LOS VERSOS CASTELLANOS. SU CLASIFICACIÓN

Nuestros versos se clasifican atendiendo al número de sílabas que tienen. Ahora bien, en castellano las palabras de una sola sílaba se consideran bisílabas. Esto, que parece un lío (y lo es), nos indica con claridad que hay versos castellanos desde dos sílabas en adelante, aunque por ser para ustedes se los puedo dejar en menos.

ARTE MAYOR Y ARTE MENOR

Se llaman versos de arte menor aquellos que tienen ocho o menos de ocho sílabas. De nueve en adelante se denominan versos de arte mayor. Los versos de más de dieciséis sílabas son raros en castellano, aunque don Dámaso Alonso los ha prodigado en sus composiciones. Pero, claro, faltaría aclarar si lo que don Dámaso ha escrito son versos o no.

Para que no nos armemos un lío y confundamos unos versos con otros, pasemos a estudiar, de menos a más, como debe ser, los versos castellanos:

Bisílabos:

Cena,

sopas;

pinta,

copas.

Sale un

as.

Gana

Paco.

Suelta un

taco

Nico-

lás.

JUANA DE IBARBOUROU

Estos versos precedentes, además de resultar rítmicos y saltarines, suelen producir la urticaria.

Trisilabos:

Serena

se llena

la noche

de ti,

hermosa

cual rosa

de piti-

miní.

De nácar

Salubre

se cubre

tu tez.

Te has puesto,

morena,

muy buena,

¡rediez!

ARJONA

Como puede apreciarse, los versos precedentes son cargantísimos. No obstante, esta combinación métrica tuvo muchos adeptos en épocas anteriores. Los fabulistas los emplearon bastante. Así les fue en la vida, a los pobres.

Tetrasílabos:

En el agua

de un puchero,

echa carne

y echa huesos,

y tocino

bien añejo,

y garbanzos

que sean buenos.

Luego, un nabo;

luego, un puerro;

luego, un trozo

de tubérculo.

Que se cueza

todo al fuego

—grata espera,

dulce sueño—

y si sigues

ese método

sin comerlo

ni beberlo,

hallaráste,

suculento,

un cocido

madrileño.

BARTOLOMÉ JOSÉ GALLARDO

Los versos tetrasílabos, tintineantes como campanillas de plata, fueron empleados por don Esproncedo para la fabricación de sus cantos (del pirata, del cosaco, del etcétera), que tanto éxito tuvieron en el siglo pasado porque fueron líricos, sonoros, ritmlcos y contestatanos.

Pentasílabos:

Tórtola ausente

que vas sin hiel

de Crevillente

hasta Petrel.

Ave ligera

que se desploma

sobre la pera,

sobre la poma.

Tórtola bella,

dile a mi Filis

que a causa de ella

yo trago bilis.

Bilis que obcecan

y el pecho incuba,

y que se truecan

en Mala uva.

CADALSO

Esta clase de versos pentasílabos son peligrosísimos, porque está demostrado que no se puede escribir nada serio con ellos. De tan juguetones que son, dan risa. Los poetas del siglo XVIII fueron muy aficionados a esta clase de versitos. Sin duda por eso no hay quien los aguante.

Exasílabos:

Si yo lo pensara,

pues es despilfarro,

que non te mercara

tan lardoso guarro,

que dará al cotarro

para la Asunción

chorizo e jamón.

Que tú, mujeruca,

meresces por flaca,

para tu manduca

puerro et espinaca,

mientras que triaca

son para el varón

chorizo e jamón.

JUAN DEL ENCINA

Con la combinación métrica que acabo de reseñar, ¡cuánta belleza se puede expresar, caracoles! Nuestros más conspicuos poetas del Medievo hicieron de las suyas con los versos exasílabos, ideales para la canción amorosa. Llenas de frescura y de rozagante fluidez han llegado hasta nosotros las serranillas del Marqués de Santillana. El argumento de estas coplillas es casi siempre el mismo: un caballero se pierde por la sierra; le sale al paso una fornida serrana, a la que el caballero requiere de amores. Pero la moza, española cien por cien, rechaza al galán, y la serranilla —o ligue medieval— se queda en simple proyecto de picnic.

Heptasílabos:

Cuando salgo de casa

en las noches sin luna,

no sé lo que me pasa

que, chico, no doy una.

FERNÁNDEZ GRILO

Sin comentarios.

