CAPÍTULO 63

De poder a poder

Lorkun apenas podía moverse. Tenía el cuerpo machacado después de recibir aquella ola de luz. Logró incorporarse hasta estar sentado con su espalda pegada a la pared. Sabía que el asalto a su mente iba a continuar. Lo aceptó, mientras, pensaba en la forma de detener al brujo. Se le ocurrió una idea.

—Lorkun, navegaré por tu mente hasta que me desveles todos los misterios que te han sido revelados. No voy a perder esta oportunidad de completar mis conocimientos antes de darte muerte. No resistas más, estábamos en la cámara con las runas y ese fuego especial —decía Bramán mientras volvía a sacar el trozo de papel y usaba el carboncillo para seguir dibujando las runas. Comenzó a dibujar otra mientras sonreía. Entonces dejó de escribir. Comenzó a temblar. Se le cayeron al suelo el carboncillo y el papel.

Lorkun caminaba despacio hacia él.

—Precisamente el conjuro que estoy aplicándote, Bramán, es una parte del que deseas aprender. La inmovilización es necesaria para poder controlar a una víctima de la maldición silach. Son criaturas muy inestables, necesitas detenerlas en un punto para después sanarlas. —Lorkun, muy débil, sin tener las runas pintadas en su piel, había logrado inmovilizar a Bramán a base de visualizar en su cabeza las runas correctas y los movimientos de brazos adecuados. Estaba maravillado de sus progresos. Ahora entendía cómo su querido amigo Mialco, el sumo sacerdote de la Orden de Kermes, no necesitaba las runas en su piel para conjurar.

Bramán hacía esfuerzos tremendos por soltarse de aquella parálisis. Se notaba por sus temblores. Lorkun sabía que no disponía de mucho tiempo; necesitaba acabar con él. Levantó los brazos con dificultad, sus fuerzas estaban muy mermadas, pero en su cabeza estaba conjurando runas a gran velocidad. Deseaba darle el golpe de gracia a ese hechicero.

—Ahora eres tú quien siente miedo —lo atemorizó.

—¡Lasartes! —logró gritar Bramán.