MELÉNDEZ VALDÉS

Se dice que este poeta pacense era tímido y encogido, con un espíritu apocado. Estas características no le impidieron regirse por las formas neoclásicas, que entonces imperaban en el arte. Así le fue, claro.

Cuando estalló la Guerra por la Independencia, Meléndez Valdés se inclinó hacia José Bonaparte; y se inclinó tanto que a poco si se cae sobre el rey y le estropea el chocolate con picatostes que se estaba tomando. Como se había significado tanto a favor de la dinastía Bonaparte, cuando llegó Fernando VII, don Juan Meléndez tuvo que tomar el tole de prisita. Y dicen que al pasar la frontera, con uno de aquellos gestos cursis y relamidos de la gente engoladita, se postró de rodillas sobre el cochino suelo y, besando la tierra de España, dijo con lágrimas en los ojos y un pucherete de niño zangolotino: «¡Ya no te volveré a ver más, patria mía!»

Don Juan Meléndez Valdés perteneció a varias Reales Academias, porque ya se sabe que en estas doctas y beneméritas instituciones siempre tienen un puesto los grandes pelmazos de nuestras letras.

Aparte de sus odas filosóficas, que son como para acordarse de toda su familia —afrancesados o fernandinos— sin dejar uno, Meléndez Valdés se salva un poquito, dentro de lo artificioso y envarado del estilo del siglo XVIII. A pesar de haberse puesto el corsé y el cilicio de las reglas al uso entonces, don Juan tiene cierta gracia e inspiración, sobre todo en las poesías en que emplea versos de arte menor, casi siempre asonantados. Lástima que el sarampión pastoril y las anginas anacreónticas estropean la mayoría de sus poco famosas composiciones.

Fue amigo de Cadalso y Jovellanos. Lo que no se sabe es si por esta circunstancia las amistades le dieron de lado o no.

ENDECHAS MITOLÓGICO-PLAÑIDERAS

Tiernas tortolillas

palomas torcaces,

alegres perdices,

altivos faisanes,

dulces rododendros,

mimosas fragantes,

higueras rugosas,

ardientes nopales,

tejedme coronas,

canciones cantadme,

que Cloris se acerca

entre los bancales.

Por eso los rábanos

se tornan corales,

y los cebollinos

delicados nácares,

y es fuego el pimiento,

y es miel el tomate,

y hasta el boniato

es azúcar cande.

Abedul florido,

desmayado sauce,

batid con las ramas

el cristal del aire,

que ya llega Cloris;

Cloris, que reparte

de Pomona y Ceres

sus galas al valle;

Cloris, que es mi ninfa;

Cloris, que es mi náyade

aunque tenga nombre

de desinfectante.

La selva enmudece,

se callan los árboles,

y aparece entonces

Cloris deslumbrante

Se muestra enjaezada

con dorada clámide

y capita corta

de velludo jalde.

Seis velos le cuelgan

de distintas partes:

unos inflamados

y otros inflamables.

Lleva un coselete

en el que, al realce,

hay bordadas liras,

caballos rampantes,

los números nones,

los números pares,

la Fauna, la Flora

y el plano de Cáceres,

Al verla exornada

con atuendos tales,

a los montes huye

la tórtola errante.

El río retarda

su curso en el cauce;

se detiene el curso

de los manantiales,

y el curso académico

de las facultades

le da el cerrojaz

a todas las clases.

y Cloris desfila,

febril y fragante,

con tales atuendos

que, rápidos, le abren,

no sólo las puertas

de noches y tardes

y de Citerea,

sino de la cárcel.