DON JOSÉ MARÍA GABRIEL Y GALÁN

En Frades de la Sierra, provincia de Salamanca, vino a este bajo y cochino mundo don José María Gabriel y Galán. Sus padres eran labradores acomodados, tan acomodados que se permitieron el lujo, entonces inaudito, de costear al joven José María la carrera de Magisterio. O sea, que el hombre tenía sus tierrecitas y sus cuartejos.

Si don José María, cuando vio que la profesión de maestro es en España un empleo de suicidas «al ralenti», se hubiese limitado, como dijo en una carta a doña Emilia Pardo Bazán, a retirarse al campo para «cultivar unas tierras y cuidar a mi gente», la cosa no hubiera tenido importancia. Pero don José María hacía versos, versos «con argumento», y para animarle, premiaron una de sus composiciones en unos juegos florales. Gabriel y Galán toca todos los temas agrarios y borriqueros que imaginarse pueda. Y son famosos —no sé por qué— sus poemas La pedrada, Mi montaraza, El ama, El regreso y aquella otra poesía cuya protagonista es la hija del sepulturero, a la que huye todo el pueblo, demostrando lo bestia que es.

La gente joven no ha conocido cierta época en la cual muchas personas, al parecer decentes, se sabían de memoria El embargo. Y se lo endilgaban a los conocidos en menos que canta un gallo.

En lugar de corregir los defectos lingüísticos del pueblo, el señor Gabriel y Galán escribió muchos de sus poemas utilizando a porrillo —¡ay, cuánto daño ha hecho siempre el color local!— el mismo léxico de los pardillos, sus incorrecciones y cateterías, su repugnante sintaxis; porque los personajes de Gabriel y Galán no hablan un dialecto, sino un castellano mal pronunciado y reventativo.

Lo siento, pero no tengo más remedio que insinuar que este famoso poeta salmantino me repatea la barriga.

EL EMBRUJAO

Hijo de mi vida,

dime qué te pasa,

dime por qué cierras los ojos dispierto,

y por qué del catre ya no te levantas;

que así está el petate

y así están las sábanas,

que negros de mugre güelen a chotuno,

y perdón te pido por la comparanza.

Y para una madre

bastante desgracia

es tener un hijo

que echa olor a cabra.

¿Por qué no te marchas de casa, llevando

cantares y coplas siempre en la garganta,

y como antañazo ya no te sonríes,

mostrando en la boca dos muelas picadas,

que aunque amarillentas y medio podrías?,

¡te daban tal gracia…!

Estás embrujao,

la sangre te falta,

o dentro e los sesos

te se vuelve horchata.

En el pueblo todos

lo dicen: la Blasa,

y la tía Jolines, que de mal de ojo

más sapiencia y cencia tiene que la «Espasa»,

porque su marío

armao de una caña

le sacó la córnea en una trifulca,

y ese mal de ojo le ha dao mucha prática.

No pienses en ella,

hijo de mi alma.

Tú no me lo dices,

pero, manque callas,

sé que a todas horas

piensas en la Ufrasia,

que para una madre no tiene secretos

la carne que estuvo metía en su entraña.

Y es carne que un día

alumbró con ansia,

porque tú no sabes que cuando te tuve,

la cosa de fácil no tenía nada,

porque no salías,

hijo de mi alma,

aunque pa animarte

y ver si arrancabas,

te estuvo enseñando mi prima Fuencisla

un vaso de vino y una mantecada.

y yo me temía que pa echarte al mundo

tendrían que hacerme por fin la cesárea.

No pienses en ella,

que es una lagarta,

y no pué ser buena,

porque se levanta,

y, ¡Dios me perdone!, ¿sabes lo que hace?

Me cuesta decirlo… Pues coge y ¡Se lava!

Saca un cubo lleno de agua de su pozo,

la echa despacito en la palangana,

y con una cosa que llaman pastilla

se refregotea, la muy descarada.

No pué ser decente

no pue ser cristiana

moza que se limpia tanto las vergüenzas,

pues si son vergüenzas no hay por qué lavarlas.

¡Que bajo la roña

se chinchen, caramba!

La costra es decencia,

y tó el que se lava

tié que ser ateo, o anarquista de esos

que le ponen bombas hasta al mismo Papa.

No pienses en ella,

que le gusta el agua,

y eso de mujeres

no es, sino de ranas.

No pienses en ella,

hijo de mi alma,

pues usa esa moza,

como las burracas,

una botellica de agua de colonia

que güele a esas hembras que están en sus casas,

y si pasan hombres

van y se remangan.