LA OBRA LITERARIA, SUS ELEMENTOS
Y OTRAS COSITAS

OBRA LITERARIA

Se llama obra literaria a esa clase de libros que, generalmente, no lee nadie. Los libros que suele leer la gente no son obras literarias, sino obras de solaz y esparcimiento.

El público no suele leer obras literarias, porque piensa:

A) que son aburridas;

B) que son largas;

C) que son caras.

Casi siempre la gente acierta, y las obras literarias participan de las tres cualidades anteriormente apuntadas.

Cuando las obras literarias van mezcladas con libros de divulgación, y la selección de unas y otras obras parece que está hecha con los pies, se llama entonces «Colección Salvat».

Hay una literatura masculina y otra femenina. Hace muchos años los hombres leían a Baroja y Blasco Ibáñez y, las mujeres que leían, se asían a las obras de doña Concha Espina, que eran de aúpa. Hoy todo el mundo se ha mezclado y lee indistintamente las cosas más heterogéneas, pero las mujeres consiguen, como en el resto de los negocios del país, que algunos escritores tengan grandes éxitos literarios. Y de repente se lanzan a comprar como locas novelas del tipo de Monólogo de una señora frígida.

LITERATURA

El conjunto de obras literarias y el estudio y clasificación de las mismas se llama Literatura, para distinguirla del estudio de los platos de cocina, que se denomina Gastronomía.

He puesto esta comparación, que podría parecer gratuita, porque muchas veces la Gastronomía encierra más literatura que muchas de las obras que se publican por ahí. Y al fin y al cabo, si no la hay, haces lo que dice la receta y te salen unos macarrones como para chuparse los dedos de gustito.

Conviene aclarar que hay dos clases de literatos: Los que viven —o intentan vivir— de las obras de ingenio y creación: es decir, los que se inventan algo y lo plasman en un libro, a ver qué pasa.

Los que viven, casi siempre muy bien, a costa de los escritores que han fallecido o que están en las últimas. Estos eruditos, estos tremendos sabihondos se subdividen en dos clases, a saber:

Los comentaristas y gloseros, que, como su nombre indica, glosan y escarban en la vida y la obra de Góngora, de Villamediana o de Cervantes.

Los antólogos, que se limitan a reunir trozos literarios de un autor o autores, los publican, y las más de las veces salen bonitamente del paso con un prologuito más o menos acertado.

Lo que sucede en realidad a estos escritores es que, como jamás se les ha ocurrido nada original —y si se les ha ocurrido algo es nauseabundo—, se dedican, como vampiros, a chupar la sangre del vivo, o como espeluznantes necrófagos, a merendarse los ya putrefactos cadáveres de los difuntos.

LENGUAJE LITERARIO

Las palabras que los autores utilizan —a veces sin tiento ni mesura, reconozcámoslo— se llaman lenguaje literario, porque embellecen la narración. En cambio, lo que decimos cuando llaman a la puerta y se presenta un señor con la alocada pretensión de cobrar un recibo, no tiene nada que ver con la literatura.

Pensamientos iguales, expresados en lenguaje natural o en lenguaje figurado, cambian notablemente. Dichos de la segunda forma, cobran energía y belleza. El que no cobra casi nunca es el señor anteriormente citado, que con su recibo en la mano se tiene que ir a hacer gárgaras en vista de la resistencia y agresividad que nota en el ambiente.

Estudiemos las diferencias entre un lenguaje y otro, redactando algunos pensamientos dichos de ambas maneras.

Vamos a ver qué sale, majos:

Natural: El barro ensucia los zapatos limpios.

Figurado: Reboza el fango vil la impolutez de los escarpines

Natural: Empieza a amanecer a lo lejos.

Figurado: En su inicio, la esplendente aurora cubre de rosicler la brumosa lejanía.

Natural: Eduvigis era gorda, aunque firme y hermosota.

Figurado: Eduvigis ofrecía la orgía lardosa de sus ajamonadas y enjutas mollas, empero era ebúrnea y turgente, si que también una exuberante tía buena.

Como puede deducirse de los tres ejemplos anteriores, cualquier frase, por corriente que sea, se puede embellecer por medio de un eficaz y certero lenguaje literario. El refranero castellano, que posee la deliciosa vulgaridad de todo lo que tiene más de artesanía que de arte, puede, convenientemente disfrazado, ser expuesto sin el menor desdoro por los pedantes de chicha y nabo. Me permito hacer algunas sugerencias al respecto:

Los duelos con pan son menos.

Traducción: Las exequias con candeal son tolerables

Mucho ruido y pocas nueces.

Traducción: Excesiva tracamundana y exiguo cascajo.

Quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija.

Traducción: Quien a ubérrima conífera se adosa, óptima umbría lo entolda.

No hay mal que por bien no venga.

Traducción: No existe adversidad que por sinecura no se trueque.

No te metas en camisa de once varas.

Traducción: Jamás te introduzcas en fibra homologada de once toesas.

La cabra siempre tira al monte.

Traducción: El rumiante siente la atracción de la Carpetovetónica.

Dentro de cien años, todos calvos.

Traducción: En el transcurso de una centuria, todos alopécicos.

Dame pan y dime tonto.

Traducción: Obséquiame con hogazas y motéjame de estulto.

Agua que no has de beber, déjala correr.

Traducción: H2O que no has de ingurgitar, permítela que discurra por su cauce.

Gato con guantes no caza ratones.

Traducción: Felino con quirotecas no vena roedores

El ojo del amo engorda el caballo.

Traducción: La esclerótica del mandamás engrosa el solípedo.

A mal tiempo, buena cara.

Traducción: A borrasca en las Azores, rostro jocundo.

FORMAS DEL LENGUAJE LITERARIO

Antes, el lenguaje literario adoptaba estas tres formas:

Enunciativa

Narrativa

Descriptiva

Esto era lo clásico, y de ahí no se salía nadie, porque entonces la Real Academia de la Lengua velaba por la pureza del lenguaje y por la nitidez de los conceptos e ideas. Incluso la docta institución se permitía intervenir privadamente en la vida de los escritores, a los que, como buenos españoles, se les exigía que fuesen gente de orden. Y se dio el caso peregrino de que algunos de los miembros de tan benemérito instituto fuesen, antes que escritores, carcas.

Pero las cosas son ahora de muy distinta manera. Desde hace algún tiempo los escritores se han liado la manta a la cabeza, y esta manta —unas veces zamorana y otras agujereada y piojosa— ha creado nuevas formas de lenguaje literario, a saber:

Embarullada

Copiativa

Marrana y

Camelística.

Pasemos ahora, si ustedes no tienen inconveniente, a estudiar las siete formas de lenguaje literario que andan por el accidentado y abrupto panorama intelectual hispano:

Forma enunciativa

Como se deduce de su nombre, esta manera se utiliza para enumerar los distintos estados de ánimo, los pensamientos, las conclusiones —si es que se llega a alguna— que el autor siente y vive en lo más profundo de su yo. También se refiere esta forma de lenguaje a todas aquellas observaciones psicológicas e íntimas, aunque éstas sean casi siempre unas tonterías así de gordas.

