Capítulo 11

Cuatro días después de que Theresa se fuera de Wilmington, Garrett tuvo otro sueño, pero en esta ocasión la protagonista era Catherine. En aquel sueño, ambos se encontraban en una pradera que acababa en un acantilado sobre el océano. Estaban caminando juntos, con las manos entrelazadas, hablando, cuando Garrett dijo algo que la hizo reír. De repente, Catherine le soltó la mano y echó a correr, mirando a Garrett por encima del hombro y riendo, y empezó a provocar a Garrett para que intentara atraparla. Él le siguió el juego, también riendo, con una sensación bastante parecida a la que tuvo el día en que se casaron.

Al verla correr, no pudo evitar pensar en lo hermosa que era. Sus cabellos al viento reflejaban la luz del sol en su cenit; las piernas esbeltas se movían ágiles, rítmicamente. A pesar de que estaba corriendo, su sonrisa parecía despreocupada, relajada, como si en realidad estuviera quieta.

—Atrápame si puedes, Garrett. ¿A que no me pillas? —exclamó.

Tras incitarlo de ese modo, el sonido de su risa se quedó flotando en el aire a su alrededor, como si fuera música.

Él estaba a punto de atraparla cuando se dio cuenta de que Catherine se dirigía al acantilado. Parecía no darse cuenta de ello, debido a la excitación y la alegría que sentía.

«Pero eso es imposible —pensó Garrett—. Tiene que saberlo».

Garrett le pidió a gritos que se detuviera, pero, en lugar de eso, Catherine se puso a correr aún más rápido.

Se estaba acercando al borde del acantilado.

Con una sensación de terror, vio que todavía se encontraba demasiado lejos de ella como para poder detenerla.

Corrió tan rápido como pudo, mientras le pedía a gritos que diera media vuelta. Catherine parecía no oírle. Sintió que un torrente de adrenalina le recorría el cuerpo, alimentada por un miedo paralizante.

—¡Detente, Catherine! —gritó, sin apenas aire en sus pulmones—. ¡El acantilado! ¡No estás mirando a dónde vas! —Cuanto más gritaba, más inaudible era su voz, hasta que se convirtió en un susurro.

Catherine siguió corriendo, ajena al precipicio que se abría a tan solo un par de metros de ella.

Garrett estaba ganando terreno.

Pero todavía estaba demasiado lejos.

—¡Detente! —volvió a gritar, aunque era consciente de que ella no podía oírle. Ahora solo tenía un hilo de voz.

Garrett tuvo una sensación de pánico que nunca antes había experimentado. Deseó con todas sus fuerzas que sus piernas se movieran a mayor velocidad, pero empezaba a estar cansado. A cada paso que daba sentía las piernas más y más pesadas.

«No lo conseguiré», pensó, alarmado.

Entonces, tan brusca y repentinamente como había echado a correr, Catherine se detuvo. Se volvió hacia él, fingiendo hacer caso omiso del peligro.

Catherine se había detenido a pocos centímetros del borde del acantilado.

—¡No te muevas! —gritó Garrett, pero su voz seguía siendo tan solo un murmullo. Se detuvo apenas a un metro de Catherine y alargó la mano para ofrecérsela a ella, mientras intentaba recuperar el aliento.

—Ven aquí —suplicó—. Estás al borde del acantilado.

Catherine sonrió y miró hacia el abismo. Al darse cuenta de que había estado a punto de caerse, se volvió hacia él.

—¿Creías que ibas a perderme?

—Sí —dijo todavía en voz baja—, y te prometo que no volveré a permitir que suceda.

Garrett se despertó y se incorporó, todavía en la cama. Durante varias horas fue incapaz de volver a conciliar el sueño. Cuando por fin consiguió dormir, no fue un sueño profundo. A la mañana siguiente casi eran las diez cuando pudo levantarse. Todavía se sentía exhausto y deprimido, y le resultó imposible pensar en otra cosa que no fuera el sueño. Sin saber qué hacer, llamó a su padre y quedó con él para desayunar en el local en el que solían encontrarse.

—No sé por qué me siento así —confesó a su padre tras unos cuantos minutos charlando de cosas intrascendentes—. No lo entiendo.

Su padre no respondió. En lugar de eso, miró a su hijo por encima de la taza de café y guardó silencio mientras Garrett seguía hablando.

—No es que ella haya hecho nada para que me sienta molesto —prosiguió—. Pasamos un fin de semana largo juntos. Me gusta mucho. También conocí a su hijo: es un muchacho estupendo. Es solo que… No lo sé. No sé si voy a ser capaz de seguir adelante.

Garrett hizo una pausa, durante la cual solo se oía el ruido procedente de las mesas contiguas.

—¿Seguir adelante con qué? —preguntó por fin Jeb.

Garrett removió su café con aire ausente.

—No sé si puedo volver a verla.

Su padre arqueó una ceja pero no dijo nada. Garrett siguió hablando.

—Tal vez no es nuestro destino. Lo que quiero decir es que ni siquiera vive aquí. Vive a mil seiscientos kilómetros, tiene su propia vida y sus propios intereses. Y yo estoy aquí, vivo aquí y llevo una vida completamente distinta. Quizá le iría mejor con otra persona, alguien a quien pueda ver más a menudo.

Reflexionó sobre lo que acababa de decir, a sabiendas de que ni él mismo creía sus propias palabras. No obstante, tampoco quería hablar de su sueño.

—Me refiero a que…, ¿cómo es posible construir una relación si no nos vemos con frecuencia?

Su padre seguía guardando silencio, mientras Garrett continuaba hablando, como si fuera un monólogo.

—Si viviera cerca y pudiera verla todos los días, creo que mis sentimientos serían distintos. Pero ahora que se ha ido…

Garrett no acabó la frase, para intentar encontrarle un sentido a sus confusos pensamientos. Después de un rato, volvió a hablar.

—Es simplemente que no veo la manera de hacer que esto funcione. He pensado mucho en ello y no sé cómo hacerlo posible. No quiero mudarme a Boston, y estoy seguro de que ella no quiere venir aquí, así que, ¿qué nos queda?

Garrett calló y esperó a que su padre comentara algo, lo que fuera, sobre lo que acababa de decir. Pero Jeb no soltó prenda durante un buen rato. Finalmente, profirió un suspiro y desvió la mirada.

—A mí me parece que estás buscando excusas —le dijo poco a poco—. Intentas convencerte a ti mismo y me estás utilizando para que escuche tu monólogo.

—No, papá; eso no es cierto. Estoy intentando encontrar una solución a este asunto.

—¿Con quién crees que estás hablando, Garrett? —dijo Jeb Blake haciendo un gesto de incredulidad con la cabeza—. A veces juraría que crees que me he caído de un guindo y he ido dando tumbos por la vida sin aprender nada por el camino. Pero sé exactamente por lo que estás pasando. Estás tan absorto en tu solitaria vida actual que tienes miedo de lo que podría pasar si encontraras a alguien que pudiera apartarte de ella.

—No tengo miedo —protestó Garrett.

Su padre le interrumpió.

—Ni siquiera puedes admitirlo, ¿a que no? —Por su tono de voz se intuía de forma inequívoca que se sentía decepcionado—. ¿Sabes una cosa, Garrett? Cuando tu madre murió, yo también busqué excusas, que me repetí a mí mismo durante muchos años. ¿Quieres saber cuáles fueron las consecuencias? —Miró fijamente a su hijo—. Ahora soy un anciano y estoy cansado, pero, sobre todo, estoy solo. Si pudiera volver atrás, cambiaría muchas cosas. Pero no me perdonaría nunca que tú cometieses los mismos errores. —Jeb hizo una pausa antes de seguir hablando, ahora con un tono más suave—. Me equivoqué, Garrett, al no intentar encontrar a otra persona. Al sentirme culpable respecto a tu madre. Al seguir viviendo de ese modo, siempre sufriendo por dentro y preguntándome cuál sería su opinión. Porque ¿sabes una cosa? Creo que tu madre hubiese querido que encontrase a otra compañera. Tu madre hubiera querido que fuera feliz. ¿Sabes por qué?

Garrett no respondió.

—Porque me quería. Y si crees que al sufrir, como has venido haciendo desde hace años, estás demostrando tu amor a Catherine, entonces supongo que, en algún punto del camino, debo haberme equivocado en tu educación.

—Eso no es cierto…

—Tiene que serlo. Porque, cuando te miro, me veo a mí mismo y, para ser sincero, me gustaría ver a alguien distinto: a alguien que ha aprendido que no hay nada de malo en seguir adelante, en encontrar a alguien que te haga feliz. Pero ahora mismo es como si me estuviera mirando en el espejo y me viera a mí mismo hace veinte años.

Garrett pasó el resto de la tarde solo, caminando por la playa, reflexionando sobre las palabras de su padre. Al evocar aquella conversación, se daba cuenta de que desde un buen principio no había sido sincero, por lo que no le sorprendía que su padre le hubiera descubierto. ¿Por qué había querido hablar con él? ¿Acaso deseaba que su padre se encarara con él tal como había hecho?

A medida que transcurría la tarde, se sintió más y más confundido. Después le pudo una especie de sensación de insensibilidad. Cuando llamó a Theresa por la noche, el sentimiento de culpa por haber traicionado a su mujer, que había sentido como consecuencia del sueño, había remitido lo suficiente como para poder hablar con ella. Seguía ahí, pero atenuado. Cuando Theresa cogió el teléfono, Garrett sintió que perdía intensidad. El sonido de su voz le recordó cómo se sentía cuando estaban juntos.

—Me alegro de que hayas llamado —dijo alegremente—. Hoy he estado pensando mucho en ti.

—Yo también —dijo Garrett—. Me gustaría que estuvieras aquí.

—¿Estás bien? Pareces un poco alicaído.

—Estoy bien… Simplemente me siento solo. ¿Qué tal tu día?

—Como siempre. Mucho trabajo en la oficina y en casa. Pero ahora que has llamado, me siento mejor.

Garrett sonrió.

—¿Está Kevin contigo?

—Está en su habitación leyendo un libro sobre submarinismo. Ahora dice que cuando sea mayor quiere ser instructor.

—¿De dónde habrá sacado esa ocurrencia?

—No tengo la menor idea —respondió Theresa con un tono burlón—. ¿Y tú? ¿Qué has hecho hoy?

—La verdad es que no mucho. No he ido a la tienda. Me he tomado el día libre y he estado deambulando por la playa.

—Espero que estuvieras soñando conmigo…

La ironía de su comentario hizo mella en Garrett, quien no pudo responder directamente.

—Te he echado mucho de menos.

—Hace muy poco que me fui —replicó Theresa con dulzura.

—Lo sé. Hablando de eso, ¿cuándo volveremos a vernos?

Theresa se sentó a la mesa del comedor y echó un vistazo a su agenda.

—Mmm… ¿qué te parece dentro de tres semanas? Estaba pensando que esta vez tal vez podrías venir tú a Boston. Kevin se va a un campamento de fútbol toda la semana. Podríamos aprovechar para pasar más tiempo a solas.

—¿No prefieres volver aquí?

—Creo que sería mejor si vienes tú, si te parece bien. Me estoy quedando sin días de vacaciones, pero si vienes podría organizar convenientemente mi horario de trabajo. Además, creo que ya es hora de que salgas de Carolina del Norte, aunque solo sea para que veas que el resto del país tiene mucho que ofrecer.

Mientras Theresa hablaba, Garrett se sorprendió a sí mismo mirando fijamente la foto de Catherine sobre la mesita de noche. Tardó un poco en responder.

—Vale… Supongo que podría hacerlo.

—No pareces muy seguro de ello.

—Sí que lo estoy.

—Entonces, ¿qué te pasa?

—Nada.

Theresa hizo una pausa cargada de incertidumbre.

—¿De veras estás bien, Garrett?

Después de unos cuantos días y varias llamadas telefónicas, empezó a sentirse como antes. En más de una ocasión, llamó a Theresa ya entrada la noche, simplemente para oír su voz.

