LA ELOCUCIÓN. PROSA Y VERSO

ELOCUCIÓN

Cuando una obra está ya pensadita —caso de que se piense antes, que muchas no lo han sido— no hay más que desarrollarla, tomando como base una cosa que todos nosotros tenemos al alcance de la mano: el idioma castellano. A ese desarrollo, a esa busca y rebusca de términos y vocablos adecuados, se llama elocución.

Ahora bien, antes de meternos de lleno en el desarrollo de la obra que vamos a escribir, hay que ir pensando en la forma que le vamos a dar.

Según los autores, una obra cualquiera se puede hacer de estas tres maneras:

En prosa.

En verso.

Como salga.

La prosa tiene la ventaja de que es algo parecido a lo que hablamos usted y yo, pero mejor dicho. El verso tiene un grave inconveniente: que para hacerlo hay que ser poeta. Pero esto no ha de amilanar a nadie, porque muchos señores han hecho versos sin necesidad de ser poetas, ya pesar de ello —o acaso por ello mismo— han sido, como el señor Rodríguez Martín, de feliz recordación, presidentes de la Real Academia de la Lengua.

En resumen, lo mejor es dejar correr el bolígrafo sobre el impoluto papel blanco y llenar cuartilla tras cuartilla, utilizando el método tercero, es decir, lo que salga. No hay que acomplejarse nunca, y pensar que —si de poesía se trata— versos mucho peores hizo don Eduardo Marquina. Y si en prosa sale la cosa, ahí tenemos a don Ricardo León, catalogado en todas las historias de la Literatura Hispana, a pesar de los rebuscados, arcaizantes y refractarios ladrillos que dio a la estampa.

En este pajolero país que es España, hay dos oficios, dos profesiones terriblemente difíciles: la de político y la de escritor. Les diré por qué: porque todos, absolutamente todos los españoles, si de política se trata, se creen con aptitudes suficientes, con perspicacia y clarividencia, para «arreglar el país». Y, claro, el hombre público se encuentra siempre en una posición incómoda, criticado y menospreciado por el ciudadano medio, que se cree un mesiánico tremendo, y la gestión gubernativa de otro hombre le parecen embelecos y picardías de taumaturgo de tres al cuarto.

Con los escritores sucede lo mismo. Los españoles, si no lo han escrito, «han imaginado un libro»; lo llevan idealmente bajo el brazo. Por eso se figuran que ya son escritores y se permiten mirar por encima del hombro a los que, para ellos, son «la odiosa competencia».

VERSIFICACIÓN

Verso es cada uno de esos rengloncitos tan majos de que se compone una obra poética. Cuando se trata de La Araucana del señor Ercilla, en lugar de llamarse versos, se denominan cataplasmas.

Los versos clásicos se componían de pies.

Los versos castellanos se componían de versos sin pies.

Los versos actuales no tienen pies ni cabeza.

Es conveniente señalar que los versos griegos o clásicos se iban formando con los pies que hemos citado. Había entonces:

yambos,

espondeos,

troqueos,

pirriquios,

dáctilos,

etcétera.

Supongo que con haber citado algunos de estos versos o pies clásicos ya he demostrado lo culto que soy. No creo necesario ahondar más en el asunto, sobre todo porque para componer versos griegos tendríamos que comenzar por estudiar o recordar el idioma de la Hélade. Y no es oportuno ahora emprender tamaña aventura.

VERSOS CASTELLANOS

Nuestros versos, para figurar como tales, han de ajustarse a un ritmo, a una medida ya una rima.

Para hacer versos no basta colocar renglones en un papel, de forma que unos estén debajo de los otros. Saldría algo que seguramente no tendría nada que ver con la poesía, ni siquiera poniéndole debajo la firma de don Dámaso Alonso.

Hagamos una prueba y coloquemos dos renglones como se suelen colocar en poesía:

Treinta días en Albacete,

y hay que ver lo caro que me ha salido el hotel.

No parece verso, ¿verdad? Porque no lo es. Para que un verso esté escrito en verso, tiene que contener poesía, es decir, tiene que tratar de un tema elevado, o por lo menos, bello y si es posible, sublime. Pero esto último nos sale a muy pocos.

El desarrollo del tema ha de ser sonoro y eufónico. Probemos ahora a colocar dos renglones que tengan cierta cadencia:

Las señoras de Estambul

tienen todas un baúl.

Hemos mejorado algo; no mucho, lo reconozco, pero algo. De todas formas, a los versos citados les falta un yo no sé qué para que sean considerados como poesía. ¿Qué les faltará, córcholis?