Ejemplo:

Sentí que un frío de muerte me atenazaba el corazón con sus pinzas de hielo, y que mi mente se trastornaba hasta el extremo de que, sin sentir, empezaba a merendarme un par de abanicos horrorosos que representaban unas damiselas lánguidas que empapuzaban a sendos pavos reales, pintados por el artista de un color azul agresivo.

DON JUAN VALERA

Forma narrativa

La forma narrativa expresa los hechos, efemérides, vicisitudes y eventos que han acaecido vaya usted a saber dónde, porque, según cánones antiquísimos, el autor tiene la libertad de conseguir que la obra literaria, de la cual ostenta la paternidad, suceda en el lugar que le dé la gana. Para eso es el padre de la criatura. O el tío, caso de que el autor haya plagiado nada más que un poquirritín.

Ejemplo:

Hallándose don Quijote en la venta, tan bien servido y regalado como no digan dueñas, aconteció que de pronto aparecieron por aquellos alrededores unos vizcaínos, que, montados en sus mulas pollinas, dirigíanse a la singular posada con la intención que podrá imaginar el lector, caso de imaginar algo, que puede que lo imagine, si algo imaginare.

DON MIGUEL

Forma descriptiva

Mediante este truquito literario se pueden pintar y describir objetos, lugares, paisajes ya doña Virtudes haciendo punto de gancho. Como España es hiperbólica y extraña, ha elevado a cimas inaccesibles a escritores que no han dicho nunca nada, y que toda su fama la deben a las descripciones, pinturas éstas sin belleza alguna, sositas, deslavazadas, como hechas a través, de una ventanita de pueblo lleno de moscas y de catetos borricos y malolientes. A una de estas momias camelísticas pertenece el siguiente

Ejemplo:

Es Villagorda del Duque ciudad castellana; por sus calles soñolientas y mal empedradas apenas si cruza algún transeúnte dispuesto a romperse el bautismo en la calzada. La ventisca de las vecinas sierras azota los vidrios de balconadas y ventanucos, desde los cuales, como un cuadro enmohecido por la repulsiva pátina del tiempo, divisan abandonadas eras: polvo, palurdos y aburrimiento son el pan de cada día de aquella cochambrosa contornada.

AZORÍN

Modernamente, como antes he reseñado, a las tres formas tradicionales expuestas hay que adicionar cuatro más. Comencemos por la llamada

Forma embarullada

No cabe duda de que el crecimiento demográfico español es evidente. Donde antes éramos menos, ahora somos más. Lo terrible del asunto es que, según veo con estupor, en pocos años, en lugar de nacer y crecer una población civil normal, ha nacido y ha crecido una apretada y espesa generación de poetas. Todo el mundo es ahora poeta. Y publica libros, que es lo más gordo.

¿Qué pasa? ¿Esta gente que se dice, que se cree poeta, lo es de verdad, o estamos, como sucedió del siglo XVII al XVIII, en un tremendo paréntesis, en un lapso que va de Torres Villarroel a los fabulistas?

Porque puede no haber poesía tanto por la carencia, por la escasez de autores, como por la sobra de ellos.

¿Ha nacido, sin que ninguno de nosotros lo sospeche, una generación de monstruos, de superhombres? O, por el contrario, la poesía de ahora, sin sujeción a reglas, sin algo que tase y coarte y frene, ¿es tan fácil que cualquier mastuerzo, cualquier imbécil más o menos literario, tiene acceso a la gloria, reservada siempre para los raros?

La forma embarullada, nueva en el panorama literario, es aquella en la cual el autor dice —o cree decir, el angelito— algo importante. Pero se vale, como medio de expresión de la turbidez, de la oscuridad, de una especie de pretenciosa y sibilina palabrería.

A esta clase de literatos, de creadores oscuros, les llamo yo «autores de cementerios marinos».

Y ya está bien: como bromita, aceptemos el «Cementerio» del señor Valéry —del que, honradamente, jamás me he enterado— pero más adivinanzas, más penumbras camelísticas, no.

Con la frente muy alta, confieso aquí que El cementerio marino de monsieur Valéry no me gusta nada. Y puede que no me guste, no lo sé, porque no he podido jamás enterarme de lo que el buen señor quiso decir.

Puede que se dirigiera solamente a los que «están en el ajo», a los que —preparadísimos y enteradísimos eruditos a la violeta— penetran lo más laberíntico y se permiten el lujo de decir que han comprendido lo más enigmático.

Un saludo a los elegidos. Renuncio a poner un ejemplo de esta forma embarullada. Sirva cualquiera de esas cosas que se publican con demasiada frecuencia, ¡ay!, en España y plazas de soberanía.

Forma copiativa

Nos hallamos ante una manera literaria que consiste en apropiarse de lo que todo el mundo conoce de sobra, de lo que, a fuerza de ser del dominio público, es tópico y tabarra. El autor, con una buena colección de frases, dichos, anécdotas, chistes y chascarrillos baturros, organiza una obra original. Famosísima en España y parte de América, es una novelita en la cual el autor, conocidísimo, ha aportado a su relato dos frases originales. El resto de las que figuran en la narración son asirias, egipcias, caldeas y griegas, tanta es su antigüedad y solera.

Sirva como ejemplo un fragmento de la obra citada:

… pues sabrás, querida Lizzie, que aquí, en España, hay costumbres muy raras y originales. Por ejemplo, el otro día, hablando con mi novio —porque tengo novio— de cierta cosa dudosa que yo quería emprender, me dijo de repente: «¡Fíate de la Virgen y no corras!» Yo, la verdad es que, por más que me estrujo las meninges, no encuentro relación alguna a ambas cosas. Y si fuera necesario correr, lo haría de forma deportiva, sin necesidad de mezclar para nada en ello a la madre de Jesús. ¿No te parece, morronga mía?

RAMÓN J. SENDER, La tesis de Betsy

Forma marrana

Esta manera de expresar pensamientos e ideas se ha extendido bastante en nuestras letras. Consiste en ir acumulando acontecimientos poco edificantes, los cuales se adoban y aliñan con frases procaces y malsonantes. La Picaresca de la caca, vamos.

Pero todo tiene su explicación: hace unos cuantos años, en un país como España, donde casi todo estaba prohibido excepto dos o tres cosas —y quizá me quede corto—, cuando un escritor conseguía pasar por el colador censurero una obra atrevidilla, se hinchaba a ganar pesetas. Lo que sucede es que como los españoles son extremosos, lo que en un principio fueron alusiones más o menos veladas se convirtió en una orgía de palabrotas, tacos, pesias y verdolagas.

Y aquí viene lo bueno: la mayor parte del público censuró a los escritores que se permitieron tales licencias. Era natural: después de cuatro lustros y medio de literatura para monjas pazguatas, el español no estaba preparado y era él mismo quien despotricaba contra las demasías de aquellos escritores listillos y aprovechados, que estrenaban picardías en España.

