CAPÍTULO 64

Lasartes al descubierto

Las tropas de Gaelio ya habían puesto bastante distancia con la batalla, mientras Górcebal logró con sus tropas intimidar las facciones de soldados de armadura pesada que ya debían de estar muy fatigados y aflojaban mucho su empuje. Dárrel y los supervivientes regresaban al grueso comandado por Patrio y, junto a las tropas de Górcebal, iniciaron la retirada. Al llegar a la altura de donde estaba Gaelio, dispuestos a dar por buena aquella batalla inicial en la que habían visto lo imposible de aquella tarea, Gaelio pudo escuchar una estampida. Los ejércitos de armaduras negras, que venían del sur con el ataque de Lasartes se habían reorientado y ya no se dirigían hacia la puerta, sino directos hacia sus posiciones de retirada.

Górcebal, Patrio, Dárrel, los Glanner, todo oficial entendió rápidamente que debían soportar un ataque, que no podrían salir de allí con vida si no aplacaban a los enemigos que pronto les darían alcance.

—Nos van a alcanzar. Si nos cansamos en una huida será peor y se lo pondremos en bandeja, están más frescos que nosotros y nos alcanzarán. Luchemos aquí y sea este nuestro campo de muerte. Mejor morir aquí que en las murallas aplastados por ese demonio gigante.

Que eso lo dijese Gaelio hizo que los demás capitanes asintieran, Górcebal aceptó la idea y la impulsó gritando:

—¡Posición defensiva!

Sus capitanes propagaron las órdenes. Entonces alguien alertó sobre un detalle.

—¡Mirad a Lasartes!

Lasartes, que parecía dispuesto a avanzar hacia las tropas y aniquilarlos a todos, se detuvo. En la masa oscura que ocultaba el rostro del gigante algo se estremeció. Como si fuese lluvia, la sombra que siempre ocultaba el rostro del gigantesco Lasartes se disolvió con el viento. Entonces de forma paulatina pudo reconocerse un rostro humano tras esa máscara que se fundía con el cuerpo. La negrura terminó por desaparecer y la mayor parte de los que hacia allí estaban mirando observaron atónitos que era el rostro de Rosellón Corvian el que había permanecido oculto tras aquel mágico velo negro. De inmediato el ser descomunal giró sobre sí mismo y enfocó con su mirada la parte alta de la ciudad.

—¡Fijaos, Lasartes es Rosellón Corvian! —gritaron aquí y allá mientras el Espectro Abisal se tocaba el rostro y adoptaba una expresión incrédula. Se miró las manos como si pudieran hacerle de espejo. Escuchó a los soldados a sus pies que aterrados señalaban su cara. Golpeó con furia la muralla con uno de sus puños y se subió a la escombrera. Desde ahí saltó prodigiosamente hacia dentro de la ciudad.

—Dioses, estoy seguro de que Remo, Lorkun y Sala tienen que ver con eso que le ha pasado al gigante —dijo Gaelio a los demás—. ¡Resistamos, ese gigante se ha marchado gracias a la intervención de nuestro capitán! ¡Estoy seguro! ¡Dárrel, debemos resistir a las tropas!

—¡Resistid, valientes! —gritó Dárrel, que se fue rápido a vanguardia recolocando a los suyos para estar más compactos.