Al día siguiente, muy temprano, el timbre del teléfono despertó a Theresa, que dormía profundamente. Buscó a tientas el aparato y reconoció la voz de Garrett de inmediato.
—¿Llegaste bien a casa?
—Sí —respondió atontada—. ¿Qué hora es?
—Las seis pasadas. ¿Te he despertado?
—Sí. Ayer me quedé despierta hasta bien tarde esperando tu llamada. Empezaba a preguntarme si no habrías olvidado tu promesa.
—Cómo la iba a olvidar. Simplemente supuse que necesitarías un poco de tiempo para instalarte.
—Pero estabas seguro de que estaría despierta al amanecer, ¿no?
Garrett rio.
—Perdona. ¿Qué tal tu vuelo? ¿Cómo estás?
—Bien. Cansada, pero bien.
—No puedo creer que ya estés agotada por el ajetreo de la gran ciudad.
Theresa se rio, pero Garrett se puso serio.
—Oye, quería que supieras algo.
—¿Qué?
—Te echo de menos.
—¿De veras?
—Sí. Ayer fui a trabajar, aunque la tienda estaba cerrada, con la intención de quitarme de encima el papeleo, pero no pude hacer gran cosa porque no paraba de pensar en ti.
—Me alegro de saberlo.
—Es cierto. No sé cómo voy a poder trabajar en las próximas semanas.
—Te las apañarás.
—Pero tal vez no consiga dormir.
Theresa se rio, sabedora de que estaba bromeando.
—Bueno, no te pases. Ya sabes que no me gustan los hombres demasiado dependientes. Me gusta que los hombres sean hombres.
—Intentaré tenerlo en cuenta.
Theresa no respondió enseguida.
—¿Dónde estás?
—Estoy sentado en la terraza, viendo la salida del sol. ¿Por qué?
Theresa pensó en las vistas que se estaba perdiendo.
—¿Es bonita?
—Siempre es bonita, pero hoy no la estoy disfrutando tanto.
—¿Por qué no?
—Porque no estás aquí conmigo para compartirla.
Ella se recostó en la cama para estar más cómoda.
—Oye, yo también te echo de menos.
—Eso espero. Odio pensar que soy el único que se siente así.
Theresa sonrió. Con una mano sostenía el teléfono y con la otra hacía girar inconscientemente un mechón de su cabello. Después de veinte minutos se despidieron, muy a su pesar.
Llegó tarde a la oficina, sintiendo por fin los efectos de la vertiginosa aventura como una resaca. Había dormido poco. Cuando se miró en el espejo después de haber hablado con Garrett, tuvo la impresión de que parecía una década más vieja. Como de costumbre, lo primero que hizo al llegar fue ir a buscar un café, que se tomó con un segundo sobre de azúcar para conseguir un aporte extra de energía.
—¡Hola, Theresa! —exclamó Deanna alegremente, al entrar en la sala de personal tras ella—. Pensé que no volverías nunca. Me muero de impaciencia por saber qué ha pasado.
—Buenos días —murmuró Theresa, mientras removía el café—. Perdona que haya llegado tarde.
—No te preocupes, me alegro de que hayas vuelto. Ayer estuve a punto de ir a verte para hablar contigo, pero no sabía a qué hora volvías.
—Siento no haberte avisado, pero estaba un poco cansada de toda la semana —dijo Theresa.
Deanna se apoyó en una mesa.
—Bueno, no me sorprende. Como ves, ya he hecho mis propias deducciones.
—¿Qué quieres decir?
Deanna la miró con un brillo extraño en los ojos.
—Deduzco que todavía no has ido a tu mesa.
—No, acabo de llegar. ¿Por qué?
—Bueno —empezó a decir, arqueando las cejas—, supongo que debes haber causado una buena impresión.
—¿De qué estás hablando, Deanna?
—Ven conmigo —dijo su amiga con una sonrisa cómplice mientras la acompañaba a la sala de redacción.
Al ver su escritorio, Theresa dio un grito ahogado. Al lado del correo acumulado mientras estaba ausente, había una docena de rosas, dispuestas con elegancia en un gran jarrón transparente.
—Llegaron a primera hora de la mañana. Creo que el repartidor se quedó un poco confundido al ver que la destinataria no estaba, así que me hice pasar por ti. Entonces se quedó boquiabierto de verdad.
Theresa apenas escuchaba las palabras de Deanna. En lugar de eso, cogió el sobre que estaba apoyado en el jarrón y lo abrió de inmediato. Deanna seguía de pie a su lado, mirando por encima del hombro. La nota decía:
Para la mujer más hermosa que conozco.
Ahora que vuelvo a estar solo, nada es como solía ser.
El cielo es más gris; el océano, más imponente.
¿Podrás arreglarlo? La única forma es volver a vernos.
Te echo de menos,
GARRETT
Theresa sonrió al leer la nota y la volvió a poner en el sobre, }mientras se inclinaba hacia el ramo de flores para oler su perfume.
—Debe de haber sido una semana memorable —dijo Deanna.
—Pues sí —respondió Theresa, lacónica.
—Estoy impaciente por que me cuentes todos los detalles.
—Creo —empezó a decir Theresa, mientras con la mirada daba a entender a Deanna que todo el personal en la sala de redacción la estaba mirando disimuladamente— que preferiría contártelo más tarde, cuando estemos a solas. No quiero que los compañeros empiecen a chismorrear.
—Ya lo están haciendo, Theresa. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que trajeron flores a esta oficina. Pero si lo prefieres, ya hablaremos más tarde.
—¿Les has dicho de quién eran?
—Por supuesto que no. Para ser sincera, creo que me gusta dejarles intrigados. —Recorrió con la mirada la sala de redacción y le guiñó el ojo—. Escucha, Theresa, ahora tengo trabajo. ¿Quieres que vayamos a comer juntas? Podríamos hablar con calma.
—Claro. ¿Dónde?
—¿Qué te parece Mikuni’s? Supongo que no debía de haber restaurantes de sushi en Wilmington.
—Suena bien. Y Deanna…, gracias por guardarme el secreto.
—De nada.
Le dio unas cariñosas palmaditas en el hombro a Theresa y se dirigió a su despacho. Ella se inclinó de nuevo sobre las rosas para olerlas otra vez, antes de apartar el jarrón hacia una esquina de la mesa. Empezó a clasificar el correo durante unos minutos, fingiendo ignorar las flores, hasta que la sala de redacción retomó su caótica actividad habitual. Cuando se aseguró de que nadie la estaba mirando, cogió el teléfono y llamó a la tienda de Garrett.
Contestó Ian.
—Espere, creo que está en su despacho. ¿Quién le llama?
—Dígale que estoy interesada en asistir a unas cuantas clases de submarinismo dentro de un par de semanas. —Intentó parecer lo más distante posible, sin estar segura de si Ian la había reconocido.
El chico le pidió que esperara un momento. Después se oyó un «clic» en la línea, cuando Garrett descolgó el teléfono.
—¿En qué puedo ayudarla? —preguntó, cansado.
—No tenías por qué hacerlo, pero me han gustado mucho.
Al reconocer su voz, Garrett respondió con un tono más alegre.
—Pero si eres tú. Me alegro de que hayan llegado. ¿Tenían buen aspecto?
—Son muy bonitas. ¿Cómo supiste que me gustaban las rosas?
—No lo sabía, pero nunca he conocido a una mujer a la que no le gusten, así que decidí arriesgarme.
Theresa sonrió.
—¿Así que envías rosas a muchas mujeres?
—A millones. Tengo muchas admiradoras. Los instructores de buceo somos casi como estrellas de cine, ya sabes.
—¿En serio?
—¿No me digas que no lo sabías? Yo pensaba que tú eras una de ellas.
Theresa se rio.
—Gracias.
