Capítulo 5

Theresa se despertó temprano, como de costumbre, y se levantó para mirar por la ventana. El sol de Carolina del Norte arrojaba prismas dorados a través de la bruma matinal. Abrió la puerta del balcón para ventilar la habitación.

Ya en el baño, se quitó el pijama, abrió el grifo de la ducha y entró en ella. Pensó en lo fácil que había sido llegar hasta allí. Aún no habían pasado cuarenta y ocho horas desde que Deanna y ella se habían sentado a examinar las cartas, a hacer llamadas de teléfono y a buscar a Garrett. Cuando llegó a casa, fue a hablar con Ella, quien de nuevo aceptó cuidar a Harvey y recoger su correspondencia.

Al día siguiente fue a la biblioteca para informarse sobre submarinismo. Le pareció lo más lógico. Los años que había dedicado al periodismo le habían enseñado a no dar nada por supuesto, a idear un plan y a estar siempre preparada para cualquier cosa.

El plan por el que finalmente se había decidido era muy simple. Iría a Island Diving y echaría un vistazo al establecimiento, con la esperanza de poder ver a Garrett Blake. Si resultaba ser un hombre de setenta años o un estudiante de veinte, daría media vuelta y volvería a casa. Pero si su instinto no se equivocaba y era un hombre de su edad, intentaría hablar con él. Por esa razón había dedicado algo de tiempo a aprender un poco sobre submarinismo: quería dar la impresión de que sabía algo del tema. Probablemente podría averiguar más cosas sobre él si le hablaba de algún tema de su interés, sin tener que explicar demasiado de ella misma. Entonces podría evaluar mejor la situación.

¿Y después? Esa era la parte de la que no estaba tan segura. No quería decirle a Garrett la verdad desnuda, la razón por la que había ido hasta allí; parecería una locura: «Hola, leí las cartas para Catherine y, puesto que sé hasta qué punto la amabas, pensé que tal vez eres el hombre que he estado buscando». No, eso quedaba descartado. Había otra posibilidad, pero no sonaba mucho mejor: «Hola, soy del Boston Times y encontré tus cartas. ¿Podría escribir un artículo sobre ti?». Tampoco le parecía una buena idea, al igual que las demás ocurrencias que se le habían pasado por la cabeza.

Pero no había viajado desde tan lejos para darse por vencida a las primeras de cambio, a pesar de que no supiera qué decir. Además, tal como Deanna había dicho, si no funcionaba, simplemente regresaría a Boston.

Salió de la ducha, se secó antes de extenderse un poco de crema hidratante en los brazos y las piernas, y se puso una blusa blanca de manga corta, unos shorts vaqueros y unas sandalias blancas. Quería tener un aspecto informal y lo consiguió. No quería llamar la atención de buenas a primeras. Después de todo, no sabía con lo que se iba a encontrar. Quería aprovechar la oportunidad para evaluar la situación por sí misma.

Cuando estaba a punto de salir, buscó la guía de teléfonos, la hojeó y garabateó en un trozo de papel la dirección de Island Diving. Respiró profundamente y empezó a caminar por el vestíbulo del hotel. Volvió a repetirse a sí misma esa especie de mantra que habían sido las palabras de Deanna.

Hizo una primera parada en un pequeño supermercado, en el que compró un mapa de Wilmington. El dependiente le indicó el camino que debía seguir. Theresa logró no perderse, a pesar de que Wilmington era más grande de lo que había imaginado. Había tráfico en las calles, en especial en los puentes que conducían a las islas cercanas a la costa: Kure Beach, Carolina Beach y Wrightsville Beach. Eran las islas comunicadas con la ciudad mediante puentes. Al parecer, la mayor parte del tráfico se dirigía hacia allí.

Island Diving se encontraba en las proximidades del puerto deportivo. Una vez que hubo atravesado el centro de la ciudad, el tráfico parecía un poco más fluido. Cuando llegó a la calle que buscaba, redujo la marcha y buscó la tienda de submarinismo.

No estaba lejos del último cruce. Tal como esperaba, había unos cuantos coches aparcados cerca del edificio. Encontró un hueco a pocos metros de la entrada.