Octosílabos:

El verso que más se ha empleado en España es el octosílabo. Incluso puede decirse que algunos lo han empleado a la fuerza, tan ramplonas y febriles composiciones han escrito algunos mal llamados poetas. Es el octosílabo, pues, el verso español por antonomasia. Nadie se ha salvado de escribir algo, aunque sea pequeñito, en octosílabos.

Vamos a poner un ejemplo:

Los infantes de la Cerda

bajan de los sus caballos,

y con altivez y brío

recorren todo el palacio.

Su presencia pone en fuga

a damas y cortesanos,

no por lo fiero del porte,

sino porque van dejando

un tan espantoso tufo,

tal pestilencia, que acaso

no la borrasen tres baldes

de áloe, de mirra y de sándalo.

Los infantes de la Cerda,

haciendo honor a su rango

y nombre, a chotuno huelen,

pues son bastante marranos.

Romancero

VERSOS DE ARTE MAYOR

Hemos quedado (y si no hemos quedado, vamos a quedar ahora) en que los versos de más de ocho sílabas se denominan de arte mayor. Los primeros que nos encontramos son los

Eneasílabos, que no son, como puede parecer, versos que empiezan siempre con una ene. El eneasílabo o verso de nueve sílabas se ha empleado poco en castellano. Aquel catasalsas genial, el gran don Rubén Darlo, lo utilizó en algunas de sus composiciones, y lo mismo hicieron Valle-Inclán y otros poetas «modernistas». Puede que de alguno de estos vates sea la composición que a continuación se cita, ejemplo de versos eneasílabos:

Mañana de paz y de fiesta.

La esquila doliente tañía,

y el pueblo en silencio tenía

legañas de tedio y de siesta.

La moza peinaba su pelo

un moño apretado y endrino.

Los socios del viejo casino

jugaban al mus y al chamelo.

Son dejos antiguos, son fueros

que siempre nos acreditaron:

herencia que a España dejaron

Felipe II y Cisneros.

DON PACO VILLAESPESA

Decasílabos: Los versos de diez sílabas han resultado siempre un poquito facilones y empalagosos. El verso decasílabo, como les sucede a las zarzuelas malas —que son, claro, las que más le gustan a la gente—, se pega al oído.

No obstante estos inconvenientes, en castellano hay un buen puñado de composiciones poéticas hechas con versos de diez sílabas. Autores eminentes utilizaron estos versos, desde el arpa becqueriana y cochina —estaba cubierta de polvo, según el autor— hasta los imitadores del feísimo y renovador don Rubén.

He aquí un ejemplo de estos sonoros versos:

¡Oh Pepe, Pepe, qué vicio horrendo

muestras en loco, funesto baile:

siempre sacando, siempre pidiendo,

y es que la boca te la ha hecho un fraile!

Con el dinero que guardé en orzas

te procuraste cosas nefandas:

las francachelas y las cogorzas,

los piscolabis y cuchipandas.

Y en tus orgías y en tus bambollas,

que terminaban en vil resaca,

besabas labios, tocabas mollas,

¡sin acordarte que todo es caca!

¡Oh Pepe, Pepe, pálido asceta

de cabaretes, qué mal me hiciste!

¡Ya no me queda ni una peseta

tras los sablazos que tú me diste!

DON AMADO

Endecasílabos: Es el endecasílabo el verso más usado en castellano de todos los que se consideran de arte mayor. Tiene un regustillo italianizante y petrarquista que tira de espaldas, y es, no cabe duda, el más hermoso, el más sonoro y, claro, el más peligroso, por lo socorrido y mal empleado, de todos los versos del idioma español.

Según su acentuación, los endecasílabos son de una manera o de otra. Recordemos las formas más conocidas:

Endecasílabo propio o italiano. Aparte de llevar el acento obligado —común a todos los endecasílabos, por eso es obligado— en la penúltima sílaba, este verso lleva acento en la sexta, circunstancia que le presta un aire rotundo y ampuloso.

Ejemplo:

Olvida ya el futuro y vive al día.

Endecasílabo impropio, que además de su acento en penúltima sílaba, de rigor, lleva acentos en cuarta y octava:

Bajo el fulgor canicular de Febo.

Endecasílabo de gaita gallega, cuyo nombre no le viene de la necesidad ineludible de coger una gaita y soplar la Alborada de Veiga, o de comer filloas al tiempo que se compone el poema. Estos endecasílabos toman su nombre del ritmo de muñeira que tienen. Sus acentos recaen en la primera, cuarta y séptima sílabas del verso. Ejemplo galaico:

Tengo una granja con hórreo y aprisco;

muchas pesetas le suelo sacar,

pero me voy a meter en un cisco,

porque empeñado en cobrarme está el Fisco,

mientras yo, terca, me niego a pagar.