—De nada. ¿Te han preguntado quién te las envía?
—Por supuesto —respondió con una sonrisa.
—Espero que hayas hablado bien de mí.
—Claro. Les dije que tienes sesenta y ocho años, estás gordo y ceceas de una forma muy desagradable que hace imposible entender lo que dices, pero que, como me dabas tanta pena, acepté tu invitación a comer. Y ahora, por desgracia, me estás acosando.
—Oye, eso duele —dijo él. Después hizo una breve pausa—. Bueno…, espero que las rosas te recuerden que estoy pensando en ti.
—Tal vez —respondió ella con coqueta timidez.
—Pues que sepas que estoy pensando en ti; no quiero que lo olvides.
Theresa miró las rosas.
—Lo mismo digo —contestó en voz baja.
Después de colgar, se quedó quieta, sentada frente al escritorio, y volvió a coger la tarjeta, para releerla. Esta vez, en lugar de ponerla al lado de las flores, la guardó en su bolso, para mayor seguridad. Conocía bien a sus compañeros de trabajo, por lo que estaba segura de que alguien la leería a la menor posibilidad.
—Bueno, ¿cómo es Garrett?
Deanna se sentó frente a Theresa a la mesa del restaurante, mientras esta le enseñaba las fotos de sus vacaciones.
—No sé por dónde empezar.
Mientras miraba la foto de Garrett y Theresa en la playa, Deanna habló sin mirarla.
—Empieza por el principio. No quiero perderme ni un detalle.
Theresa ya le había contado cómo había conocido a Garrett en el puerto deportivo, así que retomó el hilo de la historia a partir de la primera tarde en que salieron a navegar. Le contó que había dejado la chaqueta a propósito en el barco, para tener una excusa para volver a verle, a lo cual Deanna replicó: «¡es Maravilloso!». Después narró lo que pasó durante la comida del día siguiente y la cena de ese mismo día. Hizo una recapitulación detallada de los últimos cuatro días, sin apenas omitir nada mientras Deanna escuchaba, embelesada.
—Me parece que te lo has pasado muy bien —dijo Deanna con una orgullosa sonrisa maternal.
—Pues sí. Ha sido una de las mejores semanas de mi vida. Pero hay una pega…
—¿Qué pasa?
Theresa tardó un poco en responder.
—Bueno, Garrett hizo un comentario al final que hace que me plantee adónde me va a llevar todo esto.
—¿Qué dijo?
—No fue solo lo que dijo, sino «cómo» lo dijo, con un tono de voz que parecía denotar que no estuviera seguro de querer volver a verme.
—Creía que habías dicho que volverías a Wilmington dentro de un par de semanas.
—Esa es mi intención.
—Entonces, ¿dónde está el problema?
Theresa se removió inquieta, intentando ordenar sus pensamientos.
—Bueno, él sigue obsesionado con Catherine…, y… no estoy muy segura de que algún día llegue a superarlo.
Deanna de repente profirió una carcajada.
—¿Te parece gracioso? —preguntó Theresa, sorprendida.
—Tú eres graciosa, Theresa. ¿Qué esperabas? Ya sabías que seguía luchando por superar lo de Catherine antes de ir allí. Recuerda que fue su amor «eterno» lo que te pareció tan atractivo en él en un primer momento. ¿Creías que se olvidaría completamente de Catherine al cabo de un par de días, solo porque congeniasteis tan bien?
Theresa parecía avergonzada. Deanna volvió a reírse.
—Sí lo creías, ¿no es cierto? Eso es exactamente lo que esperabas.
—Deanna, tú no estabas allí… No sabes lo fantástico que parecía todo, hasta la última noche.
Su amiga suavizó el tono de voz:
—Theresa, sé que una parte de ti cree que puedes cambiar a una persona, pero la realidad es muy distinta. Tú puedes cambiar; Garrett también puede cambiar, claro. Pero lo que no puedes es obligarle a hacerlo.
—Lo sé…
—No lo sabes —la interrumpió Deanna, sin dejar de ser amable—. Y aunque así fuera, no quieres aceptarlo. Como se suele decir, ahora no puedes ver con claridad.
Theresa reflexionó sobre aquellas palabras durante unos momentos.
—Analicemos de forma objetiva lo sucedido con Garrett, ¿te parece? —preguntó Deanna.
Theresa asintió.
—Aunque tú sabías cosas de Garrett, él no sabía nada en absoluto de ti. Y sin embargo, fue él quien te preguntó si querías acompañarle a navegar. Así que supongo que la llama debió de surgir en cuanto os conocisteis. Después volviste a verlo cuando fuiste a buscar la chaqueta; entonces, él te invitó a comer. Te habló de Catherine, pero luego te preguntó si querías ir a su casa a cenar. Y a continuación, pasasteis cuatro maravillosos días juntos, durante los cuales os conocisteis y empezasteis a sentir un mutuo afecto. Si antes de irte me hubieras dicho que esto podía pasar, no lo hubiera creído. Pero ha pasado, eso es lo que importa. Y ahora ya estáis haciendo planes para volver a veros. En mi opinión, me parece que tu viaje ha sido todo un éxito.
—Entonces, ¿crees que no debería preocuparme porque no supere lo de Catherine?
Deanna negó con la cabeza.
—No exactamente. Mira, creo que no deberías adelantarte a los acontecimientos. El hecho es que hasta ahora solo habéis pasado unos cuantos días juntos. Creo que es muy poco tiempo para tomar una decisión. Si yo fuera tú, esperaría a ver cómo os sentís durante las próximas dos semanas. Cuando volváis a veros, sabrás mucho más de lo que sabes ahora.
—¿De veras lo crees? —Theresa miró a su amiga, preocupada.
—Me parece que yo tenía razón cuando en un primer momento te convencí para que fueras allí, ¿no crees?
Mientras Theresa y Deanna comían juntas, Garrett trabajaba en su despacho, oculto tras un enorme montón de papeles cuando se abrió la puerta. Fue Jeb Blake quien entró, asegurándose de que su hijo estaba solo antes de cerrar la puerta tras él. Tomó asiento en la silla situada al otro lado del escritorio, sacó un poco de tabaco y papel de fumar, y empezó a liar un cigarrillo.
—Adelante, siéntate; como puedes ver, no tengo mucho que hacer. —Garrett señaló el montón de papeles.
Jeb sonrió y siguió liando el cigarrillo.
—Llamé a la tienda un par de veces y me dijeron que no habías venido en toda la semana. ¿Qué has estado haciendo?
Garrett se reclinó en la silla y observó a su padre.
—Estoy seguro de que ya sabes la respuesta y de que probablemente sea esa la razón por la que estás aquí.
—¿Has estado con Theresa todo el tiempo?
—Sí.
Todavía entretenido con su cigarrillo, Jeb preguntó con indiferencia:
—¿Y qué habéis hecho?
—Salimos a navegar, paseamos por la playa, hablamos… Ya sabes, simplemente empezamos a conocernos mejor.
Jeb había acabado de liar el cigarrillo y se lo llevó a la boca. Sacó un encendedor Zippo del bolsillo de la camisa, lo encendió e inhaló profundamente. Mientras echaba el humo, ofreció a Garrett una pícara sonrisa.
—¿Cocinaste para ella los filetes como te enseñé?
Garrett respondió con una sonrisa cómplice.
—Por supuesto.
—¿Se quedó impresionada?
—Muy impresionada.
Jeb asintió y volvió a dar una calada al cigarrillo. Garrett notó que el aire del despacho empezaba a estar viciado.
—Bueno, eso quiere decir que por lo menos tiene una buena cualidad, ¿no?
—Tiene muchas más, papá.
—Te gustó, ¿verdad?
—Mucho.
—¿Aunque no la conozcas demasiado?
—Tengo la impresión de que lo sé todo de ella.