—Hola, soy yo otra vez —decía en esas ocasiones.

—Hola, Garrett; ¿qué pasa? —preguntaba ella medio dormida.

—No mucho. Solo quería darte las buenas noches antes de que te fueras a la cama.

—Ya estoy en la cama.

—¿Qué hora es?

Theresa miró el reloj.

—Casi medianoche.

—¿Por qué estás despierta? Deberías estar durmiendo —decía él bromeando, y después dejaba que fuera ella quien colgara para que pudiera descansar.

A veces, cuando no podía dormir, pensaba en aquella semana con Theresa, y en lo agradable que era el tacto de su piel, embriagado por el deseo de volver a tenerla entre sus brazos.

Después, al entrar en el dormitorio, veía la foto de Catherine al lado de su cama. Y en ese momento volvía a revivir el sueño con una claridad total.

Garrett sabía que seguía turbado por aquel sueño. En el pasado, habría escrito una carta a Catherine para poder ver las cosas desde otra perspectiva. Después habría salido con el Happenstance, habría hecho la misma ruta que habían seguido juntos la primera vez que salieron a navegar tras haber restaurado el velero y habría metido la carta en una botella para arrojarla al océano.

Curiosamente, ya no era capaz de proceder del mismo modo. Cuando se sentó a escribir, no encontró las palabras adecuadas. Por último, sintiéndose cada vez más frustrado, se puso a recordar.

—¡Vaya sorpresa! —dijo Garrett mientras señalaba el plato de Catherine, en el que había un montón de ensalada de espinacas del bufé que tenían ante ellos.

Catherine se encogió de hombros con un gesto de suficiencia.

—¿Qué hay de malo en querer comer ensalada?

—Nada —se apresuró a decir Garrett—. Solo que es la tercera vez esta semana.

—Ya lo sé. Es que me apetece mucho, no sé por qué.

—Si sigues comiendo así, te convertirás en un conejo.

Ella se rio mientras aliñaba su plato.

—Por esa regla de tres —replicó ella, mientras echaba un vistazo a la comida de Garrett—, si sigues comiendo marisco y pescado, te convertirás en un tiburón.

—Ya soy un tiburón —repuso él, arqueando las cejas.

—Puede que lo seas, pero, si sigues metiéndote conmigo, nunca te daré la oportunidad de demostrarlo.

Garrett sonrió.

—¿Por qué no me dejas demostrártelo este fin de semana?

—¿Cuándo? Tienes que trabajar.

—Este fin de semana no. Lo creas o no, lo he organizado para que podamos estar juntos. Hace mucho que no pasamos todo un fin de semana a solas, ya ni me acuerdo de la última vez.

—¿Qué tenías pensado?

—No sé. Tal vez navegar, o hacer otra cosa. Lo que tú quieras.

Ella se rio.

—Pues yo sí que tenía planes: un viaje a París para ir de compras, un safari rápido, o dos…, pero supongo que podré cancelarlos.

—Entonces, ¿tenemos una cita?

A medida que pasaban los días, su sueño empezó a difuminarse. Cada vez que llamaba a Theresa, se sentía un poco mejor. También habló con Kevin un par de veces; el entusiasmo del chico por la presencia de Garrett en sus vidas le ayudó a recuperar el equilibrio. Aunque durante el mes de agosto parecía que el tiempo pasaba más despacio, tal vez debido al calor y la humedad, intentó mantenerse lo más ocupado que pudo y evitar darle demasiadas vueltas a lo compleja que era la situación.

Dos semanas más tarde, pocos días antes de que Garrett se fuera a Boston, sonó el teléfono mientras estaba preparando algo en la cocina.

—Hola, desconocido —dijo—. ¿Tienes unos minutos?

—Siempre tengo tiempo para hablar cuando se trata de ti.

—Solo te llamaba para saber a qué hora llega tu vuelo. La última vez que hablamos no estabas seguro de la hora exacta.

—Espera un momento —dijo, rebuscando en el cajón de la cocina para comprobar su itinerario—. Ya lo tengo: llegaré a Boston poco después de la una.

—Me va muy bien. Tengo que dejar a Kevin en el campamento unas cuantas horas antes, así que todavía tendré tiempo de arreglar el apartamento.

—¿Vas a limpiar para mí?

—Te trataré a cuerpo de rey. Incluso voy a pasar la aspiradora.

—¡Qué honor!

—Pues sí. Es un honor reservado exclusivamente para ti y para mis padres.

—¿Debería llevar un par de guantes blancos para comprobar que has hecho un buen trabajo?

—Si lo haces, no vivirás para ver el anochecer.

Garrett rio y cambió de tema.

—Tengo muchas ganas de volver a verte —dijo de todo corazón—. Las últimas tres semanas han sido mucho más duras que las primeras que pasamos separados.

—Ya lo sé. Podía notarlo en tu voz. Hace unos días parecías estar muy deprimido, y…, bueno, estaba empezando a preocuparme.

Garrett se preguntó si Theresa sospechaba cuál era el motivo de su melancolía. Apartó aquel pensamiento de su mente y siguió hablando:

—Lo estaba, pero ya se me ha pasado. Ya tengo hecha la maleta.

—Espero que no la hayas llenado de cosas inútiles.

—¿Como por ejemplo?

—No sé…, por ejemplo, un pijama.

Garrett volvió a reír.

—No tengo ningún pijama.

—Menos mal. Porque no lo ibas a necesitar.

Tres días más tarde, Garrett llegó a Boston.

Después de recogerlo en el aeropuerto, Theresa le enseñó la ciudad. Comieron en Faneuil Hall, vieron las evoluciones de los remeros en el Charles River y pasearon un rato por el campus de Harvard. Como de costumbre, fueron de la mano casi todo el día, deleitándose de su mutua compañía.

En más de una ocasión, Garrett se había preguntado por qué las últimas tres semanas habían sido tan duras para él. Sabía que parte de su ansiedad era producto de aquel sueño que le había turbado, pero, al volver a estar con Theresa, aquellas sensaciones inquietantes se le antojaron inconsistentes y distantes. Cada vez que Theresa se reía o apretaba su mano, conseguía reafirmar lo que había sentido la última vez que ella le visitó en Wilmington, y así desterraba los pensamientos oscuros que le atormentaban en su ausencia.

Cuando empezó a refrescar y el sol comenzó a ocultarse tras los árboles, Theresa y Garrett pararon para comprar comida mexicana preparada. Cuando llegaron al apartamento, se sentaron en el suelo de la sala de estar a la luz de las velas. Garrett le echó un vistazo a la estancia.

—Tienes un apartamento muy bonito —dijo, mientras pescaba unos cuantos frijoles con un nacho—. Por alguna razón, pensaba que sería pequeño, pero es más grande que mi casa.

—Tal vez un poco más. De todos modos, gracias por el cumplido. A nosotros nos va bien: es muy práctico para todo.

—¿Porque hay muchos restaurantes cerca, por ejemplo?

—Exacto. No bromeaba cuando te dije que no me gustaba cocinar. No soy exactamente como Martha Stewart.

—¿Quién?

—No importa —dijo Theresa.

Al interior del coche llegaba el ruido del tráfico. Un automóvil frenó en seco con un chirrido, alguien tocó el claxon y enseguida el aire se llenó de las atronadoras bocinas de otros coches que se unieron a esa suerte de coro.

—¿Siempre está tan tranquilo? —preguntó Garrett.

Theresa asintió mientras miraba hacia la ventana.

—Los viernes y los sábados por la noche es aún peor, normalmente no se oye tanto. Eso sí, después de un tiempo, te acostumbras.

Seguían oyéndose los ruidos típicos de la ciudad. En la distancia sonaba una sirena. El estruendo fue en aumento a medida que se acercaba.

—¿Podrías poner algo de música? —preguntó Garrett.

—Claro. ¿Qué clase de música te gusta?

—Me gustan las dos clases de música —respondió, haciendo una pausa teatral—: El country y la música country.

Theresa profirió una carcajada.

—No tengo nada de eso.

Garrett movió la cabeza disfrutando de su propio chiste.

—Estaba bromeando. Es un chiste muy viejo, no tiene demasiada gracia, pero he esperado durante años para soltarlo.

—De niño debiste hartarte de ver Hee-Haw.

Ahora le tocó reír a Garrett.

—Volviendo a mi pregunta, ¿qué clase de música te gusta? —insistió Theresa.

—Pon lo que quieras.

—¿Qué te parece un poco de jazz?

—Suena bien.

Theresa eligió un CD que pensó que podría gustarle y lo puso en el reproductor. Enseguida empezó a sonar la música, justo en el momento en el que el embotellamiento parecía descongestionarse.

—Bueno, ¿qué te parece Boston? —le preguntó.

—Me gusta. Para ser una gran ciudad, no está mal. No me parece tan impersonal como creía y, además, está limpia. Supongo que me la había imaginado diferente. Ya sabes a qué me refiero: la multitud, el asfalto, los rascacielos, ni un árbol, y atracadores en cada esquina. Pero no es así en absoluto.

Theresa sonrió.

—Es bonito, ¿no crees? Quiero decir que, aunque no esté en la playa, tiene su propio atractivo. En especial si tenemos en cuenta lo que la ciudad tiene que ofrecer. Puedes ir a un concierto sinfónico, o visitar museos, o simplemente pasear por el parque de Common. Hay cosas para todos, incluso un club de vela.

—Ahora entiendo por qué te gusta vivir aquí —comentó Garrett, mientras se preguntaba por qué parecía que le estaba intentando vender la ciudad.

—Sí, me gusta. Y a Kevin también.

Garrett cambió de tema:

—¿Dijiste que se iba a un campamento de fútbol?

Theresa asintió.

—Sí. Está intentando entrar en un equipo de muchachos de hasta doce años de edad. No sé si lo conseguirá, pero él cree que tiene posibilidades. El año pasado llegó a la última fase de la selección con once años.

—Debe de ser bueno.

—Lo es —respondió Theresa moviendo la cabeza para darle énfasis a su respuesta. Después apartó los platos vacíos y se acercó a él—. Pero ya basta de hablar de Kevin —dijo con dulzura—. No tiene por qué ser siempre el tema central. Podemos charlar de otras cosas, ¿sabes?

—Como por ejemplo…

Theresa le besó en el cuello.

—Como por ejemplo de lo que me gustaría hacer contigo ahora que te tengo para mí sola.

—¿Estás segura de que solo quieres hablar de ello?

—Tienes razón —susurró ella—. ¿Quién querría hablar en estos momentos?

Al día siguiente, Theresa volvió a hacer de guía turística para Garrett. Pasaron casi toda la mañana en los barrios italianos del North End, deambulando por sus estrechas y sinuosas calles, y haciendo alguna parada para tomar un café con unas pastas típicas llamadas cannoli. Aunque él sabía que Theresa escribía columnas para varios periódicos, no entendía exactamente en qué consistía su trabajo. Abordó el tema mientras paseaban por la ciudad.

—¿No puedes escribir desde casa?

—Con el tiempo, supongo que sí. Ahora mismo no es posible.

—¿Por qué?

—Bueno, para empezar, esa posibilidad no está contemplada en mi contrato. Además, tengo que hacer muchas más cosas, aparte de sentarme delante del ordenador y escribir. Con frecuencia tengo que hacer entrevistas, y eso requiere tiempo, a veces incluso tengo que viajar. Por otro lado, no hay que olvidar el trabajo de investigación necesario, sobre todo cuando escribo sobre temas relacionados con la medicina o la psicología; si trabajo en la oficina tengo acceso a muchos más recursos. Y por último, no hay que olvidar que tengo que estar localizable. Muchos de los artículos que escribo son del interés de mucha gente. Recibo llamadas de lectores durante todo el día. Si trabajara desde casa, sé que mucha gente me llamaría por la noche, cuando estoy con Kevin, y no estoy dispuesta a compartir el tiempo que paso con él.

—¿También te llaman a casa?

—Rara vez. Mi número no está en el listín, así que sucede poco.