Les falta sencillamente poesía, que es algo que el poeta lleva dentro.

Ritmo

Sin un ritmo conveniente, no hay poesía que valga. El ritmo es la combinación armoniosa de los acentos y las pausas. Veamos un ejemplo:

Moja en la nocturnal chocolatada

de la noche tu rostro vacilante.

Piensen ustedes en la cadencia de estos dos endecasílabos, en la acentuación de los mismos, en las pausas, y verán que, aunque se refieran a una solemne tontería, suenan bien.

Armonía

Si el poeta escoge previamente las palabras, disponiéndolas de forma eficaz, contribuirá grandemente a proporcionar armonía a aquello que ha escrito. De lo contrario, le saldrá un buñuelo.

Esto de escoger las palabras no quiere decir que ustedes empiecen a separar, apuntándolos en un papelito, los vocablos que les gustaría utilizar en su composición poética, sino que conviene escoger palabras sonoras, elegantes. Hay quien escribe poemas de la manera que he dicho al principio. Lo peor es que el poeta proceda así, sino que hay quien publica tales majaderías.

Hay vicios que se oponen a la armonía, que la destruyen, o, por lo menos, que la comprometen bastante. Estos vicios son tres:

hiato,

cacofonía

y aliteración.

Hiato es la repetición consecutiva de una misma vocal. Ejemplo:

Regresaba a Almería

Hay que evitar como se pueda el hiato, vicio feísimo del que debe huir todo poeta que se estime. De todas formas, se puede usar por la noche mejor que de día, por aquello de que «de noche todos los hiatos son pardos».

Cacofonía es la repetición seguida de una misma sílaba. Ejemplo:

Cora corre al coro como cosa cómica.

Aliteración es una repetición machacona y pesadísima de una consonante o grupo de ellas, que hacen feísimo. Ejemplo:

El trabajo trajo trapisondas,

o este otro

La clavaria clava clavos clandestinos.

No debemos tergiversar las cosas, confundiendo lamentablemente la aliteración —que es un defecto— con la onomatopeya, que es como si dijéramos una pirueta poética.

La onomatopeya es la imitación de los ruidos del mundo. Así, cuando decimos:

Un florín saltarín de Medellín,

la onomatopeya del verso precedente es tan clara, tan sutil, tan patente, que casi se ve saltar la moneda sobre el mármol. Si la frase se pronuncia varias veces, no sólo se ve saltar el florín, sino que da el cambio en céntimos.

En cambio, si decimos:

Un florón solterón de medallón

no es onomatopeya, ni nada que se le parezca, y sí una grandísima memez, ¿verdad? Pues a otra cosa.

Medida de los versos

Como casi todas las palabras castellanas son hijas más o menos naturales del griego y el latín, el término medida es un derivado del griego metrón. Parece que esto no viene a cuento, y así es, pero una afirmación y aclaración lingüística de esta naturaleza resulta de gran efecto en un libro de consulta como es el presente.

Se llama medida de un verso a coger un metro o regla graduada y comprobar cuántos centímetros tiene el rengloncito poético en cuestión. Si se ve que es demasiado largo, se corta lo que sobra y se tira a la basura.

Las sílabas gramaticales no tienen, por desgracia, nada que ver con las fonéticas. Para versificar como está mandado, tendremos que tener en cuenta solamente las segundas. A ver si con un ejemplo la cosa se aclara:

Te arrojé al rostro estériles limones.

Las sílabas gramaticales de este verso son:

Te-a- rro- jé-al- ros- tro-es- té- ri-les-li-mo-nes,

que, si yo no me equivoco, son catorce sílabas como catorce soles. Ahora bien, las sílabas fonéticas del mismo verso no son las mismas:

Tea- rro-jéal- ros- troes- té- ri –les-li-mo-nes.

Son once; ni una más ni una menos, porque las vocales de algunas de estas sílabas se han unido: Te+a=Tea y je+al =jeal, además de tro+es=troes. Esta licencia poética que permite que las vocales de distintas palabras se unan formando diptongos más o menos forzaditos, se llama sinalefa.

También existen la diéresis y la sinéresis. La primera de estas licencias actúa de forma contraria a la sinalefa, o sea, deshaciendo con sus manos lavadas un diptongo. Ejemplo:

Es don Dimas Rü-iz

un señor que nació en Aranjü-ez

La sinéresis consiste en hacer un diptongo donde no existe. Y se suele hacer por varias razones: por necesidades de la medida de los versos, por cuestiones rítmicas o porque al autor así se le antoja. Ejemplo:

Ahora no sales nunca a la ventana.

