha casi de inmediato. Mientras trabajaba, Theresa solo veía su espalda. Volvió a fijarse en la fortaleza de su cuerpo. Desde el lugar en el que se encontraba, los músculos de los hombros ahora le parecían mucho más imponentes, resaltados por la estrecha cintura. No podía creer que realmente estuviera navegando con aquel hombre, cuando hacía tan solo dos días todavía estaba en Boston. De algún modo, todo aquello parecía irreal.
Mientras Garrett trabajaba, Theresa alzó la vista. La brisa había arreciado, se notaba el descenso de las temperaturas y el cielo se oscurecía poco a poco.
Cuando el velero se hubo detenido, Garrett echó el ancla. Esperó unos minutos, para asegurarse de que estaba fija; cuando le pareció que todo estaba bien, tomó asiento al lado de Theresa.
—Me gustaría poder ayudarte —dijo Theresa con una sonrisa.
Ella se echó el pelo hacia atrás, por encima del hombro, tal como solía hacer Catherine. Garrett se quedó en silencio.
—¿Todo bien? —preguntó Theresa.
Garrett asintió, aunque volvía a sentirse incómodo.
—Ahora mismo sí. Pero estaba pensando que, si el viento sigue aumentando, tendremos que hacer varios bordos para volver.
Theresa sirvió en un plato un poco de ensalada de patatas y de repollo, junto a un sándwich, y se lo ofreció a Garrett. Se dio cuenta de que se había sentado más cerca de ella.
—¿Eso quiere decir que tardaremos más en regresar?
Garrett cogió uno de los tenedores de plástico y empezó a comer la ensalada de repollo. Tardó un poco en responder.
—Un poco más, pero no supondrá un problema, a menos que el viento amaine por completo. En ese caso, tendremos que esperar.
—Supongo que eso ya te ha pasado antes.
Garrett asintió con la cabeza.
—Una o dos veces. No es lo habitual, pero puede suceder.
Theresa parecía confusa.
—¿Y por qué es tan poco habitual? No siempre hay viento.
—En el océano normalmente sí.
—¿Por qué?
Garrett sonrió divertido y dejó el sándwich en el plato.
—El caso es que los vientos se producen por las diferencias de temperatura, cuando el aire caliente sube y empuja el aire más frío. En el océano, para que no haya viento, la temperatura del aire debe ser exactamente la misma que la del agua en varias millas a la redonda. En estas latitudes, el aire suele ser cálido durante el día, pero en cuanto empieza a ponerse el sol, la temperatura baja enseguida. Por esa razón, la mejor hora para salir es al anochecer, ya que la temperatura cambia constantemente y ofrece las mejores condiciones para navegar.
—¿Qué pasa si el viento deja de soplar?
—Las velas empiezan a flamear; entonces, al no inflarse, el barco al final se detiene. No se puede hacer nada para volver a ponerlo en marcha.
—¿Y dices que ya te ha pasado antes?
Garrett asintió.
—¿Y qué hiciste entonces?
—Nada. Me relajé y disfruté de la tranquilidad. En ningún momento estuve en peligro, y sabía que el aire no tardaría en volver a enfriarse. De modo que me limité a esperar. Después de una hora, más o menos, empezó a soplar la brisa y pude regresar a puerto.
—Lo dices como si al final hubiera acabado siendo un día agradable.
—Lo fue. —Esquivó la mirada penetrante de Theresa y fijó la vista en la puerta de la cabina. Tras una breve pausa añadió, casi como si estuviera hablando consigo mismo—: Uno de los mejores.
Catherine se acomodó en el banco de forma que Garrett tuviera sitio para sentarse.
—Ven y siéntate conmigo.
Garrett cerró la puerta de la cabina y fue hacia ella.
—Es el mejor día que hemos pasado juntos desde hace algún tiempo —dijo ella en voz baja—. Tengo la sensación de que los dos hemos estado muy ocupados últimamente y…, no sé… —Su voz se fue apagando—. Solo quería hacer algo especial contigo.
Mientras hablaba, Garrett pensó que su mujer tenía la misma expresión de ternura que en su noche de bodas.
Garrett se sentó a su lado y sirvió el vino.
—Lo siento, he estado muy ocupado últimamente en la tienda —dijo en voz baja—. Te quiero, ya lo sabes.