ROSALÍA DE CASTRO

y que me perdone la caricatura doña Rosalía, que si la tiene en castellano, no la tiene en gallego —o no la debe tener— por la frescura y belleza de sus versos y por el encanto y la ternura de sus temas, hermosísimos, sin la preocupación de decir nada importante, sin la pedantería de muchos de sus contemporáneos ni el hermetismo de casi todos sus sucesores.

Por fin tenemos el

Endecasílabo sáfico, llamado así porque imita los cantos y gargarismos clásicos de aquel inspirado virago, llamado doña Safo de Lesbos, de quien se contaban chismes impúdicos e historietas obscenas, pues se aseguraba que, en vez de gustarle los caballeros, le apetecían las señoritas de la buena sociedad.

El endecasílabo sáfico se caracteriza porque lleva los acentos en primera, cuarta y octava sílabas Los poetas bucólicos y neoclásicos lo utilizaron bastante. Peor para ellos.

Vaya un ejemplito.

Cloris, mi ninfa, que del bosque tierno

surge en la verde, rumorosa linfa;

suelto su níveo faldellin, ofrece

mollas pimpantes.

Lírica y honda, la siringa tañe,

mas su latido se prolonga agreste.

Dígole entonces, su siringa hurtando.

¡No me siringues!

JUAN BAUTISTA ARRIAZA

Como ejemplo de una composición realizada con endecasílabos propios, impropios —los más corrientes— y de otras muchas clases, he aquí este fragmento.

Sale el sol por encima de la loma,

que salir por debajo es vil matraca;

sube al azul la cándida paloma,

baja al rico vergel la astuta urraca,

y con ese trajín de daca y toma,

y al revés, es decir, de toma y daca,

entre memez, pamema y tontería,

se va pasando sin sentir el día.

JOSÉ SELGAS

Dodecasílabos:

El verso de doce sílabas es uno de los más cargantes, porque, te pongas como te pongas, siempre suena a seguidillas manchegas. Con esta clase de versos el poeta no suele jamás perder o equivocar el ritmo, porque siempre es igual. Y si se extravía, no tiene más que volver atrás y bailar un par de estrofas con su cuñada Lola. En seguida le cogerá el ritmo, salvo que su cuñada esté en la cocina haciendo empanadillas.

Hubo una época feliz en la que casi todos los poetas que se estimaban, componían versos dodecasílabos. A pesar de esta tremenda circunstancia, las gentes de entonces no les daban de lado.

Los versos dodecasílabos, divididos en dos hemistiquios —uno de siete y otro de cinco sílabas—, se prestan a tocar con ellos un tema que sea «muy español». A continuación, como muestra de esta clase de versos inaguantables, publicamos algunas estrofas de un imaginario Canto a la mantilla española:

La mantilla española, río sin cauce,

sirve a todas las hembras como corona,

lo mismo a la que tiene cara de sauce

que a la zaragatera zaragatona.

Es cortina con pliegues y con caídas,

es al viento una vela de nuestros buques.

Antaño la lucieron en las corridas

manolas y condesas, reinas y duques.

Aunque el duque confieso que la usó poco,

y si usóla fue en casa, mas no en visita,

pues usarla en la calle cosa es de loco

o capricho imprudente de mariquita.

El único que usaba con regodeo

la mantilla de blonda color de té,

en casa, y en la calle, y en el paseo,

fue el famoso don Próspero Merimée.

SALVADOR RUEDA

Tredecasílabos:

Aquí tenemos una clase de versos muy poco utilizados por los poetas. Y muchísimo menos, claro, por los autores que han escrito en prosa. La desventaja de estos versos de trece sílabas es, aparte el mal fario que dan, que en cuanto te descuidas un poquito, no sé por qué razón te das cuenta de que te están saliendo alejandrinos. Quizá por culpa del mismo verso, mal acentuado, que lo divide en dos hemistiquios de siete sílabas por barba. A pesar de la poca importancia de esta clase de rengloncitos castellanos, ahí va un ejemplo tan lamentable como los que se escribieron en el siglo XVIII:

En un prado lozano, uberoso, algo flaca,

filosófica y triste, hallábase una vaca.

Pacía el trébol dulce, ansiosa y sin engorro,

y con él se ponía asquerosito el morro.

Mas levantó la testa hacia el anochecer,

y díjose: «¿Consiste esta vida en pacer?

