Antonio Machado tenía un año menos que su hermano Manuel. Por lo demás, es decir, como poeta, yo lo encuentro aproximadamente igual a su hermanito, pero en vez de serlo a la andaluza, lo fue a la castellana. Antonio Machado no me gusta ni tanto así. Y lo digo pase lo que pase y caiga quien caiga. Le falta al poeta profundidad, porque Machado es tan superficial como pueda serlo Villaespesa, solo que más pobre de medios de expresión, de imágenes, de formas, de vocabulario. Antonio Machado —ya es hora de que alguien lo diga— es un poeta pobre y triste: siempre se queda a medias en lo que quiere decir. Y como todos los poetas que, desde Bécquer a nuestros días —incluido Neruda—, se entregan a las facilidades de la rima asonante o de la rima ausente, cuando intentan hacer otra cosa, la jeringan. Observemos dos cuartetos de dos sonetos distintos de Machado:
Cabalgaba por agria serranía,
una tarde, entre roca cenicienta.
El plomizo balón de la tormenta
de monte en monte resonar se oía.
Pasemos por alto el balompédico símil tormentoso. Obsérvese que, aparte el obligado acento en penúltima sílaba, los tres primeros versos están acentuados en tercera y sexta. Por eso resultan monótonos, torpes y zocatos.
Otro soneto:
¡Cómo en el alto llano tu figura
se me aparece! ¡Mi palabra evoca
el prado verde y la árida llanura,
la zarza en flor, la cenicienta roca!
Los cuatro versos —los cuatro— están acentuados en la cuarta sílaba. ¡Prodigio de la entronización de los falsos ídolos! y en este segundo cuarteto —¡casualidad de casualidades!— volvemos a degustar el adjetivo cenicienta, aplicado también a la roca. Ni rugosa, ni caliza, ni feldespática, ni calcárea, ni enhiesta, ni bravía, ni viril, ni amenazadora, ni grisácea, ni ninguno de los tan variados calificativos de nuestra jugosa y rica lengua castellana: cenicienta. Y res més.
A continuación va insertada una poesía imitativa de las de don Antonio. Mucho me ha costado hacerla, porque es dificilísimo caricaturizar a un señor cuya máxima metáfora fue el arco de ballesta que, en su curso meandroso y serpenteante, dibuja el viejo y heroico Duero.
Vale.
A UN OLMO
Olmo dorado y fresco, que caminas
por la orilla del Duero tortuoso,
que en curva de ballesta, indiferente,
va mojándolo todo.
Arbol-padre, que mezclas tus cabellos
con jilgueros y tordos,
que no sé lo que harán, pero perdido
ponen al que en tu amor buscó reposo.
Castilla cochambrosa, ayer pudiente,
se cuelga de tu tronco,
y gimnasia ojival hace la brisa
en las vidrieras de tus hojas de oro.
Olmo altivo, atalaya de los siglos
que se han deshecho, fofos,
en torno a ti, que alientas y perduras
como un milagro entre cemento y polvo
olmo de los caminos;
olmo viejo y hermoso,
algo te pediría si pudiera:
tu fruto, por ejemplo, pero ¿cómo,
si es áspero y febril como el paisaje
que alimenta tus venas de coloso?
y pedirte otro fruto, me parece
que es gratuito y obvio,
porque dice el refrán que está muy feo
pedir peras al olmo.