DON ESPRONCEDO

Ningún señor de levita, chistera, melena y bastón más representativo que este don Esproncedo de todos los diantres. Nació en Almendralejo, en la Tierra de Barros (Badajoz), donde sus enemigos y detractores le erigieron un busto, vecino al de una poetisa famosa también nacida allí. Las efigies de ambos poetas todavía pueden padecerse en la plaza de su pueblo, sin que una mano piadosa haya dado un cachiporrazo a estatuas tan repelentes.

El señor Bohl de Faber, caballero intachable, a pesar de su nombre de bolígrafo, y erudito notable, importó de Alemania, su país natal, un movimiento artístico y literario que en lengua tudesca se denominaba Sturm und Drang. Este nombre, que se asemejaba mucho a la firma comercial de cualquiera de los navieros de Hamburgo, era el Romanticismo en persona, llamado así por los alemanes, que siempre quieren complicarlo todo. A aquellas corrientes, entonces modernísimas y revolucionarias, se adhirió en seguida don Esproncedo, que era exaltado, revolucionario y majete.

Don Esproncedo sufrió mucho, pues entonces un poeta que no sufría era como un plato de arroz con leche sin arroz y sin leche. Aparte de sufrir, fundó una sociedad secreta —entonces todo el mundo de viso pertenecía a una— que se llamó «Los Numantinos». Al margen de estas actividades subversivas, don Esproncedo se dedicó a la carrera diplomática, profesión muy segurita entonces, pues todavía no se había puesto de moda el rapto de cónsules y embajadores. Fue secretario de legación en los Países Bajos, pero al notar lo bajos que eran aquellos países, don Esproncedo, que era romántico cien por cien, llevó su dolor al paroxismo.

Todavía joven, el famoso poeta, harto de sufrir y de estar en los Países Bajos, siempre rodeado de tulipanes y de rollizas campesinas, decidió morirse de una vez. Y así lo hizo.

Don Esproncedo imita a veces a Byron y a Lamartine, pero nadie puede poner en duda la fuerza y la exaltada fluidez de sus sonoros versos, modelo de musicalidad.

CANTO A LUCILA

(Fragmento)

¿Por qué volvéis a mí con insistencia,

vanos recuerdos de una vida ñoña?

¿Para qué revivir lo que en esencia

se agostó para siempre y no retoña?

¡Oh Lucila, no vuelvas; ten paciencia,

no me hagas tu funesta carantoña,

y si te escapas de tu tumba fría,

no te muestres a mí, sino a tu tía!

Como un lirio dormido entre los lirios,

te abandonaste, pálida y serena;

sonreías con íntimos delirios

sobre tu altar de santa sin novena.

¡Qué túmulo tan rico! ¡Cuántos cirios!

y tu caja, ¡qué sólida y qué buena!

La pompa fue en verdad extraordinaria,

porque un riñón costó la funeraria.

Tu lecho, navegando entre las olas

—góndola mortuoria y amarilla—,

te alejaba de mí, y sus cuatro bolas,

bolas de cama, lumbre y pacotilla,

giraban sin cesar para ti sola.

La Muerte las lanzó de carrerilla

a la red de la Nada: gol molesto

de tu póstumo y triste baloncesto.

Te fuiste con el mágico aleteo

de la llama consunta de las teas,

te extinguiste sin un chisporroteo

(y no es decir que tú chisporroteas).

Partiste, pero vuelves y te veo,

y de todo mi ser te enseñoreas,

y verte siempre en tu capilla ardiente

no es lógico, ni limpio, ni decente.

Porque al aparecerte truculenta,

fantasmal, misteriosa y cejijunta,

observo que tu tez es macilenta

y tu carne entre pútrida y consunta,

cuando antaño fue rica y suculenta.

Por eso se me ocurre esta pregunta:

¿Por qué mostrarte, di, si sufro mucho

al ver lo que fue ebúrneo tan pachucho?

Por eso te huyo, sí, por eso lucho

con tu boca marmórea que me nombra,

y sufro a cada paso un arrechucho

al ver aparecer tu débil sombra,

y me entra tanto miedo si te escucho

que me cuelo debajo de la alfombra,

y hasta a veces me meto, ¡qué demonio!,

debajo de un colchón de matrimonió.

Un colchón que es el nuestro, verde, a listas

cárdenas, que torticolis produce;

es el colchón de nuestras entrevistas,

que, fatal y alocado, reproduce,

y entra en detalles vanos preciosistas,

y la emoción de antaño me traduce,

y de visiones tuyas me atiborra

cuando me escondo entre su inútil borra.

No vuelvas, ¡oh Lucila empecatada!;

regresa al panteón, que es un coloso

de mármol, con su clásica fachada

greco-jónica y digna. Tu reposo

está allí, y no en la muerte accidentada

que llevas. Y te juro, lirio hermoso,

que si la culpa de que te esté viendo

es del colchón fatal, cojo y lo vendo.