He de comenzar la breve reseña sobre este poeta del siglo XVIII advirtiendo a ustedes, señores míos, que los fabulistas me divierten y me agradan. Es más, creo que tras un análisis minucioso, son Samaniego e lriarte los mejores poetas de toda la escayolada y falsorra centuria.
Me gustan los fabulistas españoles porque, a pesar de que hablan por boca de Lafontaine —el cual habló por boca de Esopo—, los poemas de Samaniego e lriarte tienen una frescura, un tinte humorístico y crítico que no poseen las merengosas languideces de Meléndez Valdés, los trasnochados estertores de Moratín padre o los acartonados epigramas de Lista (hoy Ortega y Gasset).
Los fabulistas españoles no tienen el menor inconveniente en acudir al ripio, y lo hacen a sabiendas, dándoseles un bledo las tan cacareadas reglas del arte, que no se atreven descaradamente a saltarse a la garrocha, aunque están muy cerca de hacerlo. Recordemos aquella fábula de Samaniego, en la cual el poeta hace beber al perro en el Nilo para que pueda rimar con cocodrilo. Pura coña dieciochesca.
¿Hay algo más socarrón que aquellos versos del preámbulo, en los que don Félix dice?:
¡Oh, jóvenes amables
que en vuestros tiernos años
al templo de Minerva
dirigís vuestros pasos…!
Se ve a Samaniego regodeándose al pensar en la cantidad de infantes repipis y asquerosos que recitarán el romancillo.
Don Félix María nació en La Guardia, en Vasconia. La crítica de la época le vapuleó todo lo que quiso y más, pero don Félix tenía buena pasta, casi tan buena como la del pastel en el cual la mosca de su fábula «enterró su golosina», y se lo tomó a cachondeo. Y continuó —mesiánico e inútil— dándoles fuerte a los pedantes ya los malos escritores en las moralejas de sus historietas de animales sabios.
FÁBULAS
EL MÁS Y EL MENOS
El hombre no es perfecto,
y peca por exceso o por defecto.
Esta fábula a punto
viene a explicar la enjundia del asunto:
A Paco Taravilla
le crecía muy poco la perilla,
en cambio, a Ernesto Sosa
le crecía una barba muy frondosa.
Uno se despepita
porque diz que la tiene un poco larga,
y el otro se abotarga
porque diz que la tiene muy cortita.
Moraleja. Allá va:
Corta, larga, escultórica o deforme,
sea así, sea asá,
cada cual con la suya se conforme.
La barba, claro está.
LA CHACHA Y EL GRIFO
Una chacha de Alcorcón,
que en la capital servía,
le daba a un grifo, la tía,
con abundante asperón.
El grifo, aquel achuchón
sufrió con paciencia asaz,
mas le dijo: «¡Oh contumaz!
¿Por qué me causas molestia?
¡Date brillo tú, so bestia,
que buena falta te haz!»
Moraleja
En el mundo, logogrifo
que tiene muy poca lacha,
es conveniente ser grifo,
aunque te frote una chacha.
LA INSCRIPCIÓN
En la pared impoluta
de cierta valla, en Porriño,
escribió con tiza un niño:
«El que lo lea ijo puta».
Lo leyó doña Paloma,
se acercó a la valla abyecta,
y puso en forma correcta
preposición, hache y coma.
Y es que el más intransigente
es el pobre desdichado
que se ha visto reflejado
en lo que escribe la gente.
EL ORNITORRINCO Y EL MICRÓFONO
El ingenuo ornitorrinco
—mezcla de pato y conejo—
acercóse dando un brinco
al micrófono perplejo
y dio un grito con ahínco.
Comentó el bicho: «Por Palas,
que tan bien canto, en verdad,
que puedo incluso hacer “galas”.
¿Tendré por casualidad
la garganta de la Callas?»
Dijo el micrófono astuto:
«No pienses que eres tenor
porque sonó este canuto.
¡No eres tú quien canta,
bruto, sino el amplificador!
Que la voz precisa ciencia,
y devoción y ejercicio,
y años de mucha paciencia,
y método y sacrificio,
y talento, y experiencia.
Y esos muchachos flacuchos,
que dicen que cantan, locos,
ni tienen voz ni son duchos,
pues artistas hay muy pocos
y micrófonos hay muchos».