La soledad, aunque nunca llegue a perder su esencia, es mucho más llevadera en buena compañía. Esta ha estado arropada por el talento y el cariño de Palmira Márquez y de Ángeles Aguilera, mi agente y mi editora, con las que he contraído una deuda de gratitud que espero poder saldar algún día.
«Daños colaterales» pertenece a mi amigo Pedro Zuazua, a quien regalé ese relato para que hiciera humilde compañía a su «Balón de arena», uno de los cuentos sobre fútbol más hermosos jamás escritos.
El resto de los nombres que deberían figurar en esta última página no hace falta que los escriba, porque ellos ya saben de sobra quiénes son y lo que significan para el autor.