Las sílabas a-ho se pronuncian de una sola vez, como de un solo trompicón, como —para que lo vean más claro— si la frase, si el verso lo dijesen actores contemporáneos, dirigidos por directores contemporáneos.

Los acentos

La acentuación de los versos es cosa muy importante; y más importante todavía es la última palabra de cada verso, pues, según vaya acentuada, el verso, en su totalidad, se considerará de una clase o de otra.

Si el verso termina con una sílaba aguda, se considerará como de una sílaba más. Ejemplo:

En el pretil

sobre el Genil

dejé un farol,

ya un alguacil

que olía a col,

le di febril

un facistol

que en El Ferrol

usó Boabdil.

y él muy gentil,

frotó el farol

con guayacol

de Guayaquil.

ESPRONCEDA

Los versos precedentes, terminados en sílaba aguda, en lugar de ser considerados como tetrasílabos, lo son como pentasílabos.

Si el verso termina en palabra esdrújula, se cuenta una sílaba menos. Veamos un ejemplito:

Brotan las carbónicas

aguas ferrugíneas

de la benemérita

estación termal.

Llegan los artríticos,

bajan los asmáticos

y arterioscleróticos

hasta el manantial.

GARCÍA GUTIÉRREZ

Rima

Se conoce con el nombre de rima a la igualdad final de cada verso, que concuerda con los que le siguen, bien inmediatamente, bien con una estudiada intermitencia. La igualdad final puede ser de todas las letras o de las vocales nada más. Ejemplos: amor rima con esplendor; sastre con desastre; Eolo con Bartolo. Y también cetro rima con medio; Lola rima con Óptima, etc.

Rima consonante es aquella que exige que los versos de un poema —generalmente por grupos o en parejas— tengan las mismas sílabas finales. Ejemplo:

Filis, mi mente se pasma

—y esto no debe enojarte—

pero ayer, al abrazarte,

te noté una cataplasma

puesta en semejante parte.

MAURI

Como puede apreciarse, a poco que se aprecie, pasma rima con cataplasma. Y por otro lado, enoiarte rima con abrazarte y con parte.

Rima asonante es la que se conforma con las vocales de las dos sílabas finales de cada verso, casi siempre alternos. A esta clase de rima, muy fácil, se agarran todos los poetas que encuentran, desde Bécquer a nuestros días, dificultades al utilizar la rima consonante, que, si no se maneja bien, tiene el peligro de caer en la ramplonería más corrosiva. Vamos a verlo:

No hay hombre que no le envidie,

ni mozo que no le nombre,

ni lanza que, al ver la suya,

tan enhiesta, no se doble,

ni dama que no suspire

asomada a sus balcones,

ni cobrador que no intente

cobrar, aunque nunca cobre.

Romancero

Pausas de los versos. La cesura

Casi siempre, al final de cada verso hay una pausa más o menos prolongada. A veces, durante la lectura de poemas por un vate tabarroso, lo que más agradece el auditorio son esas pausas de que hablábamos. Está por inventarse el poema ideal, fabricado solamente con pausas.

Cuando la pausa se hace en el interior de un verso, se llama cesura.

Ojo; no hay que confundir la cesura o silencio poético, con la otra cesura que con su lápiz rojo ha tachado y prohibido tantos frutos de la mente de los escritores hispanos desde las Cantigas de don Alfonso X —que ya fueron intervenidas y espulgadas— hasta nuestros días.

Lo bueno que tienen los poetas actuales es que, como nadie entiende lo que escriben, la censura no se atreve a tacharles conceptos, porque tampoco se entera de nada.

La cesura divide automáticamente a un verso en dos hemistiquios: del griego hemi, mitad, y stiquios, elementos.

Consideremos este ejemplo en el que el espacio indica la división de los hemistiquios:

Mejillón exquisito de esencia nutritiva,

como crótalo extraño en las manos de Siva;

lamelibranquio rico que en su carne amarilla

lleva un aumentativo: mejillón, de mejilla.

EDUARDO MARQUINA

En la estrofa anterior, todos los hemistiquios eran iguales, es decir, de siete sílabas cada uno. Pueden ser desiguales, como podemos apreciar en este bello serventesio:

Son tus pies dos almendras glaseadas,

peladillas carnales ¡oh Vicenta!,

que prometen dulzuras prolongadas,

pues calzas mastodóntica un cuarenta.

ENRIQUE DE MESA