—Lo sé. —Ella sonrió y le tomó la mano.
—Te prometo que eso cambiará.
Catherine asintió, mientras cogía su copa de vino.
—No hablemos de eso. Ahora solo quiero que disfrutemos de nosotros dos. Sin distracciones.
—¿Garrett?
Sobresaltado, miró a Theresa.
—Lo siento… —empezó a decir.
—¿Estás bien? —Ella le miró fijamente, con una mezcla de preocupación y perplejidad en la mirada.
—Estoy bien… Solo me estaba acordando de un asunto del que tengo que ocuparme —improvisó—. No importa —continuó enderezándose y entrelazando las manos sobre una rodilla—, basta ya de hablar de mí. Si no te molesta, Theresa…, cuéntame cosas de ti.
Sorprendida y sin estar muy segura de qué era lo que quería saber exactamente, empezó desde el principio, destacando los aspectos básicos con un poco más de detalle, su educación, su trabajo, sus aficiones. Pero sobre todo le habló de Kevin, de lo maravilloso que era y de lo mal que se sentía por no poder pasar más tiempo con él.
Garrett la escuchaba en silencio. Cuando Theresa dejó de hablar, él le preguntó:
—¿Y dices que estuviste casada?
Ella asintió.
—Durante ocho años. Pero David, así se llama mi exmarido, aparentemente perdió el interés en la relación, por alguna razón…, y acabó teniendo una aventura. No pude soportarlo.
—Yo tampoco podría —dijo Garrett con voz suave—, pero eso no es ningún consuelo.
—No, no lo es. —Theresa hizo una pausa y bebió un trago de refresco—. Pero nos llevamos bien, a pesar de todo. Es un buen padre para Kevin. Eso es lo único que me interesa.
Notaron cómo el casco se balanceaba con una ola de gran tamaño. Garrett comprobó que el ancla seguía fija. Al regresar al lado de Theresa, ella le preguntó:
—Tu turno. Háblame de ti.
Garrett también empezó desde el principio: le habló de su infancia en Wilmington, como hijo único. Le contó que su madre murió cuando él tenía doce años y que su padre pasaba casi todo el tiempo en el barco, hasta cierto punto podría decirse que creció en el mar. Le habló de sus días en la universidad, aunque omitió algunos episodios alocados que podrían dar una imagen engañosa de su persona. Describió los inicios en la tienda y cómo era un día típico en su vida. Curiosamente, no mencionó a Catherine, lo cual la sorprendió.
Mientras hablaban, se había hecho la oscuridad. La niebla había empezado a rodearlos. El barco se mecía suavemente con las olas. Todo el conjunto creaba un ambiente íntimo. El aire fresco, la brisa en la cara y el suave movimiento del barco, todo aquello conspiró para que su anterior nerviosismo se disipara.
Posteriormente, Theresa intentaría recordar la última vez que se había sentido así en una cita. En ningún momento se sintió presionada por Garrett para volver a verse, ni tampoco le pareció que él esperara algo más de aquella noche. La mayoría de los hombres que había conocido en Boston parecían tener en común una actitud, según la cual creían ser merecedores de algo más por el simple hecho de haber dejado de lado sus asuntos para pasar una noche agradable. Era una actitud adolescente y, sin embargo, típica. Le encantó que esta vez fuera diferente.
Cuando llegaron a un alto en la conversación, Garrett se reclinó y se pasó las manos por el cabello. Cerró los ojos como si estuviera saboreando aquellos momentos en silencio. Entre tanto, Theresa volvió a guardar cuidadosamente los platos usados y las servilletas en la cesta, para que no fueran a parar al mar debido al viento. En un momento dado, Garrett salió de su trance y se puso en pie.
—Creo que ha llegado la hora de volver —dijo, casi como si le diera lástima que la salida llegara a su fin.
Pocos minutos después, el velero ya estaba en movimiento. Theresa advirtió que el viento era mucho más fuerte que antes. Garrett estaba de pie al timón y mantenía fijo el rumbo del Happenstance. Ella permanecía de pie a su lado, apoyada en el pasamanos, repitiendo la conversación una y otra vez en su cabeza. Ninguno de ellos habló durante un buen rato. Garrett empezó a preguntarse por qué se sentía tan turbado.
