Este valiente caballero, discreto cortesano y poeta inspiradísimo, nació en Toledo cuando por sus calles no se paseaban todavía los forasteros, y menos aún cuando la visita a los sitios interesantes no te salía por un ojo de la cara.
En tiempos de Garcilaso visitaba la catedral todo el que quería, aunque los que querían eran muy pocos, pues entonces los hombres estaban todos en la guerra y las mujeres no salían de casa, porque eso era de pelanduscas y bribonas.
Participó Garcilaso de la Vega en los más importantes sucesos de aquel tiempo, y tomó parte en las contiendas que hubo entonces, siempre a favor del Emperador Carlos I, que parece que favoreció al poeta con su amistad.
Pero hay cariños que, si no matan, joroban, y el Emperador, para beneficiar a Garcilaso, le casó con doña Elena de Zúñiga, que de seguro haría unas jaleas y unas magdalenas como para chuparse los índices, pero que a Garcilaso «no le iba» a pesar de tan relevantes dotes.
Garcilaso se enamoró como un animal —con perdón sea dicho— de doña Isabel de Freire, damita portuguesa monísima que figuraba en el séquito de la infanta doña Isabel, luego reina de España.
A doña Isabel de Freire parece que se refiere el poeta cuando en sus versos la piropea, entre fogoso y mitológico.
Garcilaso es el verdadero introductor en España de los metros italianos, sobre todo del sonoro y elegante endecasílabo. Y del soneto. Los que el Marqués de Santillana hizo anteriormente eran tan malos que lo mismo pudo haberles llamado «fechos al itálico modo» que «realiçados al modo manchego».
Pocas son las poesías que Garcilaso escribió en castellano, pero grande es su importancia. Ya pesar de haber demostrado ser un horaciano tremendo, Garcilaso tuvo donaire, flexibilidad e inspiración.
Para desengrasar, he aquí un soneto de mentirijillas del insigne toledano.
SONETO
Del ave lamentosa la querella
súbese hasta mi frente murmurando,
y es fuego que se face afogo blando
que se afogó y se fizo luego estrella.
Non lo fuyo y me fuyo al veros bella
aparescer, mis quexas escuchando,
y si ferísteis sin querer, dudando,
vivo de mi ferida y dentro della.
Agora non soy más que amor y sueño,
agora vuestro fierro me ha ferido,
agora de la muerte espero el hora,
y si agora non venço en el mi empeño,
y si agora he de ser raçón de olvido,
os mando a freír espárragos agora.