Jeb asintió con la cabeza y guardó silencio.
—¿Os volveréis a ver? —preguntó finalmente.
—Sí. De hecho, volverá dentro de un par de semanas con su hijo.
Jeb observó la expresión en el rostro de Garrett. Luego se puso en pie y echó a andar hacia la puerta. Antes de abrirla, se giró para mirar cara a cara a su hijo.
—Garrett, ¿puedo darte un consejo?
—Claro —respondió, sorprendido por la repentina despedida de su padre.
—Si te gusta, si te hace feliz y si te parece que la conoces desde siempre, no la dejes escapar.
—¿Por qué me dices eso?
Jeb miró fijamente a Garrett y, después de dar otra calada, contestó:
—Porque te conozco bien y sé que serás tú quien acabe con esta historia, y estoy aquí para intentar impedírtelo.
—¿De qué estás hablando?
—Sabes exactamente de qué estoy hablando —dijo bajando la voz.
Jeb se dio media vuelta, abrió la puerta y salió del despacho de Garrett sin decir una palabra más.
Aquella noche Garrett no dejaba de dar vueltas a lo que le había dicho su padre. No podía dormir. Se levantó de la cama y fue a la cocina, consciente de lo que tenía que hacer. En un cajón encontró el papel de cartas que siempre usaba cuando su mente estaba confusa. Tomó asiento ante el escritorio con la esperanza de poner en palabras sus pensamientos.
Querida Catherine:
No sé qué me está pasando, ni si llegaré a saberlo jamás. Han pasado muchas cosas últimamente y no acabo de encontrarles sentido.
Después de escribir esas líneas, permaneció sentado en el escritorio durante una hora, pero, por mucho que lo intentó, no se le ocurrió nada más. Sin embargo, cuando se despertó al día siguiente, a diferencia de la mayoría de los días, sus pensamientos no estaban ocupados por Catherine.
Lo primero que hizo fue pensar en Theresa.
Durante las dos semanas siguientes, Garrett y Theresa hablaron cada noche por teléfono, a veces durante horas. Él también le envió un par de cartas. En realidad eran más bien notas en las que le decía que la echaba de menos. La semana siguiente le mandó otra docena de rosas, esta vez acompañadas de una caja de caramelos.
Theresa no quería enviarle nada semejante, así que decidió mandarle una camisa de color azul claro que según ella combinaría muy bien con los vaqueros que solía llevar, además de un par de tarjetas.
Kevin volvió a casa a los pocos días, de manera que la semana pasó mucho más rápido para Theresa que para Garrett. En su primera noche en casa, mientras cenaba con su madre, Kevin explicó a trompicones sus vacaciones, antes de caer rendido en un sueño profundo de quince horas. Cuando despertó al día siguiente, su madre ya había preparado una larga lista de cosas por hacer. Necesitaba ropa nueva para el colegio, porque casi toda la que tenía se le había quedado pequeña; además tenía que apuntarse a la liga de fútbol de otoño. Aquello les ocupó casi todo el sábado. Además, había vuelto con una maleta llena de ropa sucia que había que lavar y quería revelar las fotos que había hecho durante las vacaciones, sin olvidar que el martes por la tarde tenía una cita con el dentista para ver si necesitaba ortodoncia.
En resumen, la vida había vuelto a la normalidad en casa de los Osborne.
La segunda noche después de que Kevin volviera a casa, Theresa le habló de sus vacaciones en Cape Cod, así como de su viaje a Wilmington. Mencionó a Garrett, intentando transmitirle sus sentimientos hacia él sin asustar a Kevin. En un primer momento, cuando le contó que había previsto ir a visitarlo el siguiente fin de semana, su hijo no pareció muy convencido. Pero cuando le explicó cómo se ganaba la vida Garrett, empezó a mostrar interés.
—¿Eso quiere decir que podría enseñarme a bucear? —preguntó mientras Theresa pasaba la aspiradora.
—A mí me dijo que podría hacerlo, si tú quieres.
—Guay —respondió Kevin, para después volver a lo que estaba haciendo.
Unos cuantos días después, fueron a un kiosco a comprar algunas revistas sobre submarinismo. Para cuando llegó el fin de semana, Kevin sabía cómo se llamaban todos los elementos del equipo de buceo que se podían encontrar; ya soñaba con su próxima aventura.
Entre tanto, Garrett seguía inmerso en su trabajo. Se quedaba en la tienda hasta tarde, siempre pensando en Theresa, con un ritmo de vida bastante parecido al que llevaba tras la muerte de Catherine. Cuando le comentó a su padre cuánto echaba de menos a Theresa, su padre se limitó a asentir con una sonrisa. Había algo en la mirada inquisidora de su padre que hacía a Garrett preguntarse qué era exactamente lo que el anciano tenía en la cabeza.
Theresa y Garrett habían decidido de mutuo acuerdo que sería mejor que no se alojaran en casa de Garrett, pero, como todavía era verano, casi todos los hoteles estaban llenos. Por suerte, él conocía al propietario de un pequeño motel situado a poco más de un kilómetro de distancia de la playa en la que se encontraba su casa y había podido arreglarlo para que se quedaran allí.
Cuando por fin llegó el día en que Theresa y Kevin iban a ir a visitarlo, Garrett compró comida, limpió la furgoneta por dentro y por fuera, y se duchó antes de ir al aeropuerto.
Vestido con unos pantalones de color caqui, náuticos y la camisa que le había regalado Theresa, esperó nervioso en la puerta de llegadas.
Durante las últimas dos semanas, sus sentimientos hacia Theresa se habían intensificado. Ahora sabía que lo que pasaba entre ellos, fuera lo que fuera, no se basaba simplemente en una atracción física; su anhelo parecía indicar que se trataba de algo mucho más profundo y duradero. Mientras alargaba el cuello para intentar vislumbrar a Theresa entre los demás pasajeros, sintió una punzada de ansiedad. Había pasado mucho tiempo desde que había sentido algo parecido por otra persona. ¿Adónde conducía todo aquello?
Cuando Theresa salió del avión con Kevin a su lado, su nerviosismo de pronto se esfumó. Estaba muy guapa, mucho más de lo que recordaba. Y Kevin era igual que en la foto y se parecía mucho a su madre. Debía de medir algo más de metro cincuenta, tenía los ojos oscuros y el cabello de Theresa, y era un tanto desgarbado; parecía que las piernas y los brazos habían crecido un poco más rápido que el resto del cuerpo.
Llevaba unas bermudas largas, zapatillas Nike y una camiseta de Hootie and the Blowfish. Su indumentaria estaba claramente inspirada en la MTV; Garrett no pudo evitar sonreír para sus adentros. Boston, Wilmington…, en realidad no importaba demasiado. Los niños siempre serían niños.
Al verlo, Theresa le saludó con la mano. Garrett fue hacia ellos, haciendo ademán de coger su equipaje de mano. No estaba seguro de si podía besarla delante de Kevin, así que vaciló hasta que Theresa se inclinó hacia él alegremente y le dio un beso en la mejilla.
—Garrett, quiero presentarte a mi hijo, Kevin —dijo orgullosa.
—Hola, Kevin.
—Hola, señor Blake —dijo él con frialdad, como si Garrett fuera uno de sus profesores.
—Llámame Garrett —le respondió mientras extendía la mano hacia él. Kevin le dio la mano, un poco inseguro. Hasta ese momento, ningún adulto aparte de Annette le había dicho que podía llamarlo por su nombre de pila.
—¿Cómo ha ido el vuelo? —preguntó Garrett.
—Bien —respondió Theresa.
—¿Habéis comido algo?
—Todavía no.
—¿Qué os parece si comemos algo antes de llevaros al motel?
—Suena bien.
—¿Te apetece algún tipo de comida en particular? —preguntó Garrett a Kevin.
