Don Francisco, sonoro y húmedo poeta almeriense, estudió, por lo visto, en Granada. Y fue en esta ciudad donde empapó sus versos en el agua que no podía proporcionarle la árida abruptez de su tierra natal.
No era mal poeta Villaespesa: un colorista, un descriptivo inquieto y sensual, una especie de Fortuny de la poesía, siempre cincelando a punta de pluma vicarías, tanto exteriores como interiores.
Lo malo de don Paco es que se puso a escribir dramas en verso, que casi siempre tenían ambiente morisco. Y como por una parte el arte musulmán es empalagosísimo —en tiempos de don Paco, en todas las casas había una estancia que se llamaba el saloncito árabe— y, por otra, aquellos dramas estaban siempre llenos de fuentecillas que corrían, cantarinas, se le mojaban los decorados y los actores cogían unos resfriados de órdago.
La obra más famosa de don Paco es El alcázar de las perlas, que por muchos es considerada su obra maestra. El drama tiene fuerza teatral —algo latiguillera— y emoción en muchas de sus escenas. Y su versificación, propia del orientalismo abencerrajoso del poeta, es fluida y agradable al pabellón auditivo. Fue, durante muchos lustros, obra favorita de grandes actrices; aquellas comediantas antiguas que escogían obras como ésta del mismo modo que los cantantes poseían un repertorio. Y tenían un público adicto que acudía para escucharles tal o cual fragmento, que ellas, gargarizantes y ritmadas, recitaban sobre el escenario con una entrega total, como sopranos entonando el racconto o cavatina a la que no le faltaba ni la música.
¡Y a mí que don Paco me cae bien…!
SONETO
Esas fuentes ocultas que con triste pachorra
resuenan en la tarde que sus oros renueva,
y manan como locas, esperando que beba
la luz, que se hace pausa, desperezo y modorra.
Esas fuentes discretas a las que alguien se amorra,
aguardando una linfa con frescores de cueva,
y se lleva un disgusto cuando coge y comprueba
que el agua es desabrida, febril y calentorra…
Yo también he bebido en las fuentes despacio,
y al beber he notado que Granada, grandiosa,
mis versos encendía con luces de topacio.
Pero como ir en busca de la fuente no es cosa
ni cómoda ni práctica, y yo jamás me sacio,
en vez de ir al venero, trasiego gaseosa.