La última vez que habían navegado juntos, Catherine y Garrett hablaron tranquilamente durante horas, mientras disfrutaban de la cena y el vino. El mar estaba en calma, y el suave vaivén del oleaje, tan familiar, resultaba reconfortante.
Un poco más avanzada la noche, después de hacer el amor, Catherine estaba tumbada al lado de Garrett y le acariciaba el pecho con los dedos, sin decir nada.
—¿En qué estás pensando? —preguntó él finalmente.
—Solo en que nunca creí que pudiera amar a alguien tanto como a ti —susurró.
Él le acarició a su vez las mejillas. Los ojos de Catherine estaban fijos en los suyos.
—Yo tampoco imaginaba que fuera posible —respondió suavemente—. No sé qué haría sin ti.
—Quiero que me prometas algo.
—Lo que quieras.
—Si me pasa cualquier cosa, prométeme que encontrarás a otra persona.
—No creo que pudiera amar a otra persona que no seas tú.
—Simplemente prométemelo, ¿de acuerdo?
Tardó un poco en contestar.
—De acuerdo. Si eso te hace feliz, te lo prometo.
Garrett sonrió con ternura.
Catherine se acurrucó a su lado.
—Soy feliz, Garrett.
Cuando finalmente aquel recuerdo se desvaneció, Garrett se aclaró la voz y rozó el brazo de Theresa para llamar su atención. Señaló hacia el cielo.
—Mira —dijo por fin, esforzándose por dotar la conversación de un tono neutral—. Antes de que existieran los sextantes y las brújulas, los navegantes recurrían a las estrellas para orientarse. Allí puedes ver la estrella polar, que siempre señala hacia el norte.
Theresa alzó la vista al cielo.
—¿Cómo sabes de qué estrella se trata?
—Se utilizan otras estrellas como referencia. ¿Ves el carro?
—Sí.
—Si trazas una línea recta desde las dos estrellas en la parte posterior, llegarás a la estrella polar.
Theresa observó a Garrett mientras este señalaba las estrellas de las que hablaba. Pensó en él y en las cosas que le interesaban: navegar, bucear, pescar, orientarse con las estrellas; cualquier cosa que tuviera que ver con el mar. Aunque también se trataba de actividades que le permitían estar a solas durante horas.
Garrett estiró un brazo para hacerse con el chubasquero azul marino que antes había dejado cerca del timón y se lo puso.
—Los fenicios probablemente fueron los primeros grandes exploradores del océano de la historia. Ya en el año 600 a. C. afirmaban haber costeado el continente africano, pero nadie lo creyó, pues dijeron que la estrella del norte había desaparecido a mitad del viaje. Y en efecto así había sido.
—¿Por qué?
—Porque pasaron al hemisferio sur. Y por eso hoy en día los historiadores saben que realmente ellos fueron los primeros. Nadie había visto algo parecido antes, o por lo menos no existe ningún registro histórico de ello. Pasaron casi dos mil años antes de que se confirmara que tenían razón.
Theresa escuchaba, imaginando tan largo viaje. Se preguntaba por qué nunca había aprendido cosas semejantes cuando era niña. Sentía una gran curiosidad por aquel hombre con una infancia tan distinta a la suya. Y de pronto supo por qué Catherine se había enamorado de él. No era especialmente atractivo, ni ambicioso, ni encantador. Garrett tenía un poco de todo eso, pero lo más destacable es que parecía vivir según su propia filosofía. Había algo misterioso y distinto a los demás en la forma en que actuaba, algo muy masculino y que hacía que no se pareciera a ninguna otra persona que hubiera conocido antes.
Garrett la miró de soslayo al ver que Theresa guardaba silencio, y de nuevo se dio cuenta de lo guapa que era. En la oscuridad, su tez pálida parecía casi etérea. Se sorprendió a sí mismo imaginando que acariciaba con los dedos el contorno de sus mejillas. Entonces, sacudiendo la cabeza, intentó olvidar aquella idea.
