J. R. J. es nuestro mejor poeta indio. Nació muy cerca del sitio del cual don Cristóbal salió con viento fresco para las Américas. Don J. R. J. se tropezó un día con unas obras de Tagore y dijo que eso lo hacía él en castellano. Y lo hizo.
Poeta de asonancias, exquisito y colorista, J. R. J., al revés que otros genios, que en su madurez manejan un barroquismo preciosista —léase Valle-Inclán—, se propuso ser escueto. Y a fuerza de resumir y resumir, a fuerza de abreviar y concentrar, se quedó con una rosa en las manos; la rosa juanramoniana que él, con desprecio para las otras flores, se inventó para su uso particular. Es una rosa simbólica que, de tan concentrada, se parece a los cubitos de caldo, sólo que poética.
No tiene fuerza viril J. R. J. Su poesía es blandita y delicada. Y estática; mejor dicho, estática y extática, porque da la impresión de que el autor está siempre con la boca abierta contemplando su inevitable rosa.
Es J. R. J. el autor de Platero y yo, un magnífico libro escrito en cuidada prosa poética, lleno de tristeza, hasta cuando el poeta se pone alegre.
El poeta fue agraciado con el Premio Nobel, cosa que le pareció muy bien a todo el mundo. Ya mí. Lo que no sé es si la Academia Sueca, al conceder el galardón citado a J. R. J., tuvo en cuenta o no una circunstancia pavorosa: que si cualquiera abusa de la lectura de las obras del maestro, acaba por no saber cómo se escriben algunas palabras, si con ge o con jota.
La tarde de los jardines
se queda a solas. Se agranda
una paz que es rosa y bruma
Ensaya el eco sus gárgaras
en los rincones umbríos,
y es de cristal la campana
que toca en el oro viejo
del monte su mojiganga.
Casi es de violeta el humo
del horizonte. Resbala
la luz sobre las esquilas,
que van muriendo en la calma.
La rosa, que es toda rosa,
más rosa se vuelve. Casca
el sol su huevo postrero
y la yema desparrama.
Oscurece. No se advierte
la rosa, que abre sus alas,
sintiéndose sola y cursi.
La rosa es inmensa y calla
Hace muy bien en callar,
porque si la rosa hablara
apañados estaríamos.
En cuclillas, las estatuas
reposan. Hasta en la sopa
rosas y rosas profanas.
y entre las rosas, la rosa,
que llora su menopausia.