DON LUIS DE GÓNGORA Y ARGOTE

El autor de esta antología apócrifa confiesa que Góngora le electriza y le conmueve. Si Garcilaso es cristal, Góngora es ágata y cornalina y lapislázuli, tallados y pulidos, casi orientales por su lujo y su pompa. Es el innovador de la poesía, el revolucionario del lenguaje; es un tío que escribió así porque se lo pedía el cuerpo, y no le importaba que leyesen sus obras los hombres, porque él no escribía para ellos sino para Góngora, que sí entendía lo que escribía Góngora. El resto de la humanidad le salía al poeta por una friolera.

En Góngora no sólo tiene belleza la idea del poema y su desarrollo, sino cada frase, cada verso. A veces, sin entender muchas de las barrocas frases gongorinas, penetran, catan, emocionan, porque por encima de las palabras hay en ellas el misterio y la proyección del genio. Si Quevedo no hubiera existido, Góngora sería nuestro mejor poeta del Siglo de Oro.

Nació en Córdoba, e hizo muy bien. Góngora se hubiera podido permitir el lujo de nacer donde le hubiese dado la gana; incluso en Andorra. A pesar de ser eclesiástico fue inteligente.

El rey don Felipe III tuvo el honor de que Góngora le hiciese el favor de ser su capellán.

Maestro es Góngora de la musicalidad. Las palabras, engarzadas en el poema, no sólo tienen valor por su significado, sino por sus calidades eufónicas. Manejó el hipérbaton, distorsionando frases que nadie sabía que eran elásticas hasta que él alteró los términos de la oración. Tuvo, naturalmente, enemigos que le ridiculizaron. Pero él, socarrón y certero, tuvo también para ellos los más hermosos desprecios y las más donosas befas.

Murió en Córdoba, en la miseria.

SONETO

Estas, que me brotaron como escorias,

azules redes de dolor, varices,

y en mi tobillo siembran los matices

de sus mil telarañas ilusorias;

estos, sobre la piel, como memorias

que me bordó la edad, ricos tapices,

tiénenme, ¡oh Filis!, hasta las narices

de sus rosas de sol circulatorias.

Mas ¿cómo he de sanar la que me estalla

rabia carnal segada por el dalle?

¿Cómo medicinalla y aplacalla,

si tú, Filis ebúrnea, por la calle,

vaste con el primero que te halla

y sóbate muslamen, busto y talle?

UN PRISIONERO ESPAÑOL

Navegando a todo trapo

sobre las inquietas olas,

cruza el mar una galera

del pirata Barbagorda.

Terribles tiene el corsario

fama y prestigio en las costas,

pues según diz la leyenda,

a las mujeres hermosas

les hace con liviandad

la mayor de las deshonras:

las desnuda sobre un banco,

por los cabellos las toma,

y con la punta de un lápiz

les da en el oído y ¡sordas!

En un grupo de forzados

que le daban con pachorra

al remo, cierto español,

apuesto y de Zaragoza,

procuraba suavemente,

cual quien no quiere la cosa,

remar lo menos posible,

porque eso cansa las mollas.

El capitán, que le observa,

el gobernalle abandona,

atraviesa todo el puente

sonriendo con la boca

—porque por no ser muy

culto no aprendió con otra cosa—,

y sin quitarle de encima

al español la esclerótica,

se detiene pensativo

con las manos temblorosas:

una tocando el sextante,

y otra tocando la cofa.

y conste que tocar eso

no es acción indecorosa,

que hombres de muchas agallas,

cuando se tercia, lo tocan.

Dirigiéndose al forzado,

dijo el capitán: «Perdona,

¡oh joven!, si te interpelo,

mas eres la exacta copia

de un hijo que se me ha muerto

en Túnez de fiebre aftosa.

Alli tengo tres palacios

donde el agua canta o llora

en surtidores y fuentes,

según el viento que sopla;

tengo arrogantes caballos,

redes con aves canoras,

y lámparas por los techos

y por los suelos alfombras;

que uno, que es una hormiguita

y ya se las sabe todas,

tiene el riñón bien cubierto

por si al fin se arma la gorda.

Tendrás, si vienes, soldado,

un serrallo con cien moras,

que a nosotros. —¡Alá es grande!—

siempre las hembras nos sobran,

y nos unimos con ellas

a la luz y no a la sombra,

como lo hacéis los cristianos

llamándolas querindongas.

Podrás leer libros raros,

podrás vestir a la moda,

podrás comer a la epístola,

vulgo carta, ricas cosas.

Resumiendo, que tendrás

buena cama y buena bolsa,

porque la renta “per cápita”

allí ni inquieta ni asombra.

Si quieres considerarme

como un padre desde ahora,

ven a mis brazos, soldado,

que lo vas a pasar bomba».

El español, con orgullo,

así contesta y razona:

«Ni puedo ser hijo tuyo

ni lo consiente mi honra,

pues nací de don Juan Méndez,

Adelantado de Córdoba,

que tanto se adelantó,

que llegó hasta Tarragona,

se cayó en el Mare Nostrum

y se puso hecho una sopa.

Mis padres visten de negro,

negra es su figura airosa,

menos esa servilleta

rizada, que llaman gola.

Según dicen mis mentores,

el lujo, el tren y la pompa,

si a la carne dan gustito,

al espíritu joroban.

El mundo es valle de lágrimas

y no juerga o merendola,

y eso que me ofreces, moro,

casi es Sodoma y Gomorra.

Guárdate, pues, tus tapices

y el surtido de señoras,

que con altivez prefiero

mis prisiones y mi argolla,

pues soy español, y aguardo

que hará, porque es mi patrona,

mi salud un milagro

la Virgen de Covadonga».

y dando la espalda al moro,

se fue a pasar hambre y roña,

soberbio, altivo, orgulloso,

español y gilipollas.