Pero como todo tiene un límite, a fuerza de prodigar escenas escabrosas y situaciones en las cuales la líbido hace siempre de las suyas, la gente se ha acostumbrado, y cuando uno de estos escritores de pornografía literaria lanza un libro nadie se escandaliza, porque ya sabe lo que va a leer.

Como ejemplo de esta manera de hacer, he aquí un fragmento de una de estas obras sicalíptico-deslavazadas:

La boca de Robustiana se abrió como una letrina para denostar de esta guisa a María la Cachondona, que remecía una apestosa colilla de tagarnina en sus labios amoratados:

—¡Vete a hacer puñetas, mala pécora! —escupía la puta apoplética—. ¡Qué más quisieras tú que parecerte a mí, mierda seca, que no cambio yo tu cara entera por uno de los carrillos de mi culo!

CAMILO J. CELA TRULOCK,
Marquisas, bagasas y peliforras

Forma camelística

En realidad, esta manera de escribir es una modalidad de la que he reseñado en la forma embarullada. Es posible aceptar hoy día a los escritores que practican el galimatías, porque mucha gente que antes no leía, de repente ha descubierto los libros, y ahora va y lee. Y como los que se han lanzado a la aventura de leer, que diría don Pedro, han comenzado por los autores contemporáneos sin la previa degustación de los clásicos, y los jóvenes osados y ardorosos de ahora «nacen ya enseñados», hay que darles cosas abstrusas y desquiciadas para que se sientan minoría selecta.

El escritor de ahora tiene que ser oscuro y sibilino. Si lo que escribe no lo entiende nadie, mejor: los pedantillos podrán marcarse el farol de decir que ellos lo entienden y que don Vicente Blasco Ibáñez es una porquería.

Como ejemplo de esta forma camelística, ahí va un fragmento de un libro que, aunque parezca mentira, se expende en las expendedurías del ramo. Y hay gente que lo compra, palabra.

INSTRUCCIONES PARA TIRAR UN HUEVO FRITO POR EL BALCÓN DE UN PISO ENTRESUELO, SIN ALFOMBRAS, NATURALMENTE

Empiece por mirar el barómetro, pero puesto boca abajo, como debe ser. Luego encierre bajo llave las cucharas, no se vayan a escapar por la chimenea. Deténgase un momento y procure guardar silencio, por si bostezase la reproducción de Rembrandt que tiene usted en el comedor. Coja el huevo con dos dedos, pero, naturalmente, uno de cada mano, y obsérvelo a la luz. Puede que en ese momento Herbert von Karajan se esté rascando el occipucio, pero esto no le inquiete, mientras no se lo rasque a usted. Arroje en este momento el huevo por el balcón.

Adquiera a continuación un ejemplar del Berliner Illustrierte Zeitung y, bien envuelto en él, si cabe, jure con una mano puesta sobre el Puente del Rialto no comer jamás tortilla de patata, excepto si se la sirve la sombra de Einstein.

JULIO CORTÁZAR (escritor de «allá»),

Rabisalserías de metopas y triglifos

CUALIDADES DEL LENGUAJE LITERARIO

Cotarelo, ilustre erudito español, hizo posiblemente una clasificación racional de las cualidades del lenguaje literario. Y digo «posiblemente», porque jamás he leído nada de Cotarelo: siempre me ha parecido un pelmazo impresionante. Pero aseguran conspicuos autores —que tampoco conozco, claro— que el lenguaje literario tiene ciertas cualidades que no son para echar en saco roto. Estas características son las siguientes:

Propiedad

Corrección

Pureza

Riqueza

Naturalidad y

Claridad.

Cualquier cosa escrita por un autor que observe todas estas propiedades —y las ponga en práctica, claro— se puede decir que es perfecta.

Estudiemos, una por una, las cualidades antes especificadas.

Propiedad

Esta cualidad del lenguaje no es ni más ni menos que una cuestión de cuidado, de habilidad. El escritor debe en todo momento usar las palabras con su significación exacta. Esto no quiere decir que ha de llamar a la protagonista Bernarda, ya mitad de la novela —o lo que sea— llamarla Encarnación; así, por las buenas. La propiedad es otra cosa. Por ejemplo, si queremos expresar la belleza de la heroína, llamada Rosalía, tendremos que decir: «Rosalía era hermosísima», o bien, si queremos dar más fuerza a la descripción, diremos: «Rosalía tiraba de espaldas»; pero jamás se nos ocurrirá expresar y describir la belleza de la muchacha diciendo: «Rosalía calzaba un treinta y siete largo», porque en este caso el calzado, aunque sea de artesanía, no tiene nada que ver con la belleza de Rosalía, que es al fin y a la postre lo que queríamos describir.

La propiedad es tan necesaria para los escritores de todas las ramas, que muchas veces las frases y conceptos elocuentes y certeros se registran para que consten el día de mañana. De ahí viene el nombre de Registro de la propiedad, que todos ustedes conocen.

Corrección

Esto de la corrección es más difícil de lo que parece. No se trata aquí de la corrección social o manera de comportarse en el mundo elegante y pera. La corrección literaria, que es la que vamos a estudiar, consiste en poner las cosas en su sitio, cada una de ellas como y donde debe estar.

Se comete incorrección cuando se tergiversan y quebrantan las leyes de la concordancia, cuando una frase se puntúa malo cuando se cae lamentablemente en el solecismo. Aclaremos que un solecismo no es, desde luego, lo que le pasó a Pepito en aquella excursión, cuando se hinchó, el muy animal, de tomar en la playa los rutilantes efluvios del divino Febo. El solecismo es otra cosa: una gravísima falta cometida contra la sintaxis o contra la pureza del idioma.

He aquí un ejemplo de solecismo:

Eres, Filis, muy hermosa,

según dice don José,

por lo tanto, creo que

eres tú bella cual rosa

de té chino, o sea, de the.

Bueno, además de ejemplo de solecismo, el anterior lo es de versos malos y ripiosos, ¿no? Pues más a mi favor.

Pureza

Cuando el lenguaje que se emplea no está mezclado con esto, con lo otro y con lo de más allá, se dice que es lenguaje puro. Cuando, por el contrario, el lenguaje que usa un escritor está continuamente mechado con locuciones extranjeras, con palabritas dudosas, con una puntuación mala, se dice que es una marranada.

Para escribir con pureza se recomienda huir de los barbarismos, los arcaísmos, los neologismos y los lugares comunes.

Barbarismos son palabras y locuciones tomadas de otros idiomas. Se debe huir de ellos, excepto de aquellos que la Real Academia ha aceptado con una frescura inaudita, como son garaje, edecán, retreta, obús, entremeses, tirabuzón, etc.

Arcaísmos son palabras en desuso, términos arrumbados en el polvoriento desván de la gramática —¡hermosa frase, caracoles!— y, por lo tanto, ridículos. Son arcaísmos magüer, aqueste, etc.