—¿También te han llamado chiflados?

Theresa asintió.

—Creo que eso les pasa a todos los columnistas. Mucha gente llama al periódico porque quiere que se publiquen sus historias. Me llama gente que está en prisión, reivindicando su inocencia, o que se queja de que los servicios municipales no recogen la basura cuando toca. También hay gente que llama preocupada por la delincuencia callejera. Me parece que he recibido llamadas acerca de todo tipo de temas.

—Creía haber entendido que escribías sobre la educación de los hijos.

—Así es.

—Entonces, ¿por qué te llaman a ti y no llaman a otras personas?

Theresa se encogió de hombros.

—Estoy segura de que también lo hacen, pero eso no les impide llamarme a mí también. Mucha gente empieza la conversación diciendo: «Nadie quiere escucharme y usted es mi última esperanza». —Theresa se volvió hacia él antes de continuar—. Supongo que creen que puedo hacer algo para solucionar sus problemas.

—¿Por qué?

—Verás, los columnistas no son como los demás colaboradores de un periódico. La mayoría de los artículos publicados tienen un tono impersonal, se trata de periodismo puro y duro, hechos y cifras, y cosas así. Pero supongo que hay gente que como lee mi columna cree que me conoce. Empiezan a considerarme como una especie de amiga. Y las personas se dirigen a sus amigos cuando necesitan ayuda.

—Supongo que eso te pone a veces en situaciones incómodas.

Theresa se encogió de hombros.

—Sí, pero intento no pensar en ello. Además, mi trabajo también tiene partes positivas, como, por ejemplo, ofrecer información útil a la gente, estar al día de los últimos avances médicos y exponerlos de forma que sean accesibles para profanos en la materia, o incluso compartir historias optimistas que hacen el día más agradable.

Garrett se detuvo en un puesto de fruta fresca. Cogió un par de manzanas y le dio una a Theresa.

—¿Cuál ha sido la columna más popular de las que has escrito? —preguntó Garrett.

Theresa sintió que le faltaba el aliento. «¿La más popular? Muy fácil: una vez encontré un mensaje en una botella; recibí cientos de cartas».

Se esforzó por pensar en otra columna.

—Oh… Me envían muchas cartas cuando escribo sobre la enseñanza de niños discapacitados —dijo por fin.

—Debe de ser una sensación gratificante —comentó Garrett, mientras pagaba al tendero.

—Sí que lo es.

Antes de dar un mordisco a la manzana, Garrett preguntó:

—¿Podrías seguir escribiendo tu columna si trabajaras para otro periódico?

Theresa reflexionó sobre aquella pregunta.

—Sería bastante complicado, sobre todo si quiero seguir publicando en varios periódicos del país. Como todavía soy nueva y aún me estoy labrando un nombre, la verdad es que el respaldo del Boston Times me ayuda mucho. ¿Por qué?

—Simple curiosidad —respondió él.

A la mañana siguiente, Theresa fue a la oficina a trabajar, pero volvió a casa poco después de la hora de comer. Pasaron la tarde en el parque Common de Boston, donde hicieron un picnic, que se vio interrumpido en dos ocasiones por personas que reconocieron a Theresa por su fotografía en el periódico. Garrett se dio cuenta entonces de que ella era muy conocida, más de lo que hubiera podido imaginar.

—No sabía que fueras tan famosa —dijo con cierta ironía, cuando volvieron a estar a solas.

—No lo soy, es que mi foto aparece encabezando mi columna. Supongo que por eso la gente me reconoce.

—¿Te pasa muy a menudo?

—La verdad es que no. Unas cuantas veces por semana.

—Eso es bastante —comentó Garrett, sorprendido.

Ella negó con la cabeza.

—No si piensas en los verdaderos famosos. Ni siquiera pueden ir a comprar sin que alguien les haga fotos. En comparación, yo llevo una vida bastante normal.

—Aun así, debe de ser un poco extraño que se te acerque gente desconocida.

—En realidad, es bastante halagador. La mayoría de la gente es muy amable.

—Puede que sí, pero, de todos modos, me alegro de no haber sabido que eras tan famosa desde el principio.

—¿Por qué?

—Tal vez me hubiera sentido demasiado intimidado como para preguntarte si querías salir a navegar conmigo.

Theresa le cogió una mano.

—No puedo imaginarme que haya algo que pueda intimidarte.

—Eso es que no me conoces.

Theresa guardó silencio por un instante.

—¿De verdad te hubieras sentido intimidado? —preguntó con cierta timidez.

—Probablemente.

—¿Por qué?

—Supongo que me preguntaría qué es lo que alguien como tú podría ver en mí.

Ella se acercó a él para besarle.

—Te diré lo que veo. Veo al hombre al que quiero y que me hace feliz…, alguien a quien quiero seguir viendo durante mucho tiempo.

—¿Cómo es posible que siempre sepas qué decir?

—Podría ser porque sé más de ti de lo que puedes imaginar —dijo Theresa en voz baja.

—¿Por ejemplo?

Una sonrisa perezosa se dibujó en sus labios.

—Por ejemplo, sé que ahora mismo quieres que vuelva a besarte.

—¿En serio?

—Estoy absolutamente segura.

Y tenía razón.

Aquella noche, Garrett le dijo:

—¿Sabes, Theresa? No soy capaz de encontrar un solo defecto en ti.

Estaban en la bañera, rodeados por montañas de burbujas. Theresa estaba apoyada en el pecho de Garrett, y él recorría su cuerpo con la esponja mientras hablaba.

—¿Qué se supone que quieres decir? —preguntó intrigada, volviendo la cabeza para mirarle.

—Pues eso, que no veo ningún defecto en ti. O sea, que eres perfecta.

—No soy perfecta, Garrett —respondió ella, aunque encantada con el cumplido.

—Sí lo eres. Eres hermosa, simpática, me haces reír, eres inteligente y una madre estupenda. Si a eso añadimos que eres famosa, no creo que haya nadie en el mundo que esté a tu altura.

Ella le acarició un brazo, mientras seguía relajada, apoyada en él.

—Creo que me estás mirando a través de unas gafas de color de rosa. Pero tengo que decir que me gusta…

—¿Estás diciendo que no soy imparcial?

—No, pero creo que hasta ahora solo has visto mi lado bueno.

—No sabía que tuvieras otro lado —dijo Garrett mientras le apretaba con fuerza ambos brazos—. Ahora mismo, tus dos lados me parecen igual de buenos.

Theresa se rio.

—Ya sabes a qué me refiero. Todavía no has visto mi lado oscuro.

—No lo tienes.

—Claro que sí. Todo el mundo tiene un lado oscuro. Lo que pasa es que, cuando estás conmigo, prefiere quedarse escondido.

—Bueno, ¿cómo describirías tu lado oscuro?

Theresa pensó un momento.

—Bueno, para empezar, soy muy obstinada y puedo ser muy mala cuando me enfado. Me vuelvo agresiva y suelto lo primero que se me pasa por la cabeza y, créeme, no son cumplidos precisamente. También tengo tendencia a decir a los demás exactamente lo que pienso, incluso cuando soy consciente de que sería mejor dar media vuelta e irme.

—No suena tan mal.

—Todavía no me has visto cuando me pongo así.

—Sigue sin parecerme tan mal.

—Bueno, déjame que te ponga un ejemplo. Cuando me encaré con David por primera vez al enterarme de que tenía una amante, le llamé de todo, soltando unas cuantas palabras más que malsonantes.

—Se lo merecía.

—Tal vez, pero no estoy segura de que se mereciera que le tirara un jarrón.

—¿Eso hiciste?

Theresa asintió.

—Tenías que haber visto la expresión de su cara. Nunca me había visto así.

—¿Qué hizo?

—Nada, creo que estaba demasiado conmocionado como para actuar. Sobre todo cuando seguí con los platos. Aquella noche dejé el armario de la cocina casi vacío.

Garrett sonrió admirado.

—No sabía que fueras tan peleona.

—Es que me crie en el Medio Oeste. No se te ocurra meterte conmigo, colega.

—No lo haré.

—Menos mal, porque ahora he mejorado mi puntería.

—Lo tendré en cuenta.

Se sumergieron un poco más en el agua caliente. Garrett seguía recorriendo su cuerpo con la esponja.

—Sigo pensando que eres perfecta —dijo suavemente.

Theresa cerró los ojos.

—¿Incluso ahora que conoces mi lado oscuro? —preguntó.

—Sobre todo por eso. Le da más emoción.

—Me alegro, porque yo creo que tú también eres perfecto.

El resto de la semana pasó volando. Por las mañanas, Theresa iba a trabajar durante unas cuantas horas, pero luego volvía a casa para pasar las tardes y las noches con Garrett. Por la noche a veces pedían comida por teléfono, o bajaban a cenar a uno de los numerosos pequeños restaurantes que había cerca del apartamento. Alguna vez alquilaron una película, pero casi siempre preferían disfrutar de su compañía sin otras distracciones.

El viernes por la noche Kevin llamó desde el campamento. Estaba eufórico mientras le explicaba a su madre que había conseguido entrar en el equipo. Aunque eso implicaba que tendría que ir a jugar con más frecuencia fuera de Boston, por lo que tendrían que viajar muchos fines de semana, Theresa se alegró mucho por él. Luego, para su sorpresa, Kevin le pidió que le pasara con Garrett, quien le escuchó atentamente mientras el muchacho le explicaba sus experiencias en el campamento. Garrett le felicitó. Cuando colgó, Theresa abrió una botella de vino para celebrar la buena suerte de Kevin hasta bien entrada la madrugada.

El domingo por la mañana, el último día de Garrett en Boston, desayunaron tarde y copiosamente con Deanna y Brian. Garrett de inmediato supo apreciar lo que a Theresa le gustaba aquella mujer: era encantadora y divertida, y no paró de reírse con ella durante todo el almuerzo. Deanna le hizo preguntas sobre submarinismo y navegación, mientras Brian comentaba que, si tuviera su propio negocio, nunca conseguiría sacarlo adelante porque el golf simplemente le absorbía demasiado.

Theresa estaba encantada de que se llevaran tan bien. Después de comer, las dos mujeres se fueron juntas al cuarto de baño para charlar.

—¿Qué te parece? —preguntó Theresa con expectación.

—Es fantástico —reconoció Deanna—. Es más guapo que en las fotos que me enseñaste.

—Ya lo sé. Cada vez que le miro, mi corazón da un vuelco.

Deanna se acicaló el pelo, esforzándose en darle un poco más de volumen.

—¿Esta semana ha ido como esperabas?

—Mejor incluso.

Deanna le ofreció una sonrisa radiante.

—Por la forma en que te miraba juraría que realmente le importas. Me recordáis a Brian y a mí, por la manera que tenéis de trataros. Formáis buena pareja.

—¿De veras lo crees?

—No te lo diría si no lo pensara.

Deanna sacó el pintalabios del bolso para retocarse.

—¿Le ha gustado Boston? —soltó de repente.

Theresa también cogió su lápiz de labios.

—Me parece que se lo ha pasado bien, aunque no es a lo que está acostumbrado. Hemos visitado un montón de sitios interesantes.

—¿Te hizo algún comentario en particular?

—No…, ¿por qué? —Theresa miró a Deanna, intrigada.

—Simplemente me preguntaba si ha dicho algo que podría hacerte pensar que se mudaría a Boston si se lo pidieras —respondió Deanna sin cambiar el tono de voz.

Eso era algo que Theresa había intentado eludir.

—No hemos hablado de eso todavía —dijo al final.

—¿Cuándo piensas hacerlo?

Su voz interior murmuró en un susurro: «La distancia entre nosotros es un problema, pero hay algo más; no lo olvides».

Theresa sacudió la cabeza, como para apartar aquella idea.

—No creo que haya llegado el momento, todavía no. —Hizo un pausa para ordenar sus pensamientos—. Ya sé que tendremos que sacar el tema algún día, pero no creo que nos conozcamos desde hace tanto tiempo como para empezar a tomar decisiones sobre el futuro. Todavía estamos conociéndonos.