Pero no pudo. La brisa revolvía los cabellos de Theresa. A él se le hizo un nudo en el estómago. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que había sentido aquello? Seguramente demasiado. Pero no podía ni deseaba hacer nada al respecto. Fue consciente de ello al observarla. No se trataba del momento, ni del lugar…, ni tampoco de si esa persona era la adecuada o no. En lo más profundo de su ser, se preguntó si algún día volvería a tener una vida normal, a parecerle que algo de eso estaba bien.
—Espero no estar aburriéndote —dijo por último, con una serenidad forzada—. Siempre me han interesado esta clase de historias.
Theresa le miró y sonrió.
—No, en absoluto. Me ha gustado la historia. Solo estaba imaginándome por lo que debieron pasar aquellos hombres. No es fácil aventurarse en algo totalmente desconocido.
—No, no lo es —respondió Garrett, con la sensación de que Theresa le había leído el pensamiento.
Las luces de la costa parecían titilar en la niebla cada vez más espesa. El Happenstance cabeceaba suavemente con el oleaje a medida que se aproximaban a la ensenada. Theresa miró por encima del hombro para localizar los objetos que había traído consigo. El viento había arrojado la chaqueta a la esquina próxima a la cabina. Tomó nota, para no olvidarla cuando llegasen al puerto deportivo.
Aunque Garrett había dicho que solía navegar solo, se preguntó si habría llevado a alguien más aparte de Catherine. Y en caso contrario, ¿qué podía significar eso? Era consciente de que él la había observado continuamente, aunque siempre con discreción. Pero aunque hubiera demostrado sentir curiosidad acerca de ella, no parecía dispuesto a mostrar sus sentimientos. No había intentado sonsacarle más información de la que ella había querido darle y no le había preguntado si tenía una relación con alguien. No había hecho nada aquella noche que pudiera interpretarse como algo más que simple interés.
Garrett accionó un interruptor y se encendieron unas cuantas luces en el perímetro del velero. No tenían la suficiente intensidad para poder verse con claridad, pero sí para que los demás barcos los vieran acercarse. Garrett señaló hacia un punto oscuro en la costa.
—La entrada está ahí, entre las luces —dijo mientras hacía girar la rueda en aquella dirección. Las velas flamearon y la botavara osciló para después volver a su posición original.
—Bueno —dijo Garrett finalmente—, ¿te ha gustado tu primera salida en barco?
—Sí, ha sido fantástico.
—Me alegro. No hemos cruzado el ecuador, pero hoy no podíamos ir más lejos.
Permanecieron en silencio, de pie, uno al lado del otro, aparentemente cada uno sumido en sus pensamientos. Otro velero que también regresaba al puerto deportivo apareció en medio de la oscuridad a un cuarto de milla de distancia. Garrett lo esquivó. Escudriñó a babor y a estribor, para asegurarse de que no había otras embarcaciones a la vista. Theresa advirtió que ya no podía verse el horizonte debido a la niebla.
Ella se volvió hacia él y se dio cuenta de que el viento le había despeinado. El chubasquero le llegaba hasta la mitad del muslo, desabrochado. Estaba muy deteriorado, como si hiciera años que lo usaba. Le hacía parecer más alto de lo que era. Pensó que recordaría esa imagen de él para siempre, así como la primera vez que lo vio.
Mientras se acercaban a la costa, a Theresa de repente le asaltó la duda de si volverían a verse. En breve estarían de regreso en el muelle y se despedirían. No estaba segura de que Garrett fuera a preguntarle si quería volver a acompañarle, y no sería ella quien lo propusiera. Por alguna razón, no le parecía el modo correcto de proceder.
Se abrieron camino hacia la bocana y pusieron rumbo al puerto deportivo. Garrett navegó de nuevo justo por el centro del canal. Theresa advirtió la presencia de toda una serie de señales triangulares que jalonaban la entrada. Él siguió navegando a vela aproximadamente hasta el mismo lugar en el que las había izado al salir; al llegar a ese punto las arrió con la misma eficacia de la que había hecho gala durante toda la noche. El motor arrancó. Al cabo de pocos minutos dejaron atrás los barcos que habían estado atracados toda la noche. Al llegar al amarre, Theresa permaneció en pie en cubierta mientras Garrett saltaba al embarcadero y fijaba las amarras del Happenstance.
