Centro de Información Afgana
Boletín mensual
Nro. 57, diciembre de 1985
Taywar Sultán,
una luchadora de la Resistencia
La señora Taywar Kakar, conocida en la Resistencia como Taywar Sultán, tiene treinta y siete años de edad y es madre de siete hijos (cinco niñas y dos chicos). En la actualidad vive como refugiada con su familia en Peshawar, Pakistán.
Se graduó en la facultad de Formación de Educadores de Kunduz, en el norte de Afganistán, donde trabajó como maestra y directora de colegio. Poco después del golpe comunista de abril de 1978 se incorporó activamente a la Resistencia. Apoyada por los comandantes locales de ésta, estableció una escuela en la pequeña localidad de Choqor Qishlaq, donde adiestraba a los jóvenes en el uso de armas y explosivos. Fue admitida en el encuentro de los comandantes de la Resistencia Jamiat (profesor Rabani), donde estuvieron presentes importantes figuras del movimiento, tales como Oazi Islamuddin, Nek Mohammad Kan, Maulawi Adbul Samad. Ante ellos presentó las siguientes propuestas:
1. Ningún luchador por la libertad, en especial los comandantes, debería casarse hasta que finalizase la guerra.
2. No se debería confiar en los luchadores de la Resistencia liberados de prisión diez o veinte días después de su arresto por parte de las autoridades comunistas.
3. A fin de evitar infiltraciones del enemigo en las filas de la Resistencia, debería establecerse de forma clara una organización especial que investigase los antecedentes de cada combatiente.
En abril de 1979, con ocasión del primer aniversario del régimen comunista, Taywar y sus colegas decidieron aguar la ceremonia oficial conmemorativa. Se había ordenado a los maestros que llevaran a los escolares a la plaza de armas. Taywar y sus amigas entregaron a algunos chiquillos unos globos de goma y juguetes explosivos. Cuando empezó el desfile, los globos y los explosivos empezaron a reventar aquí y allá. Algunas mujeres entre la multitud exclamaron: «¡Vienen los muyahidin!». La gente salió corriendo. Algunos soldados apostados en tomo a la plaza de armas dispararon. Cundió el pánico. Los miembros del partido que desfilaban corrieron en busca de refugio. En la tribuna oficial reinaba la confusión. En la desbandada mucha gente resultó herida. Incluso la esposa del gobernador de la provincia tuvo que ser hospitalizada. La ceremonia se suspendió.
Luego las autoridades decidieron celebrar el Primero de Mayo, día de los Trabajadores. Las señoras no quisieron resignarse a ser pasivas espectadoras. La víspera de la festividad pidieron a algunos de sus mejores alumnos que capturaran avispas y las mantuvieran vivas en cajitas. De nuevo se congregó mucha gente. Activistas armados del partido comenzaron a marchar en orden militar vociferando consignas y llevando pancartas, banderas y grandes retratos de los líderes del régimen. La multitud empujada por miembros clandestinos de la Resistencia se apretaba cada vez más. Los niños, como si estuviesen fuera de control, corrían entre las filas de los que desfilaban y abrían las cajas a sus pies. Las avispas se colaron entre los pantalones y las faldas y empezaron a picarles. Los del desfile dejaron de gritar sus consignas. Corrían en círculos arrojando al suelo todo cuanto llevaban encima. Pero los niños se excedieron en su labor. Había demasiadas avispas. También atacaron a la gente del público, que también chillaba y corría. Fue un desastre. No pudo reanudarse la ceremonia. Taywar explicó: «Ese día cientos de retratos de los líderes, camisetas, etcétera estaban tirados por el suelo. En la confusión recogimos veinticinco pistolas y armas ligeras. Enviamos las ametralladoras a los muyahidin en el campo y entregamos las pistolas a las mujeres que trabajan en la sección militar de la Resistencia clandestina urbana».
