Voy a revelar a ustedes uno de mis más íntimos secretos; voy a hacerles una de las más apasionadas confidencias: como libros de cabecera, como breviarios de mis insomnios y salterios de mis vigilias, tengo siempre a mano Tirano Banderas y los dos tomos (el tercero tiene que ser apócrifo) de El Ruedo Ibérico. Los alterno con Nuestro padre San Daniel y El obispo leproso, de mi paisano Miró. No es que siempre lea lo mismo, sino que cojo otras lecturas, las cato, las termino. Y entonces vuelvo a mis favoritos con más gana que nunca, porque me doy cuenta de que, después de las obras que he citado, poco hay que valga la pena.
No se sabe dónde diantres nació don Ramón María. Parece ser que fue en Puebla del Caramiñal, pero bien pudo haber sido en otro sitio cualquiera. Don Ramón María, que de modesto e introvertido no tenía nada, pudo habernos dicho que nació en Samarcanda o en Tahití. Nos lo hubiéramos creído, como estamos obligados a creernos las estupendas mentiras que Valle-Inclán refirió a los que tuvieron la satisfacción de escucharle. En él se confundía la realidad con la ficción, tan juntas iban en su vida. Narradas por Valle-Inclán, hay varias versiones, a cual más peregrina, de las causas y circunstancias de su manquedad. Yo las hubiera creído todas.
Don Ramón María nació poeta; poesía hay en sus poemas esperpénticos y poesía es su prosa, su fulgurante y pirotécnica prosa, no igualada jamás. No sé —de erudito tengo muy poco— si hay algún estudioso que ha señalado como la fuente más importante de Valle-Inclán —hablo de su poesía tan sólo—, como su antecedente más inmediato, a Guerra Junqueiro. Yo creo que este portentoso y poco conocido lírico portugués fue el padre de la poesía de nuestro genial gallego. Vale la pena estudiarlo, si no se ha hecho ya.
Mi homenaje a don Ramón María es este falso poema, estos pareados ramplones que le imitan o, mejor dicho, que pretenden imitar un estilo y un lenguaje que es inimitable.
ROSA DE NICOTINA
Cuando lo expele mi turbia pipa,
el humo verde se me constipa.
Mi pipa es alma, cenit y esencia
de luminosa concupiscencia.
Tiene, aromosa, su cazoleta
gusto a narguile de la Meseta,
y en la boquilla, frase candonga
dice: «Recuerdo de Covadonga».
Si vibra limpia su chimenea
mis horas grises me colorea,
y si se obtura, yo, demiurgo,
cojo un palito, lo meto y hurgo.
Mi pipa extraña y esquizofrénica
tiene en su kharma luz ecuménica.
Si hierve el velo del humo azul,
llego en volandas hasta Estambul,
y el tubo de ámbar me huele astuto
a bayaderas con escorbuto.
Si el contenido me fumo en Servia,
me llena el cuerpo con la Soberbia;
si me la fumo cerca del Turia,
es trompetilla de la Lujuria,
y es de la gula gnóstica estrella,
porque se cuece como paella.
Mi pipa, histórica, tiempos huidos
muestra en volutas a mis sentidos;
abre sus hojas de enciclopedia
con muchas cosas de la Edad Media,
y, negros, surgen entre sus cirros,
dueñas, princesas, frailes y esbirros.
Y como guipa cual topo el hipo
—tripa de topo, tropo de tripa—,
deshipo y capo la hopa de Edipo,
y con un trapo tapo la pipa.