Deanna le lanzó una suspicaz mirada maternal.

—Pero le conoces lo bastante como para estar enamorada de él, ¿no es así?

—Sí —admitió Theresa.

—Entonces eres consciente de que deberéis tomar esa decisión, os guste o no.

Theresa tardó un poco en responder.

—Lo sé.

Deanna le puso una mano en el hombro.

—¿Qué pasará si tienes que elegir entre perderlo o irte de Boston?

Theresa reflexionó sobre aquella pregunta y acerca de lo que implicaba la respuesta.

—No estoy segura —dijo en voz baja, mientras miraba a su amiga con una expresión de duda en el rostro.

—¿Puedo darte un consejo?

Theresa asintió. Deanna la tomó del brazo mientras salían del baño y le habló al oído para que nadie pudiera escucharla.

—Sea cual sea tu decisión, recuerda que debes ser capaz de seguir con tu vida sin mirar atrás. Si estás segura de que Garrett puede quererte como tú necesitas y de que serás feliz a su lado, tendrás que hacer lo que sea para conservarlo. El amor verdadero es un bien muy escaso, y es lo único que da un sentido auténtico a la vida.

—Pero eso también es aplicable a él, ¿no crees? ¿No debería estar dispuesto a hacer algún sacrificio por su parte?

—Por supuesto.

—Entonces, ¿adónde nos lleva todo esto?

—Al mismo punto donde estabas antes, Theresa: un problema al que tarde o temprano deberás enfrentarte.

Durante los dos meses siguientes, la relación a larga distancia de Theresa y Garrett empezó a evolucionar de una forma inesperada, pero que ambos hubieran podido prever.

Consiguieron estar juntos tres veces más, haciendo milagros con sus agendas, siempre durante un fin de semana. En una de ellas, Theresa voló a Wilmington para poder estar los dos a solas. Pasaron el tiempo refugiados en casa de Garrett, con excepción de una noche en la que salieron a navegar. Él fue dos veces a Boston y pasó gran parte del tiempo en la carretera para que Kevin pudiera jugar en el campeonato de fútbol, pero no le importó. Eran los primeros partidos a los que asistía y le parecieron muy emocionantes, mucho más de lo que imaginaba.

—¿Cómo es posible que no estés tan entusiasmada como yo? —le preguntó a Theresa durante un momento especialmente emocionante del partido.

—Espera a ver unos cuantos centenares de partidos. Estoy segura de que entonces serás capaz de responder tú mismo a esa pregunta —replicó Theresa bromeando.

En aquellos fines de semana que pasaron juntos, era como si el mundo exterior no importara en absoluto. Normalmente, Kevin pasaba alguna noche en casa de un amigo; de ese modo podían estar como mínimo algún tiempo a solas. Pasaban las horas hablando y riendo, abrazándose y haciendo el amor, intentando recuperar el tiempo que habían estado separados. Pero ninguno de los dos mencionaba qué pasaría en el futuro con su relación. Vivían el día a día, sin que ninguno de ellos estuviera seguro de qué cabía esperar del otro. No es que no estuvieran enamorados. De eso, como mínimo, estaban seguros.

Pero como no se veían con demasiada frecuencia, su relación tenía más altibajos de los que ninguno de los dos había experimentado antes. Puesto que todo iba bien cuando estaban juntos, les parecía que todo iba mal cuando estaban separados. A Garrett le costaba especialmente aceptar la distancia. Normalmente, su optimismo duraba unos cuantos días tras sus encuentros, pero después empezaba a estar cada vez más triste cuando pensaba en las semanas que pasarían antes de que se volvieran a ver.

Obviamente deseaba pasar con Theresa todo el tiempo que fuera posible. Ahora que había acabado el verano, a Garrett le resultaba más fácil viajar que a ella. Aunque la mayoría de los empleados eran de temporada y ya se habían ido, se las podía apañar bien, pues no había demasiado trabajo en la tienda. La agenda de Theresa era completamente distinta, aunque solo fuera por Kevin, quien debía ir al colegio y asistir a los partidos los fines de semana, de manera que era muy complicado salir de Boston, aunque solo fuera por un par de días. Si bien Garrett estaba dispuesto a desplazarase más a menudo a Boston para visitarla, Theresa simplemente no tenía tiempo. En más de una ocasión, Garrett le propuso ir a verla, pero no había podido ser, por una razón u otra.

Garrett sabía a ciencia cierta que otras parejas debían hacer frente a situaciones más complicadas que la suya. Su padre le contó que, en varias ocasiones, no había podido hablar con su madre durante meses. Así ocurrió cuando le enviaron a Corea, donde pasó dos años con los marines. O cuando el negocio de la pesca de camarones no iba del todo bien, tenía que buscar trabajo en los cargueros que pasaban de camino a Sudamérica. Aquellos viajes podían durar meses. La única forma de comunicarse que sus padres tenían en aquellos tiempos era por correo, y las cartas eran, en el mejor de los casos, poco frecuentes. Garrett y Theresa no lo tenían tan difícil, pero tampoco era un consuelo.

Sabía que la distancia entre ellos era un problema, pero no parecía haber perspectivas de cambio en un futuro próximo. Desde su punto de vista, solo había una posible solución: uno de los dos tendría que trasladarse. Por muchas vueltas que le diera, y por mucho que se quisieran, siempre llegaba a esa conclusión.

En su interior, intuía que Theresa pensaba lo mismo que él. Por eso ninguno de los dos quería hablar sobre el tema. Parecía más fácil no sacar el asunto a colación, puesto que eso significaría tomar una dirección de la que ninguno de los dos estaba seguro.

Uno de los dos tendría que cambiar su vida radicalmente.

Pero ¿quién?

Garrett tenía su propio negocio en Wilmington, la clase de vida que quería vivir, la única que sabía cómo vivir. Boston era bonito para ir de visita, pero no era su casa. Nunca había considerado la posibilidad de vivir en ningún otro lugar. Además, tenía que pensar que su padre se estaba haciendo mayor; aunque exteriormente seguía estando muy bien de salud, la vejez le estaba dando alcance, y Garrett era lo único que tenía.

Por otra parte, Theresa tenía fuertes vínculos en Boston. Aunque sus padres no vivían allí, Kevin iba a un colegio que le gustaba, y ella tenía una brillante carrera en un periódico muy importante, además de una red de amigos que tendría que dejar atrás. Había trabajado muy duro para llegar hasta allí; si se iba de Boston, probablemente tendría que dejarlo. ¿Sería capaz de ello, sin guardarle rencor por haberle instado a hacerlo?

Garrett no quería pensar en ello. En lugar de eso, intentaba concentrarse en el hecho de que amaba a Theresa. Prefería aferrarse a la convicción de que, si estaban hechos para estar juntos, encontrarían la manera.

Sin embargo, en lo más profundo de su ser, sabía que no sería tan fácil, y no solo debido a la distancia. Cuando regresó de su segundo viaje a Boston, hizo ampliar y enmarcar una foto de Theresa, que colocó en la otra mesita de noche, en el lado opuesto de la que albergaba la fotografía de Catherine, pero, a pesar de sus sentimientos por Theresa, su retrato parecía fuera de lugar en su dormitorio. Pocos días después, cambió la foto de sitio, pero seguía sin encajar. Independientemente de dónde la pusiera, le parecía como si los ojos de Catherine lo estuvieran mirando. «Esto es absurdo», se dijo a sí mismo después de cambiarla de sitio por enésima vez. No obstante, al final guardó el retrato de Theresa en el cajón y cogió el de Catherine en sus manos. Suspiró, mientras se sentaba en la cama y lo sostenía ante él.

—Nosotros no teníamos estos problemas —susurró mientras repasaba con un dedo los contornos de su imagen—. Todo parecía más fácil, ¿no crees?

Cuando asumió que la fotografía no iba a responder, renegó de su estupidez y volvió a sacar del cajón la foto de Theresa.

Miró fijamente ambos retratos. Entonces pudo entender por qué estaba sufriendo tanto. Amaba a Theresa más de lo que nunca hubiera creído posible…, pero seguía queriendo a Catherine…

¿Acaso era posible amar a las dos a la vez?

—Estoy impaciente por volver a verte —dijo Garrett.

Estaban a mediados de noviembre, un par de semanas antes del día de Acción de Gracias. Theresa y Kevin habían planeado ir a ver a los abuelos en las vacaciones, aunque ella las había organizado de tal modo que podría ir a visitar a Garrett el fin de semana anterior, para pasar un poco de tiempo con él. Había pasado un mes desde la última vez que estuvieron juntos.

—Yo también —respondió ella—. Además, me prometiste que por fin conocería a tu padre, ¿no es cierto?

—Claro. Además, tiene pensado celebrar el día de Acción de Gracias de forma anticipada en su casa. No para de preguntarme qué te gustaría comer. Creo que quiere causar una buena impresión.

—Dile que no tiene que preocuparse demasiado. Cualquier cosa me parecerá bien.

—Ya se lo he dicho. Pero creo que está muy nervioso.

—¿Por qué?

—Porque hace mucho que no tenemos invitados a comer ese día. Hace años que lo celebramos los dos solos.

—¿Así que voy a romper una tradición familiar?

—Prefiero pensar que estamos iniciando una nueva. Además, ha sido él quien se ha ofrecido voluntario, no lo olvides.

—¿Crees que le caeré bien?

—Estoy seguro.

Cuando Jeb Blake supo que Theresa sería su invitada, empezó a hacer cosas que hasta entonces no había hecho nunca. En primer lugar, contrató a alguien para que limpiara la pequeña casa en la que vivía, trabajo que al final llevó casi dos días porque insistió en que la casa tenía que estar inmaculada. También se compró una camisa y una corbata. Al salir del dormitorio con la ropa nueva, no pudo evitar advertir la expresión de sorpresa en el rostro de Garrett.

—¿Qué tal estoy? —preguntó.

—Muy bien, pero ¿por qué te has puesto una corbata?

—No es por ti, es por la cena de este fin de semana.

Garrett mantuvo la mirada fija en su padre, con una sonrisa irónica en la cara.

—Creo que nunca antes te había visto con corbata.

—Antes sí que llevaba, pero no te fijabas.

—No tienes que llevar corbata solo porque venga Theresa.

—Ya lo sé —replicó lacónico—, pero me apetece ponérmela para la ocasión.

—Estás nervioso porque por fin vas a conocerla, ¿no es así?

—No.

—Papá, no tienes que fingir ser alguien que no eres. Estoy seguro de que le caerás bien a Theresa, independientemente de cómo vayas vestido.

—Eso no significa que no pueda arreglarme para la dama que será tu acompañante, ¿no te parece?

—Claro.

—Entonces supongo que ya hemos hablado bastante sobre este asunto, ¿no crees? No he venido hasta aquí para que me des consejos, sino para preguntarte si tengo buen aspecto.

—Estás muy bien.

—Gracias.

Jeb dio media vuelta y volvió al dormitorio, mientras se desabrochaba la camisa y se aflojaba el nudo de la corbata. Garrett le siguió con la mirada hasta que desapareció tras la puerta, pero poco después oyó que su padre le llamaba.

—¿Qué quieres ahora? —preguntó Garrett.

Su padre asomó la cabeza por la puerta.

—Tú también llevarás corbata, ¿no?

—La verdad es que no entraba en mis planes.

—Pues cambia tus planes. No quiero que Theresa piense que he criado a alguien que no se sabe vestir para semejantes ocasiones.

El día anterior a la visita de Theresa, Garrett ayudó a su padre a ultimar los preparativos. Cortó el césped mientras Jeb desempaquetaba la porcelana de su boda, que ya no usaba casi nunca, y lavaba a mano los platos. Tras buscar la cubertería de plata a juego, lo cual no resultó tan fácil, Jeb encontró un mantel en el armario y decidió que daría a la mesa un toque especial. Lo puso en la lavadora justo cuando Garrett entraba en la casa después de acabar su tarea en el jardín. Este fue al armario de la cocina y cogió un vaso.