—Me gusta ir a McDonald’s.
—Oh, no, cariño —dijo Theresa enseguida, pero Garrett la interrumpió haciendo un gesto con la cabeza.
—Me parece bien ir a McDonald’s.
—¿Estás seguro? —preguntó Theresa.
—Afirmativo. Siempre voy a comer allí.
Kevin parecía encantado con la respuesta y los tres empezaron a caminar hacia las cintas transportadoras de equipajes. Cuando salieron del aeropuerto, Garrett preguntó:
—¿Sabes nadar, Kevin?
—Bastante bien.
—¿Te apetece que hagamos un par de clases de submarinismo este fin de semana?
—Creo que sí, he estado leyendo un poco sobre buceo —dijo, intentando parecer mayor de lo que era.
—Bien. Esperaba que dijeras eso. Con un poco de suerte, tal vez puedas incluso obtener tu certificado antes de que vuelvas a casa.
—¿Qué significa eso?
—Es una licencia que te permite hacer submarinismo siempre que quieras, una especie de carné de conducir.
—¿Y se consigue en tan pocos días?
—Claro. Tienes que aprobar un examen escrito y pasar un número de horas bajo el agua con un instructor. Pero como esta semana serás mi único alumno, a menos que tu madre también quiera aprender, tendremos tiempo de sobra.
—Guay —dijo Kevin. Se volvió hacia Theresa—. ¿Tú también vas a aprender, mamá?
—No lo sé. Quizás.
—Creo que deberías probarlo —insistió Kevin—. Será divertido.
—Tiene razón, tú también deberías aprender —añadió Garrett con una sonrisa de suficiencia, a sabiendas de que Theresa se sentiría presionada por los dos, y probablemente cedería.
—Vale —dijo ella poniendo los ojos en blanco—, yo también probaré. Pero si veo un tiburón, lo dejo.
—¿En serio hay tiburones? —preguntó Kevin de inmediato.
—Sí, probablemente veamos algunos, pero son pequeños y no molestan a las personas.
—¿Cómo de pequeños? —preguntó Theresa, al recordar la anécdota de Garrett sobre el pez martillo.
—Lo suficiente para que no tengas de qué preocuparte.
—¿Estás seguro?
—Afirmativo.
—Guay —repitió Kevin para sí mismo.
Theresa miró de soslayo a Garrett, preguntándose si estaba diciendo la verdad.
Tras recoger las maletas y hacer una parada para comer una hamburguesa, Garrett llevó a Theresa y a Kevin al motel. Después de llevar las maletas hasta su habitación, Garrett fue a la furgoneta para coger un libro y unos cuantos papeles, que trajo bajo el brazo.
—Kevin, esto es para ti.
—¿Qué es?
—Es el libro y los test que debes leer para tu certificación. No te asustes; parece que hay mucho por leer, pero en realidad no es tanto. Si quieres que empecemos mañana el curso, tendrás que leer las dos primeras secciones y rellenar el primer test.
—¿Es difícil?
—No, en realidad es bastante fácil, pero hay que hacerlo. Y puedes usar el libro para buscar las respuestas que no sepas.
—¿Quieres decir que puedo mirar las respuestas mientras hago el test?
Garrett asintió.
—Sí. Cuando doy un curso, mis alumnos deben contestar el test en casa y estoy casi seguro de que todos utilizan el libro. Lo importante es que intentes aprender lo que necesitas saber. Bucear es muy divertido, pero puede ser peligroso si no sabes lo que estás haciendo.
Garrett le dio a Kevin el libro y siguió hablando.
—Son unas veinte páginas las que hay que leer, además de rellenar el test. Si puedes tenerlo para mañana, iremos a la piscina para completar la primera parte de tu certificación. Aprenderás a ponerte el equipo y practicaremos un rato.
—¿No iremos al océano?
—Mañana no, primero tienes que dedicar un poco de tiempo a sentirte cómodo con el equipo. Cuando hayas practicado unas cuantas horas, estaremos preparados para ir al mar. El lunes o el martes probablemente podrás hacer tus primeras inmersiones en aguas abiertas. Y si conseguimos pasar un número determinado de horas en el agua, para cuando subas al avión de vuelta a casa ya tendrás tu certificación temporal. Después, solo tendrás que enviar por correo una solicitud y te enviarán la certificación definitiva al cabo de un par de semanas.
Kevin empezó a hojear la documentación.
—¿Mamá también tendrá que hacerlo?
—Sí, si quiere obtener la certificación.
Theresa se acercó a Kevin y echó un vistazo por encima de su hombro, mientras este pasaba las páginas del libro. La información contenida en él no parecía demasiado densa.
—Kevin —dijo Theresa—, podemos hacerlo juntos mañana temprano, si estás demasiado cansado para empezar ahora.
—No estoy cansado —respondió el niño sin dudarlo.
—¿Te importa si Garrett y yo salimos a la terraza a hablar un rato?
—Claro que no —dijo con aire ausente, mientras abría el libro por la primera página.
Una vez afuera, Garrett y Theresa se sentaron uno frente al otro. Theresa volvió la vista hacia su hijo y comprobó que ya estaba leyendo.
—¿No estarás poniéndoselo más fácil de lo normal para que consiga el certificado?
Garrett negó con la cabeza.
—Por supuesto que no. Para obtener un certificado de buceo deportivo de la Asociación Profesional de Instructores de Buceo, PADI, solo hay que hacer los test correctamente y pasar una cantidad determinada de prácticas en el agua con un instructor. El curso suele hacerse en tres o cuatro fines de semana, porque la mayoría de la gente no tiene tiempo de hacerlo entre semana. Kevin hará el mismo curso, solo que más concentrado.
—Te agradezco mucho que hagas esto por él.
—Oye, te olvidas de que es mi trabajo. —Tras comprobar que Kevin seguía leyendo, acercó su silla a la de Theresa—. Te he echado de menos estas dos semanas —dijo en voz baja, mientras le cogía la mano.
—Yo también.
—Estás muy guapa —añadió Garrett—. De todas las mujeres que bajaron del avión, eras con diferencia la más atractiva.
Theresa no pudo evitar sonrojarse.
—Gracias… Tú también tienes buen aspecto, sobre todo con esa camisa.
—Pensé que te gustaría que me la pusiera.
—¿Estás enfadado porque no nos quedemos en tu casa?
—Por supuesto que no. Lo entiendo, Kevin no me conoce de nada. Prefiero que me vaya conociendo hasta que se sienta a gusto conmigo, en lugar de presionarlo. Estoy de acuerdo contigo en que ya ha tenido que superar muchas cosas.
—Supongo que sabes que no podremos pasar mucho tiempo a solas este fin de semana.
—Acepto lo que sea con tal de estar contigo —respondió.
Theresa volvió a mirar hacia Kevin. Al ver que estaba absorto en la lectura del libro, se acercó a Garrett y le besó. A pesar de que sabía que no podrían pasar la noche juntos, se sentía igual de feliz. Solo con estar sentada a su lado y ver cómo él la miraba, se le aceleraba el corazón.
—Me gustaría vivir más cerca —dijo—. Eres muy adictivo.
—Lo tomaré como un cumplido.
Tres horas más tarde, cuando ya hacía rato que Kevin dormía, Theresa acompañó a Garrett a la puerta. Salieron afuera y, después de cerrar la puerta tras ellos, se besaron un buen rato, alargando una despedida que ambos hubieran deseado evitar. En sus brazos, Theresa se sentía como si volviera a ser una adolescente, como si Garrett le estuviera robando un beso en el porche de sus padres. De hecho, eso lo hacía todo aún más excitante.
—Me gustaría que pudieras quedarte aquí esta noche —susurró.
—A mí también.
—¿Te cuesta tanto como a mí decir «buenas noches»?
