MANOLIYO MACHADO ¡Y OLÉ!

No hay poeta más cupletero y merengoso que Manoliyo Machado. A pesar de que solamente pasó su adolescencia en Sevilla, su poesía, salvo escasas y dignas excepciones, es poesía de señorito andaluz y malasombra, poesía de requiebro y caña sanluqueña en La Campana.

Antologizado con amor por manos cuidadosas —manos casi de nieve, como las del arpa de Bécquer—, se sale de madre constantemente; y se va a la facilona charanga, al ripio descarado —cuando rima pobre con sobre (preposición) o cuando se arranca por venenosas soleares, en aquello de

Consuelo,

tu nombre me sabía

igual que un caramelo.

Fue director de la Biblioteca Municipal de Madrid. Lamento sinceramente que en tal puesto tuviera muy poco que hacer, porque de haberlo tenido, no hubiera escrito tantos versos como sobran en sus obras completas.

Aunque Manoliyo confiesa en uno de sus detestables poemas que es de la raza mora, vieja amiga del sol —ignoraba tales amistades—, y más abajo afirma que te deben gloria —no le bastaba por lo visto su puestecito de bibliotecario—, es, con todos los respetos a los eruditos y antólogos mentecatos, que se copian los unos a los otros, un poeta de chicha y nabo.

Hasta su retrato de Felipe IV, el rey poeta, es inexacto y tontorrón, porque a nadie se le ocurre llamar generoso al pecho del monarca que encarceló a Quevedo cuando lo del famoso memorial que apareció, por arte de birlibirloque palatino, debajo de la servilleta del rey.

Creo que mis lectores habrán adivinado que don Manuel Machado me gusta muy poquito como poeta, ¿no?

MADRIGAL

La noche, chocolate

con buñuelos de estrellas —morucha

sobre mi pecho late

cuando te miro en ellas.

Y la mañana de oro

mis sienes desbarata

—rolliza—

y si no canto, lloro.

¡Ya ves qué mala pata!

La dulce figulina

de tu cuerpo cimbreño

—morronga—

anuncia la divina

languidez de mi sueño.

Sentada estás en casa,

nena de mis fatigas

—tía buena—,

y todo aquel que pasa

te está viendo las ligas.

Y enseñar indolente

lo que no es necesario

—¡so guarra!—

resulta un indecente

medio publicitario.

HAI-KAIS

¡Qué placer!

¡Qué ilusión!

Anteayer

el limón,

al caer

hizo ¡Pon!

Y el gabán

de retor

de un señor

de Milán,

hizo ¡pan!

¡Qué dolor!

¡Vaya un plan!

* * *

María Morón

comía melón.

Su abuelo

Carmelo

un melo-

cotón.