—¿A qué hora vendrá? —preguntó Jeb asomando la cabeza por la puerta.

Garrett llenó el vaso de agua y respondió hablando por encima del hombro.

—Su avión llega a las diez. Así que deberíamos estar aquí hacia las once.

—¿A qué hora querrá comer?

—No lo sé.

Jeb fue a la cocina.

—¿No se lo has preguntado?

—No.

—Entonces, ¿cómo sabré a qué hora tengo que poner el pavo en el horno?

Garrett bebió un trago de agua.

—Puedes calcular que comeremos hacia media tarde. Estoy seguro de que le da igual a qué hora.

—¿Podrías llamarla para preguntárselo?

—No creo que sea realmente necesario. No es tan importante.

—Para ti quizá no. Pero yo la conoceré mañana; si al final os casáis, no quiero ser objeto de chistes graciosos en los próximos años.

Garrett arqueó las cejas.

—¿Quién ha dicho que vamos a casarnos?

—Nadie.

—Entonces, ¿por qué has sacado el tema?

—Porque —se apresuró a decir— pensé que alguien tendría que hacerlo, y no estaba seguro de que tú encontraras el momento de hablar de ello.

Garrett miró fijamente a su padre.

—¿Crees que debería casarme con ella?

Jeb le guiñó un ojo mientras respondía.

—Mi opinión no importa, lo importante es lo que tú pienses, ¿no crees?

Aquella noche, Garrett estaba abriendo la puerta de su casa justo cuando sonó el teléfono. Corrió para llegar a tiempo de cogerlo y oyó la voz que esperaba escuchar.

—¿Garrett? —preguntó Theresa—. Parece que te has quedado sin aliento.

Él sonrió.

—Hola, Theresa. Acabo de entrar por la puerta. He estado en casa de mi padre todo el día para ayudarle a prepararlo todo. Tiene muchas ganas de conocerte.

Se hizo un silencio incómodo.

—De eso quería hablarte… —dijo por fin Theresa.

Garrett sintió un nudo en la garganta.

—¿Qué pasa?

Theresa tardó un poco en responder.

—Lo siento mucho, Garrett… No sé cómo decírtelo, pero al final no voy a poder ir a Wilmington.

—¿Ha pasado algo malo?

—No, no pasa nada. Se trata simplemente de que a última hora me ha surgido algo: una conferencia muy importante a la que tengo que asistir.

—¿Qué clase de conferencia?

—Es de trabajo. —Theresa volvió a hacer una pausa—. Sé que suena fatal, pero no iría si no fuese importante de verdad.

Garrett cerró los ojos.

—¿A quién va dirigida?

—A peces gordos y directores de medios de comunicación. Van a reunirse en Dallas este fin de semana. Deanna cree que sería bueno que conociera a algunos de ellos.

—¿Y acabas de enterarte?

—No…, bueno, sí. En realidad ya sabía que iba a celebrarse, pero no tenía por qué ir. Normalmente, los columnistas no están invitados, pero Deanna tocó todas las teclas y lo arregló todo para que fuéramos juntas. —Theresa prosiguió en un tono vacilante—: Lo siento de veras, Garrett, pero, como te digo, es una publicidad fantástica, una oportunidad que se presenta una vez en la vida.

Garrett guardó silencio.

—Lo entiendo.

—Estás enfadado conmigo, ¿verdad?

—No.

—¿Estás seguro?

—Sí.

Theresa sabía por su tono de voz que no estaba diciendo la verdad, pero no creía que pudiera decirle nada que le hiciera sentir mejor.

—¿Le dirás a tu padre que lo siento?

—Sí, se lo diré.

—¿Puedo llamarte este fin de semana?

—Sí, si quieres.

Garrett comió el día siguiente con su padre, quien hizo todo lo posible por quitar importancia al asunto.

—Si lo que te dijo es cierto —argumentaba su padre—, tiene una buena excusa. No puede descuidar su trabajo. Tiene que mantener a un hijo y debe hacer todo lo posible para darle lo que necesita. Además, solo es un fin de semana, lo cual no es mucho en términos relativos.

Garrett asintió, atento a las palabras de su padre, pero todavía molesto por aquel asunto. Jeb prosiguió:

—Estoy seguro de que entre los dos podréis arreglarlo. Probablemente Theresa preparará algo muy especial para vuestro próximo encuentro.

Garrett calló. Jeb dio un par de bocados antes de volver a hablar.

—Tienes que entenderlo, Garrett. Theresa tiene responsabilidades, igual que tú, y a veces son prioritarias. Estoy seguro de que, si pasara algo en la tienda de lo que tuvieras que ocuparte personalmente, tú habrías hecho lo mismo.

Garrett se reclinó en la silla, apartando a un lado el plato, que apenas había probado.

—Puedo entenderlo todo, papá. Se trata simplemente de que hace un mes que no nos vemos. Tenía muchas ganas de que viniera.

—¿Y no crees que a ella le pasa lo mismo?

—Eso dijo.

Jeb se inclinó por encima de la mesa y volvió a poner el plato de Garrett frente a él.

—Come un poco —dijo—. Me he pasado todo el día cocinando. ¿No irás a hacerme un feo?

Garrett miró su plato. Aunque no tenía más hambre, cogió el tenedor y comió un poco más.

—¿Sabes? —dijo su padre mientras seguía comiendo—, esta no será la última vez que pase algo semejante, así que no deberías dejar que te afecte tanto.

—¿A qué te refieres?

—Me refiero a que mientras sigáis viviendo a más de mil quinientos kilómetros de distancia, volverán a surgir imprevistos que no os permitirán veros con la frecuencia que ambos desearíais.

—¿Crees que no soy consciente de ello?

—Estoy seguro de que sí. Lo que no sé es si alguno de los dos tendrá el valor de hacer algo al respecto.

Garrett miró a su padre, mientras pensaba: «Papá, venga; dime cómo te sientes realmente. No disimules».

—Cuando yo era joven —prosiguió Jeb, haciendo caso omiso de la amargura que reflejaba el rostro de su hijo—, las cosas eran mucho más sencillas. Si un hombre amaba a una mujer, le pedía que se casara con él, y después vivían juntos. Era así de simple. Pero en vuestro caso, es como si no supierais qué hacer.

—Como ya te he dicho en alguna ocasión, no es tan fácil…

—Claro que sí. Si la quieres, tienes que encontrar el modo de estar con ella. Es así de simple. De ese modo, si sucede algo que os impide veros un fin de semana, no acabarás actuando como si tu vida ya no tuviera sentido. —Hizo una pausa antes de continuar—. La manera como lo estáis intentando, simplemente, no es natural; a largo plazo, no va a funcionar. Lo sabes, ¿verdad?

—Sí, lo sé —se limitó a responder Garrett, mientras deseaba que su padre dejara de hablar de ese tema.

Su padre arqueó una ceja, como esperando a que Garrett dijera algo más, pero, al ver que callaba, volvió a hablar.

—¿«Sí, lo sé»? ¿Eso es todo lo que vas a decir?

Garrett se encogió de hombros.

—¿Qué más quieres que diga?

—Podrías decir que, la próxima vez que la veas, vais a resolver este asunto. Eso puedes decir.

—De acuerdo, intentaremos buscar una solución.

Jeb dejó el tenedor sobre el plato y miró a su hijo.

—Yo no he dicho eso, Garrett; he dicho que entre los dos «vais» a resolver este asunto.

—¿Por qué insistes tanto?

—Porque —arguyó— si no lo hacéis, tú y yo seguiremos comiendo solos en días como hoy durante los próximos veinte años.

Al día siguiente, lo primero que hizo Garrett fue salir con el Happenstance. No volvió hasta el crepúsculo. Aunque Theresa había dejado un mensaje para él desde de su hotel en Dallas, Garrett no la había llamado, diciéndose a sí mismo que era demasiado tarde y que ella ya debía de haberse acostado. Se estaba mintiendo, lo sabía, pero es que todavía no le apetecía hablar con ella.

Lo cierto era que no le apetecía hablar con nadie. Seguía molesto por lo que Theresa había hecho, y no se le ocurría mejor lugar para pensar en ello que el océano, donde nadie podría importunarle. La mayor parte de la mañana se la pasó preguntándose si Theresa se habría dado cuenta de cuánto le había molestado que no fuera a verle. Se convenció a sí mismo de que lo más probable es que no fuera consciente de ello, de lo contrario no lo habría hecho.

Eso, claro está, en caso de que realmente le amara.

Pero cuando el sol empezó a alzarse en la bóveda del cielo, su rabia empezó a esfumarse. Al poder pensar con mayor claridad sobre aquella situación, concluyó que su padre, como de costumbre, tenía razón. Los motivos de que no hubiera podido ir no tenían tanto que ver con él, como con las vidas tan diferentes que llevaban. Efectivamente, ella tenía responsabilidades que no podía ignorar. Así pues, mientras siguieran haciendo cada uno su vida, volverían a pasar por situaciones como aquella.

Aunque no le gustaba, se preguntó si todas las relaciones pasaban por momentos semejantes. Para ser sinceros, no lo sabía. La única relación auténtica que había tenido antes había sido su matrimonio con Catherine. No resultaba fácil compararlas. Para empezar, él y Catherine estuvieron casados y vivían bajo el mismo techo. A eso había que añadir que se conocían de toda la vida y, puesto que eran más jóvenes, no tenían las mismas responsabilidades que Garrett y Theresa soportaban ahora. Acababan de finalizar sus estudios, no poseían una casa y, por supuesto, tampoco había niños a los que mantener. No, lo que tenían era completamente distinto de lo que él ahora compartía con Theresa. No era justo intentar comparar ambas relaciones.

Sin embargo, había algo que no podía ignorar, algo que no pudo quitarse de la cabeza durante toda la tarde. Ciertamente, las diferencias entre ambas relaciones eran obvias; y sí, sabía que no era justo compararlas, pero, en última instancia, lo que más le pesaba era el hecho de que nunca había dudado de que Catherine y él fueran un equipo. Tampoco había tenido que plantearse en ningún momento su futuro con ella, como tampoco tuvo que cuestionarse nunca si uno de los dos se negaría a sacrificarlo todo por el otro. Incluso cuando discutían sobre dónde vivirían, sobre si debían empezar con la tienda, o sobre qué hacer en las noches de los sábados, eso no significaba que alguno de los dos dudara de su relación. En su forma de relacionarse había algo que le hacía intuir una continuidad a largo plazo, algo que le recordaba que siempre estarían juntos.

Theresa y Garrett, por el contrario, todavía no tenían nada parecido.

Para cuando el sol se puso, llegó a la conclusión de que no era justo pensar de esa manera. Él y Theresa se conocían desde hacía poco tiempo, no era realista esperar algo semejante tan pronto. Con el tiempo necesario y las circunstancias apropiadas, también se convertirían en un equipo.

¿O no?

Movió la cabeza con incredulidad, al darse cuenta de que no estaba muy seguro.

No estaba seguro de muchas cosas.

Pero sí sabía que nunca había sometido su relación con Catherine a un análisis tan pormenorizado, y eso tampoco era justo. Además, no le iba a ayudar en nada. Por mucho que se rompiera la cabeza, eso no cambiaría el hecho de que no se veían tan a menudo como querían, o más bien, necesitaban.

No. Lo que necesitaban ahora era actuar.

Garrett llamó a Theresa en cuanto llegó a casa por la noche.

—¿Sí? —respondió Theresa medio dormida.

Garrett empezó a hablar con un tono suave.

—Hola, soy yo.

—¿Garrett?

—Siento haberte despertado. Te llamo porque dejaste un par de mensajes en el contestador.

—Me alegro de que hayas llamado. No estaba segura de que respondieras a mis mensajes.

—Estos días no tenía muchas ganas de hacerlo.

—¿Sigues enfadado conmigo?

—No —dijo en voz baja—. Estoy triste, tal vez, pero no enfadado.

—¿Porque no he ido este fin de semana?