—Yo diría que a mí me cuesta mucho más, porque tengo que volver a una casa vacía.
—No digas eso. Me haces sentir culpable.
—Tal vez no es tan mala idea hacerte sentir un poquito culpable. Así sé que te importo.
—No estaría aquí si no fuera así. —Volvieron a besarse apasionadamente.
Garrett se apartó un poco y murmuró:
—Creo que tengo que irme. —Pero por su tono de voz parecía que no lo decía en serio.
—Lo sé.
—Pero no quiero —dijo con una pícara sonrisa.
—Ya sé a qué te refieres —contestó Theresa—. Pero debes irte. Tienes que enseñarnos a bucear mañana.
—Preferiría enseñarte un par de cosas que también sé hacer.
—Pensaba que ya lo habías hecho la última vez que estuve aquí —respondió con coquetería.
—En efecto. Pero con la práctica se consigue la perfección.
—Entonces tendremos que encontrar algún momento para practicar mientras esté aquí.
—¿Crees que podrá ser?
—Creo —dijo con sinceridad— que todo es posible si de verdad queremos.
—Espero que tengas razón.
—Claro que tengo razón —insistió ella antes de besarlo por última vez—. Casi siempre. —Theresa se separó de él lentamente y se dirigió a la puerta.
—Eso es lo que me gusta de ti, Theresa, tu seguridad en ti misma. Siempre sabes qué está pasando.
—Tienes que irte, Garrett —dijo con cierto recato—. ¿Podrías hacerme un favor?
—Lo que quieras.
—Sueña conmigo, ¿vale?
A la mañana siguiente, Kevin se despertó muy temprano y abrió las cortinas, para dejar que la luz del sol entrase a raudales en la habitación. Theresa entrecerró los ojos y se dio media vuelta en la cama, para intentar seguir durmiendo, pero su hijo era muy insistente.
—Mamá, tienes que hacer el test antes de irnos —dijo ansioso.
Theresa emitió un gemido. Se dio media vuelta y miró el reloj. Eran las seis y pico de la mañana. Había dormido menos de cinco horas.
—Es demasiado temprano —dijo, volviendo a cerrar los ojos—. ¿Me dejas dormir un poco más, cariño?
—No tenemos tiempo —respondió él, mientras se sentaba en su cama y le sacudía suavemente el hombro—. Todavía no has leído la primera sección.
—¿Lo hiciste todo anoche?
—Sí —contestó—. Este es mi test, pero no lo copies, ¿vale? No quiero meterme en líos.
—No creo que te metas en líos por ello —dijo Theresa, todavía grogui—. Conocemos al profe, ya sabes lo que quiero decir.
—Pero eso no estaría bien. Además, tienes que saber la materia, como dijo el señor Blake…, quiero decir, Garrett…, porque si no puedes tener problemas.
—Vale, vale —dijo Theresa, mientras se incorporaba lentamente. Se restregó los ojos—. ¿Hay café instantáneo en el cuarto de baño?
—No lo he visto, pero si quieres bajo un momento al vestíbulo a comprar una Coca-Cola.
—Hay algunas monedas en la cartera…
Kevin saltó de la cama y empezó a rebuscar en el bolso. Encontró unas cuantas monedas de veinticinco centavos y salió de la habitación, todavía despeinado. Theresa oyó sus pasos mientras bajaba corriendo hacia el vestíbulo. Se levantó, estiró los brazos por encima de la cabeza y después se dirigió hacia la mesa. Abrió el libro y empezó a leer el primer capítulo justo cuando Kevin volvía con dos Coca-Colas.
—Aquí tienes tu Coca-Cola —dijo el chaval, mientras la dejaba sobre la mesa—. Voy a ducharme y a prepararlo todo. ¿Dónde está mi bañador?
«Ay, la energía ilimitada de los niños», pensó Theresa.
—Está en el cajón de arriba, al lado de tus calcetines.
—Vale —dijo Kevin, abriendo el cajón—, ya lo tengo. —Después fue al baño y Theresa oyó el ruido de la ducha. Abrió la lata de Coca-Cola y siguió leyendo.
Por suerte, Garrett tenía razón al decir que no era difícil. Era un libro de fácil lectura, con fotos que describían los elementos del equipo. Cuando Kevin estuvo listo, ella ya había acabado de leerlo. Buscó el test y se dispuso a cumplimentarlo. Kevin se acercó y se quedó de pie detrás de ella, mientras Theresa leía la primera pregunta. Puesto que recordaba haber leído la respuesta en el libro, empezó a pasar páginas hacia atrás hasta llegar a la que contenía la información.
—Mamá, esa pregunta es muy fácil. No necesitas mirar el libro.
—A las seis del mañana, necesito toda la ayuda del mundo —refunfuñó Theresa, sin el menor sentimiento de culpa, puesto que Garrett había dicho que podía usar el libro.
Kevin siguió espiándola por encima del hombro mientras respondía las primeras preguntas, haciendo comentarios tales como: «No, estás mirando en otra página»; o: «¿Estás segura de que has leído todos los capítulos?», hasta que finalmente Theresa le dijo que sería mejor que se fuera a ver la tele.
—Pero no ponen nada —rezongó Kevin, hastiado.
—Entonces lee algo.
—No he traído ningún libro.
—Pues quédate sentado en silencio.
—Ya estoy sentado en silencio.
—No, no lo estás. Estás mirando por encima de mi hombro.
—Solo intentaba ayudar.
—Quédate sentado en la cama, ¿vale? Y no digas nada.
—Pero si no digo nada.
—Estás hablando.
—Pero solo porque tú me hablas.
—¿No puedes dejarme hacer el test tranquila?
—Vale, ya no hablo más. No diré ni pío.
Y así fue… solo durante dos minutos. Después empezó a silbar.
Theresa dejó el bolígrafo sobre la mesa y se volvió hacia él.
—¿Por qué estás silbando?
—Porque me aburro.
—Pues pon la televisión.
—No ponen nada…
Y así hasta que Theresa al final rellenó el test. Le había llevado casi una hora hacer algo para lo que normalmente hubiera necesitado la mitad de tiempo, de haberlo hecho en su despacho. Luego se dio una larga ducha con agua muy caliente y se vistió, con el bañador bajo la ropa. Kevin estaba ahora famélico y quería ir otra vez al McDonald’s, pero Theresa se impuso y sugirió que fueran a desayunar a la cafetería Waffle House, situada al otro lado de la calle.
—Pero no me gusta la comida que hacen.
—Todavía no la has probado.
—Ya lo sé.
—Entonces, ¿cómo sabes que no te gusta?
—Simplemente lo sé.
—¿Acaso eres omnisciente?
—¿Qué quiere decir eso?
—Quiere decir, hombrecito, que por una vez vamos a comer donde yo quiero.
—¿Ah, sí?
—Sí —dijo Theresa, con más ansia de tomar café de lo normal.
Garrett llamó a la puerta de la habitación del motel a las nueve. Kevin corrió hacia allí.
—¿Estáis listos? —preguntó.
—Claro que sí —respondió enseguida Kevin—. Ya he hecho el test. Te lo enseñaré.
Se abalanzó sobre la mesa mientras Theresa se incorporaba de la cama y le daba a Garrett un rápido beso de buenos días.
—¿Cómo ha ido la mañana? —preguntó.
—Tengo la sensación de que ya es por la tarde. Kevin me despertó al amanecer para hacer el test.
Garrett sonrió mientras el chico volvía con el test.
—Aquí está, señor Blake, digo, Garrett.
Él empezó a leer las respuestas.
—A mi madre le ha costado encontrar las respuestas a algunas de ellas, pero la he ayudado —añadió Kevin, a lo que Theresa se limitó a poner los ojos en blanco—. ¿Estás lista, mamá?