Se trataba de un edificio de madera antiguo, de colores desvaídos por el salitre y la brisa marina, una de cuyas fachadas daba al canal intracostero del Atlántico. Había un letrero pintado a mano colgado de dos cadenas de metal oxidadas; las ventanas polvorientas parecían haber sobrevivido a mil temporales.

Salió del coche, se apartó el cabello de la cara y se dirigió a la entrada. Se detuvo un momento antes de abrir la puerta para respirar hondo y concentrarse. A continuación, entró en la tienda esforzándose por fingir que estaba allí para comprar algo.

Echó un vistazo a la tienda, caminó por los pasillos y observó cómo los variopintos clientes examinaban algunos artículos y volvían a dejarlos en los estantes. Buscó con la mirada a alguien que pareciera trabajar allí. Lanzó miradas furtivas a todos los hombres que había en el establecimiento, preguntándose: «¿Será ese Garrett?». En su mayoría, sin embargo, parecían ser clientes.

Se dirigió hacia la parte de atrás y de pronto se encontró mirando atentamente toda una serie de artículos de periódicos y revistas, enmarcados y plastificados, expuestos justo encima de los estantes. Tras echar un rápido vistazo, se inclinó hacia delante para examinarlos más de cerca; entonces se dio cuenta de que había dado con la respuesta a su primera pregunta sobre el misterioso Garrett Blake.

Por fin sabía qué aspecto tenía.

El primero era un artículo copiado del periódico que trataba sobre submarinismo; el pie de foto simplemente decía: «Garrett Blake de Island Diving, preparando a sus alumnos para su primera inmersión en el océano».

En aquella foto, Garrett estaba ajustando las correas del arnés que sujetaba la botella de oxígeno a la espalda de un alumno; al verla comprobó que Deanna y ella no se habían equivocado en sus suposiciones. Parecía estar en la treintena, tenía la cara delgada y el pelo corto, de un tono castaño que parecía aclarado por largas horas de exposición al sol. Era unos diez centímetros más alto que el alumno y la camiseta sin mangas dejaba al descubierto los músculos bien definidos de los brazos.

La foto ampliada no era de buena calidad, por lo que no le fue posible determinar el color de los ojos, pero le pareció que la cara también estaba curtida por las horas pasadas a la intemperie. Creyó ver arrugas en el rostro, aunque también podrían deberse a que estaba entrecerrando los ojos debido al sol.

Leyó el artículo con atención, tomando nota mentalmente de los horarios de las clases y algunos detalles sobre el proceso para obtener los certificados. El segundo artículo no incluía ninguna foto, pero hablaba sobre el submarinismo dirigido a visitar pecios, afición popular en Carolina del Norte. Al parecer, había más de quinientos barcos hundidos registrados en la costa de Carolina del Norte, también llamada ahora «el cementerio del Atlántico». Debido a la barrera de islas llamada Outer Banks y a otras situadas en las proximidades de la costa, muchos barcos habían encallado allí durante siglos.

El tercer artículo, que tampoco incluía ninguna foto, versaba sobre el Monitor, el primer acorazado federal de la Guerra Civil. Había naufragado en las proximidades del cabo Hatteras en 1862, cuando iba rumbo a Carolina del Sur, mientras era remolcado por un barco de vapor. Al final se había descubierto la ubicación del buque hundido; entonces habían pedido a Garrett Blake y a otros buzos del Duke Marine Institute que se sumergieran en el fondo oceánico para explorar las posibilidades de sacarlo a flote.

El cuarto artículo trataba acerca del Happenstance. Incluía ocho fotos del velero desde distintos ángulos, tanto del interior como del exterior, que ofrecían detalles de las tareas de restauración. Descubrió que el velero era una pieza única, ya que estaba construido en su totalidad en madera y había salido de los muelles de Lisboa, en 1927. Diseñado por Herreshoff, uno de los ingenieros marítimos más destacados de la época, tenía una larga historia llena de aventuras (fue utilizado incluso en la Segunda Guerra Mundial para observar las guarniciones alemanas apostadas en las costas de Francia). Por último, llevaron el velero a Nantucket, donde lo adquirió un hombre de negocios de esa zona. Cuando Garrett Blake lo compró, hacía cuatro años, estaba muy deteriorado. Según el artículo, él y su mujer, Catherine, lo habían restaurado.

