DON JOSÉ ZORRILLA

Este poeta, que nació en Valladolid y no en otra parte, decidió, de joven, interrumpir sus estudios y dedicarse por entero a las letras. Esto, que es signo vocacional y decidido, indica por otra parte una gran falta de sentido común. Pero ya se sabe cómo son los poetas.

Las estaba pasando canutas don José, cuando al egregio periodista Mariano José de Larra se le ocurrió atizarse un sonoro pistoletazo. El día del sepelio de Fígaro, cuando los pelmazos echaban sobre el cadáver todavía caliente los adoquines y cascotes de sus aburridas necrologías, como espontáneo que salta de pronto al ruedo, el joven Pepito Zorrilla asombró a propios y extraños con la lectura emocionada de sus candentes y sonoros endecasílabos.

La Fama, con mayúscula, le abrió sus puertas desde aquel momento. No así la Fortuna, que se mostró siempre bastante esquiva con el célebre lírico.

Zorrilla es, sin duda, el más importante poeta del siglo XIX. En tiempos posteriores se le ha vituperado bastante, acaso por la facilidad asombrosa que tuvo para versificar, facilidad que ponía, al lado de versos impecables e inspiradísimos, los más tremebundos ripios. Pero su leyenda A buen juez, mejor testigo es, digan lo que digan, una obra maestra. Teatral, si se quiere, porque en Zorrilla todo es teatral, dramático, casi representable; por eso Traidor, inconfeso y mártir, digan lo que digan también, es el mejor drama pos romántico de nuestra literatura. Y digo posromántico, porque la citada obra, si bien conserva todas las características de fondo del drama romántico, no se ajusta a las de la forma, es decir, la mezcla de prosa y verso.

Perseguido siempre por la miseria, obtuvo una pensioncita que le señaló el gobierno. Nada del otro jueves: para ir tirando. En el año 1893 falleció Zorrilla, después de haber sido coronado en Granada a bombo y platillo en una memorable y cursi jornada que, de seguro, adelantó el triste fin del poeta.

LOS NUEVOS CANTOS DEL TROVADOR

Con mi lira trágica, que templo y apaño,

yo soy el postrero, fatal trovador,

y al pulsar las cuerdas cuando voy y taño,

plaño todo el día, plaño todo el año,

pues si plaño y taño me sale mejor.

Plaño porque el numen ardiente y el estro

se chafan apenas me pongo a cantar,

y mi canto errante se torna siniestro,

y soy un imbécil, y soy un cabestro,

pues de muchas cosas no me atrevo a hablar.

Mi laúd doliente duerme cual ceporro.

Su voz una venda no deja salir,

y yo sufro y callo, pasivo y modorro,

pues si una mordaza te sujeta el morro,

no sé qué puñeta se puede decir.

Antaño cantaba en las cortes ducales,

y en fiestas galantes al borde del mar,

mas no concurría a los jueglos florales,

porque diz que hay tongo en los juegos tales

y a los paniaguados se suele premiar.

Ahora canto al yermo, que está desolado,

y canto a las noches del fragante abril,

y canto en la puente, y canto en el vado,

y canto de frente, y canto de lado,

decúbito prono y hasta de perfil.

Y pulso en la noche con dedos convulsos

la guzla morisca de Benamejí,

que lo mismo toca danzones insulsos

que aviva la sangre y excita los pulsos

cuando, más selecta, toca a Debussy.

Y toco a Beethoven, que no se ha quejado,

y toco a Rossini, y toco a Lehar,

y toco a Vivaldi con gesto cansado,

y toco a la viuda de un guarda jurado,

que como está sola se deja tocar.

Pero las canciones de mi serenata,

toleradas, vibran de extraña acidez.

A ver si se acaba de una vez la lata

de tanto remilgo de monja pazguata,

y puede el que canta cantar de una vez.

ORIENTAL

Niña del fino agremán

en el rico guardapiés,

por ti diera Abderramán

la paga de todo un mes.

Diera un soberbio añafil

con sonido de cristal,

y diera un aguamanil

que es un invento oriental,

porque echas agua en el trasto

y, con cepillo y jabón,

tienes, por muy poco gasto,

fregoteo y ablución.

Aunque no soy el Califa,

puedo colmarte de honores.

Vente conmigo a Tarifa;

vente conmigo y no llores.

Ven, que tengo miradores

donde el agua sensitiva

sale de los surtidores,

precisamente hacia arriba

Ven a mis dulces pensiles,

do crecen entre murmullos

los sicómoros febriles

que se llenan de capullos.

Verás que, de sopetón,

si saltas de zanja en zanja,

tan pronto crece el limón

como crece la naranja.

La granada, medio loca,

abre su fruta madura

con un bostezo de boca

que enseña su dentadura,

dentadura de caimán

con seis filas de rubíes,

muerden en Ramadán

las nalgas de las huríes

Y la hígera, que se eleva,

y cuyos brazos bendigo,

pues tan pronto da la breva,

como, versátil, da el higo.

Allí la especia, cual tea,

se abrasa junta al palmar,

y es culantra, alcaravea,

nuez mascada y sin mascar.

La canela observarás

que en su propio olor se inflama.

Vente conmigo, y verás

lo que es canelita en rama.

Niña del fino agremán,

por ti diera Abderramán

toda la tierra andaluza,

y yo, fortuna y placeres,

pero si la luna quieres,

que te la dé el moro Muza.