Esta losa con peluca a la federica, este pelmazo, autor de informes, de trataditos, de opusculitos —que tenían menos de «opus» que de «culitos»— y de unos espantosos Diarios escritos con estilo de jefe de negociado; este minucioso cargantón, ocupa un lugar en nuestra literatura. Nunca he sabido por qué. Se puede llevar la cuenta de los monumentos que hay en España, de si en tal o en cual pueblo hay fuente pública o no, de si los niños van a la escuela sucios o limpios, o no van de ninguna de las dos maneras. Pero esta especie de Guía turística no justifica la entrada en el Parnaso, ni con la simpática recomendación de don Julián Marías.
Este escritor, al que le falta uno para tener los nombres de los Reyes Magos, no fue jamás obsequiado por las magnánimas majestades orientales, que le negaron la elegancia del estilo, la amenidad y la inspiración.
Se suele incluir a Jovellanos —que, por cierto, era de Gijón— en nuestra Historia de la Literatura, como poeta. También me pregunto por qué.
Como creo que Jovellanos no fue literato, ni poeta, ni nada, y ésta —aunque falsa— es una antología de elegidos, no incluyo ninguna poesía a imitación de don Gaspar, para que se fastidie.
E inserto a continuación una página en blanco, que debería haber contenido sus poemas, para que se fastidie más.