«Catherine…»

Theresa buscó la fecha en que había sido escrito el artículo. Abril de 1992. El artículo no mencionaba la muerte de Catherine. Así pues, como una de las cartas había sido encontrada hacía tres años en Norfolk, se suponía que debía de haber muerto en algún momento de 1993.

—¿Puedo ayudarla?

Theresa se dio la vuelta instintivamente hacia la voz que oyó a sus espaldas. Un hombre joven le ofreció una sonrisa; se alegró de haber visto una foto de Garrett algunos momentos antes: no era él.

—¿La he asustado? —preguntó.

Ella negó con un movimiento rápido de cabeza.

—No…, solo estaba mirando las fotos.

El joven las miró e hizo un gesto de aprobación con la cabeza.

—Es muy bonito, ¿no le parece?

—¿El qué?

—El Happenstance. Garrett, el propietario de la tienda, lo restauró. Es un velero fantástico. Uno de los más bonitos que he visto nunca, ahora que está terminado.

—¿Está aquí? Me refiero a Garrett.

—No, está en el muelle. No estará aquí hasta última hora de la mañana.

—Oh…

—¿Puedo ayudarla en algo? Ya sé que la tienda está un poco revuelta, pero aquí encontrará todo lo que necesita para bucear.

Negó con la cabeza.

—No, en realidad solo estaba mirando.

—De acuerdo, pero, si puedo ayudarla a buscar algo, no dude en preguntarme.

—Lo haré —dijo. El joven asintió risueño, dio media vuelta y se dirigió hacia el mostrador en la entrada de la tienda. Antes de poder reprimirse, se oyó a sí misma diciendo—: ¿Ha dicho que Garrett estaba en el muelle?

El chico se volvió de nuevo y siguió caminando de espaldas mientras respondía.

—Sí, a un par de manzanas de aquí. En el puerto deportivo. ¿Sabe dónde está?

—Creo que pasé por delante de camino hacia aquí.

—Todavía estará allí como mínimo durante una hora, pero, como le dije, si vuelve más tarde, le encontrará en la tienda. ¿Quiere que le deje un recado?

—No, no es importante.

Pasó los tres minutos siguientes fingiendo estar interesada por diferentes artículos en los estantes, antes de salir de la tienda tras despedirse del joven.

Pero en lugar de ir al coche, se dirigió al puerto deportivo.

Cuando llegó al muelle, miró a su alrededor con la esperanza de localizar el Happenstance. Puesto que la inmensa mayoría de los barcos eran blancos y el que buscaba era de madera natural, lo divisó enseguida y se dirigió a la rampa de bajada del embarcadero correspondiente.

Aunque al descender por la rampa estaba nerviosa, los artículos que había leído en la tienda le habían dado un par de ideas para iniciar la conversación. Cuando le encontrara, simplemente le explicaría que después de haber leído el artículo sobre el Happenstance, quería ver el velero de cerca. Sonaría convincente, y esperaba que aquello diera pie a una conversación. Entonces ya se habría hecho una idea de cómo era Garrett en persona. Y después… Bueno, después ya vería.

Al acercarse al velero, sin embargo, lo primero que advirtió fue que no parecía haber nadie en él. Ni en cubierta ni tampoco en el embarcadero. Parecía, de hecho, que en toda la mañana nadie había pasado por allí. La embarcación estaba cerrada; las velas, guardadas en sus fundas. Todo parecía estar en orden. Tras buscar algún indicio de que Garrett rondara por allí, comprobó el nombre escrito en la popa del velero. Se trataba en efecto del Happenstance. Se apartó un mechón de la cara mientras cavilaba. Le parecía extraño que el joven de la tienda hubiera dicho que Garrett estaba allí.

En lugar de volver a la tienda enseguida, dedicó unos minutos a admirar el velero. Era hermoso, suntuoso y rico en detalles, a diferencia de las demás embarcaciones. Tenía mucho más carácter que los otros veleros amarrados a ambos lados, y supo por qué se había publicado un artículo sobre él en el periódico. De algún modo, le recordaba una versión en miniatura de los barcos piratas que había visto en las películas. Deambuló de arriba abajo durante un rato, examinándolo desde diferentes ángulos y preguntándose cuál debía de haber sido su aspecto antes de restaurarlo. En su mayor parte, parecía nuevo, pero supuso que no habían sustituido la madera en su totalidad. Probablemente la habían lijado, como pudo comprobar al acercarse al casco y observar que estaba mellado, lo cual corroboraba su teoría.