—Cuando queráis —respondió ella, mientras cogía la llave de la habitación y el bolso.
—Entonces vamos —dijo Kevin, encabezando la marcha hacia el vestíbulo y la furgoneta de Garrett.
Durante toda la mañana y parte de la tarde, Garrett les enseñó las nociones básicas del submarinismo. Aprendieron cómo funcionaba el equipo, la forma de ponérselo y comprobarlo, y por último a respirar a través de la boquilla, primero al lado de la piscina, y luego bajo el agua.
—Lo más importante, y es algo que debéis recordar —explicó Garrett—, es respirar con normalidad. No aguantéis la respiración, ni tampoco respiréis de forma agitada ni demasiado lenta. Simplemente respirad de forma natural.
Por supuesto, a Theresa todo aquello no le parecía en absoluto natural, así que acabó teniendo más dificultades que su hijo. Kevin, siempre preparado para la aventura, después de pasar unos cuantos minutos bajo al agua, creía que ya lo sabía todo.
—Esto es fácil —le dijo a Garrett—. Creo que esta tarde ya estaré preparado para ir al mar.
—Estoy seguro de ello, pero aun así tenemos que hacer las clases en el orden prescrito.
—¿Qué tal va mi madre?
—Bien.
—¿Tanto como yo?
—Los dos lo estáis haciendo muy bien —dijo Garrett.
Kevin volvió a colocarse la boquilla. Se sumergió justo cuando Theresa salía a la superficie y se quitaba la suya.
—Tengo una sensación rara al respirar —dijo.
—Lo estás haciendo bien. Solo tienes que relajarte y respirar con normalidad.
—Eso es lo que dijiste la última vez que salí dando boqueadas.
—No se han producido demasiados cambios en el método de instrucción durante los últimos minutos, Theresa.
—Ya lo sé. Solo me estaba preguntando si mi botella está bien.
—La botella está perfectamente. La comprobé dos veces esta mañana.
—Pero no eres tú quien la está utilizando.
—¿Quieres que la pruebe?
—No —farfulló frustrada, entrecerrando los ojos—, me las apañaré. —Y volvió a sumergirse.
Kevin salió a la superficie y volvió a quitarse la boquilla.
—¿Mi madre está bien? La he visto salir.
—Sí, está bien. Se está acostumbrando, igual que tú.
—Me alegro. Me sentiría fatal si yo consigo la certificación y ella no.
—No te preocupes por eso. Sigue practicando.
—Vale.
Siguieron practicando. Después de unas cuantas horas en la piscina, Kevin y Theresa estaban cansados. Fueron a comer. Garrett volvió a contar las anécdotas que había vivido en sus inmersiones, esta vez para regocijo de Kevin, quien aprovechó para hacerle cientos de preguntas con los ojos muy abiertos. Garrett respondió a cada una de ellas con mucha paciencia. Theresa parecía aliviada al ver lo bien que congeniaban.
Fueron al motel para coger el libro y la lección para el día siguiente. Después Garrett los llevó a su casa. Aunque Kevin pensaba seguir enseguida con la lectura de los siguientes capítulos, al ver que Garrett vivía en la playa cambió de planes. De pie en la sala, miró hacia el océano y preguntó:
—¿Puedo ir al agua, mamá?
—No creo que sea buena idea —le respondió ella amablemente—. Ya hemos pasado todo el día en la piscina.
—Mamá…, por favor… No tienes que ir conmigo, puedes verme desde la terraza.
Theresa vaciló. Kevin supo que la convencería.
—Por favor —volvió a decir, ofreciéndole la más cautivadora de sus sonrisas.
—Vale, puedes bañarte. Pero no te adentres demasiado, ¿de acuerdo?
—No lo haré, lo prometo —contestó alegremente. Cogió la toalla que le dio Garrett y corrió hacia el agua. Garrett y Theresa se sentaron en la terraza y vieron cómo Kevin empezaba a chapotear en el agua.
—Es todo un hombrecito —dijo Garrett en voz baja.
—Sí que lo es —respondió Theresa—. Y creo que le gustas. Durante la comida, cuando fuiste al baño, dijo que eras guay.
Garrett sonrió.
—Me alegro. Es recíproco. Es uno de los mejores alumnos que he tenido.
—Lo dices por contentarme.
—No, de veras. He tenido muchos alumnos de su edad en mis cursos y, en comparación, es muy maduro y educado. Además de amable. En estos tiempos veo muchos niños consentidos, pero él no me lo parece.
—Gracias.
—Lo digo en serio, Theresa. Después de que me contaras tus preocupaciones, no estaba seguro de con qué me iba a encontrar. Pero Kevin es un muchacho estupendo. Lo has criado muy bien.
Theresa le cogió la mano y la rozó suavemente con los labios.
—Significa mucho para mí que hables así de Kevin. No he conocido muchos hombres que quieran hablar de mi hijo, por no decir pasar algún tiempo con él —dijo en voz baja.
—Ellos se lo pierden.
Theresa sonrió.
—¿Cómo puede ser que siempre sepas escoger exactamente las palabras que me hacen sentir bien?
—Tal vez sea porque sabes sacar lo mejor de mí.
—Tal vez.
Por la tarde, Garrett les llevó al videoclub para alquilar un par de películas que Kevin quería ver y pidió unas pizzas para los tres. Vieron una de las películas juntos en la sala, mientras cenaban. Después de cenar Kevin empezó a parecer cansado. A las nueve de la noche ya se había quedado dormido delante del televisor. Theresa le sacudió suavemente y le dijo que tenían que irse al motel.
—¿Por qué no nos quedamos aquí a dormir esta noche? —balbuceó, medio dormido.
—Creo que deberíamos irnos —respondió Theresa en voz baja.
—Si queréis, podéis dormir en mi cama —propuso Garrett—. Yo dormiré en el sofá.
—¿Por qué no, mamá? Estoy muy cansado.
—¿Estás seguro? —preguntó, pero Kevin ya iba hacia el dormitorio tambaleándose. Oyeron los muelles de la cama chirriar cuando Kevin se dejó caer en la cama de Garrett. Los dos le siguieron y le echaron un vistazo desde la puerta. No había tardado ni un segundo en volver a dormirse.
—Parece que no te ha dejado elegir —susurró Garrett.
—Todavía no estoy segura de que sea una buena idea.
—Me comportaré como un perfecto caballero, lo prometo.
—No eres tú quien me preocupa. Es solo que no quiero que Kevin se lleve una falsa impresión.
—¿Te refieres a que no quieres que sepa que nos queremos? Creo que ya lo sabe.
—Ya sabes a qué me refiero.
—Sí, lo sé. —Garrett se encogió de hombros—. Oye, si quieres te ayudo a llevarle hasta la furgoneta, lo haré encantado.
Theresa observó a Kevin durante unos instantes, mientras escuchaba su respiración profunda y regular. Parecía totalmente ausente de este mundo.
—Bueno, supongo que por una noche no pasa nada —cedió Theresa, y Garrett le hizo un guiño.
—No esperaba menos de ti.
—Espero que no olvides tu promesa de ser un perfecto caballero.
—No lo haré.
—Pareces muy seguro de ello.
—Bueno…, una promesa es una promesa.
Theresa cerró la puerta sigilosamente y rodeó con sus brazos el cuello de Garrett. Le dio un beso mordisqueándole el labio con un gesto juguetón.
—Me parece muy bien, porque, si fuera por mí, no creo que pudiera contenerme.
Garrett hizo una mueca de dolor.
—Sabes realmente cómo ponérselo difícil a los hombres, ¿verdad?
—¿Estás acusándome de provocarte?
—No —respondió Garrett en voz baja—. Estoy diciendo que creo que eres perfecta.
