EL DUQUE DE RIVAS

Se llamaba este simpático escritor don Ángel Saavedra y Ramírez de Baquedano, y nació en Córdoba como el que no quiere la cosa.

La circunstancia, entonces muy frecuente, de haberle dado el gobierno el pasaporte, le obligó a viajar por el extranjero. Esto le puso en contacto con el movimiento romántico, en aquellos años vivito y coleando.

Con el Duque de Rivas y otros escritores, el Romanticismo entró en España. Tarde, como todas las novedades, pero a tiempo de que se adhirieran a él nombres famosos: García Gutiérrez, Zorrilla, Gil y Carrasco, etc., muchachos casi todos ellos revoltosos, que lo mismo escribían un candente poema que un artículo contra el gobierno. Porque los románticos, como todos los hombres de talento que ha tenido España, fueron liberales.

Don Ángel Saavedra asimiló, pues, las nuevas ideas estéticas, con sus lugubreces de cementerio iluminado por la luna, con su amor a lo medieval, con aquellos protagonistas, hijos naturales casi siempre, reconocidos por sus padres en escena o, todo lo más, entre cajas. Fruto de su ideario, entonces modernísimo, fue su célebre drama Don Álvaro o la fuerza del sino.

La política estuvo a punto de borrar las virtudes y méritos del egregio cordobés, el cual en algunas ocasiones —aunque no de las más brillantes— formó parte de gobiernos isabelinos, siempre de corta vida. Pero como casi todos los gabinetes de la época fueron igualmente efímeros, nadie le echó en cara a don Ángel sus gestiones gubernamentales, porque el que más y el que menos se había encontrado en circunstancias parecidas.

Escribió don Angel algunas leyendas y unos romances históricos de gran belleza y casticismo.

UN CORTESANO FORMAL

(Romance)

I

En una estancia imponente

del palacio de Fuenfrita,

cuyos encerados suelos

cubren regias alcatifas;

apoyado en un perchero

de caoba con pintitas,

tallado con dos guerreros,

que se te vienen encima

y te hacen un desgraciado

para el resto de tus días,

hallábase don Francisco

Iparraguirregorría,

conde de Parafurchells

y San Sadurní de Sidra.

Viste un ropón de velludo,

tres cuartos, con esclavina,

alamares, sobrepuestos,

randas, pasamanería,

herretes y ringorrangos,

galones, encajes, cintas,

azúcar, canela y clavo,

fresa, limón y vainilla.

Lleva debajo un coleto

de seda gualda, muy rica,

pues quien gualda siempre

halla, según el refrán recita.

Una hopalanda de Amberes

el conde se puso encima,

cortada con manga ranglan,

muy holgadita en la sisa.

Calza unas calzas de raso

que, donde oprime la liga,

amenazan la carrera

que un punto rebelde inicia,

y en el que el prócer, tranquilo,

con nobleza y bizarría,

puso, usando de artificio,

un poco de salivilla.

El conde con una mano

a un lebrel hace caricias,

con otra mano sostiene

un guante de cabritilla,

con otra saca la espada,

con otra hace empanadillas,

que es tan grande su prosapia

y su alcurnia es tan antigua,

que para tener diez manos

del rey obtuvo franquicia.

¿Por qué cual cabra enjaulada

lleno de saña y de ira,

se pasea don Francisco

Iparraguirregorría?

II

«¡Hola, deudos y criados

de mi casa principal,

quemad pronto mi palacio!

¡Quemadlo pronto, caray,

que son muchas las ofensas

que tuve que soportar!

¡Esta casa no es mi casa,

pues mi esposa, doña Paz,

siempre está haciendo reformas

y no se puede aguantar!

Ayer me quitó un tresillo;

hoy, dos mesas de nogal,

y sabe Dios esa loca

lo que piensa reformar.

¡Quemad pronto mi palacio,

y al hacerlo, procurad

que quede dentro mi esposa,

que ninguna falta me haz!

¡Quemad pronto mi palacio

porque no quier cambiar

mis vargueños y tapices

por el mueble funcional!»