Disfrazada de campesina completamente velada, con el pretexto de peticiones personales, iba de una oficina administrativa a otra para establecer contacto con miembros de la Resistencia e intercambiar información. Organizó un encuentro de combatientes de la Resistencia en su propia casa. Acudieron dieciocho hombres y fue elegida como la persona a cargo de los grupos de mujeres de la Resistencia. Los muyahidin de Panjsher apoyaron sin reservas su candidatura.
Más tarde se creó un comité de ayuda a las familias de los prisioneros y mártires de la Resistencia. Recogían dinero, comida y ropa, y escogieron a Taywar para ir a Kabul con el fin de distribuirlos entre las familias necesitadas de la capital. Fue así como llegó a Kabul. Fue a principios de 1980 y los rusos habían invadido el país. Encontró trabajo como maestra en la escuela Ghafoor Nadim. Había siete mil alumnos (niños y niñas) y trescientos profesores, de los cuales doscientos eran mujeres. El director del centro era miembro del partido Khalqui y sólo veinte maestras estaban también afiliadas a él. El resto se oponía al régimen y muchos de ellos trabajaban activamente con la Resistencia, lodos, sin embargo, estaban dispuestos a participar en las manifestaciones, llevar mensajes nocturnos o realizar cualquier otra tarea comprometida.
En Kabul participó activamente en las labores de organización del movimiento de Resistencia clandestino. Tomó parte en la preparación del levantamiento popular contra los rusos en marzo de 1980. Con una buena conexión con los grupos masculinos de la Resistencia, las mujeres se organizaron en tres secciones:
1. Investigación de las personas que colaboraban con el enemigo;
2. Persecución de sospechosos y descubrimiento de sus contactos;
3. Grupos operativos. El miembro más activo de un grupo operativo contra el enemigo era una chica llamada Fndia; era muy bonita y de apariencia inocente, y poseía una gran habilidad secuestrando y ejecutando rusos; contaba en su haber con al menos quince operaciones llevadas a cabo con éxito; todas las víctimas fueron rusos.
La misma Taywar estaba implicada en la preparación y divulgación de panfletos y carteles de propaganda contra el régimen, así como en la intimidación de miembros del personal administrativo proclives a colaborar con el régimen. La persona en cuestión recibía tres advertencias, después de la tercera se pasaba el caso a la sección operativa.
Generalmente las mujeres conseguían información a través de sus contactos en la administración y la pasaban a los grupos de Resistencia urbana para su propio uso y el de los comandantes en el campo. La mayoría de los casos de desaparición o muerte de rusos y agentes enemigos se debió a la iniciativa de las mujeres. Asimismo eran responsables de numerosos atentados con bomba.
Sin embargo, también sufrieron pérdidas importantes. Cientos de mujeres y niñas fueron arrestadas, torturadas y ejecutadas. Taywar pasó un año en prisión (1983) y sufrió la tortura más horrible (su experiencia como prisionera aparece en nuestra serie «La vida en las cárceles afganas»).
Ella confirmó la información sobre las mujeres de la Resistencia en las ciudades de provincia. Además de las mujeres de Kunduz en el norte, que ella misma organizó, existen importantes movimientos femeninos de Resistencia en Herat y Kandahar, al oeste del país. En Herat, la comandante Razia es muy conocida. Su padre fue un combatiente por la libertad y lo mataron. Luego su hermano lo reemplazó como comandante, pero también murió. Razia tomó el lugar de su hermano y en 1983 formó un grupo independiente de mujeres combatientes; consiguieron armas y han realizado varias operaciones en el campo.
En la ciudad de Kandahar, cada vez es mayor el número de mujeres que se incorporan a la Resistencia desde 1981. Las de más edad se encargan de los niños y del hogar. Las jóvenes quedan libres para trabajar con los muyahidin. Bajo el velo les llevan armas, municiones e información; las más atractivas atraen a los rusos o a los agentes de Kabul y les guían a una casa donde los muyahidin están esperándoles.