Neologismos son términos de nuevo cuño, de invención a veces inmediata. Los escritores cultos —y culteranos— han empleado con frecuencia palabras de invención propia. Así lo hicieron Góngora, Quevedo y Calderón de la Barca. Darío, Miró y Valle-Inclán también enriquecieron nuestro lenguaje sembrando en sus obras bastantes neologismos, a veces acertadísimos y sonoros…

El inconveniente de los neologismos es que casi siempre la Academia de la Lengua Española se niega a reconocerlos. Legaliza, en cambio, las tonterías que se les suelen ocurrir a los socios de esa especie de casino de pueblo que es tan empingorotada y nefasta institución. Recuérdese el término jerinac.

Por lo visto, el hecho de ser académico, ya de por sí triste, permite a los ocupantes de los sillones ciertas licencias. Lo digo porque uno de sus miembros, gran erudito, suele esmaltar sus escritos con los más feroces galicismos. Sin duda, tiene permiso del presidente para el uso del término eclosión. Recordamos a tan conspicuo y talentudo caballero que en castellano poseemos la palabra brote, que sería acaso muy bien recibida por nuestra lengua, tan martirizada en estos últimos tiempos.

Hay que tener mucho talento y prestigio en el campo de las letras para atreverse a introducir un neologismo. Por ejemplo, el verbo calmiticiar, con el que voy a formar una frase cualquiera:

Aurelia sufrió una desilusión al calmiticiar.

Ya ven ustedes qué efecto tan raro. No; no usen jamás el verbo calmiticiar, sobre todo porque no sé lo que significa, ya que se me acaba de ocurrir en este instante.

Lugares comunes. Mucha gente cree que los lugares comunes son los cuartos de estar de las casas. Y no es así. Lugares comunes son esas frases hechas que, a fuerza de ser repetidas por unos y otros, rezuman vulgaridad. Un escritor verdad no debe usar jamás estos lugares comunes. Desgraciadamente hay plumíferos que todavía usan estas frases hechas, estos topicazos indecorosos. Y leemos, por ejemplo, que

Fulano pensó obrar en consecuencia.

La noche era oscura como boca de lobo.

Menganito tenía un miedo cerval.

Salió Perengano diciendo: Pies, ¿para qué os quiero?

Riqueza

Esta cualidad del lenguaje no se refiere a la circunstancia agradable de que, para escribir bien, el autor tenga que tener, en un banco cualquiera, una saneada y pingüe cuenta corriente. No obstante, una posición desahogada permite al escritor lo necesario para tener una tranquilidad. Y esta seguridad de cuerpo, que viene a traducirse en anímica, permite al interesado escribir muy requetebién, si sabe.

La riqueza a que me refiero en el epígrafe es la del lenguaje, que, según las normas, ha de ser rico, variado, expresivo y todo eso. Se puede escribir por ejemplo:

La niebla oscurecía todas las cosas; por eso Ermerinda no vio a Marceliano, que la aguardaba con un paquetito de patatas fritas.

El pensamiento arriba expresado se puede enriquecer notablemente si decimos:

Las cerúleas opacidades de la bruma vespertina patinaban todos los objetos; por eso Ermerinda no avizoró a Marceliano, que borrosamente aguardaba con una bolsa amarillenta, repleta de exquisitos y crujientes tubérculos que con su oro frito llenaban el recipiente. Y aquel modesto presente era en sus manos enamoradas holocausto y ofrenda.

Lo mejor hubiera sido —riqueza lingüística aparte— no escribir jamás el anterior pensamiento, tanto en su forma abreviada y escueta como en la florida y rimbombante versión. Lo consigno aquí a ver si el ejemplo cunde y muchos novelistas de hoy se deciden a no darnos la lata.

Naturalidad

Aseguran ínclitos retóricos que el escritor debe huir de toda afectación y engolamiento. Dicen que el poeta Zorrilla repasaba y retocaba sus poemas una y otra vez, y que, a pesar de tantas reformas y enmiendas, tienen a estas alturas un aspecto envidiable. Hay, por el contrario, quien asegura que cuanto más se pule y se retoca una obra literaria, peor sale. Yo creo que lo mejor es, no sólo no repasarla, sino no escribirla y dedicarse a otra cosa que dé dinerito, que es lo que uno necesita para poder escribir después lo que se tercie, repasado o no.

Claridad

El escritor que compone un poema o desarrolla una novela o cuento ha de pensar que, con un poco de suerte, hay un pÚblico que va a comprar dicha obra y se la va a echar al coleto sin más ni más. Según los eruditos antiguos, la condición primordial que ha de tener la obra de un escritor cualquiera ha de ser la claridad, es decir, la virtud de llegar hasta los cerebros de todos los presuntos compradores de libros.

Pero esto era antes. Con el tiempo, la condición inexcusable de claridad se ha ido perdiendo y ahora, cuanto más confuso y embarullado sea el autor, más grande es el triunfo.

A Galdós, que, pese a su aparente naturalismo y facilidad, emplea un vocabulario extensísimo, lo entendía antes todo el mundo. Ahora esa diafanidad sería, más que una virtud, un defecto. Y posiblemente don Benito se hubiera muerto de asco de vivir en estos tiempos.

Las artes se han convertido en una especie de «damero maldito», de acertijo, de adivinanza, cuya solución está, por lo visto, en manos de una minoría tan selecta como pedante y majadera. Este público de superdotados, de pisaverdes literarios, ha llegado hasta a vituperar y despreciar a un director de cine, porque en aquella película ¡era claro!

Las personas que son sensatas —confieso que hace muy poco tiempo que he comenzado a sentar la cabeza— se desorientan y se desesperan al ver el galopante frenesí que lleva el arte. Menos mal que luego, con la tranquilidad y ecuanimidad que dan los años, se liberan de prejuicios y juicios de mentecatos y gilipuertas, y gracias a las músicas lo que seade Ginastera y Luis de Pablo, se dan cuenta de lo bonita y genialmente poco profunda que es La Traviata.

Como ejemplo de claridad, ahí va un falso poema de un escritor actual por el que el autor de este libro tiene gran admiración. El poema es de los años mozos del vate, y afortunadamente no tiene nada que ver con lo que más tarde, serena el alma, ha escrito este maestro contemporáneo:

Eres como un astrolabio

—labio y astro— que detecta

estrellas y suspiros

en sus alidadas.

Pan virgen es tu cerebro caliente.

Se han rasgado los velos,

los siete velos

de Salomé,

aquella flor de impudicia,

aquella gacela fluorescente,

aquella marrana.

Llora el búho —tocólogo del monte—

y su llanto cetrino

se rememora a sí mismo

en las astillas de la noche fría.

Ha muerto don Manuel

Fernández y González.

Pero mañana es viernes.

No te apures

y jalea la juerga de volantes.

y desplantes verdes

de la escarola.

Toca el ornitorrinco,

que es un pato tontarria

incrustado en conejo.

¿Sabes llorar?

Ex-libris:

una página en blanco

y un motor de tranvía.

DON GERARDO

LENGUAJE FIGURADO

Hemos quedado, si yo mal no recuerdo, en que cuando el escritor de habla castellana no llama a las cosas por su nombre, sino que se vale de ciertos truquitos, el citado autor está empleando:

A) lenguaje figurado;

B) un buñuelo.