Al final decidió volver a intentarlo en Island Diving un poco más tarde. Obviamente el joven dependiente se había equivocado. Tras echar un último vistazo al velero, dio media vuelta dispuesta a irse del puerto.

Había un hombre en la rampa, a pocos metros de distancia, observándola con atención.

«Garrett…»

Bajo el sol de la mañana, su camisa presentaba un par de manchas de sudor. Era una prenda vieja a la que habían quitado las mangas y que, por tanto, dejaba al descubierto los músculos fuertes de los brazos y los antebrazos. Tenía las manos sucias, probablemente de grasa. El reloj sumergible estaba rayado, como si lo llevara desde hacía años. Vestía pantalones cortos y náuticos sin calcetines, y tenía el aspecto de ser alguien que pasaba la mayor parte de su tiempo, si no todo, cerca del océano.

La miró mientras ella daba inconscientemente un paso hacia atrás.

—¿Puedo ayudarla en algo? —preguntó mientras le ofrecía una sonrisa, pero sin acercarse a ella, como si tuviera miedo de que se sintiera intimidada.

Y así fue como se sintió cuando sus miradas se cruzaron.

Durante un instante, lo único que pudo hacer fue mirarlo fijamente. A pesar de que ya había visto una foto suya, le pareció que era aún más atractivo de lo que esperaba, aunque no hubiera sabido decir por qué. Era alto y de espaldas anchas. No era demasiado guapo. Parecía que el sol y el mar habían curtido su rostro bronceado y de rasgos marcados. Sus ojos no eran tan hipnóticos como los de David, pero había algo irresistible en su mirada. Algo muy masculino en la manera de mirarla, de pie frente a ella.

Theresa recordó su plan y respiró hondo. Señaló hacia el Happenstance.

—Solo estaba admirando tu barco. Es muy bonito.

Él se restregó las manos para intentar eliminar en parte el exceso de grasa y dijo educadamente:

—Gracias, muy amable.

La intensa mirada de Garrett le trajo a la mente lo que había pasado en los últimos días: el hallazgo de la botella, la curiosidad creciente, sus pesquisas, el viaje a Wilmington y, por último, su encuentro cara a cara. Abrumada, cerró los ojos y se sorprendió a sí misma luchando por no perder el control. En cierto modo, no había esperado que todo sucediera tan deprisa. De repente, tuvo miedo.

Garrett dio un tímido paso adelante.

—¿Te encuentras bien? —preguntó, preocupado.

Theresa volvió a respirar hondo para intentar relajarse y dijo:

—Sí, creo que sí. Me he mareado un poco.

—¿Estás segura?

Se pasó la mano por el cabello, avergonzada.

—Sí, ya estoy bien. De veras.

—Me alegro —dijo, y a continuación hizo una pausa como para comprobar que no le estaba mintiendo. Cuando se convenció de que ya estaba mejor, preguntó con cierta curiosidad—: ¿Nos hemos visto antes?

Theresa negó con un movimiento lento de cabeza.

—No creo.

—Entonces, ¿cómo sabías que es velero es mío?

—Oh… Vi tu foto en los artículos expuestos en la pared de la tienda, al lado de las fotos del barco —respondió ella, aliviada—. El dependiente me dijo que estarías aquí, así que pensé que podría venir a echarle un vistazo.

—¿Te dijo que estaría aquí?

Theresa hizo una pausa para recordar las palabras exactas.

—En realidad me dijo que estarías en el puerto, y yo supuse que quería decir que estarías en tu barco.

Garrett asintió.

—Estaba en el otro barco, el que utilizamos para bucear.