Centro de Información Afgana
Boletín mensual
Nro. 58, enero de 1986
La vida en las cárceles afganas
Entrevista con Taywar Sultán (segunda parte)
La señora Taywar Kakar, conocida en la Resistencia como Taywar Sultán, al describir sus experiencias en el movimiento clandestino de la Resistencia (véase CIA, boletín mensual, Nro. 57, diciembre de 1985), habló también de su vida en la cárcel. Ésta es la segunda entrega de la entrevista.
Fue arrestada por primera vez el 26 de diciembre de 1982. «Arrestaron a varios miembros de mi célula clandestina y alguno reveló mi nombre. Agentes del KHAD me vigilaron y siguieron muy de cerca», explica.
Además de otras actividades, la señora Kakar estaba organizando una manifestación para el 27 de diciembre (aniversario de la invasión rusa). El 26 de diciembre, a las once de la mañana, llegaron dos jeeps a su casa llenos de hombres armados, dos mujeres entraron y le ordenaron que las acompañara sin decirle adonde ni por qué. Ella ya había dado instrucciones a su hija Fauzia, de dieciséis años, y a su hijo Temor, de doce, de que, en caso de que la arrestasen, llevaran todos los documentos escondidos en la vivienda a un lugar más seguro, y dijeran a sus colegas que no fuesen por su casa. Tuvo suerte de que cuando la registraron no quedaba ya ningún documento. Primero la condujeron al cuartel general del KHAD en Shisdarak. La dejaron en la habitación número 11, en el último piso del edificio. Estaba desprovista de muebles, era fría y húmeda. Le quitaron el abrigo y el jersey.
A las 23.00 la llevaron a un salón grande en el sótano. Había tres grupos de personas sentadas en diferentes rincones del mismo, incluyendo un consejero ruso. A la señora Kakar le ordenaron que tomara asiento en una silla de metal equipada para sujetarle las manos y los pies. Primero le ataron las manos y los pies, y luego comenzó el interrogatorio. Diversas personas le planteaban las mismas preguntas formuladas de diferentes formas; empezaron con preguntas sobre su identidad, lugar de residencia en Kunduz y familiares cercanos. Después colocaron frente a ella una caja con dinero. Le dijeron que si cooperaba enviarían a sus hijos a estudiar al extranjero, le darían el dinero y la liberarían. El consejero ruso, que hablaba en pastún, afirmó que bastaba con que nombrara a una persona en conexión con ella.
La señora Kakar explicó: «Perdí los estribos y repliqué que él era un extranjero y no tenía derecho a preguntarme qué hago en mi país. Los hombres se enfadaron y me atacaron. Me asestaron un puñetazo en la boca y patadas con botas. Unos empezaron a zarandearme tirándome del pelo. Sangraba por la boca, los oídos y la nariz. Uno cogió una pistola y apuntando a mi cabeza dijo: “Voy a contar hasta cincuenta; si para entonces no has respondido, disparo”. Empezó a contar y los otros me hicieron más preguntas. Me preguntaron: “Dinos quiénes son los líderes de tu banda”. Les dije que conocía algunos muy famosos; Taraki y Amin. Inmediatamente alguien se separó de uno de los tres grupos, se abalanzó sobre mí y comenzó a golpearme con unas varillas eléctricas. Cada varilla me producía una descarga y me dolía muchísimo. Quedé inconsciente por un rato. Cuando recobré el sentido, estaban preguntándome qué tipo de actividad había planeado para el 27 de diciembre. Como no tenían ninguna prueba, no dije nada. Pasé toda la noche entre golpes y preguntas. Por la mañana cavaron un hoyo en la nieve y me metieron en él, con la nieve hasta el cuello. Al principio estaba aterida, congelada, pero al cabo de un rato sentía el cuerpo entumecido y no experimentaba dolor. Por la tarde me llevaron de nuevo al salón y me dieron un pedazo de pan. Antes de ser arrestada me habían comentado que el hambre ayuda a sufrir menos durante las torturas, así que comí muy poco. Los interrogatorios se prolongaron siete días. En todo ese tiempo me mantuvieron despierta con una luz muy intensa sobre los ojos. La cuarta noche de interrogatorios en el sótano trajeron un aparato especial conectado a unas agujas muy afiladas. Me las clavaban en las uñas y apretaban un botón. Eso producía una descarga eléctrica muy fuerte y las uñas empezaron a separarse (todavía tiene las uñas de las manos rotas). Al séptimo día, en vista de que no conseguían ninguna confesión, me amenazaron con traer a mi esposo y mis hijos, y torturarles delante de mí».