Todo depende, pues, del talento, la inspiración y la habilidad del escritor. Pero no nos hagamos ilusiones, y pensemos, con tristeza y mesticia sumas, que la mayoría de las veces al autor le sale el buñuelo. Lo que sucede con frecuencia es que la citada fruta de sartén tiene siempre adeptos: público acostumbrado, por lo visto, a los platos indigestos y repugnantes.

El uso del lenguaje figurado es más difícil de lo que parece, y para ello el escritor echa mano de las llamadas figuras retóricas.

FIGURAS RETÓRICAS

Las figuras retóricas son una especie de trampas de que se vale el escritor para no llamar al pan pan y al vino vino.

Las figuras retóricas son muy necesarias para el que escribe. Por ejemplo, si queremos decir que en un sitio cualquiera se ha apagado la luz, podremos expresar este pensamiento así:

La luz se ha ido, Josefina.

Pero ¿no es verdad que la idea, expresada de esa forma vulgar y pedestre, no tiene nada de literario, excepto si la obra va firmada por el señor Baroja, que tampoco tenía nada de literario?

Intentemos expresar el mismo pensamiento de una forma más bella. Digamos, pues:

La incandescente reverberación de los ígneos efluvios hase ocultado en las sombras de la noche como las almas de los gentiles se precipitaban en el fondo insondable del Erebo, Josefina.

No cabe duda que, expresado así, el pensamiento gana en fuerza literaria, en belleza y en originalidad. Lo malo es que Josefina contestará seguramente que somos unos engolados insoportables.

Pero dejemos estas disquisiciones y vamos a lo que importa. Las figuras retóricas pueden ser de varias clases:

Si atienden al lenguaje, a la forma externa de las palabras, se denominan figuras de dicción.

Si atienden a las ideas —caso de que el escritor las tenga—, es decir, a lo interno, al fondo, al cogollito de la cuestión, se llaman entonces figuras de pensamiento.

Si no atienden a la forma ni al fondo se llaman Boletín Oficial del Estado.

Hay una tercera clase de figuras que tienen el nombre de tropos. Pero no adelantemos acontecimientos y vayamos con calma.

Figuras de dicción

Estas figuras no son lo que mucha gente entiende por figuras, es decir, cacharros de barro cocido o de loza, que casi siempre representan a una señorita con pamela que tira de un par de galgos rusos.

Las figuras de dicción más importantes son las siguientes:

Polisíndeton, que consiste en multiplicar las conjunciones a todo meter, incluso cuando se ve que la frase no las pide. Con esto se logra dar a una o varias cláusulas una fuerza especial, un vigor inusitado y, a veces, una lata que para qué les voy a contar a ustedes.

Ejemplo:

Y así, sobre el feísimo escudero,

y el caballo y la lanza fuerte y dura,

y el yelmo y el arzón del caballero,

y la hojalata atroz de la armadura,

cayeron los infantes con un grito

y no dejaron de ellos ni un trocito.

HERRERA

Asindeton es precisamente lo contrario de lo que acabamos de explicar un poquito más arriba. Se comete asindeton cuando se suprimen las conjunciones con la misma fruición que el censor español tacha párrafos, cláusulas y hasta páginas enteras, haciendo una putada de órdago con sus manos pecadoras al escritor hispano.

Pongamos un ejemplo de esto:

¡Llega, apresura, corre,

precipítate, arrójate violento,

escala la alta torre,

arranca el esperpento

del pendón que tremola con el viento!

FRAY LUIS DE LEÓN

Epanadiplosis. Aunque lo parezca, la epanadiplosis no es la situación de la Luna cuando llega a su perihelio, sino una de las figuras de dicción que estamos enumerando. Consiste en utilizar la misma palabra al final de una frase y al principio de la siguiente. Veamos un ejemplito:

Si eres, Zaide, un mentecato,

mentecato es tu papá.

Piensa al bailar en la zambra

la zambra que se va a armar

Romancero

Gradación. Cuando una frase toma un sentido ascendente o descendente, subir y bajar expresados por conceptos y frases, y por lo tanto la cosa sube o la cosa baja, se llama gradación. Vamos a ver si con ejemplo se entiende mejor lo de la subida y la bajada de la cosa:

Y muy atento has de estar a lo que te diga, Sancho amigo, bebiéndote, si preciso fuera, sus palabras, aunque ese trasegar se aminore poco a poco hasta extinguirse y finar en bostezo y cabezada, que meollo de hembra parlera es como castaña, que encubre bajo su exterior lozano lo huero y fofo de su cacumen.

DON MIGUEL

Anáfora. Mucha gente, al oír hablar de la anáfora piensa que se trata de una tinaja griega horrorosa a la que siempre le falta un asa. Y no; la Anáfora es una de las más importantes figuras de dicción, y consiste en repetir la misma palabra al principio de varias cláusulas consecutivas.

He aquí un ejemplo alucinante:

Sois, don Gil, no es lisonja,

mentecato como un burro;

sois estólido y mastuerzo,

sois camueso y mameluco,

sois más tonto que Pichote,

sois sandio, porro y tontucio,

sois babieca y papanatas,

sois beocio y zamacuco,

sois tonto de capirote,

zampatortas, tuturuto,

sansirolé, mamacallos,

cipote, tolondro y zurdo;

sois el que asó la manteca;

sois, don Gil, gilí y obtuso,

y sois, en fin, lo que sois,

porque sois tonto del culo.

LOPE DE VEGA,

Las pamemas de Mantisa,

jornada III, escena X

Epístrofe es una figura de dicción contraria a la anáfora. Se comete epístrofe cuando se repite una misma palabra al final de varias cláusulas o frases.

Vamos a verlo:

El generalito Contreras se apropincuó, lechuzo y agaritado, contemplando los lejos llenos de fusiles. Manando de los llanos calvos de Apatusco, fusiles. Y tras la terrosa geodesia de Santa Petrita de Poplatlán, fusiles.

VALLE-INCLÁN

Concatenación. Su mismo nombre lo va pregonando: es un encadenamiento de palabras, palabras que (he aquí una concatenación) terminan un periodo y comienzan el siguiente, como si el autor temiese que el vocablo se le olvidase, y recalcara e insistiera.

Un ejemplo sugerente:

Zaide, me llenas de burlas,

burlas que son como espadas,

espadas de doble filo,

filo que se me atraganta

por el filo de la lengua

de Filo, que fue mi amada

y tuya, por eso estamos

con filo y sin Filo en casa.

Romancero

Epíteto es sencillamente un adjetivo que se une a un sustantivo con el fin de que éste tenga más fuerza expresiva. También se conoce con el nombre de epítetos a denostar a una persona determinada, acordándose con elegancia de la madre que lo parió. En vez de reseñar aquí esa clase de epítetos, pongamos varios ejemplos de los que son tolerados:

Mágica estrella de la noche.

La puerca miseria de los desheredados.