—No. Porque no estás casi ningún fin de semana.

Aquella noche Garrett volvió a tener un sueño.

Estaban en Boston. Caminaban por una de las calles más animadas de la ciudad, atestada por la multitud habitual de individuos, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, algunos vestidos con trajes, otros ataviados con ropas holgadas, siguiendo la moda general de la juventud actual. Durante un rato, estuvieron mirando escaparates, como en sus visitas anteriores. Era un día claro y luminoso, sin una nube en el cielo, y Garrett estaba disfrutando de la compañía de Theresa.

Ella se detuvo ante el escaparate de una pequeña tienda de artesanía y le preguntó a Garrett si quería entrar. Él negó con la cabeza y dijo: «Entra si quieres, te esperaré aquí». Theresa se aseguró de que no le importaba y entró en la tienda. Él se quedó cerca de la puerta, con aire relajado, bajo la sombra de los rascacielos; entonces, con el rabillo del ojo, vio algo que le pareció familiar.

Era una mujer de cabellos rubios hasta los hombros, que caminaba por la acera a poca distancia de donde se encontraba.

Garrett tuvo que parpadear, desvió la mirada un instante y después se volvió rápidamente en aquella dirección. Había algo en sus andares que le llamó la atención. La observó mientras se alejaba poco a poco. Al final, la mujer se detuvo y volvió la cabeza hacia atrás, como si se acordara de que olvidaba algo. Garrett sintió que le faltaba el aliento.

«Catherine».

No podía ser.

Garrett movió la cabeza con incredulidad. A tanta distancia no podía decir a ciencia cierta si se equivocaba o no.

Empezó a caminar de nuevo justo en el momento en que Garrett la llamó por su nombre.

—Catherine, ¿eres tú?

Ella parecía no poder oírle por encima del ruido reinante en la calle. Él miró por encima de su hombro y vio que Theresa seguía mirando los artículos de la tienda. Cuando volvió a mirar hacia la calle, la silueta de Catherine, o quienquiera que fuese, estaba doblando la esquina.

Empezó a andar hacia ella, cada vez más rápido, hasta que echó a correr. Las aceras estaban más y más abarrotadas, como si la gente saliera de un vagón de metro que acabara de abrir sus puertas. Tuvo que esquivar el gentío antes de poder llegar a la esquina.

Al doblar la esquina, vio una calle que cada vez se le antojaba más oscura y amenazadora. Volvió a acelerar el paso. Aunque no había llovido, de pronto se dio cuenta de que estaba pisando charcos. Se detuvo un momento para recuperar el aliento, sintiendo el corazón desbocado en su pecho. Entonces, la niebla empezó a inundarlo todo, casi como una ola, y muy pronto no fue capaz de ver a más de pocos metros.

—Catherine, ¿estás ahí? —gritó—. ¿Dónde estás?

Oyó unas risas a lo lejos, pero no podía decir de dónde procedían exactamente.

Empezó a caminar de nuevo, esta vez muy poco a poco. Volvió a oír las risas, felices, infantiles. Se detuvo en seco.

—¿Dónde estás?

Silencio.

Miró por todas partes.

Nada.

La niebla se hacía cada vez más espesa. Empezó a lloviznar. Reanudó la marcha, sin estar seguro de adónde debía dirigir sus pasos.

Vislumbró una silueta que se adentraba en la niebla y corrió hacia ella.

La figura femenina seguía alejándose, pero ahora se encontraba a poca distancia de él.

La lluvia arreció. De repente, todo parecía moverse a cámara lenta. Empezó a correr… despacio…, cada vez más despacio… Vio la silueta justo delante de él… La niebla se espesaba por momentos… La lluvia se había convertido en un aguacero… Entrevió sus cabellos…

Y de repente, desapareció. Garrett volvió a detenerse. La lluvia y la niebla impedían ver nada.

—¿Dónde estás? —volvió a gritar.

Nada.

—¿Dónde estás? —repitió, esta vez más fuerte.

—Estoy aquí —dijo una voz que surgía de entre la lluvia y la niebla.

Intentó secarse la cara para poder ver.

—¿Catherine? ¿Eres tú?

—Soy yo, Garrett.

Pero no era su voz.

Theresa surgió entre la niebla.

—Estoy aquí.

Garrett despertó y se sentó en la cama, empapado en sudor. Se secó la cara con la sábana y permaneció sentado, desvelado, durante un buen rato.

Aquel mismo día, Garrett fue a ver a su padre.

—Creo que quiero casarme con ella, papá.

Estaban pescando juntos, en un extremo del espigón, al lado de una docena de pescadores más, que en su mayoría parecían estar sumidos en sus pensamientos. Jeb le miró sorprendido.

—Hace dos días me diste a entender que no querías volver a verla.

—He pensado mucho desde entonces.

—Me imagino —dijo Jeb en voz baja. Recogió el sedal, comprobó el cebo y volvió a arrojarlo al agua. Aunque no estaba seguro de pescar algo que valiera la pena conservar, en su opinión pescar era uno de los mayores placeres de la vida.

—¿La quieres? —preguntó Jeb.

Garrett le miró sorprendido.

—Por supuesto. Ya te lo he dicho unas cuantas veces.

Su padre negó con la cabeza.

—No…, no lo has hecho —dijo con sinceridad—. Hemos hablado mucho de ella, me dijiste que te hace feliz, que crees conocerla y que no quieres perderla, pero nunca hasta ahora me has dicho que la querías.

—Es lo mismo.

—¿Ah, sí?

Cuando volvió a casa, seguía sin poder quitarse de la cabeza la conversación que había mantenido con su padre.

—¿Ah, sí?

—Claro que sí —había respondido sin dudar—. Y aunque no lo fuera, la quiero.

Jeb miró fijamente a su hijo un instante y, al final, desvió la mirada.

—¿Quieres casarte con ella?

—Sí.

—¿Por qué?

—Porque la quiero, por eso. ¿Acaso no basta?

—Tal vez.

Garrett enrolló el sedal, con cierta frustración.

—¿No eras tú quien decía que en primer lugar deberíamos casarnos?

—Sí.

—Entonces, ¿por qué estás cuestionando mi decisión ahora?

—Porque quiero estar seguro de que deseas hacerlo por las razones adecuadas. Hace dos días, ni siquiera estabas seguro de que quisieras volver a verla. Y ahora resulta que estás preparado para casarte. Simplemente me parece un cambio de actitud tremendo. Me gustaría saber si se debe a tus sentimientos hacia Theresa y si tu decisión no tiene nada que ver con Catherine.

Sintió una punzada de dolor al oír su nombre.

—Catherine no tiene nada que ver con esto —se apresuró a decir Garrett. Hizo un gesto de desesperación con la cabeza y profirió un largo suspiro—. ¿Sabes, papá?, a veces no te entiendo. Vienes presionándome desde hace tiempo. Me has repetido una y otra vez que debo dejar atrás el pasado, que tengo que encontrar a otra persona. Y cuando por fin lo he conseguido, parece que quieres convencerme de lo contrario.

Jeb pasó la mano que tenía libre por encima del hombro de su hijo.

—No estoy intentando convencerte de nada, Garrett. Me alegro de que hayas encontrado a Theresa y de que la quieras. De veras espero que acabes casándote con ella. Simplemente he dicho que, si piensas casarte, será mejor que lo hagas por los motivos adecuados. El matrimonio es algo entre dos, no hay cabida para un tercero. Y no sería justo para ella de no ser así.

Garrett tardó un poco en responder.

—Papá, quiero casarme porque la quiero. Quiero pasar el resto de mi vida con ella.

Su padre guardó silencio durante un buen rato, mirándole fijamente. Después dijo algo que hizo apartar la vista a Garrett.

—Entonces, en otras palabras, ¿me estás diciendo que has superado del todo la pérdida de Catherine?

Aunque sentía el peso de la mirada expectante de su padre, no supo qué contestar.

—¿Estás cansada? —preguntó Garrett.

Estaba tumbado en la cama mientras hablaba con Theresa, con la luz de la mesita de noche como única iluminación.

—Sí, acabo de llegar a casa. Ha sido un fin de semana muy largo.

—¿Ha ido tan bien como esperabas?

—Creo que sí. Todavía no puedo estar segura, pero conocí a muchas personas que tal vez estarían interesadas en mi columna.

—Entonces ha valido la pena.

—Sí y no. Me pasé casi todo el tiempo arrepintiéndome de no haber ido a visitarte.

Garrett sonrió.

—¿Cuándo te vas a visitar a tus padres?

—El miércoles por la mañana. Estaré fuera hasta el domingo.

—¿Tienen ganas de veros?

—Claro, no han visto a Kevin desde hace casi un año. Sé que están impacientes por tenernos en su casa durante unos cuantos días.

—Eso está muy bien.

Se hizo una breve pausa.

—¿Garrett?

—Sí.

Theresa le habló con dulzura.

—Quiero que sepas que sigo sintiéndome muy mal por no haber ido este fin de semana.

—Ya lo sé.

—¿Podría compensarte?

—¿Qué tienes pensado?

—Bueno… ¿Podrías venir el fin de semana próximo?

—Supongo que sí.

—Estupendo, porque voy a preparar un fin de semana especial para nosotros dos solos.

En efecto, fueron dos días inolvidables.

Theresa le había llamado más a menudo de lo habitual en las dos semanas anteriores. Normalmente era Garrett quien llamaba, pero, cada vez que tenía intención de hacerlo, Theresa parecía anticipársele. En dos ocasiones, cuando se disponía a marcar su número, el teléfono sonó antes de que hubiera tenido tiempo de ponerse el auricular en la oreja. La segunda vez, Garrett respondió simplemente:

—Hola, Theresa. —Al verla tan sorprendida, empezaron a bromear sobre sus poderes paranormales.

Cuando llegó a Boston dos semanas después, Theresa le esperaba en el aeropuerto. Le había pedido que llevara ropa elegante. Garrett bajó del avión luciendo una americana. Era la primera vez que le veía así vestido.

—¡Caramba! —exclamó Theresa.

Se ajustó la chaqueta un tanto cohibido.

—¿Me queda bien?

—Te queda de maravilla.

Fueron directamente a cenar desde el aeropuerto. Theresa había hecho una reserva en el restaurante más elegante del centro. Fue una comida fantástica y tranquila, y después Theresa llevó a Garrett al teatro a ver Les Misérables. Las entradas estaban agotadas, pero ella conocía al director del teatro, que les consiguió las mejores butacas.

Era tarde cuando llegaron a casa de Theresa. El siguiente día fue para Garrett igual de acelerado que el anterior. Ella le enseñó la oficina y le presentó a unos cuantos compañeros de trabajo. Después visitaron el Museo de Bellas Artes durante el resto de la tarde. Por la noche, se encontraron con Deanna y Brian para cenar en Anthony’s, un restaurante situado en la planta más alta del edificio Prudential Tower, con unas vistas magníficas de toda la ciudad.

Garrett nunca había visto nada igual.

Su mesa estaba al lado de la ventana. Deanna y Brian se pusieron en pie para saludarlos.

—Os acordáis de Garrett, ¿verdad? Almorzamos juntos en una ocasión —dijo Theresa, intentando no parecer ridícula.

—Claro que sí. Me alegro de volver a verte, Garrett —respondió Deanna, acercándose a él para darle un rápido abrazo y besarle en la mejilla—. Siento haber insistido para que Theresa me acompañara hace un par de semanas. Espero que no te enfadaras con ella.

—No pasa nada —contestó Garrett, asintiendo, todavía un poco tenso.

—Me alegro. Porque creo que valió la pena, si tenemos en cuenta los resultados.

Garrett la miró intrigado. Theresa inclinó la cabeza hacia su amiga y le preguntó:

—¿De qué estás hablando, Deanna?

Los ojos de Deanna centelleaban.

—Ayer, después de que salieras de la oficina, recibí buenas noticias.

—¿Qué pasa? —preguntó Theresa.