Un pequeño pesquero hizo sonar la sirena. Garrett se dio la vuelta para saludar al hombre que había en cubierta. Cuando el barco se hubo alejado, se volvió de nuevo hacia ella y de pronto se dio cuenta de lo guapa que era. Era mucho más atractiva de cerca de lo que había imaginado cuando la vio desde el otro lado del puerto. Bajó la mirada inconscientemente y buscó el pañuelo rojo que guardaba en el bolsillo posterior del pantalón, para secarse el sudor de la frente.

—Es un magnífico trabajo de restauración —comentó Theresa.

Sonrió con timidez mientras volvía a guardar el pañuelo.

—Gracias de nuevo.

Theresa había dirigido la mirada hacia el Happenstance mientras Garrett respondía. Luego se volvió hacia él.

—Sé que no es asunto mío —dijo sin darle importancia—, pero, ya que estás aquí, ¿te importaría contarme más cosas sobre tu barco?

Por su expresión, Theresa dedujo que no era la primera vez que le pedían esto.

—¿Qué te gustaría saber?

Se esforzó por adoptar un tono coloquial.

—Bueno, por ejemplo, si, como dice el artículo, estaba en tan mal estado cuando lo compraste.

—En realidad, estaba mucho peor. —Avanzó hacia el barco y fue señalando las partes del barco afectadas—. Gran parte de la madera de la proa estaba podrida; además, había unas cuantas vías de agua en los costados. Era casi un milagro que todavía estuviera a flote. Al final reemplazamos buena parte de la madera del casco y la cubierta, lijamos el resto en su totalidad; por último, volvimos a sellarlo y barnizarlo. Y eso solo en el exterior. También tuvimos que restaurar el interior, lo que nos llevó mucho más tiempo.

Aunque Theresa había advertido el uso del plural en su respuesta, decidió no hacer ningún comentario.

—Debía de suponer mucho trabajo.

Theresa sonrió al decir aquella frase. Garrett sintió un cosquilleo en su interior. «Qué guapa es», pensó.

—En efecto, pero valió la pena. Es mucho más divertido navegar en él que en otros veleros.

—¿Por qué?

—Porque las personas que lo construyeron se ganaban la vida con él, y por eso pusieron tanto esmero en su diseño. Eso hace que la navegación sea mucho más fácil.

—Supongo que navegas desde hace mucho tiempo.

—Desde que era un niño.

Theresa asintió. Tras una breve pausa, dio un paso adelante hacia el velero.

—¿Te importa?

Garrett negó con un gesto.

—Adelante.

Theresa se acercó al barco y acarició el casco. Garrett advirtió que no llevaba anillo de casada, aunque eso no quería decir nada. Sin volverse hacia él, Theresa preguntó:

—¿Qué clase de madera es?

—Caoba.

—¿En todo el barco?

—Casi todo, con excepción de los mástiles y parte del mobiliario interior.

Theresa volvió a asentir. Garrett la observó mientras caminaba a lo largo del costado del Happenstance. Mientras se alejaba, no pudo evitar fijarse en su figura y en la gracia con la que sus cabellos oscuros rozaban sus hombros. Pero no fue solo su aspecto lo que le llamó la atención, sino la forma de moverse. Era como si supiera exactamente qué es lo que pensaban los hombres cuando estaba a su lado. Sacudió la cabeza para pensar en otra cosa.

—¿Es cierto que lo utilizaron para espiar a los nazis durante la Segunda Guerra Mundial? —preguntó, volviéndose hacia él.

Garrett se rio por lo bajo, mientras intentaba poner en claro sus ideas.

—Eso es lo que me contó su anterior propietario, pero no sé si es cierto o si solo lo dijo para subir el precio.

—Bueno, aunque sea mentira, sigue siendo un barco muy bonito. ¿Cuánto tiempo llevó la restauración?

—Casi un año.

Atisbó por uno de los portillos, pero el interior estaba demasiado oscuro como para verlo con claridad.

—¿En qué barco salías a navegar mientras reparabas el Happenstance?

—No salíamos. Entre el trabajo en la tienda, las clases y las reparaciones, no nos quedaba tiempo.

—¿Sufriste síndrome de abstinencia de navegar? —preguntó con una sonrisa y, por primera vez, Garrett se dio cuenta de que estaba disfrutando de la conversación.

—Por supuesto. Pero se me pasó en cuanto acabamos las reparaciones y salimos a navegar en él.