Las rutilantes alhajas de los nuevos ricos.

La eficaz labor del gobierno.

Nota: Esto último, además de un epíteto, ha sido casi siempre en España una mentira.

Cuando el epíteto está formado por una frase o sustantivo adjetivado se llama aposición.

Ejemplos:

Bach, el padre de la música.

Santiago Bernabeu, el mecenas de España.

Retruécano es en realidad un bonito juego de palabras, un retorcimiento de una o varias frases hasta conseguir una pirotecnia verbal que, casi siempre, no tiene nada debajo.

Ejemplo:

Seamos razonables, pero recordemos que la razón de la sinrazón es el razonamiento de los que, no razonando, razonan con su sinrazón. Y esa razón irracional que no se puede razonar como la razón, indica que tengo razón.

BENAVENTE

Cuando el retruécano lo escribe un autor cualquiera, la crítica dice que es una gansada. Cuando el retruécano procede de una pluma consagrada, se considera una frase genial.

Hipérbaton. En manos de un escritor —sobre todo de un poeta— la frase puede llegar a tremendos grados de extorsión y retorcimiento. La alteración del orden natural de la frase se conoce con el nombre de hipérbaton. Maestro de esta clase de líos literarios fue don Luis de Góngora, que con su culterano cerebro exprimió, retorció y alteró todo lo alterable. De tan estupendo e importante poeta pueden muy bien ser estos versos:

Estas que son del aire margaritas,

aspas y ruedas de floral molino,

dormidas, que al reír, dulce tocino,

las va dejando el aura más contritas.

DON LUIS

Elipsis. Con el fin de ir más deprisita, el escritor suprime a veces palabras al parecer innecesarias. De esta manera da a la frase más concisión, más viveza.

Ejemplo:

Juntos estáis, y yo tal vez en Babia;

juntos sobre mi lecho, ¡mil infiernos!

¿Qué os sucede? ¿Y a mí? Funesta rabia

me indica que pusísteisme los cuernos.

Como puede observarse en el ejemplo anterior, el poeta (anónimo esta vez, porque nadie se confiesa cornudo ni en endecasílabos) pudo haber dicho:

Juntos estáis y yo estoy tal vez en Babia.

Y luego:

¿Qué os sucede? ¿Ya mí qué me sucede también?

No lo hace así el autor incógnito del citado serventesio para no alterar las sílabas del verso y para expresar con viveza y prontitud la triste circunstancia de tener una esposa que, según puede deducirse, es un zorrón desorejado.

Y por fin, para terminar con estas interesantes y folloneras figuras de dicción, tenemos el

Pleonasmo. Esta virguería retórica es el caso contrario de, la elipsis, o sea, el uso y abuso de palabras; vocablos que, a pesar de su aparente inutilidad, dan fuerza, vigor, gracia, pundonor y lo que hay que tener.

Verbi gratia:

Te escuché con los oídos

y con los ojos te vi,

¡ay de mí!,

y mis celos encendidos,

celos del que sufre y ama

comprobaron por mi mal,

¡ay rosal!,

que te encontrabas en cama

con un perito industrial.

GUTIERRE DE CETINA

Figuras de pensamiento

De la misma manera que las figuras de dicción servían para embellecer la frase, éstas de pensamiento ponen a éste (el pensamiento) que da gusto verlo. Vigorizan la expresión, embellecen las ideas, porque, según quedamos, esta clase de figuras retóricas se refieren al fondo y no a la forma. Hagamos un resumen de las más importantes:

Optación, que consiste en expresar un deseo ardiente de cositas buenas a otra persona, animal o cosa. Es mejor siempre desear ventura a una persona, porque siempre nos lo puede agradecer, aunque no lo haga a menudo, porque el género humano es un asquito.

Un ejemplo:

Que el conde, Marcela hermosa,

te regale cual mereces,

y te ferie y baile el agua

sin caprichos ni desdenes,

y te colme de favores,

y los domingos te obsequie

con la honesta cana al aire

del pueblo español: pasteles.

JUAN RUIZ DE ALARCÓN,

Más vale un toma que dos te daré,

jornada II, escena XIII

Execración es un deseo, una apetencia de males para sí propio. Esta figura se presenta muy pocas veces, porque el que más y el que menos prefiere —es muy humano— que los males y desgracias le sucedan al vecino.

Ejemplaricemos:

Téngase allá el malandrín, follón, bellaco, dijo a esta sazón don Quijote, blandiendo una hogaza de pan moreno y una escudilla de magras, que mis ojos cieguen y mi razón se oscurezca si no sois vos el menguado hideputa, puta que os parió en mal hora. Y diciendo esto, dio con las magras y el pan sobre el rostro de Froilán de Pasamontañas, el cual, si no comió por dentro aquel día, hízolo por fuera, aunque no con tan gran provecho.

DON MIGUEL

Imprecación es un deseo de males, desgracias y pejigueras a otra persona. Esta figura, aparte sus características retóricas, es una ordinariez. He aquí un ejemplo que servirá como aclaración del asunto:

—¡Ojalá que tus amigas

te designen con un mote,

que se te llene el cogote

de alcachofas y de ortigas;

que se te suelten las ligas

y se desgarre tu ropa;

que muy cerca de la popa

se te forme un aneurisma,

y que te rompas la crisma

sobre los Picos de Europa!

JOSÉ ECHEGARAY,

O memez o antipatía,

acto 3.º, escena VII

Erotema o interrogación. Esta figurita tiene sus más y sus menos, porque en realidad es una pregunta que uno mismo se hace. Y las preguntas que se plantea uno mismo generalmente no tienen respuesta, salvo en los freudianos casos de desdoblamiento de personalidad.

Si la pregunta que el escritor se hace es contestada por un señor que pasa en aquel momento por allí, no vale.

En fin, la cosa es que uno ha de preguntarse algo. Sirva como ejemplo este interrogantísimo soneto:

¿Qué sucede, qué ocurre que no salto

de gozo y de otras cosas que no digo?

¿Por qué razón me importa todo un higo?

¿Por qué ni me conmuevo ni me exalto?

¿Soy acaso una estatua de basalto?

¿Soy vil y deshonesto? ¿Soy de abrigo?

¿O con fruición espero a algún amigo,

por sacarle diez duros, sable en alto?

¿Cómo soy? ¿Cómo soy? ¿Qué espeso vaho

cubre mis ojos y mi cuerpo zurce?

¿Por qué un pipiripao, juerga o sarao

me dejan insensible como un urce?

¿Porque voy de Santurce hasta Bilbao

y no voy de Bilbao hasta Santurce?

RODRÍGUEZ MARÍN

Deprecación, que tiene nombre de crisis financiera, es en realidad una súplica ferviente, un ruego expresado en forma poética y, si me aprietan, cursi. A veces da pie para que el escritor exprese un pensamiento profundo y filosófico, como sucede en la copla —sabiduría del pueblo— que va como ejemplo:

¡Calla y no llores, mujer!

¿Que descendemos del mono?

¡y qué le vamos a hacer!