En lugar de ver la otra película, Garrett y Theresa tomaron asiento en el sofá, con sendas copas de vino, y empezaron a hablar. Ella fue un par de veces a ver si Kevin todavía estaba durmiendo. Al parecer, ni se había movido.
A medianoche, Theresa bostezaba continuamente, así que Garrett propuso que fuera a descansar.
—Pero he venido hasta aquí para verte —protestó soñolienta.
—Ya, pero, si no duermes lo suficiente, empezarás a verme borroso.
—Estoy bien, de verdad —contestó ella antes de volver a bostezar. Garrett se puso en pie y fue a un armario del que extrajo una sábana, una manta y una almohada, para hacerse la cama en el sofá.
—Insisto. Intenta dormir un poco. Tenemos unos cuantos días para vernos.
—¿Estás seguro?
—Afirmativo.
Theresa ayudó a Garrett a preparar la cama en el sofá y después se dirigió al dormitorio.
—Si prefieres no dormir con tu ropa, en el segundo cajón encontrarás camisetas —dijo Garrett.
Ella volvió a besarlo.
—He pasado un día fantástico —dijo.
—Yo también.
—Siento estar tan cansada.
—Hoy ha sido un día duro para ti. Es perfectamente comprensible.
Todavía entrelazados, Theresa le susurró al oído.
—¿Siempre resulta tan fácil llevarse bien contigo?
—Intento que sea así.
—Pues estás haciendo un buen trabajo.
Pocas horas más tarde, Garrett se despertó con la sensación de que alguien le estaba dando golpecitos en las costillas. Abrió los ojos y vio a Theresa sentada a su lado. Llevaba una de sus camisetas.
—¿Estás bien? —preguntó Garrett, incorporándose.
—Sí —susurró ella, acariciándole un brazo.
—¿Qué hora es?
—Las tres pasadas.
—¿Kevin está dormido?
—Como un tronco.
—¿Puedo preguntarte por qué te has levantado?
—Tuve un sueño y no podía seguir durmiendo.
Él se restregó los ojos.
—¿Y qué has soñado?
—Contigo —respondió Theresa en un murmullo.
—¿Era un sueño agradable? —preguntó Garrett.
—Oh, sí… —La voz de Theresa se fue apagando, mientras se inclinaba sobre él para besarle el pecho. Garrett la atrajo hacia sí. Echó un vistazo rápidamente a la puerta del dormitorio, que Theresa había cerrado.
—¿No te preocupa que Kevin pueda vernos? —preguntó él.
—Un poco, pero confío en que seas discreto.
Theresa deslizó la mano por debajo de la manta y acarició su vientre con los dedos. Era una sensación eléctrica.
—¿Estás segura de esto?
—Ajá —contestó ella.
Hicieron el amor en silencio, con ternura, y después permanecieron tumbados uno al lado del otro. Durante un buen rato, ninguno de los dos habló. Cuando se insinuaron las primeras luces en el cielo, se dieron un beso de buenas noches y Theresa volvió al dormitorio. Al cabo de pocos minutos, Theresa dormía profundamente. Garrett la observó desde el umbral.
Por alguna razón, le resultó imposible volver a dormirse.
A la mañana siguiente, Theresa y Kevin hicieron el test juntos mientras Garrett iba a buscar panecillos para el desayuno. Después fueron de nuevo a la piscina. En esta ocasión, la clase era más complicada y abarcaba toda una serie de enseñanzas distintas. Theresa y Kevin practicaron la «respiración a dos», por si sucedía que uno de ellos se quedaba sin aire bajo el agua y tenían que compartir una única botella. Garrett les advirtió del peligro de dejarse llevar por el pánico durante una inmersión y salir demasiado rápido a la superficie.
—En ese caso, sufriríais lo que vulgarmente se ha dado en llamar «enfermedad del buzo», fenómeno que no solo es doloroso, sino que puede costaros la vida.
También pasaron bastante tiempo en la parte más profunda de la piscina, buceando durante períodos cada vez más prolongados, para acostumbrarse al equipo y practicar el método para destaparse los oídos. Hacia el final de la clase, Garrett les enseñó a saltar desde el borde de la piscina, de forma que, al hacerlo, los visores quedaran perfectamente ajustados a la cara. Como era de prever, después de unas cuantas horas ambos estaban agotados, así que dieron por terminada la jornada.
—¿Mañana iremos al mar? —preguntó Kevin mientras regresaban a la furgoneta.
—Si quieres, podemos hacerlo. Creo que estás preparado, pero si lo prefieres también podemos seguir practicando en la piscina.
—No, creo que estoy preparado.
—¿Estás seguro? No quiero presionarte.
—Estoy seguro —respondió Kevin rápidamente.
—¿Y tú, Theresa? ¿Estás lista para ir al océano?
—Si Kevin está listo, yo también.
—¿Todavía puedo conseguir la certificación para el martes? —preguntó Kevin.
—Si las inmersiones en el océano van bien, ambos la obtendréis.
—¡Genial!
—¿Cuál es el plan para el resto del día? —preguntó Theresa.
Garrett empezó a guardar las botellas en la parte trasera de la furgoneta.
—Pensé que podríamos salir a navegar. Parece que hoy habrá unas condiciones fantásticas.
—¿Puedo aprender eso también? —preguntó Kevin con gran entusiasmo.
—Claro. Serás el segundo oficial.
—¿También necesito un carné para eso?
—No, en realidad eso depende del capitán y, puesto que soy yo mismo, puedo nombrarte segundo de a bordo ahora mismo.
—¿Así de simple?
—Así de simple.
Theresa casi pudo leer los pensamientos de Kevin cuando este la miró boquiabierto: «Primero aprendo a bucear y luego me convierto en segundo oficial. Ya verás cuando se lo cuente a mis amigos».
Garrett no se equivocaba al predecir unas condiciones excelentes, así que los tres disfrutaron de la salida. Le enseñó a Kevin los conceptos básicos de la navegación, desde cómo y cuándo hacer bordadas, hasta saber cuál sería la dirección del viento basándose en la observación de las nubes. Al igual que en su primera cita, comieron sándwiches y ensalada, pero, esta vez, una familia de marsopas que jugueteaban alrededor del velero les ofreció todo un espectáculo mientras comían.
Cuando volvieron al muelle, ya era tarde. Después, una vez que Garrett hubo enseñado a Kevin cómo se aseguraba el barco para protegerlo de posibles tormentas imprevistas, los llevó de vuelta al motel.
Puesto que los tres estaban exhaustos, Theresa y Garrett se despidieron rápidamente. De hecho, cuando Garrett llegó a su casa, tanto Theresa como Kevin ya se habían acostado.
Al día siguiente, Garrett les guio en su primera inmersión en el mar. Una vez superado el nerviosismo inicial, empezaron a disfrutar tanto que al final cada uno de ellos consumió dos botellas de oxígeno en el transcurso de aquella tarde. Gracias a que el tiempo en la costa seguía siendo estable, las aguas estaban claras y había una visibilidad excelente. Garrett les hizo unas cuantas fotos mientras exploraban uno de los barcos hundidos a poca profundidad de la costa de Carolina del Norte. Les prometió que las llevaría a revelar esa misma semana, para enviárselas lo antes posible.
De nuevo pasaron la tarde en casa de Garrett. Cuando Kevin se quedó dormido, Garrett y Theresa se sentaron en la terraza y se dejaron acariciar por la cálida y húmeda brisa.
Tras comentar cómo había ido la clase de submarinismo de aquella tarde, Theresa se quedó callada durante un rato.
—No puedo creer que tengamos que irnos mañana —dijo por fin, con un deje de tristeza en la voz.
—Estos días han pasado volando.
—Eso es porque hemos estado muy ocupados.
Theresa sonrió.
—Ahora puedes hacerte una idea de cómo es mi vida en Boston.
