Uno de los libros que debieran estar prohibidos a los muchachos de menos de diecinueve años es la Historia. Es cierto que en tal relato están los hechos gloriosos, las gestas heroicas, los procesos evolutivos de un pueblo o de varios, pero al mismo tiempo, si desbrozamos de anécdotas, batallas y genealogías la tal crónica, encontraremos las bajezas, las traiciones, y, sobre todo, la apetencia, por unos y por otros, de ese momio que se llama Poder. La conquista de esta rica mamandurria ha inspirado las luchas civiles españolas desde que el hombre es hombre. Y desde que la mujer es mujer, claro, porque siempre ha estado sermoneando, incitando, lanzando al hombre a que se dé de tortas con sus semejantes, con la promesa, en lontananza, de una sinecura, de un pedazo de turrón político o social.
Los caballeros feudales, que eran de muchísimo cuidado, y los reyes de Castilla, que también eran una monada, se pasaron la vida zurrándose la badana: unos por no perder prerrogativas y ventajilIas; los otros, por someter y avasallar a tantos y tan provocativos chulánganos, con calzas. Mientras todo esto sucedía, el pueblo español, al que, como siempre, no se le había consultado, aguantaba pacientemente destrozos, miserias y lacerias.
Los reinados del indeciso y elegante don Juan II y de su hijo, don Enrique IV, que a más de indeciso era otra cosa, proporcionaron temas y argumentos a los poetas satíricos. Unas veces a favor del soberano, otras a favor de los nobles, estos poetas anónimos se dedicaron con ahínco al rico libelo, poniendo, según soplara el viento, unas veces al rey, otras a los nobles, como hojita de perejil fresco.
El descaro y el desparpajo de estas crónicas burlescas indica a las claras que tras el anonimato se esconde un poeta que no se atreve a confesar su nombre, asustado por la somanta que, de descubrirse, le podían propinar.
He aquí las coplas de ¡Ay triquitraque!, que no se publicaron en aquellos tiempos tan antiguos, pero como si se hubieran publicado. Las coplas auténticas son todavía más desvergonzadas.
COPLAS DE ¡AY TRIQUITRAQUE!
Dexa que yo te refiera
lo que ayer acontesció
en la lid que se libró
cerca de Mataporquera.
Pienso que lo que pasó
fue una cosa burladera
que a la Corte puso en jaque.
¡Ay triquitraque!
Las mesnadas se salían
al campo, e se contemplaban;
unos a otros se miraban,
de un lugar a otro corrían,
e tanto se trasladaban
que peones parescían
de ajedrez, mudando escaque
¡Ay triquitraque!
El barón del Manillar
puso pies en polvorosa,
e se fizo encima cosa
que non se debe nombrar
Doña Mencía, su esposa,
mucho tuvo que lavar
y aromar con estoraque.
¡Ay triquitraque!
Huelga agora que se explique
que el Rey —lo sabe la gente—
es de la acera de enfrente,
adamado e alfeñique,
e fuyó, mas es corriente
ver fuir al Cuarto Enrique,
menoscabando su empaque.
¡Ay triquitraque!
Don Conrado e don Johan,
a pesar de sus varices,
corrieron como perdices
que ante los podencos van,
e dieron con sus narices
en el lodo. Ambos están
maldiciendo tanto achaque.
¡Ay triquitraque!
La hermosa doña Guiomar,
en su castillo de Auñón,
subióse en un torreón
para ansí parlamentar,
mas echáronle un lançón
sañudo, que le fue a dar
en medio del almanaque.
¡Ay triquitraque!
El conde del Resopón,
en vez de facer batalla,
encontróse en Santa Olalla
con un fermoso garçón.
Ambos, saltando una valla,
perdiéronse en un mesón
del término de Jadraque.
¡Ay triquitraque!
Los Infantes de Aragón,
al ser batidos con gana,
çurrábanse la badana
culpándose de la acción.
E uno se llamaba andana,
e el otro al uno, cabrón,
maxadero e badulaque.
¡Ay triquitraque!
Al ver que corría presto,
fuyendo, don Johan Arlança,
siguióle sin más tardança
el marqués del Manifiesto,
e metióle la su lança
en un sitio non honesto,
donde hace pupa el ataque.
¡Ay triquitraque!
E doña Sol del Escudo,
al ver al marido fuera,
se entregó sobre una estera
a un paxe fornido e rudo,
e ansí, la muy puñetera,
fizo al esposo cornudo,
porque tenía buen saque.
¡Ay triquitraque!