De ahí la trasladaron a Sedarat (el ministerio principal) y la encerraron en una habitación. Una noche le entregaron unos analgésicos. Le parecieron sospechosos y los escondió. Más tarde entraron dos mujeres, una afirmaba ser miembro del Hezb-e-Islami, y la otra se identificó como miembro del Jamiat. También receló de ellas, no creía lo que decían. Una se quejaba de dolor de cabeza y la señora Kakar le dio una pastilla. Se la tomó y al momento se mostró muy relajada y alegre, reveló su verdadera identidad como agente del KHAD y le enseñó una pequeña grabadora que llevaba bajo la blusa. Tras un mes de interrogatorio la trasladaron a una habitación normal. Los interrogadores, incluidos los rusos, no lograron hacerla confesar ni obtener ninguna prueba de su participación en las actividades de la Resistencia. En Sedarat, Taywar vio a dos mujeres muy mayores; una de setenta años, de Panjsher, a quien arrestaron cuando transportaba munición en una cesta de uvas; la otra, de sesenta, era de Baghlan. También había una familia entera en esa prisión. Los hombres estaban detenidos en una sección aparte; las mujeres y los niños estaban en la cárcel con Taywar y otras prisioneras. La familia había intentado huir de Alemania del Este a Occidente, pero les arrestaron en la frontera de Alemania del Este y las autoridades les entregaron al régimen de Kabul. Más tarde los niños pequeños fueron enviados a la guardería Watan (un centro ruso de entrenamiento especial). A otra señora mayor la presionaban para que grabara una cinta pidiendo a sus hijos que regresaran del exilio en Alemania. Los chicos estaban en una lista de busca y captura y serían ejecutados en cuanto llegasen. Por lo tanto la madre, que lo sabía, se negaba a hacerlo.
Dice la señora Kakar que después de un mes de tortura física comenzaron con la tortura psicológica. Una vez le enseñaron una carta donde se anunciaba la intención de su esposo de divorciarse de ella basándose en que, por estar en la cárcel, había perdido su reputación como buena mujer. Otra vez le dijeron que a su hija Fauzia la había atropellado un coche y estaba muerta.
«Un día me llevaron a una sala grande —explica— Me señalaron una cortina y dijeron que detrás estaba mi hija Fauzia, de dieciséis años. Me tendieron un papel para que escribiese mi confesión. Luego oí ruidos de golpes, bofetadas mezcladas con llantos y gritos. Mi cuerpo se puso tenso, pensé que iba a desmayarme. Tuve la sensación de hundirme en un hoyo oscuro donde los sonidos parecían lejanos. Estaba helada, estremecida, confundida. Este tipo de tortura continuó una semana. Buscaba a Fauzia entre las prisioneras. Al mes vi a una chica, corrí hacia ella, pero cuando se volvió vi que no era ella. Tenía las uñas rotas y negras. Sufría una crisis nerviosa».
Después de un año detenida, y sin haber obtenido de ella documentos ni confesión alguna, la señora Kakar fue liberada. Volvió a casa el 3 de mayo de 1982. Le dieron empleo como maestra en la escuela primaria Qala-e-Shada. Regresó a Kunduz. Allí estableció contacto con algunos comandantes de Jamiat-o-Islami (profesor Rabani). Continuó con sus actividades de la Resistencia hasta abril de 1984 cuando Faruq Miajel, quien sabía todo sobre ella, fue nombrado oficial del KHAD en Kunduz. Con ayuda de amigos de la Resistencia huyó de la zona. Marchó a Kabul y de allí a Ghazni. Los muyahidin la ayudaron a cruzar la frontera y a unirse a los afganos en el exilio.