—¿Siempre corriendo?
Theresa asintió.
—Exactamente. Kevin es lo mejor que me ha pasado, pero a veces resulta agotador. Siempre tiene que hacer algo.
—Pero tampoco lo cambiarías, ¿no? Me refiero a que supongo que no te gustaría estar criando a un adicto a la televisión, ni a un niño que se pasa todo el día en su habitación escuchando música, ¿me equivoco?
—No.
—Entonces deberías dar gracias por lo que tienes. Es un chico estupendo; me lo he pasado muy bien con él, de veras.
—Me alegro mucho. Creo que él también se lo ha pasado en grande. —Theresa hizo una pausa—. ¿Sabes una cosa? Aunque esta vez no hemos pasado tanto tiempo a solas, tengo la sensación de que ahora te conozco mucho mejor que cuando vine sola.
—¿A qué te refieres? Sigo siendo el mismo que antes.
Theresa sonrió.
—Sí y no. Cuando estuve aquí por primera vez, no tuviste que compartirme con nadie, y ambos sabemos que es bastante más fácil comenzar una relación si le puedes dedicar mucho tiempo. Esta vez has visto realmente cómo sería nuestra relación al tener a Kevin con nosotros… Lo has llevado mucho mejor de lo que hubiera podido imaginar.
—Gracias, pero tampoco ha sido tan duro. Mientras estemos juntos, no me importa tanto lo que hagamos. Simplemente me gusta pasar tiempo contigo.
Garrett pasó un brazo por su espalda y la atrajo hacia sí. Theresa apoyó la cabeza en su hombro. El silencio solo se veía interrumpido por el ruido de las olas al morir en la playa.
—¿Os quedaréis a pasar la noche? —preguntó Garrett.
—Estaba considerando seriamente esa posibilidad.
—¿Quieres que vuelva a comportarme como un perfecto caballero?
—Tal vez. O tal vez no.
Garrett arqueó las cejas.
—¿Estás coqueteando conmigo?
—Solo lo estaba intentando —confesó, y Garrett no pudo menos que reírse—. ¿Sabes, Garrett? Me siento muy cómoda contigo.
—¿Cómoda? Hablas como si fuera un sofá.
—No era mi intención que sonara así. Quiero decir que me siento bien cuando estamos juntos.
—Como debe ser. Yo también me siento bastante bien contigo.
—¿Bastante bien? ¿Eso es todo?
Garrett negó con la cabeza.
—No, no es solo eso. —Por un momento, casi parecía avergonzado—. Después de que volvieras a Boston la otra vez, mi padre me hizo una visita para aleccionarme.
—¿Y qué te dijo?
—Me dijo que, si me hacías feliz, no debería dejarte escapar.
—¿Y cómo pretendes hacerlo?
—Supongo que tendré que convencerte con mi carisma.
—Ya lo has hecho.
Garrett la miró. Después desvió la mirada hacia el océano. Tras un instante, volvió a hablar en voz baja.
—Entonces supongo que tendré que decirte que te quiero.
«Te quiero».
En el cielo había innumerables estrellas, que brillaban en el cielo oscuro. En el horizonte se acumulaban unas nubes distantes, que reflejaban la luz de la luna creciente. Theresa volvió a oír aquellas palabras en el interior de su mente.
«Te quiero».
Esta vez no había ambivalencia, ni el menor atisbo de duda en su declaración.
—¿En serio? —susurró por último Theresa.
—Sí —confirmó Garrett, volviendo el rostro hacia ella—, te quiero. —Al decir estas palabras, ella vio algo nuevo en sus ojos.
—Oh, Garrett… —empezó a decir Theresa, insegura, antes de que Garrett la interrumpiera con un movimiento de cabeza.
—Theresa, no espero que tú sientas lo mismo por mí. Solo quería que supieras lo que yo siento. —Se quedó pensativo un rato, durante el cual recordó el sueño que había tenido—. Durante las últimas dos semanas, han pasado muchas cosas… —Se interrumpió, pero, cuando Theresa hizo ademán de decir algo, él la hizo callar con un gesto de cabeza. Al cabo de un instante prosiguió—. No estoy seguro de entender qué está sucediendo, pero sí sé lo que siento por ti.
Recorrió suavemente con un dedo el contorno de la mejilla y sus labios.
—Te quiero, Theresa.
—Yo también te quiero —dijo ella en voz baja, como si probara cómo sonaban aquellas palabras, con la esperanza de que fueran ciertas.
Después permanecieron abrazados un buen rato, hasta que entraron en la casa para hacer el amor entre susurros hasta el alba. Pero esta vez, tras regresar al dormitorio, Theresa fue incapaz de dormir, desvelada por el milagro que les había unido. Garrett dormía profundamente.
El siguiente fue un día memorable. Siempre que tenían la oportunidad, Garrett y Theresa se tomaban la mano. Cuando Kevin no miraba, se besaban furtivamente.
Ese día también lo pasaron practicando. Al acabar la última clase de submarinismo, Garrett les dio sus certificados temporales, cuando todavía se encontraban en el barco.
—Ahora podéis salir a bucear cuando y donde queráis —dijo mirando a Kevin, que sostenía el certificado en sus manos como si fuera de oro—. Solo tenéis que enviar esta solicitud y tendréis vuestro certificado PADI oficial al cabo de un par de semanas. Pero recordad que no es seguro salir a bucear uno solo. Siempre se debe ir acompañado.
Puesto que era su último día en Wilmington, Theresa pagó la cuenta del motel y los tres fueron a casa de Garrett. Kevin quería pasar las últimas horas en la playa. Theresa y Garrett buscaron un lugar para sentarse cerca de la orilla. Garrett y Kevin jugaron un rato con un frisbee. Cuando se dieron cuenta de que se estaba haciendo tarde, Theresa entró en la casa y preparó algo de comer.
Tomaron una cena rápida en la terraza (perritos calientes hechos en la barbacoa), antes de que Garrett les llevara al aeropuerto. Cuando Theresa y Kevin ya habían embarcado, Garrett se quedó todavía unos minutos para observar cómo el avión se dirigía hacia la pista. Cuando desapareció, caminó hacia la furgoneta y volvió a casa, mirando constantemente el reloj para contar las horas que faltaban hasta que pudiera llamar a Theresa.
Ya en sus asientos, Theresa y Kevin hojeaban unas revistas. Hacia la mitad del vuelo de vuelta, Kevin de repente se volvió hacia ella y le preguntó:
—Mamá, ¿te gusta Garrett?
—Sí. Pero me importa más si te gusta a ti.
—Creo que es guay. Quiero decir, para ser un adulto.
Theresa sonrió.
—Parece que habéis congeniado. ¿Te alegras de haber hecho este viaje?
Kevin asintió.
—Sí, me ha gustado. —Hizo una pausa, mientras jugueteaba con la revista—. Mamá, ¿puedo preguntarte algo?
—Claro.
—¿Vas a casarte con Garrett?
—No lo sé. ¿Por qué?
—¿Quieres hacerlo?
Tardó un poco en responder.
—No estoy segura. Sé que no quiero casarme con él ahora mismo. Todavía tenemos que conocernos mejor.
—Pero ¿es posible que quieras casarte con él en el futuro?
—Tal vez.
Kevin la miró aliviado.
—Me alegro. Parecías muy feliz cuando estabas con él.
—¿Cómo te diste cuenta?
—Mamá, tengo doce años. Sé más cosas de las que crees.
Ella le cogió una mano.
—Ajá. ¿Qué habrías pensado si te hubiera dicho que me quiero casar con él enseguida?
Kevin reflexionó un instante.
—Supongo que te habría preguntado dónde vamos a vivir.
Por mucho que caviló, a Theresa no se le ocurrió una respuesta adecuada. Esa era la cuestión: ¿dónde?