Popular

Preterición es una trampita, una finta donosa que permite al autor fingir pasar por alto lo que se está declarando con toda la boca.

Para muestra, he aquí un botón:

Y nada les diré del tren que gastan —dijo doña Tomasa ajustándose el peinador— y pasaré por alto cenas frías, calientes y templadas, abonos del Real, chocolatadas, merendolas y cuchipandas, que no parece sino que el dinero se les viene a las manos, como a los israelitas les caía de bóbilis el rico maná del firmamento.

PÍO BAROJA

Apóstrofe es una figura que durante muchos siglos de historia literaria ha tenido cultivadores. Consiste en lo siguiente: el escritor simula dirigir la palabra a seres inanimados, los cuales, naturalmente, no responden. Y en los casos en que estos seres inanimados han respondido, los poetas se han llevado un susto de garabatillo. Pero ya digo que esto no suele suceder con frecuencia, porque los seres inanimados no hablan; para eso son inanimados.

Vamos a ver si con un ejemplito comprendemos mejor la cosa:

¡Salve, lago profundo, en cuyo seno,

desde tus hondas heces

que enturbian tu cristal manso y sereno,

crías limo viscoso, crías peces,

y si te da la gana

crías otras especies ahí abajo:

ora la verde y cantarina rana,

ora el repugnantillo renacuajo!

¡Dime, lago silente,

por qué te has removido de repente…!

QUINTANA, 45, 3.º dcha

Reticencia. Es la reticencia la figura de los puntos suspensivos, la de las malicias y sobrentendidos, la de la mala uvita. Para cometer reticencia hay que dejar incompletas las frases con el fin de que el que escucha comprenda que no todo el monte es orégano. Una verdadera monadita, vamos. He aquí un buen ejemplo de reticencia, que brindo a la afición:

¿De Aurelia qué te diré?

Tú ya sabes… Imagina…

Lo que yo piense es harina

de otro costal… Pero sé

cosas… Sospechas de que…

Rumores que con descaro

circulan… No sigo. Paro.

Cuando la verdad reluce…

Ata cabos y deduce

que lo que he dicho está claro.

ADELARDO LÓPEZ DE AYALA,

Nunca es tarde si la dicha es buena,

acto 1.º, escena XVIII

Litote o atenuación. Seguimos con las figuras que permiten al autor no ir al grano, sino deambular en tomo a él (al grano, claro). El escritor comete litote cuando mediante un rodeo niega lo contrario de lo que quiere afirmar. Parece que no, pero es muy bonito este lío.

Ejemplo:

Buena la haríamos, es cierto —replicó don Homobono—, si la Regencia de estos estados recayese en otra persona que no fuese nuestra idolatrada María Cristina, que a don Baldomero, sobre no tener, cual la Reina, su gracia y desparpajo de jamona napolitana, le faltarían Muñoces a quienes contentar y Eolos de camarilla que con sus bufidos hinchasen las velas de la desvencijada, aunque clericalísima nave del Estado.

DON BENITO

Sinonimia. Esta figura de pensamiento no es más que una acumulación de términos, cuya significación es parecida, que consiguen reforzar y amplificar un pensamiento.

Escojamos al azar un texto cualquiera que nos aclare la cuestión:

La Majestad de Isabel II, ajamonada, lardosa, pandorga, túrgida, retaca y botijona, acarició su ampuloso busto de real comadre con sus manos empopadas y populacheras que sostenían casi en vilo el cetro de ambos mundos.

VALLE-INCLÁN

Antítesis es una figura en la cual se establece como una especie de contraste de fuerzas opuestas, es decir, que se habla normalmente de una persona o cosa y de repente, gracias a un giro rápido, se expresa lo contrario. Esto no se emplea más que en literatura. Expresarlo en la vida real suele producir un ambiente espeso que casi siempre termina, para el que ha cometido antítesis, en un sopapo.

Ejemplo de antítesis:

Ríes envuelta en ramos de magnolias.

Ríes y ríes siempre, sin pensar

que le debes seis meses al casero.

¡Mañana llorarás!

BÉCQUER

Idolopeya es una bromita necrológica, una gracieta que el escritor se permite, poniendo frases y conceptos en boca de una persona que ha muerto. La Retórica no dice nada referente a si la figura de pensamiento tiene validez cuando a la persona fallecida se le ha practicado la autopsia.

Aclaremos dudas con un ejemplo extraído del inmenso caudal de nuestra poesía romántica:

La losa del monumento

alzóse tres veces, tres,

tanto que quedó inclinado

eso que dice R.I.P.,

y la firme voz del conde

dijo a su esposa: «Mujer,

mira lo que estás haciendo,

pues no me parece bien

que recién viuda, pichona,

al devaneo te des,

y éste quiero, éste no quiero,

soldado, paje o doncel,

te acompañen, y ese lecho

en el que anteayer finé,

lo tengas más concurrido

que un baile o una kermés».

DUQUE DE RIVAS

Eufemismo es la manera de expresar con cierto disimulo decoroso, con cierta falsedad de buen tono, ideas cuya expresión directa heriría los inmaculados oídos de la gente timorata y pudorosa.

Ahí va un ejemplo de eufemismo, expresado en esta décima:

Doña Narcisa Laborda

que está soltera asegura,

sin embargo, la cintura

hásele puesto asaz gorda,

y tanto y tanto desborda

miriñaque y pañolón,

que esa hidrópica hinchazón,

me está dando en el olfato,

ni es propia del celibato,

ni puede ser un flemón.

HARTZENBUSCH

Paradiástole es una figura retórica y no una enfermedad del corazón. Vaya esto por delante. Este delicioso floreo retórico se produce cuando el autor utiliza voces de la misma significación, dando a entender que la tienen distinta. Y cuando no lo logra, aunque no haya paradiástole, ¡da una risa…!

No sé si el ejemplo cuadra o no con el asuntillo, pero por mi parte que no quede:

Vino, sentimiento, café, copa y puro

forman los cantares de este tiempo duro

Cantares…

Quien dijo cantares ha dicho cianuro

(potásico. No cabía).

MANUEL MACHADO

Hipérbole es, ¡vive Dios!, una figura de pensamiento castellana cien por cien; cuadra perfectamente a nuestra idiosincrasia ampulosa y obesa, a nuestra manera de exagerar los acontecimientos, a nuestra paciente fabricación de castillos en el aire.

La hipérbole es la hinchazón hasta lo inverosímil, hasta lo fabuloso; es la caricatura literaria, la acumulación de adjetivos, lo superlativo hecho carne.

Las descripciones hiperbólicas son características de algunos autores famosos de nuestras letras.

Ejemplo:

Érase una mujer con carne tanta

que su grosor llegaba al infinito.

Érase una pirámide de Egito

y un Escorial de carnes que ataranta

Érase encarnación que se agiganta,

érase a cada paso un gran conflito,

érase un odre de tocino frito,

érase una mujer casi elefanta.