Ella fue hacia la popa para coger la cesta y la chaqueta. De pronto se detuvo. Caviló durante un instante y cogió la cesta, pero no la chaqueta, que escondió parcialmente bajo el cojín del banco con la mano que le quedaba libre. Cuando Garrett le preguntó si todo estaba en orden, ella carraspeó y dijo:
—Claro, solo estoy recogiendo mis cosas.
A continuación, fue hacia el costado del barco. Él le tendió una mano para ayudarla a bajar. Theresa volvió a sentir la fortaleza de aquella mano y abandonó el Happenstance para poner pie en tierra.
Se miraron fijamente durante unos instantes, como si estuvieran pensando qué es lo que pasaría a continuación, hasta que por fin Garrett señaló hacia el barco.
—Tengo que acabar de recogerlo todo, y me va a llevar un rato.
Theresa asintió.
—Ya me lo imaginaba.
—¿Puedo acompañarte al coche?
—Claro —dijo Theresa, y empezaron a caminar por el puerto deportivo hasta llegar al coche de alquiler.
Garrett esperó mientras Theresa buscaba las llaves en la cesta. Cuando las encontró, abrió la puerta del coche.
—Me lo he pasado muy bien esta noche, pero eso ya te lo he dicho antes —comentó.
—Yo también.
—Deberías llevar a navegar a otras personas. Estoy segura de que disfrutarían tanto como yo.
—Me lo pensaré —respondió él tras sonreír.
Sus miradas se encontraron. Por un momento Garrett vio a Catherine en la oscuridad.
—Será mejor que regrese al barco —añadió enseguida, sintiéndose un poco incómodo—. Mañana tengo que madrugar.
Theresa asintió. Garrett le tendió la mano, sin saber muy bien cómo despedirse.
—Me ha gustado conocerte, Theresa. Espero que disfrutes del resto de tus vacaciones.
A ella se le antojó un tanto extraño darle la mano después de la noche que acababan de pasar juntos, pero le habría sorprendido aún más que se despidiera de otro modo.
—Gracias por todo, Garrett. A mí también me ha gustado mucho conocerte.
Theresa ocupó su asiento tras el volante y encendió el motor. Garrett cerró la puerta y esperó a que el automóvil se pusiera en marcha. Le sonrió por última vez y miró por el retrovisor para salir marcha atrás. Él la saludó mientras el coche se alejaba y esperó a que este saliera del puerto deportivo. Después dio media vuelta y volvió al embarcadero, preguntándose por qué se sentía tan inquieto.
Veinte minutos después, cuando Garrett estaba cerrando el Happenstance, Theresa abría la puerta de la habitación del hotel. En cuanto entró en la habitación, dejó todas las cosas encima de la cama y fue hacia el baño. Se refrescó la cara con agua fría y se lavó los dientes antes de desvestirse. Una vez tumbada en la cama, todavía con la luz de la mesilla encendida, cerró los ojos y pensó en Garrett.
David hubiera actuado de forma muy distinta, de haber sido él quien la hubiera llevado a navegar. Habría preparado aquella noche de forma que todo encajara con la encantadora imagen que deseaba proyectar: «Casualmente tengo un poco de vino, ¿te apetece tomar una copa?». A buen seguro habría hablado bastante más sobre sí mismo, pero de forma sutil; David era consciente de lo fina que era la línea que separaba la seguridad en uno mismo de la arrogancia, y se habría asegurado de no cruzarla tan rápido. Con el tiempo, una se daba cuenta de que todo formaba parte de un plan perfectamente diseñado para causar la mejor impresión. Pero Garrett era distinto. Theresa supo reconocer de inmediato que no estaba actuando; su forma de comportarse destilaba sinceridad, y eso era lo que había despertado su curiosidad. Sin embargo, seguía preguntándose si había hecho lo correcto. Todavía no estaba segura de ello. Se sentía un tanto manipuladora respecto a sus acciones; no le gustaba esa manera de actuar.
Pero ya estaba hecho. Había tomado una decisión y no había vuelta atrás. Apagó la luz. Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, miró hacia el espacio libre entre las cortinas a medio descorrer. La luna creciente por fin estaba en el cielo y arrojaba un tímido haz de luz sobre la cama. Se quedó mirándola fijamente, como hipnotizada, hasta que su cuerpo por fin se relajó y sus ojos se cerraron.