—Bueno —empezó a decir, como con indiferencia—, hablé con Dan Mandel, director de Media Information Inc., durante unos veinte minutos, más o menos, y resulta que le has causado muy buena impresión. Le gustó tu desenvoltura y cree que eres una buena profesional. Y lo mejor de todo es que… —Deanna hizo una pausa para añadir un poco de dramatismo, esforzándose por reprimir una sonrisa.

—¿Qué es?

—Ha seleccionado tu columna para publicarla en todos sus periódicos, a partir de enero.

Theresa se llevó una mano a la boca para ahogar un grito, que aun así fue lo bastante audible como para que los comensales de todas las mesas cercanas se volvieran hacia ella. Se acercó a Deanna, mientras hablaba rápidamente. Garrett dio un paso atrás.

—Me estás tomando el pelo —exclamó Theresa, con gesto incrédulo.

Deanna negó con la cabeza, sonriendo ampliamente.

—No. Te aseguro que es lo que me ha dicho. Quiere volver a hablar contigo el martes. He quedado a las diez de la mañana para hacer una teleconferencia.

—¿Estás segura de lo que dices, de que quiere distribuir mi columna?

—Sí. Le envié tu dosier de colaboraciones junto con unas cuantas de tus columnas, y él me llamó. Sin duda está interesado. Creo que ya está decidido.

—No puedo creerlo.

—Pues créetelo. Además, un pajarito me ha dicho que hay más gente interesada.

—Oh…, Deanna…

Theresa se abalanzó sobre ella y la abrazó de forma impulsiva, con una expresión de emoción en la cara. Brian le dio un codazo a Garrett.

—Buenas noticias, ¿eh?

Garrett tardó un poco en responder.

—Sí…, muy buenas.

Tomaron asiento para cenar. Deanna pidió una botella de champán para brindar por el brillante futuro de Theresa. Las dos mujeres charlaron sin parar el resto de la velada. Garrett estuvo callado, sin saber qué decir. Como si percibiera su incomodidad, Brian empezó a hablar con él.

—Son como quinceañeras, ¿no te parece? Deanna se ha pasado todo el día dando vueltas por casa, impaciente por contárselo.

—Me gustaría poder entenderlo un poco mejor. En realidad, no sé qué decir.

Brian cogió su copa, mientras negaba con la cabeza; finalmente contestó arrastrando un poco las palabras.

—No te preocupes por eso; aunque lo hubieras entendido, probablemente no te dejarían meter baza. Siempre hablan así. Si no supiera que es imposible, juraría que en otra vida fueron hermanas gemelas.

Garrett miró a Theresa y Deanna, sentadas en el lado opuesto de la mesa.

—Puede que tengas razón.

—Además —añadió Brian—, ya lo entenderás mejor cuando tengas que convivir día a día con esto. Después de un tiempo, lo comprenderás casi tan bien como ellas. Lo sé porque a mí me ha pasado.

El comentario hizo mella en él. «¿Cuando tengas que convivir día a día con esto?».

Garrett no respondió. Brian decidió cambiar de tema.

—¿Cuánto tiempo te quedas?

—Hasta mañana por la noche.

Brian asintió.

—Debe de ser duro no poder veros a menudo, ¿no?

—A veces.

—Me lo imagino. Sé que Theresa se deprime de vez en cuando.

Sentada frente a él, Theresa sonreía a Garrett.

—¿De qué estáis hablando vosotros dos? —preguntó alegremente.

—De todo un poco —dijo Brian—, pero sobre todo de tu buena fortuna.

Garrett asintió brevemente sin decir nada. Theresa le miró mientras él se removía en su asiento. Resultaba evidente que se sentía incómodo, aunque no estaba segura de por qué. Enseguida se encontró haciendo conjeturas sobre qué le pasaba.

—Has estado muy callado esta noche —comentó Theresa.

Estaban en su apartamento, sentados en el sofá, con la radio como música de fondo.

—Supongo que no tenía mucho que decir.

Theresa le cogió una mano y le habló con dulzura.

—Me alegro de que estuvieras conmigo cuando Deanna me dio la noticia.

—Me alegro por ti, Theresa. Sé que significa mucho para ti.

Theresa sonrió insegura y, cambiando de tema, preguntó:

—¿Te lo pasaste bien hablando con Brian?

—Sí…, es una persona muy agradable. —Hizo una pausa—. Pero no soy muy bueno en los grupos, sobre todo cuando me siento fuera de onda. Es solo que… —Se interrumpió, mientras cavilaba si valía la pena decir algo más, y decidió no hacerlo.

—¿Qué?

Garrett negó con la cabeza.

—Nada.

—Oye, ¿qué ibas a decir?

Garrett contestó después de unos momentos que aprovechó para elegir cuidadosamente sus palabras.

—Solo iba a decir que este fin de semana me ha resultado un poco extraño. El espectáculo, las cenas de lujo, salir con tus amigos… —Garrett se encogió de hombros—. No era lo que esperaba.

—¿No te lo estás pasando bien?

Garrett se pasó las manos por el pelo, como si volviera a sentirse incómodo.

—No es que no me lo haya pasado bien. Es solo que… —volvió a encogerse de hombros—, yo no soy así. No son las cosas que suelo hacer.

—Precisamente por eso planifiqué el fin de semana de esta manera: quería enseñarte cosas nuevas.

—¿Por qué?

—Por la misma razón por la que tú querías enseñarme a bucear, porque es algo emocionante, algo distinto.

—No he venido para hacer cosas distintas, sino para pasar un poco de tiempo contigo. Hace mucho que no estábamos juntos y, desde que he llegado, tengo la impresión de estar corriendo de un lado a otro. Ni siquiera hemos tenido un momento para hablar, y me voy mañana.

—Eso no es cierto. Ayer cenamos solos y hoy también podíamos haber hablado en el museo. Hemos tenido mucho tiempo para hablar.

—Sabes a qué me refiero.

—No, no lo sé. ¿Qué querías hacer? ¿Pasarnos el día sentados en el apartamento?

Garrett no respondió. Guardó silencio durante unos instantes. Después se levantó del sofá, fue hacia el otro extremo de la sala y apagó la radio.

—Hay algo que quiero decirte desde que llegué —dijo todavía dándole la espalda.

—¿Qué pasa?

Bajó la cabeza. «Ahora o nunca», murmuró para sí mismo. Se dio la vuelta y, haciendo acopio de valor, respiró hondo antes de contestar.

—Supongo que me ha costado mucho aguantar sin verte durante más de un mes. La verdad es que ahora mismo no estoy seguro de si quiero seguir con esto.

A Theresa se le cortó la respiración durante un segundo.

Al ver su cara, avanzó hacia ella, sintiendo una incómoda opresión en el pecho ante lo que iba a decir.

—No es lo que estás pensando —se apresuró a decir—. Te equivocas por completo. No es que no quiera verte más, sino que quiero verte siempre. —Al llegar al sofá, se arrodilló ante ella. Theresa le miró sorprendida. Él le tomó una mano entre las suyas.

—Quiero que te vengas a vivir a Wilmington.

Aunque sabía que alguna vez tendrían que hablar de ello, no esperaba que tuviera que ser precisamente en ese momento. Desde luego no de ese modo. Garrett siguió hablando.

—Sé que es un paso importante, pero, si te vienes a vivir conmigo, no tendremos que estar separados tanto tiempo. Podríamos vernos todos los días. —Alzó una mano para acariciarle una mejilla—. Quiero pasear por la playa contigo, quiero salir a navegar contigo. Quiero que estés cuando vuelva a casa del trabajo. Quiero sentirme como si nos conociéramos de toda la vida…

Las palabras salían a borbotones. Theresa intentaba encontrarles sentido. Garrett siguió hablando.

—Te echo tanto de menos cuando no estás… Sé que tu trabajo está aquí, pero estoy seguro de que podrías trabajar en el periódico local…

Cuanto más hablaba, más confusa se sentía Theresa. Empezaba a tener la impresión de que Garrett estaba intentando recrear su relación con Catherine.

—Espera un momento —dijo por fin, interrumpiéndole—. No puedo recoger mis cosas e irme. Quiero decir que… Kevin tiene que ir al colegio…

—No tiene que ser ahora mismo —replicó—. Puedes esperar hasta que acabe el curso, si te parece mejor. Llevamos así mucho tiempo, podemos aguantar un par de meses más.

—Pero él es feliz aquí, es su hogar. Tiene sus amigos, el fútbol…

—Puede tener lo mismo en Wilmington.

—Eso no lo sabes. Es fácil decirlo, pero no puedes saberlo con seguridad.

—¿No has visto lo bien que nos llevamos?

Retiró la mano de entre las suyas, cada vez más frustrada.

—¿No ves que eso no tiene nada que ver? Ya sé que os lleváis bien, pero tampoco le has pedido hasta ahora que cambie su vida. Yo tampoco se lo he pedido. —Theresa hizo una pausa—. Además, no se trata solo de él. ¿Qué pasa conmigo, Garrett? Has estado en la cena esta noche y sabes lo que ha pasado. Acabo de recibir una noticia estupenda relacionada con mi columna, ¿y ahora quieres que también lo deje todo?

—Quiero que no dejemos lo nuestro. Es muy distinto.

—Entonces, ¿por qué no vienes tú aquí?

—¿Y qué haría?

—Lo mismo que en Wilmington. Ser instructor de submarinismo, salir a navegar, lo que sea. Mudarte es mucho más fácil para ti que para mí.

—No puedo. Ya te he dicho que esto —señaló con un gesto su alrededor y el exterior a través de las ventanas— no es para mí. Aquí estaría perdido.

Theresa se puso en pie y empezó a deambular por la sala, nerviosa. Se pasó una mano por el pelo.

—No es justo.

—¿Qué es lo que no te parece justo?

Le miró cara a cara.

—Todo. Que me pidas que me vaya de aquí y que cambie toda mi vida. Es como si me pusieras condiciones: «Podemos estar juntos, pero tiene que ser a mi manera». ¿Y qué pasa con mis sentimientos? ¿Acaso no son igual de importantes?

—Claro que sí. Tú eres importante; nosotros somos importantes.

—Perdona, pero, por tus palabras, no lo parece. Es como si solo pensaras en ti mismo. Quieres que deje todo por lo que he luchado, pero tú no estás dispuesto a dejar nada. —Habló sin dejar de mirarle a los ojos.

Garrett se levantó del sofá y fue hacia ella. Cuando se acercó, Theresa retrocedió y alzó sus brazos como si fueran una barrera.

—Mira, Garrett, ahora mismo no quiero que me toques, ¿de acuerdo?

Garrett dejó caer los brazos a los costados. Durante un buen rato, ninguno dijo nada. Theresa se cruzó de brazos y desvió la mirada.

—Debo de suponer que tu respuesta es que no vendrás —dijo por último Garrett, con un tono airado.

Theresa respondió sin precipitarse.

—No. Mi respuesta es que vamos a tener que hablarlo.

—¿Para que puedas convencerme de que no tengo razón?

Su comentario no merecía ninguna respuesta. Hizo un gesto de incredulidad con la cabeza, fue hacia la mesa del comedor, cogió el bolso y fue hacia la puerta.

—¿Adónde vas?

—Voy a comprar un poco de vino. Necesito una copa.

—Es muy tarde.

—Hay una tienda en la esquina. Volveré enseguida.

—¿Por qué no podemos hablarlo ahora?

—Porque —dijo rápidamente— necesito estar unos minutos a solas para poder pensar.

—¿Estás escabulléndote? —Aquello sonó como una acusación.

Abrió la puerta y se quedó en el umbral mientras respondía.

—No, Garrett, no me estoy escabullendo. Estaré de vuelta enseguida. No me gusta que me hables así. No es justo que me hagas sentir culpable. Me has pedido que cambie toda mi vida y voy a dedicar unos minutos a pensarlo.