QUEVEDO

Epítome es una figura bastante socorrida, que consiste en repetir algo que ya se ha dicho con el fin de dar más claridad y fuerza al relato. También se comete epítome cuando en boca de un personaje se pone un dicho, muletilla o estribillo machacón. Cuando un escritor comete epítome en casi todas sus páginas, se llama don José María de Pereda, novelista montañés muy apreciado en su patria chica. Del insoportable e inolvidable —no se le olvida fácilmente— novelista santanderino es el ejemplo que va a continuación:

—¡Cristu! —exclamó el doctor Falces iracundo—. ¿Y ahora le sales con esu? No iré, que no parece sino que a vuestras mujeres, ¡Puches!, se les ocurre echar criaturas al mundo cuando yo estoy jugandu una partiduca en el Casinu. No me moveré de aquí, ¡puches! y menos ahora, que voy ganando cuatro perrucas, que trabajo me costó, ¡puches! y no te estés ahí como un tontu, que de aquí no me voy, ¡puches!

PEREDA

Epifonema no es un telegrama trasatlántico, sino una especie de recapitulación final, una consecuencia global que el autor saca de todo lo que ha expuesto con anterioridad.

Ejemplo al canto de esta especie de resumen literario:

A trompicones anda, pierde el paso,

acude a todas partes sin sentido,

y se ahoga en un vaso,

y se siente perdido,

que tal es el tremendo y triste caso

del hombre cuyo sueldo es muy escaso.

FRAY LUIS DE LEÓN

Tautología es la repetición, la insistencia machacona de un concepto, de un pensamiento que el autor disfraza presentándolo de diversas maneras a ver si cuela.

Cuando se comete esta repetición, adobada de distintas formas, se cae en la tautología y en el tabarrón. Tal sucede a la gloriosa autora que se cita a continuación:

El día brumoso y gris se deshizo en copiosa lluvia sobre Vilacachelos. Anegaba las soñolientas rúas aquel caer incesante. Sobre la Plaza Morriña parecía que se habían abierto las cisternas del cielo. Y lejos, en los pazos, aquella cortina monótona lo mojaba todo, según costumbre muy arraigada en tierras galaicas.

PARDO BAZÁN (Condesa de)

Parresia. Si alguien les dice a ustedes que una tía suya murió de parresia, créanselo. Es una figura retórica, pero por ser al mismo tiempo un puro truco, hay lectores que no pueden soportarla y fallecen en el acto, previo pipiritaje y sofoquina.

Seamos más explícitos: la parresia es lo siguiente: decir, al parecer, cosas ofensivas a una persona, que no son tales, sino plácemes, loas y caramelos de limón y menta.

El empleo de la parresia es muy delicado en castellano, porque el interlocutor, es decir, el que está soportando los fingidos vejámenes, no puede reprimirse, le aflora su sangrecita torera y suele propinar al que habla una bofetada fenomenal.

Un ejemplo para desbrozar el camino:

Doña Sol, las que cual vos

nacieron en alta esfera,

ya los placeres del mundo

sin ton y sin son se entregan;

las que con galanes parlan

en la calle o en la reja,

y permiten que otras manos

les toquen las consecuencias;

las que con manto tapadas,

y sin manto, descubiertas,

con manto y sin manto al monte

se han jugado la vergüenza,

las gentes las llaman zorras,

pelanduscas y pellejas.

Menos mal que vos no sois,

doña Sol, como son ésas,

que en vos es la honestidad

oriente, siendo vos perla,

y ningún galán os toca,

porque no sois pandereta.

TIRSO DE MOLINA,

La condenada por fiarse mucho,

jornada 2.ª, escena XXI

Tropos

Cuando un escritor sustituye una palabra por otra con la que tiene cierta relación, aunque sea lejana, ha hecho un tropo como un castillo.

Esta semejanza entre las dos palabras ha de tener cierta lógica, de lo contrario no vale.

Los tropos son muy necesarios para la narración, porque esmaltan y dan fuerza y elegancia a las frases. En castellano hay unos cuantos tropos, pero citaré los más importantes para que no digan luego que saco a relucir tropos sucios.

Como decía un poco más arriba, los tropos básicos son tres:

Sinécdoque

Metonimia y

Metáfora.

Sinécdoque es un tropo bastante extendido, porque se suele cometer con frecuencia. Consiste en nombrar parte de un objeto para designarlo por entero. Bueno, explicado así parece un follón, pero en realidad es bastante sencillo y puede resumirse de esta manera: el todo por las partes (con perdón).

Ejemplos de sinécdoque:

El conde tiene tres mil cabezas, por tres mil reses.

En el teatro no cabía un alma, por una persona.

Y así todo.

Metonimia es designar una persona, animal o cosa con el nombre de otra con el que guarda cierta relación de dependencia. Las metonimias pueden aparecer cuando menos nos lo figuremos.

Ejemplos:

El continente por el contenido, o viceversa:

Se tomó doce copas

Que no quiere significar que un señor se tragase los doce recipientes de vidrio, sino que se tragó el contenido de ellos. Con este curioso ejemplo no sólo se comete metonimia, sino que se coge una cogorza impresionante.

Más cosas:

El lugar por la cosa que de él procede:

Felisa bebía jerez y rioja.

Sin comentarios, porque las hay ansiosas.

Más:

El autor por su obra:

En casa hay dos Rembrandt y un Velázquez.

No caerá esa breva.

Más todavía:

El autor por su obra:

Leo a Vargas Llosa.

Que no significa que yo me ponga delante de ese autor con la pretensión de leer en sus ojos, sino que me he gastado el dinerito comprando una de las novelas escritas por el señor Vargas Llosa y la he leído solamente hasta la página 59, porque el citado novelista me aburre como no quieran ustedes saber.

Hay más cosas sobre las metonimias, pero prefiero pasarlas por alto, porque ya está bien.

Metáforas. Siempre que he oído hablar de metáforas se me ha antojado que son unos relieves que hay en el Partenón. Y no. Las metáforas son tropos, y funcionan sencillamente cambiando el nombre de la cosa que se quiere nombrar por el de otra. ¿Verdad que explicado así parece un barullo del diantre? Pues lo es.

La metáfora —dicen preceptistas, pedagogos y retóricos de campanillas— es el florón y la gala del lenguaje literario. Y seguramente tienen toda la razón del mundo, porque cualquier trozo literario se enriquece con el empleo de metáforas. Lo contrario es hacer las cosas a la pata la llana, como don Pío Baroja, que tenía estilo de dependiente de ultramarinos.

He aquí algunos ejemplos de metáforas:

La Casiana encendió el cardenillo óseo de su rostro, que se quebró, refitolero, en una podrida y fervorosa mueca odontálgica.

VALLE-INCLÁN

La tarde, pecera verde,

baila entre los olivares,

y las muñecas de vieja

de la vid, forran estantes,

GARCÍA LORCA

Has de saber, Sancho hermano, que cuando nuestros sesos se elevan y vuelan por las inmensas salas del espacio, calla la lengua y el ingenio dormita, que el que discreto es, por discreto lo tienen, y más vale un toma que dos te daré.

DON MIGUEL