¿Está bien que yo pazca ahora, según observo,

caso de que sea pazca este tiempo de verbo?

Si nací y ahora pazco ardorosa, ¡ay de mí!,

qué tiempo tan precioso en pacer yo perdí.

Suministro de leche es mi existencia fría;

la leche es mi horizonte, y mi norte, y mi guía,

y mi vida enterita, excusad que sospeche,

según lo que voy viendo, es y ha sido la leche».

TOMÁS DE IRIARTE.

Tetradecasílabos o alejandrinos:

Los versos de catorce sílabas se denominan también alejandrinos, seguramente en honor de don Alejandro Pérez Lugín, autor de La casa de la Troya, que los inventó.

Los alejandrinos pueden presentarse de dos maneras, según su acentuación:

1.ª Divididos en dos hemistiquios de siete sílabas cada uno. En este caso su acentuación será la de los heptasílabos corrientes, es decir, que tendremos acentos obligados en la penúltima sílaba, y los demás, como salgan. En los alejandrinos se lució una barbaridad don Rubén Darío.

Veamos un ejemplo:

Pirulí portentoso, caramelo exquisito,

cuyo modo de empleo su sencillez pregona,

pues se escoge, se paga, se quita el papelito,

y, sin soltar el palo, se coge y se succiona.

NÚÑEZ DE ARCE

2.ª A esta clase pertenecen los alejandrinos acentuados en las sílabas primera, cuarta, séptima, décima y décimotercera. Véase el siguiente ejemplo:

Échame ramas de sauce, de helecho, de chopo;

tírame flor de tomillo con éxtasis bruscos;

forma con hierbas silvestres romántico hisopo…

¡bestia!, mas no te entusiasmes y me eches pedruscos.

CURROS ENRÍQUEZ

Pentadecasílabos: Como su nombre indica, el verso pentadecasílabo tiene quince sílabas como quince soles. Es un verso musical, cadencioso quizá por eso fue tan pródiga en ellos la poetisa cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda, a la que, seguramente, le bailaban por dentro las brisas del Caribe, los efluvios del manglar y el cachondón vaivén de las hamacas del bohío. A la poetisa citada pertenece el ejemplo que brindo a la afición:

Yo sufro pensando en el viento, pensando en la brisa

pensando en el mar cuya espuma se mueve sin fin,

y exclamo con frío en el alma: ¿Por qué tanta prisa?

¿Por qué ese trasiego espantoso? ¿Por qué ese trajín?

En cambio, la piedra asomada al impávido abismo,

se está quietecita, sin pulsos y sin funcionar.

y digo, llorando al mirarla: ¿Por qué ese quietismo?

¿Por qué no se mueve un poquito, para compensar?

Y todo, la brisa, los vientos, la piedra altanera,

y el mar, el mar Caspio, el mar Negro y el mar de Ceilán,

me salen, hablando clarito, por una friolera,

si corren, si paran, si vibran, si vienen, si van.

GERTRUDIS GÓMEZ

Por último, tenemos el verso de dieciséis sílabas o

Exadecasílabo:

Utilizar el verso exadecasílabo es querer complicar innecesariamente las cosas, porque un verso de dieciséis sílabas está formado de dos de ocho. A esto, que parece una tontería, ustedes me contestarán que, si hacemos de esa manera las cuentas un verso octosílabo está también formado por dos tetrasílabos Se equivocan si esto piensan, y un tetrasílabo es la mitad de un octosílabo, que no es lo mismo.

En resumen: el importante es siempre el octosílabo.

Don José Zorrilla, aquel catador de versos nuevos, de ritmos y cadencias extrañas —en su tiempo—, el verdadero padre de don Rubén y los modernistas, utilizó bastante el verso exadecasílabo

De él lo aprendieron otros, como, por ejemplo, el autor de estas estrofas larguísimas:

He bebido el agua fresca de los puros manantiales

que guardaban el secreto de su posos y sus sales,

y he llegado a la siguiente dolorosa conclusión:

que al potasio y al bismuto y al magnesio ya su abuela,

yo prefiero una tortilla y unas sopas en cazuela,

y la lija corrosiva del tintorro peleón.

GABRIEL Y GALÁN

Son raros, rarísimos los versos de más de dieciséis sílabas. Los hay, claro está, pero cuando aparecen en cualquier composición más o menos poética, siempre son de don Vicente Aleixandre, que sin duda escoge los versos largos para explicarnos con más claridad eso que no se entiende.