De nuevo utilizaba el plural.

—Me lo puedo imaginar.

Theresa admiró el velero todavía durante unos instantes; después regresó al lado de Garrett. Por un momento, ambos guardaron silencio. Se preguntó si ella se daba cuenta de que la estaba mirando con el rabillo del ojo.

—Bueno —dijo al final Theresa mientras cruzaba los brazos—, seguramente ya te he hecho perder demasiado tiempo.

—No hay problema —respondió Garrett, mientras sentía que volvía a resbalarle el sudor por la frente—. Me encanta hablar de barcos.

—Me gustaría saber más. Siempre pensé que debía ser divertido.

—Hablas como si nunca hubieras salido a navegar.

Theresa se encogió de hombros.

—Pues no. Siempre quise hacerlo, pero nunca se me presentó la oportunidad.

Theresa alzó la mirada hacia él mientras hablaba; cuando sus ojos se encontraron, Garrett tuvo que sacar de nuevo el pañuelo. «Diantre, qué calor hace». Se secó la frente y antes de poder reprimirse escuchó las palabras saliendo de sus labios:

—Bueno, si quieres probarlo, suelo salir un rato después de trabajar. Si te apetece, puedes acompañarme esta tarde.

No estaba seguro de por qué lo había dicho. Pensó que tal vez deseaba compañía femenina después de tantos años, aunque solo fuera por un rato. O quizá tenía algo que ver con el brillo de los ojos de Theresa cuando hablaba. Fuera como fuera, acababa de invitarla a navegar con él. Ya no podía echarse atrás.

Ella también parecía un poco sorprendida, pero rápidamente decidió aceptar. Después de todo, esa era la razón por la que había ido a Wilmington.

—Me encantaría —dijo—. ¿A qué hora?

Guardó el pañuelo, sintiéndose un poco incómodo por lo que acababa de hacer.

—¿Qué tal a las siete? El sol empieza a bajar a esa hora, y es el momento ideal para salir.

—Me va bien a las siete. Traeré algo de comer.

Para sorpresa de Garrett, Theresa parecía encantada y emocionada a la vez con aquella perspectiva.

—No tienes por qué hacerlo.

—Ya lo sé, pero es lo menos que puedo hacer. Después de todo, tú tampoco tenías por qué invitarme a acompañarte. ¿Te parece bien que traiga unos bocadillos?

Garrett dio un paso atrás, sintiendo de repente la necesidad de poner un poco más de espacio entre los dos.

—Sí, claro. No soy demasiado exigente.

—De acuerdo —dijo Theresa, y después hizo una pausa. Pasó el peso de su cuerpo de una pierna a otra, haciendo tiempo por si Garrett tenía algo que añadir. Pero él no dijo nada, así que Theresa inconscientemente se colocó mejor el bolso en el hombro—. Entonces, nos vemos esta tarde. ¿Quedamos aquí, en el velero?

—Aquí mismo —confirmó Garrett, y al decirlo se dio cuenta de que su voz sonaba tensa. Se aclaró la voz y sonrió levemente—. Será divertido. Te gustará.

—Estoy segura de ello. Hasta luego.

Theresa dio media vuelta y empezó a caminar por el muelle, con el pelo revuelto por el viento. Mientras se alejaba, Garrett se dio cuenta de que había olvidado algo.

—¡Eh! —exclamó.

Theresa se detuvo y se volvió para mirarle, llevándose una mano a los ojos a modo de visera.

—¿Sí?

Incluso a aquella distancia era hermosa.

Garrett avanzó un par de pasos hacia ella.

—Olvidé preguntarte cómo te llamas.

—Theresa. Theresa Osborne.

—Yo me llamo Garrett Blake.

—Muy bien, Garrett; nos vemos a las siete.

A continuación, ella se dio media vuelta y se fue con paso ligero. Garrett observó la figura que se alejaba, mientras intentaba poner en orden sus sentimientos encontrados. Por una parte, se sentía entusiasmado por lo que acababa de pasar; sin embargo, por otra, tenía la impresión de que todo aquello estaba mal. Sabía que no tenía ningún motivo para sentirse culpable, pero no podía evitarlo, por más que lo deseara.

Nunca había podido.