Theresa salió del apartamento. Garrett se quedó mirando fijamente la puerta durante unos cuantos segundos, con la esperanza de que volviera a entrar. Al ver que eso no sucedía, se maldijo a sí mismo en silencio. Nada había salido como esperaba. Hacía apenas unos minutos que le había pedido que se mudase a Wilmington, y ahora acababa de salir por la puerta diciendo que quería estar sola. ¿Cómo había conseguido apartarla de él?

Sin saber qué hacer, empezó a dar vueltas por el apartamento. Fue a la cocina, luego a la habitación de Kevin y siguió deambulando por toda la casa. Cuando llegó al dormitorio, se detuvo antes de entrar. Fue hacia la cama y se sentó, ocultando la cabeza entre las manos.

¿Estaba siendo injusto al pedirle que se fuera de Boston? Resultaba obvio que ella tenía su vida allí, una buena vida, pero estaba seguro de que podía tener lo mismo en Wilmington. Aunque había intentado analizar la situación desde distintos puntos de vista, probablemente sería mucho mejor que si vivieran juntos en Boston. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que no podía vivir en un apartamento. Y aunque fueran a vivir a una casa, ¿disfrutaría de unas bonitas vistas? ¿O tendrían que vivir en un barrio residencial, rodeados por una docena de casas exactamente iguales?

Era un tema complicado. Y por alguna razón, Theresa había malinterpretado todo lo que había dicho. No era su intención que Theresa se sintiera como si le estuviera dando un ultimátum, pero, al recordar la conversación, se dio cuenta de que eso era exactamente lo que había hecho.

Suspiró, mientras se preguntaba cuál sería el siguiente paso. De algún modo, percibía que, independientemente de lo que dijese cuando Theresa regresara, seguirían discutiendo. Y eso era algo que quería evitar a toda costa. Las discusiones rara vez ayudaban a encontrar una solución.

Pero si no había de servir de nada seguir hablando, ¿qué otra opción le quedaba? Reflexionó durante unos instantes y al final decidió escribirle una carta par explicarle mejor cómo se sentía. Escribir siempre le había ayudado a pensar con más claridad, en especial durante los últimos años. Tal vez de ese modo Theresa podría entender cuáles eran sus motivos.

Echó un vistazo hacia la mesita de noche, sobre la que descansaba el teléfono, lo que le hizo pensar que quizá tendría algo a mano para tomar notas, pero no vio ningún bloc ni nada para escribir. Abrió el cajón, revolvió su contenido y enseguida encontró un bolígrafo.

Siguió rebuscando algo de papel, entre las revistas, un par de libros de bolsillo y algunos joyeros vacíos, hasta que de pronto vio algo que le resultaba familiar y que llamó su atención.

Un velero.

Un velero estampado en un papel y que sobresalía entre una delgada agenda y un ejemplar antiguo de la revista Ladies’ Home Journal. Lo cogió, convencido de que era una de las cartas que había escrito a Theresa en los últimos dos meses; de repente, se quedó pasmado.

¿Cómo era posible?

Aquel papel de cartas era un regalo de Catherine. Él solo lo usaba para escribirle a ella. Para las cartas que enviaba a Theresa empleaba un papel distinto que había comprado en una tienda.

Garrett contuvo la respiración. Rápidamente empezó a sacar cosas del cajón, entre ellas la revista, y con mucho cuidado extrajo no una, sino cinco páginas con el barco estampado. Sumido en su perplejidad, parpadeó varias veces antes de mirar la primera que había encontrado y empezó a leer su propia caligrafía: «Queridísima Catherine…».

«Oh, Dios mío», pensó. Miró la segunda página. Era una fotocopia: «Mi querida Catherine…».

Y la siguiente carta: «Querida Catherine…».

—¿Qué es esto? —masculló entre dientes, incapaz de creer lo que veían sus ojos—. No puede ser… —Volvió a examinar aquellos folios para asegurarse de que no estaba soñando.

Pero era real. Una de las cartas era un original; las otras dos, copias; pero eran sus cartas, las que le había escrito a Catherine después de soñar con ella, las que había arrojado al mar desde el Happenstance, convencido de que nunca más volvería a verlas.

Empezó a leerlas de forma compulsiva. Con cada palabra, cada frase, sus emociones volvieron a salir a la superficie y las revivió. Los sueños, los recuerdos, la pérdida, la angustia. Tuvo que dejar de leer.

Apretó los labios, con la boca seca, y se limitó a mirar las cartas, sin leerlas, horrorizado. Casi no oyó el ruido de la puerta de entrada cuando Theresa regresó.

—Garrett, ya he vuelto. —Luego solo se oyeron sus pasos en el suelo. Después dijo—: ¿Dónde estás?

Él no respondió. Lo único que podía hacer era intentar comprender cómo podía haber ocurrido. ¿Cómo era posible que estuvieran en su poder? Eran sus cartas… personales.

Las cartas a su mujer.

Cartas que eran exclusivamente asunto suyo.

Theresa entró en el dormitorio y le vio sentado en la cama. Aunque él no podía saberlo, estaba lívido, y los nudillos que sujetaban aquellas páginas con fuerza estaban blancos como la cera.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó ella, todavía sin saber qué era lo que Garrett tenía en las manos.

Durante unos instantes, parecía como si no le hubiera oído. Después, alzó la vista lentamente y la miró.

Theresa estaba confusa. Se disponía a hablar de nuevo cuando, de repente, como una fuerte marea, lo entendió todo: el cajón abierto, las páginas que Garrett sostenía en sus manos, la expresión en su rostro. De inmediato supo qué estaba pasando.

—Garrett… Puedo explicártelo —se apresuró a decir, en voz baja. Pero él no parecía dispuesto a escucharla.

—Mis cartas… —susurró, mientras la miraba con una mezcla de confusión y rabia.

—Yo…

—¿Cómo conseguiste mis cartas? —preguntó en un tono de exigencia que hizo retroceder a Theresa.

—Encontré una botella en la playa y…

Garrett la interrumpió.

—¿La encontraste?

Theresa asintió, intentando dar una explicación.

—Cuando estaba en Cape Cod. Salí a correr y la encontré…

Garrett volvió a mirar la primera página, la única carta original, que había escrito hacía un año.

Pero las otras…

—¿Y las demás? —preguntó, señalando las copias—. ¿Cómo las conseguiste?

Theresa respondió con suavidad.

—Me las enviaron.

—¿Quién? —Se puso en pie, confundido.

Theresa avanzó hacia él, tendiéndole una mano.

—Las personas que las habían encontrado. Una de ellas leyó mi columna…

—¿Publicaste mi carta? —Garrett habló como si acabara de recibir un golpe en el estómago.

Theresa tardó un poco en responder.

—No sabía… —empezó a decir.

—¿Qué es lo que no sabías? —dijo Garrett alzando la voz, obviamente herido—. ¿Que estaba mal hacer algo así? ¿Que no era algo que yo quisiera compartir con el resto del mundo?

—El mar llevó tu carta a la playa, deberías haber sabido que alguien podía encontrarla —replicó enseguida—. No usé vuestros nombres.

—Pero la publicaste en un periódico… —dijo con incredulidad, mientras su voz se iba apagando.

—Garrett…

—No sigas —atajó enojado. Volvió a mirar las cartas y después a ella, como si la estuviera viendo por primera vez—. Me has mentido —anunció, casi como si se tratara de una revelación.

—No te mentí.

Garrett no escuchaba.

—Me has mentido —repetía, casi para sí mismo—. Y además fuiste a buscarme. ¿Por qué? ¿Para poder escribir otra columna? ¿Solo por eso?

—No…, no es lo que te imaginas…

—Entonces, ¿de qué va todo esto?

—Después de leer tus cartas, yo… quería conocerte.

Garrett no comprendía sus palabras. Seguía alzando la vista de las cartas para mirarla a ella brevemente y volver a las páginas que él mismo había escrito. Su mirada estaba cargada de reproches.

—Me has mentido —dijo por tercera vez—. Me has utilizado.

—No es cierto…

—¡Sí lo es! —gritó Garrett, cuya voz reverberó en la habitación. Recordando a Catherine, sostuvo las cartas ante Theresa, como para mostrárselas por primera vez—. Estas cartas son mías. Se trata de mis sentimientos, mis pensamientos, mi manera de hacer frente a la pérdida de mi mujer. Son mías, y no tienen nada que ver contigo.

—No era mi intención hacerte daño.

La miró con dureza, sin decir nada. Los músculos de la mandíbula se tensaron.

—Todo esto ha sido una farsa, ¿no es así? —dijo por fin, sin esperar una respuesta—. Te hiciste con mis sentimientos hacia Catherine e intentaste manipularlos para convertirlos en lo que tú querías. Creías que porque amaba a Catherine también podría amarte a ti, ¿verdad?

Muy a su pesar, Theresa palideció. Súbitamente se sintió incapaz de articular palabra.

—Lo tenías todo planeado desde el principio, ¿me equivoco? —Garrett volvió a hacer una pausa, pasándose la mano que le quedaba libre por el pelo. Cuando volvió a hablar, tenía la voz quebrada—. Todo era un montaje…

Por un momento, Garrett parecía aturdido. Theresa intentó acercarse a él.

—Garrett, es cierto; admito que quería conocerte. Las cartas eran tan hermosas que deseé conocer a la clase de persona capaz de escribir así. Pero no sabía qué pasaría, no había trazado ningún plan. —Theresa le cogió una mano—. Te quiero, Garrett. Tienes que creerme.

Cuando Theresa dejó de hablar, él retiró la mano y se alejó de ella.

—¿Qué clase de persona eres?

Era un comentario hiriente. Theresa respondió a la defensiva.

—Te estás equivocando…

Garrett no cedió, haciendo caso omiso de su respuesta.

—Te imaginaste una disparatada fantasía…

Aquello era demasiado.

—¡Basta ya, Garrett! —chilló Theresa, furiosa, herida por sus palabras—. ¡No estás escuchando nada de lo que te digo! —Mientras gritaba, sintió que las lágrimas empezaban a anegar sus ojos.

—¿Por qué debería escucharte? Desde que te conozco no has dejado de mentir.

—¡No te he mentido! ¡Simplemente no te conté lo de las cartas!

—¡Porque sabías que estaba mal!

—No, porque sabía que no lo entenderías —contestó en un intento de recuperar la compostura.

—¡Sí que lo entiendo! ¡Ahora comprendo la clase de persona que eres!

Theresa entrecerró los ojos.

—No te comportes así.

—¿A qué te refieres? ¿A que no debería estar enfadado? ¿Ni sentirme herido? Acabo de descubrir que toda esta historia era una charada, y ¿ahora quieres que pare?

—¡Cállate! —volvió a gritar, exteriorizando una repentina erupción de ira.

Garrett parecía haberse quedado atónito. Se limitó a mirarla sin decir nada. Por último, con la voz quebrada, volvió a mostrarle las cartas.

—Crees que puedes entender lo que Catherine y yo teníamos, pero no es así. Por muchas cartas que hayas leído, por muy bien que creas conocerme, no serás capaz de entenderlo nunca. Lo que teníamos era real, era auténtico, y ella también…

Hizo una pausa para ordenar sus pensamientos y miró a Theresa como si fuera una extraña. Luego se puso muy tenso y añadió algo que hirió a Theresa mucho más profundamente que todo lo que había dicho antes.

—Lo nuestro nunca ha sido ni remotamente parecido a lo que Catherine y yo teníamos.

No esperó a que Theresa respondiera, sino que pasó a su lado, ignorándola, para hacer la maleta. Arrojó sus cosas de cualquier modo en su interior y cerró rápidamente la cremallera. Por un momento, Theresa pensó que debía detenerle, pero le flaqueaban las piernas después de aquel último comentario.

Garrett se incorporó y cogió la maleta.

—Esto —dijo con las cartas en la mano— es mío y me lo llevo.

Theresa se dio cuenta de repente de que Garrett se disponía a irse.

—¿Por qué te vas? —preguntó.

Garrett la miró fijamente.

—Ni siquiera sé quién eres.

Sin añadir nada más, dio media vuelta, atravesó la sala de estar y salió por la puerta.